29. EL DIVORCIO NO ES SOLUCIÓN: Padre Jorge Loring sj
(Conferencia pronunciada en la Escuela de Magisterio de Son Serra. Palma de
Mallorca)
El
tema del divorcio está hoy sobre el tapete, unos a favor y otros en contra.
Quisiera poner mi granito de arena para aclarar ideas.
Mi afirmación es rotunda: el divorcio no es solución.
Primero porque Cristo lo prohibe en el Evangelio. Si fuera bueno, Cristo no
lo prohibiría, porque la doctrina de Cristo no es para molestarnos, sino
para nuestro bien. Dice Cristo: «El casado que se va con otra, es un
adúltero. Y la casada que se va con otro, es una adúltera». Y el adulterio
se castigaba con la pena de muerte, es decir, era una falta muy grave.
Si Cristo lo prohibe, la Iglesia no puede aceptarlo. Por eso cuando el rey
Enrique VIll de Inglaterra, en 1534, quiso divorciarse de la reina Catalina
de Aragón, para casarse con Ana Bolena, no consiguió que el Papa Clemente
VIl le permitiera el divorcio. Entonces Enrique VIll rompió con la Iglesia y
desde entonces la religión oficial de Inglaterra no es la católica, sino la
anglicana. El Papa prefirió perder una nación para la Iglesia antes que
faltar a la doctrina del matrimonio recibida de Cristo.
Por eso el Sínodo de !os Obispos celebrado en Roma en noviembre de 1980,
excluye de la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Mons. Innocenti Nuncio del Papa en España, ha dicho:
«Los católicos, gobernantes o no, tienen que tener en cuenta la doctrina de
la Iglesia sobre el divorcio». Es absurdo considerarse católico Y tener
ideas contrarias a la doctrina que la Iglesia ha recibido de Cristo.
La Iglesia sólo permite la separación de los esposos si la vida en común
resulta insostenible. Pero sin volver a casarse de nuevo, mientras viva el
otro cónyuge; porque el vínculo matrimonial permanece toda la vida. Por lo
tanto, hay que escoger entre seguir viviendo juntos, o la soledad hasta la
muerte.
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Algunos acusan a la Iglesia de que no admite el divorcio y, sin embargo,
anula por dinero muchos matrimonios. Esto se puede responder largamente.
Para hacerlo con brevedad me limitaré a dos cosas.
El divorcio rompe el vínculo matrimonial y la declaración de nulidad
demuestra que no hubo tal vínculo, lo cual es totalmente distinto.
Por otra parte, es cierto que la declaración de nulidad cuesta dinero, pues
hay personas dedicadas a ese trabajo, que viven de ello. Sin embargo, el
Padre Martín Patino, Vicario de Madrid, dijo por Radio Nacional el 23 de
octubre de 1980, que en la diócesis de Madrid, de los matrimonios anulados
por la Iglesia en 1979, el 30% fueron gratuitos.
Y
desde luego, no basta el dinero para lograr de la Iglesia una declaración de
nulidad matrimonial, si no hay razones para ello. El Padre Kelleher, que ha
dedicado casi toda su vida a los tribunales eclesiásticos matrimoniales, en
su libro «Divorcio y matrimonio», dice: «No he conocido ni un solo caso en
el cual el dinero hay sido un factor influyente en la obtención de una
declaración de nulidad».
La declaración de nulidad siempre se debe a la existencia de algún
impedimento: coacción, engaño substancial, etc. Ahora bien, si para lograr
esta nulidad hay personas que juran en falso, sólo de ellas es la culpa. Los
jueces juzgan según la declaración de los testigos. Y si alguno jura en
falso, logrará arreglar los papeles, pero es inútil, porque delante de Dios
todo sigue como antes
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En todos los matrimonios hay altibajos y momentos de crisis. Pero estos
momentos hay que superarlos con aguante y con virtud. El que vaya al
matrimonio pensando que nunca tendrá nada que aguantar es un iluso. En todos
los matrimonios hay algo que tolerar y no se soluciona, lo que es intrínseco
a todos los matrimonios, cambiando de persona; pues no hay persona sin
defectos. Y no se va a estar cambiando de persona en el matrimonio, como
quien cambia de camisa.
La posibilidad del divorcio lleva al malestar familiar. El divorcio hace que
los esposos difícilmente se soporten sus defectos, y con facilidad creen que
cambiando de persona va a desaparecer lo que no puede desaparecer, pues es
inherente a las deficiencias del carácter humano.
Una aventura amorosa, de momento, puede parecer maravillosa; pero a la larga
es fácil que caiga en las mismas dificultades que el matrimonio estable.
Es verdad que el divorcio podría solucionar algún caso concreto, pero es
malo para el bien común; y el bien particular hay que subordinarlo al bien
general.
Si la nación necesita autopistas, habrá que hacerlas, aunque salga
perjudicado un señor que tiene un huerto por donde tiene que pasar la
autopista.
El divorcio, aunque solucione algún caso concreto, hace más daño a la
sociedad, porque la posibilidad del divorcio es una invitación a que se
rompan matrimonios que nunca debieron romperse. Todos los matrimonios tienen
sus momentos de crisis, que deben superarse con amor y virtud; pero la
posibilidad del divorcio facilita que en esos matrimonios se busque la
salida fácil del divorcio con perjuicio de ellos mismos. Me dijo un señor en
Torrevieja: «Yo doy gracias a Dios de que la Iglesia no permita el divorcio,
porque si yo hubiera podido haberme divorciado, en un momento de crisis por
el que pasó mi matrimonio, lo hubiera hecho. Y hoy, superada la crisis, nos
queremos muchísimo, me siento muy feliz con mi mujer y no podría vivir con
sin ella. Si entonces me hubiera divorciado, se la habría llevado otro, y yo
la habría perdido»
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Aunque los medios de comunicación aireen casos de matrimonios fracasados de
personas famosas, sin embargo, las estadísticas dan que en España, el
divorcio lo utiliza solamente al 0'4% de los matrimonios.
Pero además no es solución lo que empeora una situación, sino lo que la
remedia. Una solución que hace más daño que el mal que remedia, no es
solución. Si se descubre una crema para quitar las pecas, pero que al mismo
tiempo produce cáncer de piel, no interesa a nadie con sentido común.
Los Obispos Españoles dijeron el 3 de febrero de 1981: «EI divorcio más que
un remedio al mal que se intenta atajar, se transforma en una puerta abierta
a la generalización del mal».
Sobre todo, como es sabido, los grandes perjudicados del divorcio son los
hijos, que necesitan de un hogar que los ame; y nunca puede ser lo mismo el
amor que reciben de sus propios padres, que el que puedan recibir de la
persona que ha sustituido a su verdadera madre o a su verdadero padre. Por
eso se suele decir que los hijos de los divorciados son «huérfanos de padres
vivos»; y esto es lógico que produzca en ellos traumas psicológicos y
afectivos que los convierten en hostiles a la sociedad y en delincuentes.
Los divorciados buscan egoísticamente su libertad, pero a costa del bien de
sus hijos.
Las estadísticas dicen que se ha podido comprobar perturbaciones psíquicas
en casi la mitad de los hijos de los divorciados.
Según el «Uniform Crime Rapport USA» del 1977, el 82% de los delincuentes
juveniles en Estados Unidos, son hijos de divorciados. El divorcio aumenta
además el número de hijos ilegítimos, según el «Demographic Year Book» de
1969.
El divorcio lleva también al suicidio y al desequilibrio mental. Según e!
«Demographic Year Book» de 1972, publicado por la O.N.U., de 28 países, 7
países no divorcistas ocupan los últimos puestos en la tasa de suicidios.
Y
el 65% de los enfermos mentales son personas divorciadas.
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Algunos dicen que los católicos que no admiten el divorcio no tienen por qué
imponer sus ideas a todos los demás ciudadanos. Hablando de esto, el
Cardenal Primado, D.Marcelo González, dijo en una conferencia pronunciada en
el Club Siglo XXI: «Eso de que los católicos no tienen derecho a imponer a
los demás su concepción de la unión conyugal, es un sofisma. No se trata de
imponer nada a nadie, sino de defender lo que ellos creen que es bueno: y
que si se deteriora, ellos mismos serán víctimas de la nueva situación».
El divorcio es un mal. Mal para los hijos como hemos visto. Mal para la
mujer, que fácilmente quedará abandonada, y a partir de cierta edad, sin
posibilidades de rehacer su vida con otro hombre. También mal para los
maridos, que aunque de momento no es raro que una chica joven se enamore de
un hombre maduro, a la larga se cansará del viejo, y se buscará otro más
joven y a su gusto, y el marido «engañado».
Y
también mal para todos, porque si el 80% de los delincuentes juveniles son
hijos de divorciados, cada vez será más peligroso andar por la calle.
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Los que dicen que el divorcio puede reducirse a casos extremos, están en un
error. Lo que teóricamente se implantó para remediar casos de matrimonios
fracasados, en la práctica hará fracasar a muchos matrimonios que deberían
haberse salvado; la puerta o está cerrada del todo, o se abre completamente.
Si se abre una rendija, se terminará por abrir la puerta del todo, y
permitir divorcios por los motivos más simples.
Esto se deduce de lo que pasa en los países divorcistas. El doctor alemán,
Maximiliano Bajoc, ha realizado una encuesta según la cual, 16.000
matrimonios se divorcian al año en Alemania porque uno de los dos cónyuges
ronca. Como al año hay en Alemania 80.000 divorcios, resulta que la quinta
parte de los divorcios se deben a los ronquidos del otro. Es decir, que los
motivos del divorcio se irán ampliando poco a poco.
El divorcio engendra divorcio. Esto es un hecho incontrovertible, como dijo
D. lsidoro Martín, Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense de Madrid.
Según la revista americana «Newsweek», en Estados Unidos, seis de cada siete
matrimonios de divorciados, vuelven a divorciarse de nuevo; y ocho de cada
diez matrimonios divorciados dos veces, se divorcian por tercera vez.
En 14 años los divorcios se han duplicado en Francia, Alemania Federal,
Suiza y Dinamarca; en Inglaterra, EE.UU. y Suecia se han multiplicado por
tres y en Holanda se han multiplicado por cuatro.
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Suele decirse que el divorcio nos pone a nivel europeo. Eso es una falacia.
Si el divorcio es malo, es absurdo copiar lo que es malo. En Europa hay
muchas cosas buenas que podemos imitar y que son más importantes para el
desarrollo de la nación, pero imitar lo malo es de tontos.
Y
que la ley del divorcio lo que hace es legalizar la situación de los
matrimonios ya rotos, es otra falacia. No se puede legalizar todo lo que es
frecuente. Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes. En ese
caso habría que legalizar los atracos a los Bancos y los tiros en la nuca de
la ETA. Esto es absurdo.
Y
decir que debemos admitir el divorcio porque es propio de países
civilizados, es tan ridículo como decir que puesto que el terrorismo se da
en países civilizados, debemos consentirlo.
Es doctrina de la Iglesia, que ha mantenido a través de los siglos, que un
bautizado no puede separar el matrimonio del sacramento.
Si no hay sacramento, no hay matrimonio. Un católico que se casa solamente
por lo civil, para la Iglesia no está casado, es un concubinato.
Por eso no lo admite a la Sagrada Comunión.
Para un católico, el matrimonio civil sólo vale para los efectos civiles del
matrimonio.
Esto lo puede garantizar el Estado reconociendo el matrimonio religioso, o
bien añadiendo el matrimonio civil al matrimonio religioso.
Todo matrimonio válido es indisoluble intrínsecamente, es decir, no puede
ser disuelto por el mutuo y privado acuerdo de los cónyuges.
Pero no todo matrimonio es indisoluble extrínsecamente; es decir, que hay
casos excepcionales en los que algunos matrimonios pueden ser disueltos por
la Autoridad Eclesiástica, si se trata de matrimonio-sacramento, o por la
Autoridad Civil si se trata de un matrimonio solamente civil.
Por eso es indiscutible que el Estado nunca tiene autoridad para romper el
vínculo del matrimonio sacramental. Lo único que puede hacer el Estado es
dar leyes para la nueva situación de los matrimonios rotos, pero dejando el
vínculo intacto.
Cuantas más facilidades se den para disolver matrimonios rotos, más
matrimonios se romperán.
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Hay quien dice que el divorcio es un derecho de la persona humana. Falso.
El divorcio no es un derecho de la persona humana. Los derechos de la
persona humana, lo mismo que las leyes de la Física, tienen un valor
objetivo, no dependen de lo que a cada uno le parezca. Lo que es un derecho
de la persona humana es el matrimonio, no el divorcio. Por eso el matrimonio
y no el divorcio es lo que se reconoce en la Declaración de Derechos Humanos
de la O.N.U.
Cada cual es libre para casarse o no. Pero el que se casa, no es libre para
cambiar la naturaleza indisoluble del matrimonio. No se puede manipular la
institución del matrimonio, hecha para el bien común, a gusto de cada cual.
Lo mismo que nadie puede cambiar a su gusto las normas y leyes de tráfico.
Podemos salir a la carretera o quedarnos en casa, pero si salimos a la
carretera, tenemos la obligación de someternos a las leyes de tráfico,
puestas para el bien común. Lo mismo pasa con el matrimonio.
Cuando varón y mujer contraen matrimonio, acceden a una institución de la
que brota para ellos un vínculo de carácter permanente. El matrimonio así
contraído rebasa los intereses privados de los cónyuges y, aunque ellos
fueron libres para contraerlo, no lo son para romper el vínculo que nació
del mutuo consentimiento.
El matrimonio estable es un bien para la sociedad.
Y por hoy, nada más