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Domingo 3 de Adviento B - 'Para dar testimonio de la luz': Comentarios de Sabios y Santos I  para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Recursos adicionales para la preparación



A su servicio
Exégesis: Fray Manuel de Tuya O.P. - El testimonio del Bautista

Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - El testimonio del Bautista  (Jn.1,19-28)

Comentario: Hans Urs von Balthasar - A las tres lecturas

Santos Padres: San Agustín - El Precursor y Cristo.

Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - Juan Bautista, el Precursor

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. El testimonio de Juan


Ejemplos

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: Fray Manuel de Tuya O.P. - El testimonio del Bautista

"Este es el testimonio de Juan." Estas palabras introductorias podrían ser una alusión literaria a la misión del Bautista, que se dijo en el "prólogo" que era la de dar "testimonio" de Cristo (Jua 1:6-8), aunque allí nada se dijo de la forma histórica en que el Bautista cumplió ese "testimonio." Supone los sinópticos conocidos o el kérigna.

El momento en que el Bautista hace su aparición en el valle del Jordán, predicando la "proximidad del reino de Dios" y orientando hacia él los espíritus y preparándoles con un "bautismo" que era símbolo de la renovación total, era un momento en Israel de máxima expectación mesiánica. Tal es la razón de ser de Qumrán.

La figura y predicación de Juan el Bautista era lo que más contribuía a crear esta psicología mesiánica en las multitudes. Los evangelios sinópticos hablan ampliamente de la persona ascética del Bautista: se presenta con una vestidura austera, que evocaba la vestidura de viejos profetas de Israel (2Re 1:8; cf. Zac 13:4), y con ausencia de ellos después de tantos siglos, y con gran austeridad en su vida (Mat 3:4; Mar 1:6), y su escenario era el "desierto" de Judá (Mat 3:1), de donde, conforme al ambiente de entonces, se esperaba saldría el Mesías; a eso obedecía que los pseudomesías llevaban a sus partidarios allí 44.

La manifestación del Bautista en la región del Jordán, en aquel ambiente de expectación mesiánica, y anunciando que "llegó el reino de Dios" (Mat 3:2), produjo una conmoción fortí-sima en Israel. Los sinópticos la relatan expresamente (cf. Lc 3-5; Mat 1:5-6; Mat 3:7). El historiador judío Flavio Josefo se hace eco de esta actividad del Bautista, de su "bautismo" y del movimiento creado en torno a él 45.

Ante esta fuerte conmoción religioso-mesiánica, es cuando el evangelista recoge la misión que le enviaron "desde Jerusalén los judíos." ¿Quiénes son estos judíos?

En el cuarto evangelio, "los judíos" tienen varias acepciones.

1)         El pueblo judío en general (Jua 2:6.13; Jua 4:9; Jua 5:1, etc.). - En este sentido, los judíos no son hostiles a Cristo, sino que incluso, cuando pueden obrar libremente, le son favorables y le tienen por una persona excelente (Jua 10:19), están dispuestos a reconocerle por Mesías (Jua 7:41), y muchos creen en El (Jua 12:11; Jua 8:31).

2)         Una fracción determinada del pueblo, que forma casta aparte (Juan 7:11-13). - A los judíos, considerados así, se les presenta también con caracteres más determinados: Se levantan contra las pretensiones de Cristo al purificar el templo (Jua 2:17-18). Se escandalizan de que cure en sábado, y por ello le persiguen con odio (Jua 5:16). A pesar de los milagros que hace no los aceptan, y cierran los ojos a la luz y no le quieren reconocer por Mesías (Jua 10:24-25). Son los que le quieren hacer morir porque Cristo se hace igual a Dios (Jua 5:18; Jua 8:59; Jua 10:31; Jua 11:8).

3)         Se los presenta también como gentes de Jerusalén. - Cristo tiene que permanecer en Galilea, pues no puede moverse en Judea, porque los judíos de aquí quieren matarle (Jua 7:1); lo mismo que unas semanas antes de la pasión tiene, por los mismos motivos, que retirase a Efraím, cerca del desierto (Jua 11:54). Estos "judíos" aparecen revestidos de una autoridad religiosa especial (Jua 9:22); su presencia inspira temor al pueblo (Jua 7:13; Jua 9:22; Jua 19:38; Jua 20:19).

4)         Son los jefes del pueblo: sacerdotes y fariseos. - Es fácil identificarlos en los relatos de la pasión. Abiertamente se habla de los que toman la iniciativa, que son los grandes sacerdotes y fariseos. En su calidad de autoridades, envían la guardia para detener a Cristo (Jua 18:3.12; cf. 7:32); se reúnen en consejo bajo la presidencia de Caifas (Jua 18:14; Jua 11:47ss), y deciden oficialmente la muerte de Cristo, e intrigan con Pilato para que le crucifique (Jua 18:28-32; Jua 19:12-16; cf. Mar 15:3).

Probablemente aquí son, especialmente, designados los "fariseos," ya que ellos son los que, como se ve a través de los evangelios, tienen la iniciativa y parte más dinámica en estos pasos para condenar a Cristo (Jua 7:32.45-47; Jua 9:13-22). Además se ve que, en las controversias sobre el sábado (Jua 5:10-18) y con motivo de pedirle un signo (Jua 2:18-20), los "judíos" hostiles del cuarto evangelio juegan el mismo papel que los escribas y fariseos de los sinópticos.

Se puede, pues, decir que, en el cuarto evangelio, el término "judíos" designa el conjunto de la clase dirigente; sin embargo, en la primera parte (Jn 1:19-12:50) se trata especialmente de fariseos, mientras que ellos se esfuman detrás de los grandes sacerdotes en los relatos de la pasión.

¿Qué sentido, pues, es preciso dar a la palabra "judíos" en Jua 1:19 ? "Se podría decir con bastante verosimilitud: los "judíos" que enviaron a Juan Bautista una delegación de sacerdotes y levitas, son las autoridades religiosas de Jerusalén, los grandes sacerdotes, excitados y movidos por los fariseos."

La presencia de los "sacerdotes" está justificada por su autoridad oficial. La Mishna dice que compete exclusivamente a los 71 miembros del sanedrín investigar y conocer lo que se refiere, entre otras cosas, a un "pseudoproíeta."

El que extraña más es el porqué se incluyen en esta delegación oficial a los "levitas," ya que éstos no eran miembros del Sanedrín.

Los levitas eran especialistas en los actos cultuales, eran los liturgistas o "ritualistas" del culto. Y el Bautista se caracterizaba por un especial bautismo, de tipo desconocido en Israel, y del que esta delegación le pedirá ex professo cuenta (v.25)."La delegación está formada por especialistas en materia de purificación cultual."

El diálogo de este interrogatorio, tal como lo relata el evangelista, es esquemático, pero preciso, y acusa la austeridad, y diríase sagacidad, del Bautista.

"¿Tú quién eres?" Naturalmente, lo que les interesa no es su genealogía, sino su misión. La respuesta del Bautista es clara y terminante, como lo serán las respuestas a otras preguntas.

No es el Mesías. - "Yo no soy el Mesías." Acaso hubo preguntas más explícitas sobre este punto. Pero, en todo caso, el Bautista responde al ambiente de expectación que había sobre su posible mesianismo. Lc dice, a propósito de la acción y conmoción que produce la presencia del Bautista, que se hallaba "el pueblo en expectación, y pensando todos en sus corazones acerca de Juan si seria él el Mesías" (Luc 3:15; cf. Hec 13:25).

Las RecognitionesClementis (I 60) dicen que el Bautista era considerado por sus discípulos como el Mesías.

No es improbable que el evangelista, al transmitir en esta forma tan rotunda la respuesta del Bautista, refleje una intención polémica contra ciertas sectas bautistas que tenían al Bautista por el Mesías o por un personaje tal que su bautismo era necesario (Hec 19:1-7) 49.

No es Elias. - Descartado que fuese el Mesías, su aspecto y conducta, anunciando la proximidad de la venida del reino, hizo pensar, en aquellos días de expectación mesiánica, que él, vestido como un viejo profeta (Mat 3:4; cf. 2Re 1:8; Zac 13:4), pudiera ser el "precursor" del Mesías, el cual, según las creencias rabínicas, sería el profeta Elias.

Los rabinos habían ido estableciendo las diversas funciones que ejercería Elias en su venida "precursora." Vendría a reprochar a Israel sus infidelidades, para que se convierta 50; vendría a resolver cuestiones difíciles, que aún no estaban zanjadas 51; tendría una misión cultual: restituiría al templo el vaso del maná, la redoma del agua de la purificación, la vara de Aarón, y traería la ampolla con el aceite de la unción mesiánica 52. Y según una tradición judía, recogida por San Justino, Elías anunciaría la venida del Mesías, le daría la consagración real y le presentaría al pueblo53. Tal era el ambiente que sobre la función "precursora" de Elías había en el Israel contemporáneo de Cristo, como reflejan estos escritos .

El retorno premesiánico de Elías no tenía valor real, sino simbólico. Jesucristo mismo hizo ver que esta función de Elías "precursor" la había cumplido el Bautista (Mat 17:10-13; Mar 9:11-13).

Por otra parte, dado el grado de suficiencia y petulancia farisaicas, sería difícil saber el grado de sinceridad que hubo en este interrogatorio. Las respuestas secas del diálogo, ¿serán simple resumen esquemático, acusándose literariamente el intento polémico del Evangelista, o reflejarán el desagrado del Bautista ante el interrogatorio y tono exigente y escéptico de aquella misión farisaica jerosolimitana?

No es el Profeta. - De no ser ninguno de estos personajes mesiánicos, no cabría más que preguntar, ante aquella figura y conducta del Bautista, si era un profeta, cuya investigación es uno de los puntos de competencia explícitamente citados en la legislación sobre el Sanedrín 55. ¡Hacía tanto tiempo que la voz del profetismo había cesado en Israel! ¡Unos cinco siglos!

Pero el problema está en que aquí le preguntan si él es "el Profeta," en singular y con artículo, determinándolo de modo preciso. El pasaje en el que se fundan es el Deuteronomio (Mar 18:18-19), pero en él el "profeta" tiene sentido colectivo: la serie de profetas sucesores de Moisés.

Los rabinos no parece que hayan interpretado este pasaje de ningún profeta insigne en concreto 56. "Los judíos lo entendían confuso modo, sea del Mesías (Jua 6:14), sea de alguno de entre los grandes personajes de Israel (Jua 7:40): Samuel, Isaías, Jeremías." 57 Y hasta se pensó que pudiera referirse al mismo Moisés, pues se tenía la creencia popular de que no había muerto, sino que había sido arrebatado corporalmente al cielo 57. En los primeros días de la Iglesia, la profecía se aplicó a Cristo (Hec 3:22; Hec 7:37). Pero Jn, exponiendo la creencia del medio ambiente, relata de las turbas que, discutiendo sobre Cristo, unos decían que era "el Profeta" (Jua 7:40). Esto es lo que vinieron a confirmar los descubrimientos de Qumrán. En la Regla de la Comunidad se dice que los miembros de la misma se atengan a los antiguos decretos, "hasta la llegada de un profeta y de los mesías de Aarón e Israel" 58. Vermes comenta en nota: "La vida separada [de la comunidad] bajo la dirección de los sacerdotes durará hasta la venida de un profeta precursor [que es el Profeta precursor] 59 y de los dos Mesías." 60 El papiro BodnierII pone ante "Profeta" el artículo. Bultmann y Nestle-Aland lo habían sostenido como hipótesis. Sin embargo, es extraña su desaparición en todos los códices. En el papiro Bodmer XIV-XV hay una laguna, pero, según Metzger, no es suficiente para el artículo.

Y lo más extraño es que el Bautista niega ser "el Profeta," cuando, en realidad, su misión era profética. En el Benedictus se le reconoce por tal: será llamado "profeta del Altísimo" (Luc 1:76). Y Cristo dirá de él mismo que "no hay entre los nacidos de mujer profeta más grande que Juan" (Luc 7:28).

Acaso la solución se encuentra en el mismo evangelio de Jn. Después de la multiplicación de los panes, los "hombres, viendo el milagro que había hecho, decían: "Verdaderamente éste es el Profeta que ha de venir al mundo" (Jua 6:14). Pero este antonomástico profeta era para estos mismos hombres equivalente al Mesías, pues quieren "arrebatarle y hacerle rey" (Jua 6:15). Comparando diversos pasajes de Jn (Jua 6:14-15; Jua 7:40.41), se ve que la identificación o distinción de este Profeta con el Mesías era popularmente muy dudosa, fluctuante. Y si la distinción que los fariseos hacían entre Profeta y Mesías era para ellos un hecho y una precisión erudita, el Bautista no tenía por qué estar al corriente de esto. Y la respuesta que da está en la línea de los hombres que asistieron a la multiplicación de los panes, identificando el Profeta con el Mesías. "Juan entiende probablemente "el" profeta en un sentido equivalente a Mesías; de ahí su respuesta" negativa 61.

Es la "voz que clama en el desierto." - Ante estas reiteradas negativas, le preguntan autoritativamente, ya que al Sanedrín le incumbía esta investigación, quién sea. Que lo diga positivamente, pues ellos han de llevar una información precisa sobre él a Jerusalén. "¿Quién eres?"

Y el Bautista, ante aquella delegación oficiosa del Sanedrín, va a dar "testimonio de la Luz" (Jua 1:7). Y va a dar el testimonio oficialmente, para que lo transmitan a la autoridad de la nación." 62

El Bautista se define aplicándose, en sentido "acomodado," unas palabras de Isaías. Este dice: "Una voz clama en el desierto: preparad el camino de Yahvé" (Isa 40:3). La cita del Bautista está hecha de modo más libre y matizada. El profeta anuncia la vuelta del pueblo de la cautividad de Babilonia. Es Dios que viene en medio de su pueblo. Y se figura un heraldo que clama: "Abrid camino a Yahvé en el desierto" por donde ha de pasar.

El Bautista se figura que él es el heraldo que, estando en el "desierto," desde él pide a todos que se preparen para la inminente venida del Mesías.

Al llegar a este punto, el evangelista nota que "los enviados eran fariseos" (v.24). La lectura con artículo es la lección críticamente mejor atestiguada 63. ¿Por qué decir precisamente que eran "fariseos"? De admitirse la lectura sin artículo, indicaría que entre los de aquella embajada había algunos fariseos. Pero, no siendo su número preponderante en el Sanedrín, éste, ¿habría enviado a solos - sacerdotes y levitas - "fariseos"? No sería improbable que, si el Sanedrín fue el que envió esta legación, lo hiciese, como antes se dijo, movido por los "fariseos." Y, en este caso, que ellos, por reconocer la competencia cultual de éstos y, por política, hubiesen delegado esta embajada de "sondeo" a los iniciadores del origen de la misma.

"Se podría admitir la traducción.: "Los enviados eran de los fariseos," pero suponiendo, puede ser, que en el v.24 haya una tradición paralela a la del v.19, combinada artificialmente por el evangelista."

Estos "enviados" fariseos, especialistas en todo lo de la Ley, al ver que él negaba ser el Mesías, o Elías, o el Profeta, le preguntan por qué entonces "bautiza." Que éstos instituyesen ritos nuevos, nada tenía de particular; como enviados de Dios, podían obrar conforme a sus órdenes. Pero un simple asceta, ¿podría arrogarse este derecho?

En la época de Cristo, los judíos practicaban numerosos ritos de purificación. Pero no eran verdaderos bautismos. El verdadero bautismo para ellos era el de los prosélitos, que se administraba a los paganos que se incorporaban al judaísmo. Los demás ritos de ablución, entre los judíos, no tenían carácter bautismal, y ninguno estaba en función de la venida del reino 65. Pero el Bautista había introducido un rito nuevo, pues estaba en función de la purificación del corazón: "conversión" (?? ?? vota), y en relación con la inminencia de la venida del reino de Dios. ¿Qué potestad tenía él para esto? Era lo que le exigía la autoridad religiosa, encargada de velar por las tradiciones de Israel.

La respuesta del Bautista, tal como está formulada aquí, hace pensar en una supresión de parte de la respuesta, o en un desplazamiento literario, o en una recopilación de dos tradiciones distintas. Lo que en nada afecta al contenido total que se expresa en estos pasajes.

En efecto, a la primera parte de la respuesta del Bautista: "Yo bautizo en agua" (v.26), se esperaría la contraposición que Cristo bautizaría en fuego o en Espíritu Santo. Esta respuesta, esta formulación completa, perteneció sin duda a la tradición cristiana de primera hora, como se ve por los sinópticos (Mat 3:11; Mar 1:8; Luc 3:16), por los Hechos de los Apóstoles (Hec 1:5; Hec 11:16) y por el mismo Jn (Jua 1:31.33).

El Bautista no conoció el bautismo en el Espíritu Santo, como "apropiación" de una persona divina; no salió de la mentalidad del ambiente del A.T., en el que el Espíritu Santo era la acción del Dios "ad extra."

En efecto, el bautismo de Juan no tenía valor "legal," "moral," sino que tenía valor en cuanto, siendo un símbolo externo de purificación, excitaba y protestaba la "confesión de los pecados" (Mat 3:6; Mar 1:5). Hasta el historiador judío Flavio Josefo destaca esto: este bautismo "no era usado para expiación de crímenes, sino para la purificación del cuerpo, una vez que ya las mentes estaban purificadas por la justicia." 66

(...)

Pero, en lugar de contraponer a su bautismo el de Cristo, hace el elogio de éste en contraposición consigo mismo.

a)         "En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis,

b)         que viene después de mí,

c)         a quien no soy digno de desatar la correa de la sandalia."

Esta frase (b c), con pequeñas modificaciones literarias, la traen los tres sinópticos (Mat 3:11, par.), y con ello, de forma enigmática del gusto oriental, anuncia que él sólo es el "precursor" de una persona cuya dignidad anuncia, pero que él no es digno de "desatarle" (Mt = "llevarle") las correas de la sandalia. Era este oficio propio de esclavos.

Este a quien él precede "está en medio de vosotros," y vosotros "no le conocéis." Es ello una alusión al tema mesiánico conocido en Israel. Según creencia popular, el Mesías, antes de su aparición, estaría oculto en algún lugar desconocido 69. Llama así la atención mesiánica sobre Cristo, conforme a la creencia ambiental. Luego dirá el Bautista cómo supo él que Cristo era el Mesías (Jua 1:31-34). Por eso, si Cristo está oculto, el que los judíos no le conozcan no es reproche. Precisamente la misión del Bautista es presentarlo a Israel (Jua 1:31). Así evocaba la creencia ambiental en el Mesías oculto, Cristo, y en Elías "precursor," cuya función realizaba el Bautista (Mat 11:14; Luc 7:27).

Este Mesías así presentado, aún lo califica más al decir que "viene después de mí." Es la alusión al pasaje de Malaquías (Mal 3:1), sobre un heraldo y Yahvé, y que la tradición judía interpretó del Mesías y de Elías, el "precursor." Si aquí el Bautista no usa el nombre del que "viene" como sinónimo de Mesías, fácilmente se piensa en él, y no sólo por exigencia del contexto. Pues el Bautista, cuando manda a sus discípulos a preguntar a Cristo si él es el Mesías, les hará decir: Si eres tú "el que viene" (Mat 11:3).

En Malaquías, el que "vendrá" es Yahvé (cf. Mal 3, lc-d).

Con esta escena, el "evangelista destaca también, con toda probabilidad, el tema, bien conocido en la primitiva generación cristiana, de la culpabilidad de los dirigentes judíos contra Cristo, precisamente a causa de desatender el testimonio del Bautista, con todo lo que éste, de hecho, significó para Israel (Mar 11:27-33; Mat 21:25-27; Luc 20:3-8; Mat 21:32).

El evangelista localiza esta escena "en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba." Sin embargo, el nombre de la localidad en la que Juan bautizaba no es dado uniformemente por los códices, que se dividen entre Betania (casa de la barca) y Betabara (casa del paso). Ya Orígenes atestiguaba que la mayor parte de los códices leían así. Aunque él aceptaba la lección de Betabara, porque en la onomástica de esta región no se encontraban huellas del primer nombre.

Sin embargo, a favor de esta segunda lectura hay también algún testimonio 70. El P. Abel escribe: "Estaríamos muy inclinados a creer que, para los israelitas de los primeros siglos, este lugar era conocido bajo el nombre de Beth Abarah, es decir, "lugar del Pasaje," en recuerdo del paso del Jordán por los hebreos." Y para confirmar esto remite a un pasaje del Talmud 71.

Topográficamente es discutido su emplazamiento exacto. El P. Féderlin, de los Padres Blancos, localiza esta Betania en el actual Tell-el-Medesh, situado a unos 300 metros del Jordán, sobre la orilla derecha del estuario del WuadiNimrín, de aguas abundantes en invierno, a unos 15 kilómetros al norte del mar Muerto 72. Dalman y Buzy la localizan en Sapsas, en el Wuadi el-Kharrar, a unos siete kilómetros del mar Muerto, enfrente del lugar tradicional del bautismo de Cristo 73.

Lagrange se decide por Betania, que "figura en casi todos los manuscritos," y hasta piensa que "el mismo lugar (Beth 'aniyah = casa de la barca) podía nombrarse Betabara (Beth 'abarah = casa del pasaje); pero el mosaico de Madaba ha colocado Betabara más al sur." 73

Lo que acaso pudiese orientar algo la elección de esta lectura es el valor simbolista del evangelio de Jn. Se pensaría que el Evangelista citaba precisamente este nombre, Betabara, por razón del simbolismo que encerraba. "El Bautista ejercía su actividad no en la Tierra Santa, sino en la otra parte del Jordán, porque su ministerio no era más que una preparación al Misterio. Cristo fue bautizado allí, en el lugar mismo por donde los hebreos pasaron el Jordán y entraron en la Tierra Santa. Toda una tipología bautismal fue muy pronto vinculada a este paso del Jordán por los hebreos, evocándoles él mismo el paso del mar Rojo. ¿No podría esta tipología llegar a la tradición yoannea? ¿No sería el mismo evangelista el que habría querido subrayar el vínculo tipológico que existía entre el bautismo de Cristo, primicia de todo bautismo cristiano, y Betabara, el lugar por el que los hebreos habrían antes pasado el Jordán para entrar en la tierra prometida? 74.
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)

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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - El testimonio del Bautista  (Jn.1,19-28)

El evangelio del tercer Domingo de Adviento (Jn 1, 19), trae el segundo testimonio de Juan Bautista acerca de Jesucristo, el que dio a las autoridades religiosas oficiales.

Está puesto al principio del Evangelio del otro Juan después del solemne prefacio en que el Evangelista declara que "el Verbo era Dios". Juan el Águila conecta su propio testimonio de que Cristo era Dios (objeto del cuarto Evangelio) con el testimonio de Juan el Lobo de que Cristo era el Mesías; completándolo.

Este testimonio del Bautista a los fariseos acerca de Cristo y de sí mismo, tuvo lugar más o menos en la mitad de su corta carrera, que fue más corta aun que la de Cristo. Juan sobrevino repentinamente como un meteoro, iluminó lo que tenía que iluminar, y se apagó bruscamente.

San Lucas tarja cuidadosamente el principio y el fin de su corta tarea, como si esos dos topes tuviesen notable importancia. Al principio de su misión predicó simplemente, aunque con fuerza extraordinaria "penitencia urgente porque el Tiempo llegó". Sus oyentes sabían perfectamente qué cosa significaba "el Tiempo", que era entonces objeto de las más ardientes discusiones: las Setenta Semanas de Daniel ya cumplidas, la esperanza de Israel y las Naciones a punto de realizarse, la plenitud de los tiempos.

A los que daban muestras de arrepentimiento de sus faltas -hasta confesarlas públicamente algunos- Juan los bautizaba por inmersión, advirtiéndoles que era bautismo "provisorio", y les imponía una regla de conducta sencilla, tomada de la moral natural; porque para reconocer al Mesías había que disponerse, quitando las lagañas de los ojos interiores. Con esto, su trabajo estaba listo.

Sus imprecaciones contra el fariseísmo no empezaron sino después de la investigación oficial que narra el evangelio de hoy. Juan sabía perfectamente quiénes eran los fariseos -era de familia sacerdotal- sobre todo si fue essenio, como creemos; pero era como una onza de plata en rectitud y humildad; y lo mismo que Cristo, no iba a empezar su misión religiosa con un levante a las autoridades religiosas, que no es la manera de empezar de los santos; aunque a veces es la manera de acabar; y de que lo acaben a uno. Véase por ejemplo el acabamiento del filósofo SorenKirkegor.

Cuando se presenta en el remanso solitario de Besch-Zedá una delegación de "sacerdotes y levitas" comisionados de Jerusalén, Juan los acoge con sencillez y sin descortesía; probablemente con reverencia incluso. Su nombre corría ya de boca en boca como de un varón extraordinario; las mujeres y algunos entusiastas se dejaban decir que era nada menos que "el Mesías". ¿No se habían cumplido ya los Quinientos Años de Daniel? El Cotarro de Jerusalén -que en hebreo se llama Sam-Hedrim y en griego Synhedrio- aunque era propenso a despreciar, no podía pasarlo por alto; y así mandó tomarle declaración:

"-Tú ¿quién demonio eres?" -el diálogo entre el Bautizador y los delegados es altamente típico-. "Juan confesó y no negó, y confesó diciendo"... marca el Evangelista, indicando que se trataba de una "confesión" o declaración de conciencia, incluso quizá peligrosa. -Yo no soy el Mesías, dijo San Juan, leyéndoles las intenciones. -Entonces, declara quién eres ¿eres por si acaso Elías? -No soy Elías. -¿Eres Profeta? -No... La última réplica le salió seca.

Sin embargo Cristo, que no miente, dirá después que Juan era en cierto modo Elías, y que era el más grande de los Profetas. ¿Por qué negó Juan que era profeta? "Por fastidio hacia esa gente soberbia", dirá Teofilacto. "Por humildad", dirá el Crisóstomo. Pero la humildad nunca está reñida con la veracidad, "la humildad es la verdad", dice Santa Teresa. Juan no negó que era profeta, Juan negó que era "el Profeta"... que estaba en la mente de los interlocutores. Llenos de bambolla y de ideas "nacionalistas", ellos se figuraban un Mesías guerrero; y un Precursor Caudillo, por el estilo.

Ese profeta que ellos imaginaban, un Elías o un David, no era Juan. Era sin embargo más que David en su humilde estación y en su aspecto áspero y salvaje. Era el dedo que apuntaba a Cristo; y en ese sentido, metafóricamente, era también Elías.

Por mala comparación, es como si en la Argentina, pobre país que tantea en lo oscuro sin saber de dónde le vendrán el orden y la salud, surgiese un Manosanta capaz de ordenar, sanar y sacar adelante el país; y otro hombre capaz de abrirle camino en esta empresa milagrosa; porque las cosas grandes las hacen dos. Y entonces fueran los rosistas y los antirrosistas y le preguntaran al Precursor:

-¿Tú eres el Libertador?

-Yo no soy el Libertador.

-¿Eres el segundo Don Juan Manuel? -o Don Bernardino, ad libitum-

-No soy el segundo Don Juan Manuel.

-¿Eres caudillo, por lo menos?

-No soy el Caudillo.

-Entonces, ¿qué diablo eres?

-Yo soy un pobre argentino que hace lo que puede, nada más y nada menos que lo que Dios quiere de él; y eso más mal que bien...

Entonces lo despreciarían todos los politiqueros, no menos que la Curia Eclesiástica, y los grandes diarios. En otro plano, así respondió el Bautista.

"-Entonces ¿tú quién diablo eres, y a ver qué nos dices de ti mismo, para que llevemos Respuesta a los que nos envían...". Era la conminación de la autoridad. Juan no se sustrae a ella:

"-Yo soy La-Voz-que-grita-en-el-Desierto" (una sola palabra en arameo, como si dij��ramos Wuesterlictruiendestimmeen alemán, "ése es mi nombre"...). El mundo en aquel tiempo, religiosamente hablando, era un desierto. Juan era una simple voz; pobre y potente voz, una voz casi sin cuerpo, un cuerpo humano hecho pura voz .

"-¿Y qué grita esa voz?

-Grita: Preparad los caminos al Señor, como dijo Isaías Profeta. Nada más. "

Los fariseos lo despreciaron: era uno de tantos gritones más. Era un fanático de la revolución mesiánica. A la vista estaba que éste no iba a vencer a Pilato, ni a derribar a Herodes y a los herodianos. Políticamente, cero.

"-Entonces ¿cómo diablos bautizas, si no eres ni el Cristo, ni Elías ni el Profeta?".

Gran idea tenían los judíos del bautismo; la misma que tenemos nosotros. Perdonar los pecados puede solamente Dios o aquel que lo representa; y ese lavacro con agua significa para ellos y nosotros la limpieza de las lacras morales.

Juan ya había bautizado a Cristo y había tenido la gran revelación del Espíritu acerca de él. "Aquel sobre el cual vieres descender en forma visible el Espíritu, Ese es." Así que lanzó directa y decididamente su Testimonio, lo que tenía que anunciar, aquello para lo cual era nacido, a unos oídos taponados y no dignos de recibirlo:

"-Yo bautizo con agua; en medio Vuestro está Otro, que vosotros desconocéis, que bautizará con fuego. Ese es el que ha de venir después de mí, que fue hecho antes de mí. Ése es más grande que yo, y en tal medida, que yo no soy digno ni de atarle los cordones del calzado."

Zás, aquí sí que la arreglamos -pensaron los fariseos-; éste es loco. Despreciaron a Juan y no aceptaron su bautismo precursorio, para mal de ellos, dice el Evangelio. Más tarde Cristo los pondrá en gran aprieto, refiriéndose justamente al bautismo de Juan.

Veamos el otro episodio paralelo a éste. En el Templo, en una de sus últimas contiendas con estos hipócritas engreídos, exigiéndole ellos, lo mismo que a Juan, declinase "con qué autoridad haces esas cosas", respondió discretamente el Cristo:

"-Decidme vosotros antes, por favor: el bautismo de Juan ¿era de Dios o era [invención] de los hombres? ".

Se cortaron; porque vieron que si respondían era de Dios, reconocían que Cristo tenía veramente autoridad; y si decían era cosa de hombres fanáticos, temían la ira del pueblo. "No sabemos", dijeron.

"-¡Entonces tampoco puedo deciros qué autoridad tengo yo!".

Parece un truco hábil de los usados por los "contrapuntistas" palestinos; y una "respuesta de gallego", que dicen los catalanes responden preguntando; y lo es en efecto. Pero es más que eso: es responder implícitamente a la pregunta: "Si Juan el Bautista tenía autoridad de Dios, yo tengo autoridad de Dios." Era responder y no responder, que es lo que cumple con los malintencionados.

Con esta autoridad, el Precursor de Cristo comenzó desde entonces a denunciar a los fariseos, y a imprecarlos con la voz gorda; que es la única que quedaba para salvarlos, aunque tampoco los salvó por cierto. "Hijos de víboras, raza de serpientes, generación bastarda y adúltera ¿qué os habéis pensado? ¿Pensáis que habéis de poder huir de la ira de Dios que se aproxima?". Juan denunció a los fariseos como los peores corruptores de la religiosidad; denuncia que había de retomar más tarde Jesucristo en pleno y en gran estilo.

Es la sífilis de la religión, y el peor mal que existe en el mundo. Es el pecado contra el Espíritu Santo". Tanto que algún Santo Padre ha predicado que los únicos que van al infierno (es decir, que de hecho se condenan) son los fariseos; y que eso significaría el dicho de Cristo: ese pecado no tiene perdón en esta vida ni en la otra", proposición que yo no suscribiría, porque realmente no sé en absoluto quiénes están de hecho en el Infierno, como pretendió saber Dante Alighieri. Ni nadie lo sabe. Recuerdo cuando yo estaba por hacerme cura, el párroco de mi pueblo, un piamontés nombrado Olessio, me dijo: "Apruebo tu determinación; pero te prevengo que el infierno está lleno de curas..." Ni él tampoco sabía nada, por cierto.

Tampoco sé si Juan el Bautista fue el santo más grande que ha existido, mayor que San Francisco, San Pablo y San José. Esa discusión no interesa.

Los jesuitas creen que el santo mayor es San Ignacio; los dominicos que fue Santo Domingo, los españoles que fue Santa Teresa; los franceses Juana de Arco, y en un pueblo andaluz que se llama Recovo de la Reina, cuyo patrono es San Pantaleón, creen que el santo mayor de la corte celestial es el

Glorioso San Pantaleón

Santazo de cuerpo entero

Y no como otros santitos

Que ni se ven en el suelo...

El PaePolinar creía de buena fe, como narra Pereda, que los santos más grandes del mundo, después de Nuestra Señora, eran los Santos Mártires de Santander, Emerencio y Torcuato. Lo que interesa no es saber cual fue el santo más grande -todos son los más grandes cada uno en su línea, como todas las obras maestras-, sino llegar a contarse entre ellos, aunque sea como el más pequeño.

Juan el Bautista fue el santo más grande del Antiguo Testamento, pero el santo más chico del Nuevo Testamento es mayor que él, dijo Cristo, si quieren saberlo. Y con eso basta.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 413-418)

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Santos Padres: San Agustín - El Precursor y Cristo.

1.         Para quienes están quietos es suficiente con poca voz. Si queréis, hermanos, escuchar tranquilos, no tengáis el corazón en los oídos, sino los oídos en el corazón. La Iglesia ha transmitido y cree que el día de hoy ha brillado para que celebremos en él la solemnidad del bienaventurado Juan Bautista. Conviene aceptar, respecto a este día, lo que acepta sin distinción el orbe entero. Nadie duda de que hoy es el día de Juan; no del Juan que escribió el evangelio, sino de Juan el bautista y precursor del Señor, quien mostró tanta grandeza cuanta humildad demostró al decir, cuando le tenían a él por Cristo, que no era digno de desatar la correa del calzado de aquel al que reconocía como Señor, para así merecer ser amigo suyo. Algunos piensan que hoy se celebra el día de su pasión. Vuestra santidad ha de saber, ante todo, que hoy es el día de su nacimiento, no de su pasión. De la lectura del evangelio se deduce que su nacimiento precedió en seis meses a la del Señor. Y como la Iglesia ha aceptado unánimemente que el Señor nació el 25 de diciembre, sólo hay que advertir que hoy se celebra el nacimiento de Juan.

2.         Así, pues, Juan precedió al Señor no como el maestro al discípulo, sino como el heraldo al juez; no para imponerle su autoridad, sino para cumplir una función. El testimonio del mismo Juan a este respecto suena así: Quien viene detrás de mí ha sido hecho antes que yo, porque era anterior a mí. El Señor vino después que Juan por lo que se refiere a su nacimiento de la virgen María, no al de la sustancia del Padre. Conocemos dos nacimientos del Señor, uno divino y otro humano, pero ambos admirables; aquél sin madre, éste sin padre; aquél eterno, para crear el temporal; éste temporal, para manifestar el eterno. Aquel del que dice Juan, no el bautista, sino el evangelista, que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios, y que por ella se hicieron todas las cosas, y sin ella nada se hizo; aquel tan grande e igual al Padre en la forma de Dios, aquel que carece de tiempo y es creador de los tiempos, que es juez de los siglos desde antes de todos los siglos, se hizo tan pequeño que hasta nació de una mujer, pero permaneció tan grande que no se separó del Padre.

Obsequiosos ante él, como lámparas ante el día, y ofreciéndole su testimonio, todos los profetas que lo anunciaron le precedieron en el nacer, y, al creer y unirse a él, él les precedió. Convenía que anunciasen su venida y milagros; milagros que a los buenos entendedores le mostrarían como Dios, aunque a quienes se limitasen a mirar con ojos humanos lo viesen como hombre, pequeño para los pequeños, pero humilde para los soberbios, enseñando al hombre, con su pequeñez, a reconocerse pequeño y a no creerse grande por hallarse hinchado sin haber crecido. La soberbia, en efecto, no es grandeza, sino hinchazón. Para sanar esta hinchazón del género humano, siendo él mismo médico y medicina, es decir, no sólo mostrando la medicina, sino convirtiéndose él mismo en ella, apareció ante los hombres como hombre, ofreciendo su ser humano a quienes le veían y reservando su ser divino para quienes creyeran en él. La mirada de su humanidad sanó a los débiles; la contemplación de su divinidad requiere gente fuerte. Aún no había hombres que pudieran ver a Dios en el hombre, no podían ver más que al hombre; con todo, no deben poner su esperanza en el hombre. ¿Qué hacer, pues?

 El hombre puede ver al hombre, pero no puede seguir al hombre. Había que seguir a Dios, al que no se podía ver, y no seguir al hombre, al que se podía ver. Así, pues, Dios se hizo hombre a fin de mostrarse al hombre para que el hombre lo viera y lo siguiera. ¡Oh hombre, por quien Dios se hizo hombre! Debes creerte grande en verdad; pero desciende para ascender, puesto que también Dios se hizo hombre descendiendo. Adhiérete a tu medicina, imita a tu maestro, Dios. Esto era aquél, tan grande y tan pequeño: un gusano, no un hombre; más por él fue hecho el hombre. Esto es él;¿qué es Juan sino lo que dice de él quien es veraz, lo que dice de él la verdad? En efecto, si debemos creer a Juan la verdad, ¿no hemos de creer a la verdad hablando de Juan?

3. Dé primero testimonio en favor de la verdad quien participa de la verdad misma, y luego dé lo en favor del hombre el creador del hombre. Escuchemos en primer lugar lo que dice Juan de Cristo, y luego lo que dice Cristo de Juan; escuchemos primero a Juan, pero sabiendo que es posterior; hable primero quien nació antes, pero reciba la confirmación de aquel por quien fue creado. Viene después de mí, dijo, y ha sido hecho antes que yo. Quienes creen que el hacedor de todo fue hecho también antes de todas las demás cosas, toman pie de estas palabras, y por medio de ellas nos calumnian, diciendo: "Ved que ha sido hecho; lo dice Juan: Viene después de mí y ha sido hecho antes que yo. Expónme lo que significa: Ha sido hecho antes que yo". No hago más que repetir sus palabras y proponerlas a discusión. Dicen los tales: "Cuando se aplican a Cristo algunos textos que le muestran menor que el Padre, soléis refugiaros en que han de aplicarse a su ser humano, de manera que en su forma de Dios es igual al Padre; más en cuanto se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres, hallado como hombre en su parte externo, el Padre es mayor. ¿Qué decís entonces a estas palabras de Juan: Ha sido hecho antes que yo?" Escucha lo que decimos; pero antes advierte que el Apóstol, distinguiendo ambos aspectos, pero mostrando que en ambos se trata de una sola persona, no dijo: "Tomando la forma de Dios". ¿Qué dijo refiriéndose a la forma de Dios? Existiendo en la forma de Dios, poniendo su mirada en lo dicho por quien había sido llamado antes que él y en cuyo evangelio se encuentra: En el principio existía la Palabra; más aún, poniendo su mirada en aquella luz que le iluminó para decir eso mismo. Tampoco Juan dijo: "En el principio hizo Dios la Palabra", habiendo podido expresarse como Moisés cuando hablaba de la creación del Señor Dios: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Por tanto, si él hubiese pensado lo que piensan los arríanos, hubiera podido decir: "En el principio hizo Dios la Palabra"; pero no dijo eso, sino: En el principio existía la Palabra. Lo que existía desde el principio no había sido hecho. Y nada precedió a la Palabra hecha. Todo lo que Dios hizo, por la Palabra lo hizo: Lo dijo, y se hizo; lo mandó, y fue creado. Grande es la distancia entre quien dice que algo se haga y lo hecho por quien lo dice; pero, si algo dice, tiene Palabra; si tiene Palabra, por la Palabra lo hizo; si lo hizo por la Palabra, no hizo la Palabra.

4.         " ¿Cómo?", preguntan. "Acaso no escuchaste a propósito de la tierra: La tierra existía; era invisible e informe? Si dices -insisten ellos- que la Palabra no ha sido hecha, porque se afirma: Existía la Palabra, entonces tampoco ha sido hecha la tierra, puesto que se dijo igualmente: Existía la tierra". ¡Oh locura ciega y propia de herejes! Presta atención, si tienes con qué; escucha, si tienes con qué escuchar, no sea que el sonido golpee inútilmente el oído de alguien cuyo corazón no ilumina la verdad. Voy a presentarte palabras de la misma Escritura que encontraste al leer, pero que pasaste por alto para incordiar. ¿Piensas que es idéntico lo dicho sobre la Palabra, a saber: En el principio existía la Palabra, a lo dicho referente a la tierra, o sea: La tierra existía invisible e informe? Voy a leerte las palabras anteriores del libro del Génesis; antes de que el escritor, el siervo de Dios, anotase: Existía la tierra, para mostrar que había sido hecha, había dicho ya: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Primero te he mostrado que la tierra ha sido hecha, y hecha precisamente por Dios, según reza la Escritura, e irrumpe en los oídos de quienes lo niegan: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra. Todas estas cosas habían sido ya creadas, pero aún no embellecidas, aún no manifestadas; la tierra aún no se había diversificado, pero ya había sido hecha. Y para que no pensaras que la tierra fue hecha de una vez, como la estás viendo, sin necesidad de ser embellecida, añadió a continuación:"Es cierto que había sido hecha, puesto que en el principio

Dios hizo el cielo y la tierra; pero la tierra hecha por Dios era aún invisible e informe". Te ha mostrado cómo era lo que ya había sido hecho, no que ya existiera algo sin haber sido hecho. Juan, pues, podía haber dicho: "En el principio hizo Dios la Palabra, más la Palabra era...", del mismo modo que dijo: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra, más la tierra era... El orden de las palabras sería éste: En el principio hizo Dios la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, tiara que entendiésemos que se hallaba junto a Dios la Palabra hecha por Dios. En cambio, lo que oyes es: En el principio existía la Palabra. ¿Por qué buscas nada anterior, tú que te has colocado en el otro extremo? Al caer en tu error, te has colocado en el otro extremo: hablas desde el abismo y al abismo miras. En caso de hablar desde el abismo, querría que levantases tu corazón hacia arriba y gritases desde lo profundo al Señor; él ahuyentaría las nubes de las tinieblas de tu carne; él, luz que viene en humildad, abriría tus oíos a la humildad, y verías que en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, v la Palabra era Dios: ella estaba al principio junto a Dios. Diga también Pablo: Quien existiendo en la forma de Dios. ¿Qué dice Juan refiriéndose al nacimiento humano? Y la Palabra se hizo carne. Diga también Pablo: Se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo. ¿Qué decías entonces sobre las palabras de Juan el bautista? Repítemelas ahora, dímelas otra vez. ¿Qué dice Juan el bautista? Viene después de mí. Reconozco su nacimiento. Juan nació de una mujer estéril; Cristo, de una mujer virgen. La esterilidad se convirtió en fecundidad; no obstante la fecundidad, permaneció la virginidad.

5.         "Pero, dice, si Juan hubiese dicho esas palabras refiriéndolas al nacimiento de la virgen, no hubiese afirmado: Ha sido hecho antes que yo, dado que nació de la virgen después de él. En consecuencia, ¿qué otra cosa significan las palabras: Ha sido hecho antes que yo, sino que la Palabra había sido hecha en el principio? Sólo en este sentido podemos entender que era anterior a Juan, pues en el nacer de la virgen era posterior a él". Escucha y, abandonada la polémica, presta atención: lo que quieres entender es ya, quizá, un tanto oscuro como para acrecentar con la polémica el humo que te impida la comprensión. Fíjate primeramente en la Escritura, que te enseña a ser dócil: Sé manso para oír la palabra, a fin de comprenderla. Ten, pues, un poco de paciencia; quizá podamos averiguar en qué sentido se ha dicho: Ha sido hecho antes que yo, excluyendo siempre que haya sido hecha la Palabra, autora de todo. " ¿Cómo?", pregunta. Voy a decirlo, si puedo; mas, en el caso de que yo no pudiera, no por eso no queda nada que decir a quien pueda decirlo. Más creo y espero que la majestad del Unigénito, que, siendo la Palabra, se hizo niño sin habla, destruya la mudez de mi lengua y produzca el parto en mi boca quien fue autor de la concepción en mi corazón. Voy a decirlo como pueda; tú compréndelo, si te es posible. Pero, si no puedes comprenderlo, no lo rechaces como si fueras ya mayor; difiérelo para merecer el crecimiento. Ciertamente, te turba el saber en qué sentido se ha dicho: Quien viene después de mí ha sido hecho antes que yo. Túrbete, pero como a quien busca, no como a quien pleitea. También yo busco contigo; juntos hallaremos, si juntos buscamos; los dos recibiremos, si los dos pedimos; a ambos se nos abrirá, si ambos llamamos. Viene después de mí, dijo: reconoce el nacimiento de la virgen María. Ha sido hecho antes que yo.

¿Qué significa: Ha sido hecho antes que yo? Entiéndelo así: ha sido antepuesto a mí. Quien vino después de mí ha sido hecho antes que yo. Sucede como si dos caminasen por un camino, siendo uno más lento y otro más veloz, y el más lento se adelantar aun tanto sobre el más veloz, que le seguiría un poco después. El más lento, que va delante, mira al más veloz, que le sigue, y dice: "Viene detrás de mí". Más he aquí que el otro acelera el paso, se le acerca, le alcanza y le pasa, y quien antes le veía detrás, ahora lo ve delante. Si en cierto modo se asombrase y admirase su rapidez, ¿no podría expresarse de esta manera: "He aquí a un hombre que estaba detrás de mí y se ha colocado antes que yo? Quien caminaba detrás de mí consiguió con su rapidez ponerse delante de mí". En efecto, si siempre que lees la expresión ha sido hecho no la entiendes más que en el sentido de ser formado lo que no existía, has de decir que también ha sido hecho el Señor Dios, de quien se ha afirmado: El Señor ha sido hecho mi refugio; El Señor ha sido hecho mi ayuda y ha sido hecho mi salvación A. ¿Cuántas veces ha sido hecho? Y es él quien hizo todas las cosas. Entiende, pues, aquellas palabras como yo. Tampoco calló Juan lo que era la Palabra, para que no pensasen que se refería a ella cuando dijo: Ha sido hecho antes que yo. Para que veas que esas palabras han de entenderse en el sentido de "me precedió", "ha sido glorificado más que yo", puesto que, cuando los hombres reconocieron mi condición de precursor, conocieron al Señor, al que había precedido en el nacer y al que había anunciado obsequiosamente, haciéndose el Señor su esperanza y su auxilio, él fue glorificado como Hijo de Dios, fue hecho antes que yo, según lo que dice el Apóstol: Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Su gloria, pues, no comenzó a existir, aunque sí a manifestarse. Fue hecho antes que Juan, puesto que precedió a Juan en dignidad.

6. Más considera sí eso aconteció con razón. Pregunta a Juan mismo: " ¿Por qué ha sido hecho antes que tú quien vino detrás de ti? ¿Por qué gozó de preferencia sobre ti quien iba detrás de ti?" Prosigue: Porque existía antes que yo; es decir: En el principio existía la Palabra. Con razón, pues, fue hecho antes que yo, puesto que existía antes que yo. Existía antes que Juan, antes que Abrahán, antes que Adán, antes que el cielo y la tierra, antes que los ángeles, los tronos, las dominaciones, los principados y las potestades. ¿Por qué antes? Porque todas las cosas fueron hechas por ella. Reconozca el siervo su humildad y muestre el Señor su majestad. Diga el mismo Juan: No soy digno de desatar la correa de su calzado. Mucho se hubiera humillado con sólo decir: "Soy digno". En efecto, ¿de qué se hubiera declarado digno? ¿Acaso de sentarse a la derecha del Padre en el día del juicio? ¿Acaso de venir a juzgar a vivos y muertos? ¿Qué decir si se considera digno de desatar la correa de su calzado? Gran humildad la del amigo del esposo si se considera digno de eso. Iba a decir que era amigo del esposo, y para que nadie interpretase imprudentemente tal amistad como signo de igualdad, se declara amigo por el amor que siente hacia él y se postra a sus pies por temor. Y aún es poco el postrarse a sus pies: no se considera digno de desatar la correa de su calzado. Mostraría ciertamente su humildad aun considerándose digno de ello; más como no se consideró tal, fue digno de ser levantado desde su humildad.

Diga con mayor claridad y mayor nitidez lo que significa: Quien viene después de mí ha sido hecho antes que yo. Adujo también el motivo: Porque existía antes que yo, puesto que en el principio existía la Palabra y, existiendo en la forma de Dios, no consideró una rapiña el ser igual a Dios. Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. Convenía que creciera quien vino después y que disminuyera quien vino antes. Si creció quien vino después de él, ha sido hecho antes que él al crecer. Conviene, dijo, que él crezca y que yo, en cambio, mengüe; esto significa: Ha sido hecho antes que yo. ¿Y cómo creció Cristo y disminuyó Juan? Juan precedió al Señor en el nacimiento humano; crecieron ambos, con el pasar del tiempo, en estatura, y, como hombres, llegaron a una cierta altura. Pero Juan es hombre, Cristo es Dios y hombre. Si pensamos que Cristo creció en su divinidad, caemos en el absurdo y erramos de cabo a rabo. El crecimiento significa siempre progreso. Dios no tiene en qué crecer, pues si tiene en qué crecer, era menor antes de crecer.

Volvamos a la condición humana. En este aspecto creció igual que Juan, sin que se pueda decir que creció uno y menguó el otro. Entonces, tal vez hemos de referir a la gloria tales palabras, entendiendo: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, disminuya, en el sentido de estas otras: Quien vino después de mí, ha sido hecho antes que yo. Juan hacía las veces del hombre y hablaba en nombre del género humano, para cuya salvación había venido Cristo. Habíamos dicho, hermanos, que el Dios humilde descendió hasta el hombre soberbio. Reconózcase el hombre como hombre y manifiéstese Dios al hombre. Si Cristo vino para que el hombre se humillara y a partir de esa humildad creciera, convenía que cesara ya la gloria del hombre y se encareciese la de Dios, de modo que la esperanza del hombre radicase en la gloria de Dios y no en la suya propia, según las palabras del Apóstol: Quien se gloríe, que se gloríe en el Señor. Con razón, pues, se dice al hombre: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Esta forma de humildad humana mostraba Juan, puesto que en la medida en que progresaba la buena opinión y la fama de Cristo, no su estatura, ni su majestad, ni su sabiduría, ni la Palabra de Dios, sino aquella fama que comenzó por una nada y ya llena el orbe de la tierra; la gloria de Cristo, no la gloria del hombre, para que el hombre reconozca su humildad y Dios done su divinidad...

He aquí, hermanos, que la gloria de Dios es nuestra propia gloria. Cuanto más dulcemente se glorifica a Dios, tanto mayor es el provecho que obtenernos nosotros. Dios no ganará en excelsitud por el hecho de que le honremos nosotros; humillémonos y le ensalzaremos a él, pues está escrito: Te ensalzaré, Señor. ¿Qué significa: Te ensalzaré, Señor? ¿Acaso estaba en la tierra y lo colocaste en el cielo?¿Puede el hombre elevar a Dios? ¿Qué significa: Te ensalzaré, Señor? Confesaré tu excelsitud. Confiese, pues, el hombre su condición de hombre; mengüe primero para crecer después. Diga Juan, menguando hasta la humildad, que no es digno de desatar la correa de su calzado, y comprenda que está participando

7. Esto, efectivamente, dijo de él Juan el evangelista: Él no era la luz. ¿Acaso ha hecho una afrenta a Juan al decir: No era él la luz, siendo así que el Señor dijo a los apóstoles: Vosotros sois la luz del mundo? ¿Se antepusieron los apóstoles a Juan? No, para no tachar de mentiroso al mismo Señor, que dijo: Entre los nacidos de mujer no ha surgido nadie mayor que Juan el bautista. Mayor no por la estatura del cuerpo, sino por la gracia de la participación en la sabiduría y en la salvación. ¿Qué significa, pues: No era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz? ¿Por qué dijo esto? "Sé, dijo, lo que acabo de afirmar: doy testimonio de la luz". Existía la luz verdadera, distinta de Juan; no se trata de que Juan no sea en ningún modo luz, sino que las palabras: No era él la luz, hay que entenderlas en comparación con la otra luz, de laque se dice: Existía la luz verdadera. ¿Cómo adviertes cuál es la luz verdadera? La que alumbra a todo hombre que viene a este mundo. Si a todo hombre, entonces también a Juan. Mas para no dar la impresión de que sacamos de las palabras más de lo que ellas contienen, aunque pueda entenderse con lógica, diga el mismo Juan: Todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Existía, pues, la luz verdadera. Juan era luz iluminada; Cristo, la luz que ilumina.

Más, para que sepáis que Juan era luz, ofrézcale el Señor su propio testimonio. Juan dio su testimonio sobre su Señor, el testimonio de h verdad sobre su Señor, testimonio recibido de él. Lo que dijo acerca de su Señor, lo había recibido de él; en cambio, lo que el Señor dijo de su siervo, no lo recibió de éste. Cristo habló personalmente de Juan, y en Juan de sí. Dé testimonio, pues, la verdad misma; escuchemos que Juan es luz. Refiriéndose a Juan, dice a los judíos: Él era la lámpara que arde y da luz. La lámpara es, ciertamente, una luz; aunque no es como el día, es luz. La lámpara se enciende para que ilumine, y Juan fue iluminado para hablar. Por tanto, si Juan fue iluminado para hablar, reconózcase lámpara, para que no la apague el viento de la soberbia. Entonces, ¿son luz los discípulos, y Juan una lámpara? En efecto, el Señor dice de Juan: Él era la lámpara que arde y da luz, mientras que a los discípulos les dice: Vosotros sois la luz del mundo. ¿Puso a sus discípulos por encima de Juan?¿Acaso hay que anteponerle también a aquellos fieles a quienes se dirige Pablo, diciéndoles: Fuisteis en otro tiempo tinieblas; ahora, en cambio, sois luz en el Señor? Así, pues, son luz los apóstoles y luz también los fieles, hechos justos de pecadores y fieles de incrédulos; pero a los discípulos no se les da el nombre de lámpara. Presta atención, pues quizá se los llame así, y no en otro lugar, sino allí mismo, para manifestar en qué modo dijo que eran luz, puesto que no eran la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

Continúa leyendo las palabras del Evangelio: Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad edificada sobre un monte. "Pero aquí ha hablado de una ciudad, no de una luz". Sigue leyendo: Ni encienden una lámpara para ponerla bajo un celemín. Vosotros sois luz al modo de Juan: una lámpara iluminada. Como aquel o aquellos cuya voz había precedido: Tú iluminarás mi lámpara, Señor; Dios mío, ilumina mis tinieblas. ¿Qué tinieblas hay en los apóstoles? También nosotros fuimos en otro tiempo... como réprobos de él y blasfemos: Yo que antes fui blasfemo, perseguidor y ultrajador. He aquí las tinieblas; enciéndase la luz: Pero he conseguido misericordia. Y para que sepas que se dijeron de ellos estas palabras: Ni enciende la lámpara para ponerla bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que ilumine a todos los que están en la casa, prosigue inmediatamente: Brille así vuestra luz en presencia de los hombres para que vean vuestras buenas obras, pero en humildad, puesto que conviene que el hombre disminuya.

¿Cómo ha de crecer Dios? Y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Es glorificado el Padre, es glorificado el Hijo, puesto que el Padre glorifica al Hijo y el Hijo al Padre. Reconózcase, pues, el hombre humilde; reconozca que el Dios excelso se ha humillado por él, para que el hombre, humillado por la confesión del pecado, sea exaltado por la consecución de la justicia. Hay, por tanto, dos realidades: el Señor y Juan, la humildad y la grandeza; Dios, humilde en su grandeza, y el hombre, humilde en su debilidad; Dios, humilde por el hombre, y el hombre, humilde por sí mismo. Dios, hecho humilde en beneficio del hombre, y el hombre, humilde para no hacerse daño.

8. Reconozcamos estas dos realidades incluso en las distintas muertes de ambos. Hemos leído que Juan sufrió el martirio por la verdad. ¿Acaso lo sufrió por Cristo? No lo sufrió por Cristo si Cristo no es la verdad. Es cierto que no lo sufrió por su nombre, pero sí por la verdad. Juan no fue decapitado por haber confesado a Cristo. Pero exhortaba a la templanza y a la justicia, diciendo: No te es lícito tener la mujer de tu hermano. La ley que había ordenado tal cosa se refería a los hombres que habían muerto sin hijos, y disponía que los hermanos tomasen las mujeres de sus hermanos y les diesen descendencia. Donde no se daba esta circunstancia no había más que pasión. Esta pasión era la que recriminaba Juan; el casto acusaba al deshonesto, puesto que lo que figuraba no es otra cosa que esto: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. Ya se había mandado que, si alguien moría sin descendencia, su pariente más cercano tomase su mujer y se la diese.

¿Para qué había ordenado esto Dios sino para significar de este modo que hay que dar descendencia al hermano en nombre del hermano? Esta ley se había establecido para que quienes naciesen de esa manera llevasen el nombre del difunto. Cristo murió, y los apóstoles tomaron a su esposa, la Iglesia. A los que engendraron de ella no les dieron el nombre de paulinos o petrinos, sino de cristianos. Así, pues, las pasiones de ambos indican esta realidad: Conviene que él crezca y que yo, en cambio, mengüe. Cristo creció en el madero, Juan disminuyó con la espada. Sus respectivas pasiones mostraron este misterio; muéstrenlo también los días: nace Cristo, y aumentan; nace Juan, y menguan. Disminuya, pues, la honra del hombre y aumente la de Dios, para que el hombre encuentre su honra en la honra de Dios.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (6º) (t. XXVI), Sermón 380, 1-8, BAC Madrid 1985, 480-96)

 

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Comentario: Hans Urs von Balthasar - A las tres lecturas

1. Domingo de Gaudete: esperamos a Dios no con temor y temblor, sino con alegría. El profeta anuncia su llegada en la primera lectura e indica la razón de esta alegría: la venida del enviado del Señor significará la curación y la liberación para todos los pobres, atribulados, cautivos y prisioneros. Este «año de gracia del Señor» nos concierne a todos, porque en el fondo todos nosotros estamos encerrados en nosotros mismos, encadenados por nosotros mismos; no somos incólumes, sino que somos tan pobres y estamos tan atribulados que no podemos curarnos a nosotros mismos. Pero Dios no nos traerá esta curación desde fuera, por un milagro externo, sino desde dentro de nosotros mismos, al igual que el organismo sólo se cura desde su interior. Y como Dios ha derramado su Espíritu en nuestros corazones, éste puede transformarnos desde dentro: «Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas». El Dios que nos ha creado no está lejos de nuestro fondo más íntimo, ni es ajeno a él; Dios tiene la llave de nuestra intimidad más secreta. Quizá sólo con el paso del tiempo nos demos cuenta de que Dios trabaja ya en nosotros desde hace mucho tiempo.

2. Crecimiento de la vida interior.

Y así crecemos en los sentimientos o actitudes que la segunda lectura exige de nosotros: porque pertenecemos a Cristo, debe prevalecer en nosotros la alegría; porque no podemos curarnos a nosotros mismos ni realizarnos plenamente desde nosotros mismos, debemos rezar, dar gracias a Dios y hacer sitio al Espíritu que actúa en nosotros; no debemos menospreciar la enseñanza que viene de Dios -¡cuántas veces la dejamos de lado porque creemos que ya no tenemos nada que aprender!-; hemos de aprender a distinguir el bien del mal y, dejando hacer a Dios, no pasivamente sino activamente, dar al Espíritu que habita en nosotros la oportunidad de actuar. Como contrapartida, se nos promete la paz de Dios en todo nuestro ser, que aquí aparece dividido en tres aspectos: nuestro cuerpo, nuestra alma y, más allá de ellos, nuestro espíritu, es decir, precisamente esa profundidad secreta de nuestro yo donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual él puede entrar en su propiedad.

3. Distancia como proximidad.

El que es consciente de esto puede, como el Bautista en el evangelio, ser testigo de la luz de Dios y a la vez negar tenaz y rotundamente que él sea la luz. Está muy lejos de querer decir que él sea la luz en lo más profundo de sí mismo, no es la luz ni siquiera en la chispa más íntima de sí mismo, donde su espíritu está en contacto con el Espíritu de Dios. Cuanto más se acerca el hombre a Dios para dar testimonio de él, tanto más claramente ve la distancia que existe entre Dios y la criatura. Cuanto más espacio deja a Dios dentro de sí, tanto más se convierte en un puro instrumento de Dios: una «voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor». Cuanto más trata Dios a la Madre de su Hijo como su morada, más se siente ella como la «humilde esclava». El Bautista, al que se pregunta en el evangelio con qué autoridad bautiza, distingue finalmente: Yo bautizo con agua, pero aquel del que yo doy testimonio bautizará con el Espíritu Santo; y aunque Jesús le considerará como el mayor de los profetas, él se siente indigno de desatar la correa de su sandalia. «Tú puedes llamarme amigo, pero yo me considero siervo» (SanAgustín).
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 126 s.)

 

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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, S.J. - Juan Bautista, el Precurcor

Nuevamente el evangelio de hoy nos pone en presencia de este singular personaje que es Juan Bautista: "Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz". Quizás nos resulte extraña esta metáfora de la luz. Pero de hecho la liturgia concibe la Navidad como un misterio de luz, de iluminación. Antes de la venida de Cristo, el mundo estaba oprimido por las tinieblas del demonio. Es cierto que el Antiguo Testamento introdujo un asomo de claridad en el espesor de esas tinieblas, sobre todo mediante la predicación de los profetas, que anunciaron para el futuro la irrupción en la historia de una luz salvadora. Con todo, la noche siguió siendo tenebrosa hasta que el Hijo de Dios hizo su entrada en la tierra. Decíamos que la liturgia nos presenta la Navidad como una victoria de la luz sobre las tinieblas. Cristo que nace es como una chispa que surge de la oscuridad. En la noche de Navidad brotó la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Consiguientemente, el mundo se transfiguró. Por eso nos refiere la Escritura que cuando los ángeles anunciaron el nacimiento en los campos de Belén "la gloria del Señor envolvió a los pastores en claridad". En Cristo estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres, leemos en el prólogo del cuarto evangelio. Decir, pues, que el Hijo de Dios ha nacido, es decir que la luz ha brillado sobre la tierra.

En este crescendo de luz que va del Antiguo Testamento al nacimiento de Jesús, Juan Bautista ocupa un lugar privilegiado. "Él no era él la luz, sino testigo de la luz", afirma el evangelio de hoy. Cristo mismo, al referirse luego a San Juan, diría que era una antorcha ardiente. De ahí la humildad del Bautista: conviene que El crezca y que yo disminuya. San Juan que decrece puede ser comparado con la antorcha que se extingue a la llegada del sol que es Cristo. Nadie que no sea un insensato mantendría encendida una antorcha en pleno día. Y no porque desprecie la antorcha sino porque ya no la considera necesaria. Tal es la grandeza y tales son los límites del precursor.

Este es, en resumen, amados hermanos, el significado de la gran metáfora de la luz y las tinieblas, a la que recurrió la Escritura y la Tradición para explicar el misterio del nacimiento del Señor. Las tinieblas que cubrían el Antiguo Testamento comenzaron a disiparse con la luz -tenue aún- de los profetas. Luego brilló la antorcha precursora. Hasta que finalmente amaneció Cristo, Sol nacido de lo alto para iluminar a los que estaban sentados en las tinieblas de la muerte. La primitiva Iglesia nutrió su piedad en esta idea de Cristo-Luz. Y dicha piedad cristalizó en una fórmula del Concilio de Nicea inserta en el Credo que aún hoy rezamos: "Creo en un solo Señor Jesucristo..., Dios de Dios, Luz de Luz".

Volvamos al protagonista del evangelio de hoy, a Juan Bautista. El domingo pasado lo consideramos en su oficio de "amigo del esposo". Hoy nos limitaremos más bien al contenido de su predicación, atendiendo a dos de sus mensajes fundamentales:

Su primer anuncio: Se acerca el Reino de Dios. Tal fue, según vimos, el oficio principal del Bautista: preparar el camino al Rey-Mesías. Oficio ya anunciado por los profetas del Antiguo Testamento: "Una voz proclama: Preparad en el desierto el camino del Señor, trazad en la estepa una calzada para nuestro Dios", leíamos el domingo pasado; o también: "He aquí que voy a enviar mi mensajero, que preparará el camino delante de mí, e inmediatamente después vendrá a su templo el Señor". Jesús mismo explicaría luego que era el Bautista a quien apuntaba este último texto profético: "Comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre... Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de tu rostro, que preparará tus caminos delante de ti".

No sé si alguna vez, amados hermanos, han pensado que todos tendríamos que tener algo de precursor. Cada uno de nosotros debería pensar, como Juan, que "detrás de mí viene el que es más poderoso que yo". Cada uno, cualquiera fuere el lugar que ocupa en la Iglesia, puede anunciar el reino que se acerca, puede preparar el camino del Señor: una madre a su hijo, un profesor a su alumno y, ¿por qué no?, un alumno a su profesor. Cada uno de nosotros debería ser una gracia de Dios puesta al paso de los demás, sobre todo de los que nos rodean. Por el solo hecho de nuestro Bautismo, se nos impone el deber del apostolado, llamados a ser los heraldos, los pobres heraldos del Reino: Se acerca el Reino de Dios. Conciencia de que Otro viene detrás de mí.

Así era Juan, la voz de Cristo. "Yo soy una voz que grita", nos dice en el evangelio de hoy. Su única preocupación era hablar de Cristo. Por eso renunció al matrimonio, a los hijos, a sus hermanos, a los placeres de la vida, no cultivó campos ni se dedicó a negocios mundanos. Porque era un obsesionado del Reino. Porque todo en él era voz. Voz que grita, incluso en el desierto, aun sabiendo que no sería escuchado.

Tal es, pues, el primer anuncio de Juan: Se acerca el reino de Dios.

Y su segundo mensaje. En medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis. Juan ha vivido tan sólo para manifestar a Jesús, para señalar con el dedo la Epifanía de Dios: Este es el Cordero de Dios. "Yo no le conocía -dijo- más he venido para que fuese manifestado a Israel... Y yo vi, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios".

El mensaje del Bautista, atravesando la opacidad de los siglos, llega hasta nosotros con toda su rudeza original: "en medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis". Es cierto. Muchas veces pasamos junto a Cristo y... seguimos de largo, porque estamos distraídos, porque escamas de carne cubren los ojos de nuestra fe, porque no somos capaces de reconocer al Señor que bajo diversas formas ha querido sobrevivir entre nosotros. Cristo que habita en nuestros corazones por la gracia: "Ya no vivo yo sino Cristo vive en mí;"; "Yo en ellos y ellos en mí'. Cristo que está en la Jerarquía: "Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos"; "el que a vosotros oye a mí me oye". Cristo que se hace presente en la proclamación de la Palabra: cuando se lee la Escritura es El quien habla. Cristo que integra la comunidad: "Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos". Cristo que está en el sacramento de la Penitencia: yo te perdono, dice el sacerdote personificando al Señor. Cristo que está en los pobres: "Tuve hambre y me disteis de comer". Cristo que está sobre todo en la Eucaristía: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo". ¡Cuántas maneras de perdurar Cristo entre nosotros! Pongámonos, pues, en la escuela del Bautista que nos dice: "En medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis". Y que nos lo señale con el dedo: Este es el Cordero de Dios.

Dos enseñanzas fundamentales de Juan Bautista llegan, pues, hoy hasta nosotros. "Se acerca el Reino de Dios" y "En medio de vosotros hay alguien a quien no conocéis". En la Eucaristía estos dos mensajes alcanzan su sentido plenario. Porque mediante ella no sólo se acerca a nosotros el Reino de Dios, sino que penetra en nuestro interior, cumpliéndose de manera admirable aquella petición del Padrenuestro que rezamos precisamente antes de comulgar: "Venga a nosotros tu reino". Y se cumple también el segundo de los mensajes del Bautista ya que, gracias a la Eucaristía, el Señor, velado por las especies del pan y del vino, pero realmente presente, se coloca en medio de nosotros para unirnos a El de la manera más íntima posible y para cohesionarnos estrechamente en la comunión de su Iglesia.
(SAENZ A.,PALABRA y Vida, Ciclo B, Tercer Domingo de Adviento,Gladius Buenos Aires 1993, 17-20)

 

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. El testimonio de Juan

 Juan vino para dar testimonio de la luz, es decir, de Jesús . Y hoy como ayer Juan sigue dando testimonio de Jesús y muchos prefieren las tinieblas.

Y ¿cuál es el testimonio de Juan?

 Juan testimonia que Jesús es el Mesías .

¿Dónde dice eso Juan? Lo dice indirectamente en el Evangelio de hoy a los enviados de los judíos y deja una clave para decírselos abiertamente si la toman.

"Yo no soy el Cristo, ni Elías, ni el profeta". Entonces, quién eres: "Yo soy la voz del que clama en el  desierto". Juan es la voz de la que profetizó Isaías  que debía preparar el camino de Dios. Alusión a que él debe preparar el camino al Mesías. Juan vino a dar testimonio de la luz. Da un testimonio claro de que él no es el Cristo, ni Elías, ni el Profeta. Es la voz que clama en el desierto para preparar el camino al Cristo. No es digno de desatar la correa de sus sandalias. Su bautismo es preparatorio para la venida del Cristo.

¿Cómo es su testimonio?

Es un testimonio claro. El sólo tiene la misión de preparar el corazón de los hombres para que reciban a Cristo y su bautismo, su luz, su salvación.

Es un testimonio sincero. Juan no aprovecha la oportunidad para que lo proclamen Mesías y eso que muchos creían que era el Mesías.

Es un testimonio veraz. Se tiene por lo que es y proclama al Mesías como es.

Pero la clave para recibir al Mesías está en las siguientes palabras: "Rectificad el camino del Señor", es decir, la conversión. Si no hay un corazón dispuesto, la luz no puede entrar en él e iluminar.

Y continúa diciendo Isaías "que todo valle sea elevado y todo monte y cerro rebajado" . Juan predicaba la esperanza, "en medio de vosotros está uno a quien no conocéis" , esperanza al anhelo de Israel. Esperanza transformada en gozo por la parusía del Señor. Por otra parte, Juan predicaba hacerse un corazón humilde y lo trasmitía por su propia persona: al "que viene detrás de mí, yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia".

Juan les enseña que él no es el Mesías y que el Mesías está ya presente en medio de su pueblo. Tienen que prepararse un corazón dispuesto y El los iluminará.

Al día siguiente Juan estando con sus discípulos, que tenían un corazón humilde como su maestro, les dio  un testimonio explícito: "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" ... "yo le he visto y doy  testimonio de que ese es el Ungido de Dios" .

Juan era la antorcha, Cristo es la Luz. Juan era la voz, Cristo es la Palabra. Juan es ejemplo de humildad y el mayor de los nacidos de mujer . Juan vive plenamente su vocación, ser la voz que clama en el desierto.


Nosotros somos tinieblas y debemos recibir la antorcha para que nos llegue la Luz. Nuestra sordera desaparecerá si escuchamos la voz que nos trae la Palabra. No busquemos grandezas que superan nuestra capacidad, conformémonos con nuestra vocación. No nos quedemos en la voz, recibamos la Palabra. Hoy muchos se quedan con la voz y pierden la Palabra. No debemos seguir a los que son mediadores sino a Cristo. Muchas deserciones y escándalos surgen porque nos encontramos con voces defectuosas. La Palabra es perfecta, a Ella debemos buscar.

Y cuando tengamos que ser voces, seamos voces fieles de la Palabra y trasmisores que ocupen su lugar correspondiente, medio y no fin, de los que escuchan nuestra voz. Juan dio testimonio de sí mismo, dio testimonio de Jesús y Jesús dio testimonio de Juan. El testimonio de Juan sobre sí mismo fue sincero, el de Cristo fue perfecto y el de Cristo sobre Juan también fue perfecto.

Debemos conocernos sinceramente, conocer quiénes somos, porque esa es la base de nuestra vida sobrenatural. Reconocer humildemente lo que somos. Saber quién es Cristo, es decir, ser conscientes que Cristo es nuestra vida y todo para nosotros.

Aceptar lo que Cristo dice de nosotros. Somos lo que somos delante de Cristo. Él nos conoce y puede dar testimonio de lo que somos.


Juan nos da ejemplo de humildad y nos hace reflexionar sobre nuestro orgullo. ¡Cuántas veces nos manifestamos y aún nos creemos lo que no somos! Esto es perjudicial para nosotros porque no nos deja crecer espiritualmente y no nos ayuda para ser lo que tenemos que ser ante Cristo que tiene poder para hacernos lo que debemos ser.

(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)

  

 

Ejemplos

Testimonio verdadero

Empaparnos de Jesús

 

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