El «Compendio de la doctrina social de la Iglesia Católica»
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Presentación del cardenal
Martino
presidente del Consejo Pontificio
para la Justicia y la Paz
Esta obra se inició hace cinco años, bajo la presidencia de mi venerado
predecesor el cardenal François-Xavier Nguyên Van Thuân. La enfermedad y,
más tarde, la muerte del cardenal Van Thuân, así como el consiguiente cambio
de presidencia en el Consejo pontificio Justicia y paz, produjeron un
inevitable retraso en el trabajo.
La elaboración del «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» no fue
una tarea fácil. Los problemas más complejos que se afrontaron fueron
fundamentalmente cuatro: el hecho de que se trataba de elaborar un texto sin
precedentes en la historia de la Iglesia; la formulación de algunas
complejas cuestiones epistemológicas inherentes a la naturaleza de la
doctrina social de la Iglesia; y el deseo de ofrecer una enseñanza que
resistiera el paso del tiempo, en una fase histórica caracterizada por
cambios sociales, económicos y políticos muy rápidos y radicales.
El «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» brinda un cuadro completo
de las líneas fundamentales del "corpus" doctrinal de la enseñanza social
católica. El documento, fiel a las autorizadas indicaciones que el Santo
Padre Juan Pablo II dio en el número 54 de la exhortación apostólica
«Ecclesia in America», presenta «de manera completa y sistemática, aunque de
forma sintética, la doctrina social, que es fruto de la sabia reflexión del
Magisterio y expresión del compromiso constante de la Iglesia, en fidelidad
a la gracia de la salvación de Cristo y en amorosa solicitud por el destino
de la humanidad» («Compendio», n. 8).
El «Compendio» tiene una estructura sencilla y clara. Después de una
«Introducción», siguen tres partes:
La primera, que consta de cuatro capítulos, trata sobre los presupuestos
fundamentales de la doctrina social: el designio amoroso de Dios con
respecto al hombre y a la sociedad, la misión de la Iglesia y la naturaleza
de la doctrina social, la persona humana y sus derechos, y los principios y
valores de la doctrina social.
La segunda, que consta de siete capítulos, trata sobre los contenidos y los
temas clásicos de la doctrina social: la familia, el trabajo humano, la vida
económica, la comunidad política, la comunidad internacional, el medio
ambiente y la paz.
La tercera, muy breve —consta de un solo capítulo—, contiene una serie de
indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral
de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles
laicos.
La «Conclusión», titulada "Para una civilización del amor", resume la idea
de fondo de todo el documento.
La obra se completa con amplios índices, utilísimos y fáciles de consultar.
El Compendio tiene una finalidad precisa y se caracteriza por algunos
objetivos claramente enunciados en la Introducción, que reza así: "Se
presenta como instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los
complejos acontecimientos que caracterizan a nuestro tiempo; como guía para
inspirar, en el ámbito individual y en el colectivo, comportamientos y
opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como
subsidio para los fieles en la enseñanza de la moral social" (n. 10).
Asimismo, es un instrumento elaborado con el objetivo preciso de promover
"un nuevo compromiso capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo y
adecuado a las necesidades y a los recursos del hombre, y sobre todo al
anhelo de valorar, con formas nuevas, la vocación propia de los diversos
carismas eclesiales con vistas a la evangelización del ámbito social, porque
"todos los miembros de la Iglesia participan de su dimensión secular"
(Christifideles laici, 15)" (ib.).
Un dato que conviene poner de relieve, pues se halla presente en varias
partes del documento, es el siguiente: el texto se presenta como un
instrumento para alimentar el diálogo ecuménico e interreligioso de los
católicos con todos los que buscan sinceramente el bien del hombre. En
efecto, en el número 12 se afirma: "Este documento se propone también a los
hermanos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, a los seguidores de
las otras religiones, así como a los hombres y mujeres de buena voluntad que
se interesan por el bien común".
En efecto, la doctrina social, además de dirigirse de forma primaria y
específica a los hijos de la Iglesia, tiene un destino universal. La luz del
Evangelio, que la doctrina social refleja sobre la sociedad, ilumina a todos
los hombres: todas las conciencias e inteligencias son capaces de captar la
profundidad humana de los significados y de los valores expresados en esta
doctrina, así como la carga de humanidad y humanización de sus normas de
acción.
Evidentemente, el «Compendio de la doctrina social de la Iglesia» atañe ante
todo a los católicos, porque «la primera destinataria de la doctrina social
es la comunidad eclesial en todos sus miembros, dado que todos tienen que
asumir responsabilidades sociales. (...) En las tareas de evangelización, es
decir, de enseñanza, catequesis y formación, que suscita la doctrina social
de la Iglesia, está destinada a todo cristiano, según las competencias, los
carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de cada uno» (n. 83).
La doctrina social implica, asimismo, responsabilidades relativas a la
construcción, organización y funcionamiento de la sociedad: obligaciones
políticas, económicas, administrativas, es decir, de índole secular, que
corresponden a los fieles laicos de modo peculiar, en virtud de la condición
secular de su estado de vida y de la índole secular de su vocación; mediante
esas responsabilidades los laicos ponen en práctica la doctrina social y
cumplen la misión secular de la Iglesia.
En la elaboración del «Compendio» se planteó constantemente la cuestión
relativa a la situación de la doctrina social de la Iglesia en el mundo de
hoy. Al formular la respuesta, se consideró que no convenía seguir el camino
de un simple análisis sociológico o una enumeración de prioridades sociales
o problemas emergentes. Más bien, se creyó oportuno que el «Compendio»
constituyera un instrumento serio y riguroso adecuado para realizar el
discernimiento —acto cognoscitivo eclesial y comunitario— tan indispensable
hoy. El discernimiento cristiano se funda en la lectura de los signos de los
tiempos, realizada a la luz de la palabra de Dios y del "corpus" de verdades
que el Magisterio ha constituido como doctrina social de la Iglesia, con la
finalidad de orientar la praxis comunitaria y personal. Así se llega al
centro mismo de la doctrina social de la Iglesia, a su íntima naturaleza de
"encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias (...) con los
problemas que derivan de la vida de la sociedad" (Congregación para la
doctrina de la fe, instrucción «Libertatis conscientia», 72). El «Compendio
de la doctrina social de la Iglesia» presenta la doctrina social de la
Iglesia como una enseñanza que nace del discernimiento, que ella misma es
discernimiento y está orientada al discernimiento.
Desde esta perspectiva de fondo, el «Compendio» tiene como finalidad
favorecer un discernimiento capaz de afrontar algunos desafíos decisivos y
de gran importancia.
El desafío cultural
El primer desafío es el del ámbito cultural, que la doctrina social afronta
aprovechando su dimensión interdisciplinar constitutiva. Mediante su
doctrina social, la Iglesia «proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma
y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta» («Sollicitudo rei
socialis», 41). Así pues, es evidente que, sobre todo con vistas al futuro,
la doctrina social deberá desarrollar cada vez más su dimensión
interdisciplinar («La doctrina social [...] tiene una importante dimensión
interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales
económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única
verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas
disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda
a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y
amada en la plenitud de su vocación»: «Centesimus annus», 59).
La dimensión interdisciplinar no es una añadidura, sino una dimensión
intrínseca de la doctrina social de la Iglesia, porque está íntimamente
vinculada a la finalidad de encarnar la verdad eterna del Evangelio en los
problemas históricos que debe afrontar la humanidad. La verdad del Evangelio
debe encontrarse con los saberes elaborados por el hombre, porque la fe no
es ajena a la razón; los frutos históricos de la justicia y la paz maduran
cuando la luz evangélica se filtra y penetra en las culturas, respetando las
autonomías recíprocas, pero también las conexiones analógicas entre fe y
saberes. Cuando el diálogo con las diversas disciplinas del saber se hace
íntimo y fecundo, la doctrina social de la Iglesia logra cumplir su misión
de estimular nuevos proyectos sociales, económicos y políticos que tengan
como centro a la persona humana, en todas sus dimensiones.
Conviene notar que la dimensión interdisciplinar, orientada teológicamente,
puede responder a dos exigencias fuertemente sentidas por la cultura de hoy.
La cultura actual rechaza cualquier sistema «cerrado», pero al mismo tiempo
busca razones. La doctrina social de la Iglesia no es «un sistema cerrado»
(«Libertatis conscientia», 72), y no lo es por dos motivos: porque es
histórica, es decir, «se desarrolla en función de las circunstancias
cambiantes de la historia» (ib.), y porque tiene su origen en el mensaje
evangélico (cf. ib.), que es trascendente y, precisamente por esta razón, es
la principal «fuente de renovación» (Pablo VI, «Octogesima adveniens», 42)
de la historia. La dimensión interdisciplinar permite a la doctrina social
orientar sin ser un sistema, y no ser un sistema sin desorientar.
El desafío de la indiferencia ética y religiosa
El segundo desafío es el que proviene de la situación de indiferencia ética
y religiosa, y de la necesidad de una renovada colaboración interreligiosa.
En el ámbito social, los aspectos más importantes de la indiferencia
generalizada son la separación entre ética y política, y la convicción de
que las cuestiones éticas no pueden aspirar a un estatuto público, no pueden
constituir el objeto de un debate racional y político, porque serían
expresiones de opciones individuales, incluso privadas. La separación entre
ética y política, por extensión, tiende a aplicarse también a las relaciones
entre la política y la religión, relegada a asunto privado.
En este ámbito, la doctrina social de la Iglesia tiene hoy y en el futuro
próximo una ardua tarea por desempeñar, una tarea que se puede cumplir mejor
si se realiza en diálogo con las confesiones cristianas y también con las no
cristianas. La colaboración interreligiosa será uno de los itinerarios de
valor estratégico para el bien de la humanidad, decisivo en el futuro de la
doctrina social. Contemplando con la mirada de la sabiduría cristiana los
acontecimientos de finales del siglo XX e inicios del milenio que acaba de
comenzar, se puede descubrir, guiados por el Santo Padre, al menos un ámbito
histórico de importancia prioritaria para el diálogo interreligioso sobre
los temas sociales. Se trata del tema de la paz y los derechos humanos.
De todos son conocidas las múltiples y apremiantes intervenciones del Papa
sobre este tema. Basta repasar los discursos que ha dirigido Juan Pablo II
en estos veintiséis años de pontificado al Cuerpo diplomático acreditado
ante la Santa Sede para darse cuenta de cuán frecuentes e insistentes son
sus llamamientos a una colaboración entre las religiones mundiales en favor
de la paz, con el «espíritu de Asís». Me limito aquí a citar un texto del
«Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002». Escribe el Santo Padre:
«Las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de
colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del
terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo
una mayor conciencia de la unidad del género humano. Se trata de un campo
concreto del diálogo y de la colaboración ecuménica e interreligiosa, para
que las religiones presten un servicio urgente a la paz entre los pueblos»
(n. 12: «L'Osservatore Romano», edición en lengua española, 14 de diciembre
de 2001, p. 8).
El terreno de los derechos humanos, de la paz, de la justicia social y
económica, del desarrollo, en el futuro próximo, ocupará cada vez más el
centro del diálogo interreligioso, en el que los católicos deberán
participar con su doctrina social, entendida como «corpus doctrinal» que
estimula pero que también se alimenta de «la actividad fecunda de millones y
millones de hombres, que (...) se han esforzado por inspirarse en él con
miras al propio compromiso en el mundo» («Centesimus annus», 3).
El desafío pastoral
El tercer desafío es específicamente pastoral. El futuro de la doctrina
social de la Iglesia en el mundo actual dependerá de que se comprenda cada
vez mejor que esa doctrina está arraigada en la misión propia de la Iglesia;
que nace de la palabra de Dios y de la fe viva de la Iglesia; y que es
expresión del servicio que la Iglesia presta al mundo, en el que la
salvación de Cristo se ha de anunciar con palabras y obras. Es decir, se
debe comprender cada vez mejor que esa doctrina está relacionada con todos
los aspectos de la vida y de la acción de la Iglesia: sacramentos, liturgia,
catequesis y pastoral. La doctrina social de la Iglesia, que «forma parte
esencial del mensaje cristiano» (ib., 5), debe ser conocida, difundida y
testimoniada. Cuando, de cualquier modo, se pierde la conciencia viva de
esta "pertenencia" de la doctrina social a la misión de la Iglesia, esa
doctrina social es instrumentalizada en función de varias formas de
ambigüedad o de parcialidad.
Quiero recordar aquí la famosa expresión: «La doctrina social cristiana es
parte integrante de la concepción cristiana de la vida», con la que el beato
Papa Juan XXIII, en la encíclica «Mater et magistra» (n. 206), abría el
camino, hace ya muchos años, a las sucesivas, importantes y profundas
precisiones de Juan Pablo II: «La enseñanza y la difusión de esta doctrina
social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia» («Sollicitudo
rei socialis», 41); la doctrina social, «instrumento de evangelización»
(«Centesimus annus», 54), «anuncia a Dios y su misterio de salvación en
Cristo a todo hombre» (ib.).
Esa doctrina podrá cumplir tanto mejor su servicio al hombre dentro del
entramado de la sociedad y de la economía cuanto menos se reduzca a un
discurso sociológico o político, a exhortación moralizadora, a «ciencia del
vivir bien» («Redemptoris missio», 11), o a simple «ética para situaciones
difíciles» y, por el contrario, cuanto más sea conocida, enseñada, vivida y
encarnada, en toda la plenitud de su «unión vital con el Evangelio del
Señor» («Sollicitudo rei socialis», 3).
Para concluir la presentación del «Compendio de la doctrina social de la
Iglesia» con estas reflexiones sobre el papel de la doctrina social de la
Iglesia en el mundo actual ante las nuevas exigencias de la evangelización,
quisiera poner de relieve una doble dimensión de la presencia de los
cristianos en la sociedad, una doble inspiración que nos viene de la
doctrina social misma y que en el futuro exigirá que se viva cada vez más en
síntesis complementaria.
Me refiero, por una parte, a la exigencia del testimonio personal y, por
otra, a la exigencia de un nuevo proyecto para un auténtico humanismo que
implique las estructuras sociales. Nunca se han de separar ambas
dimensiones, la personal y la social. Yo albergo la gran esperanza de que el
«Compendio de la doctrina social de la Iglesia» haga madurar personalidades
creyentes auténticas y las impulse a ser testigos creíbles, capaces de
modificar los mecanismos de la sociedad actual con el pensamiento y con la
acción.
Siempre hay necesidad de testigos, de mártires y de santos, también en el
ámbito social. Los Sumos Pontífices a menudo han hecho referencia a las
personas que han vivido su presencia en la sociedad como «testimonio de
Cristo Salvador» («Centesimus annus», 5). Se trata de todos los que la
«Rerum novarum» consideraba «muy dignos de elogio» (n. 41) por haberse
comprometido a mejorar, en esos tiempos, la condición de los obreros; de
ellos la «Centesimus annus» dice que «han sabido encontrar, una y otra vez,
formas eficaces para dar testimonio de la verdad» (n. 23). «A impulsos del
magisterio social, se han esforzado por inspirarse en él con miras al propio
compromiso en el mundo. Actuando individualmente o bien coordinados en
grupos, asociaciones y organizaciones, han constituido como un gran
movimiento para la defensa de la persona humana y para la tutela de su
dignidad» (ib., 3).
Son los innumerables cristianos, en su mayoría laicos, que «se han
santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida» («Novo
millennio ineunte», 31). El testimonio personal, fruto de una vida cristiana
«adulta», profunda y madura, no puede por menos de contribuir también a la
construcción de una nueva civilización, en diálogo con las disciplinas del
saber humano, en diálogo con las demás religiones y con todos los hombres de
buena voluntad, para la realización de un humanismo integral y solidario.