Oraciones por la Castidad
Oración para suplicar la Gracia de Custodiar la Castidad
Oración para suplicar la Gracia de Custodiar la Castidad
Señor
Jesucristo, esposo de mi alma, delicia de mi corazón, más bien corazón
mío y alma mía, frente a ti me postro de rodillas, rogándote y
suplicándote con todo mi fervor de concederme preservar la fe que me has
dado de manera solemne. Por ello, Jesús dulcísimo, que yo rechace cada
impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las
concupiscencias terrenas, que combaten contra el alma y que, con tu
ayuda, conserve íntegra la castidad.
¡Oh
santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre
nuestra amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí
el temor del Señor y una particular desconfianza en mis propias fuerzas.
San
José, custodio de la virginidad de María, custodia mi alma de cada
pecado.
Todas
ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean
siempre presurosas con respecto a mí pecador para que no peque en
pensamientos, palabras u obras y nunca me aleje del castísimo corazón de
Jesús. Amén
(ACIPrensa)
Oración para pedir la Castidad
Señor Jesús:
Tú nos has
enseñado que estamos hechos para amar y ser amados,
y que el amor
verdadero solo puede florecer allí donde hay respeto y dominio de sí.
Ayúdanos a
comprender que la virtud de la castidad no es una limitación,
ni una
represión del amor, sino una liberación de nuestro egoísmo
para que el
amor en nosotros crezca, madure y dé frutos abundantes en nuestras
vidas.
Ayúdanos a
vivir la castidad de mente, corazón y cuerpo,
a pesar de los
obstáculos que podamos encontrar en el camino.
Ayúdanos a no
desalentarnos jamás si caemos,
a buscar
siempre tu perdón con humildad
y a levantarnos de inmediato para
empezar de nuevo.
Señor, yo te
prometo luchar con valor y perseverancia
para crecer
cada día más en un amor que se asemeje cada vez más al tuyo.
Amén.
(laopcionv.com)
Oración para pedir el Don de la Castidad
Purísimo y amabilísimo Señor mío Jesucristo,
que como maestro celestial nos enseñaste el
tesoro escondido en la castidad, y quisiste nacer
de una Madre Virgen, y amas y tienes por esposas
a las vírgenes y a las almas limpias que por no
mancharse con los deleites de los sentidos te han
consagrado su pureza: tú me mandas, Rey mío,
que sea casto; y yo sé que no puedo sin tu favor.
Dame, pues, Señor, lo que me mandas, y manda lo
que sea de tu agrado.
Mi carne es flaca, mi inclinación perversa, el fuego
de mi concupiscencia, infernal, la leña con que este
fuego se alimenta, mucha y seca, los enemigos que
la atizan solícitos y poderosos, y continuas las
ocasiones que como viento soplan y encienden las
llamas de la concupiscencia. Pues, ¿cómo podré
yo resistir a tan crueles enemigos, y vivir en medio
de este incendio sin abrasarme?
Bien sé, Señor, que por mí mismo no puedo alcanzar
victoria de mis pasiones; más lograré alcanzarla con tu
gracia, y con el rocío del cielo apagar las llamas que me
atormentan y consumen. Y ¿por qué no podría yo lo que
tantos niños y jóvenes han logrado? No lo hicieron ellos
ciertamente por su virtud, sino alentados y esforzados
con tu brazo poderoso. Pues ¿por ventura, Señor, se ha
abreviado tu mano, o se ha agotado tu gracia, o
enflaquecido
tu virtud? ¿No he de poder yo, armado con tu espíritu,
sujetar esta carne rebelde y domar el vicio inmundo de la
concupiscencia? ¿No he de conseguir con el auxilio de tu
gracia, conservar mi alma sin mancha? ¿No he de poder,
ayudado del santo Ángel de mi guarda, resistir al demonio,
mi tentador y acusador, y guardarme en la presencia de
este espíritu bienaventurado de toda acción inmodesta y
criminal?
¡Ah, Señor! mayor es infinitamente tu bondad que mi
malicia:
tu misericordia que mi miseria: tu poder que mi flaqueza:
la virtud de tu espíritu que la fragilidad de mi carne.
Tenme, pues, Jesús mío, con tu mano poderosa para que
yo no caiga; otórgame la gracia para que yo huya todas las
ocasiones, para que resista a la tentación en sus
principios,
para que guarde con gran diligencia mis sentidos,
apartando
mis ojos a toda vanidad, cercando mis oídos con espinas, y
refrenando mi lengua con cuidado. Haz que traiga mi alma
siempre ocupada con santos pensamientos, que ame y
busque las santas asperezas de la penitencia, y que huya
de tratar con personas cuyo aspecto daña, cuya voz
enciende,
y cuya familiaridad es lazo de perdición y de muerte.
Infunde en
mi alma la dulzura de tu Espíritu, para que gustando la
suavidad
de sus deleites, deseche los gustos amargos de la carne, y
para que ella se rinda y esté sujeta al espíritu, sujeta
mi mente
y mi corazón a tu santa y adorable voluntad.
Amén.
(cristoraciones.com)