Fiesta de la Sagrada Familia Jesús, María y José - Iglesia del Hogar: Preparemos en casa como Iglesia doméstica la Acogida de la Palabra Dios proclamada durante la celebración eucarística de la Fiesta
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1.
Introducción a la Palabra de Dios.
1. 1 Primera Lectura: Ecli 3, 3 -7. 14 -17 a
No sé si se lo he contado alguna vez. Sucedió en
Francia. El gobierno proyectó y edificó una ciudad perfecta cerca de un gran
complejo industrial. Todo estaba muy bien planificado. Había de todo:
tiendas, colegios, cines, campos de deporte, en fin, todo lo que una persona
necesite. Esta ciudad "perfecta" se pobló de familias jóvenes. Por un tiempo
todo andaba muy bien. Pero luego las familias comenzaban a retirarse de la
ciudad, buscaban trabajo en otros lugares y se mudaban a otros pueblos donde
no había todas esas comunidades que tenía la ciudad perfecta. Hicieron una
investigación para saber cuál era la razón: No había ancianos en esta
ciudad, no había abuelos ni abuelas, no había tías viejas, ni ancianos. No
había tradición.
Necesitamos a las personas ancianas para poder vivir.
Porque el que no tiene pasado no tendrá futuro. Somos lo que fuimos y
seremos lo que somos. Para decirlo en otras palabras: los científicos han
descubierto que la familia nuclear como dicen, carece de la ayuda de las
generaciones pasadas. Mucho de la educación que antes se daba a los niños de
parte de los abuelos ya no se da. Los niños no miran más allá de su propia
familia: padre, madre, hermanos. Y los padres carecen de la serenidad, de la
experiencia y de los consejos de los de la edad de oro como dicen hoy día.
No quiero negar que también hay conflictos entre las generaciones. Los
ancianos se quejan porque ya no existen los "buenos tiempos de antaño" y
fácilmente critican a los jóvenes porque piensan de manera distinta. Por eso
creen que todo el mundo se va al diablo.
¿No fue Mark Twain que dijo: "A los 10 años pensé que
mi padre se la sabía todas; a los 20 pensé que era un ignorante, a los 30
lloré porque ya no podía pedirle consejos"?
Disfrutemos los años que podemos pasar con nuestros
padres ancianos. Habrá tensiones pero habrá mucho más cariño. Hijos que no
tengan abuelos son una cosa triste.
Ustedes se preguntarán si estoy divagando en lugar de
darles una introducción a la lectura. Bueno, el señor que escribió este
libro del Antiguo Testamento, se llama Ben Sira, tiene los pies en la tierra
y hace acopio de su vasta experiencia y conocimientos. Esto no significa que
en nada tenga que ver con Dios ¡todo el contrario! Para el hombre bíblico no
hay cosa alguna donde no esté involucrado Dios. Leamos la lectura saboreando
estos siglos de experiencia y démonos cuenta que Dios nos habla también por
lo que sabemos nos aportan la historia y los acontecimientos.
1. 2 Segunda Lectura: Col 3, 12 -21
Cuando lean esta lectura espontáneamente van a decir:
"¡Qué lindo!" Y conste que San Pablo no está hablando de la familia sino de
la comunidad cristiana. Nuestro segundo pensamiento será: "Es imposible
vivir así". Vamos a hacer un test. Tomen un papel y apunten en una columna
las cosas que dice el apóstol: misericordia entrañable, humildad, dulzura,
compresión…, etc. Después de haber completado la columna piensen un poco si
últimamente ha habido acontecimientos donde se dio algo de lo apuntado: si
ha habido un momento de misericordia, de humildad… Cuenten sin ánimo de
jactarse cuando han hecho un intento al respecto. Descubrirán que en su
familia se vive mucho lo que habla San Pablo. Es que Dios nos ama y por
medio del sacramento del matrimonio les regala a los esposos y les regala a
los demás miembros de la familia continuamente estas cosas. Y después lean
lentamente la lectura dándole gracias a Dios por su familia.
1. 3 Evangelio: Mt 2, 13 -15. 19 -23
Si usted dehoy o mañana debería dejar su casa y sus
cosas e irse a otro país porque está en peligro la vida de su hijo, si
debería vivir en el extranjero añorando su terruño, seguramente se
consideraría la persona más desdichada del mundo.
Esto le pasó a la sagrada familia, al Hijo de Dios
hecho hombre, a la mujer más santa de todas las nacidas y por nacer, y al
hombre justo como lo llama la Biblia a San José. ¿Acaso Dios no los amaba?
Absurda la pregunta, ¿verdad? Pero esta misma pregunta nos hacemos cuando
nos pasa algo a nosotros o a nuestra familia. No lo expresamos así
crudamente, pero en nuestro foro interior sospechamos que Dios no nos ama
mucho.
Este Evangelio debería enseñarnos que no hay momento en
que Dios nos abandona. No hay acontecimiento en nuestra vida y en la de
nuestra familia que Dios no permita por amor. Después de escuchar el
evangelio tomemos un tiempo y, ya que estamos haciendo listas, apunten las
"desgracias" que han acaecido en su familia y comienza a brotar a Dios
gracias por ellas porque también son regalos de su amor. ¿Que no entiende
por qué han sucedido? ¿Para tener fe una persona debe saberlo todo? La
Virgen María sabía que iba a meterse en problemas si aparecían de repente
esperando un niño, pero dijo: "Hágase en mí según tu palabra" Cuándo Jesús
tenía 12 años, fue él que causó problemas.
Y una mujer que sostenía a un niño contra su pecho,
pidió: "Háblanos de los niños".
Y él dijo:
"Sus hijos no son de ustedes. Son los hijos y las hijas de la vida, deseosa
de sí misma. Vienen a través de ustedes, pero no vienen de ustedes. Y,
aunque estén con ustedes, no les pertenecen. Pueden darles su amor, pero no
sus pensamientos. Porque ellos tienen sus propios pensamientos. Pueden
albergar sus cuerpos, pero no sus almas. Porque sus almas habitan en la casa
del mañana que ustedes no podrán visitar, ni siquiera en sueños. Pueden
esforzarse en ser como ellos, pero no busquen el hacerlos como ustedes.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene en el ayer. Ustedes son el arco
desde el que sus hijos como flechas vivientes son impulsados hacia adelante.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y los
arquea con su poder para que su flecha vaya veloz y lejana. Dejen,
alegremente, que la mano del Flechero los arquee. Porque, así como Él ama la
flecha que vuela, así ama también el arco que es estable.
Medidas (Dumont)
Había una vez una jarra, una medida, que se había
traspasado de familia en familia y siempre había hecho servicios muy útiles.
Generalmente estaba allí para el agua, pero también ofrecía leche a los
niños y también el vino para el banquete. La jarra sabía exactamente cuanta
harina se necesitaba para hacer el pan y muchas otras cosas más. Así con el
tiempo se volvió muy orgullosa y pensaba que no se podía hacer nada sin
ella. Trataba de imponerse y quería así forzar a todos de usar sus medidas.
Un día un niño trajo del mercado una jarra pintada y la puso al lado de la
primera. Esta quiso empujar la nueva pero resbaló y cayó al suelo haciéndose
añicos. La medida de generaciones se había malogrado.
A diferencia con otros seres vivientes el hombre se
impone a sí mismo la medida. Pueden ser las tradiciones y costumbres de los
pueblos. Dicen a los diversos grupos cuál es su medida buena y útil para
cada uno; porque no es tan fácil de encontrar su propia medida justa y
adecuada. Los siete sabios de la vieja y antigua Grecia han enseñado a
culturas enteras como mantener la medida. De ellas el cristianismo ha
desarrollado su medida que en parte vale hoy día aún. Quiere dar reglas de
vida y así ayudar a los hombres en la sociedad en la familia como de llegar
a ser una persona útil. Hay que cuidarse que no sea demasiado ni demasiado
poco. Mucha importancia han dado al comportamiento correcto, a la corrección
de la juventud y al crear la medida para los que no tienen.
El cristianismo no tiene nada que objetar en contra de
esto pero hace constar que la medida verdadera para todo hombre y para toda
mujer es el amor y no una regla de vida o un tipo de comportamiento. El
cristianismo no es un lastre acumulado a través de los siglos sino un
esfuerzo para crear un orden bondadoso en la familia para los hijos de Dios.
Habrá medidas y jarras que dejaremos de lado porque ya pasó su tiempo, otras
medidas las sacaremos del olvido y las limpiaremos del polvo de las
centurias. El sentido de conocer y vivir en medidas lo encontramos de un
lado en domar las fuerzas destructoras en el interior de cada hombre y de la
sociedad, del otro lado para poder fomentar el desarrollo de las personas de
todas las edades y situaciones. Sólo aquel que ha encontrado su medida
propia llegará a ser libre y feliz de verdad; es, pues, necesario lograr el
dominio de los sentidos e instintos: se puede gozar de la vida y halagar el
paladar pero debemos mantenernos libres de la gula o del refinamiento. Los
ojos deberían descubrir la hermosura del mundo y el peligro que nos amenaza.
Pero no debemos ser mirones que no tienen delicadeza porque viven en la
superficie. Tampoco hay que caminar por el mundo con ojos cerrados porque no
descubriremos nuestra felicidad
En el actuar nos introduce en un mundo concreto y
propio. No es fácil cuidarse sin ser mimado, ser cariñosos sin exageración,
pero también sin rudeza. Hay que atacar el trabajo con mano firme pero no
hay que hacerse esclavo. No hay que manifestar su dolor a cualquiera sin
embargo las lágrimas pueden ser un alivio verdadero. El instinto de poseer
cuida de las cosas que son nuestras y que hemos recibido; el avaro se apega
al dinero. Uno puede gozar de vivir una vida decente pero no podemos ser
ciegos para la pobreza de otros.
También el instinto sexual quiere su medida verdadera
para no transformarse en fuerza destructora del hombre y de la familia. Es
una fuerza enorme que Dios nos ha dado para que seamos lo que somos: hombres
y mujeres. Dominar el instinto sexual es uno de los logros más grandes que
casados y solteros pueden realizar en esta vida.
También nuestras emociones y sentimientos tienen su
medida necesaria. La alegría que viene desde dentro no pueda hacer daño; la
risa a destiempo se acerca a la idiotez. La cólera nos da el empuje
necesario en cuestiones de orden y justicia. Si no tiene medida destruye
todo.
¿Qué sería el hombre sin la medida? Una piedra sin
forma, una rama en el viento, un alma salvaje, un ser incompleto, un ser sin
futuro. ¡Que Dios nos guarde de ello!
Cuando no se está acostumbrado, el diálogo abierto al
comienzo es un poco difícil. Pero si los padres lo llevan adelante con
tranquilidad y firmeza entonces puede establecerse un clima maravilloso de
comunicación y diálogo. La familia conversa sobre qué es lo que les gusta de
la propia familia. Luego ven qué no les gusta. Luego, qué se puede hacer.
Cuando los padres aceptan de sus hijos que les digan también cosas que no
sean tan agradables de escuchar entonces han ganado. La familia ha dado un comienzo
maravilloso a un diálogo respetuoso y franco. ¡Inténtenlo!
"Vino a los suyos y no lo recibieron. A todos los que
lo recibieron les dio el poder de ser hijos de Dios: a todos los que creen
en su nombre" (Jn 1, 11 -12). La familia de ustedes lo ha aceptado y esta
alianza se renueva cada vez que participen en la celebración eucarística.
Porque ha venido para no alejarse jamás a no ser que nosotros lo expulsemos
de nuestra vida por medio del pecado mortal.
La familia en el misterio de la Iglesia
49. Entre los cometidos fundamentales de la familia
cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio
de la edificación del Reino de Dios en la historia, mediante la
participación en la vida y misión de la Iglesia.
Para comprender mejor los fundamentos, contenidos y
características de tal participación, hay que examinar a fondo los múltiples
y profundos vínculos que unen entre sí a la Iglesia y a la familia
cristiana, y que hacen de esta última como una «Iglesia en miniatura»
(Ecclesia domestica) de modo que sea, a su manera, una imagen viva y una
representación histórica del misterio mismo de la Iglesia.
Es ante todo la Iglesia Madre la que engendra, educa,
edifica la familia cristiana, poniendo en práctica para con la misma la
misión de salvación que ha recibido de su Señor. Con el anuncio de la
Palabra de Dios, la Iglesia revela a la familia cristiana su verdadera
identidad, lo que es y debe ser según el plan del Señor; con la celebración
de los sacramentos, la Iglesia enriquece y corrobora a la familia cristiana
con la gracia de Cristo, en orden a su santificación para la gloria del
Padre; con la renovada proclamación del mandamiento nuevo de la caridad, la
Iglesia anima y guía a la familia cristiana al servicio del amor, para que
imite y reviva el mismo amor de donación y sacrificio que el Señor Jesús
nutre hacia toda la humanidad.
Por su parte la familia cristiana está insertada de tal
forma en el misterio de la Iglesia que participa, a su manera, en la misión
de salvación que es propia de la Iglesia. Los cónyuges y padres cristianos,
en virtud del sacramento, «poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios,
en su estado y forma de vida».(115) Por eso no sólo «reciben» el amor de
Cristo, convirtiéndose en comunidad «salvada», sino que están también
llamados a «transmitir» a los hermanos el mismo amor de Cristo, haciéndose
así comunidad «salvadora». De esta manera, a la vez que es fruto y signo de
la fecundidad sobrenatural de la Iglesia, la familia cristiana se hace
símbolo, testimonio y participación de la maternidad de la Iglesia.
Un cometido eclesial propio y original
50. La familia cristiana está llamada a tomar parte
viva y responsable en la misión de la Iglesia de manera propia y original,
es decir, poniendo a servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y
obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y de amor.
Si la familia cristiana es comunidad cuyos vínculos son
renovados por Cristo mediante la fe y los sacramentos, su participación en
la misión de la Iglesia debe realizarse según una modalidad comunitaria;
juntos, pues, los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto
familia, han de vivir su servicio a la Iglesia y al mundo. Deben ser en la
fe «un corazón y un alma sola», mediante el común espíritu apostólico que
los anima y la colaboración que los empeña en las obras de servicio a la
comunidad eclesial y civil.
La familia cristiana edifica además el Reino de Dios en
la historia mediante esas mismas realidades cotidianas que tocan y
distinguen su condición de vida. Es por ello en el amor conyugal y familiar
—vivido en su extraordinaria riqueza de valores y exigencias de totalidad,
unicidad, fidelidad y fecundidad — donde se expresa y realiza la
participación de la familia cristiana en la misión profética, sacerdotal y
real de Jesucristo y de su Iglesia. El amor y la vida constituyen por lo
tanto el núcleo de la misión salvífica de la familia cristiana en la Iglesia
y para la Iglesia.
Lo recuerda el Concilio Vaticano II cuando dice: «La
familia hará partícipes a otras familias, generosamente, de sus riquezas
espirituales. Así es como la familia cristiana, cuyo origen está en el
matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo
y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo
y la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor, la generosa
fecundidad, la unidad y fidelidad de los esposos, ya por la cooperación
amorosa de todos sus miembros».
Puesto así el fundamento de la participación de la
familia cristiana en la misión eclesial, hay que poner de manifiesto ahora
su contenido en la triple unitaria referencia a Jesucristo Profeta,
Sacerdote y Rey, presentando por ello la familia cristiana como 1) comunidad
creyente y evangelizadora, 2) comunidad en diálogo con Dios, 3) comunidad al
servicio del hombre. (Juan Pablo II, La Misión de la Familia Cristiana, nos.
49 y 50).
6. LEAMOS LA BIBLIA CON LA IGLESIA
29 diciembre: 1 Jn 2, 3 -11; Lc 2, 22 -35
30 diciembre: 1 Jn 2, 12 -27; Lc 2, 36 -40
31 diciembre: 1 Jn 3, 18 -21; Jn 1, 1 -18
7. 1 Oración antes de leer la Biblia en familia
Señor y Padre nuestro, en este atardecer, cuando el
cansancio del día exija a los hombres recogerse en casa y vivir con quietud
estos momentos familiares, queremos hacer silencio en nuestro interior para
escuchar tu palabra.
Necesitamos oírte, necesitamos escucharte; estamos
cansados de tantas palabras falsas, de tantas palabras excesivamente
humanas. Todos juntos, padres e hijos, vamos a orar con la Biblia; nos viene
bien recordar tu historia de salvación, escuchar la buena noticia de tu
reino y saber que eso mismo lo realizarás con nosotros.
Concédenos agudeza de espíritu para captar
interiormente tu mensaje. Sabemos que tú eres camino, verdad y vida: siembra
tu palabra en nuestro corazón. Habla, Señor, que tus siervos escuchan. Amén
7. 2 Oración al final de un día festivo
Señor, estamos ante ti al acabar este día de fiesta.
Hoy queremos darte gracias. Nos has mantenido en la fe; concédenos fuerza
para vivir con plenitud con tu Iglesia. Nos has guardado hasta hoy en el
amor, en la unión, en la felicidad. Te rogamos por las familias que no
conocen esta dicha.
Consérvanos siempre en tu alegría. Que no nos
repleguemos en nuestra propia felicidad sino que sepamos abrir el corazón a
los demás para poder compartir con ellos. Que tengamos un corazón grande
como tú. Que no nos falte la salud ni la paz; que podamos estar siempre
unidos en tu amor. Amén
7. 3 Oración de los abuelos
Señor, nos estamos volviendo viejos, los jóvenes nos
hablan con reverencia y temen que les contemos historias trasnochadas. A veces no comprendemos nada del mundo de hoy
y sentimos el vacío en torno nuestro. Sabemos que tú no eres un Dios
tranquilo, sino el Dios vivo, inagotable siempre en su novedad. Concédenos
una vejez tranquila, concédenos comprensión para lo que no comprendemos y
concédenos ofrecerte nuestros achaques como quien quiere llevar su cruz
contigo. Te bendecimos por nuestra vida y nuestros seres queridos. Amén