El médico me llamó y me dijo: «Tienes una enfermedad muy seria y tengo que darte un tratamiento de medicación de Epivil (la primera medicina que le dan a los enfermos de SIDA)
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Testigos de Castidad
¡Paz y bien hermanos queridos; y santa alegría!
Quiero, de corazón, compartir con cada uno y una de ustedes mi testimonio:
Nací en Santo Domingo, República Dominicana en el otoño de año 1967 por la
«alta gracia» de Dios. Crecí en una familia católica, mas no practicante,
aunque mi querida madre me inscribió en catecismo y procuraba mi
participación en la iglesia junto con mi abuela.
Hacia el año 1987 tuve mi primer encuentro con el Señor en el cursillo
número 506 de Santo Domingo. Esa experiencia fue maravillosa por lo que
decidí hacer experiencia de seminario menor.
Desafortunadamente, el sacerdote que fundaba la comunidad muere
repentinamente y vino la crisis en mí.
Después de un tiempo decidí emigrar a los Estados Unidos buscado mi vocación
en la vida. Comencé a trabajar en grupos de jóvenes y participar en la
parroquia donde asistía en la ciudad de Miami, USA. Como ministro
extraordinario de la comunión. Allí conocí una joven y comenzamos a salir.
Estaba convencido de mis valores cristianos
más no tomé buenas decisiones en la relación. En cuanto a la sexualidad y el
noviazgo, la relación empezó mal. Me casé con la joven y fui cayendo en un
letargo de apatía y cansancio de las cosas de Dios hasta que claudiqué ante
la perseverancia del primer amor a Jesús nuestro Señor.
De este matrimonio nació la bendición de un hijo amado y querido por los
dos. Pero, mi vida seguía sin rumbo firme a mi fe católica y comenzó la
bajada hacia el fango. Comencé a trabajar con un beisbolista famoso y
conseguí mucho dinero. En el ambiente me presentaron una señora muy mala,
«Doña Cocaína», y luego me presentaron otra más mala aun, «Doña Pornografía»
llegué a un grado
muy avanzado de abuso de ambas por lo que mi vida moral y cristiana era muy,
muy tibia. Toqué fondo al gastar mucho dinero, tiempo y salud. Me olvide de
Jesús, de su amor por mí y gasté todo lo que me dio. Gasté mi herencia
completa hasta comer fango.
Así llegó el final de mi matrimonio y la depresión se apoderó de mí. Me fui a vivir de nuevo a Santo Domingo por un año pero mis vicios continuaban. Llegué al extremo de gastar mucho dinero en crédito y robarle a mi madre lo poco que tenía para gastarlo en prostitución de todo nivel y precio.
Recuerdo que una vez me rendí a la
adicción y pensé en hacer cosas que contradecían mi bautismo y valores, fue
allí, ya cuando casi iba a cometer el acto, cuando sentí una voz interior
que me decía «¡Víctor! ¿Qué haces?, tú eres hijo de Dios». Lo escuché en dos
ocasiones distintas.
De confesión en confesión, de caída en caída, un sacerdote muy bueno, hoy
obispo auxiliar, me extendió su mano y me recomendó ver a un sacerdote en
Miami, pues ya regresaba a Estados Unidos.
Este sacerdote es Mons. Marín, quien me recibió y me recomendó ver un señor llamado Alfredo Pablo, el cual también me recibió y me llevó a un retiro llamado «Renacer» de la Comunidad de Siervos de Cristo Vivo. En este retiro el día sábado hay una dinámica de oración en la cual experimenté la gran sorpresa de mi vida. Mientras oraban por los internos, comencé a sentir un gozo que no puedo explicar y vi todo a mi alrededor con color muy vivo, como en cámara lenta. Frente a mi había un árbol frondoso y de allí salió como rompiendo el aire una figura de unos 7 pies que me decía «Yo soy Jesús; el mismo que te decía ¡Víctor! ¿Qué haces? Tú eres hijo de Dios, tu alma es mía para siempre».
Después de esa noche del sábado 22 de noviembre de 2003 a las 8:32 p.m. no
he vuelto a sentir deseos de consumir cocaína y siento que el Señor me sanó
porque yo era adicto a la pornografía y jamás he vuelto a caer.
Sin embargo, después de cuatro meses tuve que hacerme un examen general médico y vaya sorpresa, me había infectado de una enfermedad de transmisión sexual incurable en aquel entonces: me infecté de hepatitis B, tenía 2 millones 500 mil copias del virus por cada mililitro de sangre, lo que es altamente contagioso y nocivo.
El médico me llamó y me dijo: «tienes una enfermedad muy seria y tengo que darte un tratamiento de medicación de Epivil» (la primera medicina que le dan a los enfermos de SIDA) también me dijo que ni Jesús podría curar esa enfermedad.
El médico me llamó y me dijo: «Algo ha pasado, porque no tiene más la
enfermedad, ya no tome mas el medicamento que le indiqué». Me acordé
de lo que dijo el especialista y le pedí al doctor hacer otra prueba para
asegurarme. Me llamó el doctor de nuevo y me dijo que en todos sus años de
practica nunca había visto algo así. «Parece que “su Jesús” lo quiere mucho
porque no solo “no tiene la enfermedad sino que tiene el antivirus” dijo el
doctor».
¡Alabado sea Jesucristo! ¡Bendito y alabado! Luego de esta experiencia sentí
un llamado por Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar, a fundar el
«Movimiento Apostólico Castos por Amor» en la Arquidiócesis de Miami, y su
principal ministerio es promover la castidad en todos los estados de vida
basados en las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia
y la teología del cuerpo del beato Juan Pablo II.
Sin embargo, el milagro más grande que me hizo Jesús, no fue sanarme porque
veía pornografía; sanarme del consumo de cocaína y la hepatitis B.
Tampoco fue el confiar en mí para fundar un movimiento apostólico, a pesar
de no ser digno para ello, ni tampoco darme la oportunidad de una
segunda virginidad o consagrarme a su corazón y reino como hermano
franciscano sino; el milagro más grande que me hizo Jesús fue ¡devolverme la
alegría de la salvación!
Si estás pasando por una dificultad en tu sexualidad o la adicción hay esperanza, porque si Jesús lo hizo por mi también lo puede hacer por ti.
¡Dios les bendiga!
Fray Víctor de Jesús y María, HPSF