Biblioteca:
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La resurrección de
los cuerpos según las
palabras de Jesús a los saduceos (18.XI.81)
La
resurrección de los cuerpos según las
palabras de Jesús referidas por los Evangelios sinópticos (2.XII.811).
Espiritualización
y divinización del
hombre en la futura resurrección
de los cuerpos (9.XII.81)
La
comunión escatológica del
hombre con Dios (16.XII.81)
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1.
Estáis en un error, y ni conocéis las Escrituras ni el poder 'de Dios' (Mt 22,
29); así dijo Cristo a los saduceos, los cuales al rechazar la fe en la
resurrección futura de los cuerpos le habían expuesto el siguiente caso: 'Había
entre nosotros siete hermanos; y, casado el primero, murió sin descendencia, y
dejó la mujer a su hermano (según la ley mosaica del 'levirato'); igualmente el
segundo y el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. Pues en
la resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer?' (Mt 22, 25-28).
Cristo
replica a los saduceos, afirmando, al comienzo y al mal de su respuesta, que
están en un gran error, no conociendo ni las Escrituras ni el poder de Dios
(Cfr. Mc 12, 24; Mt 22, 29). Puesto que la conversación con los saduceos la
refieren los tres evangelios sinópticos, confrontemos brevemente los relativos
textos.
2. La
versión de Mateo (22, 2430), aunque no haga referencia a la zarza, concuerda
casi totalmente con la de Marcos (12, 1825). Las dos versiones contienen dos
elementos esenciales: 1) la enunciación sobre la resurrección futura de los
cuerpos; 2) la enunciación sobre el estado de los cuerpos de los hombres
resucitados. Estos dos elementos se encuentran también en Lucas (20,27-36). El
primer elemento, concerniente a la resurrección futura de los cuerpos, está
unido, especialmente en Mateo y en Marcos, con las palabras dirigidas a los
saduceos, según las cuales ellos no conocían 'ni las Escrituras ni el poder de
Dios'. Esta afirmación merece una atención particular, porque precisamente en
ella Cristo puntualiza las bases mismas de la fe en la resurrección, a la que
había hecho referencia al responder a la cuestión planteada por los saduceos
con el ejemplo concreto de la ley mosaica del levirato.
3.
Sin duda, los saduceos tratan la cuestión de la resurrección como un tipo de
teoría o de hipótesis susceptible de superación. Jesús les demuestra primero un
error de método: no conocen las Escrituras, y luego un error de fondo: no
aceptan lo que está revelado en las Escrituras no conocer el poder de Dios, no
creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente. Se trata de una
respuesta muy significativa y muy precisa. Cristo se encuentra aquí con hombres
que se consideran expertos y competentes intérpretes de las Escrituras. A estos
hombres esto es, a los saduceos les responde Jesús que el solo conocimiento
literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo,
un medio para conocer el poder de Dios vivo, que se revela en ella a sí mismo,
igual que se reveló a Moisés en la zarza. En esta revelación El se ha llamado a
sí mismo 'el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y de Jacob'; de aquellos pues,
que habían sido los padres de Moisés en la fe, que brota de la revelación del
Dios viviente. Todos ellos han muerto ya hace mucho tiempo; sin embargo, Cristo
completa la referencia a ellos con la afirmación de que Dios 'no es Dios de
muertos, sino de vivos'. Esta afirmación clave, en la que Cristo interpreta las
palabras dirigidas a Moisés desde la zarza ardiente, sólo pueden ser
comprendidas si se admite la realidad de una vida a la que la muerte no pone
fin. Los padres de Moisés en la fe, Abrahán, Isaac y Jacob, para Dios son
personas vivientes (Cfr. Lc 20, 38: 'porque para El todos viven'), aunque según
los criterios humanos, haya que contarlos entre los muertos. Interpretar
correctamente la Escritura, y en particular estas palabras de Dios, quiere
decir conocer y acoger con la fe el poder del Dador de la vida, el cual no está
atado por la ley de la muerte, dominadora en la historia terrena del hombre.
4.
Parece que de este modo hay que interpretar la respuesta de Cristo sobre la
posibilidad de la resurrección dada a los saduceos, según la versión de los
tres sinópticos. Llegará el momento en que Cristo de la respuesta sobre esta
materia con la propia resurrección; sin embargo, por ahora se remite al
testimonio del Antiguo Testamento, demostrando cómo se descubre allí la verdad
sobre la inmortalidad y sobre la resurrección. Es preciso hacerlo no
deteniéndose solamente en el sonido de las palabras, sino remontándose también
al poder de Dios, que se revela en esas palabras. La alusión a Abrahán, Isaac y
Jacob en aquella teofanía concedida a Moisés que leemos en el libro del Éxodo
(3, 26), constituye un testimonio que Dios vivo da de aquellos que viven 'para
El'; de aquellos que gracias a su poder tienen vida, aun cuando, quedándose en
las dimensiones de la historia, sería preciso contarlos, desde hace mucho
tiempo, entre los muertos.
5. El
significado pleno de este testimonio, al que Jesús se refiere en su
conversación con los saduceos, se podría entender (siempre sólo a la luz del
Antiguo Testamento) del modo siguiente: Aquel que es Aquel que vive y que es la
Vida constituye la fuente inagotable de la existencia y de la vida, tal como se
reveló al 'principio', en el Génesis (Cfr. Gen 13). Aunque, a causa del pecado,
la muerte corporal se haya convertido en la suerte del hombre (Cfr. Gen 3,
19)(**) y aunque le haya sido prohibido el acceso al árbol de la vida (gran
símbolo del libro del Génesis) (Cfr. Gen 3, 22), sin embargo, del Dios
viviente, entrando su alianza con los hombres (Abrahán, patriarcas, Moisés,
Israel), renueva continuamente, en esta alianza, la realidad misma de la Vida,
desvela de nuevo su perspectiva y, en cierto sentido, abre nuevamente el acceso
al árbol de la vida. Juntamente con la alianza, esta vida, cuya fuente es Dios
mismo, se da en participación a los mismos hombres que, a consecuencia de la
ruptura de la primera alianza, habían perdido el acceso al árbol de la vida y
muerte las dimensiones de su historia terrena habían sido sometidos a la
muerte.
6.
Cristo es la última palabra de Dios sobre este tema; efectivamente, la alianza
que con El y por El se establece entre Dios y la humanidad, abre una
perspectiva infinita de Vida, y el acceso al árbol de la vida según el plano
originario del Dios de la alianza se revela a cada uno de los hombres en su
plenitud definitiva. Este será el significado de la muerte y de la resurrección
de Cristo, éste será el testimonio del misterio pascual. Sin embargo, la
conversación con los saduceos se desarrolla en la fase prepascual de la misión
mesiánica de Cristo. El curso de la conversación según Mateo (22, 24-30),
Marcos (12, 18-27) y Lucas (20, 27-36) manifiesta que Cristo que otras veces,
particularmente en las conversaciones con sus discípulos, había hablado de la
futura resurrección del Hijo del hombre (Cfr., por ejemplo, Mt 17, 9-23;20, 19
y paral.) en la conversación con los saduceos, en cambio, no se remite a este
argumento. Las razones son obvias y claras. La conversación tiene lugar con los
saduceos, 'los cuales afirman que no hay resurrección' (como subraya el
evangelista), es decir, ponen en duda su misma posibilidad y a la vez se
consideran expertos de la Escritura del Antiguo Testamento y sus intérpretes
calificados. Y, por esto, Jesús se refiere al Antiguo Testamento, y, basándose
en él, les demuestra que 'no conocen el poder de Dios' (***).
7
.Respecto a la posibilidad de la resurrección, Cristo se remite precisamente a
ese poder que va unido con el testimonio del Dios vivo, que es el Dios de
Abrahán, de Isaac, de Jacob y el Dios de Moisés. El Dios a quien los saduceos
'privan' de este poder no es el verdadero Dios de sus Padres, sino del Dios de
sus hipótesis e interpretaciones. Cristo, en cambio, ha venido para dar
testimonio del Dios de la Vida en toda la verdad de su poder, que se despliega
en la vida del hombre.
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Notas:
(*)
Según nuestro modo actual de comprender este texto evangélico, el razonamiento
de Jesús sólo mira a la inmortalidad; en efecto, si los patriarcas viven
después de su muerte ya ahora, antes de la resurrección escatológica del
cuerpo, entonces la constatación de Jesús mira a la inmortalidad del alma y no
habla de la resurrección del cuerpo.
Pero
el razonamiento de Jesús fue dirigido a los saduceos, que no conocían el
dualismo del cuerpo y del alma, aceptando sólo la bíblica unidad psicofísica
del hombre, que es 'el cuerpo y el aliento de vida'. Por esto, según ellos, el
alma muere juntamente con el cuerpo. La afirmación de Jesús, según la cual los
patriarcas viven, para los saduceos sólo podría significar la resurrección con
el cuerpo.
(**)
No nos detenemos aquí sobre la concepción de la muerte en el sentido puramente
veterotestamentario, sino que tomamos en consideración la antropología
teológica en su conjunto.
(***)
Este es el argumento determinante que comprueba la autenticidad de la discusión
con los saduceos . Si la perícopa constituye un añadido postpascual de la
comunidad cristiana' (como pensaba, por ejemplo, R. Bultmann), la fe en la
resurrección de los cuerpos estaría apoyada por el hecho de la resurrección de
Cristo, que se imponía como una fuerza irresistible, como lo da a entender, por
ejemplo San Pablo (Cfr. 1 Cor 15, 12). La referencia al Pentateuco mientras en
el Antiguo Testamento hay textos que tratan directamente de la resurrección
(como, por ejemplo, Is 26,19 o Dan 12, 2) testimonia que la conversación se
tuvo realmente con los saduceos, los cuales consideraban el Pentateuco la única
autoridad decisiva. La estructura de la controversia demuestra que ésta era una
discusión rabínica, según los modelos clásicos que se usaban en las academias
de entonces.
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'Porque,
cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán (*) ni serán dadas en
matrimonio' (Mc 12, 25). Cristo pronuncia estas palabras, que tienen un
significado clave para la teología del cuerpo, después de haber afirmado, en la
conversación con los saduceos, que la resurrección corresponde a la potencia
del Dios viviente. Los tres evangelios sinópticos refieren el mismo enunciado,
sólo que la versión de Lucas se diferencia en algunos detalles de la de Mateo y
Marcos. Para los tres es esencial la constatación de que, en la futura
resurrección, los hombres, después de haber vuelto a adquirir sus cuerpos en la
plenitud de la perfección propia de la imagen y semejanza de Dios después de
haberlos vuelto a adquirir en su masculinidad y feminidad, 'ni se casarán ni
serán dados en matrimonio'. Lucas, en el capítulo 20, 34-35, expresa la misma
idea con las palabras siguientes: 'Los hijos de este siglo toman mujeres y
maridos Pero los juzgados dignos de tener parte en aquel siglo y en la
resurrección de los muertos, ni tomaran mujeres ni maridos'.
2.
Como se deduce de estas palabras, el matrimonio, esa unión en la que, según
dice el libro del Génesis, 'el hombre... se unirá a su mujer, y vendrán a ser
los dos una sola carne' (2, 24) unión propia del hombre desde el 'principio',
pertenece exclusivamente a 'este siglo'. El matrimonio y la procreación, por
tanto, no constituyen el futuro escatológico del hombre. En la resurrección
pierden, por decirlo así, su razón de ser. Ese 'otro siglo' del que habla Lucas
(20, 35) significa la realización definitiva del género humano, la clausura cuantitativa
del círculo de seres que fueron creados a imagen y semejanza de Dios, a fin de
que, multiplicándose a través de la conyugal 'unidad en el cuerpo' de hombres y
mujeres, sometiesen la tierra. Ese 'otro siglo' no es el mundo de la tierra,
sino el mundo de Dios, el cual, como sabemos por la primera carta de Pablo a
los Corintios, lo llenará totalmente, viniendo a ser 'todo en todos' (1 Cor 15,
28).
3. Al
mismo tiempo, ese 'otro siglo', que, según la Revelación, es 'el Reino de
Dios', es también la definitiva y eterna 'patria' del hombre (Cfr. Flp 3, 20),
es la 'casa del Padre' (Jn 14, 2). Ese 'otro siglo', como nueva patria del
hombre, emerge definitivamente del mundo actual, que es temporal sometido a la
muerte, o sea, a la destrucción del cuerpo (Cfr. Gen 3, 19: 'al polvo
volverás'), a través de la resurrección. La resurrección, según las palabras de
Cristo referidas por los sinópticos, significa no sólo la recuperación de la
corporeidad y el restablecimiento de la vida humana en su integridad mediante
la unión del cuerpo con el alma, sino también un estado totalmente nuevo de la
misma vida humana. Hallamos la confirmación de este nuevo estado del cuerpo en
la resurrección de Cristo (Cfr. Rom 6, 5-11). Las palabras que refieren los
sinópticos (Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 34-35) volverán a sonar entonces (esto
es, después de la resurrección de Cristo), para aquellos que las habían oído,
diría que casi con una nueva fuerza probativa, y al mismo tiempo adquirirán el
carácter de una promesa convincente. Sin embargo, por ahora nos detenemos sobre
estas palabras en su fase 'prepascual', basándonos solamente en la situación en
la que fueron pronunciadas. No cabe duda de que, ya en la respuesta dada a los
saduceos, Cristo descubre la nueva condición del cuerpo humano en la
resurrección, y lo hace precisamente mediante una referencia y un parangón con
la condición de la que el hombre había sido hecho partícipe desde el
'principio'.
4.
Las palabras 'ni se casarán ni serán dadas en matrimonio' parecen afirmar, a la
vez, que los cuerpos humanos, recuperados y al mismo tiempo renovados en la
resurrección, mantendrán su peculiaridad masculina o femenina y que el sentido
de ser varón o mujer en el cuerpo en el 'otro siglo' se constituirá y entenderá
de modo diverso del que fue desde 'el principio' y luego en toda la dimensión
de la existencia terrena. Las palabras del Génesis: 'dejará el hombre a su
padre y a su madre y se unirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola
carne' (2, 24), han constituido desde el principio esa condición y relación de
masculinidad y feminidad que se extiende también al cuerpo, y a la que
justamente es necesario definir 'conyugal' y al mismo tiempo 'procreadora' y
'generadora'; efectivamente, está unida con la bendición de la fecundidad,
pronunciada por Dios (Elohim) en la creación del hombre 'varón y mujer' (Gen 1,
27). Las palabras pronunciadas por Cristo sobre la resurrección nos permiten
deducir que la dimensión de masculinidad y feminidad esto es, el ser en el
cuerpo varón y mujer quedará nuevamente constituida, juntamente con la
resurrección del cuerpo, en el 'otro siglo'.
5.
¿Se puede decir algo aún más detallado sobre este tema? Sin duda las palabras
de Cristo referidas por los sinópticos (especialmente en la versión del c 20,
27-40) nos autorizan a esto. Efectivamente, allí leemos que 'los juzgados
dignos de tener parte en aquel siglo y en la resurrección de los muertos... ya
no pueden morir, y son semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos
de la resurrección' (Mateo y Marcos dicen sólo que 'serán como ángeles en los
cielos'). Este enunciado permite, sobre todo, deducir una espiritualización del
hombre según una dimensión diversa de la de la vida terrena (e incluso diversa
de la del mismo 'principio'). Es obvio que aquí no se trata de transformación
de la naturaleza del hombre en la angélica, esto es, puramente espiritual. El
contexto indica claramente que el hombre conservará en el 'otro siglo' la
propia naturaleza humana psicosomática. Si fuese de otra manera, carecería de
sentido hablar de resurrección.
Resurrección
significa restitución a la verdadera vida de la corporeidad humana, que fue
sometida a la muerte en su fase temporal. En la expresión de Lucas (20, 36)
citada hace un momento (y en la de Mateo 22, 30 y Marcos 12, 25) se trata
ciertamente de la naturaleza humana, es decir, psicosomática. La comparación
con los seres celestes utilizada en el contexto no constituye novedad alguna en
la Biblia. Entre otros, ya el Salmo, exaltando al hombre como obra del Creador,
dice: 'Lo hiciste poco inferior a los ángeles' (Sal 8,6). Es necesario suponer
que en la resurrección esta semejanza se hará mayor; no a través de una
desencarnación del hombre, sino mediante otro modo (incluso se podría decir:
otro grado) de espiritualización de su naturaleza somática, esto es, mediante
otro 'sistema de fuerzas' dentro del hombre. La resurrección significa una
nueva sumisión del cuerpo al espíritu.
6.
Antes de disponernos a desarrollar este tema, conviene recordar que la verdad
sobre la resurrección tuvo un significado clave para la formación de toda la
antropología teológica, que podría ser considerada sencillamente como
'antropología de la resurrección'. La reflexión sobre la resurrección hizo que
Santo Tomás de Aquino omitiera en su antropología metafísica (y a la vez
teológica) la concepción filosófica de Platón sobre la relación entre el alma y
el cuerpo y se acercara a la concepción de Aristóteles (*). En efecto, la
resurrección da testimonio, al menos indirectamente, de que el cuerpo, en el
conjunto del compuesto humano, no está sólo temporalmente unido con el alma
(como su 'prisión' terrena, cual juzgaba Platón) (**), sino que, juntamente con
el alma, constituye la unidad e integridad del ser humano. Precisamente esto
enseñaba Aristóteles(***), de manera distinta que Platón. Si Santo Tomás aceptó
en su antropología la concepción de Aristóteles, lo hizo teniendo a la vista la
verdad de la resurrección. Efectivamente, la verdades obre la resurrección
afirma con claridad que la perfección escatológica y la felicidad del hombre no
pueden ser entendidas como un estado del alma sola, separada (según Platón:
liberada) del cuerpo, sino que es preciso entenderla como el estado del hombre
definitiva y perfectamente 'integrado' a través de una unión tal del alma con
el cuerpo, que califica y asegura definitivamente esta integridad perfecta.
Aquí
interrumpimos nuestra reflexión sobre las palabras pronunciadas por Cristo
acerca de la resurrección. La gran riqueza de los contenidos encerrados en estas
palabras nos llevará a volver sobre ellas en las ulteriores consideraciones.
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*
Notas:
(*)Cfr.
p. E.: 'Habet autem anima alium modum essendi cum unitur corpori, et cum fuerit
a corpore separata, manente tamen eadem animae natura; non itaque oduniri
corpori sit ei accidentale, sed per rationem suae naturae corporiunitur...' (S. Th. I q.89 a. L).
'Si autem hoc non est ex natura animae, sed per
accidens hoc convenit eiex eo quod corpori alligatur, sicut Platonici
posuerunt... remoto impedimento corporis, redit anima ad suam naturam... Sed,
secundum hoc, non esset anima corpori unita propter melius animae...; sed hoc
es set solum propter melius corporis: quod est irrationabile, cum materia sit
propter formam, et non e converso...' (Ibid.)
.'Secundum se convenit animae corpori uniri... Anima
humana manet in suo es se cum fuerit a corpore separata, habent aptitudinem et
inclinationem naturalem ad corporis unionem' (S.Th I q.76 a. L ad 6).
(**)To men sóma estin hemin sema To men sóma estin
hemin sema (Platón Gorgia 493A; cfr. también Fedón 66B; Cratilo 400C.).
(***)Aristóteles,
De anima 11 412 a 19-22; cfr. también Metaph. 10-29 b élél10-30 b 14.
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1. En
la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que serán como
ángeles en el cielo' (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25). 'Son semejantes a los
ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección' (Lc 20, 36). Tratemos
de comprender estas palabras de Cristo referentes a la resurrección futura,
para sacar de ellas una conclusión sobre la espiritualización del hombre
diferente de la que se da en la vida terrena. Se podría hablar aquí incluso de
un sistema perfecto de fuerzas en las relaciones recíprocas entre lo que en el
hombre es espiritual y lo que es corpóreo. El hombre 'histórico', como
consecuencia del pecado original, experimenta una imperfección múltiple de este
sistema de fuerzas, que se manifiesta en las bien conocidas palabras de San
Pablo: 'Siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente' (Rom
7, 23).
El
hombre 'escatológico' estará libre de esa 'oposición'. En la resurrección, el
cuerpo volverá a la perfecta unidad y armonía con el espíritu: el hombre no
experimentará más la oposición entre lo que en él es espiritual y lo que es
corpóreo. La 'espiritualización' significa no sólo que el espíritu dominará al
cuerpo, sino, diría, que impregnará plenamente al cuerpo y que las fuerzas del
espíritu impregnarán las energías del cuerpo.
2. En
la vida terrena, el dominio del espíritu sobre el cuerpo y la simultánea
subordinación del cuerpo al espíritu, como fruto de un trabajo perseverante
sobre sí mismo, puede expresar una personalidad espiritualmente madura; sin
embargo, el hecho de que las energías del espíritu logren dominarlas fuerzas
del cuerpo, no quita la posibilidad misma de su recíproca oposición. La
'espiritualización' a la que aluden los evangelios sinópticos (Mt 22, 30; Mc
12, 25; Lc 20, 3435) en los textos aquí analizados está ya fuera de esta
posibilidad. Se trata, pues, de una espiritualización perfecta, en la que queda
completamente eliminada la posibilidad de que 'otra ley luche contra la ley de
la... mente' (Cfr. Rom 7, 23). Este estado, que como es claro se diferencia
esencialmente (y no sólo en grado) de lo que experimentamos en la vida terrena,
no significa, sin embargo, 'desencarnación' alguna del cuerpo ni,
consiguientemente, una 'deshumanización' del hombre. Más aún, significa, por el
contrario, su 'realización' perfecta. Efectivamente, en el ser compuesto,
psicosomático, que es el hombre, la perfección no puede consistir en una
oposición recíproca del espíritu y del cuerpo, sino en una profunda armonía
entre ellos, salvaguardando el primado del espíritu. En el 'otro mundo', este
primado se realizará y manifestará en una espontaneidad perfecta, carente de
oposición alguna por parte del cuerpo. Sin embargo, esto no hay que entenderlo
como una 'victoria' definitiva del espíritu sobre el cuerpo. La resurrección
consistirá en la perfecta participación, por parte de todo lo corpóreo del
hombre, en lo que en él es espiritual. Al mismo tiempo consistirá en la
realización perfecta de lo que en el hombre es personal.
3.
Las palabras de los sinópticos atestiguan que el estado del hombre en el 'otro
mundo' será no sólo un estado de perfecta espiritualización, sino también de
fundamental 'divinización' de su humanidad. Los 'hijos de la resurrección' como
leemos en Lucas 20, 36 no sólo 'son semejantes a los ángeles', sino que también
'son hijos de Dios'. De aquí se puede sacar la conclusión de que el grado de
espiritualización, propia del hombre 'escatológico', tendrá su fuente en el
grado de su 'divinización', incomparablemente superior a la que se puede
Conseguir en la vida terrena. Es necesario añadir que aquí se trata no sólo de
un grado diverso, sino, en cierto sentido, de otro género de 'divinización'. La
participación en la naturaleza divina, la participación en la vida íntima de
Dios mismo, penetración e impregnación de lo que es esencialmente humano por
parte de lo que es esencialmente divino, alcanzará entonces su v vértice, por
lo cual la vida del espíritu humano llegará a una plenitud tal que antes le era
absolutamente inaccesible. Esta nueva espiritualización será, pues, fruto de la
gracia, esto es, de la comunicación de Dios en su misma divinidad, no sólo al
alma, sino a toda la subjetividad psicosomática del hombre. Hablamos aquí de la
'subjetividad' (y no sólo de la 'naturaleza') porque esa divinización se
entiende no sólo como un 'estado interior' del hombre (esto es, del sujeto),
capaz de ver a Dios 'cara a cara', sino también como una nueva formación de
toda la subjetividad personal del hombre a medida de la unión con Dios en su
misterio trinitario y de la intimidad con El en la perfecta comunión de las
personas. Esta intimidad con toda su intensidad subjetiva no absorberá la
subjetividad personal del hombre, sino, al contrario, la hará resaltar en
medida incomparablemente mayor y más plena.
4. La
'divinización' en el 'otro mundo' indicada por las palabras de Cristo aportará
al espíritu humano una tal 'gama de experiencias' de la verdad y del amor, que
el hombre nunca habría podido alcanzar en la vida terrena. Cuando Cristo habla
de la resurrección, demuestra al mismo tiempo que en esta experiencia
escatológica de la verdad y del amor, unida a la visión de Dios 'cara a cara'
participará también, a su modo, el cuerpo humano. Cuando Cristo dice que los
que participen en la resurrección futura 'ni se casarán ni serán dadas en matrimonio'
(Mc 12, 25), sus palabras como ya hemos observado antes afirman no sólo el
final de la historia terrena, vinculada al matrimonio y a la procreación, sino
también parecen descubrir el nuevo significado del cuerpo. En este caso, es
quizá posible pensar a nivel de escatología bíblica en el descubrimiento del
significado 'esponsalicio' del cuerpo, sobre todo como significado 'virginal'
de ser, en cuanto al cuerpo, varón y mujer? Para responder a esta pregunta que
surge de las palabras referidas por los sinópticos, conviene penetrar más a
fondo en la esencia misma de lo que será la visión beatífica del Ser divino,
visión de Dios 'cara a cara' en la vida futura. Es preciso también dejarse
guiar por esa 'gama de experiencias' de la verdad y del amor que sobrepasa los
límites de las posibilidades cognoscitivas y espirituales del hombre en la
temporalidad, y de la que será partícipe en el 'otro mundo'.
5.
Esta 'experiencia escatológica' del Dios viviente concentrará en sí no sólo
todas las energías espirituales del hombre, sino que al mismo tiempo le
descubrirá, de modo vivo y experimental, la 'comunicación' de Dios a toda la
creación, y en particular al hombre; lo cual es el 'don' más personal de Dios
en su misma divinidad al hombre; a ese ser que desde el principio lleva en sí
la imagen y semejanza de El. Así, pues, en el 'otro mundo', el objeto de la
'visión' será ese misterio escondido desde la eternidad en el Padre, misterio
que en el tiempo ha sido revelado en Cristo para realizarse incesantemente por
obra del Espíritu Santo; ese misterio se convertirá, si nos podemos expresar
así, en el contenido de la experiencia escatológica y en la 'forma' de toda la
existencia humana en las dimensiones del 'otro mundo'. La vida eterna hay que
entenderla en sentido escatológico, esto es, como plena y perfecta experiencia
de esa gracia (chairas) de Dios, de la que el hombre se hace partícipe,
mediante la fe, durante la vida terrena, y que, en cambio, no sólo deberá
revelarse a los que participarán del 'otro mundo' en toda su penetrante
profundidad, sino ser también experimentada en su realidad beatificante.
Suspendemos
aquí nuestra reflexión, centrada en las palabras de Cristo relativas a la
futura resurrección de los cuerpos. En esta 'espiritualización' y 'divinización',
de las que el hombre participará en la resurrección, descubrimos en una
dimensión escatológica las mismas características que calificaban el
significado 'esponsalicio' del cuerpo; las descubrimos en el encuentro con el
misterio del Dios viviente, que se revela mediante la visión de El 'cara a
cara'.
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1.
"En la resurrección... ni se casarán ni se darán en casamiento, sino que
serán como ángeles en el cielo' (Mt 22, 30; análogamente Mc 12, 25); '... son
semejantes a los ángeles e hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección' (Lc
20, 36).
La
comunión (communio) escatológica del hombre con Dios, constituida gracias al
amor de una perfecta unión, estará alimentada por la visión 'cara a cara': la
contemplación de esa comunión más perfecta, puramente divina, que es la
comunión trinitaria de las personas divinas en la unidad de la misma divinidad.
2.
Las palabras de Cristo referidas por los evangelios sinópticos nos permiten
deducir que los que participen del 'otro mundo' conservarán en esta unión con
el Dios vivo que brota de la visión beatífica de su unidad y comunión
trinitaria no sólo su auténtica subjetividad, sino que la adquirirán en medida
mucho más perfecta que en la vida terrena. Así quedará confirmada, además, la
ley del orden integral de la persona, según el cual la perfección de la
comunión no sólo está condicionada por la perfección o madurez espiritual del
sujeto, sino también, a su vez, la determina. Los que participarán en el 'mundo
futuro', esto es, en la perfecta comunión con el Dios vivo, gozarán de una
subjetividad perfectamente madura. Si en esta perfecta subjetividad, aun
conservando en su cuerpo resucitado, es decir, glorioso, la masculinidad y la
feminidad, 'no tomarán mujer ni marido', esto se explica no sólo porque ha
terminado la historia, sino también y sobre todo por la 'autenticidad
escatológica' de la respuesta a esa 'comunicación' del sujeto divino, que
constituirá la experiencia beatificante del don de sí mismo por parte de Dios,
absolutamente superior a toda experiencia propia de la vida terrena.
3. El
recíproco don de sí mismo a Dios don en el que el hombre concentrará y
expresará todas las energías de la propia subjetividad personal y, a la vez,
psicosomática será la respuesta al don de sí mismo por parte de Dios al
hombre(*). En este recíproco don de sí mismo por parte del hombre, don que se
convertirá, hasta el fondo y definitivamente, en beatificante, como respuesta
digna de un sujeto personal al don de sí por parte de Dios, la 'virginidad', o
mejor, el estado virginal del cuerpo, se manifestará plenamente como
cumplimiento escatológico del significado 'esponsalicio' del cuerpo, como el
signo específico y la expresión auténtica de toda la subjetividad personal.
Así, pues, esa situación escatológica en la que 'no tomarán mujer ni marido',
tiene su fundamento sólido en el estado futuro del sujeto personal, cuando
después de la visión de Dios 'cara a cara' nacerá en él un amor de tal
profundidad y fuerza de concentración en Dios mismo, que absorberá
completamente toda su subjetividad psicosomática.
4.
Esta concentración del conocimiento ('visión') y del amor en Dios mismo
concentración que no puede ser sino la plena participación en la vida íntima de
Dios, esto es, en la misma realidad trinitaria será, al mismo tiempo, el
descubrimiento en Dios de todo el 'mundo' de las relaciones constitutivas de su
orden perenne ('cosmos'). Esta concentración será, sobre todo, del
descubrimiento de sí por parte del hombre, no sólo en la profundidad de la
propia persona, sino también en la unión que es propia del mundo de las
personas en su constitución psicosomática. Ciertamente, ésta es una unión de
Comunión. La concentración del conocimiento y del amor sobre Dios mismo en la
comunión trinitaria de las personas puede encontrar una respuesta beatificante
en los que llevarán a ser partícipes del 'otro mundo' únicamente a través de la
realización de la comunión reciproca proporcionada a personas creadas. Y por
esto profesamos la fe en la 'comunión de los santos' (communio sanctorum), y la
profesamos en conexión orgánica con la fe en la 'resurrección de los muertos'.
Las palabras con las que Cristo afirma que en el 'otro mundo... no tomarán
mujer ni marido', constituyen la base de estos contenidos de nuestra fe y al
mismo tiempo requieren una adecuada interpretación precisamente a la luz de la
fe. Debemos pensar en la realidad del 'otro mundo' con las categorías del descubrimiento
de una nueva, perfecta subjetividad de cada uno y, a la vez, del descubrimiento
de una nueva, perfecta intersubjetividad de todos. Así, esta realidad significa
el verdadero y definitivo cumplimiento de la subjetividad humana, y, sobre esta
base, la definitiva realización del significado 'esponsalicio' del cuerpo. La
total concentración de la subjetividad creada, redimida y glorificada en Dios
mismo no apartará al hombre de esta realización, sino que, por el contrario, lo
introducirá y lo consolidará en ella. Finalmente, se puede decir que así la
realidad escatológica se convertirá en fuente de la perfecta realización del
'orden trinitario' en el mundo creado de las personas.
5.
Las palabras con las que Cristo se remite a la resurrección futura palabras
confirmadas de modo singular por su resurrección completan lo que en las
reflexiones precedentes solíamos llamar 'revelación del cuerpo'. Esta
revelación penetra de algún modo en el corazón mismo de la realidad que
experimentamos, y esta realidad es, sobre todo, el hombre, su cuerpo, el cuerpo
del hombre 'histórico'. A la vez, esta revelación nos permite sobrepasar la
esfera de esta experiencia en dos direcciones. Ante todo, en la dirección de
ese 'principio' al que Cristo hace referencia en su conversación con los
fariseos respecto a la indisolubilidad del matrimonio (Cfr. Mt 19, 39); en
segundo lugar, en la dirección del 'otro mundo', sobre el que el Maestro llama
la atención de sus oyentes en presencia de los saduceos, que 'niegan la
resurrección' (Mt 22, 23). Estas dos 'aplicaciones' de la esfera de la
experiencia del cuerpo (si así se puede decir) no son completamente accesibles
a nuestra comprensión (obviamente teológica) del cuerpo. Lo que es el cuerpo
humano en el ámbito de la experiencia histórica del hombre, no queda totalmente
anulado por esas dos dimensiones de su existencia reveladas mediante la palabra
de Cristo.
6. Es
claro que aquí se trata no tanto del 'cuerpo' en abstracto, sino del hombre,
que es, a la vez, espiritual y corpóreo. Prosiguiendo en las dos direcciones
indicadas por la palabra de Cristo y volviendo a la consideración de la
experiencia del cuerpo en la dimensión de nuestra existencia terrena (por lo
tanto, en la dimensión histórica), podemos hacer una cierta reconstrucción
teológica de lo que habría podido ser la experiencia del cuerpo según el
'principio' revelado del hombre, y también de lo que él será en la dimensión
del 'otro mundo'. La posibilidad de esta reconstrucción, que amplía nuestra
experiencia del hombre cuerpo, indica, al menos indirectamente, la coherencia
de la imagen teológica del hombre en estas tres dimensiones, que concurren
juntamente a la constitución de la teología del cuerpo.
Al
interrumpir por hoy las reflexiones sobre este tema, os invito a dirigir
vuestros pensamientos a los días santos del Adviento que estamos viviendo.
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Notas:
(*)
En la concepción bíblica, se trata de una inmortalidad 'dialogística'
(resurrección); es decir, la inmortalidad no resulta simplemente del no poder
morir de lo indivisible, sino de la acción salvadora del amante que tiene poder
para hacer inmortal. El hombre no puede, por tanto, perecer totalmente, porque
es conocido y amado por Dios. Si todo amor quiere eternidad, el amor de Dios no
sólo quiere, sino que opera y es inmortalidad... Puesto que la inmortalidad, en
el pensamiento bíblico, no procede del propio poder de lo indestructible en sí
mismo, sino del hecho de haber entrado en diálogo con el Creador, debe llamarse
resurrección (en sentido pasivo)...' (GFR, Resurrección de la carne: aspecto
teológico, en Sacramentum Mundi vol. 6 [Barcelona 1976, edit. Herder] p.7475).