Domingo 6 de Pascua A - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamda durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Directorio
Homilético: Sexto domingo de Pascua
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. sobre las tres lecturas
Comentario: Hans Urs von Balthasar - las tres lecturas
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Promesa y revelación de Jesús
durante la Cena pascual
Santos Padres: San Agustín TRATADO 74 - Acerca de las palabras "Si me aman,
observen mis mandamientos" hasta "Permanecerá con ustedes y estará dentro de
ustedes".
Santos Padres: San Agustín - Jn 14,15-21: Presente y futuro
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El que me conoce conoce al Padre
Aplicación: Eucaristía -
Volveré
Aplicación: Adrien
Nocent - Inhabitación
Aplicación: Alessandro Pronzato - Guardar mis mandamientos
Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - El Espíritu y el Reino de Dios
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Sexto domingo de Pascua
CEC 2746-2751: la oración de Jesús en la
Última Cena
CEC 243, 388, 692, 729, 1433, 1848: el Espíritu Santo, consolador/defensor
CEC 1083, 2670-2672: invocar al Espíritu Santo
LA ORACION DE LA HORA DE JESUS
2746 Cuando ha llegado su hora, Jesús ora al Padre (cf Jn 17). Su oración,
la más larga transmitida por el Evangelio, abarca toda la Economía de la
creación y de la salvación, así como su Muerte y su Resurrección. Al igual
que la Pascua de Jesús, sucedida "una vez por todas", permanece siempre
actual, de la misma manera la oración de la "hora de Jesús" sigue presente
en la Liturgia de la Iglesia.
2747 La tradición cristiana acertadamente la denomina la oración
"sacerdotal" de Jesús. Es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, inseparable
de su sacrificio, de su "paso" hacia el Padre donde él es "consagrado"
enteramente al Padre (cf Jn 17, 11. 13. 19).
2748 En esta oración pascual, sacrificial, todo está "recapitulado" en El
(cf Ef 1, 10): Dios y el mundo, el Verbo y la carne, la vida eterna y el
tiempo, el amor que se entrega y el pecado que lo traiciona, los discípulos
presentes y los que creerán en El por su palabra, la humillación y la
Gloria. Es la oración de la unidad.
2749 Jesús ha cumplido toda la obra del Padre, y su oración, al igual que su
sacrificio, se extiende hasta la consumación de los siglos. La oración de la
"hora de Jesús" llena los últimos tiempos y los lleva hacia su consumación.
Jesús, el Hijo a quien el Padre ha dado todo, se entrega enteramente al
Padre y, al mismo tiempo, se expresa con una libertad soberana (cf Jn 17,
11. 13. 19. 24) debido al poder que el Padre le ha dado sobre toda carne. El
Hijo que se ha hecho Siervo, es el Señor, el Pantocrator. Nuestro Sumo
Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios
que nos escucha.
2750 Si en el Santo Nombre de Jesús, nos ponemos a orar, podemos recibir en
toda su hondura la oración que él nos enseña: "Padre Nuestro". La oración
sacerdotal de Jesús inspira, desde dentro, las grandes peticiones del
Padrenuestro: la preocupación por el Nombre del Padre (cf Jn 17, 6. 11. 12.
26), el deseo de su Reino (la Gloria; cf Jn 17, 1. 5. 10. 24. 23-26), el
cumplimiento de la voluntad del Padre, de su Designio de salvación (cf Jn
17, 2. 4 .6. 9. 11. 12. 24) y la liberación del mal (cf Jn 17, 15).
2751 Por último, en esta oración Jesús nos revela y nos da el "conocimiento"
indisociable del Padre y del Hijo (cf Jn 17, 3. 6-10. 25) que es el misterio
mismo de la vida de oración
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
228 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito"
(Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn
1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora
junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn
14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al
Padre.
388 Con el desarrollo de la Revelación se va iluminando también la realidad
del pecado. Aunque el Pueblo de Dios del Antiguo Testamento conoció de
alguna manera la condición humana a la luz de la historia de la caída
narrada en el Génesis, no podía alcanzar el significado último de esta
historia que sólo se manifiesta a la luz de la Muerte y de la Resurrección
de Jesucristo (cf. Rm 5,12-21). Es preciso conocer a Cristo como fuente de
la gracia para conocer a Adán como fuente del pecado. El Espíritu-Paráclito,
enviado por Cristo resucitado, es quien vino "a convencer al mundo en lo
referente al pecado" (Jn 16,8) revelando al que es su Redentor.
Los apelativos del Espíritu Santo
692 Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama
el "Paráclito", literalmente "aquél que es llamado junto a uno", "advocatus"
(Jn 14, 16. 26; 15, 26; 16, 7). "Paráclito" se traduce habitualmente por
"Consolador", siendo Jesús el primer consolador (cf. 1 Jn 2, 1). El mismo
Señor llama al Espíritu Santo "Espíritu de Verdad" (Jn 16, 13).
729 Solamente cuando ha llegado la Hora en que va a ser glorificado Jesús
promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección
serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres (cf. Jn 14, 16-17.
26; 15, 26; 16, 7-15; 17, 26): El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito,
será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el
Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque él ha
salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará
con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y
nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de él; nos
conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo lo
acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.
1433 Después de Pascua, el Espíritu Santo "convence al mundo en lo referente
al pecado" (Jn 16, 8-9), a saber, que el mundo no ha creído en el que el
Padre ha enviado. Pero este mismo Espíritu, que desvela el pecado, es el
Consolador (cf Jn 15,26) que da al corazón del hombre la gracia del
arrepentimiento y de la conversión (cf Hch 2,36-38; Juan Pablo II, DeV
27-48).
1848 Como afirma S. Pablo, "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia"
(Rm 5,20). Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para
convertir nuestro corazón y conferirnos "la justicia para vida eterna por
Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5,20-21). Como un médico que descubre la
herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta
una luz viva sobre el pecado:
La conversión exige la convicción del pecado, y éste, siendo una
verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del
hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la
gracia y del amor: "Recibid el Espíritu Santo". Así, pues, en este
"convencer en lo referente al pecado" descubrimos una "doble dádiva": el don
de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención. El
Espíritu de la verdad es el Paráclito (DeV 31).
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las
"bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia
cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su
Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por
su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción
de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la
Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma,
sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la
muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu
estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de
su gracia" (Ef 1,6).
“Ven, Espíritu Santo”
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el
Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la
oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no
dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar
todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar
cualquier acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y
si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San
Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por
medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc
11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en
que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13).
Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional:
"Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en
antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos
el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en
todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven,
habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia
bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro
interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la
oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es
el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el
Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.
Exégesis: P. José María Solé - Roma, C. F. M. sobre las tres
lecturas
HECHOS 8, 5-8. 14-17:
Es una página hermosa de la expansión del Evangelio más allá de Jerusalén y
de Judea:
- Y precisamente la persecución en la que ha perdido la vida Esteban servirá
de ocasión providencial para que los mensajeros del Evangelio lleven la luz
de la fe a nuevas zonas. Les había dicho el Maestro: "Os entregarán a los
tribunales, os azotarán en las Sinagogas. Cuando os persigan en una ciudad
huid a otra" (Mt 10, 17. 23).
- Fieles a esta norma del Maestro, los perseguidos en Jerusalén "se
dispersaron por las regiones de Judea y Samaria; e iban de un lugar a otro
predicando la Palabra" (v 4). El diácono Felipe, el más cercano a Esteban
(Act 6, 5) en ideología y en espíritu, huyendo de la persecución de
Jerusalén se encamina a Samaria. Con su predicación y los milagros que la
acompañan gana a los samaritanos a la fe en Jesús-Mesías (5-8). No será ésta
la única vez en la historia de la Iglesia en que un plan de persecución y
exterminio proyectado por los hombres queda trocado por la Providencia de
Dios en plan de gracia y salvación. El Mensaje del Evangelio toma otros
caminos. Los mensajeros se desinstalan porque el ímpetu del Espíritu los
impele a nuevas conquistas.
- Aquella vez la persecución no iba directamente contra los Apóstoles (8,
1). Estos, más respetuosos con la Ley Mosaica y las Tradiciones que los
helenistas, no son molestados en aquel motín que costó la vida a Esteban.
Pedro, en su calidad de Pastor supremo, gobierna e inspecciona los nuevos
núcleos ocomunidades cristianas que van surgiendo. Conocedor de los éxitos
del diácono Filipo en Samaria, se dirige con Juan a la nueva Comunidad para
administrar a los neófitos la Confirmación (16), completar la organización y
desarrollo de la nueva Comunidad cristiana.
1 PEDRO 3, 15-18:
San Pedro adoctrina a los neófitos y les da normas de conducta para con los
perseguidores.
- Bien que la persecución nace de la malicia o de la ignorancia de los
perseguidores; mediante ella Dios realiza sus planes salvíficos (17) y
trueca en bien lo que los hombres planean para mal. En la persecución se
acrisola el cristianismo y brilla con destellos más fúlgidos la fe.
- Cuanto al comportamiento que el cristiano debe tener frente a los enemigos
y perseguidores, San Pedro nos proporciona este magnífico programa:
a) Fe consciente, luminosa y radiante: "Siempre dispuestos a dar respuesta a
quien os pregunte acerca de la esperanza que profesáis" (15). El cristiano
no tiene otras armas que la verdad. Él la expone a vista de todos con
hidalguía. Sin orgullo y sin complejos. El mensaje, del Evangelio presentado
con nitidez desarma a quienes por ignorancia o prejuicios persiguen a los
cristianos.
b) A la vez deben proceder con "suavidad y respeto (16a). La verdad se
expone, no se impone. El buen cristiano, teólogo, apologista, misionero,
testigo, mártir, a los no cristianos y aun a los que ni aceptan el Evangelio
ni respetan a los fieles, él debe siempre amarlos y respetarlos. c) Conducta
intachable: "Proceded siempre con buena conciencia" (16 b). Tal debe ser la
luz de nuestra vida cristiana, que ella por sí sola disipe la niebla de
todas las calumnias. Si nos atenemos a este programa seguro que la
persecución no será dañosa a los fieles. La primera persecución, la que
causó la muerte de Esteban, produjo al poco como fruto la conversión de
Saulo, sin duda el más fiero de cuantos se oponían al Protomártir. El
Concilio nos recuerda: "Más aún, la Iglesia confiesa que le han sido de
mucho provecho y le pueden ser todavía de provecho la oposición y aun la
persecución de sus contrarios (G. S. 44). La Iglesia sabe por fe y por
experiencia de siglos: Etianpluresefficimurquotiesmetimur a vobis; semen est
sanguis cristianorum. (Ter Apolog 5, 103.)
- Notemos también en la pericopa que hoy leemos dos testimonios que nos da
Pedro de la divinidad de Cristo: a) Aplica a Cristo-Jesús lo que Isaías (8,
12) dice de Yahvé (15). b) Distingue en Jesús la doble naturaleza: la mortal
de su carne y la Divina de su Espíritu (18).
JUAN 14, 15-21:
En el Discurso de despedida Jesús hace a sus discípulos preciosas promesas:
- Promesa de enviarnos el Espíritu Santo: Reitera Jesús esta promesa y
denomina con varios títulos al divino Espíritu que el Padre nos dará y que
morará siempre en nosotros (16). Es el Espíritu Paráclito:
Consolador-Abogado-Defensor. Es el Espíritu de la Verdad (17). Es el
Espíritu Santo (26). En el corazón de la Iglesia de Cristo y en el corazón
de cada uno de sus fieles mora este divino Espíritu que es luz y verdad,
gozo y vigor, santidad y vida inmaculada. Al impulso de este Espíritu la
Iglesia y los fieles buscan y alcanzan metas de santidad y de expansión
ilimitadas: QuiaDominusJesus, peccatitriumfater et mortis,
ascenditsummacoelorum, Mediator Dei et hominum. (Praef.) El Resucitado
asiste y está presente a su Iglesia. La victoria del Resucitado garantiza la
fe de la Iglesia.
- Promesa de la presencia de Cristo: A la presencia sensible sigue una
presencia espiritual y mística, más rica aún que la sensible: "No os dejaré
huérfanos; vuelvo a vosotros" (18). Jesús vive glorificado. Y por la fe, el
amor y, sobre todo por la Eucaristía, vive en nosotros. Este círculo de
amor, de gozo y de vida nunca se interrumpirá: "Yo en el Padre-Vosotros en
Mí-Yo en vosotros" (20).
- Promesa del amor del Padre: "El que me ama será amado por mi Padre" (21).
El amor del Padre nos llega por Cristo. Un amor tan sincero, seguro y cálido
que el Padre hace de nuestras almas su cielo, su más gozosa morada (23).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 125-128)
Comentario: Hans Urs von Balthasar - las tres lecturas
1. Bautismo y confirmación.
La primera lectura puede desconcertarnos un poco, pues en ella se dice que
en Samaria había hombres que estaban bautizados porque habían aceptado la fe
en la palabra de Dios, pero todavía no habían recibido el Espíritu Santo. Y
sólo reciben el Espíritu Santo cuando los apóstoles que bajan de Jerusalén
les imponen las manos. Ciertamente con esto no se niega que el Espíritu
Santo se confiere normalmente con el bautismo, pero aquí se ve claramente
que bautismo y confirmación son dos articulaciones diferentes de un único
proceso, y que la Iglesia pudo considerarlos como dos sacramentos (cfr.
también la teoría de algunos Padres de la Iglesia según la cual los herejes
conferirían un bautismo válido, pero sin poder comunicar el Espíritu Santo
en él; hoy ya no compartimos esta opinión). Por lo demás, la presencia de
Pedro y Juan asegura la unidad de los bautizados en Samaría con toda la
Iglesia: Salmaría era para los judíos un país herético.
2. El Espíritu de la verdad.
En el evangelio, Jesús, a punto de separarse ya del mundo visible, promete a
los que permanezcan en su amor «el Espíritu de la verdad». Jesús se había
designado a sí mismo como «la verdad», en la medida en que en él -en su
vida, muerte y resurrección- se revela la esencia del Padre de un modo
perfecto y definitivo: sólo mediante el destino humano de Jesús se ha
demostrado como verdadera la afirmación de Jesús de que «Dios es amor» (1 Jn
4,8.16), nada más que amor, y que todos los demás atributos no son sino
formas y aspectos de su amor. Los discípulos no podían comprender esta
verdad que Cristo es y manifiesta en su vida, antes de que «el Espíritu de
la verdad» descendiera sobre ellos. «Entonces», les dice Jesús,
comprenderéis la unidad del amor entre el Padre y el Hijo, y la unidad entre
Cristo y los hombres que aman. Esta unidad es el Espíritu, y él es el que la
crea. Esta unidad exige a los hombres admitidos en el amor de Dios vivir
totalmente para el amor, pues de lo contrario no podrían ser introducidos
por el Espíritu en el amor divino. La gracia siempre contiene también la
exigencia de acogerla y corresponderla.
3. Dar razón.
Lo que la segunda lectura exige del cristiano, que «esté siempre pronto a
dar razón de su esperanza», no es sino la consecuencia de lo dicho en el
evangelio. El cristiano debe mostrar con su vida que el Espíritu de la
verdad le anima en todo. No se trata de afirmar con prepotencia y arrogancia
que se posee la verdad; nuestra respuesta a los que nos preguntan debemos
darla más bien con «mansedumbre y respeto». Con mansedumbre, porque nosotros
no somos los dueños de la verdad, sino que ésta nos ha sido dada; y con
respeto, porque necesariamente hemos de ser respetuosos con la opinión de
los demás y con su búsqueda de la verdad. Por lo demás, la razón que debemos
dar de nuestra esperanza no ha de consistir mayormente en discursos
polémicos y en la manía de tener siempre razón, sino en estas dos cosas: en
una «buena conducta» ante la que deben quedar confundidos los que nos
«calumnian», y en el «padecimiento» por amor a la verdad, porque así nos
asemejaremos más a la verdad que confesamos: también Cristo, el justo (y
nosotros no lo somos), murió por los injustos; y el mejor testimonio que
podemos dar de él es imitarle en esto como en todo. Y este testimonio puede
costarnos finalmente «la carne», es decir, la vida terrestre, pero
precisamente así, junto con el testimonio de Cristo, «volverá a la vida por
el Espíritu».
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 67 s.)
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - Promesa y revelación de
Jesús durante la Cena pascual
3. Cuando ya era inminente para Jesús el momento de dejar este mundo,
anunció a los apóstoles " otro Paráclito " (Jn 14,16).16 El evangelista
Juan, que estaba presente, escribe que Jesús, durante la Cena pascual
anterior al día de su pasión y muerte, se dirigió a ellos con estas
palabras: " Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre
sea glorificado en el Hijo... y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito
para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad "
(Jn 14,13. 16ss).17
Precisamente a este Espíritu de la verdad Jesús lo llama el Paráclito, y
Parákletos quiere decir " consolador ", y también " intercesor " o " abogado
". Y dice que es " otro " Paráclito, el segundo, porque él mismo, Jesús, es
el primer Paráclito, al ser el primero que trae y da la Buena Nueva. El
Espíritu Santo viene después de él y gracias a él, para continuar en el
mundo, por medio de la Iglesia, la obra de la Buena Nueva de salvación. De
esta continuación de su obra por parte del Espíritu Santo Jesús habla más de
una vez durante el mismo discurso de despedida, preparando a los apóstoles,
reunidos en el Cenáculo, para su partida, es decir, su pasión y muerte en
Cruz.
Las palabras, a las que aquí nos referimos, se encuentran en el Evangelio de
Juan. Cada una de ellas añade algún contenido nuevo a aquel anuncio y a
aquella promesa. Al mismo tiempo, están simultáneamente relacionadas entre
sí no sólo por la perspectiva de los mismos acontecimientos, sino también
por la perspectiva del misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
que quizás en ningún otro pasaje de la Sagrada Escritura encuentran una
expresión tan relevante como ésta.
4. Poco después del citado anuncio, añade Jesús: " Pero el Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo he dicho " (Jn.14,26).19 El Espíritu Santo será el
Consolador de los apóstoles y de la Iglesia, siempre presente en medio de
ellos-aunque invisible-como maestro de la misma Buena Nueva que Cristo
anunció. Las palabras " enseñará " y " recordará " significan no sólo que el
Espíritu, a su manera, seguirá inspirando la predicación del Evangelio de
salvación, sino que también ayudará a comprender el justo significado del
contenido del mensaje de Cristo, asegurando su continuidad e identidad de
comprensión en medio de las condiciones y circunstancias mudables. El
Espíritu Santo, pues, hará que en la Iglesia perdure siempre la misma verdad
que los apóstoles oyeron de su Maestro.
5. Los apóstoles, al transmitir la Buena Nueva, se unirán particularmente al
Espíritu Santo. Así sigue hablando Jesús: " Cuando venga el Paráclito, que
yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del
Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio,
porque estáis conmigo desde el principio " (Jn.15,26).20
Los apóstoles fueron testigos directos y oculares. " Oyeron " y " vieron con
sus propios ojos ", " miraron " e incluso " tocaron con sus propias manos "
a Cristo, como se expresa en otro pasaje el mismo evangelista Juan
(1Jn.1,1-3; 4,14).21 Este testimonio suyo humano, ocular e " histórico "
sobre Cristo se une al testimonio del Espíritu Santo: " El dará testimonio
de mí ". En el testimonio del Espíritu de la verdad encontrará el supremo
apoyo el testimonio humano de los apóstoles. Y luego encontrará también en
ellos el fundamento interior de su continuidad entre las generaciones de los
discípulos y de los confesores de Cristo, que se sucederán en los siglos
posteriores.
Si la revelación suprema y más completa de Dios a la humanidad es Jesucristo
mismo, el testimonio del Espíritu de la verdad inspira, garantiza y
corrobora su fiel transmisión en la predicación y en los escritos
apostólicos, 22 mientras que el testimonio de los apóstoles asegura su
expresión humana en la Iglesia y en la historia de la humanidad.
6. Esto se deduce también de la profunda correlación de contenido y de
intención con el anuncio y la promesa mencionada, que se encuentra en las
palabras sucesivas del texto de Juan: " Mucho podría deciros aún, pero ahora
no podéis con ello. Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta
la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que
oiga, y os anunciará lo que ha de venir " (Jn.16,12ss).23
Con estas palabras Jesús presenta el Paráclito, el Espíritu de la verdad,
como el que " enseñará " y " recordará ", como el que " dará testimonio " de
él; luego dice: " Os guiará hasta la verdad completa ". Este " guiar hasta
la verdad completa ", con referencia a lo que dice a los apóstoles " pero
ahora no podéis con ello ", está necesariamente relacionado con el
anonadamiento de Cristo por medio de la pasión y muerte de Cruz, que
entonces, cuando pronunciaba estas palabras, era inminente.
Después, sin embargo, resulta claro que aquel " guiar hasta la verdad
completa " se refiere también, además del escándalo de la cruz, a todo lo
que Cristo " hizo y enseñó ".24 En efecto, el misterio de Cristo en su
globalidad exige la fe ya que ésta introduce oportunamente al hombre en la
realidad del misterio revelado. El " guiar hasta la verdad completa " se
realiza, pues en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de la
verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu Santo debe ser en esto
la guía suprema del hombre y la luz del espíritu humano. Esto sirve para los
apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el
anuncio de lo que Cristo " hizo y enseñó " y, especialmente, el anuncio de
su Cruz y de su Resurrección. En una perspectiva más amplia esto sirve
también para todas las generaciones de discípulos y confesores del Maestro,
ya que deberán aceptar con fe y confesar con lealtad el misterio de Dios
operante en la historia del hombre, el misterio revelado que explica el
sentido definitivo de esa misma historia.
7. Entre el Espíritu Santo y Cristo subsiste, pues, en la economía de la
salvación una relación íntima por la cual el Espíritu actúa en la historia
del hombre como " otro Paráclito ", asegurando de modo permanente la
trasmisión y la irradiación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret.
Por esto, resplandece la gloria de Cristo en el Espíritu Santo-Paráclito,
que en el misterio y en la actividad de la Iglesia continúa incesantemente
la presencia histórica del Redentor sobre la tierra y su obra salvífica,
como lo atestiguan las siguientes palabras de Juan: " El me dará gloria,
porque recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros " (Jn.16,14).25 Con
estas palabras se confirma una vez más todo lo que han dicho los enunciados
anteriores. " Enseñará ..., recordará ..., dará testimonio ". La suprema y
completa autorrevelación de Dios, que se ha realizado en Cristo, atestiguada
por la predicación de los Apóstoles, sigue manifestándose en la Iglesia
mediante la misión del Paráclito invisible, el Espíritu de la verdad. Cuán
íntimamente esta misión esté relacionada con la misión de Cristo y cuán
plenamente se fundamente en ella misma, consolidando y desarrollando en la
historia sus frutos salvíficos, está expresado con el verbo " recibir ": "
recibirá de lo mío y os lo comunicará ". Jesús para explicar la palabra "
recibirá ", poniendo en clara evidencia la unidad divina y trinitaria de la
fuente, añade: " Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho:
Recibirá de lo mío y os lo comunicará a vosotros " (Jn.16,15).26 Tomando de
lo " mío ", por eso mismo recibirá de " lo que es del Padre ".
A la luz pues de aquel " recibirá " se pueden explicar todavía las otras
palabras significativas sobre el Espíritu Santo, pronunciadas por Jesús en
el Cenáculo antes de la Pascua: " Os conviene que yo me vaya; porque si no
me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré; y
cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo
referente a la justicia y en lo referente al juicio ".27 Convendrá dedicar
todavía a estas palabras una reflexión aparte.
2. Padre, Hijo y Espíritu Santo
8. Una característica del texto joánico es que el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo son llamados claramente Personas; la primera es distinta de
la segunda y de la tercera, y éstas también lo son entre sí. Jesús habla del
Espíritu Paráclito usando varias veces el pronombre personal " él "; y al
mismo tiempo, en todo el discurso de despedida, descubre los lazos que unen
recíprocamente al Padre, al Hijo y al Paráclito. Por tanto, " el Espíritu
... procede del Padre " 28 y el Padre " dará " el Espíritu.29 El Padre "
enviará " el Espíritu en nombre del Hijo, 30 el Espíritu " dará testimonio "
del Hijo.31 El Hijo pide al Padre que envíe el Espíritu Paráclito,32 pero
afirma y promete, además, en relación con su " partida " a través de la
Cruz: " Si me voy, os lo enviaré ".33Así pues, el Padre envía el Espíritu
Santo con el poder de su paternidad, igual que ha enviado al Hijo,34 y al
mismo tiempo lo envía con la fuerza de la redención realizada por Cristo; en
este sentido el Espíritu Santo es enviado también por el Hijo: " os lo
enviaré ".
Conviene notar aquí que si todas las demás promesas hechas en el Cenáculo
anunciaban la venida del Espíritu Santo después de la partida de Cristo, la
contenida en el texto de Juan comprende y subraya claramente también la
relación de interdependencia, que se podría llamar causal, entre la
manifestación de ambos: " Pero si me voy, os le enviaré ". El Espíritu Santo
vendrá cuando Cristo se haya ido por medio de la Cruz; vendrá no sólo
después, sino como causa de la redención realizada por Cristo, por voluntad
y obra del Padre.
9. Así, en el discurso pascual de despedida se llega -puede decirse- al
culmen de la revelación trinitaria. Al mismo tiempo, nos encontramos ante
unos acontecimientos definitivos y unas palabras supremas, que al final se
traducirán en el gran mandato misional dirigido a los apóstoles y, por medio
de ellos, a la Iglesia: " Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes ",
mandato que encierra, en cierto modo, la fórmula trinitaria del bautismo: "
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ".35
Esta fórmula refleja el misterio íntimo de Dios y de su vida divina, que es
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, divina unidad de la Trinidad. Se
puede leer este discurso como una preparación especial a esta fórmula
trinitaria, en la que se expresa la fuerza vivificadora del Sacramento que
obra la participación en la vida de Dios uno y trino, porque da al hombre la
gracia santificante como don sobrenatural. Por medio de ella éste es llamado
y hecho " capaz " de participar en la inescrutable vida de Dios.
10. Dios, en su vida íntima, " es amor ",36 amor esencial, común a las tres
Personas divinas. EL Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre
y del Hijo. Por esto " sondea hasta las profundidades de Dios ",37 como
Amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de
Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco
entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios " existe " como
don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta donación, de
este ser-amor.38 Es Persona-amor. Es Persona-don. Tenemos aquí una riqueza
insondable de la realidad y una profundización inefable del concepto de
persona en Dios, que solamente conocemos por la Revelación.
Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consustancial al Padre y al Hijo en la
divinidad, es amor y don (increado) del que deriva como de una fuente
(fonsvivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la
existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia
a los hombres mediante toda la economía de la salvación. Como escribe el
apóstol Pablo: " El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado " (Rm.5,5).
16 Allonparakleton: Jn 14, 16.
17Jn 14, 13. 16 s.
18 Cf. 1 Jn 2, 1.
19Jn 14, 26.
20Jn 15, 26 s.
21 Cf. 1 Jn 1, 1-3; 4,14.
22 " La revelación que la Sagrada Escritura
contiene y ofrece ha sido puesta por escrito bajo la inspiración del
Espíritu Santo ", por lo tanto la
misma sagrada Escritura " se ha de leer con el
mismo Espíritu con que fue escrita ": Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei
Verbum, sobre la
divina revelación, 11. 12.
2ªJn 16, 12 s.
24Act 1, 1.
25Jn 16,14.
26Jn 16, 15.
27Jn 16, 7s.
28Jn 15, 26.
29Jn 14, 16.
ª0Jn 14, 26.
ª1Jn 15, 26
ª2Jn 14, 16.
ªªJn 16, 7.
ª4 Cf. Jn 3, 16 s., 34; 6, 57; 17, 3. 18. 23.
ª5 Mt 28, 19.
ª6 Cf. 1 Jn 4, 8. 16.
ª7 1 Cor 2, 10.
ª8 Cf. S. Tomás De Aquino, SummaTheol. Ia, qq.
37-38.
ª9 Rm 5, 5.
Santos Padres: San Agustín I TRATADO 74 - Acerca de las palabras "Si
me aman, observen mis mandamientos" hasta "Permanecerá con ustedes y estará
dentro de ustedes".
1. En la lectura del evangelio hemos oído estas palabras del Señor: Si me
amáis, observad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará otro consolador
para que esté con vosotros eternamente: el Espíritu de verdad, a quien el
mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le
conoceréis, porque morará con vosotros y estará dentro de vosotros. Muchas
son las cosas que hay que indagar en estas breves palabras del Señor; pero
mucho es para nosotros buscar todas las cosas que hay que buscar en ellas o
hallar todas las cosas que en ellas buscamos. No obstante, prestando
atención a lo que nosotros debemos decir y vosotros debéis oír, según lo que
el Señor se digna concedernos y de acuerdo con nuestra capacidad y la
vuestra, recibid, carísimos, lo que nosotros os podemos decir, y pedidle a
Él lo que nosotros no os podemos dar. Cristo prometió el Espíritu Santo a
los apóstoles, pero debemos advertir de qué modo se lo ha prometido. Dice:
Si me amáis, guardad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará otro
consolador, que es el Espíritu de verdad, para que permanezca con vosotros
eternamente. Este es, sin duda, el Espíritu Santo de la Trinidad, al que la
fe católica confiesa coeterno y consustancial al Padre y al Hijo, y el mismo
de quien dice el Apóstol: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros
corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. ¿Por qué, pues, dice
el Señor: Si me amáis, guardad mis mandatos, y yo rogaré al Padre y os dará
otro consolador, cuando dice que, si no tenemos al Espíritu Santo, no
podemos amar a Dios ni guardar sus mandamientos? ¿Cómo hemos de amar para
recibirlo, si no podemos amar sin temerlo? ¿O cómo guardaremos los
mandamientos para recibirlo, si no es posible observarlos sin tenerle con
nosotros? ¿Acaso debe preceder en nosotros el amor que tenemos a Cristo,
para que, amándole y observando sus preceptos, merezcamos recibir al
Espíritu Santo a fin de que no ya la caridad de Cristo, que ha precedido,
sino la caridad del Padre se derrame en nuestros corazones por medio del
Espíritu Santo, que nos ha sido dado? Perversa es esta sentencia.
Quien cree amar al Hijo y no ama al Padre, no ama verdaderamente al Hijo,
sino lo que él se ha imaginado. Porque nadie, dice el Apóstol, puede
pronunciar el nombre de Jesús si no es por el Espíritu Santo. ¿Y quién dice
Señor Jesús del modo que dio a entender el Apóstol sino aquel que le ama?
Muchos lo pronuncian con la lengua y lo arrojan del corazón y de sus obras,
conforme de ellos dijo el Apóstol: Confiesan conocer a Dios, pero con sus
hechos lo niegan. Luego, si con los hechos se niega, sin duda también con
los hechos se habla. Nadie, pues, puede pronunciar con provecho el nombre
del Señor Jesús con la mente, con la palabra, con la obra, con el corazón,
con la boca, con los hechos, sino por el Espíritu Santo; y de este modo
solamente lo puede decir el que ama. Y ya de este modo decían los apóstoles:
Señor Jesús. Y si lo pronunciaban sin fingimiento, confesándolo con su voz,
con su corazón y con sus hechos; es decir, si con verdad lo pronunciaban,
era ciertamente porque amaban. Y ¿cómo podían amar sino por el Espíritu
Santo? Con todo, a ellos se les manda amarle y guardar sus mandatos para
recibir al Espíritu Santo, sin cuya presencia en sus almas no pudieran amar
y observar los mandamientos.
2. No nos queda más que decir que el que ama tiene consigo al Espíritu
Santo, y que teniéndole merece tenerle más abundantemente, y que teniéndole
con mayor abundancia, es más intenso su amor. Ya los discípulos tenían
consigo al Espíritu Santo, que el Señor promet��a, sin el cual no podían
llamarle Señor; pero no lo tenían aún con la plenitud que el Señor prometía.
Lo tenían y no lo tenían, porque aún no lo tenían con la plenitud con que
debían tenerlo. Lo tenían en pequeña cantidad, y había de serles dado con
mayor abundancia. Lo tenían ocultamente, y debían recibirlo manifiestamente;
porque es un don mayor del Espíritu Santo hacer que ellos se diesen cuenta
de lo que tenían. De este don dice el Apóstol: Nosotros no hemos recibido el
espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer
los dones que Dios nos ha dado. Y no una, sino dos veces les infundió el
Señor manifiestamente al Espíritu Santo. Poco después de haber resucitado,
dijo soplando sobre ellos: Recibid al Espíritu Santo. ¿Acaso por habérselo
dado entonces no les envió después también al que les había prometido? ¿O no
es el mismo Espíritu Santo el que entonces les insufló y el que después les
envió desde el cielo?
De aquí nace otra cuestión: por qué esta donación, que hizo manifiestamente,
la hizo dos veces. Quizá en atención a los dos preceptos del amor: el amor
de Dios y el amor del prójimo; y para que entendamos que al Espíritu Santo
pertenece el amor, hizo esta doble manifestación de su donativo. Y si otra
causa hubiera de buscarse, no por eso hemos de prolongar esta plática más de
lo conveniente, con tal que tengamos bien presente que, sin el Espíritu
Santo, nosotros no podemos amar a Cristo ni guardar sus mandamientos, y que
tanto menos podremos hacerlo cuanto menos de El tengamos, y que lo haremos
con tanta mayor plenitud cuanto más de El participemos. Por consiguiente, no
sin motivo se promete no sólo al que no le tiene, sino también al que le
tiene: al que no le tiene, para que le tenga, y al que ya le tiene, para que
le tenga con mayor abundancia. Porque, si uno no pudiera tenerle más
abundantemente que otro, no hubiera dicho Elíseo al santo profeta Elías: El
Espíritu, que está en ti, hágase doble en mí.
3. Cuando Juan Bautista dijo que Dios no da el Espíritu con medida, hablaba
del mismo Hijo de Dios, al cual no le fue dado con medida, porque en El
habita toda la plenitud de la Divinidad. Ni aun el hombre Cristo Jesús sería
el mediador entre Dios y los hombres sin la gracia del Espíritu Santo, pues
El mismo afirma que en Él tuvo su cumplimiento aquel dicho profético: El
Espíritu del Señor ha venido sobre mí; por lo cual me ha ungido y me ha
enviado a evangelizar a los pobres. La igualdad que tiene con el Padre, no
la tiene por gracia, sino por naturaleza; pero la elevación del hombre a la
unidad de persona en el Unigénito no es efecto de la naturaleza, sino de la
gracia, como lo atesta el Evangelio, diciendo: Mas el Niño crecía y se
fortalecía lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en El. A todos los
demás se les da con medida, y después de dado se les vuelve a dar, hasta
llenar en cada uno la medida de su perfección. Y por esta razón exhorta el
Apóstol a no saber más de lo que conviene saber, sino saber con moderación
según la medida de la fe que Dios ha distribuido a cada uno. No se divide
con esto el Espíritu; se dividen los dones dados por el Espíritu, porque hay
diversidad de dones, pero el Espíritu es siempre el mismo.
4. Con estas palabras: Yo rogaré al Padre y Él os dará otro paráclito,
declara que también Él es Paráclito, que en latín quiere decir abogado. Y de
Cristo se ha dicho que tenemos por abogado ante el Padre a Jesucristo,
justo. Y en este sentido dijo que el mundo no era capaz de recibir al
Espíritu Santo, conforme lo que estaba escrito: La prudencia de la carne es
enemiga de Dios, porque no está ni puede estar sometida a la ley; como si
dijera que la injusticia no puede ser justa. Llama mundo en este lugar a los
amadores del mundo, cuyo amor no procede del Padre. Y, por lo tanto, el amor
de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha
sido dado, es contrario al amor de este mundo, que tratamos de disminuir y
desterrar de nosotros. El mundo, pues, no puede recibirlo, porque no lo ve
ni lo conoce, porque el amor mundano no tiene esos ojos espirituales, sin
los cuales no es posible ver al Espíritu Santo, que es invisible a los ojos
de la carne.
5. En cambio, dice: Vosotros lo conoceréis, porque permanecerá con vosotros
y estará dentro de vosotros. Estará dentro de ellos para permanecer con
ellos; no permanecerá con ellos para estar en ellos, porque primero hay que
estar en un lugar para permanecer en él. Pero para que entendiésemos que, al
decir que permanecerá con vosotros, no era una permanencia semejante a la de
un huésped en la casa, explicó esa permanencia añadiendo que estará dentro
de vosotros. Es invisiblemente visible y no podemos conocerlo si no está
dentro de nosotros. De este modo vemos dentro de nosotros nuestra propia
conciencia; vemos el rostro de los otros, pero no vemos el nuestro; vemos,
en cambio, nuestra conciencia y no vemos la de los otros. Pero la conciencia
no tiene existencia fuera de nosotros, y el Espíritu Santo existe también
sin nosotros y se da para estar dentro de nosotros. No obstante, no podemos
verlo y conocerlo como debe ser visto y conocido si no está dentro de
nosotros.
(SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de San Juan (t. XIV), Tratado 74,
1-5, BAC Madrid 19652, 335-41)
Santos Padres: San Agustín - Jn 14,15-21: Presente y futuro
Dice el Señor: Todavía un poco y el mundo ya no me verá (Jn 14,19). ¿Qué
decir? ¿Es que entonces le veía el mundo? En efecto, con el nombre de
«mundo» quiere indicar a aquellos de quienes habló antes, diciendo con
referencia al Espíritu Santo: A quien el mundo no puede recibir, porque no
lo ve ni lo conoce (Jn 14,17). El mundo, es verdad, veía con los ojos de la
carne a quien se había hecho visible mediante la carne, pero no veía a la
Palabra que se ocultaba en la carne; veía al hombre, pero no a Dios; veía el
vestido, pero no al hombre vestido. Mas como después, de su resurrección
mostró a los discípulos también su carne, no sólo para que la vieran, sino
incluso para que la tocaran, pero no quiso manifestarla a los que no eran de
los suyos, quizá haya que referir a esta realidad las palabras: Todavía un
poco y el mundo ya no me verá; pero vosotros me veréis, porque yo vivo, y
también vosotros viviréis (Jn 14,19).
¿Qué significa: Porque yo vivo, también vosotros viviréis? ¿Por qué se
refiere a sí mismo en el presente y a ellos en futuro, sino porque les
prometió que poseerían también la vida del cuerpo, pero un cuerpo
resucitado, cual aquella en la que él les iba a preceder? Y como estaba tan
próxima su resurrección, utilizó el presente para indicar esa inmediatez;
refiriéndose a ellos, en cambio, no dijo: «vivís», sino viviréis, puesto que
la suya se difiere hasta el fin del mundo.
De una manera breve y discreta, usando respectivamente el presente y el
futuro, prometió las dos resurrecciones: la suya, que había de realizarse en
breve, y la nuestra, que tendrá lugar al fin del mundo. Porque yo vivo
-dice-, también vosotros viviréis: porque vive él, por eso viviremos
nosotros también. Pues por un hombre entró la muerte y por un hombre entrará
la resurrección de los muertos; y así como en Adán mueren todos, así todos
volverán a la vida en Cristo. En efecto, nadie muere sino por Adán y nadie
vive, sino por Cristo. Por haber vivido nosotros nos hallamos muertos; por
vivir él, viviremos. Estamos muertos para él cuando vivimos para nosotros;
pero dado que murió por nosotros, él vive para él y para nosotros. Y, por
vivir él, viviremos nosotros también. Nosotros pudimos darnos la muerte,
pero no podemos darnos de igual modo la vida.
En aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre y que vosotros estáis en mí
y yo en vosotros (Jn 14,20). ¿En qué día, sino aquel del que dice: También
vosotros viviréis? Entonces podremos ver lo que ahora creemos. También ahora
él está en nosotros y nosotros en él; mas ahora lo creemos, entonces lo
conoceremos. Y aunque ahora lo conozcamos por la fe, entonces lo conoceremos
por la contemplación. Mientras vivimos en este cuerpo actual corruptible,
que apesga al alma, somos peregrinos lejos del Señor, porque caminamos en la
fe, no en la visión (2 Cor 5,6). Entonces, pues, le veremos en su realidad,
porque le veremos tal cual es (1 Jn 3,2). En verdad, si Cristo no estuviese
también ahora en nosotros, no diría el Apóstol: Si Cristo está en nosotros,
el cuerpo está ciertamente muerto por el pecado, pero el espíritu vive por
la justicia (Rom 8,10). Que también ahora estamos nosotros en él, lo indica
con claridad cuando dice: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos (Jn 15,5).
Por consiguiente, en aquel día en que vivamos con la Vida, que absorbe a la
muerte, veremos que él está en el Padre, nosotros en él y él en nosotros,
porque entonces llegará a la perfección lo que ahora ha comenzado ya él, es
decir, su morada en nosotros y la nuestra en él.
El que tiene mis mandatos y los observa es quien me ama (Jn 14,21): el que
los tiene en su memoria y los observa en su vida; el que los tiene presentes
en sus palabras y los observa en sus costumbres; quien los tiene porque los
escucha y los observa practicándolos, o quien los tiene porque los lleva a
la práctica y los observa perseverando en ellos. Ése es -dice- quien me ama.
El amor debe manifestarse en las obras para que no se quede en palabra
estéril. Y a quien me ame, le amará mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré
a mí mismo (Jn 14,21). ¿Qué significa amaré? Deja entender que le ha de amar
entonces, pero que no le ama ahora. No ha de entenderse así. Pues ¿cómo
podría amarnos el Padre sin el Hijo o el Hijo sin el Padre? Si su obrar es
inseparable, ¿cómo pueden amar de forma separada? Pero dijo: Yo le amaré,
para añadir: Y me manifestaré a él. Le amaré y me manifestaré: es decir, le
amaré, para manifestarme a él. Al presente nos ha amado para que creamos y
guardemos el mandato de la fe; entonces nos amará para que le veamos y
recibamos la visión misma como recompensa de la fe. También nosotros le
amamos ahora creyendo lo que veremos, pero entonces le amaremos viendo lo
que hemos creído.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 75,2-5)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El que me conoce conoce al
Padre
Dícele Felipe: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta. Le dice Jesús:
Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me has conocido? El
que me ha visto a Mi también ha visto al Padre (Juan XIV, 8-9).
Decía el profeta a los judíos: Tú tenias rostro de mujer descarada, puesto
que tratas con todos en forma imprudente. Por lo visto, tal cosa puede con
todo derecho decirse no sólo de aquella ciudad, sino de todos cuantos
imprudentemente se oponen a la verdad. Como Felipe dijera: Muéstranos al
Padre, Cristo le responde: Felipe: ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros
y no me has conocido? Y a pesar de todo, los hay: que tras de semejantes
expresiones todavía separan las substancias de! Padre y del Hijo; y eso que
no podrás encontrar vecindad más aceptada. No faltaron herejes que por ellas
fueron a dar al error de Sabelio.
Por nuestra parte, dejando a un lado a unos y a otros, como opuestos
impíamente a la verdad, examinamos el exacto sentido de las palabras.
Felipe: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, y no me conoces? Tero qué
es esto acaso eres tú el Padre por el cual yo pregunto? Responde Cristo:
¡No! Por eso no dijo: No lo has conocido; sino: :No me has conocido,
queriendo declarar tan sólo que no es el Hijo otra cosa sino lo que es el
Padre, pero permaneciendo Hijo. ¿Por qué se atrevió Felipe a semejante
pregunta? Había dicho Cristo: Si me conocéis a Mí, también habéis; conocido
al Padre. Y lo mismo había dicho varias veces a los judíos. Ahora bien, pues
así los judíos como Pedro con frecuencia habían preguntado a Jesús quién era
el Padre, y lo mismo había hecho Tomas, pero ninguno había recibido una
respuesta clara, sino que aún ignoraban quién era, Felipe, para no parecer
molesto, ni molestara Jesús tratándolo a la manera de los judíos, en cuanto
dijo: Muéstranos al Padre, añadió enseguida: Y eso nos basta. Ya no
preguntamos más.
Cristo había dicho: Si me conocéis a Mi también habéis conocido a mi Padre,
de modo que El por Sí mismo manifestaba al Padre. Pero Felipe invirtió el
orden diciendo: muéstranos al Padre, como si ya conociera a Cristo
exactamente. Cristo no accedió, sino que lo volvió al camino, persuadiéndolo
a conocer al Padre por el mismo Jesús. Felipe quería verlo con los ojos
corporales, tal vez porque sabia que los profetas habían visto a Dios. Pero,
oh Felipe, advierte que eso se ha dicho hablando al modo humano y craso. Por
eso decía Cristo: a Dios nadie lo vio jamás; y también: Todo el que oye el
mensaje des Padre, vosotros jamás habéis oído mi voz, ni jamás habéis visto
mi rostro. Y en el Anticuo Testamento Nadie puede ver ml rostro y seguir
viviendo. Qué le responde Cristo: Felipe: tanto tiempo hace que estoy con
vosotros y no me has conocido? No le dice: Y no me has visto, sino: No me
has conocido. Pero, Señor: ¿ es acaso a Ti a quien quiero conocer? Yo quiero
ahora conocer a tu Padre ¿ y Tu me dices: no me has conocido? ¡No hay lógica
en esto! U sin embargo la hay y muy exacta. Puesto que el Hijo es una misma
cosa con el Padre, aunque permaneciendo Hijo, lógicamente Jesús manifiesta
en Sí al Padre. Pero enseguida, distinguiendo las Personas, dice: El que me
ha visto a Mi también has visto al Padre, para que nadie diga que una misma
Persona es Padre y es Hijo. Si el Hijo fuera al mismo tiempo Padre, no
diría: Quien a Mi me ve también a El lo ve.
Más ¿ por qué no le dijo: Pides un imposible para quien es puro hombre? ¡Eso
sólo a Mí me es posible! Como Felipe había dicho: Eso nos basta, como si ya
lo viera, Cristo le declara que ni a El mismo lo ha conocido; pues si
hubiera podido conocer a Cristo habría conocido al Padre ya. De otro modo:
Ni a Mi ni al Padre puede alguno conocernos. Felipe buscaba el conocimiento
mediante la vista; y como pensaba. que ya conocía a Cristo, quería ver del
mismo modo al Padre. Cristo le declara que ni a El mismo lo conoce.
Si alguien en estas palabras quiere entender por conocimiento la visión, no
lo contradiré. Pues dice Cristo: El que me conoce, conoce también al Padre.
Pero no es eco lo que quiere significar Cristo, sino demostrar su
consubstancialidad con el Padre. Como si dijera: El que conozca la sustancia
mía, conoce por lo mismo al Padre. Instarás: pero ¿qué solución es ésa?
También el que ve las creaturas conoce a Dios. Sin embargo, todos ven las
creaturas y las conocen, pero a Dios no. Investiguemos qué es lo que Felipe
anhela ver. ¿Es acaso la sabiduría del Padre o su bondad? ¡De ninguna
manera! Sino qué cosa es Dios en su misma sustancia. A esto responde Cristo:
El que me ve a Mi. Quien ve las creaturas no ve la sustancia de Dios. Cristo
dice: El que me ve ha visto al Padre. Si El fuera de otra sustancia no lo
habría aseverado.
Para usar de un lenguaje más craso, nadie que no conozca el oro puede ver en
la plata la sustancia del oro, puesto que es imposible conocer una
naturaleza en otra distinta. De modo que con razón Cristo increpó a Felipe y
le dijo: Tanto tiempo he estado con vosotros. Como si le dijera: Tantas
enseñanzas has recibido, tantos milagros has visto realizados por mi
autoridad propia, cosas todas privativas de la divinidad y que solamente el
Padre hace, como la remisión de los pecados, la revelación de lo íntimo y
secreto, las resurrecciones, la creación de los miembros hecha mediante un
poco de lodo ¿y no me has conocido? Como estaba Cristo vestido de nuestra
carne, dice: No me ayas conocido. ¿Has visto al Padre? No busques más. En Mí
lo has visto. Si me has visto ya no investigues más con vana curiosidad: en
Mi mismo lo has visto. ¿No crees que yo estoy con el Padre. Es decir: ¿que
yo me presento en su misma sustancia? Las cosas que Yo os manifiesto no son
invención mía. ¿Adviertes la suma vecindad y cómo son una misma y única
sustancia? El Padre que mora en mi El mismo realiza las obras. Mira cómo
pasa a las obras habiendo comenzado por las palabras. Lógicamente debió
decir: El es quien pronuncia las palabras; pero es que toca aquí dos cosas:
la doctrina y los milagros; o también quiere decir que las palabras mismas
ya son obras.
Mas ¿cómo hace el Padre esas obras? Porque en otro lugar dice Cristo: Si no
hago las obras de mi Padre, no me creáis. ¿Por qué aquí dice que es el Padre
quien las hace? Es para indicar con esto que no hay intermedio entre el
Padre y el Hijo. Es decir: No procede el Padre de un modo y Yo de otro;
puesto que en otra parte asegura: Mi Padre en todo momento trabaja y Yo
también trabajo. En ese pasaje indica no haber ninguna diferencia, y aquí
declara de nuevo lo mismo.
No te extrañes de que las palabras a primera vista parezcan algo rudas. Pues
las dijo después de haber dicho a Felipe: ¿No crees? dando a entender que en
tal forma atemperaba sus expresiones que arrastraran a Felipe a la fe.
Conocía los corazones de sus discípulos. ¿Creéis que Yo estoy en el Padre y
el Padre está en Mi? Convenía que vosotros, en oyendo Padre e Hijo, no
preguntarais más, para confesar enseguida ser ambos una sola y la misma
sustancia. Pero si eso no os basta para demostrar la igualdad de honor y la
consubstancialidad, aprendedlo recurriendo a las obras. Aquello de: quien me
ha visto también ha visto a mi Padre, si se hubiera referido a las obras, no
habría añadido ahora: A lo menos por las obras creedme.
Luego, declarando que puede no únicamente éstas, obras, sino otras mucho
mayores que éstas, lo hace mediante una hipérbole. Porque no dice: Puedo
hacer obras mayores que éstas, sino lo que es mucho más admirable: Puedo
comunicar a otros el poder de hacer obras superiores a éstas: En verdad, en
verdad os digo: El que cree en Mi hará también las obras que Yo hago; y aun
mayores que éstas, porque Yo voy al Padre. Quiere decir: En vuestras manos
estará en adelante hacer milagro, por que yo ya me voy.
Una vez que hubo conseguido con su discurso lo que intensa, dice: Y todo
cuando pidiereis en mi nombre lo haré, para que sea glorificado el Padre en
el Hijo. ¿Adviertes cómo de nuevo El es el que obra? Pues dice: Lo haré. Y
no dijo: Rogaré a mi Padre, sino: Para que sea glorificado el Padre en Mi.
En otra parte decía: Dios lo glorificará en Si mismo. En cambio aquí dice:
El glorificará al Padre. Porque así, cuando se vea que el Hijo puede grandes
obras, el Engendrador será glorificado.
¿Qué Significa: En mi nombre? Lo que luego los apóstoles decían: En nombre
de Jesucristo, levántate y camina. Pues todos los milagros que ellos obraban
era El quien los hacía; y la mano del Señor estaba con ellos. Porque dice:
Lo haré. ¿Adviertes cl poder absoluto? Los milagros que mediante otros se
verifican, El los hace; ¿y no podrá hacer los que El mismo obra si no es
dándole poder el Padre? ¿Quién podría afirma tal cosa? Mas, ¿por qué añade
esto? Para confirmar sus palabras y manifestar que las anteriores las dijo
atemperándose.
Lo que sigue: voy al Padre, significa: No perezco, en mi propia dignidad
permanezco; estoy en los Cielos. Todo esto lo decía para consolarlos. Como
era verosímil que sintieran en su animo alguna tristeza, pues no tenían aún
una noción justa de la resurrección, con variadas palabras les promete que
ellos comunicarán a otros esas mismas cosas y continuamente cuida de ellos y
les declara que El permanecerá siempre; y no sólo que permanecerá, sino que
incluso demostrará un poder aún mayor.
En consecuencia, vayamos en pos de El y tomemos nuestra cruz. Pues aun
cuando ahora no amenaza ninguna persecución: pero es tiempo de otro género
de muerte. Porque dice Pablo: Mortificad vuestros miembros, que son vuestra
porción terrena. Apaguemos la concupiscencia, reprimamos la ira, quitemos la
envidia. Este es un sacrificio en víctima viva; sacrificio que no acaba en
ceniza, ni se expande como el humo, ni necesita leña ni fuego ni espada.
Porque tiene en sí el fuego y la espada, que es el Espíritu Santo. Usa de
este cuchillo y circuncida todo lo inútil, todo lo extraño de tu corazón.
Abre tus oídos que estaban cerrados. Porque las enfermedades espirituales y
las perversas pasiones suelen cerrar las puertas de los oídos.
El ansia de riquezas no permite oír las palabras de la limosna. La envidia,
si se echa encima, aparta las enseñanzas acerca de la caridad; y cualquier
otra enfermedad de ésas torna al alma perezosa para todo. Quitemos, pues,
esas malas pasiones. Basta con querello y todas se apagan. No nos fijemos,
os ruego, en que el anhelo de riquezas es una tiranía. La tiranía verdadera
la constituye nuestra apatía y pereza. Muchos hay que aseveran no saber qué
cosa es la plata, puesto que semejante codicia no es innata y connatural.
Las inclinaciones naturales se nos infunden desde el principio. En cambio,
durante mucho tiempo se ignoró lo que fueran el oro y la plata.
Entonces ¿de dónde vino semejante codicia? De la vanagloria y de la extrema
indolencia. Porque de las pasiones, hay unas que son necesarias, otras
connaturales, otras que no son ni lo uno ni lo otro. Por ejemplo: las que si
no se satisfacen perece la vida, son necesarias y connaturales, como la del
alimento la bebida y el sueño. En cambio, el amor sensual de los cuerpos se
dice connatural, pero no es necesario, puesto que muchos lo han superado ž
no han perecido. Por lo que mira a la codicia del dinero, ni es connatural
ni necesaria, sino adventicia y superflua.
Si queremos no nos dominará. Hablando Cristo acerca de la virginidad, dice:
El que pueda entender que entienda. Pero acerca de las riquezas no se
expresa lo mismo, sino que dice: El que no renunciare a todo lo que posee no
es digno de mí. Cristo exhorta a lo que es fácil; pero en lo que supera las
fuerzas de muchos lo deja a nuestro arbitrio. Entonces ¿por qué nos privamos
de toda defensa? El esclavo de pasiones vehementes no sufrirá tan graves
castigos; pero el que se hace esclavo de pasiones más débiles, queda sin
posible defensa.
¿qué responderemos al Juez cuando nos diga: Me viste hambriento y no me
diste de comer? ¿Qué excusa tendremos? ¡Objetaremos nuestra pobreza’ Pero no
somos más pobres que la viuda aquella que venció en generosidad a todos con
los dos óbolos que dio de limosna. Dios no exige en los dones la magnitud,
sino el fervor de la voluntad; lo cual forma parte de su providencia.
Admiremos su bondad y ofrezcamos, en consecuencia, lo que nos sea posible.
Así, tras de alcanzar grande clemencia de parte de Dios, así en esta vida
como en la futura, podemos disfrutar de los bienes prometidos, por gracia y
benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria por los siglos
de los siglos. Amén.
(San Juan Crisóstomo, Homilía LXI-XIV)
Aplicación: Eucaristía -
Volveré
-No os dejaré desamparados. Volveré. Esta promesa de Jesús, de volver, no se
refiere aquí, y en este contexto de despedida en la última cena, a su venida
gloriosa al final de los tiempos, sino a su retorno a la vida, tras la
muerte, en la resurrección. Por eso dice "dentro de poco", es decir tras los
tres días de su muerte, aunque su vuelta no será notada por todos.
Por eso añade que el mundo no le verá. En efecto, consumada la crucifixión y
el entierro, la gente le dio por muerto. Y aunque es verdad que los
evangelios recogen el rumor entre los soldados y oficiales de la
desaparición del cadáver, lo cierto es que los rumores se disiparon y se
quedaron tranquilos, dándole por muerto y desaparecido. En cambio Jesús les
asegura que ellos, los discípulos, sí le verán, porque ellos lo quieren y
creen en él, y hace falta fe para poder ver al resucitado. La muerte es un
hecho histórico y datable, pero la vida resucitada trasciende el tiempo y el
lugar. Resucitar es morir a esta vida para empezar una vida distinta,
inimaginable pues que aún no tenemos la experiencia. Se trata de otra vida,
es decir, de otra forma de vivir, sin la limitación de esta vida mortal. Por
eso en otras religiones recurre al mito de la reencarnación, es decir vidas
sucesivas e indefinidamente.
-Jesús ha vuelto. Ha resucitado. Ese es el punto clave de nuestra fe.
Creemos en Jesús, creemos que es Dios, es decir, creemos que murió y
resucitó y vive para siempre. Y aunque confesamos en el credo que subió al
cielo y está sentado a la derecha del Padre, eso no es más que una expresión
literaria para reconocer su igualdad con el Padre, es decir, que es
verdadero Dios. Pues también creemos que vive y está con nosotros. La vida
resucitada, la otra vida o vida eterna, no es como ésta que limita la
presencia de los seres vivos en un solo lugar. El cielo no es el lugar donde
está Dios y los santos y adonde esperamos ir. El cielo es estar con Dios, no
el lugar, porque Dios es el colmo de nuestra felicidad.
-El Señor está con nosotros. Jesús vive y está con el Padre, pero también
vive y está con nosotros. Vive y está en los sacramentos, que son acciones
de Cristo, no nuestras, que somos meros instrumentos de la acción de Dios.
Vive y está, especialmente, en medio de nosotros, reunidos en su nombre para
celebrar la eucaristía, que es memoria de su muerte y de su resurrección.
Vive y está en su Palabra, que proclamamos y escuchamos, reconociendo y
confesando que es Palabra de Dios. Vive y está con nosotros y en nosotros
por su Espíritu, es decir, en espíritu y de verdad, por eso nuestras
acciones son, deben ser, cristianas, como si fueran de Cristo, siguiendo su
ejemplo, obedeciendo su palabra. Vive y está, además, en los pobres, en los
que sufren, en los que trabajan por la justicia y la paz. Porque así ha
querido identificarse con ellos.
-Tenemos que hacer ver a Jesús.
Nuestra misión como cristianos es ésa, ser como Cristo, continuar su obra,
hacer que Cristo siga predicando y sanando enfermos y consolando a los
afligidos. No basta con decir lo que dijo e hizo Jesús, hay que decir y
hacer como él, para que sea conocido en el mundo entero, para que todos
crean que vive y está con nosotros.
Por eso debemos acercarnos, especialmente, a aquellos colectivos a los que
quiso acercarse Jesús, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los
excluidos de nuestra sociedad, como él lo hizo con los de la suya. Sólo así
podemos dar fe de que Jesús sigue vivo. Sólo así todos los que no creen
podrán llegar a creer. Porque hay que ver para creer. Y en este caso hay que
ver nuestras buenas obras, para creer en el Padre del cielo.
-Tenemos que dar razón de nuestra esperanza.
San Pablo nos dice, en la carta que hemos leído, que glorifiquemos a Cristo
en nuestros corazones, es decir, que en las obras que salen del corazón se
vea la gloria de Cristo, y que estemos dispuestos a dar razón de nuestra
esperanza a todo el que nos pregunte. No hay que dar razones, ¿cómo
podríamos darlas?, tenemos que dar razón, es decir, fe, testimonio, la única
prueba posible, la de nuestra vida. Hoy precisamente la Iglesia llama
nuestra atención, particularmente, sobre el colectivo de los enfermos, de
los que sufren. El mundo está lleno de dolor. Y muchas veces los aquejados
por la enfermedad se ven discriminados, mal tratados, abandonados,
excluidos, separados como indeseables, sobre todo ciertos enfermos
infecciosos, desahuciados, en fase terminal. Visitar a los enfermos,
consolar a los que sufren, hacer compañía a los abandonados y olvidados,
acompañar a aquellos de los que todos huyen, siguen siendo obras de
misericordia, obras de Cristo, obras que pueden dar razón de nuestra fe y de
nuestra esperanza, para que el mundo, por fin, crea.
-A veces hablamos de Dios y de Jesús, como si estuvieran lejos, en el cielo.
¿No nos dice nada el saludo de cada domingo: que el Señor esté con nosotros?
¿Notamos que está con nosotros? ¿Estamos con él? ¿Lo atendemos en la
oración?
-Jesús vive y está activo en los sacramentos: ¿Cómo los recibimos? ¿Somos
conscientes, al administrarlos, que Jesús actúa en nuestras acciones? ¿Nos
sentimos tocados por la gracia de Dios?
-Jesús vive y habla en su palabra: ¿Cómo escuchamos el evangelio? ¿Cómo
hubiéramos escuchado a Jesús en aquel tiempo...? ¿Leemos con asiduidad el
evangelio? ¿Qué hacemos para que se trasluzca en nuestra vida y obras?
-Jesús vive y está en la comunidad: ¿Somos comunidad? ¿Qué es lo que tenemos
en común? ¿Nos sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en el amor?
¿Estamos disponibles para trabajar por nuestra comunidad? ¿O tenemos tantas
obligaciones que no nos queda tiempo para convivir y compartir con los
hermanos de la parroquia?
-Jesús vive y está en los pobres y en los enfermos: ¿Lo atendemos? ¿Nos
olvidamos? ¿Lo esquivamos?
(EUCARISTÍA 1993/25)
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Aplicación:
Adrien Nocent - Inhabitación
-Promesa de enviar el Espíritu
Cristo se dirige a los discípulos y a cuantos celebramos su eucaristía. En
su discurso de despedida anuncia el envío del Paráclito y su propia vuelta
al fin de los tiempos; se dirige a toda la Iglesia. Ella nos lo transmite
hoy. Cristo nos da a conocer su testamento: permanecer fieles a sus
mandamientos es la señal de que se ama a Jesús. San Juan permanece atento a
transmitir estas palabras a la joven Iglesia cuyas dificultades y luchas ve.
El tema de la inhabitación -"Yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo
con vosotros"- es un tema querido en el evangelio de Juan. Es esclarecedor
sobre el significado profundo de la vida de la Iglesia y de cada uno de los
cristianos. Unido a esta observancia de los mandamientos y a este amor, el
tema del envío del Espíritu es fundamental. El sostiene la Iglesia. Se tiene
la impresión de que el don del Espíritu está condicionado por la observancia
de los mandamientos, señal del amor. El que será enviado será "otro
Defensor", el Espíritu de la verdad. Estará siempre con vosotros. ¿Cuál será
el papel de este Espíritu de la verdad? Dar a conocer cada vez con mayor
profundidad los misterios de Cristo el significado de su vida, de sus
palabras y acciones; al propio tiempo, dará a los cristianos fuerzas para
vivir en un mundo que no les comprende ni ve lo que ven ellos. En efecto,
Jesús insiste en ello: este Espíritu sólo puede ser recibido, visto y
conocido por los que creen y guardan los mandamientos amando. Con respecto a
éstos, el Espíritu está con ellos, vive en ellos. Enviar "otro Defensor"
puede parecer una expresión extraña. Sin embargo, las palabras de Jesús se
explican fácilmente. En su vida terrena, Jesús estaba presente junto a sus
discípulos, ahora otro "Defensor" ocupará el lugar de Jesús y continuará su
obra. Así que los discípulos no están huérfanos. Para el mundo, Cristo habrá
desaparecido, pero los discípulos le verán; le verán vivo. Se trata del
regreso de Jesús, en su resurrección. Se anuncia a los discípulos el regreso
de Cristo resucitado, pero se anuncia al mismo tiempo la venida al fin de
los tiempos. Sin embargo, no habría que detenerse en el hecho de una visión
física de Cristo; porque se trata de una verdadera comprensión de lo que él
es: conocerán que él está con el Padre y que los discípulos están en él y él
con sus discípulos. Señalemos el modo solemne como anuncia Jesús estos
hechos: "Entonces", aquel día; el día de la resurrección gloriosa de la
Pascua; pero Cristo piensa también en su Iglesia, con la que seguirá
viviendo hasta el día definitivo del reencuentro. Jesús se manifestará, pero
sólo a los que le amen, es decir, a los que reciban la palabra y la cumplan.
-La imposición de las manos y el don del Espíritu
La 1ª lectura relata la imposición de las manos por los Apóstoles Pedro y
Juan para el don del Espíritu. Es innecesario insistir en la relación entre
esta lectura y el evangelio elegido para este día. Se trata de ese Espíritu
de la verdad que permanece en nosotros y nos guía. Algunos habitantes de
Sumaría reciben la predicación de Felipe; Pedro y Juan van a Sumaría y
continúan la predicación de Felipe. Pero imponen las manos para dar el
Espíritu a los que habían sido bautizados. La frase puede ser mal
interpretada: podría creerse que el bautismo no confiere el Espíritu, como
si no fuera el Espíritu quien hacía renacer del agua para el perdón de los
pecados, sino que sólo lo confería la imposición de las manos; no precisan
los Hechos de qué don particular se trata. Sin embargo, en Efeso, san Pablo
bautiza a los que sólo habían recibido el bautismo de Juan, y luego les
impone las manos para que reciban el don del Espíritu (Hech 19, 1-7). En
nuestra lectura, esta recepción de la fuerza del Espíritu se traduce en una
especie de testimonio. De todos modos, observamos la unión que existe entre
bautismo y don del Espíritu, que mucho más tarde denominaremos
"confirmación".
-Cristo resucitado, nuestra esperanza
La carta de Pedro alude a unas circunstancias penosas para los cristianos y
a la difícil situación de éstos, rodeados de incomprensión, y quiere animar
a los así perseguidos a dar razón de su esperanza. Hay que estar dispuestos
a sufrir por haber practicado el bien. Y propone el ejemplo de Cristo muerto
por los pecados, el justo por los injustos. Pero la elección del texto para
la liturgia de este día parece haberse fundado en la acción del Espíritu,
tema de las otras dos lecturas. El Espíritu resucita a Cristo en cuerpo
glorioso y le da la victoria sobre las potencias del mal. Ese mismo Espíritu
es nuestra esperanza, pues por él obtenemos nuestro nuevo nacimiento y
nuestra participación en la vida divina, en la vida misma de Cristo. Cristo
murió en su carne, participando así en lo que es lote común de la humanidad;
pero el Espíritu le da un modo de vida nuevo. Esta es nuestra esperanza.
También nosotros seremos transformados en un cuerpo glorioso, y las
dificultades de este mundo y las persecuciones no deben asustar a ningún
cristiano, pues eso constituye una participación en la victoria de Cristo.
(ADRIEN NOCENT, EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4, SEMANA SANTA Y TIEMPO
PASCUAL, SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 217 ss.)
Aplicación: Alessandro Pronzato - Guardar mis mandamientos
Para comprender la expresión de Jesús, es necesario evitar una
interpretación de la palabra "mandamientos". No se trata de normas, leyes,
prescripciones, prohibiciones. Es necesario superar una visión meramente
legalista y jurídica para dar a la palabra "mandamientos" el sentido más
amplio de "enseñanzas". Aquí se trata, en efecto, de la enseñanza de Jesús
en su conjunto. No es una lista de rígidas disposiciones legalistas, sino un
mensaje. No es un código, sino un evangelio. Y es precisamente este
evangelio el que es "acogido" como palabra de Dios, y es "observado", o sea,
debe hacerse principio inspirador de la conducta.
CR/AMADO: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos". "El que acepta mis
mandamientos y los guarda. ése me ama". "Al que me ama, lo amará mi Padre".
De estas frases precisamente brota la figura del cristiano. No es uno que
está obligado a llevar pesos y a someterse a un yugo opresor. Es uno que
recibe la invitación para inserirse en una comunión de vida, en una lógica
de amor. Cristiano es. esencialmente, alguien que sabe que es amado. "Lo
amará mi Padre".
Al llegar aquí, me parece que es oportuno detenernos en el aspecto
típicamente "pasivo" de nuestra existencia cristiana. Quiero decir la
experiencia de sentirse objeto de amor. En el NT, el amor de Dios se expresa
con la palabra "ágape" (A. Nygrem, Eros y Agape). Cristo nos informa de que
el comportamiento de Dios en relación al hombre no está puesto bajo el signo
de la justicia distributiva, sino del ágape. O sea, no estamos en el campo
de la retribución, sino en el amor que da.
A-D/GRATUIDAD: He aquí, pues, las características específicas de este ágape
divino: -El ágape es espontáneo, gratuito, esto es, sin motivo, indiferente
a los valores. Es inútil buscar una causa de amor de Dios en las cualidades
del hombre. "Sin motivo" no significa carente de razón, sino sin motivo
exterior. Esto es, el amor de Dios no se basa en un motivo extraño a él. El
motivo del amor de Dios reside exclusivamente en Dios. Él ama porque su
naturaleza es amor, y basta. He ahí, pues, el motivo en que se inspira Jesús
cuando busca a los que están perdidos, frecuenta a los publicanos y
pecadores; una conducta inexplicable e injustificada desde el punto de vista
de la ley.
Con Cristo se revela un amor que no se deja determinar por el valor de su
objeto, sino solamente por la propia naturaleza divina. Un amor "motivado"
es un amor humano. Un amor sin motivo es divino. El ágape, por esta razón,
es indiferente a los valores, a las cualidades. Dios ama al pecador no a
causa del pecado, sino a pesar del pecado. Y ama a los justos, no
ciertamente por su buena conducta. Si les amase por eso, su amor perdería
las características de ágape, o sea, de espontaneidad, de gratitud.
El amor de Dios no se deja imponer por los límites del comportamiento del
hombre. "Él hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a
justos e injustos" (/Mt/05/45). Qué mala noticia sería para nosotros saber
que Dios nos ama porque somos buenos y en cuanto somos buenos...
-El ágape es creativo: A-D/CREADOR: Dios no ama lo que, en sí, es digno de
amor. Sino que, amando, confiere valor al objeto de su amor. O sea: lo que
en sí está privado de valor, adquiere valor al hacerse objeto de amor
divino.
Dios no me ama porque valga algo, porque tenga cualidades, méritos. Me hago
precioso porque él me ama. El ágape no constata los valores. Los crea. No
los verifica, no hace el inventario de ellos. ¡Los produce! Confiere valor
amando. El ágape es principio creativo de valores.
-El ágape es siempre preferencial. El amor es una preferencia otorgada a una
persona. Y Dios nos prefiere a cada uno de nosotros. Dios dice a cada uno:
"Tú eres a quien prefiero". Para él cada uno de nosotros es un absoluto, no
una minúscula parte de un todo.
-El ágape crea comunión: A/COMUNION. El amor no se resigna a las rupturas, a
las divisiones, a la separación. Quien ama da siempre el primer paso para
restablecer los contactos, anular las distancias. No espera a que se mueva
el otro, que venga a pedir. Es Dios mismo quien pide, después de todas las
infidelidades de su "patner", toma la iniciativa, viene al encuentro del
hombre. Y ahora este amor espera una respuesta de nuestra parte.
"Queridos: si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos
unos a otros" (/1Jn/04/11). Advirtamos que Juan no dice: si Dios nos ha
amado, también nosotros debemos amarle, sino "debemos amarnos unos a otros".
O sea, la respuesta se transfiere al prójimo. Dios pone en su propia cuenta
lo que nosotros "secuestramos" en términos de amor a los hermanos.
Nos podemos engañar pensando que amamos a Dios. Se puede permanecer en lo
abstracto, en la zona vaga del sentimiento, o también nos podemos contentar
con las palabras. No existe un instrumento capaz de medir la intensidad de
nuestro amor a Dios. La verificación más segura, y más comprometida, se
cumple mediante la caridad hacia el prójimo. Aquí no existe incertidumbre.
Este es el campo en que no sólo nosotros, sino también los demás, pueden
controlar si amamos de verdad a Dios. De otra manera, nuestra vida estaría
bajo la enseña de la mentira.
A-DEO/A-H: "Si alguno dice: Amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un
mentiroso" (/1Jn/04/19). Y concluimos con san Juan, que nos lleva, en su
segunda carta, a la frase del evangelio de la que hemos partido: "Ahora
tengo algo que decirte, señora. No pienses que escribo para mandar algo
nuevo. Sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio,
amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como
oísteis desde el principio, este es el mandamiento que debe regir vuestra
conducta" (2Jn/05-06).
(ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO A, EDIT. SIGUEME SALAMANCA
1986.Pág. 93 ss.)
Aplicación: P. Ervens Mengelle, I.V.E. - El Espíritu y el Reino de
Dios
El evangelio que acabamos de escuchar nos permite retomar yprofundizar los
elementos que hemos estado considerando losúltimos domingos acerca del Reino
de los Cielos.
1 - Amistad = Alianza
En definitiva ¿qué es el Reino de los Cielos? Para decirlo conun término
sencillo podemos decir que es la Familia de Dios.Familia que se constituye a
través de un pacto que establece unamor de amistad (griego agape, distinto
del amor eros). ¿Cómo semanifiesta o se expresa esa amistad? El signo más
común de la amistad consiste en el intercambiode bienes (por ejemplo,
regalos, tiempo, consejos...). Cuantomayor es el valor que tiene el don, es
signo de una mayor amistad, de la intensidad del amor (e.g. regalar una
joya, regalar algúnobjeto particularmente querido...). El máximo signo es el
dar la vida (e.g. la entrega mutua de los esposos, que es una formaespecial
de amistad, en la cual cada uno dona, en cierto sentido, lavida al otro:
"daría mi vida por ti" se suele escuchar)El evangelio que acabamos de oír
trata precisamente de estetema, de la amistad que existe entre Cristo y
nosotros. Y nosseñala cuáles son los dones que se intercambian. ¿Qué don
oregalo podemos hacer nosotros a Cristo? Nos lo dice Él, e inclusoinsiste
mucho sobre esto. El texto del evangelio que acabamos deescuchar pertenece
al Sermón de la Última Cena, es decir se tratade las palabras que Nuestro
Señor dirige a sus amigos horas antesde marchar hacia el Calvario, es su
testamento espiritual.
Por eso son particularmente importantes. Cristo quiere quecomprendamos bien
qué hemos de hacer para mantener suamistad. Fijémonos cómo insiste Jesús en
nuestro signo deamistad para con Él: tres veces Jesús señala que el signo
del amorhacia Él es guardar sus mandamientos (14,15.21.23), y lo va
areafirmar de manera más rotunda si cabe una vez más: Vosotros soismis
amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos... os hellamado
amigos porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn
15,14-15). ¿Cuáles son sus mandamientos? Que os améis unos aotros como yo os
he amado (15,12) y el mandato de perpetuar supropio ejemplo: haced esto en
memoria mía (Lc 22,19).Esto es, entonces, nuestro don para Cristo. Ahora
¿cuál es eldon que Cristo nos hace a nosotros?
2 - El Don del Espíritu
Lo primero que uno piensa es que el regalo que nos haceCristo es su vida, lo
cual no está del todo desacertado. Sinembargo, la entrega de su vida
corporal es, en realidad, medio paraotro don más precioso si cabe y que es
el que hoy promete: Yorogaré al Padre y Él os dará otro Paráclito. Paráclito
es un términogriego que significa "aquel que es llamado/invocado junto a
otro"(en latín ad-vocatus, abogado, cf. 692). Designa al Espíritu Santo,
tercera persona de la Santísima Trinidad. Es el don más preciosoque Cristo
nos podía hacer porque se trata de una persona divinacomo Él mismo lo enseñó
(cf. Lc 11,13; Don de Dios Altísimo lollama el antiguo himno "Veni
Creator").
Este don es prometido por Cristo justo antes de ascender a loscielos (cf. Lc
24,49; Hech 1,4-5). San Juan, por su parte, nosseñala cómo la entrega de ese
don se da por mediación de Cristo.Para indicar esto inventa una frase:
inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn 19,30). Pareciera que se
refiere a la muerte de Cristo, pero resulta que esa expresión dar el
Espíritu no era usada en laantigüedad para indicar la muerte. O sea, san
Juan la inventó.¿Con qué sentido? Precisamente para indicar otra cosa
diversa dela simple muerte. Es que la muerte de Cristo sirvió para
quenosotros recibiéramos el Espíritu Santo, vivificante, gracias al
cualtenemos la vida eterna (lo que el domingo pasado Felipe le pidió aJesús:
muéstranos al Padre). Cristo, dice san Pedro en la segundalectura, para
llevarnos a Dios murió una sola vez por los pecados, el justopor los
injustos, muerto en la carne, vivificado en el Espíritu (3,18).
Entonces, llegado a la perfección se convirtió en causa de salvación
eternapara todos los que le obedecen añade la carta a los Hebreos (5,9)
Pero, leyendo el evangelio de hoy, encontramos una dificultad: ¿Por qué dice
Jesucristo os dará si ya lo tienen? ¿Acaso no dice Élmismo: mora con
vosotros y en vosotros está? El futuro "dará" indicaque se habla de una
donación todavía no efectuada. No es, portanto, cualquier donación del
Espíritu Santo; no es la quepodemos suponer había sido ya otorgada a los
discípulos, individual y privadamente, en orden a su personal santificación
(cf. Jn 13,10: vosotros estáis limpios). Jesús anuncia una
donaciónencaminada al establecimiento del reino de Dios sobre la tierra.
Ypor eso dice para que esté con vosotros para siempre, perpetuamente, hasta
el fin de los siglos. Esta última expresión es unaconfirmación de que la
presencia y ayuda del Espíritu Santo seránun favor otorgado, no a los
discípulos personalmente, sino a lafutura Iglesia y señaladamente a sus
ministros. Así tuvimosocasión de verlo hace algunos domingos cuando Jesús,
soplandosobre los apóstoles dijo: recibid el Espíritu Santo, a quienes
perdonéis lospecados les quedan perdonados... (Jn 20,22s). Que eso era para
laIglesia y no para los apóstoles individualmente se ve en el hechode que en
ese momento Tomás no estaba presente, pero Jesús noreiteró la acción la
segunda vez, cuando Tomás sí estaba presente; ya no hacía falta porque la
Iglesia, de la cual Tomás era uno de losmiembros privilegiados, lo tenía.
3 - El Espíritu en la Iglesia
Jesús, entonces, deposita su Espíritu en la Iglesia y a ella lecompete ahora
dárselo a los hombres. La primera lectura nosbrindó un ejemplo bien
concreto. Allí se nos contaba cómo losapóstoles, al enterarse de que los
samaritanos habían creído, bajaron y oraron para que recibieran el Espíritu
Santo... Entonces lesimponían las manos y recibían el Espíritu Santo (cf. 1ª
lectura).
Toda esta serie de elementos que engloba el gran Don que nosdio Cristo están
expresados en la tercera parte del Credo: "Creoen el Espíritu Santo... la
Santa Iglesia Católica... la comunión delos santos... el perdón de los
pecados... la resurrección... la vidaeterna..." Todo esto es efecto de la
acción del Espíritu Santo.Ya en el AT, el Espíritu Santo se manifestaba a su
maneraguiando al pueblo elegido. Concretamente bajo la figura de lanube
luminosa: "estos dos símbolos son inseparables en lasmanifestaciones del
Espíritu Santo... La Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios
vivo y salvador, tendiendo así unvelo sobre la trascendencia de su Gloria:
con Moisés en lamontaña del Sinaí, en la Tienda de la Reunión y durante la
marchapor el desierto; con Salomón en la dedicación del Templo".
En el NT con mayor razón se lo ve presente: "Él es quiendesciende sobre la
Virgen María y la cubre con su sombra para queella conciba y dé a luz a
Jesús. En la montaña de laTransfiguración es Él quien vino en una nube y
cubrió con su sombra aJesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan...
Esfinalmente la misma nube la que ocultó a Jesús a los ojos de losdiscípulos
el día de la Ascensión..." (697).
La nube manifiesta y oculta al mismo tiempo. Es interesanteobservar, en
relación con esto, que Jesús llama al Espíritu Santo, como escuchamos en el
evangelio, Espíritu de Verdad. Verdad, engriego, significa etimológicamente,
re-velación o bien recordación, o sea volver a traer al corazón algo
(a-lethos). Por eso esque Jesús, va a añadir, tan sólo unos versículos más
adelante losiguiente: el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará
en minombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho
(Jn14,26).
Evidentemente, recibir al Espíritu de Verdad, Don de Cristo,exige de
nosotros que abandonemos todo aquello que espropiedad del príncipe de la
mentira, es decir toda mentira, malicia oengaño, que cuidemos de no dañar la
fama o reputación de nadiecon juicios temerarios, maledicencia (chusmerío) o
calumnias, que evitemos cualquier forma de halago o adulación que aliente en
lamala conducta. ¿Qué no podríamos añadir aquí acerca del usodebido de los
medios de comunicación social? ¿o de la injerencia indiscreta en la vida de
las personas? (cf. 2475-2499). Y todavíatendríamos que añadir las faltas
contra los juramentos sagrados, esdecir los sacramentos, en especial las
faltas contra el matrimonio (cf. 2380-2391). Si no está en la intención del
hombre evitar esaclase de acciones, entonces es absurdo que pretenda
cualquierclase de relación con Dios (así lo señala claramente Sal
50,16-23).Por otro lado, evitar todo eso es simplemente amar como Cristonos
amó a nosotros, pecadores (Ro 5,8; cf. 1Jn 4,10).
4 - Conclusión
El Reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo nos dicesan
Pablo (Ro 14,17). Pero para desearlo, como vimos el domingopasado, es
necesario un corazón puro. "Sólo un corazón puropuede decir con seguridad:
¡Venga a nosotros tu Reino!... El que seconserva puro en sus acciones, sus
pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: ¡Venga tu Reino!" (San
Cirilo de Jerusalén,2819). Y es que, como dice san Gregorio Magno, "todo
aquelloque el Espíritu Santo llenare con su presencia, se eleva al deseo
delas cosas invisibles; y como los corazones mundanos no deseansino las
visibles, no lo recibe este mundo, que no sabe levantarsehasta el amor de lo
invisible. Las almas mundanas tanto menosespacio dejan para recibir al
Espíritu Santo cuanto más se dilatanpor sus deseos hacia las cosas
exteriores" (cf. Cat. Aurea en Jn14,15-17). El hombre natural (=
materialista, gr. psychikós) no capta las cosas del Espíritu de Dios (1Co
2,14).
(MENGELLE, E., El Padre y su reino, IVE Press, New York, 2007)
EJEMPLOS
Comprendo muy bien cómo te sientes, porque tengo yo un Hijo único
que también se ha hecho "cristiano".
El rabino Abraham tenía fama de santo y dejó este mundo rodeado del
afecto de su comunidad. Cuando llegó a la otra vida, los ángeles quisieron
agasajarle y ofrecerle un homenaje. Pero el rabino, afligido y como ausente,
no quería ser agasajado. Finalmente lo condujeron ante el tribunal, donde se
sintió rodeado de una infinita y amorosa benevolencia y oyó una Voz que le
decía:
- ¿Qué es lo que te aflige, hijo mío?
- Oh, Señor -respondió el rabino-, yo no merezco estos honores. Aunque fuera
considerado un ejemplo para los demás, tiene que haber algo malo en mi vida,
y mi único hijo, a pesar de mi ejemplo, ha abandonado nuestra fe y se ha
hecho cristiano.
Entonces el Padre Eterno le respondió:
- Eso no debe inquietarte, hijo mío. Comprendo muy bien cómo te sientes,
porque tengo yo un Hijo único que también se ha hecho "cristiano".
(Esto dicen que le pasó a Teodoro Herzl, el fundador del sionismo).
Los tres Juanes
El hombre es un ser muy complejo, más de lo que parece. Todo hombre
encierra en sí tres hombres distintos. Juan, por ejemplo. En él se da el
primer Juan, el hombre que él cree ser. También el segundo Juan, lo que de
él piensan los demás. Y existe un tercer Juan, lo que él es en realidad.
El primero se cree con derecho a todo. Es exigente con los demás,
comprensivo consigo mismo. Justicia para los demás, misericordia para él.
Está también el segundo Juan. Todo su empeño es que la gente le estime, y
sufre si se le desprecia. "¡Ay de vosotros que ambicionáis los primeros
puestos y ser saludados... que realizáis obras para ser vistos!".
Y está, además, el tercero, el verdadero, lo que es ante Dios. Éste es el
único que interesa, el que cumple el plan de Dios. "He aquí mi madre y mis
hermanos, el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los Cielos".
Hijo de Dios; igual honor
El emperador Teodosio favorecía a los arrianos que negaban al Hijo
eterno el honor debido a Dios. El obispo Anfiloquio fue a la corte y pidió
una audiencia al emperador y al príncipe heredero, lo que le fue concedido.
El obispo entró, se inclinó profundamente ante el emperador, pero al
príncipe sólo le saludó como de paso. El emperador se indignó y le preguntó
con vehemencia si no sabía cómo había de portarse con el heredero del trono.
El obispo le contestó con calma: "¿Ves? Te enfadas si se niega a tu hijo el
debido respeto. De un modo análogo el Padre eterno tampoco consiente que se
niegue a su Hijo unigénito el mismo honor que a Él."
Confianza
En cierta ocasión se levantó en alta mar una tempestad aterradora
que hacía bailar como un juguete un gran barco; los pasajeros, pálidos de
espanto, corrían enloquecidos de un lado al otro. Las olas se levantaban
espumosas... los bancos del buque crujían... Mas, en medio de tal espanto,
un niño jugaba tranquilo en el camarote. -¿Es que tú no temes, pequeño?
-¿Cómo voy a temer? El timón está en manos de mi padre. También el joven
creyente, en medio de cualquier prueba, sabe a ciencia cierta que el timón
de su vida está en manos de su Padre celestial, y porque lo sabe, conoce que
ninguna desgracia podrá quebrantarle.
CARTA DE JESÚS
Querido Amigo: ¿Cómo estás?
Te escribo esta carta porque quiero decirte cuanto te amo y me preocupo por
ti y cuán grande es mi deseo de ayudarte.
Te vi ayer hablando con tus amigos y a lo mejor querías hablarme también.
Esperé todo el día. Al llegar la tarde te di una hermosa puesta de sol para
cerrar tu día y una fresca brisa para tu descanso después de un día tan
fatigoso y esperé... pero nunca viniste. Si claro, me dolió pero aun te amo
y quiero ser tu amigo.
Te vi dormir anoche y quise tocar tu frente, envié rayos de luna que
cubrieron tu almohada y tu cara, para ver si te despertabas para hablar
contigo, pero no, seguías en tu sueño. ¡Tengo tantos dones que darte! pero
en la mañana era tarde y te fuiste apresurado a trabajar. Mis lágrimas se
mezclaron con la lluvia que caía.
Hoy te veo triste, preocupado, solo, ¡Tan solo! Mi corazón comprende.
También mis amigos me abandonaron y me lastimaron, pero yo te amo.
¡Oh, si tan sólo me escuchara! ¡TE AMO! Trato de decírtelo por medio del
cielo azul y de los verdes prados. Te hablo al oído a través de las hojas de
los árboles y el olor de las flores. Grito en los riachuelos de las
montañas, doy a los pajaritos cantos de amor solo para ti. Te visto con el
calor del sol. Te perfumo el aire con el aroma de la naturaleza. Mi amor por
ti es más profundo que el mar, pero mayor y más grande es mi deseo de hablar
y caminar contigo.
Yo sé cuan duro es vivir en la tierra, realmente lo sé y quiero ayudarte, si
tan sólo tú me dejaras, demostrártelo.
Quisiera que conocieras a mi Padre, el desea ayudarte también. Mi Padre es
así, ya tú le conocerás y le amaras igual que yo.
Llámame a cualquier hora del día o de la noche, pues yo nunca duermo y
siempre te responderé; pídeme lo que quieras que si es para tu beneficio, yo
te lo daré, habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades; que yo
siempre tengo tiempo para ti. ¡Por favor no te olvides de mi, tengo tanto
que compartir contigo!
Ya no te molesto más. Se que tienes mucho que hacer. Perdona que te haya
tomado tanto tiempo, pero no podía esperar más sin dejarte saber que te amo
y te espero
Tu amigo fiel,
JESÚS DE NAZARET
(cortesía de NBCD e ivearg.org)