CATECISMO DE LA IGLESIA
CATÓLICA IV (Números 2197-2865)
(con las
últimas correcciones para la traducción en lengua española según la edición
típica latina)
Para ir a los Números: 1-701 702-1426 1427-2196
Servicio de los MSC Misioneros del Sagrado Corazón
Artículo 4 EL
CUARTO MANDAMIENTO
Honra a tu
padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el
Señor, tu Dios, te va a dar (Ex 20,12).
Vivía sujeto
a ellos (Lc 2,51).
El Señor
Jesús recordó también la fuerza de este "mandamiento de Dios" (Mc
7,8-13). El apóstol enseña: "Hijos, obedeced a vuestros padres en el
Señor; porque esto es justo. `Honra a tu padre y a tu madre', tal es el primer
mandamiento que lleva consigo una promesa: `para que seas feliz y se prolongue
tu vida sobre la tierra'" (Ef 6,1-3; cf Dt 5,16).
2197 El cuarto
mandamiento encabeza la segunda tabla. Indica el orden de la caridad. Dios
quiso que, después de él, honrásemos a nuestros padres, a los que debemos la
vida y que nos han transmitido el conocimiento de Dios. Estamos obligados a
honrar y respetar a todos los que Dios, para nuestro bien, ha investido de su
autoridad.
2198 Este precepto se
expresa de forma positiva, indicando los deberes que se han de cumplir. Anuncia
los mandamientos siguientes que contienen un respeto particular de la vida, del
matrimonio, de los bienes terrenos, de la palabra. Constituye uno de los
fundamentos de la doctrina social de la Iglesia.
2199 El cuarto
mandamiento se dirige expresamente a los hijos en sus relaciones con sus
padres, porque esta relación es la más universal. Se refiere también a las
relaciones de parentesco con los miembros del grupo familiar. Exige que se dé
honor, afecto y reconocimiento a los ancianos y antepasados. Finalmente se
extiende a los deberes de los alumnos respecto a los maestros, de los empleados
respecto a los patronos, de los subordinados respecto a sus jefes, de los
ciudadanos respecto a su patria, a los que la administran o la gobiernan.
Este
mandamiento implica y sobreentiende los deberes de los padres, tutores,
maestros, jefes, magistrados, gobernantes, de todos los que ejercen una
autoridad sobre otros o sobre una comunidad de personas.
2200 El cumplimiento
del cuarto mandamiento comporta su recompensa: "Honra a tu padre y a tu
madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios,
te va a dar" (Ex 20,12; Dt 5,16). La observancia de este mandamiento
procura, con los frutos espirituales, frutos temporales de paz y de prosperidad.
Y al contrario, la no observancia de este mandamiento entraña grandes daños
para las comunidades y las personas humanas.
I LA FAMILIA EN
EL PLAN DE DIOS
Naturaleza de
la familia
2201 La comunidad conyugal
está establecida sobre el consentimiento de los esposos. El matrimonio y la
familia están ordenados al bien de los esposos y a la procreación y educación
de los hijos. El amor de los esposos y la generación de los hijos establecen
entre los miembros de una familia relaciones personales y responsabilidades
primordiales.
2202 Un hombre y una
mujer unidos en matrimonio forman con sus hijos una familia. Esta disposición
es anterior a todo reconocimiento por la autoridad pública; se impone a ella.
Se la considerará como la referencia normal en función de la cual deben ser
apreciadas las diversas formas de parentesco.
2203 Al crear al
hombre y a la mujer, Dios instituyó la familia humana y la dotó de su
constitución fundamental. Sus miembros son personas iguales en dignidad. Para
el bien común de sus miembros y de la sociedad, la familia implica una
diversidad de responsabilidades, de derechos y de deberes.
La familia
cristiana
2204 "La familia
cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión
eclesial; por eso...puede y debe decirse iglesia doméstica" (FC 21, cf LG
11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una
importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5,21-6,4; Col 3,18-21;
1 P 3, 1-7).
2205 La familia
cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del
Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es
reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el
sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios
fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y
misionera.
2206 Las relaciones
en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e
intereses que provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La
familia es una "comunidad privilegiada" llamada a realizar un
"propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres
en la educación de los hijos" (GS 52,1).
II LA FAMILIA Y
LA SOCIEDAD
2207 La familia es la
"célula original de la vida social". Es la sociedad natural donde el
hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida.
La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia
constituyen los fundamentos de la libertad, de la seguridad, de la fraternidad
en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la que, desde la
infancia, se puede aprender los valores morales, comenzar a honrar a Dios y a
usar bien de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en
sociedad.
2208 La familia debe
vivir de manera que sus miembros aprendan el cuidado y la atención de los
jóvenes y ancianos, de los enfermos o disminuidos, y de los pobres. Numerosas
son las familias que en ciertos momentos no se hallan en condiciones de prestar
esta ayuda. Corresponde entonces a otras personas, a otras familias, y
subsidiariamente a la sociedad, proveer a sus necesidades. "La religión
pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las
viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo" (St 1,27).
2209 La familia debe
ser ayudada y defendida mediante medidas sociales apropiadas. Donde las
familias no son capaces de realizar sus funciones, los otros cuerpos sociales
tienen el deber de ayudarlas y de sostener la institución familiar. De
conformidad con el principio de subisidiariedad, las comunidades más vastas
deben abstenerse de privar a las familias de sus propios derechos y de inmiscuirse
en sus vidas.
2210 La importancia
de la familia para la vida y el bienestar de la sociedad (cf GS 47,1) entraña
una responsabilidad particular de ésta en el sostén y fortalecimiento del
matrimonio y de la familia. El poder civil ha de considerar como deber grave
"el reconocimiento de la auténtica naturaleza del matrimonio y de la
familia, protegerla y fomentarla, asegurar la moralidad pública y favorecer la
prosperidad doméstica" (GS 52,2).
2211 La comunidad política
tiene el deber de honrar a la familia, asistirla, y asegurarle especialmente:
– la libertad de fundar un hogar, de tener hijos y de
educarlos de acuerdo con sus propias convicciones morales y religiosas;
– la protección de la estabilidad del vínculo conyugal y de
la institución familiar;
– la libertad de profesar su fe, transmitirla, educar a sus
hijos en ella, con los medios y las instituciones necesarios;
– el derecho a la propiedad privada, la libertad de
iniciativa, de tener un trabajo, una vivienda, el derecho a emigrar;
– conforme a las instituciones del país, el derecho a la
atención médica, a la asistencia de las personas de edad, a los subsidios
familiares;
– la protección de la seguridad y la higiene, especialmente
por lo que se refiere a peligros como la droga, la pornografía, el alcoholismo,
etc;
– la libertad para formar asociaciones con otras familias y
de estar así representadas ante las autoridades civiles (cf FC 46).
2212 El cuarto
mandamiento ilumina las demás relaciones en la sociedad. En nuestros hermanos y
hermanas vemos a los hijos de nuestros padres; en nuestros primos, los
descendientes de nuestros abuelos; en nuestros conciudadanos, los hijos de
nuestra patria; en los bautizados, los hijos de nuestra madre, la Iglesia; en
toda persona humana, un hijo o una hija del que quiere ser llamado "Padre
nuestro". Así, nuestras relaciones con nuestro prójimo son reconocidas
como de orden personal. El prójimo no es un "individuo" de la
colectividad humana; es "alguien" que por sus orígenes, siempre
"próximos" por una u otra razón, merece una atención y un respeto
singulares.
2213 Las comunidades
humanas están compuestas de personas. Gobernarlas bien no puede limitarse
simplemente a garantizar los derechos y el cumplimiento de deberes, como
tampoco a la fidelidad a los compromisos. Las justas relacione entre patronos y
empleados, gobernantes y ciudadanos, suponen la benevolencia natural conforme a
la dignidad de las personas humanas deseosas de justicia y fraternidad.
II DEBERES DE
LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA
Deberes de
los hijos
2214 La paternidad
divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14); es el fundamento del
honor de los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia
su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8; Tb 4,3-4), se nutre del afecto natural
nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex
20,12).
2215 El respeto a los
padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la
vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a
crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. "Con todo tu corazón honra a
tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has
nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?" (Si 7,27-28).
2216 El respeto
filial se revela en la docilidad y la obediencia verdaderas. "Guarda, hijo
mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre...en tus
pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán
contigo al despertar" (Pr 6,20-22). "El hijo sabio ama la
instrucción, el arrogante no escucha la reprensión" (Pr 13,1).
2217 Mientras vive en
el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan
para su bien o el de la familia. "Hijos, obedeced en todo a vuestros
padres, porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col 3,20; cf Ef 6,1).
Los hijos deben obedecer también las prescripciones razonables de sus
educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si
el hijo está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa
orden, no debe seguirla.
Cuando sean
mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prever sus
deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones
justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos,
pero no el respeto que permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz
en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto
mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con
los padres. En cuanto puedan deben prestarles ayuda material y moral en los
años de vejez y durante los tiempos de enfermedad, de soledad o de abatimiento.
Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7,10-12).
El Señor
glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su
prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien
da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y
en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos
días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si 3,12-13.16).
Hijo, cuida
de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya
perdido la cabeza, se indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu
vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien
irrita a su madre (Si 3,12.16).
2219 El respeto
filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las
relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo
el ambiente familiar. "Corona de los ancianos son los hijos de los
hijos" (Pr 17,6). "Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad,
dulzura y paciencia" (Ef 4,2).
2220 Los cristianos
están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron
el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse
de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los
pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. "Evoco el
recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela
Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti" (2 Tm
1,5).
Deberes de
los padres
2221 La fecundidad
del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que
debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El
papel de los padres en la educación "tiene tanto peso que, cuando falta,
difícilmente puede suplirse" (GE 3). El derecho y el deber de la educación
son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222 Los padres deben
mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas.
Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose
ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre del cielo.
2223 Los padres son
los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta
responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el
perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. El
hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el
aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones
de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar
las dimensiones "materiales e instintivas a las interiores y
espirituales" (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar
buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios
defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El que ama a
su hijo, le azota sin cesar...el que enseña a su hijo, sacará provecho de él
(Si 30, 1-2).
Padres, no exasperéis
a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la
corrección según el Señor (Ef 6,4).
2224 El hogar
constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad
y en las responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a
guardarse de los riesgos y las degradaciones que amenazan a las sociedades
humanas.
2225 Por la gracia
del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el
privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán
iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para sus hijos los
"primeros anunciadores de la fe" (LG 11). Desde su más tierna
infancia, deben asociarlos a la vida de la Iglesia. La forma de vida en la
familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante la vida
entera, serán auténticos preámbulos y apoyos de una fe viva.
2226 La educación en
la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación
se hace ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe
mediante el testimonio de una vida cristiana de acuerdo con el evangelio. La
catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza
de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a
descubrir su vocación de hijos de Dios (cf LG 11). La parroquia es la comunidad
eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es un
lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
2227 Los hijos, a su
vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad (cf GS 48,4).
Todos y cada uno se concederán generosamente y sin cansarse los perdones mutuos
exigidos por las ofensas, las querellas, las injusticias, y las omisiones. El
afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,21-22; Lc
17,4).
2228 Durante la
infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo por el
cuidado y la atención que consagran en educar a sus hijos, en proveer a sus
necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del crecimiento, el mismo
respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar
rectamente de su razón y de su libertad.
2229 Los padres, como
primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir
para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho
es fundamental. En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las
escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos (cf GE 6).
Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y
de asegurar las condiciones reales de su ejercicio.
2230 Cuando llegan a
la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su
profesión y su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas
en una relación confiada con sus padres, cuyo parecer y consejo pedirán y
recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar no violentar a sus hijos ni en la
elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Este deber de no
inmiscuirse no les impide, sino al contrario, ayudarles con consejos juiciosos,
particularmente cuando se proponen fundar un hogar.
2231 Hay quienes no
se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para
dedicarse más exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas
personas pueden contribuir grandemente al bien de la familia humana.
IV LA FAMILIA Y
EL REINO DE DIOS
2232 Los vínculos
familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par el hijo
crece, hacia una madurez y autonomía
humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con
más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la
respuesta de sus hijos para seguirla. Es preciso convencerse de que la vocación
primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25): "El que ama a su
padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su
hija más que a mí, no es digno de mi" (Mt 10,37).
2233 Hacerse
discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios,
a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad
de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt
12,49).
Los padres
deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del
Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la
vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
V LAS AUTORIDADES
EN LA SOCIEDAD CIVIL
2234 El cuarto mandamiento
de Dios nos ordena también honrar a todos los que, para nuestro bien, han
recibido de Dios una autoridad en la sociedad. Este mandamiento determina los
deberes de quienes ejercen la autoridad y de quienes están sometidos a ella.
Deberes de las
autoridades civiles
2235 Los que ejercen
una autoridad deben ejercerla como un servicio. "El que quiera llegar a
ser grande entre vosotros, será vuestro esclavo" (Mt 20,26). El ejercicio
de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza
racional y su objeto específico. Nadie puede ordenar o instituir lo que es
contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural.
2236 El ejercicio de
la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de
facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos. Los
superiores deben ejercer la justicia distributiva con sabiduría teniendo en
cuenta las necesidades y la contribución de cada uno y atendiendo a la
concordia y la paz. Deben velar porque las normas y disposiciones que
establezcan no induzcan a tentación oponiendo el interés personal al de la
comunidad (cf CA 25).
2237 El poder
político está obligado a respetar los
derechos fundamentales de la persona humana. Y administrar humanamente justicia
en el respeto al derecho de cada uno, especialmente de las familias y de los
desheredados.
Los derechos
políticos inherentes a la ciudadanía pueden y deben ser concedidos según las
exigencias del bien común. No pueden ser suspendidos por los poderes públicos
sin motivo legítimo y proporcionado. El ejercicio de los derechos políticos
está destinado al bien común de la nación y de la comunidad humana.
Deberes de
los ciudadanos
2238 Los que están
sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes de
Dios que los ha instituido ministros de sus dones (cf Rm 13,1-2): "Sed
sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana... Obrad como hombres
libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino
como siervos de Dios" (1 P 2,13.16). Su colaboración leal entraña el
derecho, a veces el deber, de ejercer una justa reprobación de lo que les
parece perjudicial para la dignidad de las personas o el bien de la comunidad.
2239 Deber de los
ciudadanos es contribuir con la
autoridad civil al bien de la sociedad en un espíritu de verdad, justicia,
solidaridad y libertad. El amor y el servicio de la patria forman parte del
deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a las autoridades
legítimas y el servicio del bien común exigen de los ciudadanos que cumplan con
su responsabilidad en la vida de la comunidad política.
2240 La sumisión a la
autoridad y la corresponsabilidad en el bien común exigen moralmente el pago de
los impuestos, el ejercicio del derecho al voto, la defensa del país:
Dad a cada
cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo;
a quien respeto, respeto; a quien honor, honor (Rm 13,7).
Los
cristianos residen en su propia patria, pero como extranjeros domiciliados.
Cumplen todos sus debe res de ciudadanos y soportan todas sus cargas como
extranjeros...Obedecen a las leyes establecidas, y su manera de vivir está por
encima de las leyes...Tan noble es el puesto que Dios les ha asignado, que no
les está permitido desertar (Epístola a Diogneto, 5,5.10; 6,10).
El apóstol
nos exhorta a ofrecer oraciones y acciones de gracias por los reyes y por todos
los que ejercen la autoridad, "para que podamos vivir una vida tranquila y
apacible con toda piedad y dignidad" (1 Tm 2,2).
2241 Las naciones más
prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que
busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de
origen. Los poderes públicos deben velar para que se respete el derecho natural
que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.
Las
autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su
cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas
condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los
emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar
con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a
obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas.
2242 El ciudadano
tiene obligación en conciencia de no seguir las prescripciones de las
autoridades civiles cuando estos preceptos son contrarios a las exigencias del
orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas
del evangelio. El rechazo de la obediencia a las autoridades civiles, cuando
sus exigencias son contrarias a las de la recta conciencia, tiene su
justificación en la distinción entre el servicio de Dios y el servicio de la
comunidad política. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios" (Mt 22,21). "Hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres" (Hch 5,29):
Cuando la
autoridad pública, excediéndose en sus competencias, oprime a los ciudadanos,
éstos no deben rechazar las exigencias objetivas del bien común; pero les es
lícito defender sus derechos y los de sus conciudadanos contra el abuso de esta
autoridad, guardando los límites que señala la ley natural y evangélica (GS
74,5).
2243 La resistencia a
la opresión de quienes gobiernan no podrá recurrir legítimamente a las armas
sino cuando se reúnan las condiciones siguientes: (1) en caso de violaciones
ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; (2) después de
haber agotado todos los otros recursos; (3) sin provocar desórdenes peores; (4)
que haya esperanza fundada de éxito; (5) si es imposible prever razonablemente
soluciones mejores.
La comunidad
política y la Iglesia
2044 Toda institución
se inspira, al menos implícitamente, en una visión del hombre y de su destino,
de la que saca sus referencias de juicio, su jerarquía de valores, su línea de
conducta. La mayoría de las sociedades han configurado sus instituciones
conforme a una cierta preeminencia del hombre sobre las cosas. Sólo la religión
divinamente revelada ha reconocido claramente en Dios, Creador y Redentor, el
origen y el destino del hombre. La Iglesia invita a las autoridades civiles a
juzgar y decidir a la luz de la Verdad sobre Dios y sobre el hombre:
Las
sociedades que ignoran esta inspiración o la rechazan en nombre de su
independencia respecto a Dios se ven obligadas a buscar en sí mismas o a tomar
de una ideología sus referencias y finalidades; y, al no admitir un criterio
objetivo del bien y del mal, ejercen sobre el hombre y sobre su destino, un
poder totalitario, declarado o velado, como lo muestra la historia (cf CA 45;
46).
2245 La Iglesia, que
por razón de su misión y su competencia, no se confunde en modo alguno con la
comunidad política, es a la vez signo y salvaguarda del carácter transcendente
de la persona humana. La Iglesia "respeta y promueve también la libertad y
la responsabilidad política de los ciudadanos" (GS 76,3).
2246 Pertenece a la
misión de la Iglesia "emitir un juicio moral también sobre cosas que
afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la
persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que
sean conformes al evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y
condiciones" (GS 76,5).
RESUMEN
2247 "Honra a tu
padre y a tu madre" (Dt 5,16; Mc 7,10).
2248 Según el cuarto
mandamiento, Dios quiere que, después que a él, honremos a nuestros padres y a
los que él reviste de autoridad para nuestro bien.
2249 La comunidad conyugal
está establecida sobre la alianza y el consentimiento de los esposos. El
matrimonio y la familia están ordenados al bien de los cónyuges, a la
procreación y a la educación de los hijos.
2250 "La
salvación de la persona y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente
ligada a la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar" (GS 47,1).
2251 Los hijos deben
a sus padres respeto, gratitud, justa obediencia y ayuda. El respeto filial
favorece la armonía de toda la vida familiar.
2252 Los padres son
los primeros responsables de la educación de sus hijos en la fe, en la oración
y en todas las virtudes. Tienen el deber de atender, en la medida de lo
posible, las necesidades físicas y espirituales de sus hijos.
2253 Los padres deben
respetar y favorecer la vocación de sus hijos. Han de recordar y enseñar que el
primer mandamiento del cristiano es seguir a Jesús.
2254 La autoridad
pública está obligada a respetar los derechos fundamentales de la persona
humana y las condiciones de ejercicio de su libertad.
2255 El deber de los
ciudadanos es trabajar con las autoridades civiles en la edificación de la
sociedad en un espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad.
2256 El ciudadano
está obligado en conciencia a no seguir las prescripciones de las autoridades
civiles cuando son contrarias a las exigencias del orden moral. "Hay que
obedecer a Dios antes que a los hombres" (Hch 5,29).
2257 Toda sociedad
refiere sus juicios y su conducta a una visión del hombre y de su destino. Sin
la luz del evangelio sobre Dios y sobre el hombre, las sociedades se hacen
fácilmente totalitarias.
Artículo 5 EL
QUINTO MANDAMIENTO
No matarás
(Ex 20,13)
Habéis oído
que se dijo a los antepasados: "No matarás"; y aquél que mate será
reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su
hermano, será reo ante el tribunal (Mt 5,21-22).
2258 "La vida
humana es sagrada, porque desde su inicio comporta la acción creadora de Dios y
permanece siempre en una especial relación con el Creador, su único fin. Sólo
Dios es Señor de la vida desde su comienzo hasta su término ; nadie, en ninguna
circunstancia, puede atribuirse el derecho de matar de modo directo a un ser
humano inocente" (CDF, instr. "Donum vitae", 22).
I EL RESPETO DE
LA VIDA HUMANA
El testimonio
de la historia santa
2259 La Escritura, en
el relato de la muerte de Abel a manos de su hermano Caín (cf Gn 4,8-12),
revela, desde los comienzos de la historia humana, la presencia en el hombre de
la ira y la codicia, consecuencias del pecado original. El hombre se convirtió
en el enemigo de sus semejantes. Dios manifiesta la maldad de este fratricidio:
"¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el
suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para
recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Gn 4,10-11).
2260 La alianza de
Dios y de la humanidad está tejida de llamamientos a reconocer la vida humana
como don divino y de la existencia de una violencia fratricida en el corazón
del hombre:
Y yo os
prometo reclamar vuestra propia sangre...Quien vertiere sangre de hombre, por
otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo él al hombre
(Gn 9,5-6).
El Antiguo
Testamento consideró siempre la sangre como un signo sagrado de la vida (cf Lv
17,14). La necesidad de esta enseñanza es de todos los tiempos.
2261 La Escritura
precisa lo que el quinto mandamiento prohíbe: "No quites la vida del
inocente y justo" (Ex 23,7). El homicidio voluntario de un inocente es
gravemente contrario a la dignidad del ser humano, a la regla de oro y a la
santidad del Creador. La ley que lo proscribe posee una validez universal:
Obliga a todos y a cada uno, siempre y en todas partes.
2262 En el Sermón de
la Montaña, el Señor recuerda el precepto: "No matarás" (Mt 5,21), y
añade el rechazo absoluto de la ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo
exige a sus discípulos presentar la otra mejilla (cf Mt 5,22-39), amar a los
enemigos (cf Mt 5,44). El mismo no se defendió y dijo a Pedro que guardase la
espada en la vaina (cf Mt 26,52).
La legítima
defensa
2263 La legítima
defensa de las personas y las sociedades no es una excepción a la prohibición
de la muerte del inocente que constituye el homicidio voluntario. "La
acción de defenderse puede entrañar un doble efecto: el uno es la conservación
de la propia vida; el otro, la muerte del agresor...solamente es querido el
uno; el otro, no" (S. Tomás de Aquino, s.th. 2-2, 64,7).
2264 El amor a sí
mismo constituye un principio fundamental de la moralidad. Es, por tanto,
legítimo hacer respetar el propio derecho a la vida. El que defiende su vida no
es culpable de homicidio, incluso cuando se ve obligado a asestar a su agresor
un golpe mortal:
Si para
defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una
acción ilícita. Pero si se rechaza la violencia de forma mesurada, la acción
sería lícita...y no es necesario para la salvación que se omita este acto de
protección mesurada para evitar matar al otro, pues es mayor la obligación que
se tiene de velar por la propia vida que por la de otro (S. Tomás de Aquino,
s.th. 2-2, 64,7).
2265 La legítima
defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es
responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al
agresor en la situación de no poder causar perjuicio. Por este motivo, los que
tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso con el
uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su
responsabilidad.
2266 A la exigencia
de tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la
difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y de las normas
fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el
derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La
pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la
culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un
valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público
y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en
la medida de lo posible debe contribuir a la enmienda del culpable (cf Lc 23,
40-43).
2267 La enseñanza
tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la
identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte,
si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor
injusto las vidas humanas.
Pero si los
medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de
las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden
mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la
dignidad de la persona humana.
Hoy, en
efecto, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para
reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquél que lo ha cometido
sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que
sea absolutamente necesario suprimir al reo "suceden muy rara vez, si es
que ya en realidad se dan algunos" (Evangelium vitae, 56).
El homicidio
voluntario
2268 El quinto
mandamiento condena como gravemente pecaminoso el homicidio directo y
voluntario. El que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un
pecado que clama venganza al cielo (cf Gn 4,10).
El
infanticidio (cf GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del
cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que
rompen. Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no pueden justificar
ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades.
2269 El quinto
mandamiento prohíbe hacer algo con intención de provocar indirectamente la
muerte de una persona. La ley moral prohíbe exponer a alguien sin razón grave a
un riesgo mortal así como negar la asistencia a una persona en peligro.
La aceptación
por parte de la sociedad de hambres que provocan la muerte sin esforzarse por remediarlas es una escandalosa
injusticia y una falta grave. Los traficantes cuyas prácticas usureras y
mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus hermanos los hombres, cometen
indirectamente un homicidio. Este les es imputable (cf. Am 8,4-10).
El homicidio
involuntario no es imputable moralmente. Pero no se está libre de falta grave
cuando, sin razones proporcionadas, se ha obrado de manera que se ha seguido la
muerte, incluso sin intención de darla.
El aborto
2270 La vida humana
debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la
concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver
reconocidos los derechos de la persona, entre los cuales está el derecho
inviolable de todo ser inocente a la vida (cf CDF, instr. "Donum vitae"
25).
Antes de
haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses te
tenía consagrado (Jr 1,5; Jb 10,8-12; Sal 22, 10-11).
Y mis huesos
no se te ocultaban, cuando era yo hecho en lo secreto, tejido en las honduras
de la tierra (Sal 139,15)
2271 Desde el siglo
primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo aborto provocado. Esta
enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El aborto directo, es decir,
querido como un fin o como un medio, es gravemente contrario a la ley moral.
No matarás el
embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido (Didajé, 2,2;
Bernabé, ep. 19,5; Epístola a Diogneto 5,5; Tertuliano, apol. 9).
Dios, Señor de
la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida,
misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de
proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto
como el infanticidio son crímenes nefandos (GS 51,3).
2272 La cooperación
formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena
canónica de excomunión este delito contra la vida humana. "Quien procura
el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae"
(CIC, can. 1398) es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien
comete el delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el
Derecho (cf CIC, can. 1323-24). Con esto la Iglesia no pretende restringir el
ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen
cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus
padres y a toda la sociedad.
2273 El derecho
inalienable a la vida de todo individuo humano inocente constituye un elemento
constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:
"Los
derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por
parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del
hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son
una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y
son inherentes a la persona en virtud de la acto creador que la ha originado.
Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el
derecho de todo ser humano a la vida y a integridad física desde la concepción
hasta la muerte" (CDF, instr. "Donum vitae" 101-102) .
"Cuando
una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el
ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley.
Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo
ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los
fundamentos mismos del Estado de derecho...El respeto y la protección que se
han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la
ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus
derechos" (CDF, instr. "Donum vitae" 103.104).
2274 Puesto que debe
ser tratado como una persona desde la concepción, el embrión deberá ser
defendido en su integridad, cuidado y curado en la medida de lo posible, como
todo otro ser humano.
El
diagnóstico prenatal es moralmente lícito, "si respeta la vida e
integridad del embrión y del feto humano, y si se orienta hacia su custodia o
hacia su curación... Pero se opondrá gravemente a la ley moral cuando contempla
la posibilidad, en dependencia de sus resultados, de provocar un aborto: un
diagnóstico que atestigua la existencia de una malformación o de una enfermedad
hereditaria no debe equivaler a una sentencia de muerte" (CDF, instr.
"Donum vitae" 34).
2275 Se deben
considerar "lícitas las intervenciones sobre el embrión humano, siempre
que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos
desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus
condiciones de salud o su supervivencia individual" (CDF, instr.
"Donum vitae" 36).
"Es
inmoral producir embriones humanos destinados a ser explotados como `material
biológico' disponible" (CDF, instr. "Donum vitae" 45).
"Algunos
intentos de intervenir en el patrimonio cromosómico y genético no son
terapéuticos, sino que miran a la producción de seres humanos seleccionados en
cuanto al sexo u otras cualidades prefijadas. Estas manipulaciones son
contrarias a la dignidad personal del ser humano, a su integridad y a su
identidad" (CDF, Inst. "Donum vitae" 50).
La eutanasia
2276 Aquellos cuya
vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial.
Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una
vida tan normal como sea posible.
2277 Cualesquiera que
sean los motivos y los medios, la eut anasia directa consiste en poner fin a la
vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente reprobable.
Por tanto,
una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para
suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad
de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio
en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto
homicida, que se ha de proscribir y excluir siempre.
2278 La interrupción
de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o
desproporcionados a los resultados puede ser legítimo. Interrumpir estos
tratamientos es rechazar el "encarnizamiento terapéutico". Con esto
no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones
deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o
si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad
razonable y los intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte
se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma
no pueden legítimamente ser interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar
los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede
ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es buscada, ni
como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los
cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad
desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.
El suicidio
2280 Cada uno es
responsable de su vida delante de Dios que se la ha dado. El sigue siendo su
soberano Dueño. Nosotros estamos obligados a recibirla con gratitud y
preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos
administradores y no propietarios de la vida que Dios nos ha confiado. No
disponemos de ella.
2281 El suicidio
contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar su
vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor
del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las
sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados. El
suicidio es contrario al amor del Dios vivo.
2282 Si es cometido
con intención de servir de ejemplo, especialmente a los jóvenes, el suicidio
adquiere además la gravedad del escándalo. La cooperación voluntaria al
suicidio es contraria a la ley moral.
Trastornos
síquicos graves, la angustia, o el temor grave de la prueba, del sufrimiento o
de la tortura, pueden disminuir la responsabilidad del suicida.
2283 No se debe
desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte.
Dios puede haberles facilitado por vías que él solo conoce la ocasión de un
arrepentimiento saludable. La Iglesia ora por las personas que han atentado
contra su vida.
II EL RESPETO DE
LA DIGNIDAD DE LAS PERSONAS
El respeto
del alma del prójimo: el escándalo
2284 El escándalo es
la actitud o el comportamiento que llevan a otro a hacer el mal. El que
escandaliza se convierte en tentador de su prójimo. Atenta contra la virtud y
el derecho; puede ocasionar a su hermano la muerte espiritual. El escándalo
constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra deliberadamente a
otro a una falta grave.
2285 El escándalo adquiere
una gravedad particular según la autoridad de quienes lo causan o de la
debilidad de quienes lo padecen. Inspiró a nuestro Señor esta maldición:
"al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le vale
que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y
le hundan en lo profundo del mar" (Mt 18,6; cf 1 Co 8,10-13). El escándalo
es grave cuando es causado por quienes, por naturaleza o por función, están
obligados a enseñar y educar a los otros. Jesús, en efecto, lo reprocha a los
escribas y fariseos: los compara a lobos disfrazados de corderos (cf Mt 7,15).
2286 El escándalo
puede ser provocado por la ley o por las instituciones, por la moda o por la
opinión.
Así se hacen
culpables de escándalo quienes instituyen leyes o estructuras sociales que
llevan a la degradación de las costumbres y a la corrupción de la vida
religiosa, o a "condiciones sociales que, voluntaria o involuntariamente,
hacen ardua y prácticamente imposible una conducta cristiana conforme a los
mandamientos" (Pío XII, discurso 1 Junio 1941). Lo mismo ha de decirse de
los empresarios que imponen procedimientos que incitan al fraude, de los
educadores que "exasperan" a sus alumnos (cf Ef 6,4; Col 3,21), o los
que, manipulando la opinión pública, la desvían de los valores morales.
2287 El que usa los
poderes de que dispone en condiciones que arrastran a hacer el mal se hace
culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha
favorecido. "Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por
quien vienen!" (Lc 17,1).
El respeto de
la salud
2288 La vida y la
salud física son bienes preciosos confiados por Dios. Debemos cuidar de ellos
racionalmente teniendo en cuenta las necesidades de los demás y el bien común.
El cuidado de
la salud de los ciudadanos requiere la ayuda de la sociedad para lograr las
condiciones de existencia que permiten crecer y llegar a la madurez: alimento y
vestido, vivienda, cuidados sanitarios, enseñanza básica, empleo, asistencia
social.
2289 La moral exige
el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se
opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a
sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante
concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede
conducir a la perversión de las relaciones humanas.
2290 La virtud de la
templanza recomienda evitar toda clase de excesos, el abuso de la comida, del
alcohol, del tabaco y de las medicinas. Quienes en estado de embriaguez, o por
afición inmoderada de velocidad, ponen en peligro la seguridad de los demás y
la suya propia en las carreteras, en el mar o en el aire, se hacen gravemente
culpables.
2291 El uso de la
droga inflige muy graves daños a la salud y a la vida humana. A excepción de
los casos en que se recurre a ello por prescripciones estrictamente
terapéuticas, es una falta grave. La producción clandestina y el tráfico de
drogas son prácticas escandalosas; constituyen una cooperación directa, porque
incitan a ellas, a prácticas gravemente contrarias a la ley moral.
El respeto de
la persona y la investigación científica
2292 Los experimentos
científicos, médicos o sicológicos, en personas o grupos humanos, pueden contribuir
a la curación de los enfermos y al progreso de la salud pública.
2293 Tanto la
investigación científica de base como la investigación aplicada constituyen una
expresión significativa del dominio del hombre sobre la creación. La ciencia y
la técnica son recursos preciosos cuando son puestos al servicio del hombre y
promueven su desarrollo integral en beneficio de todos; sin embargo, por sí
solas no pueden indicar el sentido de la existencia y del progreso humano. La
ciencia y la técnica están ordenadas al hombre que les ha dado origen y
crecimiento; tienen por tanto en la persona y sus valores morales la indicación
de su finalidad y la conciencia de sus límites.
2294 Es ilusorio reivindicar
la neutralidad moral de la investigación científica y de sus aplicaciones. Por
otra parte, los criterios de orientación no pueden ser deducidos ni de la
simple eficacia técnica, ni de la utilidad que puede resultar de ella para unos
con detrimento de los otros, ni, pero aún, de las ideologías dominantes. La
ciencia y la técnica requieren por su significación intrínseca el respeto
incondicionado de los criterios fundamentales de la moralidad; deben estar al
servicio de la persona humana, de sus derechos inalienables, de su bien
verdadero e integral, conforme al designio y la voluntad de Dios.
2295 Las
investigaciones o experimentos en el ser humano no pueden legitimar actos que
en sí mismos son contrarios a la dignidad de las personas y a la ley moral. El
consentimiento eventual de los sujetos no justifica tales actos. La
experimentación en el ser humano no es moralmente legítima si hace correr
riesgos desproporcionados o evitables a la vida o a la integridad física o
síquica del sujeto. La experimentación en seres humanos no es conforme a la
dignidad de la persona si, por añadidura, se hace sin el consentimiento
consciente del sujeto o de quienes tienen derecho sobre ellos.
2296 El trasplante
de órganos es conforme a la ley
moral si los daños y los riesgos físicos y psíquicos que padece el donante son
proporcionados al bien que se busca para el destinatario. La donación de
órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio, que debe ser
alentado como manifestación de solidaridad generosa. Es moralmente inadmisible
si el donante o sus legítimos representantes no han dado su explícito
consentimiento. Además, no se puede admitir moralmente la mutilación que deja
inválido, o provocar directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la
muerte de otras personas.
El respeto de
la integridad corporal
2297 Los secuestros y
el tomar rehenes hacen que impere el terror y, mediante la amenaza, ejercen
intolerables presiones sobre las víctimas. Son moralmente ilegítimos. El terrorismo
amenaza, hiere y mata sin discriminación; es gravemente contrario a la justicia
y a la caridad. La tortura, que usa de violencia física o moral, para arrancar
confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen,
satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y de la dignidad
humana. Exceptuados los casos de precripciones médicas de orden estrictamente
terapéutico, las amputaciones, mutilaciones o esterilizaciones directamente
voluntarias de personas inocentes son contrarias a la ley moral (cf Dz 3722).
2298 En tiempos
pasados, se recurrió de modo ordinario a prácticas crueles por parte de
autoridades legítimas para mantener la ley y el orden, con frecuencia sin
protesta de los pastores de la Iglesia, que incluso adoptaron, en sus propios
tribunales las prescripciones del derecho romano sobre la tortura. Junto a
estos hechos lamentables, la Iglesia ha enseñado siempre el deber de clemencia
y misericordia; prohibió a los clérigos derramar sangre. En tiempos recientes
se ha hecho evidente que estas prácticas crueles no eran ni necesarias para el
orden público ni conformes a los derechos legítimos de la persona humana. Al
contrario, estas prácticas conducen a peores degradaciones. Es preciso
esforzarse por su abolición, y orar por las víctimas y sus verdugos.
El respeto a
los muertos
2299 A los moribundos
se han de prestar todas las atenciones necesarias para ayudarles a vivir sus
últimos momentos en la dignidad y la paz. Serán ayudados por la oración de sus
parientes, los cuales velarán para que los enfermos reciban a tiempo los
sacramentos que preparan para el encuentro con el Dios vivo.
2300 Los cuerpos de
los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza
de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal
(cf Tb 1,16-18), que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo.
2301">2301 La autopsia de
los cadáveres es admisible moralmente cuando hay razones de orden legal o de
investigación científica. El don gratuito de órganos después de la muerte es
legítimo y puede ser meritorio.
La Iglesia
permite la incineración cuando con ella no se cuestiona la fe en la
resurrección del cuerpo (cf CIC, can. 1176,3).
III LA DEFENSA DE
LA PAZ
La paz
2302 Recordando el
precepto: "no matarás" (Mt 5,21), nuestro Señor exige la paz del
corazón y denuncia la inmoralidad de la cólera homicida y del odio:
La cólera es
un deseo de venganza. "Desear la venganza para el mal de aquel a quien es
preciso castigar, es ilícito"; pero es loable imponer una reparación
"para la corrección de los vicios y el mantenimiento de la justicia"
(S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 158, 1 ad 3). Si la cólera llega hasta el
desear deliberado de matar al prójimo o de herirlo gravemente, constituye una
falta grave contra la caridad; es pecado mortal. El Señor dice: "Todo
aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt
5,22).
2303 El odio voluntario es contrario a la caridad. El
odio al prójimo es pecado cuando el hombre le desea deliberadamente un mal. El
odio al prójimo es un pecado grave cuando se le desea deliberadamente un daño
grave. "Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os
persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial..." (Mt 5,44-45).
2304 El respeto y el
crecimiento de la vida humana exigen la paz. La paz no es sólo ausencia de
guerra y no se limita a asegurar el equilibrio de fuerzas adversas. La paz no
puede alcanzarse en la tierra, sin la salvaguarda de los bienes de las
personas, la libre comunicación entre los seres humanos, el respeto de la
dignidad de las personas y de los pueblos, la práctica asidua de la
fraternidad. Es "tranquilidad del orden" (S. Agustín, civ. 19,13). Es
obra de la justicia (cf Is 32,17) y efecto de la caridad (cf GS 78, 1-2).
2305 La paz terrena
es imagen y fruto de la paz de Cristo, el "Príncipe de la paz"
mesiánica (Is 9,5). Por la sangre de su cruz, "dio muerte al odio en su
carne" (Ef 2,16; cf. Col 1,20-22), reconcilió con Dios a los hombres e
hizo de su Iglesia el sacramento de la unidad del género humano y de su unión
con Dios. "El es nuestra paz" (Ef 2,14). Declara
"bienaventurados a los que obran la paz" (Mt 5,9).
2306 Los que
renuncian a la acción violenta y sangrienta y recurren para la defensa de los
derechos del hombre a medios que están al alcance de los más débiles, dan
testimonio de caridad evangélica, siempre que esto se haga sin lesionar los
derechos y obligaciones de los otros hombres y de las sociedades. Atestiguan
legítimamente la gravedad de los riesgos físicos y morales del recurso a la
violencia con sus ruinas y sus muertes (cf GS 78,5).
Evitar la
guerra
2307 El quinto
mandamiento condena la destrucción voluntaria de la vida humana. A causa de los
males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, la Iglesia insta
constantemente a todos a orar y actuar para que la Bondad divina nos libre de
la antigua servidumbre de la guerra (cf GS 81, 4).
2308 Todo ciudadano y
todo gobernante está obligado a trabajar para evitar las guerras.
Sin embargo,
"mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional
competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los
medios de acuerdo pacífico, no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la
legítima defensa" (GS 79,4).
2309 Se han de
considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante
la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a ésta a
condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:
– Que el daño infringido por el agresor a la nación o a la
comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.
– Que los restantes medios para ponerle fin hayan resultado
impracticables o ineficaces.
– Que se reúnan las condiciones serias de éxito.
– Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes
más graves que el mal que se pretende eliminar. El poder de los medios modernos
de destrucción obliga a una prudencia extrema en la apreciación de esta
condición.
Estos son los
elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la "guerra
justa".
La
apreciación de estas condiciones de legitimidad moral pertenece al juicio
prudente de los responsables del bien común.
2310 Los poderes
públicos tienen en este caso el derecho y el deber de imponer a los ciudadanos
las obligaciones necesarias para la defensa nacional.
Los que se
dedican al servicio de la patria en la vida militar son servidores de la
seguridad y de la libertad de los pueblos. Si realizan correctamente su tarea,
colaboran verdaderamente al bien común de la nación y al mantenimiento de la
paz (cf GS 79,5).
2311 Los poderes
públicos atenderán equitativamente a los que, por motivos de conciencia,
rechazan el empleo de las armas; estos siguen obligados a servir de otra forma a
la comunidad humana (cf GS 79,3).
2312 La Iglesia y la
razón humana declaran la validez permanente de la ley moral durante los
conflictos armados. "Ni, una vez estallada desgraciadamente la guerra, es
todo lícito entre los contendientes" (GS 79,4).
2313 Es preciso
respetar y tratar con humanidad a los no combatientes, los soldados heridos y
los prisioneros.
Las acciones
deliberadamente contrarias al derecho de gentes y a sus principios universales,
como las disposiciones que las ordenan son crímenes. Una obediencia ciega no
basta para excusar a los que se someten a ellas. Así, la exterminación de un
pueblo, de una nación o de una minoría étnica debe ser condenada como un pecado
mortal. Existe la obligación moral de desobedecer aquellas disposiciones que
ordenan genocidios .
2314 "Toda
acción bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades
enteras o de amplias regiones con sus habitantes, es un crimen contra Dios y
contra el hombre mismo, que hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones"
(GS 80,4). Un riesgo de la guerra moderna consiste en facilitar a los que
poseen armas científicas, especialmente atómicas, biológicas o químicas, la
ocasión de cometer semejantes crímenes.
2315 La acumulación
de armas es para muchos como una manera
paradógica de apartar de la guerra a posibles adversarios. Ven en ella el más
eficaz de los medios, para asegurar la paz entre las naciones. Este
procedimiento de disuasión merece severas reservas morales. La carrera de
armamentos no asegura la paz. En lugar de eliminar las causas de guerra, corre
el riesgo de agravarlas. La inversión de riquezas fabulosas en la fabricación
de armas siempre nuevas impide la ayuda a los pueblos necesitados (cf PP 53), y
obstaculiza su desarrollo. El exceso de armamento multiplica las razones de
conflictos y aumenta el riesgo de contagio.
2316 La producción y
el comercio de armas atañen hondament e
al bien común de las naciones y de la comunidad internacional. Por tanto, las
autoridades públicas tienen el derecho y el deber de regularlas. La búsqueda de
intereses privados o colectivos a corto plazo no legitima iniciativas que
fomentan violencias y conflictos entre
las naciones, y que comprometen el orden jurídico internacional.
2317 Las injusticias,
las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la
desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones,
amenazan sin cesar la paz y causan las guerras. Todo lo que se hace para
superar estos desórdenes contribuye a edificar la paz y evitar la guerra:
En la medida
en que los hombres son pecadores, les amenaza y les amenazará hasta la venida
de Cristo, el peligro de guerra; en la medida en que, unidos por la caridad,
superan el pecado, se superan también las violencias hasta que se cumpla la
palabra: "De sus espadas forjarán arados y de sus lanzas podaderas.
Ninguna nación levantará ya más la espada contra otra y no se adiestrarán más
para el combate" (Is 2,4) (GS 78,6).
RESUMEN
2318 "Dios tiene
en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de
hombre" (Jb 12,10).
2319 Toda vida
humana, desde el momento de la concepción hasta la muerte, es sagrada, pues la
persona humana ha sido amada por sí misma a imagen y semejanza del Dios vivo y
santo.
2320 Causar la muerte
a un ser humano es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la
santidad del Creador.
2321 La prohibición
de causar la muerte no suprime el derecho de impedir que un injusto agresor
cause daño. La legítima defensa es un deber grave para quien es responsable de
la vida de otro o del bien común.
2322 Desde su
concepción, el niño tiene el derecho a la vida. El aborto directo, es decir,
buscado como un fin o como un medio, es una práctica infame (cf GS 27,3) gravemente
contraria a la ley moral. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión
este delito contra la vida humana.
2323 Porque ha de ser
tratado como una persona desde su concepción, el embrión debe ser defendido en
su integridad, atendido y curado como todo otro ser humano.
2324 La eutanasia
voluntaria, cualesquiera que sean sus formas y sus motivos, constituye un
homicidio. Es gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al
respeto del Dios vivo, su Creador.
2325 El suicidio es
gravemente contrario a la justicia, a la esperanza y a la caridad. Está
prohibido por el quinto mandamiento.
2326 El escándalo
constituye una falta grave cuando por acción u omisión arrastra deliberadamente
a otro a pecar gravemente.
2327 A causa de los
males y de las injusticias que ocasiona toda guerra, debemos hacer todo lo que
es razonablemente posible para evitarla. La Iglesia implora así: "del
hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor".
2328 La Iglesia y la
razón humana afirman la validez permanente de la ley moral durante los
conflictos armados. Las prácticas deliberadamente contrarias al derecho de
gentes y a sus principios universales son crímenes.
2329 "La carrera
de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable" (GS 81,3).
2330 "Bienaventurados
los que obran la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
Artículo 6 EL
SEXTO MANDAMIENTO
"No
cometerás adulterio" (Ex 20,14; Dt 5,17).
"Habéis
oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pues yo os digo: Todo el
que
mira a una
mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,27-28).
I “HOMBRE Y
MUJER LOS CREO...”
2331 "Dios es
amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a
su imagen ... Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la
vocación, y consiguientemente la
capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión" (FC 11).
"Dios
creó el hombre a imagen suya...hombre y mujer los creó" (Gn 1,27).
"Creced y multiplicaos" (Gn 1,28); "el día en que Dios creó al
hombre, le hizo a imagen de Dios. Los creó varón y hembra, los bendijo, y los
llamó "Hombre" en el día de su creación" (Gn 5,1-2).
2332 La
sexualidad afecta a todos los aspectos
de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y su alma. Concierne
particularmente a la afectividad, la capacidad de amar y de procrear y, de
manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otro.
2333 Corresponde a
cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual. La
diferencia y la complementariedad
físicas, morales y espirituales, están orientadas a los bienes del
matrimonio y al desarrollo de la vida familiar. La armonía de la pareja y de la
sociedad depende en parte de la manera en que son vividas entre los sexos la
complementariedad, la necesidad y el apoyo mutuos.
2334 "Creando al
hombre ‘varón y mujer’, Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y
a la mujer" (FC 22; cf GS 49,2). "El hombre es una persona, y esto se
aplica en la misma medida al hombre y a la mujer, porque los dos fueron creados
a imagen y semejanza de un Dios personal" (MD 6).
2335 Cada uno de los
sexos es, con una dignidad igual, aunque de manera distinta, imagen del poder y
de la ternura de Dios. La unión del hombre y de la mujer en el matrimonio es
una manera de imitar en la carne la generosidad y la fecundidad del Creador:
"el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen
una sola carne" (Gn 2,24). De esta unión proceden todas las generaciones
humanas (cf Gn 4,1-2.25-26; 5,1).
2336 Jesús vino a
restaurar la creación en la pureza de sus orígenes. En el Sermón de la montaña
interpreta de manera rigurosa el plan de Dios: "Habéis oído que se dijo:
`no cometerás adulterio'. Pues yo os digo: `todo el que mira a una mujer
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón'" (Mt 5,27-28). El
hombre no debe separar lo que Dos ha unido (cf Mt 19,6).
La Tradición
de la Iglesia ha entendido el sexto mandamiento como una regulación completa de
la sexualidad humana.
II LA VOCACION A
LA CASTIDAD
2337 La castidad
significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en
la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en
la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se
hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de
persona a persona, en el don mutuo entero y temporalmente ilimitado del hombre
y de la mujer.
La virtud de
la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integralidad
del don.
La integridad
de la persona
2338 La persona casta
mantiene la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella.
Esta integridad asegura la unidad de la persona; se opone a todo comportamiento
que la lesionaría. No tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje (cf Mt
5,37).
2339 La castidad
comporta un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la
paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado (cf Si 1,22). "La
dignidad del hombre requiere, en efecto, que actúe según una elección
consciente y libre, es decir, movido e inducido personalmente desde dentro y no
bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El
hombre logra esta dignidad cuando, liberándose de toda esclavitud de las
pasiones, persigue su fin en la libre elección del bien y se procura con eficacia
y habilidad los medios adecuados" (GS 17).
2340 El que quiere
permanecer fiel a las promesas de su bautismo y resistir las tentaciones debe
poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis
adaptada a las situaciones encontradas, la obediencia a los mandamientos
divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la la oración.
"La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido
dispersándonos" (S. Agustín, conf. 10,29; 40).
2341 La virtud de la
castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a
impregnar de razón las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.
2342 El dominio de sí
es una obra que dura toda la vida. Nunca se la considerará adquirida de una vez
para siempre. Supone un esfuerzo repetido en todas las edades de la vida (cf Tt
2,1-6). El esfuerzo requerido puede ser más intenso en ciertas épocas, como
cuando se forma la personalidad, durante la infancia y la adolescencia.
2343 La castidad
tiene unas leyes de crecimiento; éste pasa por grados marcados por la
imperfección y, muy a menudo, por el pecado. "Pero, el hombre, llamado a
vivir responsablemente el designio sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico
que se construye día a día con sus opciones numerosas y libres; por esto él
conoce, ama y realiza el bien moral según las diversas etapas de
crecimiento" (FC 34).
2344 La castidad
representa una tarea eminentemente personal; implica también un esfuerzo
cultural pues "el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la
sociedad misma están mutuamente condicionados" (GS 25,1). La castidad
supone el respeto de los derechos de la persona, en particular, el de recibir
una información y una educación que respeten las dimensiones morales y espirituales
de la vida humana.
2345 La castidad es
una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto de la obra
espiritual (cf Gál 5,22). El Espíritu Santo concede, al que ha sido regenerado
por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo (cf 1 Jn 3,3).
La
integralidad del don de sí
2346 La caridad es la
forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una
escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo.
La castidad conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la
fidelidad y de la ternura de Dios.
2347 La virtud de la
castidad se desarrolla en la amistad. Indica al discípulo cómo seguir e imitar
al que nos eligió como sus amigos (cf Jn 15,15), se dio totalmente a nosotros y
nos hace participar de su condición divina. La castidad es promesa de
inmortalidad.
La castidad
se expresa especialmente en la amistad con el prójimo. Desarrollada entre
personas del mismo sexo o de sexos distintos, la amistad representa un gran
bien para todos. Conduce a la comunión espiritual.
Los diversos
regímenes de la castidad
2348 Todo bautizado
es llamada a la castidad. El cristiano se ha "revestido de Cristo"
(Gal 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a
una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su
Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.
2349 La castidad
"debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a
unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de
dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la
manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o
celibatarias" (CDF, decl. "Persona humana" 11). Las personas
casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la
castidad en la continencia.
Existen tres
formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la
tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto
la disciplina de la Iglesia es rica (S. Ambrosio, vid. 23).
2350 Los novios están
llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un
descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la
esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del
matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben
ayudarse mutuamente a crecer en la castidad.
Las ofensas a
la castidad
2351 La lujuria es un
deseo o un goce desordenados del placer venéreo. El placer sexual es moralmente
desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de
procreación y de unión.
2352 Por la
masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos
genitales a fin de obtener un placer venéreo. "Tanto el Magisterio de la
Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los
fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca
y gravemente desordenado". "El uso deliberado de la facultad sexual
fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual
fuere el motivo que lo determine". Así, el goce sexual es buscado aquí al
margen de "la relación sexual requerida por el orden moral; aquella
relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación
humana en el contexto de un amor verdadero" (CDF, decl. "Persona
humana" 9).
Para emitir
un juicio justo sobre la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar
la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de
los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores síquicos o
sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.
2353 La fornicación
es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es
gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad humana,
naturalmente ordenada al bien de los esposos así como a la generación y
educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando se da corrupción
de menores.
2354 La pornografía
consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la
intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera
deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto
sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores,
comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer
rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la
ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben
impedir la producción y la distribución de material pornográfico.
2355 La prostitución
atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, reducida al placer
venéreo que se saca de ella. El que paga peca gravemente contra sí mismo:
quebranta la castidad a la que lo comprometió su bautismo y mancha su cuerpo,
templo del Espíritu Santo (cf 1 Co 6, 15-20). La prostitución constituye una
lacra social. Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres,
los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña
también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la
prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar
la imputabilidad de la falta.
2356 La violación es
forzar o agredir con violencia la intimidad sexual de una persona. Atenta contra
la justicia y la caridad. La violación lesiona profundamente el derecho de cada
uno al respeto, a la libertad, a la integridad física y moral. Produce un daño
grave que puede marcar a la víctima para toda la vida. Es siempre un acto
intrínsecamente malo. Más grave todavía es la violación cometida por parte de
los padres (cf incesto) o de educadores con los niños que les están confiados.
Castidad y
homosexualidad
2357 La
homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan
una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo.
Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen
síquico permanece ampliamente inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura
que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19,1-29; Rm 1,24-27; 1 Co
6,10; 1 Tm 1,10), la Tradición ha declarado siempre que "los actos
homosexuales son intrínsecamente desordenados" (CDF, decl. "Persona
humana" 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don
de la vida. No proceden de una complementariedad afectiva y sexual verdadera.
No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número
apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente
radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la
mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto,
compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de
discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de
Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del
Señor, las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas
homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante las virtudes de dominio,
educadoras de la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad
desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse
gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
III EL AMOR DE
LOS ESPOSOS
2360 La sexualidad
está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer. En el matrimonio, la
intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de
comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están
santificados por el sacramento.
2361 "La
sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los
actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino
que afecta al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza
de modo verdaderamente humano solamente cuando es parte integral del amor con
el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la
muerte" (FC 11):
Tobías se
levantó del lecho y dijo a Sara: "Levántate, hermana, y oremos y pidamos a
nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve". Ella se levantó y
empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo:
"¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres...tú creaste a Adán, y para él
creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la
raza de los hombres. Tú mismo dijiste: `no es bueno que el hombre se halle
solo; hagámosle una ayuda semejante a él'. Yo no tomo a esta mi hermana con
deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y podamos
llegar juntos a nuestra ancianidad". Y dijeron a coro: "Amén,
amén". Y se acostaron para pasar la noche (Tb 8, 4-9).
2362 "Los actos
con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y
dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y fomentan la
recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y
gratitud" (GS 49,2). La sexualidad es fuente de alegría y de placer:
El
Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos experimentasen
un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los esposos
no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que el
Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en
los límites de una justa moderación (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).
2363 Por la unión de
los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la
transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores
del matrimonio sin alterar la vida espiritual de la pareja ni comprometer los
bienes del matrimonio y el porvenir de la familia.
Así, el amor
conyugal del hombre y de la mujer queda situado bajo la doble exigencia de la
fidelidad y la fecundidad.
La fidelidad
conyugal
2364 El matrimonio
constituye una "íntima comunidad de vida y amor conyugal, fundada por el
Creador y provista de leyes propias". Esta comunidad "se establece
con la alianza del matrimonio, es decir, con un consentimiento personal e
irrevocable" (GS 48,1). Los dos se dan definitiva y totalmente el uno al
otro. Ya no son dos, ahora forman una sola carne. La alianza contraída
libremente por los esposos les impone la obligación de mantenerla una e
indisoluble (cf CIC, can. 1056). "Lo que Dios unió, no lo separe el
hombre" (Mc 10,9; cf Mt 19,1-12; 1 Co 7,10-11).
2365 La fidelidad
expresa la constancia en el mantenimiento de la palabra dada. Dios es fiel. El
sacramento del matrimonio hace entrar al hombre y la mujer en la fidelidad de Cristo
para con su Iglesia. Por la castidad conyugal dan testimonio de este misterio
ante el mundo.
S. Juan
Crisóstomo sugiere a los jóvenes esposos hacer este razonamiento a sus esposas:
"te he tomado en mis brazos, te amo y te prefiero a mi vida. Porque la
vida presente no es nada, mi deseo más ardiente es pasarla contigo de tal
manera que estemos seguros de no estar separados en la vida que nos está
reservada... pongo tu amor por encima de todo, y nada me será más penoso que no
tener los mismos pensamientos que tú tienes" (hom. in Eph. 20,8).
La fecundidad
del matrimonio
2366 La fecundidad es
un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser
fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos;
brota del corazón mismo de ese don mutuo, del que es fruto y cumplimiento. Por
eso la Iglesia, que "está en favor de la vida" (FC 30), enseña que
todo "acto matrimonial, en sí mismo, debe quedar abierto a la transmisión
de la vida" (HV 11). "Esta doctrina, muchas veces expuesta por el
magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y
que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados
del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (HV
12; cf Pío XI, enc. "Casti connubii").
2367 Llamados a dar
la vida, los esposos participan del poder creador y de la paternidad de Dios
(cf Ef 3,14; Mt 23,9). "En el deber de transmitir la vida humana y
educarla, que han de considerar como su misión propia, los cónyuges saben que
son cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta manera sus intérpretes.
Por ello, cumplirán su tarea con responsabilidad humana y cristiana" (GS
50,2).
2368 Un aspecto
particular de esta responsabilidad concierne a la "regulación de la
procreación". Por razones justificadas, los esposos pueden querer espaciar
los nacimientos de sus hijos. En este caso, deben cerciorarse de que su deseo
no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una
paternidad responsable. Por otra parte, ordenarán su comportamiento según los
criterios objetivos de la moralidad:
El carácter
moral de la conducta, cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la
transmisión responsable de la vida, no depende sólo de la sincera intención y
la apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios
objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que
conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana en
el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con
sinceridad la virtud de la castidad conyugal (GS 51,3).
2369 "Salvaguardando
ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva
íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima
vocación del hombre a la paternidad" (HV 12).
2370 La continencia
periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la
autoobservación y el recurso a los períodos infecundos (cf HV 16) son conformes
a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de
los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una
libertad auténtica. Por el contrario, es intrínsecamente mala "toda acción
que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo
de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer
imposible la procreación" (HV 14):
"Al
lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo
impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al
otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la
vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal,
llamado a entregarse en plenitud personal". Esta diferencia antropológica
y moral entre la anticoncepción y el recurso a los ritmos periódicos
"implica... dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana
irreconciliables entre sí" (FC 32).
2371 Por otra parte,
"sea claro a todos que la vida de los hombres y la tarea de transmitirla
no se limita a este mundo sólo y no se puede medir ni entender sólo por él,
sino que mira siempre al destino eterno de los hombres" (GS 51,4).
2372 El Estado es
responsable del bienestar de los ciudadanos. Por eso es legítimo que intervenga
para orientar el incremento de la población. Puede hacerlo mediante una
información objetiva y respetuosa, pero no mediante una decisión autoritaria y
coaccionante. No puede legítimamente suplantar la iniciativa de los esposos,
primeros responsables de la procreación y educación de sus hijos (cf HV 23; PP
37). E Estado no está autorizado a favorecer medios de regulación demográfica
contrarios a la moral.
El don del
hijo
2373 La Sagrada Escritura
y la práctica tradicional de la Iglesia ven en las familias numerosas un signo
de la bendición divina y de la generosidad de los padres (cf GS 50,2).
2374 Grande es el
sufrimiento de los esposos que se descubren estériles. Abraham pregunta a Dios:
"¿qué me vas a dar, si me voy sin hijos...?" (Gn 15,2). Y Raquel dice
a su marido Jacob: "Dame hijos, o si no me muero" (Gn 30,1).
2375 Las
investigaciones que intentan reducir la esterilidad humana deben alentarse, a
condición de que se pongan "al servicio de la persona humana, de sus
derechos inalienables, de su bien verdadero e integral, según el plan y la
voluntad de Dios" (CDF, instr. "Donum vitae", 9).
2376 Las técnicas que
provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña
a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son
gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales
heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre
conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan "su
derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del
otro" (CDF, instr. "Donum vitae" 58).
2377 Practicadas
dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales
homólogas) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente
reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de
la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a
otra, "confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y
de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el
destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a
la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos" (cf CDF,
instr. "Donum vitae" 82). "La procreación queda privada de su
perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida como el
fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de los esposos...solamente
el respeto de la conexión existente entre los significados del acto conyugal y
el respeto de la unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con
la dignidad de la persona" (CDF, instr. "Donum vitae" 74.76).
2378 El hijo no es un
derecho sino un don. El "don más excelente del matrimonio" es una
persona humana. El hijo no puede ser considerado como un objeto de propiedad, a
lo que conduciría el reconocimiento de un pretendido "derecho al
hijo". A este respecto, sólo el hijo posee verdaderos derechos: El de
"ser el fruto del acto específico del amor conyugal de sus padres, y tiene
también el derecho a ser respetado como persona desde el momento de su
concepción" (CDF, instr. "Donum vitae" 96).
2379 El evangelio
enseña que la esterilidad física no es un mal absoluto. Los esposos que, tras
haber agotado los recursos legítimos de la medicina, padecen de esterilidad,
deben asociarse a la Cruz del Señor, fuente de toda fecundidad espiritual.
Pueden manifestar su generosidad adoptando hijos abandonados o realizando
servicios sacrificados en beneficio del prójimo.
IV LAS OFENSAS A
LA DIGNIDAD DEL MATRIMONIO
2380 El adulterio.
Esta palabra designa la infidelidad conyugal. Cuando un hombre y una mujer, de
los cuales al menos uno está casado, establecen una relación sexual, aunque
ocasional, cometen un adulterio. Cristo condena incluso el deseo del adulterio
(cf Mt 5,27-28). El sexto mandamiento y el Nuevo Testamento proscriben
absolutamente el adulterio (cf Mt 5,32; 19,6; Mc 10,11; 1 Co 6,9-10). Los
profetas denuncian su gravedad; ven en el adulterio la figura del pecado de
idolatría (cf Os 2,7; Jr 5,7; 13,27).
2381 El adulterio es
una injusticia. El que lo comete falta a sus compromisos. Lesiona el signo de la
Alianza que es el vínculo matrimonial. Quebranta el derecho del otro cónyuge y
atenta contra la institución del matrimonio, violando el contrato que le da
origen. Compromete el bien de la generación humana y de los hijos, que
necesitan la unión estable de los padres.
El divorcio
2382 El Señor Jesús
insiste en la intención original del Creador que quería un matrimonio
indisoluble (cf Mt 5,31-32; 19,3-9; Mc 10,9; Lc 16,18; 1 Co 7,10-11), y abroga
la tolerancia que se había introducido en la ley antigua (cf Mt 19,7-9).
Entre
bautizados, "el matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por
ningún poder humano ni por ninguna causa fuera de la muerte" (CIC, can
1141).
2383 La separación de
los esposos con mantenimiento del vínculo matrimonial puede ser legítima en
ciertos casos previstos por el Derecho canónico (cf CIC, can. 1151-55).
Si el
divorcio civil representa la única manera posible de asegurar ciertos derechos
legítimos, el cuidado de los hijos o la defensa del patrimonio, puede ser
tolerado sin constituir una falta moral.
2384 El divorcio es una ofensa grave a la ley natural.
Pretende romper el contrato, aceptado libremente por los esposos, de vivir
juntos hasta la muerte. El divorcio atenta contra la Alianza de salvación de la
cual el matrimonio sacramental es un signo. El hecho de contraer una nueva
unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura:
el cónyuge casado de nuevo se haya entonces en situación de adulterio público y
permanente:
Si el marido,
tras haberse separado de su mujer, se une a otra mujer, es adúltero, porque
hace cometer un adulterio a esta mujer; y la mujer que habita con él es
adúltera, porque ha atraído a sí al marido de otra (S. Basilio, moral. regla
73).
2385 El divorcio
adquiere también su carácter inmoral por el desorden que introduce en la célula
familiar y en la sociedad. Este desorden entraña daños graves: para el cónyuge,
que se ve abandonado; para los hijos, traumatizados por la separación de los
padres, y a menudo viviendo en tensión a causa de sus padres; por su efecto de
contagio, que hace de él una verdadera plaga social.
2386 Puede ocurrir
que uno de los cónyuges sea la víctima inocente del divorcio dictado por la ley
civil; entonces no contradice el precepto moral. Existe una diferencia
considerable entre el cónyuge que se ha esforzado con sinceridad por ser fiel
al sacramento del matrimonio y se ve injustamente abandonado y el que, por una
falta grave de su parte, destruye un matrimonio canónicamente válido (cf FC
84).
Otras ofensas
a la dignidad del matrimonio
2387 Es comprensible
el drama del que, deseoso de convertirse al evangelio, se ve obligado a
repudiar una o varias mujeres con las que ha compartido años de vida conyugal.
Sin embargo, la poligamia no se ajusta a la ley moral, pues contradice
radicalmente la comunión conyugal. La poligamia "niega directamente el
designio de Dios, tal como es revelado desde los orígenes, porque es contraria
a la igual dignidad personal del hombre y de la mujer, que en el matrimonio se
dan con un amor total y por lo mismo único y exclusivo" (FC 19; cf GS
47,2). El cristiano que había sido polígamo está gravemente obligado en
justicia a cumplir los deberes contraídos respecto a sus antiguas mujeres y sus
hijos.
2388 Incesto es la relación carnal entre parientes dentro
de los grados en que está prohibido el matrimonio (cf Lv 18,7-20). S. Pablo
condena esta falta particularmente grave: "Se oye hablar de que hay
inmoralidad entre vosotros... hasta el punto de que uno de vosotros vive con la
mujer de su padre...en nombre del Señor Jesús...sea entregado ese individuo a
Satanás para destrucción de la carne..." (1 Co 5,1.4-5). El incesto
corrompe las relaciones familiares y representa una regresión a la animalidad.
2389 Se puede equiparar
al incesto los abusos sexuales perpetrados por adultos en niños o adolescentes
confiados a su guarda. Entonces esta falta adquiere una mayor gravedad por
atentar escandalosamente contra la integridad física y moral de los jóvenes que
quedarán así marcados para toda la vida, y por ser una violación de la
responsabilidad educativa.
2390 Hay unión
libre cuando el hombre y la mujer se
niegan a dar forma jurídica y pública a una unión que implica la intimidad
sexual.
La expresión
en sí misma es engañosa: ¿qué puede significar una unión en la que las personas
no se comprometen entre sí y testimonian con ello una falta de confianza en el
otro, en sí mismo, o en el porvenir?
Esta
expresión abarca situaciones distintas: concubinato, rechazo del matrimonio en
cuanto tal, incapacidad de unirse mediante compromisos a largo plazo (cf FC
81). Todas estas situaciones ofenden la dignidad del matrimonio; destruyen la
idea misma de la familia; debilitan el sentido de la fidelidad. Son contrarias
a la ley moral: el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el
matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la
comunión sacramental.
2391 Muchos reclaman
hoy una especie de "unión a prueba" cuando existe intención de
casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen
en relaciones sexuales prematuras, éstas "no garantizan que la sinceridad
y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden
aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de
las pasiones" (CDF, decl. "Persona humana" 7). La unión carnal
sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida
definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la "prueba".
Exige un don total y definitivo de las personas entre sí (cf FC 80).
RESUMEN
2392 "El amor es
la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (FC 11).
2393 Al crear al ser
humano hombre y mujer, Dios confiere la dignidad personal de manera idéntica a
uno y a otra. A cada uno, hombre y mujer, corresponde reconocer y aceptar su
identidad sexual.
2394 Cristo es el
modelo de la castidad. Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada
uno según su estado de vida.
2395 La castidad
significa la integración de la sexualidad en la persona. Entraña el aprendizaje
del dominio personal.
2396 Entre los
pecados gravemente contrarios a la castidad se deben citar la masturbación, la
fornicación, las actividades pornográficas, y las prácticas homosexuales.
2397 La alianza que
los esposos contraen libremente implica un amor fiel. Les confiere la
obligación de guardar indisoluble su matrimonio.
2398 La fecundidad es
un bien, un don, un fin del matrimonio. Dando la vida, los esposos participan
de la paternidad de Dios.
2399 La regulación de
la natalidad representa uno de los aspectos de la paternidad y la maternidad
responsables. La legitimidad de las intenciones de los esposos no justifica el recurso
a medios moralmente reprobables (p.e., la esterilización directa o la
anticoncepción).
2400 El adulterio y
el divorcio, la poligamia y la unión libre son ofensas graves a la dignidad del
matrimonio.
Artículo 7 EL
SEPTIMO MANDAMIENTO
No robarás
(Ex 20,15; Dt 5,19).
No robarás
(Mt 19,18).
2401 El séptimo
mandamiento prohíbe tomar o retener el bien del prójimo injustamente y hacer
daño al prójimo en sus bienes de cualquier manera. Prescribe la justicia y la
caridad en la gestión de los bienes terrenos y los frutos del trabajo de los
hombres. Con miras al bien común exige el respeto del destino universal de los
bienes y del derecho de propiedad privada. La vida cristiana se esfuerza por
ordenar a Dios y a la caridad fraterna los bienes de este mundo.
I EL DESTINO
UNIVERSAL Y LA PROPIEDAD PRIVADA DE LOS BIENES
2402 Al comienzo Dios
confió la tierra y sus recursos a la administración común de la humanidad para
que tenga cuidado de ellos, los domine mediante su trabajo y se beneficie de
sus frutos (cf Gn 1,26-29). Los bienes de la creación están destinados a todo
el género humano. Sin embargo, la tierra está repartida entre los hombres para
dar seguridad a su vida, expuesta a la penuria y amenazada por la violencia. La
apropiación de bienes es legítima para garantizar la libertad y la dignidad de
las personas, para ayudar a cada uno a atender sus necesidades fundamentales y
las necesidades de los que están a su cargo. Debe hacer posible que se viva una
solidaridad natural entre los hombres.
2403 El derecho a
la propiedad privada, adquirida o recibida de modo justo, no anula la
donación original de la tierra al conjunto de la humanidad. El destino
universal de los bienes continúa siendo primordial, aunque la promoción del
bien común exija el respeto de la propiedad privada, de su derecho y de su
ejercicio.
2404 "El hombre,
al servirse de esos bienes , debe considerar las cosas externas que posee
legítimamente, no sólo como suyas, sino también como comunes, en el sentido de
que han de aprovechar no sólo a él, sino también a los demás" (GS 69,1).
La propiedad de un bien hace de su dueño un administrador de la providencia
para hacerlo fructificar y comunicar sus beneficios a otros, ante todo a sus
próximos.
2405 Los bienes de
producción -materiales o inmateriales- como tierras o fábricas, profesiones o
artes, requieren los cuidados de sus posesores para que su fecundidad aproveche
al mayor número de personas. Los poseedores de bienes de uso y consumo deben
usarlos con templanza reservando la mejor parte al huésped, al enfermo, al
pobre.
2406 La autoridad
política tiene el derecho y el deber de regular en función del bien común el
ejercicio legítimo del derecho de propiedad (cf GS 71,4; SRS 42; CA 40; 48).
II EL RESPETO DE
LAS PERSONAS Y DE SUS BIENES
2407 En materia
económica el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la
templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia,
para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad,
siguiendo la regla de oro y según la liberalidad del Señor, que "siendo
rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su
pobreza" (2 Co 8,9).
El respeto de
los bienes ajenos
2408 El séptimo
mandamiento prohíbe el robo, es decir, la usurpación del bien ajeno contra la
voluntad razonable de su dueño. No hay robo si el consentimiento puede ser
presumido o si el rechazo es contrario a la razón y al destino universal de los
bienes. Es el caso de la necesidad urgente y evidente en que el único medio de
remediar las necesidades inmediatas y esenciales (alimento, vivienda,
vestido...) es disponer y usar de los bienes ajenos (cf GS 69,1).
2409 Toda forma de
tomar o retener injustamente el bien ajeno, aunque no contradiga las disposiciones
de la ley civil, es contraria al séptimo mandamiento. Así, retener
deliberadamente bienes prestados u objetos perdidos, defraudar en el ejercicio
del comercio (cf Dt 25, 13-16), pagar salarios injustos (cf Dt 24,14-15; St
5,4), elevar los precios especulando con la ignorancia o la necesidad ajenas
(cf Am 8,4-6).
Son también
moralmente ilícitos, la especulación mediante la cual se pretende hacer variar
artificialmente la valoración de los bienes con el fin de obtener un beneficio
en detrimento ajeno; la corrupción mediante la cual se vicia el juicio de los
que deben tomar decisiones conforme a derecho; la apropiación y el uso privados
de los bienes sociales de una empresa; los trabajos mal hechos, el fraude
fiscal, la falsificación de cheques y facturas, los gastos excesivos, el
despilfarro. Infligir voluntariamente un daño a las propiedades privadas o
públicas es contrario a la ley moral y exige reparación.
2410 Las promesas
deben ser cumplidas, y los contratos rigurosamente observados en la medida en
que el compromiso adquirido es moralmente justo. Una parte notable de la vida
económica y social depende del valor de los contratos entre personas físicas o
morales. Así, los contratos comerciales de venta o compra, los contratos de
alquiler o de trabajo. Todo contrato debe ser hecho y ejecutado de buena fe.
2411 Los contratos
están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los intercambios
entre las personas y entre las instituciones, en el respeto exacto de sus
derechos. La justicia conmutativa obliga estrictamente; exige la salvaguarda de
los derechos de propiedad, el pago de las deudas y la prestación de
obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible
ninguna otra forma de justicia.
La justicia
conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el
ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia
distributiva que regula lo que la
comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus
necesidades.
2412 En virtud de la
justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la
restitución del bien robado a su propietario:
Jesús bendijo
a Zaqueo por su resolución: "si en algo defraudé a alguien, le devolveré
el cuádruplo" (Lc 19,8). Los que, de manera directa o indirecta, se han
apoderado de un bien ajeno, están obligados a restituirlo o a devolver el
equivalente en naturaleza o en especie si la cosa ha desaparecido, así como los
frutos y beneficios que su propietario hubiera obtenido legítimamente. Están
igualmente obligados a restituir, en proporción a su responsabilidad y al
beneficio obtenido, todos los que han participado de alguna manera en el robo,
o se han aprovechado de él a sabiendas; por ejemplo, quienes lo hayan ordenado
o ayudado o encubierto.
2413 Los juegos de
azar (de cartas, etc.) o las apuestas no son en sí mismos contrarios a la
justicia. No obstante, resultan moralmente inaceptables cuando privan a la
persona de lo que le es necesario para atender a sus necesidades o las de los demás.
La pasión del juego corre peligro de convertirse en una grave servidumbre.
Apostar injustamente o hacer trampas en los juegos constituye una materia
grave, a no ser que el daño infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda
razonablemente considerarlo significativo.
2414 El séptimo
mandamiento proscribe los actos o empresas que, por una u otra razón, egoísta o
ideológica, mercantil o totalitaria, conduce a esclavizar seres humanos, a
menospreciar su dignidad personal, a comprarlos, a venderlos y a cambiarlos
como mercancía. Es un pecado contra la dignidad de las personas y sus derechos
fundamentales reducirlos por la violencia a un objeto de consumo o a una fuente
de beneficio. S. Pablo ordenaba a un amo cristiano que tratase a su esclavo
cristiano "no como esclavo, sino...como un hermano...en el Señor"
(Flm 16).
El respeto de
la integridad de la creación
2415 El séptimo
mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como
las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común
de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1,28-31). El uso de los
recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del
respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre
sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por
el cuidado de la calidad de la vida del prójimo comprendidas las generaciones
venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA
37-38).
2416 Los
animales son criaturas de Dios, que los
rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6,16). Por su simple existencia, lo
bendicen y le dan gloria (cf Dn 3,57-58). También los hombres les deben aprecio.
Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales S. Francisco de Asís o S. Felipe Neri.
2417 Dios confió los
animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn
2,19-20; 9,1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el
alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden
al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y
científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen
dentro de límites razonables y contribuyen a curar o salvar vidas humanas.
2418 Es contrario a
la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y gastar sin
necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían
más bien remediar la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero
no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres
humanos.
III LA DOCTRINA
SOCIAL DE LA IGLESIA
2419 "La
revelación cristiana...nos conduce a una comprensión más profunda de las leyes
de la vida social" (GS 23,1). La Iglesia recibe del evangelio la plena
revelación de la verdad del hombre. Cuando cumple su misión de anunciar el
evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su
vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la
justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina.
2420 La Iglesia
expresa un juicio moral, en materia económi ca y social, "cuando lo exijan
los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas" (GS
76,5). En el orden de la moralidad, la Iglesia ejerce una misión distinta de la
que ejercen las autoridades políticas: ella se ocupa de los aspectos temporales
del bien común a causa de su ordenación al soberano Bien, nuestro fin último.
Se esfuerza por inspirar las actitudes justas en el uso de los bienes terrenos
y en las relaciones socioeconómicas.
2421 La doctrina
social de la Iglesia se desarrolló en el siglo XIX cuando se produce el
encuentro entre el evangelio y la sociedad industrial moderna, sus nuevas
estructuras para producción de bienes de consumo, su nueva concepción de la
sociedad, del Estado y de la autoridad, sus nuevas formas de trabajo y de
propiedad. El desarrollo de la doctrina de la Iglesia en materia económica y
social da testimonio del valor permanente de la enseñanza de la Iglesia, al
mismo tiempo que del sentido verdadero de su Tradición siempre viva y activa
(cf. CA 3).
2422 La enseñanza
social de la Iglesia comprende un cuerpo de doctrina que se articula a medida
que la Iglesia interpreta los acontecimientos a lo largo de la historia, a la
luz del conjunto de la palabra revelada por Cristo Jesús con la asistencia del
Espíritu Santo (cf SRS 1; 41). Esta enseñanza resulta tanto más aceptable para
los hombres de buena voluntad cuanto más inspira la conducta de los fieles.
2423 La doctrina
social de la Iglesia propone principios de reflexión, extrae criterios de
juicio, da orientaciones para la acción:
Todo sistema,
según el cual las relaciones socia les estarían determinadas enteramente por
los factores económicos es contrario a la naturaleza de la persona humana y de
sus actos (cf CA 24).
2424 Una teoría que
hace del lucro la norma exclusiva y el fin último de la actividad económica es
moralmente inaceptable. El apetito desordenado de dinero no deja de producir
efectos perniciosos. Es una de las causas de los numerosos conflictos que
perturban el orden social (cf GS 63,3; LE 7; CA 35).
Un sistema
que "sacrifica los derechos fundamentales de la persona y de los grupos en
aras de la organización colectiva de la producción" es contrario a la
dignidad del hombre (cf GS 65). Toda práctica que reduce a las personas a no
ser más que medios de lucro esclaviza al hombre, conduce a la idolatría del
dinero y contribuye a difundir el ateísmo. "No podéis servir a Dios y al
Dinero" (Mt 6,24; Lc 16,13).
2425 La Iglesia ha
rechazado las ideologías totalitarias y ateas asociadas en los tiempos modernos
al "comunismo" o "socialismo". Por otra parte, ha reprobado en la práctica del
"capitalismo" el individualismo y la primacía absoluta de la ley de
mercado sobre el trabajo humano (cf CA 10, 13.44). La regulación de la economía
únicamente por la planificación centralizada pervierte en la base los vínculos
sociales; su regulación únicamente por la ley de mercado quebranta la justicia
social, porque "existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida
en el mercado" (CA 34). Es preciso
promover una regulación razonable del mercado y de las iniciativas económicas,
según una justa jerarquía de valores y atendiendo al bien común.
IV LA ACTIVIDAD
ECONOMICA Y LA JUSTICIA SOCIAL
2426 El desarrollo de
las actividades económicas y el crecimiento de la producción están destinados a
remediar las necesidades de los seres humanos. La vida económica no tiende
solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder;
está ante todo ordenada al servicio de las personas, del hombre entero y de
toda la comunidad humana. La actividad económica dirigida según sus propios
métodos, debe moverse dentro de los límites del orden moral, según la justicia
social, a fin de responder al plan de Dios sobre el hombre (cf GS 64).
2427 El trabajo
humano procede directamente de personas
creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar, unidas y para mutuo beneficio,
la obra de la creación dominando la tierra (cf Gn 1,28; GS 34; CA 31). El
trabajo es, por tanto, un deber: "Si alguno no quiere trabajar, que
tampoco coma" (2 Ts 3,10; cf. 1 Ts 4,11). El trabajo honra los dones del
Creador y los talentos recibidos. Puede ser también redentor. Soportando el
peso del trabajo (cf Gn 3,14-19), en unión con Jesús, el carpintero de Nazaret
y el crucificado del Calvario, el hombre colabora en cierta manera con el Hijo
de Dios en su Obra redentora. Se muestra discípulo de Cristo llevando la Cruz
cada día, en la actividad que está llamado a realizar (cf LE 27). El trabajo
puede ser un medio de santificación y una animación de las realidades terrenas en
el espíritu de Cristo.
2428 En el trabajo,
la persona ejerce y aplica una parte de las capacidades inscritas en su
naturaleza. El valor primordial del trabajo pertenece al hombre mismo, que es
su autor y su destinatario. El trabajo es para el hombre y no el hombre para el
trabajo (cf LE 6).
Cada uno debe
poder sacar del trabajo los medios para sustentar su vida y la de los suyos, y
para prestar servicio a la comunidad humana.
2429 Cada uno tiene
el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos
para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los
justos frutos de sus esfuerzos. Deberá ajustarse a las reglamentaciones
dictadas por las autoridades legítimas con miras al bien común (cf CA 32; 34).
2430 La vida
económica se ve afectada por intereses diversos, con frecuencia opuestos entre
sí. Así se explica el surgimiento de conflictos que la caracterizan (cf LE 11).
Será preciso esforzarse para reducir estos últimos mediante la negociación, que
respete los derechos y los deberes de cada parte: los responsables de las
empresas, los representantes de los trabajadores, por ejemplo, organizaciones
sindicales y, en caso necesario, los poderes públicos.
2431 La
responsabilidad del Estado. "La actividad económica, en particular la
economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional,
jurídico y político. Por el contrario supone una seguridad que garantiza la
libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios
públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de
garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de
los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo
eficiente y honestamente...Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y
encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico; pero en
este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona y
de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad" (CA
48).
2432 Los responsables
de las empresas ostentan ante la sociedad la responsabilidad económica y
ecológica de sus operaciones (CA 37). Están obligados a considerar el bien de
las personas y no solamente el aumento de las ganancias. Sin embargo, estas son
necesarias; permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las
empresas, y garantizan los puestos de trabajo.
2433 El acceso al
trabajo y a la profesión debe estar
abierto a todos sin discriminación injusta, hombres y mujeres, sanos y
disminuidos, autóctonos e inmigrados (cf. LE 19; 22-23). En función de las
circunstancias, la sociedad debe por su parte ayudar a los ciudadanos a
procurarse un trabajo y un empleo (cf. CA 48).
2434 El salario justo
es el fruto legítimo del trabajo. Negarlo o retenerlo puede constituir una
grave injusticia (cf Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). Para determinar la
remuneración justa se han de tener en cuenta a la vez las necesidades y las
contribuciones de cada uno. "El trabajo debe ser remunerado de tal modo
que se den al hombre posibilidades de que él y los suyos vivan dignamente su
vida material, social, cultural y espiritual, teniendo en cuenta la tarea y la
productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común"
(GS 67,2). El acuerdo de las partes no basta para justificar moralmente el
importe del salario.
2435 La huelga es
moralmente legítima cuando se presenta como un recurso inevitable, si no
necesario para obtener un beneficio proporcionado. Resulta moralmente
inaceptable cuando va acompañada de violencias o también cuando se lleva a cabo
en función de objetivos no directamente vinculados a las condiciones de trabajo
o contrarios al bien común.
2436 Es injusto no
pagar a los organismos de seguridad social las cotizaciones establecidas por las autoridades legítimas.
La privación
de empleo a causa de la huelga es casi
siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y una amenaza para el equilibrio
de la vida. Además del daño personal padecido, de esa privación se derivan
riesgos numerosos para su hogar (cf. LE 18).
V JUSTICIA Y
SOLIDARIDAD ENTRE LAS NACIONES
2437 En el plano
internacional la desigualdad de los recursos y de los medios económicos es tal
que crea entre las naciones un verdadero "abismo" (SRS 14). Por un
lado están los que poseen y desarrollan los medios de crecimiento, y por otro,
los que acumulan deudas.
2438 Diversas causas,
de naturaleza religiosa, política, económica y financiera, confieren hoy a la
cuestión social "una dimensión mundial" (SRS 9). La solidaridad es
necesaria entre las naciones cuyas políticas son ya interdependientes. Es
todavía más indispensable cuando se trata de acabar con los "mecanismos
perversos" que obstaculizan el desarrolla de los países menos avanzados
(cf SRS 17; 45). Es preciso sustituir los sistemas financieros abusivos, si no
usureros (cf CA 35), las relaciones comerciales inicuas entre las naciones, la
carrera de armamentos, por un esfuerzo común para movilizar los recursos hacia
objetivos de desarrollo moral, cultural y económico "fijando de nuevo las
prioridades y las escalas de valores" (CA 28).
2439 Las naciones
ricas tienen una responsabilidad moral
grave respecto a las que no pueden por sí mismas asegurar los medios de su
desarrollo, o han sido impedidas de realizarlo por trágicos acontecimientos
históricos. Es un deber de solidaridad y de caridad; es también una obligación
de justicia si el bienestar de las naciones ricas procede de recursos que no
han sido pagados justamente.
2440 La ayuda directa
constituye una respuesta apropiada a necesidades inmediatas, extraordinarias,
causadas por ejemplo por catástrofes naturales, epidemias, etc. Pero no basta
para reparar los graves daños que resultan de situaciones de indigencia ni para
remediar de forma duradera las necesidades. Es preciso también reformar las
instituciones económicas y financieras internacionales para que promuevan mejor
relaciones equitativas con los países menos desarrollados (cf SRS 16). Es
preciso sostener el esfuerzo de los países pobres que trabajan por su
crecimiento y su liberación (cf CA 26). Esta doctrina exige ser aplicada de
manera muy particular en el ámbito del trabajo agrícola. Los campesinos, sobre
todo en el Tercer Mundo, forman la masa preponderante de los pobres.
2441 Acrecentar el
sentido de Dios y el conocimiento de sí mismo constituye la base de todo
desarrollo completo de la sociedad humana. Este multiplica los bienes
materiales y los pone al servicio de la persona y de su libertad. Disminuye la
miseria y la explotación económicas. Hace crecer el respeto de las identidades
culturales y la apertura a la transcendencia (cf SRS 32; CA 51).
2442 No corresponde a
los pastores de la Iglesia intervenir directamente en la actividad política y
en la organización de la vida social. Esta tarea forma parte de la vocación de
los fieles laicos, que actúan por su propia iniciativa con sus conciudadanos.
La acción social puede implicar una pluralidad de vías concretas. Deberá
atender siempre al bien común y ajustarse al mensaje evangélico y a la
enseñanza de la Iglesia. Pertenece a los fieles laicos "animar, con su
compromiso cristiano, las realidades y, en ellas, procurar ser testigos y
operadores de paz y de justicia" (SRS 47; cf 42).
VI EL AMOR DE LOS
POBRES
2443 Dios bendice a
los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: "a
quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la
espalda" (Mt 5,42). "Gratis lo recibisteis, dadlo gratis" (Mt
10,8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los
pobres (cf Mt 25,31-36). La buena nueva "anunciada a los pobres" (Mt
11,5; Lc 4,18) es el signo de la presencia de Cristo.
2444 "El amor de
la Iglesia por los pobres...pertenece a su constante tradición " (CA 57).
Está inspirado en el Evangelio de las bienaventuranzas (cf Lc 6,20-22), en la
pobreza de Jesús (cf Mt 8,20), y en su atención a los pobres (cf Mc 12,41-44).
El amor a los pobres es también uno de los motivos del deber de trabajar, con
el fin de "hacer partícipe al que se halle en necesidad" (Ef 4,28).
No abarca sólo la pobreza material, sino también las numerosas formas de
pobreza cultural y religiosa (cf CA 57).
2445 El amor a los
pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso
egoísta:
Ahora bien,
vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer
sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están
apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su
herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como
fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el
salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está
gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de
los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis
entregado a a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la
matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (St 5,1-6).
2446 S. Juan
Crisóstomo lo recuerda vigorosamente: "No hacer participar a los pobres de
los propios bienes es robarles y quitarles la vida. Lo que tenemos no son
nuestros bienes, sino los suyos" (Laz. 1,6). "Satisfacer ante todo
las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad
lo que ya se debe a título de justicia" (AA 8):
Cuando damos
a los pobres las cosas indispensables no les hacemos liberalidades personales,
sino que les devolvemos lo que es suyo. Más que realizar un acto de caridad, lo
que hacemos es cumplir un deber de justicia (S. Gregorio Magno, past. 3,21).
2447 Las obras de
misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro
prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58,6-7; Hb 13,3).
Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espiritual,
como perdonar y sufrir con paciencia. Las obras de misericordia corporal
consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo
tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, enterrar a los
muertos (cf Mt 25,31-46). Entre estas obras, la limosna hecha a los pobres (cf
Tb 4, 5-11; Si 17,22) es uno de los principales testimonios de la caridad
fraterna; es también una práctica de justicia que agrada a Dios (cf Mt 6,2-4):
El que tenga
dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que
haga lo mismo (Lc 3,11). Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las
cosas serán puras para vosotros (Lc 11,41). Si un hermano o una hermana están
desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: "id
en paz, calentaos o hartaos", pero no les dais lo necesario para el cuerpo,
¿de qué sirve? (St 2,15-16; cf. 1 Jn 3,17).
2448 "Bajo sus
múltiples formas -indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o
síquicas y, por último, la muerte- la miseria humana es el signo manifiesto de la
debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la
necesidad de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de
Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los `más
pequeños de sus hermanos' . También por ello, los oprimidos por la miseria son
objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los
orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de
trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante
innumerables obras de beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan
siendo indispensables" (CDF, instr. "Libertatis conscientia"
68).
2449 En el Antiguo
Testamento, toda una serie de medidas jurídicas (año jubilar, prohibición del
préstamo a interés, retención de la prenda, obligación del diezmo, pago del
jornalero, derecho de rebusca después de la vendimia y la siega) responden a la
exhortación del Deuteronomio: "Ciertamente nunca faltarán pobres en este
país; por esto te doy yo este mandamiento: debes abrir tu mano a tu hermano, a
aquel de los tuyos que es indigente y pobre en tu tierra" (Dt 15,11).
Jesús hace suyas estas palabras: "Porque pobres siempre tendréis con
vosotros; pero a mí no siempre me tendréis" (Jn 12,8). Con esto, no hace
caduca la vehemencia de los oráculos antiguos: "comprando por dinero a los
débiles y al pobre por un par de sandalias..." (Am 8,6), sino nos invita a
reconocer su presencia en los pobres que son sus hermanos (cf Mt 25,40):
El día en que
su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, Santa Rosa de
Lima le contestó: "cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos
a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos
servimos a Jesús".
RESUMEN
2450 "No
robarás" (Dt 5,19). "Ni los ladrones, ni los avaros...ni los rapaces
heredarán el Reino de Dios" (1 Co 6,10).
2451 El séptimo
mandamiento prescribe la práctica de la justicia y de la caridad en el uso de
los bienes terrenos y los frutos del trabajo de los hombres.
2452 Los bienes de la
creación están destinados a todo el género humano. El derecho a la propiedad
privada no anula el destino universal de los bienes.
2453 El séptimo
mandamiento prohíbe el robo. El robo es la usurpación del bien ajeno contra la
voluntad razonable del dueño.
2454 Toda manera de
tomar y de usar injustamente el bien ajeno es contraria al séptimo mandamiento.
La injusticia cometida exige reparación. La justicia conmutativa impone la
restitución del bien robado.
2455 La ley moral
proscribe los actos que, con fines mercantiles o totalitarios, llevan a
esclavizar a los seres humanos, a comprarlos, venderlos y cambiarlos como
mercancías.
2456 El dominio, concedido
por el Creador, sobre los recursos minerales, vegetales y animales del
universo, no puede ser separado del respeto de las obligaciones morales frente
a todos los hombres, incluidos los de las generaciones venideras.
2457 Los animales
están confiados a la administración del hombre que les debe aprecio. Pueden
servir a la justa satisfacción de las necesidades del hombre.
2458 La Iglesia
pronuncia un juicio en materia económica y social cuando lo exigen los derechos
fundamentales de la persona o la salvación de las almas. Se cuida del bien
común temporal de los hombres en razón de su ordenación al soberano Bien,
nuestro fin último.
2459 El hombre es el
autor, el centro y el fin de toda la vida económica y social. El punto decisivo
de la cuestión social consiste en que los bienes creados por Dios para todos
lleguen de hecho a todos, según la justicia y con la ayuda de la caridad.
2460 El valor
primordial del trabajo atañe al hombre mismo que
es su autor y su destinatario. Mediante su trabajo, el hombre participa en la
obra de la creación. Unido a Cristo, el trabajo puede ser redentor.
2461 El desarrollo
verdadero es el del hombre entero. Se trata de hacer crecer la capacidad de
cada persona de responder a su vocación, por tanto, a la llamada de Dios (cf CA
29).
2462 La limosna hecha
a los pobres es un testimonio de caridad fraterna; es también una práctica de
justicia que agrada a Dios.
2463 En la multitud
de seres humanos sin pan, sin techo, sin patria, hay que reconocer a Lázaro, el
mendigo hambriento de la parábola (cf Lc 16,19-31). En dicha multitud hay que
oír a Jesús que dice: "Cuanto dejásteis de hacer con uno de estos, también
conmigo dejásteis de hacerlo" (Mt 25,45).
Artículo 8 EL
OCTAVO MANDAMIENTO
No darás
testimonio falso contra tu prójimo (Ex 20,16)
Se dijo a los
antepasados: No perjurarás sino que cumplirás al Señor tus juramentos (Mt
5,33).
2464 El octavo
mandamiento prohíbe falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este
precepto moral se deriva de la vocación del pueblo santo a ser testigo de su
Dios, que es y que quiere la verdad. Las ofensas a la verdad expresan, mediante
palabras o actos, una negación a comprometerse en la rectitud moral: son
infidelidades fundamentales frente a Dios y, en este sentido, socavan las bases
de la Alianza.
I VIVIR EN LA
VERDAD
2465 El Antiguo
Testamento lo proclama: Dios es fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (cf
Pr 8,7; 2 S 7,28). Su ley es verdad (cf Sal 119, 142). "Tu verdad, de edad
en edad" (Sal 119,90; Lc 1,50). Porque Dios es el "Veraz" (Rm
3,4), los miembros de su Pueblo son llamados a vivir en la verdad (cf Sal
119,30).
2466 En Jesucristo la
verdad de Dios se manifestó toda entera. "Lleno de gracia y de
verdad" (Jn 1,14), él es la "luz del mundo" (Jn 8,12), la Verdad
(cf Jn 14,6). El que cree en él, no permanece en las tinieblas (cf Jn 12,46).
El discípulo de Jesús, "permanece en su palabra", para conocer
"la verdad que hace libre" (cf Jn 8,31-32) y que santifica (cf Jn
17,17). Seguir a Jesús es vivir del "Espíritu de verdad" (Jn 14,17)
que el Padre envía en su nombre (cf Jn 14,26) y que conduce "a la verdad
completa" (Jn 16,13). Jesús enseña a sus discípulos el amor incondicional
de la Verdad: "Sea vuestro lenguaje: `sí, sí'; `no, no'" (Mt 5,37).
2467 El hombre busca
naturalmente la verdad. Está obligado a honrarla y testimoniarla: "Todos
los hombres, conforme a su dignidad, por ser personas... se ven impulsados, por
su misma naturaleza, a buscar la verdad y, además, tienen la obligación moral
de hacerlo, sobre todo la verdad religiosa. Están obligados también a adherirse
a la verdad conocida y a ordenar toda su vida según sus exigencias" (DH
2).
2468 La verdad como
rectitud de la acción y de la palabra humana tiene por nombre veracidad, sinceridad
o franqueza. La verdad o veracidad es la virtud que consiste en mostrarse
verdadero en sus actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la
duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2469 "Los
hombres no podrían vivir juntos si no tuvieran confianza recíproca, es decir,
si no se manifestasen la verdad" (S. Tomás de Aquino, s. th. 2-2, 109, 3
ad 1). La virtud de la veracidad da justamente al prójimo lo que le es debido;
observa un justo medio entre lo que debe ser expresado y el secreto que debe
ser guardado: implica la honradez y la discreción. En justicia, "un hombre
debe honestamente a otro la manifestación de la verdad" (S. Tomás de
Aquino, s.th. 2-2, 109,3).
2470 El discípulo de
Cristo acepta "vivir en la verdad", es decir, en la simplicidad de
una vida conforme al ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. "Si
decimos que estamos en comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no
obramos conforme a la verdad" (1 Jn 1,6).
II "DAR
TESTIMONIO DE LA VERDAD"
2471 Ante Pilato,
Cristo proclama que había "venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad" (Jn 18,37). El cristiano no debe "avergonzarse de dar
testimonio del Señor" (2 Tm 1,8). En las situaciones que exigen dar
testimonio de la fe, el cristiano debe profesarla sin ambigüedad, a ejemplo de
S. Pablo ante sus jueces. Debe guardar una "conciencia limpia ante Dios y
ante los hombres" (Hch 24,16).
2472 El deber de los
cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia los impulsa a actuar como
testigos del evangelio y de las obligaciones que de ello se derivan. Este
testimonio es trasmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto
de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt 18,16):
Todos los
fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el
ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se
revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha
fortalecido con la confirmación (AG 11).
2473 El martirio es
el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega
hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al
cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la
doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza.
"Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a
Dios" (S. Ignacio de Antioquía, Rom 4,1).
2474 Con el más
exquisito cuidado, la Iglesia ha recogido los recuerdos de quienes llegaron al
final para dar testimonio de su fe. Son las actas de los Mártires, que
constituyen los archivos de la Verdad escritos con letras de sangre:
No me servirá
nada de los atractivos del mundo ni de los reinos de este siglo. Es mejor para
mí mori r (para unirme) a Cristo Jesús que reinar hasta las extremidades de la
tierra. Es a él a quien busco, a quien murió por nosotros. A él quiero, al que
resucitó por nosotros. Mi nacimiento se acerca...(S. Ignacio de Antioquía, Rom.
6,1-2).
Te bendigo
por haberme juzgado digno de este día y esta hora, digno de ser contado en el
número de tus mártires...Has cumplido tu promesa, Dios de la fidelidad y de la
verdad. Por esta gracia y por todo te alabo, te bendigo, te glorifico por el
eterno y celestial Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo amado. Por él, que está
contigo y con el Espíritu, te sea dada gloria ahora y en los siglos venideros.
Amén. (S. Policarpo, mart. 14,2-3).
III LAS OFENSAS A
LA VERDAD
2475 Los discípulos
de Cristo se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad" (Ef 4,28). "Desechando la mentira" (Ef
5,25), deben "rechazar toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y
toda clase de maledicencias" (1 P 2,1).
2476 Falso testimonio
y perjurio. Una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular
cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio
(cf. Pr 19,9). Cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio. Estas
maneras de obrar contribuyen a condenar a un inocente, a disculpar a un
culpable o a aumentar la sanción en que ha incurrido el acusado (cf Pr 18,5);
comprometen gravemente el ejercicio de la justicia y la equidad de la sentencia
pronunciada por los jueces.
2477 El respeto de la
reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de
causarles un daño injusto (cf CIC, can. 220). Se hace culpable
– de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite
como verdadero, sin fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo.
– de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida,
manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si
21,28).
– de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la
verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a
ellos.
2478 Para evitar el
juicio temerario, cada uno deberá interpretar en cuanto sea posible en un
sentido favorable los pensamientos, palabras y acciones de su prójimo:
Todo buen
cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a
condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la
entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios
convenientes para que, bien entendiéndola, se salve (S. Ignacio de Loyola, ex.
spir. 22).
2479 Maledicencia y
calumnia destruyen la reputación y el
honor del prójimo. Ahora bien, el honor es el testimonio social dado a la
dignidad humana y cada uno posee un derecho natural al honor de su nombre, a su
reputación y a su respeto. Así, la maledicencia y la calumnia lesionan las
virtudes de la justicia y la caridad.
2480 Debe
proscribirse toda palabra o actitud que, por halago, adulación, o complacencia,
alienta y confirma a otro en la malicia de sus actos y la perversidad de su
conducta. La adulación es una falta grave si se hace cómplice de vicios o
pecados graves. El deseo de prestar servicio o la amistad no justifican una
doblez del lenguaje. La adulación es un pecado venial cuando sólo desea ser
agradable, evitar un mal, remediar una necesidad u obtener ventajas legítimas.
2481 La vanagloria o
jactancia constituye una falta contra la verdad. Lo mismo sucede con la ironía
que busca ridiculizar a uno caricaturizando de manera malévola un aspecto de su
comportamiento.
2482 "La mentira
consiste en decir falsedad con intención de engañar" (S. Agustín, mend.
4,5). El Señor denuncia en la mentira una obra diabólica: "vuestro padre
es el diablo...porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que
le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44).
2483 La mentira es la
ofensa más directa contra la verdad. Mentir es hablar u obrar contra la verdad
para inducir a error. Lesionando la relación del hombre con la verdad y el prójimo,
la mentira ofende la relación fundamental del hombre y de su palabra con el
Señor.
2484 La gravedad de
la mentira se mide según la naturaleza de la verdad que deforma, según las
circunstancias, las intenciones del que la comete, los perjuicios padecidos por
sus víctimas. Si la mentira en sí sólo constituye un pecado venial, llega a ser
mortal cuando daña gravemente las virtudes de la justicia y la caridad.
2485 La mentira es
condenable en su naturaleza. Es una profanación de la palabra cuyo objeto es
comunicar a otros la verdad conocida. La intención deliberada de inducir al
prójimo a error mediante palabras contrarias a la verdad constituye una falta
contra la justicia y la caridad. La culpabilidad es mayor cuando la intención
de engañar corre el riesgo de tener consecuencias funestas para los que son
desviados de la verdad.
2486 La mentira, por
ser una violación de la virtud de la veracidad, es una verdadera violencia
hecha a otro. Atenta contra él en su capacidad de conocer, que es la condición
de todo juicio y de toda decisión. Contiene en germen la división de los
espíritus y todos los males que ésta suscita. La mentira es funesta para toda
sociedad: socava la confianza entre los hombres y rompe el tejido de las
relaciones sociales.
2487 Toda falta
cometida contra la justicia y la verdad entraña el deber de reparación aunque
su autor haya sido perdonado. Cuando es imposible reparar un daño públicamente,
es preciso hacerlo en secreto; si el que ha sufrido un perjuicio no pude ser
indemnizado directamente, es preciso darle satisfacción moralmente, en nombre
de la caridad. Este deber de reparación concierne también a las faltas
cometidas contra la reputación del prójimo. Esta reparación, moral y a veces
material, debe apreciarse según la medida del daño causado. Obliga en
conciencia.
IV EL RESPETO DE
LA VERDAD
2488 El derecho a la
comunicación de la verdad no es incondicional. Todos deben conformar su vida al
precepto evangélico del amor fraterno. Este exige, en las situaciones
concretas, estimar si conviene o no revelar la verdad al que la pide.
2489 La caridad y el
respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición de información o
de comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto de la vida
privada, el bien común, son razones suficientes para callar lo que no debe ser
conocido, o para usar un lenguaje discreto. El deber de evitar el escándalo
obliga con frecuencia a una estricta discreción. Nadie esta obligado a revelar
una verdad a quien no tiene derecho a conocerla (cf Si 27,16; Pr 25,9-10).
2490 El secreto del
sacramento de la reconciliación es sagrado y no puede ser revelado bajo ningún
pretexto. "El sigilo sacramental es inviolable; por lo cual está
terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente, de palabra o de
cualquier otro modo, y por ningún motivo" (CIC, can. 983,1).
2491 Los secretos
profesionales -que obligan, por ejemplo, a políticos, militares, médicos,
juristas- o las confidencias hechas bajo secreto deben ser guardados,
exceptuados los casos excepcionales en que el no revelarlos podría causar al
que los ha confiado, al que los ha recibido o a un tercero daños muy graves y
evitables únicamente mediante la divulgación de la verdad. Las informaciones
privadas perjudiciales al prójimo, aunque no hayan sido confiadas bajo secreto,
no deben ser divulgadas sin una razón grave y proporcionada.
2492 Se debe guardar
la justa reserva respecto a la vida privada de la gente. Los responsables de la
comunicación deben mantener una justa proporción entre las exigencias del bien
común y el respeto de los derechos particulares. La ingerencia de la
información en la vida privada de personas que realizan una actividad política
o pública, es condenable en la medida en que atenta contra la intimidad y
libertad de éstas.
V EL USO DE LOS
MEDIOS DE COMUNICACION SOCIAL
2493 Dentro de la
sociedad moderna, los medios de comunicación social desempeñan un papel
importante en la información, la promoción cultural y la formación. Su acción
aumenta en importancia por razón de los progresos técnicos, de la amplitud y la
diversidad de las noticias transmitidas, y la influencia ejercida sobre la
opinión pública.
2494 La información
de estos medios es un servicio del bien común (cf IM 11). La sociedad tiene
derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la
solidaridad:
El recto
ejercicio de este derecho exige que, en cuanto a su contenido, la comunicación
sea siempre verdadera e íntegra, salvadas la justicia y la caridad; además, en cuanto
al modo, ha de ser honesta y conveniente, es decir, debe respetar
escrupulosamente las leyes morales, los derechos legítimos y la dignidad del
hombre, tanto en la búsqueda de la noticia como en su divulgación (IM 5,2).
2495 "Es
necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus deberes de caridad
y justicia también en este campo, y, así, con ayuda de estos medios, se
esfuercen por formar y difundir una recta opinión pública" (IM 8). La
solidaridad aparece como una consecuencia de una información verdadera y justa,
y de la libre circulación de las ideas, que favorecen el conocimiento y el
respeto del prójimo.
2496 Los medios de
comunicación social (en particular, los mass-media) pueden engendrar cierta
pasividad en los usuarios, haciendo de estos consumidores poco vigilantes de
mensajes o de espectáculos. Los usuarios deben imponerse moderación y
disciplina respecto a los mass-media. Han de formarse una conciencia clara y
recta para resistir más fácilmente las influencias menos honestas.
2497 Por razón de su
profesión en la prensa, sus responsables tienen la obligación, en la difusión
de la información, de servir a la verdad y de no ofender a la caridad. Han de
forzarse por respetar con una delicadeza igual, la naturaleza de los hechos y
los límites y el juicio crítico respecto a las personas. Deben evitar ceder a
la difamación.
2498 "La
autoridad civil tiene en esta materia deberes peculiares en razón del bien
común, al que se ordenan estos medios. Corresponde, pues, a dicha autoridad...
defender y asegurar la verdadera y justa libertad" (IM 12). Promulgando
leyes y velando por su aplicación, los poderes públicos se asegurarán de que el
mal uso de los medios no lleguen a causar
"graves peligros para las costumbres públicas y el progreso de la
sociedad" (IM 12). Deberán sancionar la violación de los derechos de cada
uno a la reputación y al secreto de la vida privada. Tienen obligación de dar a
tiempo y honestamente las informaciones que se refieren al bien general y
responden a las inquietudes fundadas de la población. Nada puede justificar el
recurso a falsas informaciones para manipular la opinión pública mediante los
mass-media. Estas intervenciones no deberán atentar contra la libertad de los
individuos y de los grupos.
2499 La moral denuncia
la plaga de los estados totalitarios que falsifican sistemáticamente la verdad,
ejercen mediante los mass-media un dominio político de la opinión, manipulan a
los acusados y a los testigos en los procesos públicos y tratan de asegurar su
tiranía yugulando y reprimiendo todo lo que consideran "delitos de
opinión".
VI VERDAD,
BELLEZA Y ARTE SACRO
2500 La práctica del
bien va acompañada de un placer espiritual gratuito y de la belleza moral. De
igual modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza espiritual.
La verdad es bella por sí misma. La verdad de la palabra, expresión racional
del conocimiento de la realidad creada e increada, es necesaria al hombre
dotado de inteligencia, pero la verdad puede también encontrar también otras
formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de
evocar lo que entraña de indecible, las profundidades del corazón humano, las
elevaciones del alma, el Misterio de Dios. Antes de revelarse al hombre en
palabras de verdad, Dios se revela a él, mediante el lenguaje universal de la
Creación, obra de su Palabra, de su Sabiduría: el orden y la armonía del
cosmos, que percibe tanto el niño como el hombre de ciencia, "pues de la
grandeza y hermosura de las criaturas se llega, por analogía, a contemplar a su
Autor" (Sb 13,5), "pues fue el Autor mismo de la belleza quien las
creó" (Sb 13,3).
La sabiduría
es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del
Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la
luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su
bondad (Sb 7,25-26). La sabiduría es más bella que el sol, supera a todas las
constelaciones; comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la
noche, pero contra la sabiduría no prevalece la maldad (Sb 7,29-30). Yo me
constituí en el amante de su belleza (Sb 8,2).
2501 El hombre,
"creado a imagen de Dios" (Gn 1,26), expresa también la verdad de su
relación con Dios Creador mediante la belleza de sus obras artísticas. El arte,
en efecto, es una forma de expresión propiamente humana; por encima de la
satisfacción de las necesidades vitales, común a todas las criaturas vivas, el
arte es una sobreabundancia gratuita de la riqueza interior del ser humano.
Este brota de un talento concedido por el Creador y del esfuerzo del hombre, y
es un género de sabiduría práctica, que une conocimiento y habilidad para dar
forma a la verdad de una realidad en el lenguaje accesible a la vista y al
oído. El arte entraña así cierta semejanza con la actividad de Dios en lo
creado, en la medida en que se inspira en la verdad y el amor de los seres.
Como cualquier otra actividad humana, el arte no tiene en sí mismo su fin
absoluto, sino que está ordenado y ennoblecido por el fin último del hombre
(cf. Pío XII, discurso 25 Diciembre 1955 y discurso 3 Septiembre 1950).
2502 El arte sacro es
verdadero y bello cuando corresponde por su forma a su vocación propia: evocar
y glorificar, en la fe y la adoración, el Misterio trascendente de Dios, Belleza
Sobreeminente Invisible de Verdad y de Amor, manifestado en Cristo,
"Resplandor de su gloria e Impronta de su esencia" (Hb 1,3), en quien
"reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2,9),
belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen Madre de Dios, los Angeles
y los Santos. El arte sacro verdadero lleva al hombre a la adoración, a la
oración y al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador.
2503 Por eso los
obispos deben personalmente o por delegación vigilar y promover el arte sacro
antiguo y nuevo en todas sus formas, y apartar con la misma atención religiosa
de la liturgia y de los edificios de culto todo lo que no está de acuerdo con
la verdad de la fe y la auténtica belleza del arte sacro (cf SC 122-127).
RESUMEN
2504 "No darás
falso testimonio contra tu prójimo" (Ex 20,16). Los discípulos de Cristo
se han "revestido del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y
santidad de la verdad" (Ef 4,24).
2505 La verdad o
veracidad es la virtud que consiste en mostrarse verdadero en sus juicios y en
sus palabras, evitando la duplicidad, la simulación y la hipocresía.
2506 El cristiano no
debe "avergonzarse de dar testimonio del Señor" (2 Tm 1,8) en obras y
palabras. El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe.
2507 El respeto de la
reputación y el honor de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra de
maledicencia o de calumnia.
2508 La mentira
consiste en decir lo falso con intención de engañar al prójimo.
2509 Una falta
cometida contra la verdad exige reparación.
2510 La regla de oro
ayuda a discernir en las situaciones concretas si conviene o no revelar la
verdad al que la pide.
2511 "El sigilo
sacramental es inviolable" (CIC, can. 983,1). Los secretos profesionales
deben ser guardados. Las confidencias perjudiciales a otros no deben ser
divulgadas.
2512 La sociedad
tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia.
Es preciso imponerse moderación y disciplina en el uso de los medios de
comunicación social.
2513 Las bellas
artes, sobre todo el arte sacro, "están relacionados, por su naturaleza,
con la infinita belleza divina, que se intenta expresar, de algún modo, en las
obras humanas. Y tanto más se dedican a Dios y contribuyen a su alabanza y a su
gloria cuanto más lejos están de todo propósito que no sea colaborar lo más
posible con sus obras a dirigir las almas de los hombres piadosamente hacia
Dios" (SC 122).
Artículo 9 EL
NOVENO MANDAMIENTO
No codiciarás
la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni
su sierva, ni su buey ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo (Ex 20,17).
El que mira a
una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mt 5,28)
2514 San Juan
distingue tres especies de codicia o concupiscencia: la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida (cf 1 Jn 2,16).
Siguiendo la tradición catequética católica, el noveno mandamiento proscribe la
concupiscencia de la carne; el décimo prohíbe la codicia del bien ajeno.
2515 En sentido
etimológico, la "concupiscencia" puede designar toda forma vehemente
de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido particular del
movimiento del apetito sensible que contraría la obra de la razón humana. El apóstol
S. Pablo la identifica a la lucha que la "carne" sostiene contra el
"espíritu" (cf Gal 5,16.17.24; Ef 2,3). Procede de la desobediencia
del primer pecado (Gn 3,11). Trastorna las facultades morales del hombre y, sin
ser una falta en sí misma, le inclina a
cometer pecados (cf Cc Trento: DS 1515).
2516 En el hombre,
por que es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, tiene
lugar una lucha de tendencias entre el "espíritu" y la
"carne". Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del
pecado. Es una consecuencia de él, y al mismo tiempo una confirmación. Forma
parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual:
Para el
Apóstol no se trata de discriminar o condenar el cuerpo, que con el alma
espiritual constituye la naturaleza del hombre y su subjetividad personal, sino
que trata de las obras -mejor dicho, de las disposiciones estables-, virtudes y
vicios, moralmente buenas o malas, que son fruto de sumisión (en el primer
caso) o bien de resistencia (en el segundo caso) a la acción salvífica del
Espíritu Santo. Por ello el apóstol escribe: "si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu" (Gál 5,25) (Juan Pablo II,
DeV 55).
I LA
PURIFICACION DEL CORAZON
2517 El corazón es la
sede de la personalidad moral: "de dentro del corazón salen las
intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19). La
lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del corazón:
Mantente en
la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal
destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).
2518 La sexta
bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque
ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a
los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la
santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4,3-9; 2
Tm 2,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef 4,19), el
amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2,
23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:
Los fieles
deben creer los artículos del Símbolo "para que, creyendo, obedezcan a
Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y
purificando su corazón, comprendan lo que creen" (S. Agustín, fid. et
symb. 10,25).
2519 A los
"limpios de corazón" se les promete que verán a Dios cara a cara y
que serán semejantes a él (cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La pureza de corazón es el
preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios,
recibir a otro como un "prójimo"; nos permite considerar el cuerpo
humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una
manifestación de la belleza divina.
II EL COMBATE
POR LA PUREZA
2520 El Bautismo
confiere al que lo recibe la gracia de la purificación de todos los pecados.
Pero el bautizado debe seguir luchando contra la concupiscencia de la carne y
los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios lo consigue
– mediante la virtud y
el don de la castidad, pues la castidad permite amar con un corazón
recto e indiviso,
– mediante la pureza de intención, que consiste en buscar el
fin verdadero del hombre: con un ojo simple el bautizado se afana por encontrar
y realizar en todo la voluntad de Dios (cf Rm 12,2; Col 1,10);
– mediante la pureza de la mirada exterior e interior;
mediante la disciplina de los sentidos y la imaginación; mediante el rechazo de
toda complacencia en los pensamientos impuros que inclinan a apartarse del
camino de los mandamientos divinos: "la vista despierta la pasión de los
insensatos" (Sb 15,5);
– mediante la oración:
Creía que la
continencia dependía de las propias fuerzas, las cuales no sentía en mí; siendo
tan necio que no entendía lo que estaba escrito (Sb 8,21): que nadie puede ser
continente, si tú no se lo das. Y cierto que tú me lo dieras, si con interior
gemido llamase a tus oídos, y con fe sólida arrojase en ti mi cuidado (S.
Agustín, conf. 6,11,20).
2521 La pureza exige
el pudor. Este es una parte integrante de la templanza. El pudor preserva la
intimidad de la persona. Designa la negativa a mostrar lo que debe permanecer
oculto. Está ordenado a la castidad, cuya delicadeza proclama. Ordena las
miradas y los gestos según la dignidad de las personas y de su unión.
2522 El pudor protege
el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a la
moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don
y del compromiso definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es
modestia, inspira la elección del vestido. Mantiene el silencio o la reserva
donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en
discreción.
2523 Existe un pudor
de los sentimientos como también un pudor del cuerpo. Este pudor rechaza, por
ejemplo, los exhibicionismos del cuerpo humano propios de cierta publicidad o
las incitaciones de algunos medios de comunicación a hacer pública toda
confidencia íntima. El pudor inspira una manera de vivir que permite resistir a
las solicitaciones de la moda y a la presión de las ideologías dominantes.
2524 Las formas que
adquiere el pudor varían de una cultura a otra. Sin embargo, en todas partes
constituye la intuición de una dignidad espiritual propia al hombre. Nace con
el despertar de la conciencia del sujeto. Educar en el pudor a niños y
adolescentes es despertar en ellos el respeto de la persona humana.
2525 La pureza
cristiana exige una purificación del clima social. Obliga a los medios de
comunicación social a una información cuidadosa del respeto y de la discreción.
La pureza de corazón libera del erotismo difuso y aparta de los espectáculos
que favorecen el exhibicionismo y la ilusión.
2526 Lo que se llama
permisividad de las costumbres se basa en una concepción errónea de la libertad
humana; para edificarse, ésta necesita dejarse educar previamente por la ley
moral. Conviene pedir a los responsables de la educación que impartan a la
juventud una enseñanza respetuosa de la verdad, de las cualidades del corazón y
de la dignidad moral y espiritual del hombre.
2527 "La buena
nueva de Cristo renueva continuamente la vida y la cultura del hombre caído;
combate y elimina los errores y males que brotan de la seducción, siempre
amenazadora, del pecado. Purifica y eleva sin cesar las costumbres de los
pueblos. Con las riquezas de lo alto fecunda, consolida, completa y restaura en
Cristo, como desde dentro, las bellezas y cualidades espirituales de cada
pueblo o edad" (GS 58,4).
RESUMEN
2528 "Todo el
que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su
corazón" (Mt 5,28).
2529 El noveno
mandamiento pone en guardia contra la codicia o concupiscencia de la carne.
2530 La lucha contra la
concupiscencia de la carne pasa por la purificación del corazón y la práctica
de la templanza.
2531 La pureza del
corazón nos alcanzará el ver a Dios: nos da desde ahora la posibilidad de ver
todo según Dios.
2532 La purificación
del corazón exige la oración, la práctica de la castidad, la pureza de
intención y de mirada.
2533 La pureza del
corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción. El pudor
preserva la intimidad de la persona.
Artículo 10 EL
DECIMO MANDAMIENTO
No codiciarás...nada
que sea de tu prójimo (Ex 20,17)
No
desearás...su casa, su campo, su siervo o su sierva, su buey o su asno: nada
que sea de tu prójimo (Dt 5,21).
Donde esté tu
tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,21).
2534 El décimo
mandamiento desdobla y completa el noveno, que versa sobre la concupiscencia de
la carne. Prohíbe la codicia del bien ajeno, raíz del robo, de la rapiña y del
fraude, proscritos por el séptimo mandamiento. La "concupiscencia de los
ojos" (cf 1 Jn 2,16) lleva a la violencia y la injusticia prohibidas por
el quinto precepto (cf Mi 2,2). La codicia tiene su origen, como la
fornicación, en la idolatría condenada en las tres primeras prescripciones de
la ley (cf Sb 14,12). El décimo mandamiento atañe a la intención del corazón;
resume, con el noveno, todos los preceptos de la Ley.
I EL DESORDEN
DE LA CODICIA
2535 El apetito
sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no tenemos. Así, desear
comer cuando se tiene hambre, o calentarse cuando se tiene frío. Estos deseos
son buenos en sí mismos; pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y
nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es
debido a otro.
2536 El décimo
mandamiento proscribe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de
los bienes terrenos. Prohíbe el deseo desordenado nacido de lo pasión inmoderada de las riquezas y de su poder.
Prohíbe también el deseo de cometer una injusticia mediante la cual se dañaría
al prójimo en sus bienes temporales:
Cuando la Ley
nos dice: "No codiciarás", nos dice, en otros términos, que apartemos
nuestros deseos de todo lo que no nos pertenece. Porque la sed del bien del
prójimo es inmensa, infinita y jamás saciada, como está escrito: "El ojo
del avaro no se satisface con su suerte" (Si 14,9) (Catec. R. 3,37)
2537 No se quebranta
este mandamiento deseando obtener cosas que pertenecen al prójimo siempre que
sea por justos medios. La catequesis tradicional señala con realismo
"quiénes son los que más deben luchar contra sus codicias
pecaminosas" y a los que, por tanto, es preciso "exhortar más a
observar este precepto":
Los
comerciantes, que desean la escasez o la carestía de las mercancías, que ven
con tristeza que no son los únicos en comprar y vender, pues de lo contrario podrían
vender más caro y comprar a precio más bajo; los que desean que sus semejantes
estén en la miseria para lucrarse vendiéndoles o comprándoles...Los médicos,
que desean tener enfermos; los abogados que anhelan causas y procesos
importantes y numerosos... (Cat. R. 3,37).
2538 El décimo
mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el
profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la
historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y
del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por
robarle la cordera (cf 2 S 12,1-4). La envidia puede conducir a las peores
fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29). La muerte entró en el mundo por la
envidia del diablo (cf Sb 2,24).
Luchamos
entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si todos se
afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos
debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo organismo
y nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Co,
28,3-4).
2539 La envidia es un
pecado capital. Designa la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el
deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Cuando desea al
prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín
veía en la envidia el "pecado diabólico por excelencia" (ctech. 4,8).
"De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría
causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad"
(s. Gregorio Magno, mor. 31,45).
2540 La envidia
representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la
caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La
envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por
vivir en la humildad:
¿Querríais
ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de
vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será
alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su
alegría en los méritos de otros (S. Juan Crisóstomo, hom. in Rom. 7,3).
II LOS DESEOS
DEL ESPIRITU
2541 La economía de
la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la
envidia: lo inicia en el deseo del Soberano Bien; lo instruye en los deseos del
Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de
las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción
desde lo que ya entonces, aparece como "bueno para comer, apetecib le a la
vista y excelente para lograr sabiduría" (Gn 3,6).
2542 La Ley confiada
a Israel nunca bastó para justificar a los que le estaban sometidos; incluso
vino a ser instrumento de la "concupiscencia" (cf Rm 7,7). La
inadecuación entre el querer y el hacer (cf Rm 7,10) manifiesta el conflicto
entre la "ley de Dios" que es la "ley de la razón" y otra
ley que "me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros"
(Rm 7,23).
2543 "Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado,
atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en
Jesucristo, para todos los que creen" (Rm 3,21-22). Por eso, los fieles de
Cristo "han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias"
(Gál 5,24); "son guiados por el Espíritu" (Rm 8,14) y siguen los
deseos del Espíritu (cf Rm 8,27).
III LA POBREZA DE
CORAZON
2544 Jesús exhorta a
sus discípulos a preferirle a todo y a todos y les propone "renunciar a
todos sus bienes" (Lc 14,33) por él y por el Evangelio (cf Mc 8,35). Poco
antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de
su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21,4). El precepto del
desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los
cielos.
2545 "Todos los
cristianos...han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de
las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del
espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto" (LG 42).
2546 "Bienaventurados
los pobres en el espíritu" (Mt 5,3). Las bienaventuranzas revelan un orden
de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los
pobres de quienes es ya el Reino (Lc 6,20):
El Verbo
llama "pobreza en el Espíritu" a la humildad voluntaria de un
espíritu humano y su renuncia; el Apóstol nos da como ejemplo la pobreza de
Dios cuando dice: "Se hizo pobre por nosotros" (2 Co 8,9) (S.
Gregorio de Nisa, beat, 1).
2547 El Señor se
lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes
(Lc 6,24). "El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en
espíritu busca el Reino de los Cielos" (S. Agustín, serm. Dom. 1,1). El
abandono en la Providencia del Padre del Cielo libera de la inquietud por el
mañana (cf Mt 6,25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de
los pobres: ellos verán a Dios.
IV "QUIERO
VER A DIOS"
2548 El deseo de la
felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este
mundo, y se realizará en la visión y la bienaventuranza de Dios. "La
promesa de ver a Dios supera toda felicidad. En la Escritura, ver es poseer. El
que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir" (S.
Gregorio de Nisa, beat. 6).
2549 Corresponde, por
tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los
bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos
mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones
del placer y del poder.
2550 En el camino de
la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quienes les escuchan (cf Ap
22,17), a la comunión perfecta con Dios:
Allí se dará
la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los
verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a
los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí
sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie
experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud
será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa
mejor y más grande que puede existir: "Yo seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo" (Lv 26,12)...Este es también el sentido de las palabras del
apóstol: "para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15,28). El será el
fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad,
alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente,
como la vida eterna, comunes a todos (S. Agustín, civ. 22,30).
RESUMEN
2551 "Donde está
tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552 El décimo
mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las
riquezas y del poder.
2553 La envidia es la
tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de
apropiárselo. Es un pecado capital.
2554 El bautizado
combate la envidia mediante la caridad, la
humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles
cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus
concupiscencias" (Gal 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus
deseos.
2556 El
desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los
cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón".
2557 El hombre que
anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el
agua de la vida (cf Jn 4,14).
PRIMERA SECCION: LA ORACION EN LA VIDA CRISTIANA
2558 "Este es el
Misterio de la fe". La Iglesia lo profesa en el Símbolo de los Apóstoles
(Primera Parte del Catecismo) y lo celebra en la Liturgia sacramental (Segunda
Parte), para que la vida de los fieles se conforme con Cristo en el Espíritu
Santo para gloria de Dios Padre (Tercera Parte). Por tanto, este Misterio exige
que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente
y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.
QUE ES LA ORACION
Para mí, la
oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo,
un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde
dentro de la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús, ms autob. C 25r).
La oración
como don de Dios
2559 "La oración
es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes"(San Juan Damasceno, f. o. 3, 24). ¿Desde dónde hablamos
cuando oramos? ¿Desde la altura de
nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde "lo más
profundo" (Sal 130, 14) de un corazón humilde y contrito? El que se
humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración.
"Nosotros no sabemos pedir como conviene"(Rom 8, 26). La humildad es
una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el
hombre es un mendigo de Dios (cf San Agustín, serm 56, 6, 9).
2560 "Si
conocieras el don de Dios"(Jn 4, 10). La maravilla de la oración se revela
precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua: allí Cristo
va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos
pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de
Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de
Dios y de sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (cf
San Agustín, quaest. 64, 4).
2561 "Tú le
habrías rogado a él, y él te habría dado agua viva" (Jn 4, 10). Nuestra
oración de petición es paradójicamente una respuesta. Respuesta a la queja del
Dios vivo: "A mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13), respuesta de fe a la promesa
gratuita de salvación (cf Jn 7, 37-39; Is 12, 3; 51, 1), respuesta de amor a la
sed del Hijo único (cf Jn 19, 28; Za 12, 10; 13, 1).
La oración
como Alianza
2562 ¿De dónde viene la
oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y
palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de
donde brota la oración, las Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu,
y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora.
Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana.
2563 El corazón es la
morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o
bíblica: donde yo "me adentro"). Es nuestro centro escondido,
inaprensible, ni por nuestra razón ni por la de nadie; sólo el Espíritu de Dios
puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la decisión, en lo más profundo de
nuestras tendencias psíquicas. Es el lugar de la verdad, allí donde elegimos
entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios,
vivimos en relación: es el lugar de la Alianza.
2564 La oración
cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es
acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida
por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho
hombre.
La oración
como Comunión
2565 En la nueva
Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente
bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La gracia del Reino es
"la unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo
entero" (San Gregorio Nac., or. 16, 9). Así, la vida de oración es estar
habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El.
Esta comunión de vida es posible siempre porque, mediante el Bautismo, nos
hemos convertido en un mismo ser con Cristo (cf Rm 6, 5). La oración es
cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la
Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del Amor de Cristo (cf Ef 3,
18-21).
CAPITULO PRIMERO: LA REVELACION DE LA ORACION: LA LLAMADA
UNIVERSAL A LA ORACION
2566. El hombre busca
a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser desde la nada a la existencia.
"Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8, 6), el hombre es, después de
los ángeles, capaz de reconocer "¡qué glorioso es el Nombre del Señor por
toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso después de haber perdido, por su
pecado, su semejanza con Dios, el hombre sigue siendo imagen de su Creador.
Conserva el deseo de Aquél que le llama a la existencia. Todas las religiones
dan testimonio de esta búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien
primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u Creador o se esconda lejos de
su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo
abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al
encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es
siempre lo primero en la oración, el caminar del hombre es siempre una
respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la
oración aparece como un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de
Alianza. A través de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete
el corazón humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación.
Artículo 1 EN
EL ANTIGUO TESTAMENTO
2568 La revelación de
la oración en el Antiguo Testamento se inscribe entre la caída y la elevación
del hombre, entre la llamada dolorosa de Dios a sus primeros hijos:
"¿Dónde estás?... ¿Por qué lo has hecho?" (Gn 3, 9. 13) y la
respuesta del Hijo único al entrar en el mundo: "He aquí que vengo... a
hacer, oh Dios, tu voluntad" (Hb 10, 5-7). Así, la oración está ligada con
la historia de los hombres, es la relación con Dios en los acontecimientos de
la historia.
La creación -
fuente de la oración
2569 La oración se vive
primeramente a partir de las realidades de la creación. Los nueve primeros
capítulos del Génesis describen esta relación con Dios como ofrenda por Abel de
los primogénitos de su rebaño (cf Gn 4, 4), como invocación del nombre divino
por Enós (cf Gn 4, 26), como "marcha con Dios" (Gn 5, 24). La ofrenda
de Noé es "agradable" a Dios que le bendice y, a través de él,
bendice a toda la creación (cf Gn 8, 20-9, 17), porque su corazón es justo e
íntegro; él también "marcha con Dios" (Gn 6, 9). Una muchedumbre de
hombres pertenecientes a todas las religiones siempre han vivido esta
característica de la oración.
En su alianza
indefectible con todos los seres vivientes (cf Gn 9, 8-16), Dios llama siempre
a los hombres a orar. Pero, en el Antiguo Testamento, la oración se revela
sobre todo a partir de nuestro padre Abraham.
La Promesa y
la oración de la fe
2570 Cuando Dios le
llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn 12, 4):
todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a
Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo.
Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de
silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde
aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus
promesas que no parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los
comienzos uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba
de la fe en la fidelidad a Dios.
2571 Habiendo creído
en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza con él (cf Gn 17,
2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped misterioso: es
la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del verdadero
Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces, habiéndole
confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la
compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con
una audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).
2572 Como última
purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las
promesas" (Hb 11, 17) que sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no
vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8),
"pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los
muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los creyentes se hace semejante al
Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos
nosotros (cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con
Dios y le hace participar en la potencia del amor de Dios que salva a la
multitud (cf Rm 4, 16-21).
2573 Dios renueva su
promesa a Jacob, cabeza de las doce tribus de Israel (cf Gn 28, 10-22). Antes
de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con
"alguien" misterioso que rehúsa revelar su nombre pero que le bendice
antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de
este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de
la perseverancia (cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
Moisés y la
oración del mediador
2574 Cuando comienza
a realizarse la promesa (Pascua, Exodo, entrega de la Ley y conclusión de la
Alianza), la oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de
intercesión que tiene su cumplimiento en "el único Mediador entre Dios y
los hombres, Cristo-Jesús" (1 Tm 2, 5).
2575 También aquí,
Dios interviene, el primero. Llama a Moisés desde la zarza ardiendo (cf Ex 3,
1-10). Este acontecimiento quedará como una de las figuras principales de la
oración en la tradición espiritual judía y cristiana. En efecto, si "el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob" llama a su servidor Moisés es que él
es el Dios vivo que quiere la vida de los hombres. El se revela para salvarlos,
pero no lo hace solo ni contra la voluntad de los hombres: llama a Moisés para
enviarlo, para asociarlo a su compasión, a su obra de salvación. Hay como una
imploración divina en esta misión, y Moisés, después de debatirse, acomodará su
voluntad a la de Dios salvador. Pero en este diálogo en el que Dios se confía,
Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta, y sobre todo pide y, en
respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará
en sus grandes gestas.
2576 Pues bien,
"Dios hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su
amigo" (Ex 33, 11). La oración de Moisés es típica de la oración
contemplativa gracias a la cual el servidor de Dios es fiel a su misión. Moisés
"habla" con Dios frecuentemente y durante largo rato, subiendo a la
montaña para escucharle e implorarle, bajando hacia el pueblo para transmitirle
las palabras de su Dios y guiarlo. "El es de toda confianza en mi casa;
boca a boca hablo con él, abiertamente" (Nm 12, 7-8), porque "Moisés
era un hombre humilde más que hombre alguno sobre la haz de la tierra" (Nm
12, 3).
2577 De esta
intimidad con el Dios fiel, tardo a la cólera y rico en amor (cf Ex 34, 6),
Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él,
sino por el pueblo que Dios ha adquirido. Moisés intercede ya durante el
combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de
Myriam (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo
cuando "se mantiene en la brecha" ante Dios (Sal 106, 23) para salvar
al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión
es también un combate misterioso)
inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la
Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe
acordarse de sus acciones maravillosas, su Gloria está en juego, no puede
abandonar al pueblo que lleva su Nombre.
David y la
oración del rey
2578 La oración del pueblo
de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y
más tarde el Templo. Los guías del pueblo - pastores y profetas - son los
primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo
"estar ante el Señor" (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo
escuchar Su Palabra: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (cf 1 S 3,
9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión:
"Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por
vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto" (1 S 12, 23).
2579 David es, por
excelencia, el rey "según el corazón de Dios", el pastor que ruega
por su pueblo y en su nombre, aquél cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya
alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de
Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29),
confianza amante y alegre en aquél que es el único Rey y Señor. En los Salmos,
David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración
judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David,
revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.
2580 El Templo de
Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la obra de su
hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se
apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre
entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva
entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por
las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades
diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el
corazón del pueblo le pertenece por entero a El.
Elías, los
profetas y la conversión del corazón
2581 Para el pueblo
de Dios, el Templo debía ser el lugar donde aprender a orar: las
peregrinaciones, las fiestas, los sacrificios, la ofrenda de la tarde, el
incienso, los panes de "la proposición", todos estos signos de la
Santidad y de la Gloria de Dios, Altísimo pero muy cercano, eran llamadas y
caminos de la oración. Sin embargo, el ritualismo arrastraba al pueblo con
frecuencia hacia un culto demasiado exterior. Era necesaria la educación de la
fe, la conversión del corazón. Esta fue la misión de los profetas, antes y
después del Destierro.
2582 Elías es el
padre de los profetas, "de la raza de los que buscan a Dios, de los que
persiguen su Faz" (Sal 24, 6). Su nombre, "El Señor es mi Dios",
anuncia el grito del pueblo en respuesta a su oración sobre el Monte Carmelo
(cf 1 R 18, 39). Santiago nos remite a él para incitarnos a orar: "La
oración ferviente del justo tiene mucho poder" (St 5, 16b-18).
2583 Después de haber
aprendido la misericordia en su retirada al torrente de Kérit, aprende junto a
la viuda de Sarepta la fe en la palabra de Dios, fe que confirma con su oración
insistente: Dios devuelve la vida al hijo de la viuda (cf 1 R 17, 7-24).
En el
sacrificio sobre el Monte Carmelo, prueba decisiva para la fe del pueblo de
Dios, el fuego del Señor es la respuesta a su súplica de que se consume el
holocausto "a la hora de la ofrenda de la tarde": "¡Respóndeme,
Señor, respóndeme!" son las palabras de Elías que repiten exactamente las
liturgias orientales en la epíclesis eucarística (cf 1 R 18, 20-39).
Finalmente,
repitiendo el camino del desierto hacia el lugar donde el Dios vivo y verdadero
se reveló a su pueblo, Elías se recoge como Moisés "en la hendidura de la
roca" hasta que "pasa" la presencia misteriosa de Dios (cf 1 R
19, 1-14; Ex 33, 19-23). Pero solamente en el monte de la Transfiguración se
dará a conocer Aquél cuyo Rostro buscan (cf. Lc 9, 30-35): el conocimiento de
la Gloria de Dios está en la rostro de Cristo crucificado y resucitado (cf 2 Co
4, 6).
2584 En el "cara
a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su
oración no es una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de
Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y
prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Am 7, 2. 5;
Is 6, 5. 8. 11; Jr 1, 6; 15, 15-18; 20, 7-18).
Los Salmos,
oración de la Asamblea
2585 Desde David
hasta la venida del Mesías, las Sagradas Escrituras contienen textos de oración
que atestiguan el sentido profundo de la oración para sí mismo y para los demás
(cf Esd 9, 6-15; Ne 1, 4-11; Jon 2, 3-10; Tb 3, 11-16; Jdt 9, 2-14). Los salmos
fueron reunidos poco a poco en un conjunto de cinco libros: los Salmos (o
"alabanzas"), son la obra maestra de la oración en el Antiguo
Testamento.
2586 Los Salmos
alimentan y expresan la oración del pueblo de Dios como Asamblea, con ocasión
de las grandes fiestas en Jerusalén y los sábados en las sinagogas. Esta oración
es indisociablemente individual y comunitaria; concierne a los que oran y a
todos los hombres; asciende desde la Tierra santa y desde las comunidades de la
Diáspora, pero abarca a toda la creación; recuerda los acontecimientos
salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace
memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará
cumplimiento definitivo. Los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en
él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su
Iglesia (cf IGLH 100-109).
2587 El Salterio es
el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En
los demás libros del Antiguo Testamento "las palabras proclaman las
obras" (de Dios por los hombres) "y explican su misterio" (DV
2). En el salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios,
sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la
respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de
enseñarnos a orar.
2588 Las múltiples
expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del
templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una
oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o
comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación sapiencial, los
salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en
las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un
acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se puede rezar
verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo tiempo.
2589 Hay unos rasgos
constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el
deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en
ella, la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el
Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la
espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios, y la
entrega a la voluntad divina. La oración de los salmos está siempre orientada a
la alabanza; por lo cual, corresponde bien al conjunto de los salmos el título
de "Las Alabanzas". Reunidos los Salmos en función del culto de la
Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la misma:
"Hallelu-Ya!" (Aleluya), "¡Alabad al Señor!"
¿Qué hay
mejor que un Salmo? Por eso, David dice muy bien: "¡Alabad al Señor,
porque es bueno salmodiar: a nuestro Dios alabanza dulce y bella!". Y es
verdad. Porque el salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de
Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz
de la Iglesia, melodiosa profesión de fe, ... (San Ambrosio, Sal. 1, 9).
RESUMEN
2590 "La oración
es la elevación del alma hacia Dios o la petición a Dios de bienes
convenientes" (San Juan Damasceno, f. o. 3, 24).
2591 Dios llama
incansablemente a cada persona al encuentro misterioso con El. La oración
acompaña a toda la historia de la salvación como una llamada recíproca entre
Dios y el hombre.
2592 La oración de
Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la
fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes
perseveran.
2593 La oración de
Moisés responde a la iniciativa del Dios vivo para la salvación de su pueblo.
Prefigura la oración de intercesión del único mediador, Cristo Jesús.
2594 La oración del
pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la
Morada de Dios, el arca de la alianza y el Templo, bajo la guía de los
pastores, especialmente el rey David, y de los profetas.
2595 Los profetas
llaman a la conversión del corazón y, buscando siempre el rostro de Dios, como
Elías, inter ceden por el pueblo.
2596 Los salmos
constituyen la obra maestra de la oración en el Antiguo Testamento. Presentan
dos componentes inseparables: individual y comunitario. Abarcan todas las
dimensiones de la historia, conmemorando las promesas de Dios ya cumplidas y
esperando la venida del Mesías.
2597 Rezados y cumplidos
en Cristo, los Salmos son un elemento esencial y permanente de la oración de su
Iglesia. Se adaptan a los hombres de toda condición y de todo tiempo.
Artículo 2 EN
LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
2598 El drama de la
oración se nos revela plenamente en el Verbo que se ha hecho carne y que habita
entre nosotros. Intentar comprender su oración, a través de lo que sus testigos
nos dicen en el Evangelio, es aproximarnos al Santo Señor Jesús como a la Zarza
ardiendo: primero contemplando a él mismo en oración y después escuchando cómo
nos enseña a orar, para conocer finalmente cómo acoge nuestra plegaria.
Jesús ora
2599 El Hijo de Dios
hecho hombre también aprendió a orar conforme a su corazón de hombre. El
aprende de su madre las fórmulas de oración; de ella, que conservaba toas las
"maravillas " del Todopoderoso y las meditaba en su corazón (cf Lc 1,
49; 2, 19; 2, 51). Lo aprende en las palabras y en los ritmos de la oración de
su pueblo, en la sinagoga de Nazaret y en el Templo. Pero su oración brota de
una fuente secreta distinta, como lo deja presentir a la edad de los doce años:
"Yo debía estar en las cosas de mi Padre" (Lc 2, 49). Aquí comienza a
revelarse la novedad de la oración en la plenitud de los tiempos: la oración
filial, que el Padre esperaba de sus hijos va a ser vivida por fin por el
propio Hijo único en su Humanidad, con y para los hombres.
2600 El Evangelio
según San Lucas subraya la acción del Espíritu Santo y el sentido de la oración
en el ministerio de Cristo. Jesús ora antes de los momentos decisivos de su
misión: antes de que el Padre dé testimonio de él en su Bautismo (cf Lc 3, 21)
y de su Transfiguración (cf Lc 9, 28), y antes de dar cumplimiento con su
Pasión al Plan amoroso del Padre (cf Lc 22, 41-44); ora también ante los momentos
decisivos que van a comprometer la misión de sus Apóstoles: antes de elegir y
de llamar a los Doce (cf Lc 6, 12), antes de que Pedro lo confiese como
"el Cristo de Dios" (Lc 9, 18-20) y para que la fe del príncipe de
los Apóstoles no desfallezca ante la tentación (cf Lc 22, 32). La oración de
Jesús ante los acontecimientos de salvación que el Padre le pide es una
entrega, humilde y confiada, de su voluntad humana a la voluntad amorosa del
Padre.
2601 "Estando él
orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
`Maestro, enséñanos a orar'" (Lc 11, 1). Es, sobre todo, al contemplar a
su Maestro en oración, cuando el discípulo de Cristo desea orar. Entonces,
puede aprender del Maestro de la oración. Contemplando y escuchando al Hijo,
los hijos aprenden a orar al Padre.
2602 Jesús se aparta
con frecuencia a la soledad en la montaña, con preferencia por la noche, para
orar (cf Mc 1, 35; 6, 46; Lc 5, 16). Lleva a los hombres en su oración, ya que
también asume la humanidad en la Encarnación, y los ofrece al Padre,
ofreciéndose a sí mismo. El, el Verbo que ha "asumido la carne",
comparte en su oración humana todo lo que viven "sus hermanos" (Hb 2,
12); comparte sus debilidades para librarlos de ellas (cf Hb 2, 15; 4, 15).
Para eso le ha enviado el Padre. Sus palabras y sus obras aparecen entonces
como la manifestación visible de su oración "en lo secreto".
2603 Los evangelistas
han conservado dos oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio.
Cada una de el las comienza precisamente con la acción de gracias. En la
primera (cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre, le da
gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los que se
creen doctos y los ha revelado a los "pequeños" (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor "¡Sí, Padre!" expresa el fondo de su
corazón, su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el
"Fiat" de Su Madre en el momento de su concepción y que preludia lo
que dirá al Padre en su agonía. Toda la oración de Jesús está en esta adhesión
amorosa de su corazón de hombre al "misterio de la voluntad" del
Padre (Ef 1, 9).
2604 La segunda
oración es narrada por San Juan (cf Jn 11, 41-42) en el pasaje de la
resurrección de Lázaro. La acción de gracias precede al acontecimiento:
"Padre, yo te doy gracias por haberme escuchado", lo que implica que
el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús añade a continuación: "Yo
sabía bien que tú siempre me escuchas", lo que implica que Jesús, por su
parte, pide de una manera constante. Así, apoyada en la acción de gracias, la
oración de Jesús nos revela cómo pedir: antes de que la petición sea otorgada,
Jesús se adhiere a Aquél que da y que se da en sus dones. El Dador es más
precioso que el don otorgado, es el "tesoro", y en El está el corazón
de su Hijo; el don se otorga como "por añadidura" (cf Mt 6, 21. 33).
La oración
"sacerdotal" de Jesús (cf. Jn 17) ocupa un lugar único en la Economía
de la salvación. (Su explicación se hace al final de esta primera sección) Esta
oración, en efecto, muestra el carácter permanente de la plegaria de nuestro
Sumo Sacerdote, y al mismo tiempo contiene lo que Jesús nos enseña en la
oración del Padrenuestro (la cual se explica en la sección segunda).
2605 Cuando llega la
hora de realizar el plan amoroso del Padre, Jesús deja entrever la profundidad
insondable de su plegaria filial, no solo antes de entregarse libremente
("Abbá ...no mi voluntad, sino la tuya": Lc 22, 42), sino hasta en
sus últimas palabras en la Cruz, donde orar y entregarse son una sola cosa:
"Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen" (Lc 23, 34);
"Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 24,43);
"Mujer, ahí tienes a tu Hijo" - "Ahí tienes a tu madre" (Jn
19, 26-27); "Tengo sed" (Jn 19, 28); "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por
qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; cf Sal 22, 2); "Todo está
cumplido" (Jn 19, 30); "Padre, en tus manos pongo mi espíritu"
(Lc 23, 46), hasta ese "fuerte grito" cuando expira entregando el
espíritu (cf Mc 15, 37; Jn 19, 30b).
2606 Todos los infortunios
de la humanidad de todos los tiempos, esclava del pecado y de la muerte, todas
las súplicas y las intercesiones de la historia de la salvación están recogidas
en este grito del Verbo encarnado. He aquí que el Padre las acoge y, por encima
de toda esperanza, las escucha al resucitar a su Hijo. Así se realiza y se
consuma el drama de la oración en la Economía de la creación y de la salvación.
El salterio nos da la clave para su comprensión en Cristo. Es en el
"hoy" de la Resurrección cuando dice el Padre: "Tú eres mi Hijo;
yo te he engendrado hoy. Pídeme, y te daré en herencia las naciones, en
propiedad los confines de la tierra" (Sal 2, 7-8; cf Hch 13, 33).
La carta a
los Hebreos expresa en términos dramáticos cómo actúa la plegaria de Jesús en la
victoria de la salvación: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su
vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo
Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección,
se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen"
(Hb 5, 7-9).
Jesús enseña
a orar
2607 Cuando Jesús
ora, ya nos enseña a orar. El camino teologal de nuestra oración es su oración a
su Padre. Pero el Evangelio nos entrega una enseñanza explícita de Jesús sobre
la oración. Como un pedagogo, nos toma donde estamos y, progresivamente, nos
conduce al Padre. Dirigiéndose a las multitudes que le siguen, Jesús comienza
con lo que ellas ya saben de la oración por la Antigua Alianza y las prepara
para la novedad del Reino que está viniendo. Después les revela en parábolas
esta novedad. Por último, a sus discípulos que deberán ser los pedagogos de la
oración en su Iglesia, les hablará abiertamente del Padre y del Espíritu Santo.
2608 Ya en el Sermón
de la Montaña, Jesús insiste en la conversión del corazón: la reconciliación
con el hermano antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24),
el amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45),
orar al Padre "en lo secreto" (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras
(cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar (cf, Mt 6, 14-15), la
pureza del corazón y la búsqueda del Reino (cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión
está toda ella polarizada hacia el Padre, es filial.
2609 Decidido así el
corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La fe es una adhesión filial a
Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y comprendemos. Se ha hecho posible
porque el Hijo amado nos abre el acceso al Padre. Puede pedirnos que
"busquemos" y que "llamemos" porque él es la puerta y el
camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo
que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de recibir sus dones, nos enseña
esta audacia filial: "todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo
habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la fuerza de la oración, "todo
es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con una fe "que no duda"
(Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la "falta de fe" de
los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus discípulos (Mt 8, 26),
así se admira ante la "gran fe" del centurión romano (cf Mt 8, 10) y
de la cananea (cf Mt 15, 28).
2611 La oración de fe
no consiste solamente en decir "Señor, Señor", sino en disponer el
corazón para hacer la voluntad del Padre (Mt 7, 21). Jesús invita a sus
discípulos a llevar a la oración esta voluntad de cooperar con el plan divino
(cf Mt 9, 38; Lc 10, 2; Jn 4, 34).
2612 En Jesús
"el Reino de Dios está próximo", llama a la conversión y a la fe pero
también a la vigilancia. En la oración, el discípulo espera atento a aquél que
"es y que viene", en el recuerdo de su primera venida en la humildad
de la carne, y en la esperanza de su segundo advenimiento en la gloria (cf Mc
13; Lc 21, 34-36). En comunión con su Maestro, la oración de los discípulos es
un combate, y velando en la oración es como no se cae en la tentación (cf Lc
22, 40. 46).
2613 S. Lucas nos ha
trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera,
"el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración
insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del
cielo "le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo
que contiene todos los dones.
La segunda,
"la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las
cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la
paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe
sobre la tierra?"
La tercera
parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a
la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy
pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie
eleison!".
2614 Cuando Jesús
confía abiertamente a sus discípulos el misterio de la oración al Padre, les
desvela lo que deberá ser su oración, y la nuestra, cuando haya vuelto, con su
humanidad glorificada, al lado del Padre. Lo que es nuevo ahora es "pedir
en su Nombre" (Jn 14, 13). La fe en El introduce a los discípulos en el
conocimiento del Padre porque Jesús es "el Camino, la Verdad y la
Vida" (Jn 14, 6). La fe da su fruto en el amor: guardar su Palabra, sus
mandamientos, permanecer con El en el Padre que nos ama en El hasta permanecer
en nosotros. En esta nueva Alianza, la certeza de ser escuchados en nuestras
peticiones se funda en la oración de Jesús (cf Jn 14, 13-14).
2615 Más todavía, lo
que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de Jesús, es
"otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de
la verdad" (Jn 14, 16-17). Esta novedad de la oración y de sus condiciones
aparece en todo el Discurso de despedida (cf Jn 14, 23-26; 15, 7. 16; 16,
13-15; 16, 23-27). En el Espíritu Santo, la oración cristiana es comunión de
amor con el Padre, no solamente por medio de Cristo, sino también en El:
"Hasta ahora nada le habéis pedido en mi Nombre. Pedid y recibiréis para
que vuestro gozo sea perfecto" (Jn 16, 24).
Jesús escucha
la oración
2616 La oración a Jesús
ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través de los signos que
anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús escucha la oración
de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf Mc 5, 36; la
cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los
portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc
5, 28; las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición
apremiante de los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!"
(Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha
sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús: "¡Jesús, Cristo, Hijo
de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando enfermedades o
perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le suplica con fe:
"Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín
resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de Jesús: "Orat
pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a nobis ut
Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in
nobis" ("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros
como cabeza nuestra; a El dirige nuestra oración como a Dios nuestro.
Reconozcamos, por tanto, en El nuestras voces; y la voz de El, en
nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
La oración de
la Virgen María
2617 La oración de
María se nos revela en la aurora de la plenitud de los tiempos. Antes de la
encarnación del Hijo de Dios y antes de la efusión del Espíritu Santo, su
oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre: en la
anunciación, para la concepción de Cristo (cf Lc 1, 38); en Pentecostés para la
formación de la Iglesia, Cuerpo de Cristo (cf Hch 1, 14). En la fe de su
humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el
comienzo de los tiempos. La que el Omnipotente ha hecho "llena de
gracia" responde con la ofrenda de todo su ser: "He aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra". Fiat, ésta es la oración
cristiana: ser todo de El, ya que El es todo nuestro.
2618 El Evangelio nos
revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná (cf Jn 2, 1-12) la madre de
Jesús ruega a su hijo por las necesidades de un banquete de bodas, signo de
otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su Sangre a
petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva Alianza, al pie de
la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva, la verdadera
"madre de los que viven".
2619 Por eso, el
cántico de María (cf Lc 1, 46-55; el "Magnifica t" latino, el
"Megalynei" bizantino) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y
el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios,
cántico de acción de gracias por la
plenitud de gracias derramadas en la Economía de la salvación, cántico de los
"pobres" cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las
promesas hechas a nuestros padres "en favor de Abraham y su descendencia,
para siempre".
RESUMEN
2620 En el Nuevo
Testamento el modelo perfecto de oración se encuentra en la oración filial de
Jesús. Hecha con frecuencia en la soledad, en lo secreto, la oración de Jesús
entraña una adhesión amorosa a la voluntad del Padre hasta la cruz y una
absoluta confianza en ser escuchada.
2621 En su enseñanza,
Jesús instruye a sus discípulos para que oren con un corazón purificado, una fe
viva y perseverante, una audacia filial. Les insta a la vigilancia y les invita
a presentar sus peticiones a Dios en su Nombre. El mismo escucha las plegarias
que se le dirigen.
2622 La oración de la
Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda
generosa de todo su ser en la fe.
Artículo 3 EN
EL TIEMPO DE LA IGLESIA
2623 El día de Pentecostés,
el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, "reunidos en un
mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban "perseverando en la oración
con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y
le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la
formará en la vida de oración.
2624 En la primera
comunidad de Jerusalén, los creyentes "acudían asiduamente a las
enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las
oraciones" (Hch 2, 42). Esta secuencia de actos es típica de la oración de
la Iglesia; fundada sobre la fe apostólica y autentificada por la caridad, se
alimenta con la Eucaristía.
2625 Estas oraciones
son en primer lugar las que los fieles escuchan y leen en las Escrituras, pero
las actualizan, especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimient o
en Cristo (cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante
su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita
nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa
en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se
desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales. Las formas de
la oración, tal como las revelan las Escrituras apostólicas canónicas, siguen
siendo normativas para la oración cristiana.
I LA BENDICION
Y LA ADORACION
2626 La bendición
expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios
con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se
unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios:
porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que
es la fuente de toda bendición.
2627 Dos formas
fundamentales expresan este movimiento: o bien sube llevada por el Espíritu
Santo, por medio de Cristo hacia el Padre (nosotros le bendecimos por habernos
bendecido; cf Ef 1, 3-14; 2 Co 1, 3-7; 1 P 1, 3-9); o bien implora la gracia
del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre (es él quien
nos bendice; cf 2 Co 13, 13; Rm 15, 5-6. 13; Ef 6, 23-24).
2628 La adoración es
la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta
la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del
Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humill ar el espíritu ante el
"Rey de la gloria" (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en
presencia de Dios "siempre mayor" (S. Agustín, Sal. 62, 16). La
adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad
y da seguridad a nuestras súplicas.
II LA ORACION DE
PETICION
2629 El vocabulario
neotestamentario sobre la oración de súplica está lleno de matices: pedir,
reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso
"luchar en la oración" (cf Rm 15, 30; Col 4, 12). Pero su forma más
habitual, por ser la más espontánea, es la petición: Mediante la oración de
petición mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños
de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser
pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre. La
petición ya es un retorno hacia El.
2630 El Nuevo
Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el
Antiguo. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es
sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que
convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de
lo que S. Pablo llama el gemido: el de la creación "que sufre dolores de
parto" (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera "del rescate de
nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza" (Rm 8,
23-24), y, por último, los "gemidos inefables" del propio Espíritu
Santo que "viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos
pedir como conviene" (Rm 8, 26).
2631 La petición de
perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano:
"ten compasión de mí que soy pecador": Lc 18, 13). Es el comienzo de
una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la
comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1
Jn 1, 7-2, 2): entonces "cuanto pidamos lo recibimos de El" (1 Jn 3,
22). Tanto la celebración de la eucaristía como la oración personal comienzan
con la petición de perdón.
2632 La petición
cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene,
conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una
jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es
necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la
misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto
de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de
Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por
todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23;
Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la
Venida del Reino.
2633 Cuando se
participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad
pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para
rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su
Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos
exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5,
17-18).
III LA ORACION DE
INTERCESION
2634 La intercesión
es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de
Jesús. El es el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de
los pecadores en particular (cf Rm 8, 34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de
"salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está
siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). El propio Espíritu
Santo "intercede por nosotros... y su intercesión a favor de los santos es
según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder,
pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a
la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana
participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la
intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los
demás" (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (recuérdese a
Esteban rogando por sus verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
2636 Las primeras
comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de participación (cf
Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo les hace participar así
en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él
intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La
intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por todos los hombres,
por todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por los
perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el Evangelio
(cf Rm 10, 1).
IV LA ORACION DE
ACCION DE GRACIAS
2637 La acción de
gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía,
manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de
salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre,
para su gloria. La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la
de su Cabeza.
2638 Al igual que en
la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse
en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo comienzan y terminan
frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre está
presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en
Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes en
la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col 4, 2).
V LA ORACION DE
ALABANZA
2639 La alabanza es
la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le
canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es.
Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe
antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da
testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al
Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél
que es su fuente y su término: "un
solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos
nosotros" (1 Co 8, 6).
2640 San Lucas
menciona con frecuencia en su Evangelio la admiración y la alabanza ante las
maravillas de Cristo, y las subraya también respecto a las acciones del
Espíritu Santo que son los hechos de los apóstoles : la comunidad de Jerusalén
(cf Hch 2, 47), el tullido curado por Pedro y Juan (cf Hch 3, 9), la
muchedumbre que glorificaba a Dios por ello (cf Hch 4, 21), y los gentiles de
Pisidia que "se alegraron y se pusieron a glorificar la Palabra del
Señor" (Hch 13, 48).
2641 "Recitad
entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en
vuestro corazón al Señor" (Ef 5, 19; Col 3, 16). Como los autores
inspirados del Nuevo Testamento, las primeras comunidades cristianas releen el
libro de los Salmos cantando en él el Misterio de Cristo. En la novedad del
Espíritu, componen también himnos y cánticos a partir del acontecimiento
inaudito que Dios ha realizado en su Hijo: su encarnación, su muerte vencedora
de la muerte, su resurrección y su ascensión a su derecha (cf Flp 2, 6-11; Col
1, 15-20; Ef 5, 14; 1 Tm 3, 16; 6, 15-16; 2 Tm 2, 11-13). De esta
"maravilla" de toda la Economía de la salvación brota la doxología,
la alabanza a Dios (cf Ef 1, 3-14; Rm 16, 25-27; Ef 3, 20-21; Judas 24-25).
2642 La revelación
"de lo que ha de suceder pronto", el Apocalip sis, está sostenida por
los cánticos de la liturgia celestial (cf Ap 4, 8-11; 5, 9-14; 7, 10-12) y
también por la intercesión de los "testigos" (mártires: Ap 6, 10).
Los profetas y los santos, todos los que fueron degollados en la tierra por dar
testimonio de Jesús (cf Ap 18, 24), la muchedumbre inmensa de los que, venidos
de la gran tribulación nos han precedido en el Reino, cantan la alabanza de
gloria de Aquél que se sienta en el trono y del Cordero (cf Ap 19, 1-8). En
comunión con ellos, la Iglesia terrestre canta también estos cánticos, en la fe
y la prueba. La fe, en la petición y la
intercesión, espera contra toda esperanza y da gracias al "Padre de
las luces de quien desciende todo don excelente" (St 1, 17). La fe es así
una pura alabanza.
2643 La Eucaristía
contiene y expresa todas las formas de oración: es la "ofrenda pura"
de todo el Cuerpo de Cristo "a la gloria de su Nombre" (cf Ml 1, 11);
es, según las tradiciones de Oriente y de Occidente, "el sacrificio de
alabanza".
RESUMEN
2644 El Espíritu
Santo que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo, la educa también
en la vida de oración, suscitando expresiones que se renuevan dentro de unas
formas permanentes de orar: bendición, petición, intercesión, acción de gracias
y alabanza.
2645 Porque Dios
bendice al hombre, su corazón puede bendecir, a su vez, a Aquel que es la
fuente de toda bendición.
2646 La oración de
petición tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier
necesidad verdadera.
2647 La oración de
intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se
extiende hasta los enemigos.
2648 Toda alegría y
toda pena, todo acontecimiento y toda necesidad pueden ser materia de la acción
de gracias que, participando en la de Cristo, debe llenar toda la vida:
"En todo dad gracias" (1 Ts 5, 18).
2649 La oración de alabanza,
totalmente desinteresada, se dirige a Dios; canta para El y le da gloria no
sólo por lo que ha hecho sino porque él es.
CAPITULO SEGUNDO: LA TRADICION DE LA ORACION
2650. La oración no se
reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario
querer orar. No basta sólo con saber lo que las Escrituras revelan sobre la
oración: es necesario también aprender
a orar. Pues bien, por una transmisión viva (la santa Tradición), el Espíritu
Santo, en la "Iglesia creyente y orante" (DV 8), enseña a orar a los
hijos de Dios.
2651 La tradición de
la oración cristiana es una de las formas de crecimiento de la Tradición de la
fe, en particular mediante la contemplación y la reflexión de los creyentes que
conservan en su corazón los acontecimientos y las palabras de la Economía de la
salvación, y por la penetración profunda en las realidades espirituales de las
que adquieren experiencia (cf DV 8).
Artículo 1 LAS
FUENTES DE LA ORACION
2652 El Espíritu
Santo es el "agua viva" que, en el corazón orante, "brota para
vida eterna" (Jn 4, 14). El es quien nos enseña a recogerla en la misma
Fuente: Cristo. Pues bien, en la vida cristiana hay manantiales donde Cristo
nos espera para darnos a beber el Espíritu Santo.
La Palabra de
Dios
2653 La Iglesia
"recomienda insistentemente todos sus fieles... la lectura asidua de la
Escritura para que adquieran 'la ciencia suprema de Jesucristo' (Flp 3,8)...
Recuerden que a la lectura de la Santa Escritura debe acompañar la oración para
que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues 'a Dios hablamos cuando
oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras' (San Ambrosio, off. 1,
88)" (DV 25).
2654 Los Padres
espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las disposiciones del corazón
alimentado por la palabra de Dios en la oración: "Buscad leyendo, y
encontraréis meditando ; llamad orando, y se os abrirá por la
contemplación" (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).
La Liturgia
de la Iglesia
2655 La misión de
Cristo y del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia,
anuncia, actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el
corazón que ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un
altar. La oración interioriza y asimila la liturgia durante y después de su celebración. Incluso cuando
la oración se vive "en lo secreto" (Mt 6, 6), siempre es oración de
la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf IGLH 9).
Las virtudes
teologales
2656 Se entra en
oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través
de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y
deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.
2657 El Espíritu
Santo nos enseña a celebrar la liturgia esperando el retorno de Cristo, nos
educa para orar en la esperanza. Inversamente, la oración de la Iglesia y la
oración personal alimentan en nosotros la esperanza. Los salmos muy
particularmente, con su lenguaje concreto y variado, nos enseñan a fijar
nuestra esperanza en Dios: "En el Señor puse toda mi esperanza, él se
inclinó hacia mí y escuchó mi clamor" (Sal 40, 2). "El Dios de la
esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza
por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13).
2658 "La
esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). La
oración, formada en la vida litúrgica, saca todo del amor con el que somos
amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El
amor es la fuente de la oración: quien saca el agua de ella, alcanza la cumbre
de la oración:
Te amo, Dios
mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo,
Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te
amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios mío, si
mi lengua no puede decir en todos los momentos que te amo, quiero que mi
corazón te lo repita cada vez que respiro (S. Juan María Bautista Vianney,
oración).
"Hoy"
2659 Aprendemos a
orar en ciertos momentos escuchando la palabra del Señor y participando en su
Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los acontecimientos de cada día, su
Espíritu se nos ofrece para que brote la oración. La enseñanza de Jesús sobre
la oración a nuestro Padre está en la misma línea que la de la Providencia (cf.
Mt 6, 11. 34): el tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en el
presente, ni ayer ni mañana, sino hoy: "¡Ojalá oyerais hoy su voz!: No
endurezcáis vuestro corazón" (Sal 95, 7-8).
2660 Orar en los
acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los secretos del Reino
revelados a los "pequeños", a los servidores de Cristo, a los pobres de
las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para que la venida del Reino de
justicia y de paz influya en la marcha de la historia, pero también es
importante amasar con la oración las humildes situaciones cotidianas. Todas las
formas de oración pueden ser esa levadura con la que el Señor compara el Reino
(cf Lc 13, 20-21).
RESUMEN
2661 Mediante la
Tradición viva, el Espíritu Santo, en la Iglesia, enseña a los hijos de Dios a
orar.
2662 La Palabra de
Dios, la liturgia de la Iglesia y las virtudes de fe, esperanza y caridad son
fuentes de la oración.
Artículo 2 EL
CAMINO DE LA ORACION
2663 En la tradición
viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el contexto
histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras, melodías,
gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cf. DV 10) discernir la
fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y
compete a los pastores y catequistas explicar el sentido de ello, con relación
siempre a Jesucristo.
La oración al
Padre
2664 No hay otro
camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o
interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos "en
el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por
el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre.
La oración a
Jesús
2665 La oración de la
Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración de la liturgia,
nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al Padre, en
todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo.
Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo
Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las invocaciones
de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero
de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra
Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que
todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús.
El nombre divino es inefable para los labios humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23),
pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros
podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH salva" (cf Mt 1, 21). El
Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la
creación y de la salvación. Decir "Jesús" es invocarlo desde nuestro
propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa.
Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de
Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10, 13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2,
20).
2667 Esta invocación
de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la tradición de la oración bajo
formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual,
transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la
invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡Ten piedad de nosotros,
pecadores!" Conjuga el himno cristológico de Flp 2, 6-11 con la petición
del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13; Mc 10, 46-52). Mediante ella,
el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de
su Salvador.
2668 La invocación del
santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua.
Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en
"palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la Palabra y
fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo
tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única
ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo
Jesús.
2669 La oración de la
Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como invoca su Santísimo Nombre.
Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por amor a los hombres, se dejó
traspasar por nuestros pecados. La oración cristiana practica el Vía Crucis
siguiendo al Salvador. Las estaciones desde el Pretorio, al Gólgota y al
Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con su santa Cruz nos redimió.
“Ven,
Espíritu Santo”
2670 "Nadie
puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo
quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la oración. Puesto que
él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él
orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu
Santo, especialmente al comenzar y al terminar cualquier acción importante.
Si el
Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y si debe
ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San Gregorio
Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671">2671 La forma tradicional
para pedir el Espíritu es invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor
para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc 11, 13). Jesús insiste en esta
petición en su Nombre en el momento mismo en que promete el don del Espíritu de
Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13). Pero la oración más sencilla y la más
directa es también la más tradicional: "Ven, Espíritu Santo", y cada
tradición litúrgica la ha desarrollado en antífonas e himnos:
Ven, Espíritu
Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste,
Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y
lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en
nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu
Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la
oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la oración. Ciertamente
hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es el mismo Espíritu el que
actúa en todos y con todos. En la comunión en el Espíritu Santo la oración
cristiana es oración en la Iglesia.
En comunión
con la Santa Madre de Dios
2673 En la oración,
el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad
glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga en la
Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí dado
por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al pie de la cruz, la
maternidad de María se extiende desde entonces a los hermanos y a las hermanas
de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que están ante los peligros y
las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador, es el Camino de nuestra
oración; María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María
"muestra el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su
"signo", según la iconografía tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A partir de esta
cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han
desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona
de Cristo manifestada en sus misterios. En los innumerables himnos y antífonas
que expresan esta oración, se alternan habitualmente dos movimientos: uno
"engrandece" al Señor por las "maravillas" que ha hecho en
su humilde esclava, y por medio de ella, en todos los seres humanos (cf Lc 1,
46-55); el segundo confía a la Madre de Jesús las súplicas y alabanzas de los
hijos de Dios ya que ella conoce ahora la humanidad que en ella ha sido
desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este doble
movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la
oración del Ave María:
"Dios te
salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre la
oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a
María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María con la mirada que
Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el
gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena
de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se
aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con ella.
La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que es la fuente de
toda gracia. "Alégrate... Hija de
Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en
quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la
Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de
Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha
dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
"Bendita
tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel.
"Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la
larga serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1,
48): "Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1, 45): María es
"bendita entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento
de la palabra del Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para
todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a
ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la
tierra reciben a Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto
bendito de su vientre.
2677 "Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos maravillamos
y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc
1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y madre nuestra;
podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras peticiones: ora para
nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc
1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en la voluntad de
Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega
por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a
María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la
Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos
"ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra confianza se ensancha
para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que esté
presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la
hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para
conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La piedad
medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en sustitución popular
de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma litánica del Acathistós y de
la Paráclisis se ha conservado más cerca del oficio coral en las Iglesias
bizantinas, mientras que las tradiciones armenia, copta y siríaca han preferido
los himnos y los cánticos populares a la Madre de Dios. Pero en el Ave María,
los theotokia, los himnos de San Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición
de la oración es fundamentalmente la misma.
2679 María es la
orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con
ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los
hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27) a la madre de Jesús,
hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a ella. La oración
de la Iglesia está sostenida por la oración de María. Le está unida en la
esperanza (cf LG 68-69).
RESUMEN
2680 La oración está
dirigida principalmente al Padre; igualmente se dirige a Jesús, en especial por
la invocación de su santo Nombre:
"Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros,
pecadores!"
2681 "Nadie
puede decir: 'Jesús es Señor', sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Co
12, 3). La Iglesia nos invita a invocar al Espíritu Santo como Maestro interior
de la oración cristiana.
2682 En virtud de su
cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también
en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios
ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas.
Artículo 3 MAESTROS
Y LUGARES DE ORACION
Una pléyade
de testigos
2683 Los testigos que
nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia
reconoce como "santos", participan en la tradición viva de la oración,
por el modelo de su vida, por la transmisión de sus escritos y por su oración
actual. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han
quedado en la tierra. Al entrar "en la alegría" de su Señor, han sido
"constituidos sobre lo mucho" (cf Mt 25, 21). Su intercesión es su
más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan
por nosotros y por el mundo entero.
2684 En la comunión
de los santos, se han desarrollado diversas espiritualidades a lo largo de la
historia de la Iglesia. El carisma personal de un testigo del amor de Dios
hacia los hombres, por ejemplo el "espíritu" de Elías a Eliseo (cf 2
R 2, 9) y a Juan Bautista (cf Lc 1, 17),
ha podido transmitirse para que unos discípulos tengan parte en ese espíritu
(cf PC 2). En la confluencia de corrientes litúrgicas y teológicas se encuentra
también una espiritualidad que muestra cómo el espíritu de oración incultura la
fe en un ámbito humano y en su historia. Las diversas espiritualidades
cristianas participan en la tradición viva de la oración y son guías
indispensables para los fieles. En su rica diversidad, reflejan la pura y única
Luz del Espíritu Santo.
"El
Espíritu es verdaderamente el lugar de los santos, y el santo es para el
Espíritu un lugar propio, ya que se ofrece a habitar con Dios y es llamado su
templo" (San Basilio, Spir. 26, 62).
Servidores de
la oración
2685 La familia
cristiana es el primer lugar de la educación en la oración. Fundada en el
sacramento del matrimonio, es la "Iglesia doméstica" donde los hijos
de Dios aprenden a orar "en Iglesia" y a perseverar en la oración.
Particularmente para los niños pequeños, la oración diaria familiar es el
primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente
por el Espíritu Santo.
2686 Los ministros
ordenados son también responsables de la formación en la oración de sus
hermanos y hermanas en Cristo. Servidores del buen Pastor, han sido ordenados
para guiar al pueblo de Dios a las fuentes vivas de la oración: la Palabra de
Dios, la liturgia, la vida teologal, el hoy de Dios en las situaciones
concretas (cf PO 4-6).
2687 Muchos
religiosos han consagrado y consagran toda su vida a la oración. Desde el
desierto de Egipto, eremitas, monjes y monjas han dedicado su tiempo a la
alabanza de Dio s y a la intercesión por su pueblo. La vida consagrada no se
mantiene ni se propaga sin la oración; es una de las fuentes vivas de la
contemplación y de la vida espiritual en la Iglesia.
2688 La catequesis de
niños, jóvenes y adultos, está orientada a que la Palabra de Dios se medite en
la oración personal, se actualice en la oración litúrgica, y se interiorice en
todo tiempo a fin de fructificar en una vida nueva. La catequesis es también el
momento en que se puede purificar y educar la piedad popular (cf. CT 54). La
memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para
la vida de oración, pero es importante hacer gustar su sentido (cf CT 55).
2689 Grupos de
oración, es decir, "escuelas de oración", son hoy uno de los signos y
uno de los acicates de la renovación de la oración en la Iglesia, a condición
de beber en las auténticas fuentes de la oración cristiana. La salvaguarda de
la comunión es señal de la verdadera oración en la Iglesia.
2690 El Espíritu Santo
da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a
este bien común que es la oración (dirección espiritual). Aquellos y aquellas
que han sido dotados de tales dones son verdaderos servidores de la Tradición
viva de la oración:
Por eso, el
alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San Juan de la
Cruz, debe "considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea el
maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo". Y
añade: "No sólo el director debe ser sabio y prudente sino también
experimentado... Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida
espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso
llama, e incluso no las comprenderá" (Llama estrofa 3).
Lugares
favorables para la oración
2691 La iglesia, casa
de Dios, es el lugar propio de la oración litúrgica de la comunidad parroquial.
Es también el lugar privilegiado para la adoración de la presencia real de Cristo
en el Santísimo Sacramento. La elección de un lugar favorable no es indiferente
para la verdad de la oración:
– para la oración personal, el lugar favorable puede ser un
"rincón de oración", con las Sagradas Escrituras e imágenes, para
estar " en lo secreto" ante nuestro Padre (cf Mt 6, 6). En una
familia cristiana este tipo de pequeño oratorio favorece la oración en común.
– en las regiones en que existen monasterios, una vocación
de estas comunidades es favorecer la participación de los fieles en la Oración
de las Horas y permitir la soledad necesaria para una oració n personal más
intensa (cf PC 7).
– las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra
hacia el cielo. Son tradicionalmente tiempos fuertes de renovación de la
oración. Los santuarios son, para los peregrinos en busca de fuentes vivas,
lugares excepcionales para vivir "en Iglesia" las formas de la
oración cristiana.
RESUMEN
2692 En su oración,
la Iglesia peregrina se asocia con la de los santos cuya intercesión solicita.
2693 Las diferentes
espiritualidades cristianas participan en la tradición viva de la oración y son
guías preciosos para la vida espiritual.
2694 La familia
cristiana es el primer lugar de educación para la oración.
2695 Los ministros
ordenados, la vida consagrada, la catequesis, los grupos de oración, la
"dirección espiritual" aseguran en la Iglesia una ayuda para la
oración.
2696 Los lugares más
favorables para la oración son el oratorio personal o familiar, los
monasterios, los santuarios de peregrinación y, sobretodo, el templo que es el
lugar propio de la oración litúrgica para la comunidad parroquial y el lugar
privilegiado de la adoración eucarística.
CAPITULO TERCERO: LA VIDA DE ORACION
2697 La oración es la
vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo,
olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres
espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en
la oración como un "recuerdo de Dios", un frecuente despertar la
"memoria del corazón": "Es necesario acordarse de Dios más a
menudo que de respirar" (San Gregorio Nacianceno, or. theol. 1, 4). Pero
no se puede orar "en todo tiempo" si no se ora, con particular
dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración
cristiana, en intensidad y en duración.
2698 La Tradición de
la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar
la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la
tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El domingo, centrado
en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo
del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida
de oración de los cristianos.
2699 El Señor conduce
a cada persona por los caminos de la vida y de la manera que él quiere. Cada
fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las
expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha
conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración
vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo
fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar
la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones
tiempos fuertes de la vida de oración.
Artículo 1 LAS
EXPRESIONES DE LA ORACION
I LA ORACION
VOCAL
2700 Por medio de su
Palabra, Dios habla al hombre. Por medio de palabras, mentales o vocales, nuestra oración toma cuerpo. Pero lo más
importante es la presencia del corazón ante Aquél a quien hablamos en la
oración. "Que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de
palabras, sino del fervor de nuestras almas" (San Juan Crisóstomo, ecl.
2).
2701 La oración vocal
es un elemento indispensable de la vida cristiana. A los discípulos, atraídos
por la oración silenciosa de su Maestro, éste les enseña una oración vocal: el
"Padre Nuestro". Jesús no solamente ha rezado las oraciones
litúrgicas de la sinagoga; los Evangelios nos lo presentan elevando la voz para
expresar su oración personal, desde la bendición exultante del Padre (cf Mt 11,
25-26), hasta la agonía de Getsemaní (cf Mc 14, 36).
2702 Esta necesidad
de asociar los sentidos a la oración interior responde a una exigencia de
nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y experimentamos la
necesidad de traducir exteriormente nuestros sentimientos. Es necesario rezar
con todo nuestro ser para dar a nuestra súplica todo el poder posible.
2703 Esta necesidad
responde también a una exigencia divina. Dios busca adoradores en espíritu y en
verdad, y, por consiguiente, la oración que sube viva desde las profundidades
del alma. También reclama una expresión exterior que asocia el cuerpo a la oración
interior, esta expresión corporal es signo del homenaje perfecto al que Dios
tiene derecho.
2704 La oración vocal
es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan
plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría
prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que
tomamos conciencia de Aquél "a quien hablamos" (Santa Teresa de
Jesús, cam. 26). Entonces la oración vocal se convierte en una primera forma de
oración contemplativa.
II LA MEDITACION
2705 La meditación
es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el por qué y el
cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide.
Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente, se hace con la
ayuda de un libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras,
especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del
día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad,
el gran libro de la creación y el de la historia, la página del "hoy"
de Dios.
2706 Meditar lo que
se lee conduce a apropiárselo confrontándolo consigo mismo. Aquí, se abre otro
libro: el de la vida. Se pasa de los pensamientos a la realidad. Según
sean la humildad y la fe, se descubren
los movimientos que agitan el corazón y se les puede discernir. Se trata de
hacer la verdad para llegar a la Luz: "Señor, ¿qué quieres que
haga?".
2707 Los métodos de
meditación son tan diversos como los maestros espirituales. Un cristiano debe
querer meditar regularmente; si no, se parece a las tres primeras clases de
terreno de la parábola del sembrador (cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no
es más que un guía; lo importante es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único
camino de la oración: Cristo Jesús.
2708 La meditación
hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta
movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar
la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La
oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de
Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma
de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más
lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El.
III LA ORACION DE
CONTEMPLACION
2709 ¿Qué es esta
oración? Santa Teresa responde: "no es otra cosa oración mental, a mi parecer,
sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos
nos ama" (vida 8).
La
contemplación busca al "amado de mi alma" (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4).
Esto es, a Jesús y en él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el
comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de él
y vivir en él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada
está centrada en el Señor.
2710 La elección del
tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad
decidida reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación
cuando se tiene tiempo sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la
firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las
pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero
sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las
condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la
búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.
2711 La entrada en la
contemplación es análoga a la de la Liturgia eucarística: "recoger"
el corazón, recoger todo nuestro ser bajo la moción del Espíritu Santo, habitar
la morada del Señor que somos nosotros mismos, despertar la fe para entrar en
la presencia de Aquél que nos espera, hacer que caigan nuestras máscaras y
volver nuestro corazón hacia el Señor que nos ama para ponernos en sus manos
como una ofrenda que hay que purificar y transformar.
2712 La contemplación
es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger
el amor con el que es amado y que quiere responder a él amando más todavía (cf
Lc 7, 36-50; 19, 1-10). Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu
derrama en su corazón, porque todo es gracia por parte de Dios. La
contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amante del Padre, en
unión cada vez más profunda con su Hijo amado.
2713 Así, la
contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un
don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y en la pobreza.
La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el
fondo de nuestro ser (cf Jr 31, 33). Es comunión: en ella, la Santísima
Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, "a su semejanza".
2714 La contemplación
es también el tiempo fuerte por excelencia de la oración. En ella, el Padre nos
concede "que seamos vigorosamente fortalecidos por la acción de su
Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en nuestros
corazones y que quedemos arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3,
16-17).
2715 La contemplación
es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo le miro y él me mira", decía,
en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario.
Esta atención a El es renuncia a "mí". Su mirada purifica el corazón.
La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a
ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La
contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo.
Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más amarle y
seguirle (cf San Ignacio de Loyola, ex. sp. 104).
2716 La contemplación
es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la
obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del
hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el
"fiat" de su humilde esclava.
2717 La contemplación
es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San Isaac de Nínive,
tract. myst. 66) o "amor silencioso" (San Juan de la Cruz). Las
palabras en la oración contemplativa no son discursos sino ramillas que
alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre
"exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado,
sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la
oración de Jesús.
2718 La contemplación
es unión con la oración de Cristo en la medida en que ella nos hace participar
en su misterio. El misterio de Cristo es celebrado por la Iglesia en la
Eucaristía; y el Espíritu Santo lo hace vivir en la contemplación para que sea
manifestado por medio de la caridad en acto.
2719 La contemplación
es una comunión de amor portadora de vida para la multitud, en la medida en que
se acepta vivir en la noche de la fe. La noche pascual de la resurrección pasa
por la de la agonía y la del sepulcro. Son tres tiempos fuertes de la Hora de
Jesús que su Espíritu (y no la "carne que es débil") hace vivir en la
contemplación. Es necesario consentir en "velar una hora con él" (cf
Mt 26, 40).
RESUMEN
2720 La Iglesia
invita a los fieles a una oración regulada: oraciones diarias, Liturgia de las
Horas, Eucaristía dominical, fiestas del año litúrgico.
2721 La tradición cristiana
contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal,
la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el
recogimiento del corazón.
2722 La oración
vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana,
asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora
a su Padre y enseña el "Padre nuestro" a sus discípulos.
2723 La meditación es
una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la
emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad
considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida.
2724 La oración
contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una
mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso
amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace
participar de su misterio.
Artículo 2 EL COMBATE DE LA ORACION
2725 La oración es un
don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un
esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como
la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la oración es un combate.
¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que
hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su
Dios. Se ora como se vive, porque se vive
como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el
Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El
"combate espiritual" de la vida nueva del cristiano es inseparable
del combate de la oración.
I LAS
OBJECIONES A LA ORACION
2726 En el combate de
la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a
conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación
psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental.
Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos
cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que
hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración,
pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del
Espíritu Santo y no solamente de ellos.
2727 También tenemos que
hacer frente a mentalidades de "este mundo" que nos invaden si no
estamos vigilantes. Por ejemplo: lo verdadero sería sólo aquello que se puede
verificar por la razón y la ciencia (ahora bien, orar es un misterio que
desborda nuestra conciencia y nuestro inconsciente); es valioso aquello que
produce y da rendimiento (luego, la oración es inútil, pues es improductiva);
el sensualismo y el confort adoptados como criterios de verdad, de bien y de
belleza (y he aquí que la oración es "amor de la Belleza absoluta"
(philocalia), y sólo se deja cautivar por la gloria del Dios vivo y verdadero);
y por reacción contra el activismo, se da otra mentalidad según la cual la
oración es vista como posibilidad de huir de este mundo (pero la oración
cristiana no puede escaparse de la historia ni divorciarse de la vida).
2728 Por último, en
este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la
oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al
Señor, porque tenemos "muchos bienes" (cf Mc 10, 22), decepción por
no ser escuchados según nuestra propia voluntad, herida de nuestro orgullo que
se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la
oración... La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza
y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.
II NECESIDAD DE
UNA HUMILDE VIGILANCIA
Frente a las
dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual
de la oración es la distracción. En la oración vocal, la distracción puede
referirse a las palabras y al sentido de éstas. La distracción, de un modo más
profundo, puede referirse a Aquel al que oramos, tanto en la oración vocal
(litúrgica o personal), como en la meditación y en la oración contemplativa.
Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a
concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que
su corazón está apegado. Esta toma de conciencia debe empujar al orante a
ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a
quién se desea servir (cf Mt 6,21.24).
2730 Mirado
positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador consiste en la
vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre en relación a El,
a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en mitad de la
noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti mi corazón:
busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad,
especialmente para los que quieren sinceramente orar, es la sequedad. Forma
parte de la contemplación en la que el corazón está seco, sin gusto por los
pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en
que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y
en el sepulcro. "El grano de trigo, si muere, da mucho fruto" (Jn 12,
24). Si la sequedad se debe a falta de raíz, porque la Palabra ha caído sobre
roca, no hay éxito en el combate sin una mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las
tentaciones en la oración
2732 La tentación más
frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta se expresa menos en una
incredulidad declarada que en unas preferencias de hecho. Se empieza a orar y
se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más
urgentes.
2733 Otra tentación a
la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales
entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos al
relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del
corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,
41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde
no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse
firme en la constancia.
III LA CONFIANZA
FILIAL
2734 La confianza
filial se prueba en la tribulación (cf. Rm 5, 3-5), particularmente cuando se
ora pidiendo para sí o para los demás. Hay quien deja de orar porque piensa que
su oración no es escuchada. A este respecto se plantean dos cuestiones: Por qué
la oración de petición no ha sido escuchada; y cómo la oración es escuchada o
"eficaz".
Queja por la
oración no escuchada
2735 He aquí una
observación llamativa: cuando alabamos a Dios o le damos gracias por sus
beneficios en general, no estamos preocupados por saber si esta oración le es
agradable. Por el contrario, cuando pedimos, exigimos ver el resultado. ¿Cuál
es entonces la imagen de Dios presente en este modo de orar: Dios como medio o
Dios como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo?
2736 ¿Estamos
convencidos de que "nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,
26)? ¿Pedimos a Dios los "bienes convenientes"? Nuestro Padre sabe
bien lo que nos hace falta antes de que nosotros se lo pidamos (cf. Mt 6, 8)
pero espera nuestra petición porque la dignidad de sus hijos está en su
libertad. Por tanto es necesario orar con su Espíritu de libertad, para poder
conocer en verdad su deseo (cf Rm 8, 27).
2737 "No tenéis
porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de
malgastarlo en vuestras pasiones" (St 4, 2-3; cf. todo el contexto St 4,
1-10; 1, 5-8; 5, 16). Si pedimos con un corazón dividido, "adúltero"
(St 4, 4), Dios no puede escucharnos porque él quiere nuestro bien, nuestra
vida. "¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el
espíritu que El ha hecho habitar en nosotros" (St 4,5)? Nuestro Dios está
"celoso" de nosotros, lo que es señal de la verdad de su amor.
Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados:
No te aflijas
si no recibes de Dios inmediatamente lo que pides: es él quien quiere hacerte
más bien todavía mediante tu perseverancia en permanecer con él en oración (Evagrio,
or. 34). El quiere que nuestro deseo sea probado en la oración. Así nos dispone
para recibir lo que él está dispuesto a darnos (San Agustín, ep. 130, 8, 17).
La oración es
eficaz
2738 La revelación de
la oración en la economía de la salvación enseña que la fe se apoya en la
acción de Dios en la historia. La confianza filial es suscitada por medio de su
acción por excelencia: la Pasión y la Resurrección de su Hijo. La oración
cristiana es cooperación con su Providencia y su designio de amor hacia los
hombres.
2739 En San Pablo,
esta confianza es audaz (cf Rm 10, 12-13), basada en la oración del Espíritu en
nosotros y en el amor fiel del Padre que nos ha dado a su Hijo único (cf Rm 8,
26-39). La transformación del corazón que ora es la primera respuesta a nuestra
petición.
2740 La oración de
Jesús hace de la oración cristiana una petición eficaz. El es su modelo. El ora
en nosotros y con nosotros. Puesto que el corazón del Hijo no busca más que lo
que agrada al Padre, ¿cómo el de los hijos de adopción se apegaría más a los
dones que al Dador?.
2741 Jesús ora
también por nosotros, en nuestro lugar y favor nuestro. Todas nuestras
peticiones han sido recogidas una vez por todas en sus Palabras en la Cruz; y
escuchadas por su Padre en la Resurrección: por eso no deja de interceder por
nosotros ante el Padre (cf Hb 5, 7; 7, 25; 9, 24). Si nuestra oración está
resueltamente unida a la de Jesús, en la confianza y la audacia filial,
obtenemos todo lo que pidamos en su Nombre, y aún más de lo que pedimos:
recibimos al Espíritu Santo, que contiene todos los dones.
IV PERSEVERAR EN
EL AMOR
2742 "Orad
constantemente" (1 Ts 5, 17), "dando gracias continuamente y por todo
a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo" (Ef 5, 20),
"siempre en oración y suplica, orando en toda ocasión en el Espíritu,
velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos" (Ef
6, 18)."No nos ha sido prescrito trabajar, vigilar y ayunar
constantemente; pero sí tenemos una ley que nos manda orar sin cesar" (Evagrio,
cap. pract. 49). Este ardor incansable no puede venir más que del amor. Contra
nuestra inercia y nuestra pereza, el combate de la oración es el del amor
humilde, confiado y perseverante. Este amor abre nuestros corazones a tres
evidencias de fe, luminosas y vivificantes:
2743 Orar es siempre
posible: El tiempo del cristiano es el de Cristo resucitado que está "con
nosotros, todos los días" (Mt 28, 20), cualesquiera que sean las
tempestades (cf Lc 8, 24). Nuestro tiempo está en las manos de Dios:
Es posible,
incluso en el mercado o en un paseo solitario, hacer una frecuente y fervorosa
oración. Sentados en vuestra tienda, comprando o vendiendo, o incluso haciendo
la cocina (San Juan Crisóstomo, ecl.2).
2744 Orar es una
necesidad vital: si no nos dejamos llevar por el Espíritu caemos en la
esclavitud del pecado (cf Ga 5, 16-25). ¿Cómo puede el Espíritu Santo ser
"vida nuestra", si nuestro corazón está lejos de él?
Nada vale
como la oración: hace posible lo que es imposible, fácil lo que es difícil. Es
imposible que el hombre que ora pueda pecar (San Juan Crisóstomo, Anna 4, 5)
Quien ora se
salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente (San Alfonso María de
Ligorio, mez.).
2745 Oración y vida cristiana
son inseparables porque se trata del mismo amor y de la misma renuncia que
procede del amor. La misma conformidad filial y amorosa al designio de amor del
Padre. La misma unión transformante en el Espíritu Santo que nos conforma cada
vez más con Cristo Jesús. El mismo amor a todos los hombres, ese amor con el
cual Jesús nos ha amado. "Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre os lo
concederá. Lo que os mando es que os améis los unos a los otros" (Jn 15,
16-17).
Ora
continuamente el que une la oración a las obras y las obras a la oración. Sólo
así podemos encontrar realizable el principio de la oración continua (Orígenes,
or. 12).
LA ORACION DE LA HORA DE JESUS
2746 Cuando ha
llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración, la más larga
transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la creación y de la
salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual que la Pascua de
Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre actual, de la
misma manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente en la
Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición
cristiana acertadamente la denomina la oración "sacerdotal" de Jesús.
Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable de su sacrificio, de su
"paso" [pascua] hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración
pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El (cf Ef 1, 10):
Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el tiempo, el amor que
se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos presentes y los que
creerán en El por su palabra, la humillación y la Gloria. Es la oración de la
unidad.
2749 Jesús ha
cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su sacrificio, se
extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la "hora de
Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación. Jesús,
el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al Padre y, al
mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17, 11. 13. 19. 24)
debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El Hijo que se ha
hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por
nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha.
2750 Si en el Santo
Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en toda su hondura la
oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración sacerdotal de
Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del Padrenuestro: la
preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12. 26), el deseo de su
Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el cumplimiento de la
voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn 17, 2. 4 .6. 9. 11. 12.
24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en
esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento" indisociable
del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio mismo de la
vida de oración.
RESUMEN
2752 La oración
supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del
Tentador. El combate de la oración es inseparable del "combate
espiritual" necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de
Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.
2753 En el combate de
la oración debemos hacer frente a concepciones erróneas, a diversas corrientes
de menta lidad, a la experiencia de nuestros fracasos. A estas tentaciones que
ponen en duda la utilidad o la posibilidad misma de la oración conviene
responder con humildad, confianza y perseverancia.
2754 Las dificultades principales en el ejercicio de
la or ación son la distracción y la sequedad. El remedio está en la fe, la
conversión y la vigilancia del corazón.
2755 Dos tentaciones frecuentes amenazan la oración:
la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión debida al relajamiento
de la ascesis y que lleva al desaliento.
2756 La confianza
filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de no ser siempre
escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al deseo del
Espíritu.
2757 "Orad continuamente" (1 Ts 5, 17). Orar es siempre posible . Es incluso una necesidad vital. Oración y vida
cristiana son inseparables.
2758 La oración de la
"hora de Jesús", llamada rectamente "oración sacerdotal"
(cf Jn 17), recapitula toda la Economía de la creación y de la salvación.
Inspira las grandes peticiones del "Padre Nuestro".
SEGUNDA SECCION: LA ORACION DEL SEÑOR: "PADRE
NUESTRO"
2759. "Estando él
[Jesús] en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
'Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.'" (Lc 11,
1). En respuesta a esta petición, el Señor confía a sus discípulos y a su
Iglesia la oración cristiana fundamental. San Lucas da de ella un texto breve
(con cinco peticiones: cf Lc 11, 2-4), San Mateo una versión más desarrollada
(con siete peticiones: cf Mt 6, 9-13). la tradición litúrgica de la Iglesia ha
conservado el texto de San Mateo:
Padre
nuestro, que estás en el cielo,
santificado
sea tu Nombre;
venga a
nosotros tu reino;
hágase tu
voluntad en la tierra como en
el cielo.
Danos hoy
nuestro pan de cada día;
perdona
nuestras ofensas como también
nosotros
perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes
caer en la tentación,
y líbranos
del mal.
2760 Muy pronto, la
práctica litúrgica concluyó la oración del Señor con una doxología. En la
Didaché (8, 2) se afirma: "Tuyo es el poder y la gloria por siempre".
Las Constituciones apostólicas (7, 24, 1) añaden en el comienzo: "el
reino"': y ésta la fórmula actual para la oración ecuménica. La tradición
bizantina añade después un gloria al "Padre, Hijo y Espíritu Santo".
El misal romano desarrolla la última petición (Embolismo: "líbranos del
mal") en la perspectiva explícita de "aguardando la feliz
esperanza" (Tt 2, 13) y "la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo"; después se hace la aclamación de la asamblea, volviendo a
tomar la doxología de las Constituciones apostólicas.
Artículo 1 “RESUMEN
DE TODO EL EVANGELIO”
2761 "La oración
dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or.
1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de oración, añadió: 'Pedid y
se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno puede dirigir al cielo diversas
oraciones según sus necesidades, pero comenzando siempre por la oración del
Señor que sigue siendo la oración fundamental" (Tertuliano, or. 10).
I CORAZON DE
LAS SAGRADAS ESCRITURAS
2762 Después de haber
expuesto cómo los salmos son el alimento principal de la oración cristiana y confluyen
en las peticiones del Padre Nuestro, San Agustín concluye:
Recorred
todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar
algo que no esté incluido en la oración
dominical (ep. 130, 12, 22).
2763 Toda la
Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen en Cristo (cf Lc 24,
44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer anuncio está
resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7). Pues bien, la
oración del Padre Nuestro está en el centro de este anuncio. En este contexto
se aclara cada una de las peticiones de la oración que nos dio el Señor:
La oración
dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo
lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene
desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también
forma toda nuestra afectividad. (Santo
Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la
Montaña es doctrina de vida, la oración dominical es plegaria, pero en uno y
otra el Espíritu del Señor da forma nueva a nuestros deseos, esos movimientos
interiores que animan nuestra vida. Jesús nos enseña esta vida nueva por medio
de sus palabras y nos enseña a pedirla por medio de la oración. De la rectitud
de nuestra oración dependerá la de nuestra vida en El.
II “LA ORACION
DEL SEÑOR”
2765 La expresión
tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración del
Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio el Señor
Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente única: ella es
"del Señor". Por una parte,
en efecto, por las palabras de esta oración el Hijo único nos da las palabras
que el Padre le ha dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por
otra parte, como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las
necesidades de sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el
Modelo de nuestra oración.
2766 Pero Jesús no
nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico (cf Mt 6, 7; 1 R 18,
26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu Santo, a través de la Palabra
de Dios, enseña a los hijos de Dios a hablar con su Padre. Jesús no sólo nos
enseña las palabras de la oración filial, sino que nos da también el Espíritu por
el que éstas se hacen en nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más
todavía: la prueba y la posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre
"ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá,
Padre!'" (Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante
Dios, es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien
"conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor
de los santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en
la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
III ORACION DE LA
IGLESIA
2767 Este don
indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu Santo que les da vida en
el corazón de los creyentes ha sido recibido y vivido por la Iglesia desde los
comienzos. Las primeras comunidades recitan la Oración del Señor "tres
veces al día" (Didaché 8, 3), en lugar de las "Dieciocho
bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la
Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada esencialmente en la
oración litúrgica.
El Señor nos
enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque él no dice
"Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a
fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la
Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las
tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte integrante de las
principales Horas del Oficio divino. Este carácter eclesial aparece con
evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y
la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la Oración del Señor
significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como la oración cristiana es
hablar con Dios con la misma Palabra de Dios, "los que son engendrados de
nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1, 23) aprenden a invocar a su
Padre con la única Palabra que él escucha siempre. Y pueden hacerlo de ahora en
adelante porque el Sello de la Unción del Espíritu Santo ha sido grabado
indeleble en sus corazones, sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por
eso, la mayor parte de los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están
dirigidos a los catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración
del Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y
obtiene misericordia (cf 1 P 2, 1-10).
2770 En la Liturgia
eucarística, la Oración del Señor aparece como la oración de toda la Iglesia.
Allí se revela su sentido pleno y su eficacia. Situada entre la Anáfora
(Oración eucarística) y la liturgia de la Comunión, recapitula por una parte
todas las peticiones e intercesiones expresadas en el movimiento de la
epíclesis, y, por otra parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la
comunión sacramental va a anticipar.
2771 En la
Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el carácter escatológico de
sus peticiones. Es la oración propia de los "últimos tiempos",
tiempos de salvaci ón que han comenzado con la efusión del Espíritu Santo y que
terminarán con la Vuelta del Señor. Las peticiones al Padre, a diferencia de
las oraciones de la Antigua Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya
realizado, de una vez por todas, en Cristo crucificado y resucitado.
2772 De esta fe
inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete peticiones.
Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia y de
espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1
Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia
la venida del Señor, "¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
RESUMEN
2773 En respuesta a
la petición de sus discípulos ("Señor, enséñanos a orar": Lc 11, 1),
Jesús les entrega la oración cristiana fundamental, el "Padre
Nuestro".
2774 "La oración
dominical es, en verdad, el resumen de todo el Evangelio" (Tertuliano, or.
1), "la más perfecta de las oraciones" (Santo Tomás de A. s. th. 2-2,
83, 9). Es el corazón de las Sagradas Escrituras.
2775 Se llama
"Oración dominical" porque nos viene del Señor Jesús, Maestro y
modelo de nuestra oración.
2776 La Oración
dominical es la oración por excelencia de la Iglesia. Forma parte integrante de
las principales Horas del Oficio divino y de los sacramentos de la iniciación
cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Inserta en la Eucaristía,
manifiesta el carácter "escatológico" de sus peticiones, en la
esperanza del Señor, "hasta que venga" (1 Co 11, 26).
Artículo 2 “PADRE
NUESTRO QUE ESTAS EN EL CIELO”
I ACERCARSE A
EL CON TODA CONFIANZA
2777 En la liturgia
romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una
audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones
análogas: "Atrevernos con toda confianza", "Haznos dignos
de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te acerques
aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral de la
santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de llevar
a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce en
presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio"
(Hb 2, 13):
La conciencia
que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra,
nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro
mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito:
'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a
llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está
animado por el Poder de lo alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
2778 Este poder del
Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor se expresa en las liturgias
de Oriente y de Occidente con la bella palabra, típicamente cristiana:
"parrhesia", simplicidad sin desviación, conciencia filial, seguridad
alegre, audacia humilde, certeza de ser amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10,
19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II “¡PADRE!”
2779 Antes de hacer
nuestra esta primera exclamación de la Oración del Señor, conviene purificar
humildemente nuestro corazón de ciertas imágenes falsas de "este
mundo". La humildad nos hace reconocer que "nadie conoce al Padre,
sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar", es decir
"a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La purificación del corazón
concierne a imágenes paternales o maternales, correspondientes a nuestra
historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios
nuestro Padre transciende las categorías del mundo creado. Transferir a él, o
contra él, nuestras ideas en este campo sería fabricar ídolos para adorar o
demoler. Orar al Padre es entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el
Hijo nos lo ha revelado:
La expresión
Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando Moisés preguntó a Dios
quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este nombre nos ha sido revelado en
el Hijo, porque este nombre implica el nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or.
3).
2780 Podemos invocar
a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado por su Hijo hecho
hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el hombre no puede concebir ni
los poderes angélicos entrever, es decir, la relación personal del Hijo hacia
el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el Espíritu del Hijo nos hace participar de
esta relación a quienes creemos que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de
Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al
Padre estamos en comunión con El y con su Hijo, Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3).
Entonces le conocemos y lo reconocemos con admiración siempre nueva. La primera
palabra de la Oración del Señor es una bendición de adoración, antes de ser una
imploración. Porque la Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como
"Padre", Dios verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su
Nombre, por habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su
presencia.
2782 Podemos adorar
al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al adoptarnos como hijos suyos
en su Hijo único: por el Bautismo nos incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la
Unción de su Espíritu que se derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de
nosotros "cristos":
Dios, en
efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha conformado con el
Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en adelante, como participantes
de Cristo, sois llamados "cristos" con justa causa. (San Cirilo de
Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre
nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice primero:
"¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat. 9).
2783 Así pues, por la
Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros mismos al mismo tiempo que
nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre,
no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas los ojos hacia la
tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo: todos tus pecados te han
sido perdonados. De siervo malo, te has convertido en buen hijo... Eleva, pues,
los ojos hacia el Padre que te ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre
nuestro... Pero no reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial,
más que de Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también
por medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo (San
Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don
gratuito de la adopción exige por nuestra parte una conversión continua y una
vida nueva. Orar a nuestro Padre debe desarrollar en nosotros dos disposiciones
fundamentales:
El deseo y la
voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la semejanza se nos ha dado
por gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario
acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que debemos comportarnos
como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis
llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un corazón cruel e
inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros la señal de la bondad
del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 7, 14).
Es necesario
contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma
(San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón
humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños (cf Mt 18, 3); porque
es a "los pequeños" a los que el Padre se revela (cf Mt 11, 25):
Es una mirada
a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y se abisma allí en la
santa dilección y habla con Dios como con su propio Padre, muy familiarmente,
en una ternura de piedad en verdad entrañable (San Juan Casiano, coll. 9, 18).
Padre
nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la
oración, ... y también la esperanza de obtener lo que vamos a pedir ...¿Qué
puede El, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya
previamente les ha permitido ser sus
hijos? (San Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
III PADRE “NUESTRO”
2786 Padre
"Nuestro" se refiere a Dios. Este adjetivo, por nuestra parte, no
expresa una posesión, sino una relación totalmente nueva con Dios.
2787 Cuando decimos
Padre "nuestro", reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor
anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en
Cristo: hemos llegado a ser "su Pueblo" y El es desde ahora en
adelante "nuestro Dios". Esta relación nueva es una pertenencia mutua
dada gratuitamente: por amor y fidelidad (cf Os 2, 21-22; 6, 1-6) tenemos que
responder "a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo
(Jn 1, 17).
2788 Como la Oración
del Señor es la de su Pueblo en los "últimos tiempos", ese
"nuestro" expresa también la certeza de nuestra esperanza en la última
promesa de Dios: en la nueva Jerusalén dirá al vencedor: "Yo seré su Dios
y él será mi hijo" (Ap 21, 7).
2789 Al decir Padre
"nuestro", es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos
dirigimos personalmente. No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su
"fuente y origen", sino confesamos que eternamente el Hijo es
engendrado por El y que de El procede el Espíritu Santo. No confundimos de
ninguna manera las personas, ya que confesamos que nuestra comunión es con el
Padre y su Hijo, Jesucristo, en su único Espíritu Santo. La Santísima Trinidad
es consubstancial e indivisible. Cuando oramos al Padre, le adoramos y le
glorificamos con el Hijo y el Espíritu Santo.
2790 Gramaticalmente,
"nuestro" califica una realidad común a varios. No hay más que un
solo Dios y es reconocido Padre por aquellos que, por la fe en su Hijo único,
han renacido de El por el agua y por el Espíritu (cf 1 Jn 5, 1; Jn 3, 5). La
Iglesia es esta nueva comunión de Dios y de los hombres: unida con el Hijo
único hecho "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rm 8, 29)
se encuentra en comunión con un solo y mismo Padre, en un solo y mismo Espíritu
(cf Ef 4, 4-6). Al decir Padre
"nuestro", la oración de cada bautizado se hace en esta comunión:
"La multitud de creyentes no tenía más que un solo corazón y una sola
alma" (Hch 4, 32).
2791 Por eso, a pesar
de las divisiones entre los cristianos, la oración al Padre "nuestro"
continúa siendo un bien común y un llamamiento apremiante para todos los
bautizados. En comunión con Cristo por la fe y el Bautismo, los cristianos
deben participar en la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos (cf UR
8; 22).
2792 Por último, si
recitamos en verdad el "Padre Nuestro", salimos del individualismo,
porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo "nuestro"
al comienzo de la Oración del Señor, así como el "nosotros" de las
cuatro últimas peticiones no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad
(cf Mt 5, 23-24; 6, 14-16), debemos superar nuestras divisiones y los
conflictos entre nosotros.
2793 Los bautizados
no pueden rezar al Padre "nuestro" sin llevar con ellos ante El todos
aquellos por los que el Padre ha entregado a su Hijo amado. El amor de Dios no
tiene fronteras, nuestra oración tampoco debe tenerla (cf. NA 5). Orar a
"nuestro" Padre nos abre a dimensiones de su Amor manifestado en
Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para
que "estén reunidos en la unidad" (Jn 11, 52). Esta solicitud divina
por todos los hombres y por toda la creación ha animado a todos los grandes
orantes.
IV “QUE ESTAS EN
EL CIELO”
2794 Esta expresión
bíblica no significa un lugar ["el espacio"] sino una manera de ser;
no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está
"fuera", sino "más allá de todo" lo que acerca de la
santidad divina puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está
totalmente cerca del corazón humilde y contrito:
Con razón,
estas palabras 'Padre nuestro que estás en el Cielo' hay que entenderlas en
relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por
eso también el que ora desea ver que reside en él Aquél a quien invoca (San
Agustín, serm. Dom. 2, 5. 17).
El
"cielo" bien podía ser también aquellos que llevan la imagen del
mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea (San Cirilo de Jerusalén,
catech. myst. 5, 11).
2795 El símbolo del
cielo nos remite al misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre.
El está en el cielo, es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra
"patria". De la patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf
Gn 3) y hacia el Padre, hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace
volver (cf Jr 3, 19-4, 1a; Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el
cielo y la tierra (cf Is 45, 8; Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del
cielo", solo, y nos hace subir allí con él, por medio de su Cruz, su
Resurrección y su Ascensión (cf Jn 12, 32; 14, 2-3; 16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10;
Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la
Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el cielo", profesa
que somos el Pueblo de Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús"
(Ef 2, 6), "ocultos con Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo
tiempo, "gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de
nuestra habitación celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14):
Los
cristianos están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la
tierra, pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).
RESUMEN
2797 La confianza
sencilla y fiel, la seguridad humilde y alegre son las disposiciones propias
del que reza el "Padre Nuestro".
2798 Podemos invocar
a Dios como "Padre" porque nos lo ha revelado el Hijo de Dios hecho
hombre, en quien, por el Bautismo, somos incorporados y adoptados como hijos de
Dios.
2799 La oración del
Señor nos pone en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Al mismo
tiempo, nos revela a nosotros mismos. (cf GS 22,1).
2800 Orar al Padre
debe hacer crecer en nosotros la voluntad de asemejarnos a él, así como debe fortalecer
un corazón humilde y confiado.
2801 Al decir Padre
"Nuestro", invocamos la nueva Alianza en Jesucristo, la comunión con
la Santísima Trinidad y la caridad divina que se extiende por medio de la
Iglesia a lo largo del mundo.
2802 "Que estás
en el cielo" no designa un lugar sino la majestad de Dios y su presencia
en el corazón de los justos. El cielo, la Casa del Padre, constituye la
verdadera patria hacia donde tendemos y a la que ya pertenecemos.
Artículo 3: LAS
SIETE PETICIONES
2803. Después de
habernos puesto en presencia de Dios nuestro Padre para adorarle, amarle y
bendecirle, el Espíritu filial hace surgir de nuestros corazones siete
peticiones, siete bendiciones. Las tres primeras, más teologales, nos atraen
hacia la Gloria del Padre; las cuatro últimas, como caminos hacia El, ofrecen
nuestra miseria a su Gracia. "Abismo que llama al abismo" (Sal 42,
8).
2804. El primer grupo
de peticiones nos lleva hacia El, para El: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad!
Lo propio del amor es pensar primeramente en Aquél que amamos. En cada una de
estas tres peticiones, nosotros no "nos" nombramos, sino que lo que
nos mueve es "el deseo ardiente", "el ansia" del Hijo
amado, por la Gloria de su Padre,(cf Lc 22, 14; 12, 50): "Santificado sea
... venga ... hágase ...": estas tres súplicas ya han sido escuchadas en
el Sacrificio de Cristo Salvador, pero ahora están orientadas, en la esperanza,
hacia su cumplimiento final mientras Dios no sea todavía todo en todos (cf 1 Co
15, 28).
2805 El segundo grupo
de peticiones se desenvuelve en el movimiento de ciertas epíclesis
eucarísticas: son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la mirada del Padre
de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en este mundo:
"danos ... perdónanos ... no nos dejes ... líbranos". La cuarta y la
quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea
para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la
victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.
2806 Mediante las
tres primeras peticiones somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y
abrasados por la caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir
para nosotros, un "nosotros" que abarca el mundo y la historia, que
ofrecemos al amor sin medida de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su
plan de salvación para nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de
Cristo y del Reino del Espíritu Santo.
I SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE
2807 El término
"santificar" debe entenderse aquí, en primer lugar, no en su sentido
causativo (solo Dios santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido
estimativo: reconocer como santo, tratar de una manera santa. Así es como, en
la adoración, esta invocación se entiende a veces como una alabanza y una acción
de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero esta petición es enseñada por Jesús
como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se
comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en
el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra
humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en "el
benévolo designio que él se propuso de antemano" para que nosotros seamos
"santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (cf Ef 1, 9. 4).
2808 En los momentos
decisivos de su Economía, Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su
obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en nosotros más que si su Nombre
es santificado por nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de
Dios es el hogar inaccesible de su misterio eterno. Lo que se manifiesta de él
en la creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria, la irradiación
de su Majestad (cf Sal 8; Is 6, 3). Al crear al hombre "a su imagen y
semejanza" (Gn 1, 26), Dios "lo corona de gloria" (Sal 8, 6),
pero al pecar, el hombre queda
"privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23). A partir de entonces, Dios
manifestará su Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir al hombre
"a la imagen de su Creador" (Col 3, 10).
2810 En la promesa
hecha a Abraham y en el juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se
compromete a sí mismo sin revelar su Nombre. Empieza a revelarlo a Moisés (cf
Ex 3, 14) y lo manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de los
egipcios: "se cubrió de Gloria" (Ex 15, 1). Desde la Alianza del
Sinaí, este pueblo es "suyo" y debe ser una "nación santa"
(o consagrada, es la misma palabra en hebreo: cf Ex 19, 5-6) porque el Nombre
de Dios habita en él.
2811 A pesar de la
Ley santa que le da y le vuelve a dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: "Sed
santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"), y aunque el Señor
"tuvo respeto a su Nombre" y usó de paciencia, el pueblo se separó
del Santo de Israel y "profanó su Nombre entre las naciones" (cf Ez
20, 36). Por eso, los justos de la Antigua Alianza, los pobres que regresaron
del exilio y los profetas se sintieron inflamados por la pasión por su Nombre.
2812 Finalmente, el
Nombre de Dios Santo se nos ha revelado y dado, en la carne, en Jesús, como
Salvador (cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que él ss, por su Palabra y
por su Sacrificio (cf Jn 8, 28; 17, 8; 17, 17-19). Esto es el núcleo de su
oración sacerdotal: "Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo,
para que ellos también sean consagrados en la verdad" (Jn 17, 19). Jesús
nos "manifiesta" el Nombre del Padre (Jn 17, 6) porque
"santifica" él mismo su Nombre (cf Ez 20, 39; 36, 20-21). Al terminar
su Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo nombre: Jesús es Señor
para gloria de Dios Padre (cf Flp 2, 9-11).
2813 En el agua del
bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el Nombre del
Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). A lo
largo de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts
4, 7) y como nos viene de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo
Dios para nosotros santificación" (1 Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y
de nuestra vida el que su Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros.
Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
¿Quién podría
santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros en estas
palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que,
santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y
lo pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar
nuestros pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la
oración para que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat.
12).
2814 Depende inseparablemente
de nuestra vida y de nuestra oración que su Nombre sea santificado entre las
naciones:
Pedimos a
Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por
medio de la santidad... Se trata del Nombre que da la salvación al mundo
perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en
nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es
bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del Apóstol:
'el nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones'(Rm 2,
24; Ez 36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas
tanta santidad como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro Crisólogo,
serm. 71).
Cuando
decimos "santificado sea tu Nombre", pedimos que sea santificado en
nosotros que estamos en él, pero también en los otros a los que la gracia de
Dios espera todavía para conformarnos al precepto que nos obliga a orar por
todos, incluso por nuestros enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente:
Santificado sea tu Nombre 'en nosotros', porque pedimos que lo sea en todos los
hombres (Tertuliano, or. 3).
2815 Esta petición,
que contiene a todas, es escuchada gracias a la oración de Cristo, como las otras
seis que siguen. La oración del Padre nuestro es oración nuestra si se hace
"en el Nombre" de Jesús (cf Jn 14, 13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús
pide en su oración sacerdotal: "Padre santo, cuida en tu Nombre a los que
me has dado" (Jn 17, 11).
II VENGA A
NOSOTROS TU REINO
2816 En el Nuevo
Testamento, la palabra "basileia" se puede traducir por realeza
(nombre abstracto), reino (nombre concreto) o reinado (de reinar, nombre de
acción). El Reino de Dios está ante nosotros. Se aproxima en el Verbo encarnado,
se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y la Resurrección
de Cristo. El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está
entre nosotros. El Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo
devuelva a su Padre:
Incluso puede
ser que el Reino de Dios signifique Cristo en persona, al cual llamamos con
nuestras voces todos los días y de quien queremos apresurar su advenimiento por
nuestra espera. Como es nuestra Resurrección porque resucitamos en él, puede
ser también el Reino de Dios porque en él reinaremos (San Cipriano, Dom. orat.
13).
2817 Esta petición es
el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa: "Ven,
Señor Jesús":
Incluso
aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino,
habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con premura a la
meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan
al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar
sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?' (Ap 6,
10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos.
Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino! (Tertuliano, or. 5).
2818 En la oración
del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por
medio del retorno de Cristo (cf Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la
Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde
Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor "a fin de
santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo" (MR,
plegaria eucarística IV).
2819 "El Reino
de Dios es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17). Los
últimos tiempos en los que estamos son los de la efusión del Espíritu Santo.
Desde entonces está entablado un combate decisivo entre "la carne" y
el Espíritu (cf Ga 5, 16-25):
Solo un
corazón puro puede decir con seguridad: '¡Venga a nosotros tu Reino!'. Es
necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: 'Que el pecado no
reine ya en nuestro cuerpo mortal' (Rm 6, 12). El que se conserva puro en sus
acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: '¡Venga tu
Reino!' (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 13).
2820 Discerniendo según
el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de
Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están
implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la
vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las
energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la
justicia y a la paz (cf GS 22; 32; 39; 45; EN 31).
2821 Esta petición
está sostenida y escuchada en la oración de Jesús (cf Jn 17, 17-20), presente y
eficaz en la Eucaristía; su fruto es la vida nueva según las Bienaventuranzas
(cf Mt 5, 13-16; 6, 24; 7, 12-13).
III HÁGASE TU
VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
2822 La voluntad de
nuestro Padre es "que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 3-4). El "usa de paciencia,
no queriendo que algunos perezcan" (2 P 3, 9; cf Mt 18, 14). Su
mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que
"nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado" (Jn 13, 34; cf
1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).
2823 El nos ha dado a
"conocer el Misterio de su voluntad según el benévolo designio que en él
se propuso de antemano ... : hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza ... a él por
quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio del
que realiza todo conforme a la decisión de su Voluntad" (Ef 1, 9-11).
Pedimos con insistencia que se realice plenamente este designio benévolo, en la
tierra como ya ocurre en el cielo.
2824 En Cristo, y por
medio de su voluntad humana, la voluntad del Padre fue cumplida perfectamente y
de una vez por todas. Jesús dijo al entrar en el mundo: " He aquí que yo
vengo, oh Dios, a hacer tu voluntad" (Hb 10, 7; Sal 40, 7). Sólo Jesús
puede decir: "Yo hago siempre lo que le agrada a él" (Jn 8, 29). En
la oración de su agonía, acoge totalmente esta Voluntad: "No se haga mi
voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42; cf Jn 4, 34; 5, 30; 6, 38). He aquí por
qué Jesús "se entregó a sí mismo por nuestros pecados según la voluntad de
Dios" (Ga 1, 4). "Y en virtud de esta voluntad somos santificados,
merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb
10, 10).
2825 Jesús, "aun
siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8).
¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y
pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro
Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su
designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo,
podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo
siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a
Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su
voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo
(Orígenes, or. 26).
Considerad
cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud
no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada
fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice
'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para
que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio
sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra
ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración,
podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17)
y obtener "constancia para
cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los
cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está
en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno
cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14).
Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre
todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de
Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido
"agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso
podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor
Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha
cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).
IV DANOS HOY
NUESTRO PAN DE CADA DIA
2828 "Danos":
es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace
salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt
5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104,
27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a
nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
2829 Además,
"danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de
nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también
como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en
solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos.
2830 "Nuestro
pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento
necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales.
En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera
con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna
pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud
agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de
Dios:
A los que
buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por
añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta,
si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
2831 Pero la
existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura
de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran
en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus
conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta
petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del
pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).
2832 Como la levadura
en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de
Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las
relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar
jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.
2833 Se trata de
"nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de
las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir
bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la
abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).
2834 "Ora
et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad
como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de
vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa
siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este
es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana.
2835 Esta petición y
la responsabilidad que implica sirven además para otra clase de hambre de la
que desfallecen los hombres: "No sólo de pan vive el hombre, sino que el
hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios" (Dt 8, 3; Mt 4, 4), es
decir, de su Palabra y de su Espíritu. Los cristianos deben movilizar todos sus
esfuerzos para "anunciar el Evangelio a los pobres". Hay hambre sobre
la tierra, "mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra
de Dios" (Am 8, 11). Por eso, el sentido específicamente cristiano de esta
cuarta petición se refiere al Pan de Vida: la Palabra de Dios que se tiene que
acoger en la fe, el Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía (cf Jn 6,
26-58).
2836 "Hoy"
es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex
16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su
Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de
nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:
Si recibes el
pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los
días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy'
(Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26).
2837 "De cada
día". La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en
el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición
pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una
confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa
lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la
subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más
esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo,
"remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no
tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que
precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor,
el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia
eucarística se celebre "cada día".
La Eucaristía
es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una
fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros
para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra,
además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se
cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación
(San Agustín, serm. 57, 7, 7).
El Padre del
cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51).
Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne,
amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia,
llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento
celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)
V PERDONA
NUESTRAS OFENSAS COMO TAMBIEN NOSOTROS
PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN
2838 Esta petición es
sorprendente. Si sólo comprendiera la primera parte de la frase, –"perdona
nuestras ofensas"– podría estar incluida, implícitamente, en las tres
primeras peticiones de la Oración del Señor, ya que el Sacrificio de Cristo es
"para la remisión de los pecados". Pero, según el segundo miembro de
la frase, nuestra petición no será escuchada si no hemos respondido antes a una
exigencia. Nuestra petición se dirige al futuro, nuestra respuesta debe haberla
precedido; una palabra las une: "como".
Perdona
nuestras ofensas
2839 Con una audaz
confianza hemos empezado a orar a nuestro Padre. Suplicándole que su Nombre sea
santificado, le hemos pedido que seamos cada vez más santificados. Pero, aun
revestidos de la vestidura bautismal, no dejamos de pecar, de separarnos de
Dios. Ahora, en esta nueva petición, nos volvemos a él, como el hijo pródigo
(cf Lc 15, 11-32) y nos reconocemos pecadores ante él como el publicano (cf Lc
18, 13). Nuestra petición empieza con una "confesión" en la que
afirmamos al mismo tiempo nuestra miseria y su Misericordia. Nuestra esperanza
es firme porque, en su Hijo, "tenemos la redención, la remisión de
nuestros pecados" (Col 1, 14; Ef 1, 7). El signo eficaz e indudable de su
perdón lo encontramos en los sacramentos de su Iglesia (cf Mt 26, 28; Jn 20,
23).
2840 Ahora bien, este
desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no
hayamos perdonado a los que nos han ofendido. El Amor, como el Cuerpo de
Cristo, es indivisible; no podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos
al hermano, a la hermana a quien vemos (cf 1 Jn 4, 20). Al negarse a perdonar a
nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace
impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio
pecado, el corazón se abre a su gracia.
2841 Esta petición es
tan importante que es la única sobre la cual el Señor vuelve y explicita en el
Sermón de la Montaña (cf Mt 6, 14-15; 5, 23-24; Mc 11, 25). Esta exigencia
crucial del misterio de la Alianza es imposible para el hombre. Pero "todo
es posible para Dios".
... como
también nosotros perdonamos a los que
nos ofenden
2842 Este
"como" no es el único en la enseñanza de Jesús: "Sed perfectos
'como' es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5, 48); "Sed
misericordiosos, 'como' vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36);
"Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que
'como' yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros"
(Jn 13, 34). Observar el mandamiento del Señor es imposible si se trata de
imitar desde fuera el modelo divino. Se trata de una participación, vital y
nacida "del fondo del corazón", en la santidad, en la misericordia, y
en el amor de nuestro Dios. Sólo el Espíritu que es "nuestra Vida"
(Ga 5, 25) puede hacer nuestros los mismos sentimientos que hubo en Cristo
Jesús (cf Flp 2, 1. 5). Así, la unidad del perdón se hace posible,
"perdonándonos mutuamente 'como' nos perdonó Dios en Cristo" (Ef 4,
32).
2843 Así, adquieren
vida las palabras del Señor sobre el perdón, este Amor que ama hasta el extremo
del amor (cf Jn 13, 1). La parábola del siervo sin entrañas, que culmina la
enseñanza del Señor sobre la comunión eclesial (cf. Mt 18, 23-35), acaba con
esta frase: "Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial si no
perdonáis cada uno de corazón a vuestro hermano". Allí es, en efecto, en
el fondo "del corazón" donde todo se ata y se desata. No está en
nuestra mano no sentir ya la ofensa y olvidarla; pero el corazón que se ofrece
al Espíritu Santo cambia la herida en compasión y purifica la memoria
transformando la ofensa en intercesión.
2844 La oración
cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (cf Mt 5, 43-44). Transfigura
al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración
cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde
con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro
mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan
este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación
(cf 2 Co 5, 18-21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí
(cf Juan Pablo II, DM 14).
2845 No hay límite ni
medida en este perdón, esencialmente divino (cf Mt 18, 21-22; Lc 17, 3-4). Si
se trata de ofensas (de "pecados" según Lc 11, 4, o de
"deudas" según Mt 6, 12), de hecho nosotros somos siempre deudores:
"Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor" (Rm 13, 8). La
comunión de la Santísima Trinidad es la fuente y el criterio de verdad en toda
relación (cf 1 Jn 3, 19-24). Se vive en la oración y sobre todo en la
Eucaristía (cf Mt 5, 23-24):
Dios no
acepta el sacrificio de los que provocan la desunión, los despide del altar
para que antes se reconcilien con sus hermanos: Dios quiere ser pacificado con
oraciones de paz. La obligación más bella para Dios es nuestra paz, nuestra
concordia, la unidad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo de todo el pueblo
fiel (San Cipriano, Dom. orat. 23: PL 4,
535C-536A).
VI NO NOS DEJES
CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición
llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del
consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje
caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego es difícil:
significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes
sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a
nadie" (St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que
no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu
Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del
hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una
"virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y
a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el
discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto
es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en
realidad, su fruto es la muerte.
Dios no
quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación es buena.
Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso
nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así,
descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la
tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar
en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque donde esté
tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir a dos
señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos
también según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este
"dejarnos conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido
tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que
seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará
modo de poderla resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este
combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su
oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio (cf Mt 4, 11) y en
el último combate de su agonía (cf Mt 26, 36-44). En esta petición a nuestro
Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La vigilancia del corazón es
recordada con insistencia en comunión con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14,
38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es "guarda del corazón", y Jesús
pide al Padre que "nos guarde en su Nombre" (Jn 17, 11). El Espíritu
Santo trata de despertarnos continuamente a esta vigilancia (cf 1 Co 16, 13;
Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición adquiere todo su sentido dramático
referida a la tentación final de nuestro combate en la tierra; pide la
perseverancia final. "Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en
vela" (Ap 16, 15).
VII Y LIBRANOS DEL
MAL
2850 La última
petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús:
"No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del
Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente,
pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la
Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no
cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra
interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en
el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En esta
petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás,
el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo"
["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de
Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida
desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44),
"Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por
medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya
definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de
la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha
nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno
no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en
poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que
ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os
gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que
tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en
Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio,
sacr. 5, 30).
2853 La victoria
sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez
por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos
su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está
"echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en
persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla:
la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del
pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la
santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado
contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12,
17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap
22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser
liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males,
presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta
última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo.
Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don
precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de
Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos
y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte y del Hades"
(Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de
venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de
todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de
toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo (MR, Embolismo).
LA DOXOLOGIA FINAL
2855 La doxología
final "Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre Señor"
vuelve a tomar, implícitamente, las tres primeras peticiones del Padrenuestro:
la glorificación de su nombre, la venida de su Reino y el poder de su voluntad
salvífica. Pero esta repetición se hace en forma de adoración y de acción de
gracias, como en la Liturgia celestial (cf Ap 1, 6; 4, 11; 5, 13). El príncipe
de este mundo se había atribuido con mentira estos tres títulos de realeza,
poder y gloria (cf Lc 4, 5-6). Cristo, el Señor, los restituye a su Padre y
nuestro Padre, hasta que le entregue el Reino, cuando sea consumado
definitivamente el Misterio de la salvación y Dios sea todo en todos (cf 1 Co
15, 24-28).
2856 "Después,
terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que
significa 'Así sea' (cf Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos
enseñó" (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 18).
RESUMEN
2857 En el
Padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del
Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la
voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas
peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado
y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal.
2858 Al pedir:
"Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la
santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús - por nosotros
y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre.
2859 En la segunda
petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la
venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de
Dios en el "hoy" de nuestras vidas.
2860 En la tercera
petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
realizar su Plan de salvación en la vida del mundo.
2861 En la cuarta
petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con nuestros
hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro
pan" designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos
y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe
en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial
del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía.
2862 La quinta
petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no
puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros
enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo.
2863 Al decir:
"No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos
permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el
Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y
la perseverancia final.
2864 En la última
petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con la
Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el
"Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone
personalmente a Dios y a Su plan de salvación.
2865 Con el
"Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete
peticiones: "Así sea".
CONSTITUCION
APOSTOLICA FIDEI DEPOSITUM
para la
publicación del
Catecismo
de la Iglesia Católica
redactado
siguiendo
al
Concilio ecuménico Vaticano II
JUAN
PABLO, OBISPO
Siervo de
los Siervos de Dios
para
perpetua memoria
1. (Introducción)
CONSERVAR EL DEPOSITO DE
LA FE es la misión que el Señor confió a su Iglesia y que ella realiza en todo
tiempo. El Concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado hace treinta años por mi
predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, tenía la intención y el deseo de hacer
patente la misión apostólica y pastoral de la Iglesia, y llevar a todos los
hombres, mediante el resplandor de la verdad del evangelio, a buscar y recibir
el amor de Cristo que está sobre todo (cf. Ef 3,19).
Con este propósito, el
Papa Juan XXIII había asignado como tarea principal conservar y explicar mejor
el depósito precioso de la doctrina cristiana, con el fin de hacerlo más
accesible a los fieles de Cristo y a todos los hombres de buena voluntad. Para
esto, el Concilio no debía comenzar por condenar los errores de la época, sino,
ante todo, debía aplicarse a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la
doctrina de la fe. "Confiamos que la Iglesia -decía él- iluminada por la
luz de este Concilio, crecerá en riquezas espirituales, cobrará nuevas fuerzas
y mirará sin miedo hacia el futuro...Debemos dedicarnos con alegría, sin temor,
al trabajo que exige nuestra época, manteniéndonos en el camino por el que la
Iglesia marcha desde hace casi veinte siglos"{1}.
Con la ayuda de Dios,
los Padres conciliares pudieron elaborar, a lo largo de cuatro años de trabajo,
un conjunto considerable de exposiciones doctrinales y de directrices
pastorales ofrecidas a toda la Iglesia. Pastores y fieles encuentran en ellas
orientaciones para la "renovación de pensamiento, de actividad, de
costumbres, de fuerza moral, de alegría y de esperanza, que ha sido el objetivo
del Concilio"{2}.
Desde su conclusión, el
Concilio no ha cesado de inspirar la vida eclesial. En 1985, yo podía declarar:
"Para mí -que tuve la gracia especial de participar en él y de colaborar
activamente en su desarrollo-, el Vaticano II ha sido siempre, y es de una
manera particular en estos años de mi pontificado, el punto constante de
referencia de toda mi acción pastoral, en el esfuerzo consciente por traducir sus
directrices mediante una aplicación concreta y fiel, al nivel de cada Iglesia y
de toda la Iglesia. Es preciso volver sin cesar a esta fuente"{1}.
En este espíritu, el 25
de Enero de 1985, convoqué una Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos,
con ocasión del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio. El fin de
esta asamblea era celebrar las gracias y los frutos espirituales del Concilio
Vaticano II, profundizar su enseñanza para una más perfecta adhesión a ella y
promover su conocimiento y aplicación.
En la celebración de
esta asamblea, los Padres del Sínodo expresaron el deseo "de que fuese
redactado un Catecismo o compendio de toda la doctrina católica tanto sobre la
fe como sobre la moral, que sería como un texto de referencia para los
catecismos o compendios que son compuestos en los diversos países. La
presentación de la doctrina debe ser bíblica y litúrgica, y debe ofrecer una
doctrina segura y al mismo tiempo adaptada a la vida actual de los
cristianos"{2}. Desde la clausura del Sínodo, hice mío este deseo,
juzgando que "responde enteramente a una verdadera necesidad de la Iglesia
universal y de las Iglesias particulares"{3}.
¡Cómo no dar gracias de
todo corazón al Señor en este día en que podemos ofrecer a la Iglesia entera
con el título de "Catecismo de la Iglesia Católica", este "texto
de referencia" para una catequesis renovada en las fuentes vivas de la fe!
Tras la renovación de la
Liturgia y la nueva codificación del Derecho canónico de la Iglesia latina y de
los Cánones de las Iglesias orientales católicas, este catecismo ofrecerá una
contribución muy importante a la obra de renovación de toda la vida eclesial,
querida y puesta en aplicación por el Concilio Vaticano II.
2. (Itinerario y espíritu de la
preparación del texto).
El "Catecismo de la
Iglesia Católica" es fruto de una muy amplia colaboración. Es el resultado
de seis años de trabajo intenso en un espíritu de apertura atento y con un
fervor ardiente.
En 1986 confié a una
Comisión de doce Cardenales y Obispos, presidida por Mons. el Cardenal Joseph
Ratzinger, la tarea de preparar un proyecto para el Catecismo solicitado por
los Padres del Sínodo. Un Comité de redacción de siete obispos diocesanos,
expertos en teología y en catequesis, ha asistido a la Comisión en su trabajo.
La Comisión, encargada
de dar las directrices y de velar por el desarrollo de los trabajos, ha seguido
atentamente todas las etapas de la redacción de las nueve versiones sucesivas. El
Comité de redacción, por su parte, ha asumido la responsabilidad de escribir el
texto, introducir en él las modificaciones exigidas por la Comisión y examinar
las observaciones que numerosos teólogos, exegetas, catequistas y, sobre todo,
Obispos del mundo entero, con el fin de mejorar el texto. El Comité ha sido un
lugar de intercambios fructíferos y enriquecedores que han asegurado la unidad
y homogeneidad del texto.
El proyecto ha sido
objeto de una amplia consulta de todos los obispos católicos, de sus
Conferencias episcopales o de sus Sínodos, de los institutos de teología y de
catequesis. En su conjunto, el proyecto ha recibido una acogida muy favorable
por parte del Episcopado. Podemos decir ciertamente que este Catecismo es fruto
de una colaboración de todo el episcopado de la Iglesia católica, que ha
acogido generosamente mi invitación a tomar su parte de responsabilidad en una
iniciativa que toca de cerca a la vida eclesial. Esta respuesta suscita en mí
un profundo sentimiento de gozo, porque el concurso de tantas voces expresa
verdaderamente lo que se puede llamar la "sinfonía" de la fe. La
realización este Catecismo refleja así la naturaleza colegial del Episcopado y
atestigua la catolicidad de la Iglesia.
3. (Distribución de la materia).
Un
catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada
Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así
como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas y de la
Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del
Pueblo de Dios. Debe tener en cuenta las explicitaciones de la doctrina que el
Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia en el curso de los siglos. Es preciso
también que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los
problemas que hasta ahora no se habían planteado en el pasado.
El catecismo, por tanto,
contiene cosas nuevas y cosas antiguas (cf. Mt 13,52), pues la fe es siempre la
misma y fuente de luces siempre nuevas.
Para responder a esta
doble exigencia, el "Catecismo de la Iglesia Católica", por una
parte, repite el orden "antiguo", tradicional, y seguido ya por el
Catecismo de San Pío V, dividiendo el contenido en cuatro partes: el Credo; la
Sagrada Liturgia con los sacramentos en primer plano; el obrar cristiano,
expuesto a partir de los mandamientos; y finalmente la oración cristiana. Pero,
al mismo tiempo, el contenido es expresado con frecuencia de una forma
"nueva", con el fin de responder a los interrogantes de nuestra
época.
Las cuatro partes están
ligadas entre sí: el misterio cristiano es el objeto de la fe (primera parte);
es celebrado y comunicado en las acciones litúrgicas (segunda parte); está
presente para iluminar y sostener a los hijos de Dios en su obrar (tercera
parte); es el fundamento de nuestra oración, cuya expresión privilegiada es el
"Padrenuestro", que expresa el objeto de nuestra petición, nuestra
alabanza y nuestra intercesión (cuarta parte).
La Liturgia es por sí
misma oración; la confesión de la fe tiene su justo lugar en la celebración del
culto. La gracia, fruto de los sacramentos, es la condición insustituible del
obrar cristiano, igual que la participación en la Liturgia de la Iglesia
requiere la fe. Si la fe no se concreta en obras permanece muerta (cf. St 2,
14-26) y no puede dar frutos de vida eterna.
En la lectura del
"Catecismo de la Iglesia Católica" se puede percibir la admirable
unidad del misterio de Dios, de su designio de salvación, así como el lugar
central de Jesucristo Hijo único de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en
el seno de la Santísima Virgen María por el Espíritu Santo, para ser nuestro
Salvador. Muerto y resucitado, está siempre presente en su Iglesia,
particularmente en los sacramentos; es la fuente de la fe, el modelo del obrar
cristiano y el Maestro de nuestra oración.
4. (Valor doctrinal del texto).
El "Catecismo de la
Iglesia Católica" que yo aprobé el 25 de Junio pasado, y cuya publicación
ordeno hoy en virtud de la autoridad apostólica, es una exposición de la fe de
la Iglesia y de la doctrina católica, atestiguadas o iluminadas por la Sagrada
Escritura, la Tradición apostólica y el Magisterio eclesiástico. Lo reconozco
como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunión eclesial y como
una norma segura para la enseñanza de la fe. ¡Que sirva para la renovación a la
que el Espíritu Santo llama sin cesar a la Iglesia de Dios Cuerpo de Cristo, en
peregrinación hacia la luz sin sombra del Reino!
La aprobación y la
publicación del "Catecismo de la Iglesia Católica" constituyen un
servicio que el sucesor de Pedro quiere prestar a la Santa Iglesia católica, a
todas las Iglesias particulares en paz y comunión con la Sede apostólica de
Roma: el de sostener y confirmar la fe de todos los discípulos del Señor Jesús
(cf. Lc 22,32), así como de reforzar los vínculos de la unidad en la misma fe
apostólica.
Pido, por tanto, a los
pastores de la Iglesia y a los fieles que reciban este Catecismo con un
espíritu de comunión y lo utilicen asiduamente al realizar su misión de
anunciar la fe y llamar a la vida evangélica. Este Catecismo les es dado para
que les sirva de texto de referencia seguro y auténtico en la enseñanza de la
doctrina católica, y muy particularmente en la composición de los catecismos
locales. Es ofrecido también a todos los fieles que deseen conocer mejor las
riquezas inagotables de la salvación (cf. Jn 8,32). Quiere proporcionar un
sostén a los esfuerzos ecuménicos animados por el santo deseo de unidad de
todos los cristianos, mostrando con exactitud el contenido y la coherencia
armoniosa de la fe católica. El "Catecismo de la Iglesia Católica" es
finalmente ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en
nosotros (cf. 1 P 3,15). y que quiera conocer lo que cree la Iglesia católica.
Este Catecismo no está
destinado a sustituir los catecismos locales debidamente aprobados por las
autoridades eclesiásticas, los Obispos diocesanos y las Conferencias
episcopales, sobre todo cuando han recibido la aprobación de la Sede
apostólica. Está destinado a alentar y facilitar la redacción de nuevos
catecismos locales que tengan en cuenta las diversas situaciones y culturas,
pero que guarden cuidadosamente la unidad de la fe y la fidelidad a la doctrina
católica.
5. (Conclusión).
Al terminar este
documento que presenta el "Catecismo de la Iglesia Católica" pido a
la Santísima Virgen María, Madre del Verbo encarnado y Madre de la Iglesia, que
sostenga con su poderosa intercesión el trabajo catequético de la Iglesia entera
a todos los niveles, en este tiempo en que la Iglesia está llamada a un nuevo
esfuerzo de evangelización. Que la luz de la verdadera fe libre a la humanidad
de la ignorancia y de la esclavitud del pecado para conducirla a la única
libertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la vida en Jesucristo bajo
la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los cielos, en la plenitud de
la bienaventuranza de la visión de Dios cara a cara (cf. 1 Co 13,12; 2 Co
5,6-8).
Dado el 11 de Octubre de
1992, trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y año
decimocuarto de mi pontificado.
Ioannes Paulus Pp II
NOTAS A
PIE********************************
{1}1 Juan
XXIII, Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, 11 Octubre
1962: AAS 54 (1962) p.788.
{2} Pablo
VI, Discurso de clausura del Concilio ecuménico Vaticano II, 8 Diciembre 1965:
AAS 58 (1966), pp. 7-8.
{1} Discurso del 30 Mayo 1986, n.5: AAS 78
(1986) p.1273.
{2} Relación final del Sínodo extraordinario, 7
Diciembre 1985, II, B, a, n.4: Enchiridion Vaticanum, vol.9, p.1758, n.1797.
{3} Discurso de clausura del Sínodo
extraordinario, 7 Diciembre 1985, n.6: AAS 78 (1986) p.435.
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