El rabino Setbon «asustó» al primer cura con quien habló... y se convirtió treinta años después
José María Ballester / ReL
A los 7 años empezó a interesarse por la Cruz - La muerte de su esposa,
el ejemplo del cardenal Lustiger y una estampa de la Sábana Santa jalonaron
su proceso de conversión.
El
ser de un padre rabino ultraortodoxo y de ascendencia sefardita y de una
madre de origen ashkenazi no fue óbice para que Jean-Maríe Elie Setbon
sintiese atracción por la religión católica desde que tenía siete años. No
fue un capricho momentáneo y la atracción fue arraigándose hasta que un
domingo, cuando tenía quince años, decidió asistir a su primera misa en una
iglesia del barrio parisino de Montmartre. Y con osadía: fue a comulgar.
Volvió a esa misa todos los domingos durante tres años y, a escondidas
–temía la reacción de sus familiares-, compró un Nuevo Testamento y un
crucifijo. Para entonces ya había cumplido los dieciocho años, una edad,
pensó, lo suficientemente avanzada para dar el paso definitivo. Estimó que
la forma más adecuada era contárselo a un cura en un confesionario.
El susto del cura
-Mire, soy judío y quiero convertirme
-¿Q, q,q, qué me está diciendo? -tartamudeó el cura-. Uf, uf, espéreme aquí,
que vuelvo en unos instantes.
Nunca volvió. Del disgusto y del miedo, Setbon salió disparado de la Iglesia
y decidió centrarse en su religión: durante ocho años siguió una formación
rabínica en Tierra Santa pero sin olvidar del todo la Cruz. De vuelta a
Francia, fue nombrado rabino en Grenoble, al pie de los Alpes. Se casó y
tuvo siete hijos, a los que dio nombres de claras reminiscencias judías:
Raquel, Rebeca, Débora….
Jean-Marie,
ya cristiano. Una vida monótona de rabino parecía trazada. Sin embargo, en
2004, su esposa fallece de cáncer y Setbon se queda de “padre en el hogar”
con siete hijos. Fueron años de auténtica precariedad material: el rabino y
sus hijos tuvieron que esperar tres años para disfrutar de su primer día,
solo uno, de vacaciones. Fue el 6 de agosto de 2007 en una playa normanda.
El mismo día que Lustiger
La visión del mar le produjo extrañas sensaciones. Se atreve a
relacionarlo con la muerte, ese mismo día, del cardenal Jean-Marie Lustiger,
que también emprendió el camino del judaísmo al catolicismo. De vuelta a
París, la sensaciones se intensifican. Setbon no para de hacerse la señal de
la Cruz. Esta vez sí, su conversión va a ser definitiva.
"De
la kippa a la Cruz": un testimonio. Inicia una preparación al catecumenado
en las Hermanitas de Belén en París. No fue fácil. Según declaró a Famille
Chrétienne, él quería conocer a Cristo pero le contestaban: “Sí, pero la
Iglesia piensa esto, esto y esto…”. Elaboró entonces una lista de objeciones
que presentó a Cristo: “Señor, el rabinito está harto: o me ayudas o lo dejo
todo”.
La respuesta vino poco después, cuando se topó con una imagen de la Sábana
Santa. Le dijo al Señor: “Deja de jugar al escondite o estallo. No me muevo
de aquí hasta que no me hagas una señal”. En ese mismo instante, el rostro
de Cristo le volvió a mirar y... “Llegó la Luz: creí todo, acepté todo,
incluida la Iglesia: el Señor me abrió a la inteligencia de las Escrituras”.
El 14 de septiembre de 2008, Setbon fue admitido en la Iglesia mediante el
sacramento del bautismo. Desde entonces es Jean-Marie Elie. Jean-Marie, su
nombre de bautismo; Elie, el que llevaba hasta entonces. Era la culminación
de un proceso que había durado 37 años, desde el día en que empezó a sentir
atracción por Cristo.