Cuando llegó la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo nacido de una mujer
Tercera predicación de Adviento 2008
del Predicador del Papa
A Benedicto XVI y a la Curia Romana
Padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
1. Pablo y el dogma de la encarnación
Pongamos en primer lugar, también esta vez, el pasaje paulino sobre el que
vamos a meditar:
"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley,
y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que
clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo; y si hijo,
también heredero por voluntad de Dios" (Gal 4, 4-7).
Escucharemos a menudo este pasaje en el tiempo navideño, comenzando por las
Primeras Vísperas de la solemnidad de Navidad. Digamos ante todo algo sobre
las implicaciones teológicas de este texto. Es el pasaje que más se acerca,
en el corpus paulino, a la idea de preexistencia y de encarnación. La idea
de "envío" ("Dios mandó, exapesteilen, a su Hijo") se pone en paralelo con
el envío del Espíritu del que se habla dos versículos después y recuerda lo
que en el Antiguo Testamento se dice del envío de la Sabiduría y del santo
Espíritu sobre el mundo por parte de Dios (Sab 9, 10.17). Estos
acercamientos indican que no se trata de un envío "desde la tierra", como en
el caso de los profetas, sino "desde el cielo".
La idea de la preexistencia del Cristo está implícita en los textos paulinos
en los que se habla de una función de Cristo en la creación del mundo (1 Cor
8,6; Col 1, 15-16) y cuando Pablo dice que la roca que seguía al pueblo en
el desierto era Cristo (1 Cor 10,4). La idea de la encarnación, a su vez, es
subyacente en el himno cristológico de Filipenses, 2: "El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se
despojó de sí mismo, tomando condición de siervo".
A pesar de esto, hay que admitir que preexistencia y encarnación en Pablo
son verdades en gestación, que aún no han llegado a su formulación plena. El
motivo es que el centro de interés y el punto de partida de todo es para él
el misterio pascual, es decir, lo realizado, más que la persona del
Salvador. Lo contrario de Juan, para quien el punto de partida y el
epicentro de la atención es precisamente la preexistencia y la encarnación.
Se trata de dos "vías" o recorridos distintos, en el descubrimiento de quién
es Jesucristo: uno, el de Pablo, parte de la humanidad para llegar a la
divinidad, de la carne para llegar al Espíritu, de la historia de Cristo,
para llegar a la preexistencia de Cristo; el otro, el de Juan, sigue el
camino inverso: parte de la divinidad del Verbo para llegar a su existencia
en el tiempo; una pone como bisagra entre las dos fases la resurrección de
Cristo, y la otra ve el paso de un estado al otro en la encarnación.
Apenas se pasa a la época sucesiva, ambas vías tienden a consolidarse dando
lugar a dos modelos o arquetipos y finalmente a dos escuelas cristológicas:
la escuela de Antioquía que se refiere preferentemente a Pablo, y la escuela
de Alejandría, que se refiere con preferencia a Juan. Ninguno de los
seguidores de una u otra vía tiene conciencia de elegir entre Pablo y Juan;
ambos están seguros de tenerlos de su parte. Esto es cierto, pero es un
hecho que las dos influencias persisten visibles y distinguibles como dos
ríos que, aun confluyendo juntos, siguen distinguiéndose por el color
distinto de sus aguas respectivas.
Esta diferenciación se refleja por ejemplo en la forma diversa con que se
interpreta, en las dos escuelas, la kenosis de Cristo de Filipenses 2. Hasta
el siglo II-III se delinean, en este texto, dos lecturas diversas que se
vuelven a encontrar también en la exégesis moderna. Según la escuela de
Alejandría, el sujeto inicial del himno es el Hijo de Dios preexistente en
la forma de Dios. La kenosis por eso, en este caso, consistiría en la
encarnación, en el hacerse hombre. Según la interpretación dominante en la
escuela de Antioquía, el sujeto único del himno desde el principio hasta el
final es el Cristo histórico, Jesús de Nazaret. En este caso la kenosis
consistiría en el abajamiento inherente a su hacerse siervo, en someterse a
la pasión y a la muerte.
La diferencia entre ambas escuelas no es tanto que algunos sigan a Pablo y
otros a Juan, sino que algunos interpretan a Juan a la luz de Pablo y otros
interpretan a Pablo a la luz de Juan. La diferencia está en el esquema, o en
la perspectiva de fondo, que se adopta para ilustrar el misterio de Cristo.
En la confrontación entre ambas escuelas podemos decir que se han formado
las líneas maestras del dogma y de la teología de la Iglesia, que han
permanecido activas hasta ahora.
2. Nacido de mujer
El relativo silencio sobre la encarnación comporta, en Pablo, un silencio
casi total sobre María, la Madre del Verbo encarnado. El inciso "nacido de
una mujer" (factum sub muliere) de nuestro texto es la alusión más explícita
que se tiene de María en el corpus paulino. Esta es el equivalente de la
otra expresión: "nacido del linaje de David según la carne", "factum ex
semine David secundum carnem" (Rom 1,3).
Aún escueta,, sin embargo, esta afirmación de Pablo es importantísima. Esta
fue uno de los puntos clave en la lucha contra el docetismo gnóstico, desde
el siglo II en adelante. Dice de hecho que Jesús no es una aparición
celeste; gracias a su nacimiento de una mujer, él está inserto plenamente en
la humanidad y en la historia, "del todo semejante a los hombres" (Fl 2, 7).
"¿Por qué decimos que Cristo es hombre, escribe Tertuliano, sino porque
nació de María, que es una criatura humana?". Pensándolo bien, "nacido de
una mujer" es más adecuado para expresar la verdadera humanidad de Cristo
que no el título "hijo del hombre". En sentido literal, Jesús no es hijo del
hombre, no ha tenido por padre a un hombre, pero sí es realmente "hijo de la
mujer".
El texto paulino estará también en el centro del debate sobre el título de
Madre de Dios (theotokos) en las disputas cristológicas posteriores, lo que
explica por qué la liturgia nos lo hace escuchar en la segunda lectura de la
misa de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, el 1 de enero.
Hay que resaltar un dato. Si Pablo hubiera dicho: "nacido de María", se
habría tratado sólo de un detalle biográfico; habiendo dicho "nacido de una
mujer", ha dado a su afirmación un carácter universal e inmenso. Es la mujer
misma, toda mujer, la que ha sido elevada en María a tan increíble altura.
María es aquí la mujer por antonomasia.
3. "¿En qué me afecta a mí que Cristo haya nacido de María?"
Estamos meditando el texto paulino ante la inminente Navidad y en el
espíritu de la lectio divina. Por ello, no podemos detenernos mucho en el
dato exegético, sino que tras haber contemplado la verdad teológica
contenida en el texto, debemos extraer de él enseñanzas para nuestra vida
espiritual, iluminando el "para mí" de la palabra de Dios.
Una frase de Orígenes, retomada por san Agustín, san Bernardo, Lutero y
otros, dice: "¿Qué me aprovecha a mí que Cristo haya nacido una vez de María
en Belén, si no nace también por fe en mi alma?". La maternidad divina de
María se realiza en dos planos: en un plano físico y en un plano espiritual.
María es la Madre de Dios no sólo porque le ha llevado físicamente en el
seno, sino también porque le ha concebido antes en el corazón, con la fe. No
podemos, naturalmente, imitar a María en el primer sentido, engendrando de
nuevo a Cristo, pero podemos imitarla en el segundo sentido, que es el de la
fe. Jesús mismo comenzó esta aplicación a la Iglesia del título de "Madre de
Cristo", cuando declaró: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la
Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21; cf. Mc 3, 31 s; Mt 12, 49).
En la tradición, esta verdad ha conocido dos niveles de aplicación
complementarios entre ellos, uno de tipo pastoral y el otro de tipo
espiritual. En un caso, se ve realizada esta maternidad de la Iglesia en su
conjunto en cuanto "sacramento universal de salvación"; en el otro, se
realiza en cada persona o alma que cree.
Un escritor de la Edad Media, el Beato Isaac del monasterio de Stella, hizo
una especie de síntesis de todos estos motivos. En una homilía famosa que
leímos en la Liturgia de las Horas del pasado sábado, escribe: "María y la
Iglesia son una madre y y varias madres; una virgen y muchas vírgenes. Ambas
son madres y ambas vírgenes... por todo ello, en las Escrituras divinamente
inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen madre
María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y
se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en
especial se dice de la virgen madre María... también se considera con razón
a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y
hermana, virgen y madre fecunda" (Discurso 51).
El Concilio Vaticano II se pone en la primera perspectiva cuando escribe:
"La Iglesia... se convierte también en madre, ya que con la predicación y el
bautismo genera en una vida nueva e inmortal a sus hijos, concebidos por
obra del Espíritu santo y nacidos de Dios" (Lumen gentium 64).
Nos concentramos en la aplicación personal a cada alma: "Toda alma que cree,
escribe san Ambrosio, concibe y engendra al Verbo de Dios... Si según la
carne una sola es la Madre de Cristo, según la fe, todas las almas engendran
a Cristo cuando acogen la Palabra de Dios" (Exposición del Evangelio según
san Lucas, II, 26). Le hace eco otro padre de oriente: "Cristo nace siempre
místicamente en el alma, tomando carne de aquellos que se salvan y haciendo
del alma que lo engendra una madre virgen" (Máximo Confesor, Comentario al
Padrenuestro).
Cómo uno se convierte concretamente en madre de Jesús, nos lo indica él
mismo en el Evangelio: escuchando la Palabra y poniéndola en práctica (cf.
Lc 8,21; Mc 3, 31 s.; Mt 12,49). Reconsideremos, para comprenderlo, cómo se
convirtió María en madre: concibiendo a Jesús y pariéndolo. En la Escritura
vemos subrayados estos dos momentos: "La Virgen concebirá y dará a luz un
hijo", se lee en Isaías, y "Concebirás y darás a luz a un Hijo", dice el
ángel a María.
Hay dos maternidades incompletas o dos tipos de interrupción de la
maternidad. Una es antigua y conocida, el aborto. Éste sucede cuando se
concibe una vida pero no se da a luz, porque en el entretanto, por causas
naturales o por el pecado del hombre, el feto está muerto. Hasta hace poco
tiempo, este aborto era el único caso que se conocía de maternidad
incompleta. Hoy se conoce otro que consiste, al contrario, en parir un hijo
sin haberlo concebido. Sucede en el caso de los hijos concebidos en probeta
e insertados, en un segundo momento, en el seno de una mujer, y en el caso
del útero prestado para hospedar, incluso pagando, vidas humanas concebidas
en otro lugar. En este caso, lo que la mujer da a luz no viene de ella, no
es concebido "antes en el corazón que en el cuerpo".
Por desgracia, también en el plano espiritual existen estas dos tristes
posibilidades de maternidad incompleta. Concibe Jesús sin darlo a luz quien
acoge la Palabra sin ponerla en práctica, quien sigue haciendo un aborto
espiritual tras otro, formulando propósitos de conversión que son
sistemáticamente olvidados y abandonados a mitad camino; quien se comporta
ante la Palabra como el observador apresurado que mira su cara en el espejo
y después se olvida en seguida de cómo era (cf. St 1, 23-24). En suma, quien
tiene fe pero no tiene obras.
Da a luz en cambio a Cristo sin haberlo concebido quien hace tantas obras,
incluso buenas, pero que no vienen del corazón, del amor a Dios y de la
recta intención, sino de la costumbre, de la hipocresía, de la búsqueda de
su propia gloria y de su propio interés, o sencillamente de la satisfacción
que da el hacer. En suma, el que tiene obras pero no tiene fe.
San Francisco de Asís tiene una palabra que resume, en positivo, en qué
consiste la verdadera maternidad de Cristo: "Somos madres de Cristo - dice -
cuando lo llevamos en el corazón y en el cuerpo por medio del amor divino y
de la pura y sincera conciencia; lo engendramos a través de las obras
santas, que deben resplandecer ante los demás como ejemplo... Oh, qué santo
y querido, agradable, humilde, pacífico, dulce, amable y deseable sobre toda
otra cosa, tener un hermano y un hijo semejante, nuestro Señor Jesucristo"
(Carta a los fieles, 1). Nosotros -quiere decir el santo- concebimos a
Cristo cuando lo amamos con sincero corazón y con conciencia recta, y lo
damos a luz cuando realizamos obras santas que lo manifiestan al mundo.
4. Las dos fiestas del Niño Jesús
San Buenaventura, discípulo e hijo del Pobrecito, recogió y desarrolló este
pensamiento en un opúsculo titulado "Las cinco fiestas del Niño Jesús". En
la introducción al libro, relata como un día, mientras estaba de retiro en
el monte Verna, le vino a la mente lo que dicen los Santos Padres, o sea,
que el alma devota de Dios, por gracia del Espíritu Santo y el poder del
Altísimo, puede concebir espiritualmente al Verbo bendito y al Hijo
Unigénito del Padre, parirlo, ponerle nombre, buscarlo y adorarlo con los
Magos y finalmente presentarlo felizmente a Dios Padre en su templo.
De estos cinco momentos, o fiestas del Niño Jesús, que el alma debe revivir,
nos interesan sobre todo las dos primeras: la concepción y el nacimiento.
Para san Buenaventura, el alma concibe a Jesús cuando, descontenta con la
vida que lleva, estimulada por inspiraciones santas e inflamada de ardor
santo, cansada de sus viejas costumbres y defectos, es como fecundada
espiritualmente por la gracia del Espíritu Santo y concibe el propósito de
una vida nueva. ¿Ha tenido lugar la concepción de Cristo!
Una vez concebido, el bendito Hijo de Dios nace en el corazón, siempre que,
tras haber hecho un sano discernimiento, pedido oportuno consejo, invocado
la ayuda de Dios, el alma pone inmediatamente por obra su santo propósito,
comenzando a realizar lo que desde hacía tiempo estaba madurando, pero que
había dejado para más adelante por miedo a lo ser capaz de ello.
Pero es necesario insistir en una cosa: este propósito de vida debe
traducirse, sin duda, en algo concreto, en un cambio, posiblemente también
externo y visible, de nuestra vida y costumbres. Si el propósito no se pone
en práctica, Jesús ha sido concebido pero no dado a luz. Es uno de tantos
abortos espirituales. No se celebrará nunca la "segunda fiesta" del Niño
Jesús que es la Navidad. Es uno de tantos casos que son una de las razones
principales por las que tan pocos llegan a santos.
Si decides cambiar de estilo de vida y entrar a formar parte de esa
categoría de pobres y humildes, que como María buscan solo encontrar gracia
ante Dios, sin importarle agradar a otros hombres, entonces, escribe san
Buenaventura, debes armarte de valor, porque te hará falta. Deberás afrontar
dos tipos de tentación. Se te presentarán ante todo los hombres carnales de
tu ambiente y te dirán: "Es demasiado duro lo que pretendes, no lo
conseguirás, te faltarán las fuerzas, perderás la salud; estas cosas no se
adecuan a tu estado, comprometes tu buen nombre y la dignidad de tu
cargo"....
Superado este obstáculo, se presentarán otros con fama de ser, o incluso que
son de hecho, personas pías y religiosas, pero que no creen verdaderamente
en el poder de Dios y de su Espíritu. Estas te dirán que, si empiezas a
vivir de esta forma -dando tanto espacio a la oración, evitando tomar parte
en distracciones y habladurías inútiles, haciendo obras de caridad-, serás
considerado pronto un santo, un hombre devoto y espiritual, y dado que sabes
perfectamente que no lo eres, acabarás engañando a la gente y siendo un
hipócrita, atrayendo sobre ti la reprobación de Dios que escruta los
corazones.
A todas estas tentaciones, es necesario responder con fe: "No es demasiado
corta la mano del Señor para salvar" (Is 59, 1) y, casi enfadándonos con
nosotros mismos, exclamar, como Agustín en la vigilia de su conversión: "Si
estos y estas pueden ¿por que yo no? Si isti et istae, cur non ego? "
(Confesiones)
5. María dijo "sí"
El ejemplo de la Madre de Dios nos sugiere qué hacer en concreto para
imprimir a nuestra vida espiritual este nuevo empuje, para concebir y dar a
luz verdaderamente en nosotros a Jesús esta Navidad. María dijo un "sí"
decidido y pleno a Dios. Se insiste mucho en el Fiat de María, en María como
"la Virgen del fiat". Pero María no hablaba latín y por eso no dijo fiat, no
dijo siquiera genoito, que es la palabra que encontramos, a este punto, en
el texto griego de Lucas porque no hablaba griego.
Si es lícito remontarse, con pía reflexión, a la ipsissima vox, a la palabra
misma que salió de la boca de María -o al menos a la palabra que estaba en
la fuente judía usada por Lucas-, esta debió ser la palabra amén. Amén,
palabra hebrea cuya raíz significa solidez, certeza - se usaba en la
liturgia como respuesta de fe a la palabra de Dios. Cada vez que, al término
de ciertos salmos, en la Vulgata se leía antes fiat, fiat , ahora en la
nueva versión de los textos originales se lee: Amén, Amén. Lo mismo para la
palabra griega: cada vez que en la Biblia de los Setenta se lee en esos
mismos salmos génoito, génoito, el original griego lleva: Amén, amén.
Con el "amén" se reconoce lo que se ha dicho como palabra firme, estable,
válida y vinculante. Su traducción exacta, como respuesta a la palabra de
Dios, es: "Así sea, así sea". Indica fe y obediencia conjuntamente; reconoce
que lo que Dios dice es cierto y se somete a ello. Es decir "sí" a Dios. En
este sentido lo encontramos en la misma boca de Jesús: "Si, amén, Padre,
pues tal ha sido tu beneplácito" (cf. Mt 11, 26). Él es el Amén
personificado: "Así habla el Amén" (Ap 3, 14) y por medio de él, añade
Pablo, todo amén pronunciado en la tierra sube a Dios (cf 2 Cor l, 20).
En casi todas las lenguas humanas la palabra que expresa el consenso es un
monosílabo: "sí", "ja", "yes", "oui", "tag"... La palabra más corta del
vocabulario, pero aquella con que tanto los novios como los consagrados
deciden su vida para siempre. También en el rito de la profesión religiosa y
de la ordenación sacerdotal hay un momento en que se pronuncia un "sí".
Hay un detalle en el Amén de María que es importante señalar. En las lenguas
modernas usamos el modo indicativo para señalar que algo ha sucedido o
sucederá, el modo condicional para indicar algo que podría suceder en
ciertas condiciones, etc.; el griego tiene un modo particular que se llama
optativo. Es un modo que se usa cuando se quiere expresar deseo o
impaciencia de que algo suceda. El verbo usado por Lucas, genoito, está
precisamente en este modo.
San Pablo dice que "Dios ama al que da con alegría" (2 Cor 9, 7) y María
dijo a Dios su "sí" con alegría. Pidámosle que nos obtenga la gracia de
decir a Dios un "sí" alegre y renovado, y así concebir y dar a luz también
nosotros en esta Navidad a su Hijo Jesucristo.