"LA EUCARISTÍA, SACRAMENTO DE UNIDAD"
Palabras de Juan Pablo II durante la audiencia general de este
miércoles CIUDAD DEL VATICANO, 8 nov (ZENIT.org). 1. «¡Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad!».
La exclamación de san Agustín en su comentario al Evangelio de Juan («In
Johannis Evangelium» 26,13) recoge y sintetiza las palabras que Pablo dirigió a
los Corintios y que acabamos de escuchar: «Porque aun siendo muchos, un solo
pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1
Corintios 10, 17). La Eucaristía es el sacramento y el manantial de la unidad
eclesial. Esto ha sido confirmado desde los orígenes de la tradición cristiana,
que se basa en el signo del pan y el vino. En la «Didajé», un documento
redactado en los inicios del cristianismo, se afirma: «Así como este pan partido
se esparcía antes en los montes, y, una vez recogido, se convierte en una sola
realidad, que así también se reúna la Iglesia desde los confines de la tierra
en tu reino» (9,1). 2. San Cipriano, obispo de Cartago, haciéndose eco en el siglo III
de estas palabras, afirma: «Los mismos sacrificios del Señor ponen de
manifiesto la unanimidad de los cristianos cimentada con sólida e indivisible
caridad. Cuando el Señor llama a su cuerpo el pan compuesto por la unión de
muchos granos de trigo, se refiere a nuestro pueblo reunido que él sostiene; y
cuando llama a su sangre el vino exprimido por muchos granos y semillas, se
refiere a nuestra grey compuesta por una multitud unida» (Epistula ad Magnum,
6). Este simbolismo eucarístico, en relación a la unidad de la Iglesia, se
repite frecuentemente en los Padres y en los teólogos escolásticos. El Concilio
de Trento compendió esta doctrina enseñando que nuestro Salvador ha dejado la
Eucaristía a su Iglesia «como símbolo de su unidad y de la caridad con la que
quiere que estén íntimamente unidos entre sí todos los cristianos»; por ello,
es «símbolo de ese cuerpo del que él es la cabeza» (Pablo VI, «Mysterium
fidei»; cf. Concilio de Trento, «Decretum de SS. Eucharistia, proemio y c. 2).
El Catecismo de la Iglesia Católica sintetiza esto con eficacia: «Los que
reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo,
Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia» (Catecismo de
la Iglesia Católica, 1395). 3. Esta doctrina tradicional está intensamente arraigada en la
Escritura. Pablo, en el pasaje antes citado de la Primera Carta a los
Corintios, la desarrolla partiendo de un tema fundamental, el de la «koinonía»,
es decir, la comunión que se instaura entre el fiel y Cristo en la Eucaristía:
«El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión («koinonía») con la
sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión («koinonía») con el
cuerpo de Cristo?» (10, 16). Esta comunión es descrita más precisamente en el
Evangelio de Juan como una relación extraordinaria de «interioridad recíproca»:
«él en mí y yo en él». Jesús, de hecho, declara en la sinagoga de Cafarnaúm:
«El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Juan 6,
56). Es un tema que será subrayado también en los discursos de la
Última Cena mediante el símbolo de la vid: el sarmiento retoña y da fruto sólo
si está unido a la vid de la que recibe sabia y sostén (Juan 15, 1-7). De lo
contrario, no es más que una rama seca destinada al fuego: «aut vitis aut
ignis», o la vid o el fuego, comenta de manera lapidaria san Agustín (In
Johannis - Evangelium 81, 3). Se delinea aquí una unidad, una comunión, que
tiene lugar entre el fiel y Cristo presente en la Eucaristía, en virtud del
principio que Pablo formula así: «Los que comen de las víctimas ¿no están acaso
en comunión con el altar?» (1 Corintios 10, 18). 4. Esta comunión-«koinonía» de carácter «vertical»», pues nos une
al misterio divino, genera al mismo tiempo una comunión-«koinonía» que podemos
llamar «horizontal», es decir, eclesial, fraterna, capaz de unir en un lazo de
amor a todos los participantes en la misma mesa. «Porque aun siendo muchos, un
solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1
Corintios 10, 17). El discurso sobre la Eucaristía anticipa la gran reflexión
eclesial que el apóstol desarrollará en el capítulo 12 de la misma Carta,
cuando habla del cuerpo de Cristo en su unidad y multiplicidad. La famosa
descripción de la Iglesia de Jerusalén, ofrecida por Lucas en los Hechos de los
Apóstoles, delinea también esta unidad fraterna o «koinonía», poniéndola en
relación con la fracción del pan, es decir, con la celebración eucarística (Cf.
Hechos de los Apóstoles, 2, 42). Es una comunión que se cumple en la historia.
«Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones [...] Todos los creyentes vivían unidos y
tenían todo en común» (Hechos de los Apóstoles 2, 42-44). 5. Por este motivo, se reniega del significado profundo de la
Eucaristía, cuando se celebra sin tener en cuenta las exigencias de la caridad
y de la comunión. Pablo es severo con los Corintios pues la reunión que tenían
«ya no es comer la Cena del Señor» (1Corintios 11, 20) a causa de las divisiones,
de las injusticias, de los egoísmos. En ese caso, la Eucaristía ya no es un
«ágape», es decir, expresión y fuente de amor. Y quien participa indignamente,
sin hacer que se convierta en caridad fraterna, «come y bebe su propio castigo»
(1Corintios 11, 29). «Si la vida cristiana se expresa en el cumplimiento del
mandamiento más grande, es decir, el del amor a Dios y al prójimo, este amor
encuentra su manantial precisamente en el santísimo sacramento, que comúnmente
es llamado: sacramento del amor» («Dominicae coenae», n. 5). La Eucaristía
recuerda, hace presente y genera esta caridad. Acojamos, entonces, el llamamiento del obispo y mártir Ignacio que
exhortaba a la unidad a los fieles de Filadelfia en Asia Menor: «Una es la
carne de nuestro Señor Jesucristo, uno es el cáliz de la unidad de su sangre,
como uno es el obispo» (Epistula ad Philadelphenses 4). Y con la liturgia,
recemos a Dios Padre. «Y a nosotros, que nos alimentamos con el cuerpo y la
sangre de tu Hijo, danos la plenitud del Espíritu para que seamos en Cristo un
solo cuerpo y un solo espíritu». (Oración Eucarística, III). N. B.: Traducción realizada por «Zenit». ZS00110808 |