Domingo 2 de Adviento C: Comentarios de Sabios y Santos II para preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su disposición
Santos Padres: San Ambrosio - La predicación de San Juan Bautista
Aplicación:
P. Alfredo Sáenz, SJ. - La voz que clama
Aplicación: Benedicto XVI - Segundo Domingo de Adviento
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La conversión del corazón, Lc 3,
1-6
Aplicación: Directorio Homilético - Segundo domingo de Adviento
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Santos Padres: San Ambrosio - La predicación de San Juan Bautista
67. Vino la palabra de Dios sobre Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto.
Antes de congregar a la Iglesia, el Hijo de Dios obra en su servidor. Bien
ha hecho San Lucas al mostrar que la Palabra de Dios vino sobre Juan, el
hijo de Zacarías, en el desierto; pues la Iglesia comenzó no por un hombre,
sino por el Verbo. Ella misma es el desierto, pues los hijos de la desertada
son más numerosos que los de la esposa (Is 54, 1). Por eso se le ha dicho:
Alégrate, estéril (ibíd.) y alborózate, desierto (ibíd., 3, 9), pues no
había sido cultivada todavía por el trabajo de un pueblo de extranjeros, y
estos árboles que podrían dar frutos no habían llegado aún a la cima de sus
méritos. No había venido todavía el que había de decir: Soy como un olivo
fértil en la casa del Señor (Sal 51, 10); la viña celestial no garantizaba
aún los frutos a sus sarmientos (Jn 15, 1) por el canal de sus palabras.
Vino, pues, la Palabra, para que lo que antes era desierto produjese para
nosotros frutos; vino la Palabra y siguió la voz; pues el Verbo (la Palabra)
obra antes interiormente, y luego la voz hace su misión. Por esto David
dice: He creído, puesto que he hablado (Sal 115, 1): ha creído primero para
poder hablar.
68. Vino, pues, la Palabra, para que San Juan Bautista predicase la
penitencia. Y de este hecho muchos aplican a San Juan la figura de la Ley,
porque la Ley ha podido denunciar el pecado, pero no perdonarlo; pues la
Ley, a los que van por los caminos de los gentiles, los aparta del error,
los preserva del crimen, les aconseja la penitencia, para que consigan la
gracia. Luego la Ley y los Profetas han durado hasta Juan (Lc 16, 16), y
Juan es el Precursor de Cristo. Así la Ley anuncia a la Iglesia, como la
penitencia a la gracia. Bien ha hecho San Lucas en ser breve para proclamar
a Juan como profeta, al decir que sobre él descendió la palabra de Dios, sin
añadir otra cosa : pues no hay ninguna necesidad de traer pruebas de uno
mismo cuando abunda en él la palabra de Dios. No ha dicho más que una
palabra que lo explica todo.
69. Por el contrario, San Mateo y San Marcos han querido mostrar al profeta
en su vestido, en su cinto, en su comida, puesto que él tuvo un vestido de
pieles de camellos, y un cinto de cuero sobre sus riñones, y se alimentaba
de langostas y de miel silvestre. El Precursor de Cristo no soportaba dejar
perder los despojos de las bestias inmundas y, por el signo de su propio
vestido, presagiaba la venida de Cristo, que, tomando sobre sí la
monstruosidad, impregnada de las manchas de nuestras acciones innobles, de
los pecados de la gentilidad inmunda, se despojaría sobre el trofeo de la
cruz del vestido de nuestra carne.
70. Mas ¿ qué quiere decir este cinto de cuero, sino que esta carne que
hasta entonces había tenido la costumbre de gravar al alma, ha comenzado,
después de la venida de Cristo, a ser, no un impedimento, sino un cíngulo?
Pues, según David, hemos colgado en los sauces las liras (Sal 136, 2), y,
según el Apóstol, no tenemos confianza en la carne y la tenemos en el
cuerpo, no la tenemos en los placeres, la tenemos en los sufrimientos,
estando animados por un sentimiento de fervor espiritual y preparados para
ejecutar todos los mandamientos del cielo por la devoción del alma bien
orientada y por la disposición del cuerpo bien equipado.
71. Aun el mismo alimento del profeta indica su misión y anuncia el
misterio. ¿Existe algo tan inútil y vano para el hombre que buscar
langostas, y algo tan fecundo al misterio del profeta? Cuanto las langostas
son más desprovistas de utilidad, impropias para cualquier uso, fugaces al
tacto, saltando de aquí para allá, y estridentes, tanto más convienen y son
aptas para figurar al pueblo de las naciones que, sin trabajo útil, sin obra
fructuosa, sin ponderación, emiten el sonido inarticulado de sus murmullos e
ignoran la palabra de vida. Este pueblo es, pues, la comida de los profetas;
pues cuanto más numeroso es el pueblo que se reúne, más crece y abunda la
cosecha de los labios del profeta. La suavidad de la Iglesia es también
prefigurada en la miel silvestre, que no se encuentra en las rocas de la
Ley, como producida por el pueblo judío, sino esparcida por los campos y
arbustos de las selvas por el error de los gentiles, según se ha dicho: La
encontramos en los campos de las selvas (Sal 131,6).
72. Y éste comía la miel silvestre para anunciar que los pueblos serían
saciados con la miel de roca, como está escrito: Y los sació con la roca de
miel (Sal 80, 17). Así también los cuervos alimentaban a Elías en el
desierto con un alimento que ellos le traían y con una bebida que ellos le
procuraban, signo de que los pueblos de las naciones, repugnantes por la
negrura de su conducta, que hasta entonces buscaban su comida en los
cadáveres fétidos, ofrecerían ahora a los profetas su alimento; pues la
comida de los profetas es el cumplimiento de la voluntad divina, como lo ha
declarado el mismo Señor con estas palabras: Mi comida es hacer la voluntad
de Aquel que me ha enviado (Jn 3, 34).
73. Una voz grita en el desierto. Está bien llamar voz a San Juan, el
Precursor del Verbo. Pues el mismo Juan, a la pregunta: ¿Qué dices de ti
mismo?, ha respondido: Yo soy la voz que clama en el desierto (Jn 1, 22). Y
por eso dijo: el que viene en pos de mí ha sido hecho antes que yo, porque
la voz, que es inferior precede; después viene el Verbo, que es superior.
Por eso ha querido también ser bautizado por Juan, porque entre los hombres
el Verbo tiene su consagración en la palabra del doctor. Puede ser también
que Zacarías haya recobrado la voz por haber nombrado la voz.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.2, 67-73, BAC
Madrid 1966, pág. 124-28)
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Aplicación: P. Alfredo Sáenz, SJ. - La voz que clama
Ya se aproxima el día y es precedido por la aurora. Ya las tinieblas se
disipan, porque está cerca de nosotros la Luz. El presagio de este nuevo día
es el Bautista. Es él quien se coloca entre los dos Testamentos, como
síntesis del Antiguo y como alborada del Nuevo. Es en él donde parecen
sintetizarse la Ley y los Profetas en la espera de algo nuevo y más
perfecto: la Nueva Ley Evangélica. Es él como la voz de la conciencia del
antiguo hombre que quiere levantarse en la expectativa de otra vida. Es la
voz restauradora de la conciencia natural en busca de la perfección que
obrarán en ella la gracia y la caridad.
Se acerca la Luz, se acerca la Palabra de Dios, y Juan el Bautista es su
heraldo, su pregonero. Juan anuncia el Reino y prepara los corazones para
ingresar en él por medio de la penitencia. Es el interlocutor entre Dios y
cada una de las conciencias. Tiene a su favor, que toda la verdad que
predica, se asienta beneficiosa en cada alma y produce un efecto
contundente, ya que cada alma tiene la propia voz interior que grita el
cambio de conducta. Sin ambages, el Predicador del Jordán habla de lo que es
bueno y lo que es malo. No se deja guiar por respetos humanos, aunque no por
ello deja de ser prudente. Tiene a su favor el tiempo de gracia que se
acerca: la venida del Mesías...
Con todo, no hemos de confundimos, como muchos lo hicieron en su tiempo. El
no es la Palabra, sino sólo su instrumento, mediante el cual Ella quiere ser
predicada. La voz es el elemento transmisor de la palabra entre los
hombres. Dice San Agustín: "El sonido de la voz conduce a tu espíritu la
inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado a la
comprensión de la idea, se desvanece y pasa...". Una vez que la voz ha
cumplido su cometido, una vez que ella ha servido de puente entre dos
espíritus, desaparece. Es por eso que el Bautista dice: "Es preciso que Él
crezca y que yo disminuya".
Juan es el amigo del esposo, que le presenta a la esposa reconvenida y
purificada con la penitencia. Es él la voz clama-dora que quiere ver con
cierta urgencia a las almas preparadas para lo que ha de venir. Una vez
asentada la lejía de la penitencia en cada hombre, queda el camino expedito
para el perdón que trae Cristo Jesús.
Predica en el desierto
El desierto es un lugar amplio, despojado de toda belleza y verdor. El
desierto es austero, desolador y en él viven innumerables alimañas. Puede
significarnos el campo de este mundo que se ha olvidado de vivir según Dios,
Cuando los hombres no viven la vida de la gracia, se parecen A este lugar
despejado, sin vida, sin verdura y sin frutos. Pero el Señor ha venido para
hacer de nuestras almas otro paraíso donde El quiere recrearse. En este
Adviento, tiempo de preparación para su presencia entre los hombres, nos
preparamos para vivir su vida, no con una medida mezquina, sino para
vivirla en abundancia, como Él quiere. El mundo, cuando se olvida de Dios,
no sabe dar razón de sí, perdiendo su belleza y esplendor. Se parece a un
páramo desolado. Cuando el hombre se olvida de Dios, se convierte en algo
similar al desierto. Cuando las almas, plantíos del Señor, viña mística,
cuidada y regada por el Divino Hortelano, se olvidan de su dignidad, se
olvidan de vivir la vida divina, se transforman en viñas desoladas, en
plantíos devastados. Con la presencia del Bautista, esa voz que dama en el
desierto, la Iglesia nos viene a decir en este Adviento que hemos de
preparamos para dejar lo que tengamos de desierto en nuestras vidas, y por
la obra de Jesús, nos transformemos en paraísos vivientes, donde se
descubre belleza, vida, gracia y frutos de buenas obras.
Hemos de preparar el camino para el Señor: "allanad sus senderos, los valles
serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas, serán
enderezados los senderos sinuosos..." Es decir, todo aquello que no condiga
con la voluntad amorosa de Dios, debe ser transformado. Nuestro amor propio
debe ser abajado, los baches de nuestra pereza rellenados, las sendas
tortuosas de nuestros malos hábitos cambiadas. Y hemos de estar seguros que
Dios, Supremo Artífice de obras terminadas, acabará la obra comenzada.
La voz nos clama
El Bautista no ha dejado de predicar, lo sigue haciendo. Por eso la Iglesia
nos lo presenta para nuestra reflexión. Hoy parece suponerse que la
penitencia ha perdido su sentido. A veces se piensa en ella como si se
tratase de una idea trasnochada, una idea propia de tiempos pasados, que hoy
ya hemos superado. Incluso se la considera como una práctica directamente
mala, que atenta contra el cuerpo, una especie de masoquismo con visos de
piedad. Otras veces se la concibe como algo contrario a la alegría de vivir,
como contrario a la expansión licita del hombre. Nada más trasnochado y
carente de verdad que todo esto. Al mundo de hoy le cuesta aceptar la
enseñanza del Bautista acerca de la penitencia, posteriormente retomada por
el mismo Señor Jesucristo, como condición para entrar en el Reino. Es
cierto que la penitencia es como una puerta por la cual nos cuesta ingresar;
pero si la abrimos, encontrarnos el Misterio del Reino de Cristo. Cuando el
hombre entrando por ella se achica, se empequeñece por la humildad,
entonces recién le es posible descubrir el mundo sobrenatural que le concede
la misericordia de Dios.
¿Por qué el mundo contemporáneo ha perdido la práctica de la penitencia? En
primer lugar diríamos que el hombre de hoy se ha acostumbrado a vivir bajado
de la Cruz; vive mirando hacia abajo, en el conformismo apetente de los
bienes de consumo. Es un mundo hedonista, que busca la satisfacción en el
placer por el placer mismo. A este hombre le costará hacer penitencia,
porque la conciencia cauterizada ha perdido la noción de lo que es el pecado
como ofensa a Dios. ¿Cómo hacer penitencia de algo que no me duele
moralmente, y que me parece hasta natural, o si me duele, ya que la voz de
la conciencia nunca se extingue del todo, me duele muy poco?
Una de las grandes conquistas del demonio es haber logrado que el hombre
pierda el sentido del pecado. Pío XII lo decía de esta forma: "Tal vez hoy,
el más grande pecado del mundo es que los hombres han comenzado a perder el
sentido del pecado". La pérdida de la verdadera dimensión de este mal es que
se ha perdido la noción de Dios. Vivimos en una crisis de fe, pero también
de enfriamiento de la caridad. El que ama, se duele de ofender a aquel que
ama. Por eso nos hemos de preguntar: ¿Quién es Dios para mí?, ¿quién soy yo
delante de Él?, ¿me causa dolor realmente ofenderlo? Nos hemos alejado de
una ubicación humilde y respetuosa frente al Todopoderoso de quien
dependemos en todo. Bien decía Pablo VI que "con el olvido de Dios y dé'
nuestras relaciones con Dios, que nos urge mediante su ley moral(a obrar
responsablemente ante Él, cae también el sentido del pecado".
Al perder la claridad sobre estas nociones: Dios, el pecado como ofensa, la
gracia, el hombre va perdiendo también la noción de su verdadera dignidad de
hijo de Dios. A lo mejor buscará exaltar su libertad diciendo que es libre
de hacer lo que quiera, lo que a él se le venga en gana, pero al obrar lo
malo, por libre que se crea, se va esclavizando y degradando en su ser
íntimo. La mala valoración del pecado, lleva como de la mano a la falsa
valoración de la libertad. Así se dilapidan los dones recibidos de Dios,
como aquel hijo pródigo que se fue de la casa paterna en búsqueda de otros
amores. Creyó haber encontrado lejos de Dios su felicidad, pero ésta era
sólo engaño.
Nunca debemos abandonar la penitencia porque ella es salvífica. Cuando el
pecador se anima a caminar por ella, doliéndose sinceramente de sus pecados,
ya está caminando hacia el puente que lo conduce a la orilla de la
misericordia y del perdón. Cuando falta este dolor, esta contrición,
entonces damos rodeos sin acercamos al perdón. Dios quiso venir al hombre
por medio de la Humanidad Salvadora de Cristo. Ella es la expresión máxima
del amor que el Padre nos tiene a través de su Hijo. Ella es el "puente" que
nos conduce por medio de la penitencia al Reino y sus realidades presentes y
futuras.
Lo mejor que le podría suceder al hombre de hoy es que aparezcan otros
predicadores como Jonás de Nínive y Juan del Jordán, que proclamen a viva
voz la conversión. Porque el pecado es la peor miseria que subyace en el
corazón. Hoy se opta por los pobres, los marginados sociales, los enfermos;
todas opciones válidas, pero hemos de reconocer que el de peor condición es
el pobre pecador. Por los pecadores se ha encarnado el Verbo y realizó su
hecho salvífico. Con su pasión, muerte y resurrección, nos liberó de la
culpa y la pena eterna.
Debemos animamos a abrir con el picaporte de la penitencia j la puerta que
nos conduce al Reino. De nuestra parte se espera la acción de abrir,
doliéndonos de nuestros pecados; por la otra esperamos la respuesta
perdonadora de un Dios misericordioso. Esta es la manera de entrar al mundo
de las realidades espirituales, al Reino de su amor y luz, al Reino de la
alegría y de la paz de la conciencia.
Ojalá que otros Bautistas nos anuncien siempre las cosas del Reino con el
rótulo que verdaderamente lo define, no con el rótulo que el hombre quiso
ponerle. Ojalá que siempre se llame a la gracia, gracia y vida; y al pecado
se lo llame por su nombre, significándonos la muerte. Ojalá se anuncie
siempre la necesidad de la penitencia y el efecto que esta medicina produce
en el alma. Es propio del coraje anunciar las cosas como son: "Aprended a
pensar o a hablar y a obrar según los principios de la sencillez y claridad
evangélica: «sí, sí, no, no». Aprended a llamar blanco al blanco y negro al
negro; mal al mal y bien al bien. Aprended a llamar pecado al pecado y no
llamarlo liberación y progreso, aunque toda la moda y la propaganda fueran
contrarias", les decía una vez Juan Pablo II a jóvenes universitarios.
Salvar al pecador no es ocultarle la enfermedad del alma, sino procurar que
la reconozca para que aplique la medicina adecuada.
El Bautista no sólo nos viene a enseñar con su predicación, sino también con
todo el ejemplo de su vida. Todo en él es una voz que dama. La voz de su
vida toda es para nosotros un ejemplo, puesto que toda su vida fue un crecer
para perfeccionarse en la vida de Dios. No en vano leemos que "el niño
crecía y se fortalecía". Él nos intima a luchar por nuestra perfección y la
de todo el mundo. Sigamos su ejemplo.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994,
p. 13-18)
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Aplicación: Benedicto XVI - Segundo Domingo de Adviento
Queridos hermanos y hermanas:
En este segundo domingo de Adviento, la liturgia propone el pasaje
evangélico en el que san Lucas, por decirlo así, prepara la escena en la que
Jesús está a punto de aparecer para comenzar su misión pública (cf. Lc 3,
1-6). El evangelista destaca la figura de Juan el Bautista, que fue el
precursor del Mesías, y traza con gran precisión las coordenadas
espacio-temporales de su predicación. San Lucas escribe: "En el año quince
del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y
Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de
Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y
Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el
desierto" (Lc 3, 1-2). Dos cosas atraen nuestra atención. La primera es la
abundancia de referencias a todas las autoridades políticas y religiosas de
Palestina en los años 27 y 28 d.C.
Evidentemente, el evangelista quiere mostrar a quien lee o escucha que el
Evangelio no es una leyenda, sino la narración de una historia real; que
Jesús de Nazaret es un personaje histórico que se inserta en ese contexto
determinado. El segundo elemento digno de destacarse es que, después de esta
amplia introducción histórica, el sujeto es "la Palabra de Dios", presentada
como una fuerza que desciende de lo alto y se posa sobre Juan el Bautista.
Mañana celebraremos la memoria litúrgica de san Ambrosio, el gran obispo de
Milán. Tomo de él un comentario a este texto evangélico: "El Hijo de Dios
—escribe—, antes de reunir a la Iglesia, actúa ante todo en su humilde
siervo. Por esto, san Lucas dice bien que la palabra de Dios descendió sobre
Juan, hijo de Zacarías, en el desierto, porque la Iglesia no tiene su origen
en los hombres sino en la Palabra" (Expos. del Evangelio de Luca s 2, 67).
Así pues, este es el significado: la Palabra de Dios es el sujeto que mueve
la historia, inspira a los profetas, prepara el camino del Mesías y convoca
a la Iglesia. Jesús mismo es la Palabra divina que se hizo carne en el seno
virginal de María: en él Dios se ha revelado plenamente, nos ha dicho y dado
todo, abriéndonos los tesoros de su verdad y de su misericordia. San
Ambrosio prosigue en su comentario: "Descendió, por tanto, la Palabra, para
que la tierra, que antes era un desierto, diera sus frutos para nosotros" (
ib. ).
Queridos amigos, la flor más hermosa que ha brotado de la Palabra de Dios es
la Virgen María. Ella es la primicia de la Iglesia, jardín de Dios en la
tierra. Pero, mientras que María es la Inmaculada —así la celebraremos
pasado mañana—, la Iglesia necesita purificarse continuamente, porque el
pecado amenaza a todos sus miembros. En la Iglesia se libra siempre un
combate entre el desierto y el jardín, entre el pecado que aridece la tierra
y la gracia que la irriga para que produzca frutos abundantes de santidad.
Pidamos, por lo tanto, a la Madre del Señor que nos ayude en este tiempo de
Adviento a "enderezar" nuestros caminos, dejándonos guiar por la Palabra de
Dios.
(Ángelus, II Domingo de Adviento, Plaza de San Pedro, 6 de diciembre de
2009)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La conversión del corazón,
Lc 3, 1-6
El mensaje del Evangelio es: preparad el corazón para recibir a Dios a
través de Jesús en Belén. Es un encuentro con Jesús. Todo se manifiesta en
Jesús. Todos ven la salvación de Dios que es Jesús, el Salvador, el que da
la salud. “Todos” porque la salud de Jesús es para todos.
Jesús no puede sanar al que no le entrega el corazón. La conversión se
resume en esto: entregar el corazón a Dios. Él hará todo pero no puede hacer
nada si no le entregamos el corazón.
Allanar los valles de los corazones hinchados que no se quieren entregar
porque se consideran llenos. Elevar los valles de los corazones que no se
quieren entregar porque tienen miedo de sus miserias. Enderezar los
corazones que no se quieren entregar porque están desviados hacia las
criaturas.
La misión de Juan será animar a los hombres para que pongan el corazón
delante de Jesús-Niño y en una perspectiva escatológica delante de Jesús
Juez.
Todo el adviento es una exhortación a poner delante de Jesús nuestro corazón
enfermo. Delante, sin decoros. Delante como es, con toda la veracidad del
caso.
Juan es el enviado para animarnos a manifestarnos delante de Jesús tal como
somos. Juan será también cualquier persona que nos lleve hasta Jesús.
Ver la salvación y abrazarse a ella. Asimilarla en nuestro corazón. Ver y
conocer. Relacionarse con la salvación. Tener intimidad con Jesús Niño para
que nos transforme, para que nos convierta, para que nos sane y para que
nunca dejemos de vivir en la visión de la Salud que es anticipo de la vida
eterna.
Juan proclama “un bautismo de conversión para perdón de los pecados”.
Mateo pone en boca de Juan “convertíos porque ha llegado el Reino de los
cielos”, Lucas: “dad, pues, frutos dignos de conversión”.
La conversión, cambio de mente, designa renuncia al pecado, una penitencia.
Este pesar que mira al pasado, va acompañado normalmente de una conversión
por la que el hombre se vuelve hacia Dios e inicia una nueva vida.
Penitencia y conversión son la condición necesaria para recibir la salvación
que trae el Reino de Dios.
Juan Bautista pide la conversión en vistas a la venida de Jesús.
Si bien en nosotros ha habido una conversión cuando nos dimos cuenta de la
necesidad de abrazar la religión, siempre es necesaria la conversión a Dios
para mejorar en lo mal hecho y acercamos más a Jesús.
Hay que tender a la segunda conversión que implica entregamos totalmente a
la religión.
Jesús es modelo de hombre religioso y estamos llamados a imitarlo. Jesús es
el hombre totalmente entregado a las cosas de Dios, a la religión. Los
santos lo han imitado. Cuando uno conoce a Jesús, que es la misericordia del
Padre hecha carne, vive en permanente conversión.
El adviento es un tiempo propicio para la conversión. Es un tiempo para
entrar en sí mismo y ver qué hay que cambiar, para ver cómo es mi relación
con Jesús. Si soy perfecto no necesito conversión, pero no soy perfecto,
entonces, qué tengo que cambiar.
“En la oración se verifica la conversión del alma hacia Dios y la
purificación del ojo interior”. Como la conversión del hijo pródigo que se
inicia cuando el joven reflexionó.
Quizá nos convertimos o comenzamos a venir a la Iglesia siendo jóvenes. Pero
a pesar de los años si el alma se mantiene joven puede y debe seguir su
conversión.
La conversión implica muerte a nosotros mismos, a nuestro modo de pensar
para dejar lugar al querer de Dios. Por eso la primera señal de la
conversión es humillarse, es decir, colocar antes que nosotros mismos, la
soberanía de Dios.
Muchas veces se pide que las homilías sean algo concreto y está bien pero no
se debe caer tampoco en venir a buscar una receta al problema particular. En
el caso presente el Evangelio nos manda la conversión. En qué... cada uno
tiene que volverse en sí, reflexionar, enfrentarse a la realidad de su alma
frágil y pecadora y ver concretamente que hay que cambiar en vistas al
encuentro con Jesús que viene.
Notas
3, 2 3. 8
Nota de la Biblia de Jerusalén a Mt 3, 2. Usamos la Biblia de Jerusalén,
Desclée de Brouwer Bilbao 19983. En adelante Jsalén. Cf. Juan Pablo II,
Carta Encíclica Dives in misericordia nº 13, Paulinas Buenos Aires 1980,
56-7. En adelante DM Santo Tomás de Aquino, Catena Áurea, Mateo (I)…, San
Agustín a Mt 6, 7-8, 170. En adelante Catena Áurea… Cf. Lc 15, 17 Cf.
Lagrange, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 20032, 63
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Aplicación: Directorio Homilético - Segundo domingo de Adviento
CEC 522 - 524, 711-716, 722: los profetas y la espera del Mesías
CEC 717-720: la misión de Juan Bautista
522 La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso
que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y
símbolos de la "Primera Alianza"(Hb 9,15), todo lo hace converger hacia
Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en
Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún
confusa, de esta venida.
523 San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch 13, 24) inmediato del Señor,
enviado para prepararle el camino (cf. Mt 3, 3). "Profeta del Altísimo" (Lc
1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc 7, 26), de los que es el
último (cf.Mt 11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch 1, 22;Lc 16,16);
desde el seno de su madre ( cf. Lc 1,41) saluda la venida de Cristo y
encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn 3, 29) a quien señala
como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29).
Precediendo a Jesús "con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), da
testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y
finalmente con su martirio (cf. Mc 6, 17-29).
524 Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza
esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera
venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda
Venida (cf. Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor,
la Iglesia se une al deseo de éste: "Es preciso que El crezca y que yo
disminuya" (Jn 3, 30).
La espera del Mesías y de su Espíritu
711 "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a
perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un
Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los
Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de
Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38).
Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a él se refieren. A
continuación se describen aquellas en que aparece sobre todo la relación del
Mesías y de su Espíritu.
712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el
Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) ("cuando Isaías tuvo la visión de la
Gloria" de Cristo: Jn 12, 41), en particular en Is 11, 1-2:
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el Espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y de fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo
(cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt
3, 17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos
anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el
Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino
desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre
sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.
714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este
pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2):
El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido.
Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,
a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu
Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el
lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf.
Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo
cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Hch 2,
17-21).Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor
renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá
y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera
creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13;
61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los
designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los
hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión
escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar
la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e
iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el
Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).
IV EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS
Juan, Precursor, Profeta y Bautista
717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan
fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41)
por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del
Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así en
"visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo
habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En
Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor
un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo
consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas
inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la
consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf.
Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar
testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan,
el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de
los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y
se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo
he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí el
Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).
720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo,
lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza"
divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del
Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra
de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos.
Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha
preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu
pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la
sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con
relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada
en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu
va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese
"llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura
gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger
el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella
lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de
Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su
cántico al Padre en el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 46-55).