Discurso del Papa Juan Pablo II a los miembros del cuerpo diplomático 13 de enero de 1990
Excelencias,
señoras,
señores:
1. A todos vosotros, a los pueblos y a los gobiernos a los que representáis,
así como a vuestras familias, os presento mis más cordiales deseos de
felicidad y de prosperidad para el año que acaba de comenzar. Estas
intenciones se convierten en oración, pidiendo a Aquel que "se hizo carne" y
"puso su Morada entre nosotros" (cf. Jn 1, 14), que os bendiga y que haga
fructificar vuestro trabajo al servicio de la comprensión entre los hombres,
reconfortando a quienes, entre vosotros, sienten angustia o atraviesan un
momento de prueba.
Satisfacción por Polonia
2. Quisiera repetir de nuevo a los diplomáticos recientemente acreditados
ante la Santa Sede mi alegría al acogerlos, así como cuánto esperamos de su
colaboración, tanto mis colaboradores como yo mismo.
Igualmente, hago notar con satisfacción la presencia entre vosotros del
embajador de Polonia, país que, tras un largo paréntesis, ha reanudado sus
relaciones diplomáticas con la Santa Sede.
3. Finalmente, quiero agradecer cordialmente a vuestro decano, el embajador
de Costa de Marfil, quien, con su habitual delicadeza, se ha hecho
intérprete de vuestros pensamientos y deseos. Junto a los acontecimientos
positivos, frecuentemente inesperados, que han marcado la actualidad
internacional del año pasado, Usted, señor embajador, ha mencionado los
esfuerzos de la comunidad internacional por remediar las crisis y las
situaciones de injusticia sufridas todavía hoy por demasiados pueblos, con
frecuencia los más desfavorecidos. Os agradezco el sincero aprecio que
acabáis de manifestar hacia la actividad de la Iglesia católica y de esta
Sede apostólica, quienes, mediante la difusión del mensaje evangélico, se
esfuerzan por contribuir de forma específica a la causa de la justicia y a
la búsqueda de la paz.
La Iglesia y la unión de la familia humana
4. Señoras y señores, vuestra presencia manifiesta de forma clara que, para
los pueblos a los que pertenecéis y para sus dirigentes, la Iglesia y la
Santa Sede no son ajenas a sus realizaciones y a sus esperanzas, y menos
todavía a los problemas y a las adversidades que jalonan su camino. Vosotros
conocéis, y sois testigos directos, que la presencia de la Iglesia en el
mundo y la acción diplomática de la Santa Sede en particular quisieran
contribuir a fortalecer y a completar la unión de la familia humana.
Recordad lo que a este propósito declara la Constitución pastoral Gaudium et
spes del Concilio Vaticano II: "Como, en virtud de su misión y naturaleza,
la Iglesia no está ligada a ninguna forma particular de cultura humana o
sistema político, económico o social, puede ser por esta universalidad
peculiar el lazo que estreche íntimamente a las diversas comunidades y
naciones, siempre que ellas confíen en la Iglesia y reconozcan realmente su
auténtica libertad para cumplir esta misión que le es propia" (n. 42).
Grandes transformaciones en muchos países
5. En razón de esta solicitud e interés por el bienestar espiritual y
material de todos los hombres, la Santa Sede ha acogido con satisfacción las
grandes transformaciones que, en especial en Europa, han marcado
recientemente la vida de diversos pueblos.
La irreprimible sed de libertad allí manifestada ha acelerado los cambios,
haciendo caer los muros y abrirse las puertas a una velocidad de verdadero
vértigo. Además, como sin duda ya lo habréis advertido, el punto de partida
o el de encuentro con frecuencia ha sido una Iglesia. Poco a poco las velas
se han encendido hasta formar un verdadero camino de luz, como diciendo a
quienes durante esos años han pretendido limitar los horizontes del hombre a
esta tierra, que éste no puede permanecer indefinidamente encadenado. Ante
nuestros ojos parece renacer una "Europa del espíritu", al filo de los
valores y de los símbolos que la han labrado, de "esta tradición cristiana
que une a todos sus pueblos" (Alocución al Congreso para el V centenario del
nacimiento de Martín Lutero, 24 de marzo de 1984).
Aun constatando esta feliz evolución que ha llevado a tantos pueblos al
reencuentro de su identidad y de su igual dignidad, no hay que olvidar que
nada está definitivamente conseguido. Las secuelas de la segunda guerra
mundial, puestas en marcha hace cincuenta años, incitan a la vigilancia. Las
seculares rivalidades siempre pueden reaparecer, los conflictos entre las
minorías étnicas pueden inflamarse de nuevo y los nacionalismos exacerbarse.
Por todo ello, es necesario que una Europa, concebida como una "comunidad de
naciones" se afirme sobre la base de los principios tan oportunamente
adoptados en Helsinki en 1975 por la Conferencia sobre la Seguridad y la
Cooperación en Europa.
Confianza entre los pueblos
6. Esta Conferencia terminó por imponer la convicción fundamental de que la
paz del continente depende no sólo de la seguridad militar, sino también —y
puede ser que sobre todo— de la confianza que cada ciudadano debe poder
tener en su propio país y de la confianza entre los pueblos. El año 1989
comenzó con la adopción en Viena, el 19 de enero, del Documento final de la
tercera reunión consecutiva de esta misma Conferencia. Los treinta y cinco
países participantes adoptaron un texto importante que, por sus compromisos
concretos y por el equilibrio establecido entre los aspectos militares,
humanitarios y económicos de la seguridad, ha puesto de relieve que la
estabilidad de la comunidad de las naciones europeas descansa ante todo
sobre los valores compartidos y sobre un código de conducta exigente. Este
código no permite a los dirigentes de un país convertirse en directores del
pensamiento de sus conciudadanos, o a las naciones más fuertes imponerse a
las más vulnerables, despreciando su dignidad.
Las libertades fundamentales
7. Varsovia, Moscú, Budapest, Berlín, Praga, Sofía y Bucarest, por no citar
nada más que las capitales, se han convertido en las etapas de una larga
peregrinación hacia la libertad. Debemos rendir un homenaje a los pueblos
que, al precio de inmensos sacrificios, han tenido la valentía de
emprenderla y también a los responsables políticos que la han favorecido. Lo
más admirable en los acontecimientos que hemos contemplado es que pueblos
enteros han tomado la palabra; mujeres, jóvenes y hombres han vencido el
miedo. La persona humana ha manifestado los inagotables recursos de
dignidad, de valentía y de libertad que posee En países en los que durante
tantos años un partido ha dicho cuál era la verdad que se debía creer y el
sentido que debía darse a la historia, estos hermanos han mostrado que no es
posible asfixiar las libertades fundamentales que dan sentido a la vida del
hombre: la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión, de expresión
y de pluralismo político y cultural.
Valores irreemplazables
8. Es necesario que estas aspiraciones, manifestadas por los pueblos, sean
satisfechas por el Estado de derecho en cada nación europea. La neutralidad
ideológica, la dignidad de la persona humana como fuente de los derechos, la
preferencia de la persona en relación a la sociedad, el respeto de las
normas jurídicas democráticamente aceptadas y el pluralismo en la
organización de la sociedad, representan los valores irreemplazables sin los
que no se puede construir establemente una casa común en el Este y en el
Oeste, accesible a todos y abierta al mundo. No puede existir una sociedad
digna del hombre sin el respeto de los valores trascendentales y
permanentes. Cuando el hombre se convierte en la medida única de todo, sin
referencia a Aquel de quien todo viene y hacia el que todo camina,
rápidamente se convierte en esclavo de su propia finitud. El creyente sabe
por propia experiencia que el hombre es verdaderamente tal cuando recibe y
acepta el plan de salvación de Dios: "Reunir en uno a los hijos de Dios: que
estaban dispersos" (Jn 11, 52).
Construcción de una casa común europea
9. Para los Europeos del Oeste que tienen la ventaja de haber vivido largos
años de libertad y de prosperidad, ha llegado la hora de ayudar a sus
hermanos del Centro y del Este para que ocupen plenamente el lugar que les
corresponde en la Europa de hoy y de mañana. En efecto, el momento es
oportuno para recoger las piedras de los muros derrumbados y construir
juntos la casa común. Desgraciadamente, con demasiada frecuencia, las
democracias occidentales no han sabido hacer uso de la libertad conquistada
al precio de duros sacrificios. No se puede sino lamentar la deliberada
ausencia de toda referencia moral y trascendente en la gestión de las
denominadas sociedades "desarrolladas". Junto a generosos gestos de
solidaridad, de un éxito real en la promoción de la justicia y una
preocupación constante por el respeto efectivo de los derechos del hombre,
es preciso constatar la presencia y la difusión de contravalores como el
egoísmo, el hedonismo, el racismo y el materialismo práctico. Sería una pena
que quienes acaban de alcanzar la libertad y la democracia se vieran
decepcionados por los que, en cierta medida, son sus "veteranos". Todos los
europeos están llamados providencialmente a reencontrar las raíces
espirituales que hicieron Europa. Sobre este tema quisiera repetir ante este
cualificado auditorio lo que tuve la ocasión de decir en Estrasburgo a los
parlamentarios del Consejo de Europa, en octubre de 1988: "Si Europa quiere
ser fiel a sí misma, tiene que saber reunir todas las fuerzas vivas de este
continente, respetando el carácter original de cada región, pero
reencontrando en sus raíces un espíritu común... Expresando el deseo
ardiente de ver intensificada la cooperación, ya bosquejada, con las otras
naciones, particularmente del Centro y del Este, tengo la impresión de
asociarme al deseo de millones de hombres y de mujeres que se saben ligados
en una historia común y que esperan un destino de unidad y de solidaridad a
la medida de este continente" (Discurso ante la Asamblea parlamentaria del
Consejo de Europa, en Estrasburgo, el 8 de octubre de 1988, L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 6 de noviembre de 1988, pág. 8). He
aquí, señoras y señores, no sólo lo que esperan los europeos, sino también
lo que el mundo entero aguarda de un continente que tanto ha aportado a los
demás.
Búsqueda de la paz y del diálogo
10. Por todo ello, veo con confianza los esfuerzos emprendidos por los
responsables de los Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas, preocupados por el diálogo y la paz. Mis contactos
con ellos me han permitido constatar su voluntad de que la cooperación
internacional repose sobre bases más seguras, haciendo que cada país sea
considerado más como un compañero que como un competidor.
Esto será así si todos los miembros de la comunidad de naciones, en especial
los que tienen mayor peso y responsabilidad en la salvaguarda de la paz, se
empeñan en respetar escrupulosamente los principios del derecho
internacional, que tanto ha contribuido a la consolidación de una armoniosa
colaboración entre los Estados.
El nuevo clima que progresivamente se ha instalado en Europa ha favorecido
sustanciales progresos en las negociaciones para el desarme nuclear, químico
y convencional. El año 1989 bien podría representar el declive de lo que se
ha venido llamando "la guerra fría", de la división de Europa y del mundo en
dos campos ideológicamente opuestos, de la incontrolada carrera de
armamentos y del aprisionamiento del mundo comunista en una sociedad
cerrada. ¡Demos gracias a Dios, que ha querido inspirar a los hombres estos
"pensamientos de paz" que Cristo, al venir a nosotros en la noche de
Navidad, depositó en cada uno como una herencia y un fermento, capaces de
cambiar el mundo!
Nueva atmósfera en el continente africano
11. Esta nueva atmósfera también se ha extendido, felizmente, más allá de
Europa. Procesos de pacificación han avanzado, en particular gracias a la
clarividente acción de la Organización de las Naciones Unidas, a la que me
satisface rendir homenaje en este momento.
Se han celebrado elecciones libres en Namibia, que pronto deberá acceder a
su independencia, tan esperada por la población.
Las negociaciones en Angola y en Mozambique merecen ser animadas, a fin que
la buena voluntad de todos permita superar los actuales obstáculos que
retrasan su logro; así se pondrá término a las crueles pruebas de sus
poblaciones, ya materialmente poco favorecidas, que de este modo podrán
convertirse en los artífices de su propio desarrollo.
Las reformas políticas y constitucionales hacia las que parece encaminarse
la República Sudafricana deberían traducirse mejor en la práctica,
favoreciendo el clima de confianza y de diálogo. cuya urgente necesidad es
sentida por todos.
También Burundi parece encaminarse hacia la vía que permita superar
definitivamente los conflictos étnicos que hasta ahora padece.
Igualmente sobre el continente africano, es necesario que tomemos nota del
nacimiento de la Unión del Magreb Árabe, punto de partida de una necesaria
cooperación regional que debería favorecer no sólo los intercambios
económicos. sino también el arreglo pacífico de los problemas pendientes y,
finalmente, las relaciones favorables con la Comunidad Económica Europea.
Finalmente, bien lejos de aquí, en América del Sur, la celebración de
elecciones democráticas, hace bien poco en Chile y en Brasil, constituye una
etapa importante en la marcha de las naciones de esta región hacia una mayor
libertad y democracia, una etapa que otros países todavía esperan.
Preocupación por el Líbano
12. Sin embargo, lo mismo que a la misma hora en la que el alba se eleva
sobre unas partes de la tierra, otras todavía permanecen en la sombra del
crepúsculo, igual sucede en la escena internacional: aunque se constaten
progresos aquí o allá, numerosos países permanecen prisioneros en la
incertidumbre y en la prueba.
Mi pensamiento se dirige en primer lugar hacia el Oriente Próximo, víctima
permanente de la injusticia y de la violencia. El porvenir del Líbano, a
pesar de los numerosos esfuerzos emprendidos, sigue siendo precario. Es
urgente que los libaneses puedan decidir soberanamente su futuro, en la
fidelidad a los valores de la civilización que han labrado la cautivadora
fisonomía de este país.
Al lado de la tierra libanesa, las poblaciones de Cisjordania y Gaza
permanecen sometidas a sufrimientos difícilmente admisibles. ¿Cómo no
repetir una vez más que sólo la negociación podrá garantizar a las partes
enfrentadas el respeto de sus legítimas aspiraciones, la paz inmediata y la
seguridad futura?
En el Golfo, terminada la guerra entre Irak e Irán, quedan por resolver,
entre otros, los problemas de la repatriación de los prisioneros de guerra,
problema humano por excelencia. Cuando acaban de concluir las fiestas de fin
de año, tiempo de gozosos encuentros familiares, no deberíamos olvidar la
suerte reservada a estas personas, jóvenes en su mayoría, todavía retenidos
lejos de los suyos, sin un motivo que lo justifique.
Más hacia el Este, un problema parecido lo forman los refugiados afganos,
que esperan poder regresar a su tierra. La comunidad internacional no puede
desinteresarse de su situación, ni tampoco de la de las poblaciones de
Afganistán que diariamente experimentan los efectos devastadores de un
conflicto sangriento. También allí, desde hace bastante tiempo las partes
interesadas multiplican sus esfuerzos para que, dentro del respeto a las
legítimas aspiraciones de todos, cesen las endémicas hostilidades y los
sufrimientos impuestos a civiles inocentes.
Situaciones dolorosas en Asia
13. Una rápida mirada dirigida a la inmensa Asia Oriental presenta ante
nuestros ojos grandes pueblos, nobles tradiciones culturales y religiosas,
que deberían poder contribuir al armonioso progreso de la vida
internacional. Junto a positivas señales, portadoras de esperanza, subsisten
situaciones dolorosas
Pienso en Camboya, donde, a pesar de un primer intento de negociación,
todavía se espera una transición pacífica hacia un futuro que a todos
inspire confianza. Deseamos que una efectiva cooperación internacional
impida la vuelta a las terribles pruebas ya vividas por todo este pueblo.
El Sri Lanka desgraciadamente continúa siendo sacudido por todo tipo de
hostilidades. Estas han provocado, prácticamente a lo largo de todo el año
pasado, numerosas víctimas y comprometen de forma peligrosa la cohesión de
una nación de por sí tan pacífica.
También debemos mencionar al Vietnam. Quisiera alentar los discretos signos
de apertura manifestados últimamente, incluidos los referidos a la libertad
religiosa. La Iglesia y la Santa Sede permanecen disponibles para todo
diálogo susceptible de mejorar la situación en este campo. La comunidad
internacional, por su parte, debería estimular al valiente pueblo
vietnamita, ayudándole cada vez más para que ocupe el lugar que le
corresponde en el concierto de las naciones. Igualmente, la grave cuestión
de los refugiados de este país no se resolverá si no es por esta misma
solidaridad internacional.
Finalmente, no podría abandonar esta región sin mencionar a la nación china.
Los graves acontecimientos del mes de junio de 1989 me impresionaron
profundamente desde el principio y, haciéndome un poco el portavoz de todos
los que permanecen atentos a la suerte de la humanidad, no he dejado de
expresar mediante mis sentimientos de aflicción, el sincera deseo de que
tantos sufrimientos no sean estériles sino que más bien sirvan para renovar
la vida nacional de este noble país. En el umbral del año nuevo, no puedo
sino formular una vez más estos votos, convencido de que los problemas de la
paz presentan hoy tales dimensiones, que conciernen a todos los hombres y
mujeres de buena voluntad. En efecto, todos los pueblos del mundo están
llamados a construir la paz mediante el respeto de la verdad, de la justicia
y la libertad.
Violencia en América Central
14. En América Central, las perspectivas de una vuelta al proceso de paz
bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas, que tantas
esperanzas había suscitado, en cierta medida han quedado diluidas.
Recientemente El Salvador ha sido escenario de violentas luchas, que sobre
todo han afectado a la población civil. Nos acordamos de forma particular
del bárbaro asesinato de seis religiosos de la Compañía de Jesús. Pretender
resolver los problemas sociales mediante la violencia no es nada más que una
ilusión suicida. Por ello acogí con alivio la celebración de la reciente
cumbre de los Presidentes de los países de América Central, en San José de
Costa Rica, durante el último mes. Oportunamente declararon su profunda
convicción de que "es indispensable suscitar en la conciencia de los pueblos
la necesidad de rechazar el uso de la fuerza y del terror para la obtención
de fines y de objetivos políticos" (Declaración de San Isidro de Coronado,
12 de diciembre de 1989).
La plaga de la violencia y del terrorismo, agravada por el infame comercio
de la droga, que a menudo es la causa, ha hecho estragos en Perú y en
Colombia, hasta el punto de hacer peligrar el equilibrio social de estos
países. En este clima de anarquía, tenemos que deplorar el vil asesinato de
un obispo, el pastor de la diócesis colombiana de Arauca, monseñor Jesús
Jaramillo Monsalve.
Últimamente se ha añadido a estas preocupaciones la crisis del Panamá. Allí
también ha sido la población civil la que más ha sufrido. Es de desear que,
sin tardanzas, el pueblo panameño pueda reencontrar una vida normal, con la
dignidad y la libertad a las que todo pueblo soberano tiene derecho.
Dramáticos sufrimientos en África
15. Para finalizar este recorrido conviene hacer un alto en el continente
africano, donde dos pueblos en especial sufren desde hace años una trágica
suerte. En efecto, Sudán ha visto añadirse a las calamidades naturales las
todavía más nefastas de la guerra desatada en la parte meridional del país.
La devastación de ciudades y el éxodo de sus habitantes han provocado
lamentables angustias, como la de los numerosos refugiados. Es evidente la
urgencia de la ayuda internacional, la cual no podrá ser efectiva sin el
cumplimiento de la tregua armada, a la espera de la reanudación de las
conversaciones de paz, que habían abierto tantas esperanzas. Al silencio de
las armas se deberá añadir el efectivo respeto de los derechos fundamentales
de todos los componentes de la sociedad sudanesa, en especial de las
minorías, con su participación en la gestión del poder, en la producción y
en el uso de los recursos naturales; todo ello deberá hacerse con toda
libertad y sin ninguna discriminación de raza o de religión.
No menos preocupante aparece la situación de las poblaciones de Etiopía, a
las que por otro lado la Iglesia católica no ha cesado de ayudar mediante
sus organizaciones caritativas, que se han unido a las iniciativas de los
obispos del lugar y a los esfuerzos de los gobiernos y de los organismos no
gubernamentales. Aquí también, los dramáticos efectos de la sequía, las
enfermedades y el hambre han hecho todavía más devastadoras las
consecuencias de los conflictos internos. Deseamos que pronto se pueda
reemprender el envío de ayudas a los habitantes del Tigré si es que se
quiere evitar durante los próximos meses una tragedia de proporciones
gigantescas. Por otro lado, las negociaciones en marcha con Eritrea y Tigré
deberán contribuir a que prevalezca la convicción de que este conflicto no
puede encontrar una salida militar. A ello hemos de añadir que toda solución
deberá tener en cuenta las legítimas aspiraciones del querido pueblo
eritreo, que tanto ha sufrido ya.
Los cristianos en países de mayoría musulmana
16. Excelencias, señoras y señores, este es el contexto, con sus luces y con
sus sombras, sobre el que la Iglesia católica ha recibido la llamada de su
Señor para llevar el testimonio de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Dicho testimonio se hace visible en la buena voluntad de sus fieles más
humildes, en la incansable dedicación de sus obispos y sacerdotes y en el
compromiso incondicional de sus religiosos y religiosas. Hace poco tiempo,
al peregrinar por el Extremo Oriente y por la Isla de Mauricio, yo mismo he
podido constatar los abundantes frutos producidos por el trabajo y la
perseverancia apostólica de tantos obreros del Evangelio de ayer y de hoy.
¡Demos gracias a Dios!
Deseo ardientemente que, en medio de este clima de libertad que parece
extenderse un poco por todas partes, los creyentes puedan no sólo practicar
su fe —lo que determinados países y ciertas religiones mayoritarias no
siempre permiten—, sino también participar activamente y con pleno derecho
en el progreso político, social y cultural de las naciones a las que
pertenecen.
En efecto, la increencia y la secularización presentan desafíos que deben
ser recogidos por todos los creyentes, llamados a testimoniar juntos la
primacía de Dios sobre todas las cosas. Por ello, además de la libertad
religiosa que el Estado debe garantizarles, es esencial que se dé un mejor
conocimiento y una mayor colaboración entre las religiones. A este
propósito, yo mismo he podido constatar recientemente los beneficiosos
efectos de este entendimiento inter-confesional en Indonesia, donde los
principios del "Pancasila" permiten al Islam y a las demás religiones
practicadas por los habitantes de ese país encontrarse en un armonioso
diálogo, del que se beneficia toda la sociedad. Sin embargo, no siempre es
así. No puedo silenciar la preocupante situación en la que se encuentran los
cristianos en algunos países donde la religión islámica es mayoritaria. Las
noticias sobre su desamparo espiritual me llegan constantemente: privados en
muchas ocasiones de lugares de culto, objeto de continua sospecha,
imposibilitados para organizar una educación religiosa conforme a su fe o
incluso actividades caritativas, tienen la dolorosa sensación de ser
ciudadanos de segundo orden. Estoy convencido de que las grandes tradiciones
del Islam, como la acogida al extranjero, la fidelidad en la amistad, la
paciencia ante la adversidad y la importancia dada a la fe en Dios,
representan otros tantos principios que deberían permitir la superación de
inadmisibles actitudes sectarias. Espero vivamente que, del mismo modo que
los fieles musulmanes encuentran hoy en los países de tradición cristiana
las facilidades esenciales para satisfacer las exigencias de su religión,
también los cristianos puedan beneficiarse de un trato similar en todos los
países de tradición islámica. La libertad religiosa no debe limitarse a una
simple tolerancia. Se trata de una realidad civil y social, acompañada de
derechos específicos que permitan a los creyentes y a las comunidades
testimoniar sin temor su fe en Dios, viviendo todas sus exigencias.
La oración y la caridad de la Iglesia
17. Nunca la contribución de los creyentes ha sido tan útil como hoy, en un
mundo en el que tantos buscan dar un sentido a la existencia y a la
Historia. Estoy convencido que, de forma especial, el testimonio de la
oración, de la vida comunitaria en Iglesia y de la caridad efectiva es tan
necesario para el desarrollo del mundo como el progreso técnico o la
prosperidad material. Es esto lo que quise decir en el mensaje enviado al
Encuentro ecuménico Europeo de Basilea, celebrado en mayo último: "Los
pactos y las negociaciones políticas son medios necesarios para llegar a la
paz; y es grande nuestro reconocimiento hacia quienes se consagran a ello
con convicción, perseverancia y generosidad. Pero, para que sean duraderos y
fructuosos, tienen necesidad de un alma. Para nosotros, una inspiración
cristiana es la que puede proporcionársela por medio de una referencia
intrínseca a Dios, Creador, Salvador y Santificador, y a la dignidad de todo
hombre y de toda mujer creados a su imagen" (L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 25 de junio de 1989, pág. 6).
¡Es cierto que, por todas partes, la fuerza del Espíritu otorga a esta
humanidad un renovado brío espiritual que la acerca a su Creador! En nuestra
época, en la que la rentabilidad cuenta tanto, cuando se invoca con tanta
fuerza la libertad, ¡que nunca falten los signos de la trascendencia, la
atención a los más débiles y el respeto a las aspiraciones de los demás!
Hacia el final del segundo milenio
18. 1990 abre el decenio que nos llevará al final del segundo milenio de la
era cristiana. Hagamos de este período un "adviento" para cada hombre, para
cada pueblo, para nuestra tierra. Preparemos los caminos de Dios, que no
cesa de venir a nosotros, como en la Nochebuena, para enriquecernos con su
vida y con su presencia. Siempre queda en el corazón del hombre un espacio
que sólo El puede llenar. ¡Ojalá podamos, cada uno en nuestro respectivo
puesto, mediante el cumplimientos de las tareas que providencialmente se nos
han confiado, ayudar a los hombres de hoy a descubrir cada vez mejor, con
confianza y admiración, que Dios es su máximo bien!
¡Estos son mis deseos para vosotros, señoras y señores, para vuestros
conciudadanos, y para toda la familia humana! Con todo el corazón, los pongo
en las manos de "Aquel que tiene el poder de realizar las cosas
incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar" (Ef 3, 20). ¡Que
su bendición esté con todos vosotros!