Gaston Courtois
"Educación de la castidad"
Problema crucial al cual muchos padres,
ciegos, no dan demasiada importancia. Es necesario evitar dos excesos:
negarse a plantear el problema o dramatizar la cuestión.
¿De qué se trata? Se trata de formar niños con visión clara; almas
sanas en cuerpos sanos; muchachos y muchachas que se respeten y se
hagan respetar; advertidos, mas no hipnotizados, de los peligros y
tentaciones posibles, conscientes del plan del amor de Dios sobre
ellos y de las exigencias que reclama la colaboración a ese plan.
En todo lo que concierne al origen de la vida, tiene el niño derecho a
la verdad, al menos de una manera progresiva adaptada a su edad, a su
inteligencia, a su temperamento.
La táctica del silencio, erigida en sistema o tomada como principio,
es una táctica peligrosa y claramente nociva al interés del niño y al
de la sociedad.
Las iniciaciones claras, hechas con el tacto preciso, deben ser
consideradas como una obligación grave que se puede imponer en nombre
de la caridad y aun de la justicia.
El silencio de los padres, el misterio que se crea alrededor de esos
problemas, son causa importante de muchas deformaciones de conciencia.
El niño a quien nadie quiere ilustrar con precisión tiene el peligro
de ver el mal donde no lo hay y de no verlo donde está.
Todo niño normal se plantea un día y otro, y con frecuencia más pronto
de lo que los padres creen, la cuestión sencillamente: «¿Cómo he
venido yo a la tierra?» Lejos de ser una curiosidad malsana, es eso
una prueba de inteligencia.
Lo más, frecuente, por otra parte, es que el niño plantee esa cuestión
a su mamá. Si ésta, en vez de tratar el asunto corno la cosa más
natural del mundo, parece escandalizarse o turbarse por semejante
pregunta y lo manda bruscamente a sus juegos, el niño se planteará
todavía con más agudeza el problema o intentará saberlo por todos los
medios, guardándose en adelante de hablar de ello a sus padres.
Si la madre da una explicación embustera -cigüeñas, París, bazar,
etc.-, el niño creerá sus palabras -lo que dice mamá es siempre
verdad-; pero el día, y ese día llegará infaliblemente, en que aprenda
de manera más o menos deformada la verdad, habrá perdido para siempre
la confianza en sus padres.
Cuando los niños no obtienen de sus padres
o de persona autorizada la solución a las preguntas que plantean, la
buscarán o la recibirán, aun sin buscarla, sea en conjunto o en parte,
de manera incompleta, deshonesta, a veces brutal y degradante.
Es un deber de los padres velar por la educación de la castidad de sus
hijos. Esta educación supone no sólo la respuesta leal y progresiva a
los problemas del origen de la vida, el advertir a tiempo las
transformaciones de alrededor de los trece años, sino también, en un
ambiente de confianza y amor, la educación de la valentía, del valor,
para asegurar sin peligro el sostenimiento del equilibrio y el dominio
de sí mismo en este período de crisis que caracteriza la adolescencia.
Los padres no tienen derecho, en una materia que puede tener
repercusiones tan serias, a dejar que esta educación se haga «a la
buena de Dios», y con frecuencia, «a la gran desgracia» de los niños,
que tanta necesidad tienen de ser instruidos afectuosamente, guiados,
ayudados por aquellos que tienen el derecho de decirlo todo, y de
quien ellos tienen la obligación de oírlo todo.
No porque sea un deber delicado y difícil hay derecho a eludirlo.
La revelación por los padres mismos del hermoso plan de amor de Dios,
lejos de disminuir el respeto, la confianza y el afecto hacia el papá
o la mamá, despertará en el espíritu de sus hijos el sentimiento de la
grandeza y dignidad del matrimonio y avivará en su corazón -porque son
más razonados- ternura y reconocimiento hacia aquellos a quienes
deben, después de Dios, el ser y la vida.
No hay por qué crearse una montaña para decir la verdad de manera
delicada.
Gran número de libros se han editado a propósito de esto, con fórmulas
concretas de conversaciones para chicos y chicas, como respuesta a las
distintas preguntas que suelen hacer y para las diferentes edades de
la infancia y de la adolescencia. Os será fácil inspiraros en ellos
leyendo el texto y añadiendo los comentarios que vuestro corazón os
dicte. Lo que es menester es decir las cosas con la mayor naturalidad,
insistiendo sobre la grandeza del amor que ha inspirado el plan divino
hasta en los detalles y pidiendo a os niños que no hablen de ellos a
los otros a fin de dejar a sus propios padres tomar la iniciativa,
instruirlos y guiarlos.
Si por casualidad se juzga que el niño puede aprovechar la lectura de
tal o cual página, que sea, al menos, como una conversación comenzada
o continuada, y, por consecuencia, que acaba en conversación. La voz,
con el tono, los matices, los acentos, crea alrededor de la letra
muerta una armorúa viva de pensamientos y de sentimientos que la
coloca en su justo punto y la hace buena y bella.
¡Cuántos atenuantes, sugestiones, repeticiones, correctivos, dulzuras
y vivacidades son necesarios para comunicar a pensamientos tan
delicados la pureza de forma, la veracidad exacta del sentido, el
ritmo bienhechor de la paz! Al libro el niño no responde, no se abre,
permanece mudo, y la más segura protección del niño está en hablar a
sus padres. El libro es apresurado, no espera, trastorna el orden
interior, las imágenes asaltan la sensibilidad. La conversación, al
contrario, es paciente; va y vuelve; avanza y retrocede; vuelve a
comenzar si hay necesidad; se pliega de manera muy sutil a la
sinuosidad y elasticidad del alma infantil. Una madre llena de
experiencia y muy inteligente -sólo esta frase lo demostraría- decía
con finura: «Es necesario adaptar los consejos al estilo de la
familia».
Si el niño no pregunta, no hay que dudar en plantearle una cuestión
como ésta: «¿Te has preguntado cómo vienen al mundo los niños?»
Hay a veces niños tímidos, o bien niños que no se atreven a
interesarse por esos problemas porque han oído alrededor de este
asunto ciertas reticencias y se imaginan que son cosas en las cuales
no hay que pensar. Pero eso no sería sin gran inconveniente para el
porvenir. Dadles confianza, pues, y no adoptéis nunca un aspecto
solemne ni cohibido para hablar de estos asuntos.
Después de una conversación de este género no dudéis en decir a
vuestros hijos que recurran a vosotros de nuevo si en adelante alguna
otra cuestión se plantea a su espíritu. Mantendréis así entre vuestros
hijos y vosotros una puerta abierta a la confianza total, tan
necesaria en este terreno.
En materia de pureza no son las costumbres o las convenciones las que
determinan lo que está bien y lo que está mal- Hay un orden en la
creación, y es este orden, o en otros términos: ese plan de amor que
Dios ha establecido, lo que es necesario respetar.
No se trata de ver el mal en todas partes. Ni tampoco de ser ingenuos
e imaginar que nuestros riños están fuera de todo peligro. En este
mundo moderno, que Bergson calificaba de afrodisíaco, se encuentran
desequilibrados, obsesionados, gentes más o menos morbosas, y nuestros
niños pueden ser uno u otro día, cuando menos lo sospechemos, víctimas
de un camarada perverso o de un adulto impúdico.
Es necesario que la mamá haya podido decir un día muy naturalmente a
su hijo: «Estate con cuidado: encontrarás a veces compañeros o gentes
mal educadas que se portan mal. Si alguno, por ejemplo, quisiera jugar
contigo a juegos indecentes, intenta hacerte cosquillas entre las
piernas, no te dejes y ven a hablar conmigo». La experiencia prueba
que un 60% de los niños, por lo menos, niñas o niños, han sido uno u
otro día objeto de tentaciones de ese género sin que los padres lo
sospecharan siquiera. Un niño prevenido vendrá más fácilmente a
sincerarse con vosotros en caso de peligro.
Ante los inconvenientes del silencio en estas materias, varios países
han preconizado la educación colectiva en la escuela. Es ésta una
medida en extremo peligrosa, y varios países que la habían adoptado
han renunciado finalmente a ella. En materia tan delicada,
dirigiéndose a espíritus y, a temperamentos tan diversos como los que
puede ofrecer una clase con una enseñ-,inza uniforme en la que falta
totalmente la gradación necesaria según las circunstancias tan
variadas del auditorio, existe el peligro de convertirse en seguida en
objeto de conversaciones malsanas y de crear en algunos la obsesión de
la sexualidad.
Nada es mejor que la iniciación individual adaptada al desarrollo
físico y moral e intelectual del niño.
Se mutila la verdad mostrando sólo el aspecto fisiológico de estos
problemas. Es muy importante exponerlos en una síntesis donde no se
olvide el aspecto sentimental, el aspecto social y el aspecto
religioso.
Nuestras respuestas deben estar impregnadas de espíritu de fe y
descubrir al iniciado el plan providencial de Dios en relación con el
dominio de lo sexual. Sin duda alguna, ciertos detalles son muy
delicados para explicarlos; pero, por otra parte, y si bien el hombre
puede corromper el plan divino en esta materia, es necesario no perder
de vista que la estructura del corazón del hombre o de la mujer, su
madurez fisiológica, los actos fundamentales de la unión conyugal, de
la paternidad, de la maternidad y del nacimiento de los hijos, son
obra directa de Dios.
Es preciso no perder tampoco de vista que el Señor ha hecho del
matrimonio un sacramento y que los actos conyugales, rcalizados en
estado de gracia y según la rectitud de su naturaleza, llegan a ser
para los cónyuges fuente de gracia y de méritos para el cielo.
Es necesario, pues, enfocar el problema de la sexualidad con mirada
límpida, bajo su aspecto providencial noble y puro. Con esta rectitud,
con esta nobleza, debemos hablar de él a nuestros niños.
Importa que la niña sea prevenida por su mamá antes que se produzca el
acontecimiento que la consagrará como mujer.
Le explicará ésta primero el papel de la madre. Con la pubertad de la
mujer, especialmente con ocasión de los nuevos cuidados de higiene que
deberá tener, y al corriente de los cuales es necesario ponerla, podrá
la madre volver sobre el asunto para precisar lo que haya dicho unos
años antes relativo al «papel de la madre» en la vida del niño
pequeño. Como las circunstancias se prestan, podrá darle de manera
técnica los detalles físicos y fisiológicos necesarios. El tema será
el siguiente: la adolescente deja de ser una niña para convertirse en
mujer; su cuerpo está dispuesto a prepararse poco a poco para su
hermoso papel de madre. Y precisamente porque es obra importante y
delicada, un trabajo de colaboración con Dios, la preparación se hace
lentamente. Y puesto que su cuerpo será algún día la primera cuna de
un niño pequeñin, debe ella, a la vez, cuidarlo y respetarlo.
Es importante, asimismo, que el chico sea prevenido por su papá -y, en
defecto de él, por su mamá- de las transformaciones que van a operarse
en él, de las reglas higiénicas que debe observar. Convendrá
prevenirlo, para que no se inquiete por las perturbaciones
fisiológicas que pueden sobrevenirle durante el sueño
independientemente de su voluntad.
Una recomendación que tal vez sorprenda a algunos padres, a la cual,
sin embargo, conceden una gran importancia quienes profesionalmente
reciben numerosas confidencias: el niño no debe, en manera alguna,
compartir el dormitorio de sus padres. Con frecuencia, las condiciones
económicas impiden a los padres conformarse a esta exigencia esencial,
pero cuantas veces sea posible, es necesario hacerlo.
Ignoramos todavía el grado de impresionabilidad del cerebro infantil.
Es, no obstante, verosímil que el cerebro del niño, muy sensible,
reciba ciertas impresiones, como la placa de cera de un aparato
registrador, aunque no las asimile hasta mucho más tarde.
A los padres -a la mamá, principalmente- incumbe formar al niño en lo
relativo a pudor, de modo que, de una parte, evite las fobias, los
temores exagerados, que le harían ver el mal en todo; pero, por otra,
tenga el sentido de cierta reserva, tanto más indispensable cuanto que
el ambiente actual se empeña en destruirla.
¿Qué hacer si os dais cuenta de que vuestros hijos han adquirido malos
hábitos solitarios?
1. Nada de dramatizar, no amedrentar al chico ni hipnotizarlo con este
motivo; tendréis el peligro de formar en él una obsesión y de
impedirle salir de ella.
2. Enseñar al niño a lavarse como es preciso y completamente. Con
frecuencia, estos hábitos provienen de falta de higiene y de limpieza.
3. Plantear el problema en el aspecto de la buena educación y del
respeto a sí mismo: un niño bien educado no juega con su cuerpo, como
no se rasca la nariz ni se frota los ojos.
4. Animar al niño a reforzar su voluntad haciéndola trabajar en otros
dominios.
5. Asegurarle que no hay por qué extrañarse de las tentaciones en ese
sentido: son propias de la edad; pero es también propio de su edad
ejercitarse en el dominio de sí mismo con la gracia de Dios, que nunca
se le niega al hombre de buena voluntad. Proporcionarle una vida
equilibrada; enseñarle a elegir lecturas, a evitar cualquier causa de
excitación y orientarlo en la técnica de la diversión en algo que le
interese.
6. En esta materia es necesario insistir más sobre el aspecto positivo
de la alegría de elevarse, de vencer, que sobre el aspecto negativo de
la falta moral. Este punto, preciso es dejarlo al juicio del confesor,
que para eso tiene gracia de estado.
Instruir a la juventud en las realidades de la vida no es, como
pretenden algunos higienistas, prevenir contra los peligros de las
enfermedades venéreas, sino preservar de desviaciones morales que
resultan de la mala conducta. El hombre no es un simple animal a quien
hay que proteger de los contagios microbianos; es un ser que debe por
sí mismo dominar sus apetitos.
La juventud debe saber que si es depositaria del poder creador, eso no
es para que se envilezca y lo convierta en instrumento de placer. La
impureza es a la vez una falta contra el respeto que el hombre se debe
a sí mismo; una falta contra la que algún día será su esposa, una
falta contra los hijos, herederos de sus potencias físicas y morales.
Un joven se prepara, pues, a la fidelidad en la medida que se respeta
a sí mismo y en la que respeta a la mujer en general.
Tomado de Gaston Courtois, "El arte de educar a los niños de hoy",
Atenas, 1982, en www.edufam.net
Cortesía de
www.interrogantes.net
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