El
CRISTIANO ANTE LA MUERTE - Escatología: Catequesis para jóvenes que se preparan a la confirmación
Páginas relacionadas
José Eduardo Ruiz Martínez
4° de Teología 2013
Pontificia Facultad de Teología
"Redemptoris Mater"
Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido,
como todo mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día,
descubrimos con pena que tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan
duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar irremediablemente. Y
después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos corto,
morimos.
Todos, un día u otro, tendremos conciencia de que la muerte se ha
instalado en el corazón de nuestra vida: las células del cuerpo se
rebelan y envejecen, la personalidad se descompone poco a poco. Esto
sucede inexorablemente así, si es que Id muerte
F10 llega antes, sin previo aviso. Pero de todos modos comenzamos a
vivir ya el enigma de la muerte en la desaparición de otras personas que
nos rodean (familiares, amigos, conocídos). Estos acontecimientos nos
desconciertan. Quisiéramos olvidarlos, pero no es posible. La muerte es
una sacudida que pone a prueba la esperanza humana. Ante ella, corno en
ninguna situación, experimentamos nuestra fragilidad y la rapidez con
que pasa la vida: "Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen
como la flor del campo, que el viento la roza, y ya no existe, su
terreno no volverá a verla..." (Sal 102, 15-16).
O bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados
por un paro cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.
Al
final, de una manera u otros, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente
escapará de la muerte.
Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en
el vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.
La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su
realismo la debilidad e impotencia del hombre. Es un momento sin trampa.
Cuando alguien ha muerto, queda el despojo de un difunto: un cadáver.
Esta situación provoca en los familiares y la comunidad cristiana un
clima muy complejo. El cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones
insoportables. Nos enfrenta ante el sentido de la vida y de todo, causa
un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Todo el que haya
Ese ser querido, del que tantos recuerdos tenemos, que entrelazó su vida
con la nuestra, es ahora un objeto, una cosa que hay que quitar de en
medio, porque a la muerte sigue la descomposición. Hay que enterrarlo. Y
después del funeral, al retirarnos de la tumba, vamos pensando con
Becquer: iQué solos y tristes se quedan los muertos!".
¿QUE ES LA MUERTE?
La definición dada por un diccionario muy en boga es: "La cesación
definitiva de la vida". Y define la vida como "el resultado del juego de
los órganos, que concurre al desarrollo y conservación del sujeto".
Habrá que reconocer que estas u otras definiciones tanto de la vida como
de la muerte, no expresan toda la belleza de la primera y todo el horror
de la segunda.
La muerte es trágica. El hombre, que es un ser viviente, se topa con la
muerte, que es la contradicción de todo lo que un ser humano anhela:
proyectos, futuro, esperanzas, ilusiones, perspectivas y magníficas
realidades.
ACTITUD INSTINTIVA ANTE LA MUERTE.
No es de extrañar, pues, el horror a la muerte. Y no tan solo al
misterioso momento de la
Tenemos el maravilloso instinto de conservación que nos hace defender y
luchar por la vida. Sabemos que la vida es un don formidable y la
humanidad ama la vida, propaga la vida, defiende la vida, prolonga la
vida y odia la muerte. En muchos casos luchamos por la vida aunque ésta
sea un verdadero infierno.
Si hay personas que en el colmo de la desesperanza recurren al suicidio,
lo normal es que no queremos morir y estamos dispuestos a pasar por
todos los sufrimientos y a gastar toda nuestra fortuna para curar a un
enfermo. Le peleamos a la muerte un ser querido a costa de lo que sea,
de vez en cuando hasta en contra de la voluntad del interesado. ¡La vida
es la vidal
Ejemplo formidable de ello es el trasplante de órganos, incluido el
corazón. Por desgracia, en algunas ocasiones, esa lucha no es en
realidad prolongación de la vida, sino de una dolorosa agonía sin
sentido. Nos sentimos obligados a sacar del cuerpo del enfermo
agonizante, hasta el último latido de un corazón que por sí solo se
detendría, totalmente agotado.
Triste espectáculo el ver a nuestros ser querido lleno de tubos por
todos lados y rodeado de sofisticados aparatos en una sala de terapia
intensiva. No nos resignamos a dejarlo morir.
LA MUERTE DIGNA.
Se plantea ahora la cuestión del derecho a una "muerte digna". Debemos
entender por esto el derecho que tiene la persona a decidir por sí misma
el tratamiento a su enfermedad. Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo
normal de vida, no hay obligación de recurrir "a métodos
extraordinarios" para prolongar la vida, según lo define la Iglesia. El
enfermo tiene derecho de pedir que lo dejen morir en paz.
Puede llegar el momento en que no sea justo mantener artificialmente
viva a una persona, a costa de la misma persona. Los sufrimientos de una
agonía prolongada por una idea equivocada de lo que es la vida o lo que
es la muerte, no tienen sentido.
Pero una cosa es prescindir de aquellos métodos extraordinarios y otra
es la de provocar la muerte positivamente, crimen que es llamado
eutanasia. Tampoco podemos llamar "muerte digna" al suicidio. Ni estamos
obligados a posponer dolorosamente el momento de la muerte, ni podemos
provocarla.
¿SABEMOS ALGO DEL MAS ALLA?
Desde que el hombre es hombre, ha tenido la intuición de que la vida, de
alguna manera, no termina con la muerte. Los más antiguos testimonios
arqueológicos de la humanidad son precisamente las tumbas, en las cuales
podemos descubrir la idea que las diferentes culturas tenían del más
allá.
Del mismo modo, el hombre siempre ha intentado de mil maneras, entrar en
contacto con los difuntos. Diversas clases de espiritismo, apariciones,
fantasmas, ánimas en pena, han sido un vano y supersticioso intento de
trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del más allá.
¡Cuántas teorías ha inventado el hombre! ¡Cuántos experimentos ha hecho!
Proliferan libros,
La realidad es que nuestros esfuerzos por investigar lo que sucede
después de la muerte son por demás frustrantes. Podemos decir que todo
queda en especulaciones, algunas totalmente equivocadas o fraudulentas,
que no explican nada ni consuelan a nadie. No sabemos prácticamente
nada.
UNA LUZ EN LAS TINIEBLAS.
Sin embargo nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza
humana, no podía habernos dejado en completas tinieblas acerca de
un asunto tan inquietante e importante
como
es la muerte y lo que sucede en el más allá.
En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su
Segunda Persona Divina, como Luz del Mundo.
En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su
infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que viéramos: "Yo
soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas".
SOMOS INMORTALES.
Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo
Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace
atisbar lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad.
Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno por
antonomasia haya querido compartir nuestra naturaleza humana hasta el
grado de sufrir El también la muerte.
Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. "Se
hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio
de la Cruz nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la
humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad santísima del Verbo
Encarnado.
En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras al
momento de la muerte y su tremenda importancia.
En aquella ocasión en que los Saduceos, que ni creían en la otra vida,
le preguntaron maliciosamente de quién sería una mujer que había tenido
siete maridos cuando ésta muriera, Jesús les contestó: "En este mundo
los hombres y las mujeres se casan, Pero los que sean juzgados dignos de
entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no se
casarán, Sepan además que no pueden morir, porque son semejantes a los
ángeles. Y son hijos de Dios, pues El los ha resucitado" (Lc,20:34-36)
Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta, el Señor
dijo: "Yo soy la Resurrección, El que cree en Mí, aunque muera vivirá.
El que vive por la fe en M í, no morirá para siempre" (1n. 11:25)
Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en
ocasiones se refiere explícitamente a la vida del cuerpo, que promete
será restituida con la resurrección de la carne: "No se asombren de
esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi
voz. Los que hicieron el bien, resucitarán para la vida; pero los que
obraron el mal, resucitarán para la condenación" (Jn.5:29).
En otras ocasiones, en cambio, se está refiriendo a la Vida de la Gracia
o sea a la participación de su propia Vida Divina que nos comunica por
amor.
Ejemplo de esto es el sublime discurso del "Pan de Vida "que San Juan
nos transcribe en su capítulo sexto: "yo soy el Pan vivo bajado del
Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para siempre" (Jn.6:51). Y más
adelante, en el versículo 54 nos hace esta maravillosa promesa: "El que
come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo
resucitaré en el último día".
MUERTE Y RESURRECCION.
Así, el
cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el
contrario es el
principio de la verdadera vida, la vida eterna.
En cierta manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida
Divina en esta tierra, estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro
cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre tierra, de la cual
salimos, por causa dei pecado, pero la Vida Divina de la que ya gozamos,
es por definición eterna como eterno es Dios.
Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero
nuestra alma ya está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de
pecado resucitará para la eternidad. San Pablo (Rom.8:11) lo expresa
magníficamente:
"Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de
Dios habita en ustedes. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no
sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo
vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar
en Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de
entre los muertos está en ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los
muertos dará también vida a sus cuerpos mortales; lo hará por medio de
su Espíritu, que ya habita en ustedes".
El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy
distintos de los del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez
transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar a hacerse
deseable.
El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja "del cuerpo de pecado"
pidiendo ser liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte
ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se manifieste el que es nuestra vida,
Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con El"
(Co1.3,4).
EL CIELO
Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a
esta vida. Después de todo, es lo único que conocemos, lo único que
hemos experimentado.
A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas
buenas de la vida y las malas, entre lo bello y lo feo, entre lo
placentero y lo desagradable. Y trabajamos arduamente para obtener de la
vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre están motivados
para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.
No podernos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de
la belleza del mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la
inteligencia a los secretos que la materia
enciera, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar
bien un trabajo, ver el frutode
nuestros afanes, tener lo que llamamos "satisfactores" por que
precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un
buen libro, etc...
No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros
parientes y amigos, nuestras posesiones, nuestros proyectos, son todo lo
que tenemos y por lo que hemos trabajado toda la vida. Nos hemos gastado
en ello, invirtiendo todas nuestras fuerzas.
Y por ello, ni pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno.
Ni el Cielo nos atrae, ni el Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en el
tiempo, como si fueramos inmortales. Hablar de Cielo o de Infierno hasta
puede parecer ridículo. ri sin embargo es, una cosa u otra, nuestro
destino
ineludible;
No es el objeto de este Folleto hablar del Infierno, que hemos tratado
en el Folleto EVC No. 58 sino de abrir los corazones, pero no podemos
dejar de recomendar el No.272 "El Cielo", en que la EVC reproduce una
magistral conferencia dictada por el Padre Monsabré.
Podemos decir que todos los goces o todas las penas de esta vida
temporal, no tienen tanta importancia, no son para tanto. San Pablo, que
fue arrebatado en éxtasis para tener un atisbo de los que nos espera, no
puede describir con palabras humanas su experiencia: "Ni el ojo vio, ni
el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado
para los que le aman" (1
Cor.2:9). Y en 11 Cor. 12:4, nos confía que arrebatado al paraíso, donde
oyó palabras que no se pueden decir; son cosas que el hombre no sabría
expresar".
Ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta vida, el mismo
Apóstol nos recomienda en la carta a los Coiosenses :
3:1-4, "Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; piensen
en las cosas de arriba, no en las de la tierra"
El CAMINO Y LA META.
Esta manera de pensar puede ser comparada con un viaje: por encantador
que sea el paisaje del camino eso no es lo importante, sino el llegar al
lugar de destino. Sería una torpeza desear que el camino nunca terminara
y olvidar que al fin de éste, nos esperan por ejemplo, unas vacaciones
deliciosas a la orilla del mar.
Podría existir la posibilidad de que
cambiáramos de opinión y decidierarnos
detenernos
en un lugar más
en un
lugar más hermoso que el mismo fin planeado anteriormente. Pero en la
vida esto no puede suceder: vamos a la muerte indefectiblemente; no
podemos detener el tiempo, no podemos "cambiar los planes". Y si
avanzamos fatalmente al fin del viaje, es de sabios fijar nuestra vista
en lo que nos puede esperar.
Podría alguien decir que pensar "en las cosas de arriba" como nos
aconseja el Apóstol, va en detrimento del progreso de la humanidad y del
desarrollo de todas las posibilidades del ser humano. Por eso dijo Marx
que la religión era el opio de los pueblos. Y no le faltaba razón al
estudiar ciertas religiones, sobre todo orientales, en las que parece
que todo el esfuerzo humano radica en fugarse de la realidad cotidiana.
El cristianismo no cae en esa posición, La historia lo demuestra
ampliamente al comprobar cómo ha sido precisamente en los países
cristianos en donde se han dado los más grandes pasos en el bienestar
del ser humano.
Ei peligro no radica tanto en 'fugarse" sino por el contrario en
aferrarse en lo temporal, perdiendo de vista lo eterno. El auténtico
seguidor de Jesucristo, al mismo tiempo que trabaja por hacer este mundo
más habitable, no pierde de vista sin embargo, que esto no es sino el
camino a la felicidad eterna y sin límites que Dios nos promete.
Vivimos con los pies bien asentados en la tierra, pero con el anhelo de
obtener al fin de nuestros
ENVEJECER ES MARAVILLOSO
El instinto de conservación y la falta de fe, nos hacen tener horror al
envejecimiento irremediable. Hemos hecho de la juventud un mito.
"Juventud, divino tesoro" dijo el poeta, y perder la juventud io
consideramos un drama.
Da pena ver a personas maduras y post-maduras, intentar defenderse de la calvicie, de las canas, de las arrugas... No logran, por supuesto, engañar a nadie y menos detener el tiempo.
Todas las operaciones de cirugía plástica que sufren, ni preservan la
belleza juvenil, ni restan un sólo día a su avanzada edad. Todos esos
intentos vanos por beber en la fuente de la eterna juventud, no hacen
sino evidenciar que hemos perdido el sentido de la vida y de la muerte.
La edad no solamente nos hace poner en su justa medida las cosas
temporales (cosa que los jóvenes no han aprendido todavía) sino que nos
acercan más y más a Dios, nuestro último fin. Los ancianos llevan
ventaja a los muchachos. Ya van llegando a su realización plena, van
llegando a la meta.
El gran San Pablo nos escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al
contrario, mientras nuestro exterior se
va
destruyendo, nuestro
hombre
interior
se va
renovando día
a
día.
La
prueba
es ligera
que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan
grande que no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo
que se ve, sino en lo invisible, ya que las cosas visibles duran un
momento y las invisibles son para siempre." (II Cor.4:16-18)
Y no es que nos resignemos mansamente a lo inevitable. Es por el
contrario la conciencia jubilosa de que estamos siendo llamados por
Dios.
Las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las
enfermedades y achaques nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca.
Pronto verás a Dios.
El gran Ignacio de
Anltioquía , anciano y camino a la muerte, avvanza gozoso al
encuentro con
Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en
mí el fuego de los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la
voz de una agua viva que me habla y me dice:' Ven al Padre. No encuentro
ya deleite en el alimento material ni en los placeres de este mundo".
¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la
verdadera vida y que todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una
invitación!
LA LITURGIA DE LOS DIFUNTOS
La reforma litúrgica implementada a raíz del Concilio
Vaticano II,
ha puesto empeño en hacer
febditar ¡os
aspectos positivos dei trance
de
id MUeite. Lo pf if M'U que nos ¡idIlio' id atención es
el abandono de los ornamentos color negro en las Misas de Difuntos, por
ser el negro signo de duelo sin asomo de consuelo ni esperanza.
Sin ignorar el aspecto trágico de la muerte, lo que sería una falacia,
el Ritual de Sacramentos en la introducción a las Exequias acentúa la
esperanza del creyente. "A pesar de todo, la comunidad celebra la muerte
con esperanza. El creyente, contra toda evidencia, muere confiado: "En
tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc.23:26)
En medio del enigma y la realidad tremenda de la muerte, se celebra la
fe en el Dios que salva".
plena con Dios y con los hombres honrados y justos y, en consecuencia, la
posesión de la bienaventuranza"
En un equilibrio notable entre las realidades temporales como son el pecado
y la muerte, en la Oración Colecta de la Misa de Difuntos, asegura la acción
salvadora de Jesucristo: "Dios, Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe,
que proclama la muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que concedas a
nuestro hermano N. que así como ha participado ya de la muerte de Cristo,
llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección".
Al mismo tiempo que se ora por el difunto, pidiendo al Señor se digne perdonar sus culpas, hay un grito de esperanza en la misericordia del Salvador.
En la oración sobre las Ofrendas, queda expresado perfectamente este
sentimiento: "Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por
nuestro hermano N. para que pueda encontrar como luez misericordioso a tu
hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció siempre como su
Salvador".
"La muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la
entrega total, en el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente
realizar la inocencia bautismal y volver a encontrar, más allá de los
siglos, la vida del Paraíso" (Romano Guardini)
La mejor y más completa respuesta al problema de la muerte la encontramos en
los escritos de
Sd11 PdLAU. Rewfdei11OS id,
r-nagnífir.,a
fiase. "Al fin de
IUS
--------CrH}JOS,
id
muerte quedará destr uida para siempre, absorbida en la victoria" (I
Cor.15:26).
Con el realismo que caracteriza a la Iglesia Católica, toda la liturgia de
Difuntos, ofrece a Dios sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en
mayor o menor grado, hemos ofendido a Dios, pero con la plena confianza en
la infinita misericordia divina, que garantiza al final el goce de la
bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos enseña:
"Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap.21:4).
Repetimos una y otra vez al orar por los nuestros: "Dale Señor el descanso
eterno y brille para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas
de esta vida; luz para siempre, sin sombras de muerte, sin tinieblas de
angustias, dudas u ignorancias. La luz total de contemplar la glorüa de Dios
en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y eterno.
"La Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite
llegar a Aquel que amamos".
San Agustín
"La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la
eternidad para poseerlo".