Domingo 3 de Adviento B - 'Para dar testimonio de la luz': Comentarios de Sabios y Santos II para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Directorio Homilético: Domingo 3 de Adviento B
Comentario Teológico: X. Léon Dufour - Juan Bautista
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La figura de San Juan Bautista (Jn 1,6-8.19-28)
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio
Homilético: Domingo 3 de Adviento B
El Directorio Homilético considera como una unidad a los Domingos II y III
de Adviento. Por eso, en primer lugar, presentaremos lo que dicho Directorio
dice acerca de estos domingos.
Este texto ya fue presentado el domingo pasado, pero es necesario volver a
leerlo ahora para aplicarlo al Domingo III de Adviento.
En segundo lugar, presentaremos los
números del Catecismo de la Iglesia Católica que el Directorio
Homilético sugiere para la preparación de la homilía.
I
B. II y III domingo de Adviento
87. En los tres ciclos, los textos evangélicos del II y III domingo de
Adviento, están dominados por la figura de san Juan Bautista. No sólo, el
Bautista es, también con frecuencia, el protagonista de los pasajes
evangélicos del Leccionario ferial en las semanas que siguen a estos
domingos. Además, todos los pasajes evangélicos de los días 19, 21, 23 y 24
de diciembre atienden a los acontecimientos que circundan el nacimiento de
Juan. Por último, la celebración del Bautismo de Jesús por mano de Juan
cierra todo el ciclo de la Navidad. Todo lo que aquí se dice tiene como
finalidad ayudar al homileta en todas las ocasiones en las que el texto
bíblico evidencia la figura de Juan Bautista.
88. Orígenes, teólogo maestro del siglo III, ha constatado un esquema que
expresa un gran misterio: independientemente del tiempo de su Venida, Jesús
ha sido precedido, en aquella Venida, por Juan Bautista (Homilía sobre
Lucas, IV, 6). De suyo, ha sucedido que desde el seno materno, Juan saltó
para anunciar la presencia del Señor. En el desierto, junto al Jordán, la
predicación de Juan anunció a Aquél que tenía que venir después de él.
Cuando lo bautizó en el Jordán, los cielos se abrieron, el Espíritu Santo
descendió sobre Jesús en forma visible y una voz desde el cielo lo
proclamaba el Hijo amado del Padre. La muerte de Juan fue interpretada por
Jesús como la señal para dirigirse resolutivamente hacia Jerusalén, donde
sabía que le esperaba la muerte. Juan es el último y el más grande de todos
los profetas; tras él, llega y actúa para nuestra salvación Aquél que fue
preanunciado por todos los profetas.
89. El Verbo divino, que en un tiempo se hizo carne en Palestina, llega a
todas las generaciones de creyentes cristianos. Juan precedió la venida de
Jesús en la historia y también precede su venida entre nosotros. En la
comunión de los santos, Juan está presente en nuestras asambleas de estos
días, nos anuncia al que está por venir y nos exhorta al arrepentimiento.
Por esto, todos los días en Laudes, la Iglesia recita el Cántico que
Zacarías, el padre de Juan, entonó en su nacimiento: "Y a ti, niño, te
llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus
caminos, anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados" (Lc
1,76-77)
90. El homileta debería asegurarse que el pueblo cristiano, como componente
de la preparación a la doble venida del Señor, escuche las invitaciones
constantes de Juan al arrepentimiento, manifestadas de modo particular en
los Evangelios del II y III domingo de Adviento. Pero no oímos la voz de
Juan sólo en los pasajes del Evangelio; las voces de todos los profetas de
Israel se concentran en la suya. "Él es Elías, el que tenía que venir, con
tal que queráis admitirlo" (Mt 11,14). Se podría también decir, al respecto
de todas las primeras lecturas en los ciclos de estos domingos, que él es
Isaías, Baruc y Sofonías. Todos los oráculos proféticos proclamados en la
asamblea litúrgica de este tiempo son para la Iglesia un eco de la voz de
Juan que prepara, aquí y ahora, el camino al Señor. Estamos preparados para
la Venida del Hijo del Hombre en la gloria y majestad del último día.
Estamos preparados para la Fiesta de la Navidad de este año.
91. Por ejemplo, cada asamblea en la que vienen proclamadas las Escrituras
es la "Jerusalén" del texto del profeta Baruc (II domingo C): "Jerusalén,
despójate de tu vestido de luto y aflicción y viste las galas perpetuas de
la gloria que Dios te da". Este es un profeta que nos invita a una
preparación precisa y nos llama a la conversión: "Envuélvete en el manto de
la justicia de Dios y ponte a la cabeza la diadema de la gloria perpetua".
En la Iglesia vivirá el Verbo hecho carne, por esta razón a ella van
dirigidas las palabras: "Ponte en pie Jerusalén, sube a la altura, mira
hacia Oriente y contempla a tus hijos, reunidos de Oriente a Occidente, a la
voz del Espíritu, gozosos, porque Dios se acuerda de ti".
92. En estos domingos se leen diversas profecías mesiánicas clásicas de
Isaías. "Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su
raíz" (Is 11,1; II domingo A). El anuncio se cumple en el Nacimiento de
Jesús. Otro año: "Una voz grita: "En el desierto preparadle un camino al
Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios"" (Is 40,3; II
domingo B). Los cuatro evangelistas reconocen el cumplimiento de estas
palabras en la predicación de Juan en el desierto. En el mismo Isaías se
lee: "Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos - ha hablado
la boca del Señor -" (Is 40,5). Esto se dice del último día. Esto se dice de
la Fiesta de Navidad.
93. Es impresionante cómo en las diversas ocasiones en las que Juan Bautista
aparece en el Evangelio se repite con frecuencia el núcleo de su mensaje
sobre Jesús: "Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu
Santo" (Mc 1,8; II domingo B). El Bautismo de Jesús en el Espíritu Santo es
la conexión directa entre los textos a los que nos hemos referido hasta
ahora y el centro hacia el que este Directorio atrae la atención, es decir,
el Misterio Pascual, que se ha cumplido en Pentecostés con la venida del
Espíritu Santo sobre todos los que creen en Cristo. El Misterio Pascual
viene preparado por la Venida del Hijo Unigénito engendrado en la carne y
sus infinitas riquezas serán posteriormente desveladas en el último día. Del
niño nacido en un establo y del que vendrá sobre las nubes, Isaías dice:
"Sobre él se posará el espíritu del Señor" (Is 52 11,2; II domingo A); y
también, recurriendo a las palabras que el mismo Jesús declarará cumplidas
en sí mismo: "El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha
ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren" (Is 61,1;
III domingo B. Cf. Lc 4,16-21).
94. El Leccionario del tiempo de Adviento es, de hecho, un conjunto de
textos del Antiguo Testamento que convencen y que, de modo misterioso,
encuentran su cumplimiento en la Venida del Hijo de Dios en la carne. Como
siempre, el homileta puede recurrir a la poesía de los profetas para
describir a los cristianos aquellos misterios en los que ellos mismos son
introducidos a través de las Celebraciones Litúrgicas. Cristo viene
continuamente y las dimensiones de su venida son múltiples. Ha venido.
Volverá de nuevo en gloria. Viene en Navidad. Viene ya ahora, en cada
Eucaristía celebrada a lo largo del Adviento. A todas estas dimensiones se
les puede aplicar la fuerza poética de los profetas: "Mirad a vuestro Dios,
que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará" (Is 35,4;
III domingo A). "No temas Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor tu Dios,
en medio de ti, es un guerrero que salva" (Sof 3,16-17; III domingo C).
"Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón de
Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su
crimen" (Is 40,1-2; II domingo B).
95. No sorprende, entonces, que el espíritu de espera ansiosa crezca durante
las semanas de Adviento; que en el III domingo, los celebrantes se endosan
vestiduras de un gozoso rosa claro, y que este domingo toma el nombre de los
primeros versos de la antífona de entrada que, desde hace siglos, se canta
en este día, con las palabras extraídas de la carta de san Pablo a los
Filipenses: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres.
El Señor está cerca".
(CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS,
Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano, 2014, nº 87 - 95)
CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo CEC 713-714: las
características del Mesías esperado CEC 218-219: el amor de Dios por Israel
CEC 772, 796: la Iglesia, esposa de Cristo
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre
puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a
buscarle para que viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del
hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un
corazón recto", y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a
Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu
sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación,
pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido de su condición
mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que tú
resistes a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu
creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a ello, haciendo que
encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para ti y
nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf.
1,1,1).
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión
beatífica, fin de nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara
a cara" (1 Cor 13,12), "tal cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el
comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en
un espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra
fe nos asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás
de A., s.th. 2 -2,4,1).
Dios mantiene y conduce la creación
301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No
sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el
ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia
completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de
gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo
odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no
hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú
todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida (Sb 11, 24-26).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar
fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto
del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra
Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más
"obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos
restablece en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción
filial, nos da la confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la
gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz y de tener parte en la
gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la
práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la
reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos
(S. Agustín, ep. Jo. 10,4).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el
Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. La tradición de la
Iglesia enumera doce: "caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad,
benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad" (Gál
5,22-23, vulg.).
2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin
renuncia y sin combate espiritual (cf 2
Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que
conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante
comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya
conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2362 "Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí
son honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano,
significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen
mutuamente con alegría y gratitud" (GS 49,2). La sexualidad es fuente de
alegría y de placer:
El Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por
tanto, los esposos no hacen nada malo procurando este placer y
gozando de él. Aceptan lo que el Creador les ha destinado. Sin embargo, los
esposos deben saber mantenerse en los límites de una justa moderación (Pío
XII, discurso 29 Octubre 1951).
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo
(cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn
1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y
52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e
indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no
desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2,
7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu
de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este
pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19;
cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la
liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
Dios es Amor
143A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una
razón para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo:
su amor gratuito (cf. Dt 4,37; 7,8; 10,15). E Israel comprendió, gracias a
sus profetas, que también por amor Dios no cesó de salvarlo (cf. Is 43,1-7)
y de perdonarle su infidelidad y sus pecados (cf. Os 2).
El amor de Dios a Israel es comparado al amor de un padre a su hijo (Os
11,1). Este amor es más fuerte que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is
49,14-15). Dios ama a su Pueblo más que un esposo a su amada (Is 62,4-
5); este amor vencerá incluso las peores infidelidades (cf. Ez 16; Os 11);
llegará hasta el don más precioso: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su
Hijo único" (Jn 3,16).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
772 En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como
la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San
Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la
Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5,
25-27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11).
Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo
en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27)
La Iglesia es la Esposa de Cristo
796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo,
implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este
aspecto es expresado con frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la
Esposa. El tema de Cristo esposo de la Iglesia fue preparado por los
profetas y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a
sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-
13). El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo,
como una Esposa "desposada" con Cristo Señor para "no ser con él más que un
solo Espíritu" (cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es la Esposa inmaculada
del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo "amó y
por la que se entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció
mediante una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio
Cuerpo (cf. Ef 5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos ... Sea
la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en
el papel de cabeza ["ex persona capitis"] o en el de cuerpo ["ex persona
corporis"]. Según lo que está escrito: "Y los dos se harán una sola carne.
Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-32)
Y el Señor mismo en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una
sola carne" (Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas
diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal ...
Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" (San Agustín, psalm.
74, 4:PL 36, 948-949).
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Comentario Teológico: X. Léon Dufour - Juan Bautista
Según el testimonio de Jesús, Juan es más que un profeta (Le 7,26 p).
Mensajero que precede al Señor (Lc 1,76: Mt 11,10 p; cf. Mal 3,1), Juan
inaugura el Evangelio (Act 1,22; Mc 1,1-4); "hasta él había la ley y los
profetas; desde entonces se anuncia el reino de Dios" (Lc 16,16 p). Profeta
sin igual, prepara las vías del Señor (Mt
11,11; Mc 1,3 p), cuyo "precursor" (Act 13,24s) y testigo (Jn 1,6s) es.
1. El Precursor y su bautismo. Juan, aún antes de nacer de una madre hasta
entonces estéril, es consagrado a Dios y lleno del Espíritu Santo (Lc
1,7.15; cf. Jue 13,2-5; ISa 1,5.11). El que debe ser un nuevo Elías (Lc
1,16s) evoca al gran profeta por su vestido y su vida austera (Mt 3,4 p) que
lleva en el desierto desde su juventud (Le 1,80). ¿Habría sido formado por
una comunidad como la de Qumrán? En todo caso, una vez llegado el tiempo de
su manifestación a Israel, cuidadosamente registrado por Lucas (3,1s),
aparece como un maestro rodeado de discípulos (Jn 1,35), enseñándoles a
ayunar y a orar (Mc 2,18; Lc 5,33; 11,1). Su voz potente resuena en Judea;
predica una *conversión, cuyo signo es un baño ritual acompañado de la
confesión de los pecados, pero que exige además un esfuerzo de renovación
(Mc 1,4s); porque de nada sirve ser hijo de Abraham, si no se practica la
*justicia (Mt 3,8s p), cuyas reglas da a la multitud de los humildes (Le
3,10-14).
Pero los fariseos y los legistas no creen en él; algunos lo tratan de poseso
(Mt 21,32; Mc 11,30ss p; Lc 7,30-33); así, cuando acudieron a él les anunció
que la *ira consumiría todo árbol estéril (Mt 3,10 p). Denuncia el adulterio
del rey Herodes acarreándose así la prisión y luego la muerte (Mt 14,3-12 p;
Lc 3,19s; 9,9). Por su *celo es sin duda Juan el nuevo Elías que se espera y
que debe preparar al pueblo para la venida del Mesías (Mt 11,14); pero es
desconocido, y su testimonio no impedirá la pasión del Hijo del hombre (Mc
9,11 p).
2. El testigo de la luz y el amigo del esposo. El *testimonio de Juan
consiste, en primer lugar, en proclamarse mero precursor; en efecto, la
multitud se pregunta si no será el *Mesías (Lc 3,15). A una encuesta oficial
responde el Bautista que no es digno de desatar las sandalias de aquel al
que él precede y "que era antes que él" (Jn 1,19-30; Lc 3,16s p). El "que
viene" y que bautizará en el Espíritu (Mc 1,8) y en el fuego (Mt 3,11s), es
Jesús, sobre el que descendió el Espíritu en el momento de su bautismo (Jn
1,31-34).
Al proclamarlo *cordero de Dios que quita el *pecado del mundo (Jn 1,29), no
preveía Juan cómo lo quitaría, como tampoco comprendía por qué había venido
Cristo a ser bautizado por él (Mt 3,13ss). Para quitar el pecado debería
Jesús recibir un *bautismo, del que el de Juan sólo era *figura: el bautismo
de su pasión (Mc 10,38; Le 12,50); así realizaría toda justicia (Mt 3,15),
no ya exterminando a los pecadores, sino *justificando a la multitud, con
cuyos pecados se habría cargado (cf. Is 53,7 p). Ya antes de la pasión, el
comportamiento de Jesús sorprende a Juan y a sus discípulos, que aguardan a
un juez; Cristo les recuerda las profecías de salvación que él realiza y los
invita a no *escandalizarse (Mt 11,2-6 p; cf. Is 61,1).
Pero ciertos discípulos de Juan no serán discípulos de Jesús; se hallan en
los evangelios vestigios de la polémica entre su secta y la Iglesia naciente
(p.c., Mc 2,18); ésta, para mostrar la superioridad de Cristo, no tenía más
que invocar el testimonio del mismo Juan (Jn 1,15). Juan, verdadero amigo
del esposo y colmado de gozo por su venida, se había esfumado delante de él
(3,27-30) y con sus palabras había invitado a sus propios discípulos a
seguirle (1,35ss). Jesús, en cambio, había glorificado su testimonio,
*lámpara ardiente y luminosa (5,35), el profeta más grande nacido de mujer
(Mt 11,11); pero había añadido que el más pequeño en el *reino de los cielos
es más grande que él; situaba la gracia de los hijos del reino por encima
del carisma profético, sin por eso despreciar la santidad de Juan.
La gloria de este humilde amigo del esposo se proclama en el prólogo del
cuarto evangelio, que sitúa a Juan con referencia al Verbo hecho carne:
"Juan no era la *luz, sino el testigo de la luz"; y con referencia a la
Iglesia: "Vino para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen
por él" (Jn 1,7s).
(LEON - DUFOUR, X., Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona,
2001)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La malicia de los fariseos y la
humildad de Juan Bautista (Homilía XVI)
Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos le enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas para preguntarle: ¿Quién eres tú? (Juan 1, 19).
GRAVE COSA ES la envidia, carísimos; grave cosa es, pero no para los
envidiados, sino para los que envidian. A éstos, antes que a nadie, es a
quienes daña; a éstos destroza antes que a nadie, pues llena su ánimo de un
como mortífero veneno. Si daña en algo a los envidiados, el daño es pequeño
y de nonada, puesto que les acarrea una ganancia mayor que el daño. Y no
sólo en la envidia, sino también en los demás vicios, quien recibe el daño
no es el que sufre el mal, sino el que lo causa. Si esto no fuera así, no
habría Pablo ordenado a los discípulos sufrir las injurias antes que
perpetrarlas, cuando dice: ¿Por qué no más bien toleráis el atropello? ¿Por
qué no más bien sufrís el despojo?1 Sabía perfectamente que en todo caso la
ruina sería no para el que sufre el mal, sino para el que lo causa.
Todo esto lo he dicho a causa de la envidia de los judíos. Los que de las
ciudades habían concurrido y arrepentidos confesaban sus pecados y se
bautizaban, movidos a penitencia, envían a algunos que le pregunten:
¿Tú quién eres? Verdadera estirpe de víboras; serpientes y más que
serpientes si hay algo más. Generación mala, adúltera y perversa. Tras de
haber recibido el bautismo, ahora ¿preguntas e inquieres con vana curiosidad
quién sea el Bautista? ¿Habrá necedad más necia que ésta? ¿Habrá estulticia
más estulta? Entonces ¿por qué salisteis a verlo? ¿Por qué confesasteis
vuestros pecados? ¿Por qué corristeis a que os bautizara? ¿Para qué le
preguntasteis lo que debíais hacer? Precipitadamente procedisteis, pues no
entendíais ni el origen ni de qué se trataba.
Pero el bienaventurado Juan nada de eso les echó en cara, sino que les
respondió con toda mansedumbre. Vale la pena examinar por qué procedió así.
Fue para que ante todos quedara patente la perversidad de ellos. Con
frecuencia Juan dio ante ellos testimonio de Cristo; y al tiempo en que los
bautizaba muchas veces les hacía mención de Cristo y les decía: Yo os
bautizo en agua. Mas el que viene en pos de mí es más poderoso que yo. Él os
bautizará en el Espíritu Santo y fuego.2 Pensaban ellos acerca de Juan algo
meramente humano. Procu- rando la gloria mundana, y no mirando sino a lo que
tenían ante los ojos, pensaban ser cosa indigna de Juan el ser inferior a
Cristo.
Ciertamente muchas cosas recomendaban a Juan. Desde luego el brillo de su
linaje, pues era hijo de un príncipe de los sacerdotes. En segundo lugar, la
aspereza en su modo de vivir. Luego, el desprecio de todas las cosas
humanas, pues teniendo en poco los vestidos, la mesa, la casa, los alimentos
mismos, anteriormente había vivido en el desierto, Cristo en cambio era de
linaje venido a menos, como los judíos con frecuencia se lo echaban en cara
diciendo: ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre, y
sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?3 Y la que parecía ser su patria
de tal manera era despreciable que aun Natanael vino a decir: ¿De Nazaret
puede salir algo bueno? Añadíase el género de vida vulgar y el vestido
ordinario. No andaba ceñido con cinturón de cuero ni tenía túnica de pelo de
camello, ni se alimentaba de miel silvestre y de langostas, sino que su
comida era de manjares ordinarios, y se presentaba incluso en los convites
de publicanos y hombres pecadores para atraerlos.
No entendiendo esto los judíos, se lo reprochaban, como Él mismo lo
advirtió: Vino el Hijo del hombre que come y bebe y dicen: Ved ahí a un
hombre glotón y bebedor, amigo de publicanos y pecadores4. Pues como Juan
con frecuencia remitiera a quienes se le acercaban de los judíos a Cristo,
el cual a ellos les parecía inferior a Juan; y éstos avergonzados y
llevándolo a mal, prefirieran tener como maestro a Juan, no atreviéndose a
decirlo abiertamente, lo que hacen es enviarle algunos de ellos, esperando
que por medio de la adulación lo obligarían a declarar ser él el Cristo.
Y no le envían gente de la ínfima clase social, como a Cristo, cuando
querían cogerlo en palabras -pues en esa ocasión le enviaron unos siervos y
luego unos herodianos, gente de esa misma clase-, sino que le envían
sacerdotes y levitas; y no sacerdotes cualesquiera, sino de Jerusalén, o
sea, de los más honorables -pues no sin motivo lo subrayó el evangelista-. Y
los envían para preguntarle: ¿Tú quién eres? El nacimiento de Juan había
sido tan solemne que todos decían: Pues ¿qué va a ser este niño?5 Y se
divulgó por toda la región montañosa. Y cuando se presentó en el Jordán, de
todas las ciudades volaron a él; y de Jerusalén y de toda Judea iban a él
para ser bautizados. De modo que los enviados preguntan ahora no porque
ignoren quién es - ¿cómo lo podían ignorar, pues de tantos modos se había
dado a conocer?-, sino para inducirlo a confesar lo que ya anteriormente
indiqué.
Oye, pues, cómo este bienaventurado responde, no a la pregunta directamente,
sino conforme a lo que ellos pensaban. Le preguntaban: ¿Tú quién eres? y él
no respondió al punto lo que convenía responder: Soy la voz que clama en el
desierto6, sino ¿qué? Rechaza lo que ellos sospechaban. Pues preguntado: ¿Tú
quién eres?, dice el evangelista: Lo proclamó y no negó la verdad y declaró:
Yo no soy el Cristo. Observa la prudencia del evangelista. Tres veces repite
la afirmación, para subrayar tanto la virtud del Bautista como la
perversidad de los judíos.
Por su parte Lucas dice que como las turbas sospecharan si él sería el
Cristo, Juan reprimió semejante sospecha. Deber es éste de un siervo fiel:
no sólo no apropiarse la gloria de su Señor, sino aun rechazarla si la
multitud se la ofrece. Las turbas llegaron a semejantes sospechas por su
ignorancia y sencillez; pero los judíos, como ya dije, le preguntaban con
maligna intención, esperando obtener de sus adulaciones la respuesta que
anhelaban. Si no hubieran intentado eso, no habrían pasado tan
inmediatamente a la siguiente pregunta; sino que, indignados porque él no
respondía según el propósito que traían, le habrían dicho: ¿Acaso nosotros
hemos sospechado eso? ¿Venimos por ventura a preguntarte eso que dices? Pero
cogidos en su misma trampa, pasan a otra pregunta.
¿Entonces qué? ¿Eres tú Elías? Y él les respondió: No soy. Porque ellos
esperaban la venida de Elías, como lo indicó Cristo. Pues cuando los
discípulos le preguntaron: ¿Cómo es que los escribas dicen que antes debe
venir Elías? Él les respondió: Elías, cierto, ha de venir y lo restaurará
todo7. Luego los judíos preguntan a Juan: ¿Eres tú el profeta? Y respondió:
¡No! Y sin embargo era profeta. Entonces ¿por qué lo niega? Es que de nuevo
atiende al pensamiento de los que preguntan. Esperaban éstos que había de
venir un gran profeta, pues Moisés había dicho: Os suscitará un profeta el
Señor Dios de entre vuestros hermanos, como yo, al cual escucharéis8. Se
refería a Cristo. Por eso no le preguntan: ¿Eres un profeta? es decir, uno
del número de los profetas, sino que ponen el artículo, como si dijeran:
¿Eres tú aquel profeta? Es decir el anunciado por Moisés. Y por esto Juan
negó ser aquel profeta, pero no negó ser profeta.
Insistiéronle: ¿quién eres, pues? Dínoslo, para que podamos dar una
respuesta a los que nos han enviado. ¿Qué dices de ti mismo? Observa cómo se
empeñan e instan y no desisten; y cómo Juan, una vez descartadas las falsas
opiniones, establece la verdad. Pues dice: Yo soy la voz del que clama en el
desierto:
Enderezad el camino del Señor, como lo dijo el profeta Isaías. Pues había
proclamado algo grande y excelente acerca de Cristo, atemperándose a la
opinión de ellos se refugia en el profeta Isaías y por aquí hace creíbles
sus palabras. Y dice el evangelista: Los que se le habían enviado eran
algunos de los fariseos. Y le preguntaron y dijeron: ¿Cómo, pues, bautizas,
si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el Profeta?
¿Ves por aquí cómo no procedí yo a la ligera cuando afirmé que ellos querían
inducirlo a la dicha confesión? Al principio hablaron así para no ser
entendidos de todos. Pero después, como Juan afirmó: No soy el Cristo,
enseguida, para encubrir lo que en su interior maquinaban, recurrieron a
Elías y al Profeta. Y cuando Juan les dijo que no era ni el uno ni el otro,
dudosos, pero ya abiertamente, manifiestan su dolo y le dicen: Entonces
¿cómo es que bautizas si no eres el Cristo? Pero de nuevo encubriendo su
pensamiento recurren a Elías y al Profeta. Pues no pudieron vencer al
Bautista por la adulación, creyeron que lo lograrían mediante la acusación,
para que confesara lo que ellos anhelaban, y que no era verdad.
¡Oh locura, oh arrogancia y curiosidad extemporánea! Se os ha enviado para
saber de Juan de dónde sea y de quién es. Y ahora vosotros ¿le pondréis
leyes? Porque tales palabras eran propias de quienes lo quieren obligar a
que confiese ser Cristo. Y sin embargo, tampoco ahora muestra indignación;
ni, como parecía convenir, exclamó algo parecido a esto: ¿Me ponéis mandato
y me fijáis leyes? Sino que de nuevo manifiesta suma moderación. Pues les
dice. Yo bautizo con agua; pero en medio de vosotros está ya el que vosotros
no conocéis, Ese es el que ha de venir en pos de mí, el que existía antes
que yo y del cual no soy digno de desatar la correa de sus sandalias.
¿Qué pueden oponer a esto los judíos? La acusación contra ellos por aquí se
torna irrefutable; su condenación no tiene perdón que la pueda apartar;
contra sí mismos han pronunciado la sentencia. ¿Cómo y en qué forma? Tenían
a Juan como digno de fe y tan veraz, que se le debía creer no solamente
cuando diera testimonio de otros, sino también cuando lo diera acerca de sí
mismo. Si no hubieran pensado así de él, nunca le habrían enviado quienes le
preguntaran acerca de sí mismo. Sabéis bien vosotros que nadie da crédito a
quienes hablan de sí mismos, sino cuando se les tiene por sumamente veraces.
Y no es esto sólo lo que les cierra la boca, sino además el ánimo con que lo
acometieron.
Se acercaron a Juan con sumo anhelo, aunque luego cambiaron: Ambas cosas
significó Cristo cuando dijo: Juan era una antorcha que brillaba y ardía; y
a vosotros os plugo regocijaros momentáneamente con su llama9. La respuesta
de Juan le procuraba todavía una mayor credibilidad. Pues dice Cristo: El
que no busca su gloria es veraz y en él no hay injusticia10. Juan no la
buscó, sino que los remitió a Cristo. Y los que le fueron enviados eran de
los más dignos de fe y principales entre ellos, de modo que no les quedara
excusa o perdón por no haber creído en Cristo.
¿Por qué no creéis a lo que Juan afirmaba de Cristo? Enviasteis a vuestros
principales. Por boca de ellos vosotros interrogasteis. Oísteis lo que
respondió el Bautista. Los enviados desplegaron todo su empeño, toda su
diligencia, y todo lo escrutaron, y trajeron al medio a todos los varones de
quienes tenían sospecha que fuera Juan. Y sin embargo éste con toda libertad
les respondió y confesó no ser el Cristo, ni Elías, ni el famoso Profeta. Y
no contento con esto, declaró quién era él y habló de la naturaleza de su
bautismo, afirmando ser humilde y poca cosa y que, fuera del agua, ninguna
virtud tenía, y proclamó la excelencia del bautismo instituido por Cristo.
Trajo además el testimonio del profeta Isaías, proferido mucho antes y en el
que al otro lo llamaba Señor y a Juan siervo y ministro.
¿Qué más habían de esperar? ¿Qué faltaba? ¿Acaso no únicamente que creyeran
a aquel de quien Juan daba testimonio, y lo adoraran y lo confesaran como
Dios? Y que semejante testimonio no procediera de adulación, sino de la
verdad, lo comprobaban las costumbres y la prudencia y demás virtudes del
testificante. Lo cual era manifiesto, pues nadie hay que prefiera al vecino
a sí mismo, ni que ceda a otro el honor que puede él apropiarse, sobre todo
tratándose de tan gran honor. De modo que Juan, si Cristo no fuera
verdaderamente Dios, jamás habría proferido tal testimonio. Si rechazó aquel
honor porque inmensamente superaba a lo que él era, ciertamente nunca habría
atribuido tal honor a otro que le fuera inferior.
En medio de vosotros está ya el que vosotros no conocéis. Habló así Juan
porque Cristo, como era conveniente, se mezclaba con el pueblo y andaba como
uno de los plebeyos, porque en todas partes daba lecciones de despreciar el
fausto y las pompas y vanidades. Al hablar aquí Juan de conocimiento, se
refiere a un conocimiento perfecto acerca de quién era Cristo y de dónde
venía. Lo otro que dice Juan y lo repite con frecuencia: Vendrá después de
mí, es como si dijera: No penséis que con mi bautismo ya está todo perfecto.
Si lo estuviera, nadie vendría después de mí a traer otro bautismo nuevo.
Este mío no es sino cierto modo de preparación. Lo mío es sombra, es imagen.
Se necesita que venga otro que opere la realidad. De modo que la expresión:
Vendrá en pos de mí declara la dignidad del bautismo de Cristo. Pues si el
de Juan fuera perfecto, no se buscaría otro además.
Es más poderoso que yo. Es decir más honorable, más esclarecido. Y luego,
para que no pensaran que esa superioridad en la excelencia la decía
refiriéndose a sí mismo, quiso declarar que no había comparación posible y
añadió: Yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. De modo que
no solamente ha sido constituido superior a mí, sino que las cosas son tales
que no merezco que se me cuente entre los últimos de sus esclavos; puesto
que desatar la correa del calzado es el más bajo de los servicios. Pues si
Juan no es digno de desatar la correa, Juan, mayor que el cual no ha nacido
nadie de mujer ¿en qué lugar nos pondremos nosotros? Si Juan, que era
superior a todo el mundo (pues dice Pablo: De los que el mundo no era
digno11), no se siente digno de ser contado entre los últimos servidores de
Cristo, ¿qué diremos nosotros, cargados de tantas culpas y que tan lejos
estamos de Juan en las virtudes cuanto la tierra dista del cielo?
Juan se declara indigno de desatar la correa de su calzado. Pero los
enemigos de la verdad se lanzan a tan grande locura que afirman conocer a
Cristo como Él se conoce. ¿Qué habrá peor que semejante desvarío?
¿Qué más loco que semejante arrogancia? Bien dijo cierto sabio: El principio
de la soberbia es no conocer a Dios12. No habría sido destronado el demonio,
ni convertido en demonio aquel que antes no lo era, si no hubiera enfermado
con esta enfermedad. Esto fue lo que lo derribó de su antigua amistad con
Dios; esto lo arrojó a la gehenna; fue para él cabeza y raíz de todos los
males. Este vicio echa a perder todas las virtudes: la limosna, la oración,
el ayuno y todas las demás. Dice el sabio: El soberbio entre los hombres, es
impuro delante de Dios.
No mancha tanto al hombre ni la fornicación ni el adulterio, cuanto lo
mancha la soberbia. ¿Por qué? Porque la fornicación, aun cuando sea indigna
de perdón, sin embargo puede alguno poner como pretexto la furia de la
pasión. Pero la arrogancia no tiene motivo alguno ni pretexto por el cual
merezca ni sombra de perdón. Porque no es otra cosa que una subversión de la
mente: enfermedad gravísima nacida de la necedad. Pues nada hay más necio
que un hombre arrogante, aun cuando sea opulentísimo; aun cuando esté dotado
de suma sabiduría humana; aunque sea sumamente poderoso; aunque haya logrado
todas cuantas cosas parecen deseables a los hombres.
Si el infeliz y miserable que se ensoberbece de los bienes verdaderos pierde
la recompensa de todos ellos, el que se enorgullece de los bienes aparentes
y que nada son; el que se hincha con la sombra y la flor del heno, o sea con
la gloria vana ¿cómo no será el más ridículo de los hombres? Porque no hace
otra cosa que el pobre y el mendigo que pasa la vida consumido de hambre,
pero se gloría de haber tenido un ensueño placen- tero. Oh infeliz y mísero
que mientras tu alma se corrompe con gravísima enfermedad, sufriendo de
pobreza suma, tú andas ensoberbecido porque posees tantos más cuantos
talentos de oro y tantas más cuántas turbas de esclavos. Pero ¡si esas cosas
no son tuyas! Y si a mí no me crees, apréndelo por la experiencia de otros
ricos. Si a tanto llega tu embriaguez que con esos ejemplos no quedes
enseñado, espera un poco y lo sabrás por propia experiencia. Todo eso de
nada te servirá cuando entregues el alma; y sin que puedas ser dueño de una
hora ni de un minuto, todo lo abandonarás contra tu voluntad a los que se
hallan presentes; y con frecuencia serán aquellos a quienes tú menos
querrías abandonarlo.
A muchísimos ni siquiera se les ha concedido disponer de sus bienes, sino
que se murieron repentinamente, al tiempo preciso en que anhelaban
disfrutarlos. No se les concedió, sino que arrastrados y violentamente
arrancados de la vida, los dejaron a quienes en absoluto no querían
dejarlos. Para que esto no nos acontezca, ahora mismo, mientras la salud lo
permita, enviémoslos desde aquí a nuestra patria y ciudad. Solamente allá
podremos disfrutar de ellos y no en otra parte alguna: así los pondremos en
sitio segurísimo. Porque nada ¡no! nada puede arrebatarlos de ahí: ni la
muerte, ni el testamento, ni la sucesión hereditaria, ni los defraudadores,
ni las asechanzas: quien de aquí allá vaya llevando grande cantidad de
bienes, disfrutará de ellos perpetuamente.
¿Quién será, pues, tan mísero que no anhele gozar delicias con sus dineros
eternamente? ¡Transportemos nuestras riquezas, coloquémoslas allá! No
necesitaremos de asnos ni de camellos ni de carros ni de naves para ese
transporte: Dios nos libró de semejante dificultad. Solamente necesitamos de
los pobres, de los cojos, de los ciegos, de los enfermos. A ellos se les ha
encomendado semejante transporte. Ellos son los que transfieren las riquezas
al cielo. Ellos son los que conducen a quienes tales riquezas poseen a la
herencia de los bienes eternos.
Herencia que ojalá nos acontezca a todos conseguir, por gracia y benignidad
de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la
gloria, juntamente con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos
de los siglos.-Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, Homilía XVI
(XV), Tradición Mexico 1981, p. 128-36)
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La figura de San Juan Bautista
(Jn 1,6-8.19-28)
Introducción
"Los textos evangélicos del II y III domingo de Adviento, están dominados
por la figura de san Juan Bautista"13. Tanto el mensaje como la misma figura
de Juan Bautista son una preparación adecuadísima para el adventus del
Señor, es decir, la doble venida de Cristo: dentro de unos días en la
Navidad y al fin del mundo en su Parusía. El domingo pasado hablamos acerca
del mensaje de San Juan Bautista. Hoy queremos poner énfasis en la figura
misma del Pre-cursor.
1. El testigo de la Luz
San Juan Evangelista caracteriza la figura de San Juan Bautista con esta
palabra griega: mártys, que significa 'testigo'14. En el evangelio de hoy
San Juan Evangelista dice cuatro veces que Juan Bautista es mártys15.
Además, en un mismo versículo, dos veces aplica a Juan Bautista la acción
propia de un 'testigo': confesar la verdad16. Este es el rasgo fundamental
de la persona y de la misión de Juan Bautista. Santo Tomás de Aquino le
dedica un largo y brillante desarrollo a este aspecto fundamental de la
figura del Pre-cursor.
"El evangelio describe la misión de San Juan Bautista cuando dice: 'Vino
para un testimonio'. (…) Pues su misión es la de testificar. (…) Dios hizo a
los hombres y a todas las cosas por sí y para sí (…), para que su bondad sea
manifestada en todas las cosas hechas por Él. (…). Pero de un modo especial
se ordenan a Dios los hombres. Y no sólo naturalmente, en cuanto son, sino
también espiritualmente, en cuanto por sus buenas obras dan testimonio de
Dios. Por eso es que todos los hombres santos son testigos de Dios, en
cuanto por sus buenas obras hacen que Dios sea glorificado ante los hombres.
Esto es lo que significa aquella frase de Jesucristo: 'Que vuestra luz
brille ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y así
glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo' (Mt 5,16).
"Pero, sin embargo, aquellos que no sólo en sí mismos participan de los
dones de Dios haciendo el bien por la gracia de Dios, sino que, además, a
esos dones de Dios los difunden a otros predicando, moviendo y exhortando,
éstos son más especialmente testigos de Dios. (…). Juan, precisamente, vino
para ser testigo en este sentido, es decir, para difundir los dones de Dios
en otros, y, de esta manera, dar gloria a Dios.
"Esta misión de Juan, es decir, la misión de testificar, es muy grande,
porque nadie puede dar testimonio de otro, sino en la medida en que
participa de aquel del cual da testimonio, tal como dice Cristo: 'De lo que
sabemos, hablamos; y de lo que vimos, damos testimonio' (Jn 3,11). Por lo
tanto, dar testimonio de la verdad divina, es signo de que se conoce a la
verdad misma.
"Y por eso es que también Cristo tuvo esta misión, como Él mismo dice: 'Para
esto vine, y para esto he nacido, para dar testimonio de la verdad' (Jn
18,37). Aunque Cristo de una manera, y Juan Bautista de otra. Cristo,
abarcando totalmente a la misma luz; aún más, siendo la misma luz. En
cambio, Juan, sólo como participando de esa misma luz. Y por eso Cristo da
un testimonio perfecto, y manifiesta perfectamente la verdad. En cambio,
Juan y los otros santos, sólo dan testimonio de la verdad en cuanto
participan de la misma verdad divina. Por lo tanto, es una gran misión la de
Juan ya que por su participación de la luz divina y por su semejanza con
Cristo, fue destinado por Dios a tal misión"17.
Sigue diciendo Santo Tomás: "Si Cristo es la Luz suficiente por sí misma
para manifestarse a sí mismo y a todas las cosas, ¿por qué, entonces,
necesitaba que otro diera testimonio de Él? (…). La causa viene de la parte
de los oyentes, que son duros y tardos de corazón para creer. Juan vino para
dar testimonio no a causa de la cosa misma de la que daba testimonio, porque
esa cosa es la Luz misma. Por eso dice: 'Vino para dar testimonio de la
Luz', no acerca de una cosa oscura sino acerca de una cosa manifiesta. Por
lo tanto, vino como testigo a causa de aquellos a los cuales daba el
testimonio, 'para que todos creyeran a través de él', es decir, a través de
Juan Bautista"18.
2. El testimonio crucial: la divinidad de Cristo
Juan Bautista es el testigo de la Luz para aquellos que son duros de corazón
y tardos para creer. Y su principal testimonio es que Jesús es Dios. En
efecto, ese es el significado de la frase: "En medio de vosotros hay alguien
a quien que vosotros no conocéis" (Jn 1,26). Por eso dice Santo Tomás:
"Alguien al que vosotros no conocéis'. Esto quiere decir: 'Vosotros no
podéis entender que Dios se hizo hombre'. Y también quiere decir:
'Vosotros no conocéis cuán grande según su naturaleza divina es el que está
entre vosotros, porque en Él está escondida esa naturaleza divina'"19. Por
lo tanto, la frase 'en medio de vosotros hay alguien a quien vosotros no
conocéis' expresa en plenitud el misterio del Verbo Encarnado. 'Vosotros no
conocéis', porque es Dios. 'Está en medio de vosotros' y vive como uno de
vosotros, porque se hizo hombre.
De la misma manera, la frase "Yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies
para desatar la correa de sus sandalias" (Mc 1,7) también designa la
divinidad de Cristo. Dice Santo Tomás que aquí Juan Bautista se compara a
Cristo como la creatura se compara con su Creador20. El desatar las correas
de las sandalias era un trabajo de esclavos. No ser digno ni siquiera de ser
un esclavo de Cristo es porque Juan Bautista pone entre él y Cristo una
distancia que va más allá de toda distancia humana. Es la distancia que va
entre el ser por esencia y la creatura, que al lado del Creador es como si
fuera nada.
3.a Lo que Juan Bautista no es
Lo primero que hay que notar para entender el testimonio que Juan Bautista
da en el evangelio de hoy es la malicia de los fariseos. Dice San Juan
Crisóstomo que ellos querían inducir a San Juan Bautista a que se declarara
el Mesías, pues para ellos era mucho más potable que el Mesías fuese Juan
Bautista y no Cristo21.
Para los fariseos era mucho más honorable Juan Bautista ya que era de casta
sacerdotal. Su padre, Zacarías, había sido un sacerdote conocido. Todavía se
conservaba en la memoria popular el modo en que Zacarías recibió el anuncio
del nacimiento de Juan (cf. Lc 1,5-25). Lo mismo debe decirse del nacimiento
mismo de Juan, en el que Zacarías recuperó el habla. Dice el evangelio de
Lucas: "Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea
se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su
corazón, diciendo: 'Pues ¿qué será este niño?' Porque, en efecto, la mano
del Señor estaba con él" (Lc 1,65-66).
Además, Juan Bautista llevaba una vida de penitencia que les hacía pensar a
los fariseos que podía ser manipulado para que expresara por fuera una vida
ascética, y por dentro buscara intereses personales y humanos, como lo
hacían ellos.
En cambio, Jesucristo provenía, nada más y nada menos, que de Nazaret
(Galilea), una tierra despreciable que no es nombrada ni siquiera una sola
vez en todo el Antiguo Testamento. Por eso los fariseos se atreven a decirle
a Nicodemo: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no
sale ningún profeta" (Jn 7,52). Además, Jesucristo despreciaba abiertamente
las penitencias hipócritas de los fariseos, al punto que decían de Él: "Ahí
tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt
11,19).
De todo esto concluye Santo Tomás: "Y por eso, deseando más tener por
maestro a Juan que a Cristo, envían a él a los sacerdotes y levitas
queriendo seducirlo con palabras lisonjeras, para inducirlo a que se
atribuya a sí mismo este honor y se declare a sí mismo Mesías. Pero Juan,
viendo su malicia, les responde primeramente: 'Yo no soy el Mesías'"22.
La pregunta acerca de si era Elías la responde magistralmente Santo Tomás de
Aquino: "Hay que saber que el pueblo judío, así como esperaba que venga el
Señor, asimismo esperaba que Elías precediera al Mesías, tal como dice el
profeta Malaquías: 'He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que
llegue el Día de Yahveh, grande y terrible' (Malq 4,5). Por eso, viendo los
que habían sido enviados por los fariseos que Juan no se confesaba a sí
mismo como el Mesías, lo instan a que, al menos, se confesase que era Elías.
Y por eso le dicen: '¿Quién eres, entonces? ¿Eres Elías?' (…) Le hacían esa
pregunta porque, sabiendo por las Escrituras (2Re 2,11) que Elías no había
muerto, sino que había sido arrebatado vivo hacia el cielo por un
torbellino, creían que Elías aparecería entre ellos de manera sorpresiva.
Pero contra esto estaba el hecho que Juan había nacido de padres conocidos,
y su nacimiento era conocido por todos (cf. Lc 1,63). Por eso, los judíos,
llevados por su demencia y crasitud, se preguntaban si Juan fuese Elías.
"¿Pero por qué Juan dice 'Yo no soy Elías' cuando Cristo dijo de Juan 'Él es
Elías' (Mt 11,14)? Esta cuestión la resuelve el Arcángel Gabriel cuando
dice: 'Él irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías' (Lc
1,17), a saber, en sus obras. Por lo tanto, Juan no fue Elías en persona,
sino en espíritu y en poder, porque mostraba la semejanza de Elías en sus
obras"23.
Luego le preguntan: "¿Eres tú el profeta?" (Jn 1,21). Notar que le preguntan
con el artículo adelante: 'el' profeta. Explica Santo Tomás, siguiendo a
Orígenes: "Ellos hacen esta pregunta porque los judíos, a causa de una mala
inteligencia de las Escrituras, creían que vendrían cerca de la venida del
Mesías tres excelentes personas futuras, a saber, el mismo Mesías, Elías y
otro cierto máximo profeta. Acerca de este otro cierto máximo profeta dice
Moisés: 'Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un
profeta como yo, a quien escucharéis' (Deut 18,15). Y aunque este máximo
profeta, según la verdad, no es otro que el Mesías, sin embargo, según los
judíos, era otro distinto del Mesías. Por eso, en esta pregunta que le hacen
a Juan Bautista, no le están preguntando simplemente si es un profeta, sino
si es aquel máximo profeta. Esto queda de manifiesto a partir del orden de
las preguntas. En efecto, primero le preguntan si es el Mesías; después, si
es Elías; y, finalmente, si es aquel máximo profeta. Y por eso en griego se
pone aquí el artículo, de manera que se dice 'el' profeta, como si fuera el
profeta por antonomasia"24.
3.a Lo que Juan Bautista sí es
"Yo soy una voz que grita en el desierto: Enderezad el camino del Señor,
como dijo el profeta Isaías" (Jn
1,23). El Leccionario en uso en Argentina traduce: 'Allanen' el camino del
Señor. El texto griego no usa el verbo 'allanar' sino el verbo 'enderezar',
'rectificar', 'hacer recto' (verbo euthýno). No es lo mismo allanar que
enderezar.
'Enderezar el camino del Señor' significa hacer recta nuestra conducta. Hay
una clara analogía entre el camino y la conducta moral, entre la rectitud
del camino y la rectitud de la conducta moral. Por eso dice Santo Tomás: "El
camino preparado y recto para recibir a Dios es el camino de la justicia y
de la santidad, según aquello del profeta Isaías: 'La senda del justo es
recta, tú allanas el sendero del justo. En la senda de tus juicios, Señor,
te esperamos' (Is 26,7-8). Pues la senda del justo es recta cuando el hombre
se somete completamente a Dios, es decir, cuando se someten a Dios la
inteligencia por la fe, la voluntad por el amor y el obrar por la
obediencia. Y esto 'según dijo el profeta Isaías', es decir, según él lo
predijo. Que es como si dijera: 'Yo soy aquel en quien se cumplen estas
cosas'"25.
Conclusión
En este tercer domingo de Adviento, la Iglesia nos invita a aceptar la
misión que Juan Bautista tiene respecto de nosotros: dar testimonio de la
Luz, es decir, de la verdad. "El Verbo era la Luz Verdadera, que alumbra a
todo hombre. Y viene al mundo. / En el mundo estaba, y el mundo fue hecho
por Él, pero el mundo no lo conoció. / Vino a los suyos, pero los suyos no
lo recibieron" (Jn 1,9-11). Dramáticamente estas palabras, que siguen
inmediatamente a la manifestación de Juan Bautista como testigo de la Luz,
se están cumpliendo en nuestro Occidente de hoy, en el mundo moderno.
"Pero a cuantos lo recibieron, les dio el poder de ser hijos de Dios, a los
que creen en su nombre. / A los que no son engendrados ni de la sangre, ni
de la voluntad de la carne ni de la voluntad de hombre, sino que son
engendrados de Dios. / Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn
1,12-14). Nosotros debemos ser de esos que sí reciben al Verbo, que es la
Luz de los hombres. Debemos ser de esos que no nacen de nada humano, sino
que proceden y nacen de Dios. Entonces la Navidad será una profesión
perfecta de fe en la identidad de Jesús: "El Verbo se hizo carne", Dios se
hizo hombre.
Notas
13 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, Ciudad del Vaticano,
2014, nº 87.
14 Mártys es el nominativo singular; el genitivo
singular es mártyros. De aquí proviene la palabra castellana 'mártir' que,
como vemos, en cuanto a su etimología, significa 'testigo'.
15 Esas cuatro veces son: 1. "Vino para un
testimonio" (êlthen eis martyrían; Jn 1,7). 2. "Para dar testimonio acerca
de la Luz" (martyrése perì toû photós; Jn 1,7). 3. "Él no era la Luz, sino
que (vino) para dar testimonio acerca de la Luz" (martyrése perì toû photós;
Jn 1,8; exactamente la misma fórmula que en 1,7). 4. "Y este es el
testimonio de Juan" (kaì haute estìn he martyría toû Ioánnou; Jn 1,19).
16 "Y confesó y no negó, sino que confesó…" (kaì
homológesen kaì ouk ernésato, kaì homológesen; Jn 1,20).
17 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Ioannis lectura, caput 1, lectio 4; traducción nuestra.
18 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
19 "Quem vos nescitis, idest, hoc quod Deus
factus est homo, capere non potestis. Item, nescitis quam magnus sit
secundum naturamdivinam, quae in eo latebat" (SANCTI TOMAE DE AQUINO,
Ibidem; traducción nuestra).
20 Cf. SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem.
21 Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del
Evangelio de San Juan, Homilía XVI (XV), Editorial Tradición, México, 1981,
p. 128 - 136.
22 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Super Evangelium S.
Ioannis lectura, caput 1, lectio 12; traducción nuestra.
23 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
24 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
25 SANCTI TOMAE DE AQUINO, Ibidem; traducción
nuestra.
A esa profesión de fe en la persona de Jesús debe
seguir la rectitud de nuestra conducta moral, sometiéndole completamente a
Él nuestra inteligencia, nuestra voluntad y todo nuestro obrar.
(cortesía de IVEArgentina)