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La castidad conyugal
- 14/11/1984
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1. A la luz de la Encíclica
Humanae vitae, el elemento fundamental de la espiritualidad conyugal es el amor
derramado en los corazones de los esposos como don del Espíritu Santo (cf. Rom
5, 5). Los esposos reciben en el sacramento este don juntamente con una
particular "consagración". El amor está unido a la castidad conyugal
que, manifestándose como continencia, realiza el orden interior de la convivencia
conyugal.
La castidad
es vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de las
"manifestaciones afectivas" en la proporción y en el significado
propios de ellas. De este modo, queda confirmada también la castidad conyugal
como "vida del Espíritu" (cf. Gál 5, 25), según la expresión de San
Pablo. El Apóstol tenía en la mente no sólo las energías inmanentes del
espíritu humano, sino, sobre todo, el influjo santificante del Espíritu
Santo y sus dones particulares.
2. En el
centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como
virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con
los dones del Espíritu Santo -ante todo con el don del respeto de lo que viene
de Dios ("don pietatis")-. Este don está en la mente del autor de la
Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar "sujetos los
unos a los otros en el temor de Cristo" (Ef 5, 21). Así, pues, el orden
interior de la convivencia conyugal, que permite a las "manifestaciones
afectivas" desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto
no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los
dones del Espíritu Santo con los que colaboran.
La
Encíclica Humanae vitae en algunos pasajes del texto (especialmente 21, 26), al
tratar de la específica ascesis conyugal, o sea, del esfuerzo para conseguir la
virtud del amor, de la castidad y de la continencia, habla indirectamente de
los dones del Espíritu Santo, a los cuales se hacen sensibles los esposos en la
medida de su maduración en la virtud.
3. Esto
corresponde a la vocación del hombre al matrimonio. Esos "dos", que
-según la expresión más antigua de la Biblia- "serán una sola carne"
(Gén 2, 24), no pueden realizar tal unión al nivel propio de las personas (communio
personarum), si no mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y
precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y
perfecciona las fuerzas del espíritu humano. "El Espíritu es el que da
vida, la carne no aprovecha para nada" (Jn 6, 63).
De aquí se
deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas
"desde el principio" en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta
espiritualidad está también "desde el principio» abierta a los dones del
Espíritu Santo. Si la Encíclica "Humanae vitae" exhorta a los esposos
a una "oración perseverante" y a la vida sacramental (diciendo:
"acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía;
recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en
el sacramento de la penitencia", Humanae vitae, 25), lo hace recordando al
Espíritu Santo que "da vida" (2 Cor 3, 6).
4. Los
dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es
sagrado, parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don
sostiene y desarrolla en los cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que
en su vocación y convivencia lleva el signo del misterio de la creación y
redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de
Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo
particularmente profundo, en el respeto de los dos significados inseparables
del acto conyugal, de los que habla la Encíclica (Humanae vitae, 12) con
relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del
acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente a base de una profunda
referencia a la dignidad personal de lo que en la persona humana es intrínseco
a la masculinidad y feminidad, e inseparablemente con referencia a la dignidad
personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y
de la mujer. El don del respeto de lo que es creado por Dios se expresa
precisamente en tal referencia.
5. El
respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del
don del respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor
salvífico: temor a romper o degradar lo que lleva en sí el signo del misterio
divino de la creación y redención. De este temor habla precisamente el autor de
la Carta a los Efesios: "Estad sujetos los unos a los otros en el temor de
Cristo" (Ef 5, 21).
Si este
temor salvífico se asocia inmediatamente a la función "negativa" de
la continencia (o sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la
carne), se manifiesta también -y de manera creciente, a medida que esta virtud
madura- como sensibilidad plena de veneración por los valores esenciales de la
unión conyugal: por los "dos significados del acto conyugal" (o bien
hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del
mutuo "lenguaje del cuerpo").
A base de
una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión
de los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y
maternidad responsables. El don del respeto de lo que Dios ha creado hace
ciertamente que la aparente "contradicción" en esta esfera
desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere
gradualmente, gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del
Espíritu Santo.
6. Si se
trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, del
recurso a los "métodos naturales"), el don del respeto por la obra de
Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad humana con los "ritmos
naturales de fecundidad", es decir, con la dimensión biológica de la
feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un
significado propio para la verdad del mutuo "lenguaje del cuerpo" en
la convivencia conyugal.
De este modo,
también lo que -no tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el
"biológico"- se refiere a la "unión conyugal en el cuerpo",
encuentra su forma humanamente madura gracias a la vida "según el
Espíritu".
Toda la
práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la
paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad
cristiana conyugal y familiar; y sólo viviendo "según el Espíritu" se
hace interiormente verdadera y auténtica.
Joannes
Paulus pp. II
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