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Cuaresma Domingo 4 'Laetare' Ciclo B: Comentarios de Sabios y Santos - preparemos con ellos la acogida de la Palabra proclamada durante la celebración eucarística del Domingo

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

 

A su disposición

Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. sobre las 3 lecturas

Comentario Teológico: R. P. R. Cantalamessa OFMCap. - ¡Dios nos ama!

Comentario Teológico: R.P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - Jesús exaltado en la cruz

Comentario teológico: DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ - CONFERENCIA DE JESÚS CON NICODEMO

Santos Padres: Gregorio de Nisa: EI serpente di rame, simbolo di Cristo

Santos Padres: Sacramentario Mozarábico, Praefatio - Cristo ha illuminato le nostre tenebre

Santos Padres: San Agustín: ¿No es Cristo la vida?

Santos Padres: San Agustín - Si es gracia, es gratuita (comentario a la segunda lectura)

Santos Padres: San Juan Crisóstomo - "Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve"

Aplicación: BOSSUET - Virtud de la cruz de Jesucristo.

Aplicación Mons. Fulton Sheen - "Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado sobre un madero"

Aplicación: padre Raniero Cantalamessa OFM Cap.: Jesús explica por qué nos llama... amigos

Ejemplos



Recursos adicionales para la preparación




Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F.(sobre las 3 lecturas)

Sobre la Primera Lectura (2Cro 36, 14-16.19-23)

El Hagiógrafo, al concluir su narración de las vicisitudes de la Casa de David, que llega en aquel momento al sumo de la humillación, hace 'Teología' de la Historia. Es decir, busca el sentido e interpretación que tienen los acontecimientos de Israel mirados desde la perspectiva de Dios.

- Dirigentes, sacerdotes y Pueblo han multiplicado sus idolatrías y sacrilegios (v. 14). Dios les ha enviado Profetas y mensajeros. Pero se han reído de los Profetas; hasta los han perseguido (v. 16). Con ello 'la ira de Yahvé contra su Pueblo subió hasta tal punto que fue irremediable' (v. 16). El instrumento del castigo ha sido Nabucodonosor. Ha incendiado la ciudad de Jerusalén y su Templo; y se ha llevado cautivos a Babilonia, como esclavos, los supervivientes de Judá.

- El castigo ha provocado el arrepentimiento; y éste, el perdón de Dios. Dios suscita a Ciro. Uno de los primeros gestos del conquistador de Babilonia fue decretar la liberación de los judíos; y darles permiso para la repatriación y la reconstrucción del Templo de Jerusalén.

- Al leer estos recuerdos de la Historia Sagrada en tiempo cuaresmal podemos poner de relieve dos lecciones:

a) La llamada que nos hace Dios al arrepentimiento. Los castigos de que Dios envía o permite a individuos y naciones son invitaciones misericordiosas a la conversión. La constante histórica de Israel: pecados-castigo-conversión-perdón, deben ser también aviso para el 'Israel de Dios'.

b) Ciro, por su gesto de libertador de Israel, es en boca de los Profetas 'Tipo' y figura del Mesías Libertador: 'Así dice Yahvé a su Ungido (Cristo) Ciro, a quien he tomado de la diestra' (Is 45, 1). 'Es mi amigo; realizará mis planes: yo le he llamado' (Is 48, 14). Por tanto, para los Profetas que interpretan teológicamente la Historia, Ciro, que libera a los judíos de la cautividad de Babilonia para que retornen a la Tierra Prometida, es un logradísimo Tipo y prenuncio del Ungido, el Mesías, que será el libertador verdadero, pleno y definitivo.


Sobre la Segunda Lectura (Efesios 2,4-10)

San Pablo nos da una síntesis preciosa de la liberación-salvación que nos ha traído Cristo:

- Judíos y paganos vivían por igual esclavizados por el pecado, que es la verdadera muerte espiritual (Ef 3, 1); dominados por el 'mundo', el 'demonio' y las 'concupiscencias'. (vv. 2-3). De tan triste e insuperable esclavitud nos ha libertado Cristo.

- Esta Salvación de Cristo la gozamos ya 'ahora' y 'aquí' en toda su riqueza y plenitud. Es propio de San Juan y de San Pablo considerar la 'escatología' o salvación en su interioridad en su actualidad. En efecto, incorporados a Cristo por la fe, vivificados por su gracia, poseedores del Espíritu Santo, prenda y arras de nuestra herencia, es tan real y plena nuestra Salvación, que se puede decir de nosotros: 'Convivificados-conresucitados-conentronizados en los cielos en Cristo Jesús' (v. 6). Poseedores de la gracia, nos pertenece la herencia de la 'Gloria'.

- De esta Salvación recalca San Pablo la 'gratuidad': 'Es incomprensible riqueza de gracia, es benignidad de Dios' (v. 7). Es pura 'gracia'. Nosotros sólo aportamos la 'Fe'; la cual es también 'don' de Dios (v. 8). Así, nadie tiene de qué gloriarse, ni judíos ni gentiles. A todos nos salva Dios, en Cristo, por gracia. La belleza y riqueza de esta 'gracia' la enaltece San Pablo al decir que en virtud de ella somos 'una obra de Dios, una nueva creación en Cristo' (v. 9), infinitamente más prodigiosa que la creación primera. Y ahora nosotros, respondiendo al plan de Dios, viviremos conforme a nuestra dignidad de hijos suyos en Cristo; 'y andaremos por aquellos caminos de santidad, para los que nos preordenó Dios' (v. 9). Ser auténtico cristiano es responder a esta gracia de Dios hasta alcanzar la más perfecta configuración interior y exterior con Cristo. 'El cual a los que nacimos esclavos del pecado antiguo nos eleva, regenerados por el Bautismo, a la dignidad de hijos adoptivos de Dios' (Pref. Cuaresmal).


Sobre el Evangelio (Jn 3, 14-21)

En la Nueva Alianza Cristo nos da como don la vida divina. Es 'Regeneración':

- San Juan, en el marco histórico del diálogo de Jesús con el sanedrita Nicodemo, nos da la doctrina sobre el Bautismo (Jn 3, 5). Este nuevo nacimiento (= regeneración) nos entra en el Reino de Dios (v. 5) y nos torna 'celestes', 'espirituales', 'divinos' (vv .3. 5. 6. 7). No son cosas que vean los ojos de la carne, pero sí se conocen por sus efectos (v. 8). Nicodemo piensa y habla a ras de tierra, y nada entiende (v. 4). Como 'Maestro de Israel' que es (v. 10), debería saber por la Escritura de este 'nuevo nacimiento por el Espíritu'. Y, al menos, creer al Testigo Celeste que le habla (v. 13).

- Jesús explica a Nicodemo el misterio de la 'Redención'. El Mesías ha de ser 'exaltado' a la Cruz. Como Él lleva sobre Sí todos los pecados del mundo, su crucifixión será la Salvación de todos. A cuantos miren (crean) al Crucificado llegará la Salvación. Esto preanunció Moisés al levantar en alto la 'Serpiente' en el Desierto: 'Señal de Salvación' (Sab 16. 6). 'Cuantos la miraban se salvaban' (Sab 16. 7): Cuantos miren a Cristo Crucificado (en Él crean) se salvarán (v. 16). Esta Salvación es universal y es personal: La Salvación dada gratuitamente a todos por Cristo se personaliza:

1) con la Fe (Jn 3, 16.8);
2) con las obras (Jn 3, 20; Ef 2, 9).

- Por tanto, en la Obra Salvífica intervienen:

a) El Amor del Padre. Nos envía a su Hijo-Salvador.
b) El Amor del Hijo; toma sobre si nuestros pecados y los expía (v. 14).
c) La respuesta del hombre. Este con fe y amor acepta la Salvación. El que no cree, él mismo se pone en zona de muerte y condenación (v. 19).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo B, Herder, Barcelona, 1979)



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Comentario Teológico: R. P. R. Cantalamessa OFMCap. - ¡Dios nos ama!

Hoy es el domingo de Laetare , es decir, de la alegría. Por eso, en el salmo responsorial repetimos juntos esas dulces palabras: "El recuerdo de ti, Señor, es nuestra alegría".

¿Cómo hará la liturgia para inculcarnos hoy la alegría? ¿Es posible, además, inculcar la alegría? La liturgia escogió el camino justo: nos ha puesto delante simplemente el motivo de nuestra alegría: ¡Dios nos ama!.

Segunda lectura: Dios, rico en misericordia, nos amó con un amor grande, y por esto, de muertos que estábamos, nos ha hecho revivir en Cristo.

El evangelio: Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito .

Nosotros queremos tomar hoy esta ocasión única que se nos ofrece de meditar sobre el amor de Dios, que es el alma de toda la Biblia, a costa de dejar en la sombra otros temas presentes en la palabra de Dios. ¡Dios nos ama! Es la frase más simple que se pueda imaginar -un sujeto, un objeto, un verbo- y contiene el pensamiento más vasto que el hombre pueda concebir: ¡Dios y el hombre, y entre ellos, amor!

El amor de Dios es una realidad única, indivisible, como lo es Dios mismo. Sin embargo, éste se nos ha revelado concretamente en una sucesión de gestos e intervenciones que se llama "historia de la salvación". Podemos, por tanto, reconstruir el desarrollo del amor de Dios por nosotros.

La primera etapa nos traslada a antes del tiempo y de la historia, a la eternidad misma de Dios y suena así: Dios es amor (1 Jn. 4,8). Lo es en sí mismo, anteriormente al conocimiento que de ello pueda tener el hombre. Aparentemente en esta fase nosotros estamos ausentes: Dios no tiene para amar más que a sí mismo. Sabemos que Dios, si bien siendo único, no es solitario, ni siquiera en esta fase que precede a la creación. Tiene junto a sí al Hijo, su imagen perfecta que ama y por quien es a su vez amado con in amor tan fuerte que constituye una tercera persona: el Espíritu Santo. Hay por tanto ya amor en Dios, pero un amor increado, trinitario, inaccesible.

Y, sin embargo, nosotros no estábamos ni ausentes ni éramos desconocidos a Dios ni siquiera entonces: Él nos escogió antes de la creación del mundo (Ef. 1,4). Estábamos ya contenidos y contemplados en su amor, como creaturas todavía escondidas en el seno y en el pensamiento de quien las ha engendrado y espera que salgan a luz.

Segunda etapa : la creación. La creación es la revelación de este amor escondido, el primer acto fundamental del amor de Dios hacia las criaturas. El que las pone en el ser y las hace existir. Podemos parangonarlo -si bien toda comparación es aquí una miseria- al amor de dos criaturas en el acto por el cual engendran una nueva vida.

La creación es un acto de amor. La liturgia interpretando el pensamiento teológico de todo el cristianismo, canta en el canon IV de la misa: "Has dado origen al universo para difundir tu amor sobre todas las criaturas y alegrarlas con los esplendores de tu gloria " . Dios crea para difundir su amor, porque el amor es difusivo de sí mismo. Tiene necesidad de difundirse, de manifestarse. No bastaba a Dios amarse a sí mismo; quería amar y ser amado por alguien que estuviera fuera de él y hacia quien el amor revistiera un carácter nuevo: el de ser libre y gratuito (lo que no pudo ser el amor trinitario). Si se escruta, religiosamente, cuál es la realidad última del hombre, dónde él encuentra su consistencia, se descubre que ésta es un pensamiento de amor de Dios exteriorizado y revestido de carne.

Este amor de Dios encuentra en los profetas sus poetas insuperables. Dios dio a algunos hombres (como Isaías, Jeremías, Oseas), un corazón descomunal, lleno de recursos, sensible a cada tonalidad de amor, para que revelasen a los hombres algo de su insondable amor. Los profetas han hecho lo mejor. Han recurrido a las imágenes más fuertes que conocían: el amor de un padre y de una madre por sus propios hijos (cfr. Is. 1,2; 49, 15-16). ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Os. 11,4): Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor, era para ellos como los que alzan a una criatura contra su mejilla ; el amor de un novio por su novia y de un hombre por su mujer (Is. 62,5 ssq). Como un joven desposa una virgen, así te desposara el que te reconstruye, y como la esposa es la alegría de su esposo, así serás tú la alegría de tu Dios (cfr. también Jer. 2,2; 31,21 ssq; Ez. 16,8 ssq; Os. 2,21).

Es un amor eterno, indefectible (Jer. 31,3: Te amé con un amor eterno ), pero sabe asumir también tonalidades tempestuosas, como todo verdadero amor que es amenazado. Es un amor que hace " conmover las entrañas " a Dios, frente a la desgracia que el hombre se causó por sí solo (cfr. Jer. 31,20). Es un amor celoso que no tolera rivales. De ahí la guerra implacable contra los "dioses extranjeros", los ídolos y los altares a ellos dedicados: Tu Dios es un Dios celoso (Deut. 4,24).

Éstas son las características conocidas también en el amor humano, aún más, están tomadas de él y aplicadas al amor divino por analogía (ya que Dios no está sujeto, evidentemente, a las pasiones). Sin embargo, hay un aspecto que es exclusivo del amor de Dios: la gratuidad. Todo amor humano, aun el aparentemente más desinteresado de una madre y de un novio, es en realidad egoísta y tiene un aspecto de búsqueda de sí mismo. El hombre, de hecho, se realiza amando, encuentra en el amor su felicidad. Dios amando no se realiza, sino que realiza. Su amor es pura gracia, en una manera inconcebible para nosotros.

La tercera etapa que cumple todas las precedentes: Así Dios amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito . La tercera etapa del amor de Dios se llama, pues, Jesús. Jesús es el amor de Dios hecho carne. Es la manifestación tangible del amor del Padre: En esto se manifestó el amor de Dios por nosotros: Dios envió a su Hijo unigénito al mundo (1 Jn. 4,9).

Pero Jesús no se contentó con ser sólo la prueba o la objetivación del amor de Dios por los hombres: él nos amó a su vez con un amor divino y humano, porque era Dios y hombre. El amor de Dios en él se ha hecho también subjetivo: Como el Padre me amó a mi; así también yo les he amado a ustedes (Jn. 5,9); Ustedes son amigos míos (Jn. 15,14); El amor de Cristo (por nosotros) sobrepasa todo conocimiento (Ef. 3,19).

En Jesús, el amor de Dios se adecuó a nuestra condición humana que necesita ver, sentir, tocar, dialogar. Así amó Dios : ¡finalmente sabemos cómo ama Dios! El amor de Jesús por los hombres es fuerte, viril, tiernísimo, constante hasta la prueba suprema de la vida. Porque nadie tiene un amor mas grande que quien da la vida por la persona amada (cfr. Jn. 15,13). Y él dio la vida. Amor lleno de tacto y de calor humano: ¡Cómo ama a las mujeres, con qué delicadeza se les acerca en la humillación, sin empero, un velo de condescendencia para el mal! Cómo ama a los discípulos; cómo ama a los niños, a los enfermos, los pobres, los intocables de aquel tiempo (el "pueblo de la tierra" como se les llamaba). Amando, cambia, hace crecer, libera (la Samaritana, la Magdalena). Delante de la tumba de Lázaro, dijeron de él: ¡Cómo lo amaba!

La cuarta etapa del amor de Dios (y de la historia de la salvación), la que nos lleva a nuestros días, se llama Espíritu Santo.

El amor de Dios que se manifestó en Jesucristo permanece entre los hombres y vivifica a la Iglesia a través del Espíritu Santo. ¿Qué es propiamente el Espíritu Santo? Es ese amor recíproco entre el Padre y el Hijo que después de la resurrección se difundió sobre los creyentes como el perfume que sale del vaso de alabastro roto y llena la casa: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha si do dado (Rom. 5,5); Por esto se conoce que permanecemos en él y él en nosotros: él nos donó su Espíritu (1 Jn. 4,13).

Sin el don del Espíritu Santo la gran "prueba de amor" de Dios que fue Jesucristo habría quedado como un recuerdo histórico cada vez más desdibujado por los siglos. El Espíritu Santo hace de aquel amor una realidad actual, de hoy y de siempre. También en esto -más aún, sobre todo en esto- el Espíritu Santo es la memoria viva de Jesús.

No se trata de un amor subjetivo, es decir, de un sentimiento fugaz; es algo soberanamente objetivo y concreto. Es directamente una persona. En el Nuevo Testamento nos es presentado como consolador, el que da la paz, fuerza, aliento, ayuda. Es también llamado el "nuevo corazón", el "corazón de carne" porque su presencia no sólo hace amados, sino también capaces de amar (amar de un modo nuevo a Dios y a los hermanos). Él es ahora quien realiza la imposible fidelidad del hombre; con él presente, realmente, el creyente puede observar los mandamientos y puede "corresponder" al amor de Dios, lo que le era imposible antes de Cristo.

Así, ésta es esquemáticamente la revelación del amor de Dios por el hombre, su lento desenvolverse en la historia hasta hoy en la Iglesia. ¿Qué diremos? ¿Qué responderemos? Varias reacciones son posibles: una es la que san Buenaventura expresa así: ¡Amar a Dios que así nos amó! Nosotros dejaremos de lado esta prospectiva. La segunda es la expresada por san Juan: Si Dios nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn. 4,11), pero dejemos también esta prospectiva.

Hay algo que viene antes de todo esto y es lo que el mismo Juan nos sugiere: ¡ Nosotros hemos creído en el amor que Dios tiene por nosotros! (1 Jn. 4,16). ¡Cosa formidable y entre las más difíciles del mundo! Pocos son los que pueden repetir esta frase con verdad.

El mundo hace siempre más difícil creer en el amor. Demasiadas traiciones, demasiadas desilusiones. Quien ha sido traicionado y herido una vez, teme amar y ser amado porque sabe cuánto mal hace ser engañado. En relación con Dios, hay una terrible objeción que es la existencia del dolor y, en particular, el dolor de los inocentes. Hablamos de esto hace dos domingos. Así que va en aumento la fila de los que no logran creer en el amor de Dios, aún más, en ningún amor. El mundo y la vida entran -o permanecen- en una época glacial, porque sin la fe en que Dios nos ama, el hombre aparece, como se ha dicho, como "una pasión inútil" (Sartre). Los científicos recogen la palabra de los filósofos y hablan del mundo como de un 'hormiguero que se resquebraja" (Rostand): una nada que se pierde en el frío cósmico. Todo está destinado a entrar de nuevo en el silencio y el hombre no es más que un dibujo creado por la onda en la orilla del mar que la onda siguiente borra.

El cristiano debe romper esta terrible colcha que trata siempre de cubrir la tierra. Es su vocación. Lo puede hacer porque no debe inventar él, con su inteligencia o su fantasía, este amor; éste ha sido "difundido" en su corazón en el Bautismo; debe sólo descubrirlo dentro de sí y en la Iglesia y testimoniarlo al mundo.

Es un momento decisivo en la historia de la salvación éste en que el hombre, mejor aún, una comunidad, movida por el Espíritu Santo, dice como lo hacemos nosotros ahora: " Dios nos ama y nosotros creemos en el amor ".
(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida-Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994, pp. 72-77)



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Comentario Teológico: R.P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - Jesús exaltado en la cruz

Según el pensamiento de la Iglesia, los evangelios de los tres últimos domingos de Cuaresma (Ciclo B) tienen como tema principal “la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”1. Para esto se usarán tres textos de San Juan. Uno de ellos es el del domingo de hoy, cuarto de Cuaresma, Jn.3, 14-21.

Dicho evangelio comienza con esta frase: “De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en Él tengan Vida eterna”. En esta frase está perfectamente expresada “la futura glorificación de Cristo por su cruz y resurrección”, cosa que trataremos de demostrar en este breve estudio exegético – teológico.

1. ‘La hora’ de Jesús en S. Juan
El evangelio de San Juan hace recaer todo su peso teológico en ‘la hora’ de Jesús; es el evangelio de ‘la hora’ de Jesús. “Toda la vida de Jesús está de tal manera orientada, podría decirse, hacia aquella ‘hora’, que será el ápice de su existencia terrena”2.

¿Cuál es ‘la hora’ de Jesús? ¿En qué consiste esa ‘hora’ de Jesús? San Juan nos lo irá develando paulatinamente.

San Juan, en un comienzo, habla de la ‘hora de Jesús’ diciendo que esa hora debe llegar pero no ha llegado todavía. En Jn.2, 4 Jesús dice a su Madre en las Bodas de Caná: “Todavía no ha llegado mi hora”. Luego, en Jn.4, 21 y 4, 23 Jesús da ya algunas sugerencias acerca de la naturaleza de esa ‘hora’, cuando dice a la samaritana que está por llegar una hora nueva, la hora de la verdadera adoración a Dios: “Jesús le dice: ‘Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (…) Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad’.”. En 5, 25.28 Jesús manifiesta a los fariseos en qué consiste su hora: “En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. (…) No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz”. En estos dos últimos textos hay ya una descripción más exacta de la hora de Jesús: es la hora de la manifestación de Cristo como Dios, como Verbo, como Hijo de Dios, manifestación en la cual no creen los fariseos.

En Jn.7, 30 y 8, 20 se expresa que Jesús no fue apresado por los fariseos para ser lapidado porque ‘no había llegado su hora’. Con esto se está expresando que la hora de Jesús es la hora de su pasión y muerte.

A partir del cap. 12 comienza a decirse que ‘la hora está cercana’ o ‘ha llegado’. Y precisamente en ese momento, cuando comienza a decirse que ‘la hora está cercana’ o ‘ha llegado’, comienza también a presentarse a ‘la hora de Jesús’ como ‘la hora de la glorificación’ y no solamente ‘la hora del sufrimiento o de la muerte’. Son tres los pasos donde se marca claramente este giro.

1) Durante la entrada a Jerusalén, con unos griegos que querían hablar con Él, 12, 23: “Llegó la hora en que el Hijo del hombre debe ser glorificado’.

2) En la solemne introducción de la cena, 13, 1: “Había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, lo cual implica su muerte, resurrección y ascensión, es decir, su glorificación. Es decir, ‘integra’ a la muerte, el triunfo de la resurrección y ascensión.

3) Las primeras palabras de la oración sacerdotal, 17, 1: “Padre, llegó la hora, glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti”. Para un exégeta, A. George, la oración sacerdotal “es la oración de ‘la hora’, cuyo contenido es el profundo misterio de la indivisible unidad entre el sufrimiento y la glorificación”.3

De manera que ‘la hora de Jesús’ según el Evangelio de San Juan es la hora de la manifestación de la divinidad de Jesús a través del Misterio Pascual completo: pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre. Esta manifestación es expresada con la palabra glorificación. La hora de Jesús es, entonces, la hora de su glorificación.

En los sinópticos también aparece la frase ‘la hora de Jesús’: para ellos ‘la hora de Jesús’ es el momento más oscuro y terrible de la pasión de Jesús: el momento de sus sufrimientos. Por ejemplo, al final del relato de la agonía de Jesús en Getsemaní: “Llegó la hora: el Hijo del hombre es entregado en manos de los pecadores” (Mc14, 41). También en Lucas cuando se acerca la turba para arrestarlo se dice: “Esta es vuestra hora, la del poder de las tinieblas” (Lc 22, 53).

Pero en Juan ‘la hora’ tiene una connotación mucho más profunda, completa e integral. Para San Juan ‘la hora de Jesús’ es la que ayuda vertebrar todo su evangelio. Pero además, “esa ‘hora’ no será, como en los sinópticos, la hora de las tinieblas -el Salvador entregado en las manos de los pecadores- sino la hora de la elevación sobre la cruz, y la hora de la glorificación”4.

Y al decir esto último estamos entrando de lleno en el tema de nuestro evangelio de hoy. En efecto, era necesario explicar que todo el evangelio de San Juan se desarrolla en tensión hacia ‘la hora’ de Jesús, que esa ‘hora’ de Jesús es la hora de su glorificación y que su glorificación se identifica con el momento de su elevación sobre la cruz. Esta elevación sobre la cruz, en San Juan, más que un momento de profunda humillación, es el momento de la glorificación de Jesús, es el momento de su exaltación.

Y en el evangelio de hoy leemos: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre” (Jn 3, 14-15). Para expresar ese ‘elevar’ de la serpiente y el ‘ser elevado’ de Cristo, San Juan usa el verbo griego hypsothênai que literalmente quiere decir ‘ser puesto por encima de’, es decir, significa ‘exaltar’. De hecho, San Jerónimo en la Vulgata lo traduce con el verbo latino ‘exaltari’. Vemos, entonces, cómo en el evangelio de hoy se pone en primera línea el tema de la glorificación y exaltación de Jesús por su elevación en la cruz. Y recordemos que la Iglesia celebra con una Fiesta especial “La Exaltación de la Santa Cruz”, en la cual se lee, precisamente, el mismo evangelio que leemos hoy, Jn.3, 14-21, acompañado, en la primera lectura, por el texto de Núm.21, 4-9, donde se narra el hecho histórico de las picaduras de serpientes entre el pueblo hebreo en peregrinación por el desierto y la confección de la serpiente de bronce por parte de Moisés.

2. La exaltación (hypsothênai, exaltari)
“Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre”; éste es el tema central del evangelio de hoy y sobre el que debe versar nuestra predicación.

“El paralelismo con la serpiente de bronce en el desierto es aquí de gran importancia. La escena del libro de los Números (21, 4-9) es muy conocida. Los israelitas, a causa de su espíritu de rebeldía, son castigados con picaduras de serpientes venenosas. Por indicación divina, Moisés pone sobre un asta una serpiente de bronce – que es un símbolo – y todos los que la miran con fe quedan curados. Ahora bien, esta imagen de bronce sobre el asta se convierte en ‘tipo’, es decir, en la prefiguración de Jesús sobre la cruz. Como Moisés erigió una serpiente de bronce sobre un asta, así el Hijo del hombre será elevado sobre el patíbulo de la cruz.”5.

Pero en San Juan esta prefiguración de Jesús sobre la cruz que se verifica en el signo de la serpiente de bronce, está unida a su glorificación. En efecto, el verbo hypsothênai, en la antigüedad, “tanto en lenguaje profano cuanto en el contexto bíblico, era usado para indicar el poder regio, el triunfo (cf. 1Mac.8, 13; 11,16); ejercitando dicho poder sobre el pueblo, el rey era ‘elevado’ o ‘entronizado’”6.

De manera que al decir San Juan que Jesús será ‘elevado’ en la cruz como lo fue la serpiente en el asta, está expresando metafóricamente el poder regio de Jesucristo. “San Juan tiene in mente esta imagen y la utiliza para evocar el tema del ejercicio del poder regio de Jesús sobre la cruz”7.

“La serpiente es elevada sobre un asta algún metro sobre el suelo, visible para el pueblo, para que todos puedan mirarla con fe. Es esta exactamente la posición de Jesús sobre la cruz. (…) Jesús en la cruz ocupa una posición de dignidad, similar a la de un rey que reina sobre su pueblo. En Juan se opera entonces una transposición: al significado material de la elevación sobre la cruz, se agrega un significado simbólico del término ‘ser elevado’ para iluminar el tema de la realeza de Cristo, tan caro al evangelista”8. Es decir, a la literalidad del vocablo ‘ser elevado’ se le agrega el sentido metafórico ‘ser entronizado’. O dicho de otro modo, el sentido literal es: ‘Jesús será elevado sobre la cruz como la serpiente lo fue sobre el asta’; pero el sentido pleno es: ‘Jesús, al ser clavado en alto, será enaltecido y exaltado, como un rey en su trono’.

“Para completar el razonamiento, es oportuno agregar que en la predicación de la Iglesia primitiva –los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo – la ascensión de Jesús es considerada como la entronización regia de Jesús en el cielo (cf. Hech.2, 36; Fil.2, 29). Allí Él se convierte en el Kýrios, el Señor. Pedro dice a la multitud: ‘Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado’ (Hech.2, 36). El aspecto bajo el cual es descripta la ascensión es aquel de la toma de posesión del reino. Juan anticipa este aspecto a la cruz. Él ve a Cristo elevado en la cruz como un rey que domina (en italiano: troneggia) sobre su pueblo, Señor y rey de los suyos”9.

Vemos, entonces, cómo en esta frase del evangelio de hoy resplandece la unidad indivisible entre sufrimiento y glorificación. Podemos ver ahora todo reunido en un solo momento (‘la hora’): el sufrimiento, la exaltación y la glorificación de Jesús que se realiza cuando es elevado sobre la cruz.

Si bien con lo dicho hasta ahora ha quedado bien expresado el sentido pleno del texto del evangelio de hoy y se pueden sacar ya riquísimas consecuencias espirituales y pastorales para los fieles, queremos agregar algunas consideraciones sobre este importante verbo juáneo, hypsothênai.

San Juan usa este verbo en otros dos lugares más, ambos en boca de Jesús y referidos a su cruz. En 8, 28: “Les dijo, pues, Jesús: ‘Cuando hayáis levantado (hypsothênai) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy’”. Y en 12, 32-33: “‘Y yo cuando sea levantado (hypsothênai) de la tierra, atraeré a todos hacia mí’. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir”. Éste último trozo es el que se leerá el próximo domingo, Domingo V de Cuaresma del Ciclo B, confirmando de esta manera que la Iglesia ve en este verbo hypsothênai una manifestación de la glorificación de Cristo a través de su cruz, tal como lo anunciaba en los Prenotanda del Leccionario, citado al principio de este estudio.

Estos dos textos agregan un matiz cada uno al concepto de exaltación de Jesús en la cruz. El texto de 8, 28 agrega el hecho de que en la cruz se revelará definitivamente la divinidad de Jesús: “Yo Soy”, que es la traducción griega del nombre sacratísimo de Yahvhe. El texto de 12, 32-33 agrega el hecho de que Jesús “reina ya desde la cruz, y por esto atrae a sí todos los hombres y forma, en torno a sí mismo sobre la cruz, el nuevo pueblo de Dios”10. El domingo próximo habrá que afrontar en la predicación el tema de la cruz de Cristo como causa de la formación de la Iglesia y causa de unidad de todos los cristianos.

Otro aspecto interesante que presenta el evangelio de hoy lo descubrimos cuando comparamos nuestro texto con los evangelios sinópticos.

El mismo contraste existente entre la concepción de la ‘hora de Jesús’ para los sinópticos y para San Juan, lo encontraremos en el modo en que Jesús mismo anunciará su pasión. En efecto, en los sinópticos Jesús anuncia tres veces su pasión y lo hace mostrando el lado más humillante de ella: entregado a los sumos sacerdotes, condenado a muerte, entregado a los paganos, burlado, flagelado y crucificado (Mt 20, 18-19)

Estos anuncios de la pasión faltan en Juan, pero hay textos paralelos que cumplen la misma función, sobre todo porque son anunciados con una necesidad teológica: ‘debe’, ‘es necesario’ (griego: deî, latín: oportet). Pero en lugar de decir, como los sinópticos, ‘debe ser entregado...etc.’, dice ‘debe ser elevado’, es decir, ‘debe ser exaltado’. Se habla de la elevación o levantamiento de Jesús, es decir, de la exaltación de Jesús. Y esta expresión: ‘debe ser elevado’, como ya hemos dicho, se encuentra solamente en los tres textos de San Juan ya mencionados: 3, 14-15; 8, 28; 12, 32.

Así como para los sinópticos ‘la hora de Jesús’ es la hora de las tinieblas y para San Juan es la hora de la glorificación, así también, para los sinópticos el anuncio de la pasión es anuncio de humillaciones sin fin, pero para San Juan el anuncio de la pasión es anuncio de una exaltación.

Agreguemos finalmente dos anotaciones sobre el uso del verbo hypsothênai en el Antiguo Testamento y en la primera predicación cristiana.

El término ‘exaltación’ aplicado a Cristo se encuentra ya en el Antiguo Testamento. En efecto, el profeta Isaías, llamado ‘el quinto evangelista’, describe proféticamente en uno de los Cánticos del Siervo de Yahveh las humillaciones y dolores de Cristo. Pero allí mismo dice, según la versión griega de los LXX: “He aquí que mi Siervo tendrá éxito, será muy exaltado (verbo hypsothênai) y glorificado”.11. De ninguna manera puede tomarse ese texto, como algunos lo han hecho, en relación con su resurrección. Debe ser tomado en sentido metafórico como ‘ser puesto sobre un trono’, es decir, ‘exaltado’12.

En los Hechos de los Apóstoles y en San Pablo el verbo hypsothênai se usa no para señalar la humillante crucifixión de Cristo entre cielo y tierra, sino la Ascensión de Cristo a los cielos. “Exaltado (hypsothênai) a la derecha de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo” (Hech 2, 33). Y San Pablo: “Por esto, Dios lo ha sobre-exaltado (hýper – hypsothênai) y le ha dado el nombre que está por encima de todo nombre” (Fil 2, 9)

Estas dos notas acerca del uso del verbo en el AT y en la primera predicación cristiana confirman que el ser elevado sobre la cruz es una exaltación.

3. Aplicación
Esta concepción de la cruz como glorificación debe llevar al predicador a hacer ver que la cruz de Cristo no es una maldición sino una bendición. En los primeros capítulos de la Primera Carta a los Corintios encontrará abundante materia para presentar a los fieles una correcta y resumida teología de la cruz.

También deberá el predicador transpolar todo lo que diga acerca de la glorificación de Cristo en la cruz, a la cruz concreta y cotidiana de los fieles. Estos deben comprender que todo tipo de sufrimiento, es decir, todo tipo de cruz debe ser afrontada como Cristo la afrontó: como una glorificación y no como una maldición. También deberá hacerle ver los frutos de la cruz. Esto también podrá hacerlo presentando algunos trozos de lo que la “Imitación de Cristo” dice acerca del “Camino regio de la cruz”, en Libro I, capítulos XI y XII.

Así, el evangelio de hoy y la predicación, encontrarán el lugar exacto dentro de la Cuaresma y será una preparación para la celebración del Misterio Pascual según el corazón de la Iglesia.

Sin embargo, queremos hacer una aplicación ayudados del gran Dante Alighieri. Él ha expresado en términos poéticos la profunda teología de San Juan sobre Cristo crucificado.

Podríamos decir que San Juan ve más allá que los Sinópticos. Coincide con ellos en que la hora de Jesús es la hora del sufrimiento y oscuridad, hora de las tinieblas. Pero alcanza a ver, con mirada penetrante y contemplativa, la gloria, el esplendor, la dignidad y el provecho de la cruz. La cruz es bella, y por eso está llena de gloria y esplendor. La cruz está llena de dignidad porque es elevación, porque estar en la cruz es reinar. Es provechosa porque ‘atrae a todos hacia sí’. Precisamente son estas líneas teológicas las que Dante prolonga en su Divina Comedia cuando se encuentra, en el quinto cielo, con una visión magnífica de la cruz.

El Dante ya está en el Paraíso y llega al quinto cielo, el cielo de Marte. En un momento dado (canto 14) es elevado más alto y vio brillar tan intensamente esa estrella que le dio una gran alegría (versos 85-87). Esa alegría le pareció una gracia tan grande que solamente podía agradecerse haciendo a Dios un holocausto total de sí mismo (“con tutto il core”), “como a la nueva gracia convenía” (88-90). Todavía no se había alejado de su corazón el calor del sacrificio que acababa de hacer que se dio cuenta de que Dios lo había aceptado (91-93).

Y en ese mismo momento aparece ante él la cruz de Cristo, formada por dos rayos de luz, hermosísima y radiante. Estaba formada por algo así como dos regueros de estrellas grandes y pequeñas (parecidos a la Via Lactea cuando está en todo su esplendor) que se extendían de un polo al otro de Marte, como se intersecan en ángulo recto los diámetros de una circunferencia, formando una cruz de brazos iguales (llamada cruz griega). Y en esa cruz estaba clavado Cristo y relampagueaba con inigualable esplendor, tanto que el Dante dice no tener ingenio ni arte para narrar lo que vio (94-104).

En medio de esta visión llena de luz y de centellantes estrellas (109-121), escucha una melodía que brotaba de la cruz que lo cautivaba completamente, aunque no entendía la letra. Era consciente que se trataba de una alabanza celestial, pero no llegaba a entenderla distintamente. A él le sonaba a ‘¡Resurge!’ y ‘¡Vence!’ (122-126).Y era tanto lo que lo enamoraba esta melodía de la cruz, que hasta ese momento (ya había estado en los cuatro primeros cielos) no había habido nada que lo atase con vínculos tan dulces13 (127-129). Incluso hasta piensa que algún lector puede considerar que sus palabras son demasiado osadas, teniendo en cuenta que pone este gozo de la cruz por encima del gozo de mirar los ojos de Beatriz. Pero esto se entiende, dice, por dos razones: en primer lugar porque durante ese tiempo no se había tornado a mirar los ojos de Beatriz, siempre más bellos. En segundo lugar, porque los placeres santos mientras más se progresa en alto más sinceros son (130-139, y fin del canto 14).

En medio de toda esta descripción rutilante de la cruz, en un momento dado, el Dante dice algo muy interesante: “El que toma su cruz y sigue a Cristo sabrá excusar lo que dejo de decir” (ma chi prende sua croce e segue Cristo, ancor mi scuserà di quel ch’io lasso) (105-108). 14

De esta manera el Dante, magníficamente, con una sola pincelada literaria, traslada toda la teología joánea de la cruz al creyente individual y concreto. Él quiere decir: la maravillosa realidad de la cruz de Cristo y todo el esplendor de la teología de la cruz sólo puede ser entendida por aquel que ha llevado efectivamente la cruz que Dios ha permitido para él.

1 Prenotanda al Leccionario, nº 97.
2 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú secondo il vangelo di Giovanni, Edizione Paoline, Milano, 1988, p. 13-14. Cuando el autor dice que toda la vida de Jesús está ‘orientada’ hacia esa ‘hora’ quiere decir que está ‘en tensión’ hacia esa ‘hora’.
3 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p. 14.
4 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p. 14.
5 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., pp. 16-17.
6 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p. 17.
7 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., ibídem.
8 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú…, p. 18.
9 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú…, ibídem.
10 DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú…, p. 25.
11 “He aquí que mi siervo tendrá éxito, será muy exaltado y glorificado” (hypsothésetai kai doxasthésetai sfodra).
12 Cf. DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p. 15.
13 “Io m’innamorava tanto quinci,
che ‘nfino a lì non fu alcuna cosa
che mi legasse con sì dolce vinci” (127-129).
14 “Qui vince la memoria mia lo ‘ngegno;
ché ’n quella croce lampeggiava Cristo,
sì, ch’io non so trovare esemplo degno:
ma chi prende sua croce e segue Cristo,
ancor mi scuserà di quel ch’io lasso,
vedendo in quell’albor balenar Cristo” (103-107).

 

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Comentario teológico: DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁ - CONFERENCIA DE JESÚS CON NICODEMO

Explicación.
Fácil es darse cuenta del episodio presente si atendemos las circunstancias históricas que le rodean. De Jerusalén se había mandado al Bautista una misión especial para preguntarle si era el Mesías, que debía llegar de un momento a otro:

Juan le señala como ya presente en Israel. No habían transcurrido más que unas semanas, y los peregrinos que de la Galilea habían venido a la ciudad santa con motivo de la Pascua habrían publicado en el mismo centro de la teocracia, y en presencia de todo Israel, el milagro obrado por Jesús en Caná de Galilea. Y mientras corre la fama, el mismo Jesús se presenta como Hijo de Dios en el suceso de la expulsión de los mercaderes, y hace también milagros en la propia ciudad santa (Ioh. 2, 23). Aunque no lo dice el Evangelio, es seguro que Jesús predicaría también aquellos días en el templo. Grande sería la conmoción entre los primates de Israel, quienes, según se desprende de las primeras palabras de Nicodemo a Jesús, se ocuparían de los extraordinarios sucesos de aquellos días. El miedo de los más poderosos y los prejuicios sobre la persona del Mesías retuvieron a quienes, de entre los mismos maestros de Israel, hubiesen querido acercarse a Jesús, como lo hacían muchos del pueblo (Ioh. 2, 23). Sólo Nicodemo, probablemente en connivencia con algún otro, se acerca clandestinamente de noche a Jesús, con el cual tuvo este interesantísimo diálogo, que se distingue por su ingenuidad, claridad y profundidad. Es el primer discurso de Jesús, y en él se da un esbozo de toda la vida espiritual que trajo al mundo.

EL ORDEN DE LA REDENCIÓN (14-17). Jesús descubre a Nicodemo alguna de las celestiales verdades. Es la primera el hecho futuro del sacrificio de la cruz, sobre la que será levantado el Hijo del hombre a la hora de su muerte. Para ello se vale de un tipo ya conocido de Nicodemo: la serpiente de bronce, colgada de un palo, que curaba las mordeduras de las serpientes del desierto a quienes la miraban (Num. 21, 8.9), "signo de salvación", según la Sabiduría (Sap. 16, 5 sigs.): Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así también es necesario que sea elevado el Hijo del hombre.

En segundo lugar, los frutos de la redención por la muerte de Cristo, de valor infinito, no aprovechan a los que no creen en él; en cambio, son vida eterna para los creyentes. Para que todo aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Revela en tercer lugar la causa primera de la redención por Cristo, que es el amor de Dios, tan grande como los frutos de la redención misma: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Cada una de las palabras de este versículo es ponderativa del amor de Dios: es Dios infinito quien ama al hombre miserable; y le ama de tal suerte, que le entrega no un hijo cualquiera, sino al Único, consubstancial con él: todo ello, no sólo para salvar de la muerte espiritual a la humanidad, ya condenada a ella, sino para hacerla partícipe de la misma vida de Dios en el cielo eterno.

Y acaba Jesús de ponderar este amor revelando esta postrera verdad: que el Hijo de Dios ha venido al mundo, no como creían los judíos para juzgar a los idólatras y condenarles y exaltar sólo a los judíos, sino para salvar absolutamente a todo el mundo: Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

EFECTOS DE LA REDENCIÓN, SEGÚN LA FE Y LAS OBRAS (18-21). Con todo, los frutos de la redención no son independientes de la voluntad del hombre, por lo que toca a sí: es preciso creer en el nombre y en la obra de Jesús como condición para lograrlos: Quien cree en él, no es juzgado , porque es librado de la sentencia antigua de condenación, pasando de la muerte a la vida espiritual. Más el que no cree, ya está juzgado , es decir, permanece bajo la sentencia primera, que comprendía a todos los hijos de Adán, y no hay necesidad de que sea de nuevo condenado, porque no cree en el nombre del Unigénito Hijo de Dios.

De esta sentencia son culpables los mismos hombres, porque no han querido recibir la luz del Hijo de Dios, que es la fe; ya sea resistiendo a las iluminaciones interiores, ya a la predicación, prefiriendo permanecer en las tinieblas de la incredulidad: Y éste es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz . La razón de este hecho es la corrupción del corazón, las costumbres pervertidas, que han sido siempre el mayor obstáculo que ha tenido la fe: Porque sus obras eran malas .

Da Jesús una razón psicológica de este hecho: como los que cometen alguna acción indecorosa se esconden de la luz para no ser vistos, así los que son de perversas costumbres huyen la luz de la verdad, porque a su claridad verían su vida deforme y se verían obligados a rectificarla: Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que no sean reprendidas sus obras . En cambio, los que viven según la verdad, amoldando sus obras a los dictados de la misma, no temen ser vistos, antes quieren que se vea la correspondencia entre sus acciones y la regla de la verdad, que procede de Dios: Mas el que hace las obras según la verdad, viene a la luz, a fin de que sean manifestadas sus obras, porque han sido hechas en Dios.

Tal es el famoso discurso de Jesús sobre la vivificación espiritual del hombre, que San Juan nos ha dado seguramente sólo en bosquejo. Como veremos más tarde en la conversación con la Samaritana, como en el magno discurso sobre el pan de la vida en la sinagoga de Cafarnaúm, pronunciado dos años más tarde que éste, el habido con Nicodemo es una verdadera sistematización de la vida espiritual, bajo su aspecto fundamental, que es el renacimiento a la nueva vida. Con la Samaritana, hablará de la teoría de la gracia; y a los cafarnaítas, de la vivificación del alma por la Eucaristía.

Dejaría profunda huella el discurso Jesús en el alma de Nicodemo. Le veremos reaparecer más tarde para defender a Jesús ante los pontífices y fariseos con motivo de los discursos pronunciados por el Señor en Jerusalén durante la fiesta de los Tabernáculos (Ioh. 7, 50 sgs.), y a la hora suprema de la sepultura del Redentor, cuando piadosamente llevará las cien libras de mira y áloes para embalsamar el cuerpo de Jesús (Ioh. 19, 39).

Lecciones morales.

A) v. 14. - Como Moisés elevó la serpiente en el desierto ... -La serpiente levantada por Moisés en el desierto no es más que un débil signo de la salvación que nos ha venido por el sacrificio de la Cruz, en la que fue elevado Jesús, de la que fue el tipo. La vista de aquélla, daba la salud corporal a los que padecían mordeduras de las serpientes; pero la fe en la Cruz de Cristo, que nos hace partícipes de su redención, cura la universal mordedura de la serpiente infernal, que es el pecado. La Cruz es la medicina espiritual, que no sólo cura el mal del pecado, sino que de ella deriva la robustez de la vida divina, porque toda la vida divina le viene al mundo por la muerte de Jesús en la Cruz. Aun bajo el aspecto moral, la Cruz es el báculo de la vida, y la que endulza sus pesares. El cristiano debe estar profundamente enamorado de la Cruz: en ella está toda salvación.

B) v. 18. - El que no cree, ya está juzgado ... - Se ha juzgado él mismo, porque no ha querido pasar de la infidelidad a la gracia, de la muerte a la vida. Queda, pues, sujeto a la vieja maldición que fulminó Dios contra el pecado, no acogiéndose al beneficio de la redención. Cuando venga Jesús a juzgar al mundo, no hará más que refrendar la antigua sentencia. Si creemos, ajustemos nuestras obras a nuestra fe, haciendo que sean obras de luz, porque la fe sin las obras es muerta; y no puede producir en nosotros frutos de vida divina.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 387-396)


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Santos Padres: Gregorio de Nisa: EI serpente di rame, simbolo di Cristo

La strada traversa nuovamente il deserto, e il popolo, nella disperazione dei beni promessi, è esausto per la sete. E Mosè fa di nuovo scaturire per lui l'acqua nel deserto dalla Roccia. Questo termine ci dice cos'è, sul piano spirituale, il sacramento della penitenza. Difatti, coloro che, dopo aver gustato dalla Roccia, si sono sviati verso il ventre, la carne e i piaceri degli Egiziani, sono condannati alla fame e vengono privati dei beni di cui godevano. Ma è data loro la possibilità di ritrovare con il pentimento la Roccia che avevano abbandonato e di riaprire per loro il rivolo d'acqua, per dissetarsi alla sorgente...
Però il popolo non ha ancora imparato a seguire le tracce della grandezza di Mosè. È ancora attratto dai desideri servili e inclinato alle voluttà egiziane. La storia dimostra con ciò che la natura umana è portata a questa passione piú che ad altre, accessibile com'è alla malattia per mille aspetti. Ecco perché, alla stregua di un medico che con la sua arte impedisce alla malattia di progredire, Mosè non lascia che il male domini gli uomini fino alla morte. E siccome i loro desideri sregolati suscitavano dei serpenti il cui morso inoculava un veleno mortale in coloro che ne restavano vittime, il grande Legislatore rese vano il potere dei serpenti veri con un serpente in effigie. Sarà però il caso di chiarire l'enigma. Vi è un solo antidoto contro le cattive infezioni ed è la purezza trasmessa alle nostre anime dal mistero della religione. Ora, l'elemento principale contenuto nel mistero della fede è appunto il guardare verso la Passione di colui che ha accettato di soffrire per noi. E Passione vuoi dire croce. Cosí, chi guarda
verso di lei, come indica la Scrittura, resta illeso dal veleno de] desiderio. Rivolgersi verso la croce vuol dire rendere tutta la propria vita morta al mondo e crocifissa (cf. Gai. 6, 14), tanto da essere invulnerabile ad ogni peccato; vuol dire, come afferma il Profeta, inchiodare la propria carne con il timore di Dio (cf. Sai. 118, 120). Ora, il chiodo che trattiene la carne è la continenza. Poiché quindi il desiderio disordinato fa uscire dalla terra serpenti mortali - e ogni germoglio della concupiscenza cattiva è un serpente -, a motivo di ciò, la Legge ci indica colui che si manifesta sul legno. Si tratta, in questo caso, non del serpente, ma dell'immagine del serpente, secondo la parola del beato Paolo: A somiglianza della carne di peccato (Rom. 8, 3). E colui che si rivolge al peccato, riveste la natura dei serpente. Ma l'uomo viene liberato dal peccato da colui che ha preso su di sé la forma del peccato, che si è fatto simile a noi che ci eravamo rivolti verso la forma del serpente; per causa sua, la morte che consegue al morso è fermata, però i serpenti stessi non vengono distrutti. Infatti, coloro che guardano alla Croce non sono piú soggetti alla morte nefasta dei peccati, ma la concupiscenza che agisce nella loro carne (cf. Gal. 5, 17) contro lo Spirito non èinteramente distrutta. E, in effetti, i morsi del desiderio si fanno spesso sentire anche tra i fedeli; ma l'uomo che guarda a colui che è stato elevato sul legno, respinge la passione, dissolvendo il veleno con il timore del comandamento, quasi si trattasse di una medicina.
Che il simbolo del serpente innalzato nel deserto sia simbolo del mistero della croce, la parola stessa del Signore lo insegna chiaramente, quando dice: Come Mosè innalzò il serpente nel deserto, cosí bisogna che sia innalzato il Figlio dell'uomo (Gv.
3, 14).
(Gregorio di Nissa, Vita Moysis, nn. 269-277) Padri vivi B, 52-53

 

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Sacramentario Mozarabico, Praefatio - Cristo ha illuminato le nostre tenebre

È veramente cosa buona e giusta renderti grazie, Signore santo, eterno Padre, Dio onnipotente, per Gesú Cristo, tuo Figlio e nostro Signore.
Egli, con l'illuminazione della sua fede, dissipò le tenebre del mondo e costitui figli della luce coloro che giacevano nelle tenebre, sotto la giusta condanna della legge.
Egli venne come giudizio sui mondo, sicché i non vedenti vedessero e i vedenti divenissero ciechi; in tal modo, coloro che confessavano in sé le tenebre degli errori, percepivano la luce eterna, per mezzo della quale rimuovere le tenebre dei delitti. E quelli che, arroganti, credevano di avere in sé per proprio merito la luce della giustizia, meritatamente in sé stessi si oscureranno.
Quelli che si innalzano nella propria superbia e confidano nella propria giustizia, non ricercano il medico per essere sanati.
Per lo Stesso Gesú che affermò di essere la porta che fa accedere al Padre, fa' che essi possano entrarvi. E poiché credettero a torto di poter essere elevati per merito, rimasero nonostante tutto nella loro cecità.
Ecco perché noi, veniamo a te umili, Padre santo; senza presumere dei nostri meriti, apriamo la nostra ferita davanti al tuo altare, confessiamo le tenebre dei nostri errori; apriamo i recessi della nostra coscienza.
Ti preghiamo di poter trovare la medicina per la ferita, la luce eterna per le tenebre, la purezza dell'innocenza per la coscienza. Vogliamo, infatti, con tutte le energie, discernere il tuo volto, ma ne siamo impediti dalla cecità della tenebra consueta. Siamo avidi di guardare i cieli, ma non ne abbiamo le possibilità finché restiamo accecati dalle tenebre dei peccati; e tantomeno imitiamo con una santa vita coloro che per l'eccellenza della vita hanno ricevuto il nome del cielo.
Vieni, dunque, Gesú, in aiuto di noi che ti preghiamo nel tuo tempio e prenditi cura in questo giorno di coloro che, in vista del bene, tu hai voluto che non osservassero il sabato.
Ecco, apriamo le nostre ferite davanti alla gloria del tuo nome: tu applica la medicina sulle nostre infermità. Soccorrici, come hai promesso di fare con chi ti prega, noi, che tu hai tratto dal nulla.
Prepara un collirio e tocca gli occhi del cuore e del corpo, affinché non ricadiamo, ciechi, nelle tenebre dei soliti errori.
Ecco, bagniamo con le lacrime i tuoi piedi; non respingerci umiliati. O buon Gesú, fa' che non abbandoniamo le tue orme, tu che umile venisti sulla terra. Ascolta ora la nostra comune preghiera e, svellendo la cecità dei nostri crimini, fa' che possiamo vedere giubilanti la gloria del tuo volto, nella beatitudine dell'eterna pace.
(Sacramentario Mozarabico, Praefatio)Padri vivi B, 54-55

 

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Santos Padres: San Agustín: ¿No es Cristo la vida?


Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De esta manera los mortales son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que aconteció en figura a los antiguos: Y así como Moisés dice, levantó en el desierto la serpiente, así también conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,14 15). Gran misterio es este; quienes lo han leído, lo conocen. Por tanto, óiganlo ahora quienes no lo han leído, o lo han olvidado después de haberlo leído u oído. El pueblo de Israel caía en el desierto a causa de las mordeduras de las serpientes. Las numerosas muertes producían una hecatombe (Nm 21,8 9). Era castigo de Dios que corrige y flagela para instruir. Allí se manifestó un gran signo de una realidad futura. El mismo Señor lo indica en esta lectura, para que nadie lo interprete de forma distinta a como lo hace la Verdad refiriéndolo a si. El Señor ordenó a Moisés que hiciese una serpiente de bronce y la levantara sobre un madero en el desierto, y exhortase al pueblo de Israel a que si alguno había sido mordido por las serpientes, mirase a aquella levantada sobre el madero. Así se hizo. Los hombres mordidos la miraban y sanaban. ¿Qué son las serpientes que muerden? Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. La muerte fue simbolizada en la serpiente porque procede de ella. La mordedura de la serpiente es mortal la muerte del Señor es vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es esto? Se mira a la muerte para aniquilar el poder de la muerte.
Pero ¿de qué muerte se trata? De la muerte de la vida, si es que se puede hablar de la muerte de la vida, y como es posible hablar así, el decirlo es cosa admirable. ¿Acaso no se ha de hablar de lo que hubo de hacerse? ¿Dudaré yo en hablar de lo que el Señor se dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la vida? Y, no obstante, estuvo en la cruz. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, murió. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su propia muerte. La vida muerta dio muerte a la muerte; la plenitud de la vida devoró a la muerte. La muerte fue absorbida por el cuerpo de Cristo.
Así lo proclamaremos nosotros en la resurrección, cuando, ya triunfantes, cantemos: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? (I Cor 15,55). Ahora, entre tanto, hermanos, miremos a Cristo crucificado para sanar de los pecados; porque así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Los que miraban a aquella serpiente no morían de la mordedura de las mismas; de idéntica manera los que miran con fe la muerte de Cristo sanan de las mordeduras de los pecados. Aquellos se libraban de la muerte para seguir en la vida temporal aquí, en cambio, se habla de la vida eterna. He aquí la diferencia entre la figura y la realidad: la figura sólo daba la vida temporal; la realidad indicada en la figura da la vida eterna.
Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). El médico viene a curar al enfermo en cuanto de él depende. Quien no quiere cumplir sus prescripciones, se da muerte a si mismo. El Salvador vino al mundo; ¿por qué se le llamó Salvador del mundo, sino (porque vino) para salvar, no para juzgar al mundo? ¿No quieres que él te salve? Tú mismo te juzgarás. ¿Y por qué he de hablar en futuro? Atento a lo que dice: Quien cree en él no es juzgado; mas quien no cree... ¿Qué esperas que ha de decir, sino <<es juzgado" ya ha sido juzgado? (Jn 3,18). Aún no ha llegado el juicio. Pero ya ha tenido lugar. El Señor sabe quiénes son los suyos (2 Tim 2,19); conoce quiénes han de permanecer para recibir la corona, y quiénes para ir a las llamas, conoce quién es trigo y quién es paja en su era; conoce la mies y conoce la cizaña.
Quien no cree ya está juzgado. ¿Por qué? Porque no creyó en el nombre del Hijo unigénito de Dios (Jn 3,18). Y el juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus obras eran malas (Jn 3,19). ¿En quién, hermanos míos, halló el Señor buenas obras? En nadie. En todos las halló malas. ¿Cómo entonces algunos practicaron la verdad y llegaron a la luz?
El texto sigue así: El que practica la verdad viene a la luz, para que se manifiesten sus obras, pues están hechas en Dios (Jn 3,20). ¿Cómo es que unos hicieron obras buenas y vinieron a la luz, esto es, a Cristo, y, por el contrario, otros amaron las tinieblas? Si los halló a todos pecadores y a todos sana de sus pecados si aquella serpiente, figura de la muerte del Señor, cura a los mordidos, y a causa de las mordeduras de las serpientes y por los hombres mortales que halló injustos, se levantó en alto la serpiente, es decir, la muerte del Señor, ¿qué sentido tiene lo que viene a continuación: El juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas? ¿Qué significa esto? ¿Quiénes tenían esas buenas obras? ¿No viniste para hacer justos a los impíos? Pero amaron, dice, las tinieblas más que la luz. Esto ha querido resaltar.
Hay muchos que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien los confiesa y se acusa de ellos, se reconcilia con Dios, que reprueba sus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. "Hombre" y "pecador" son como dos cosas distintas. Al oír "hombre", oyes lo que hizo Dios, al oír "pecador" oyes lo que es obra del hombre. Es preciso que aborrezcas tu obra y ames en ti lo que es obra de Dios. Cuando empieces a detestar lo que hiciste tú, entonces comienzan tus buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las buenas obras es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es para ti practicar la verdad? No halagarte, ni pasarte la mano, ni adularte a ti mismo, ni decir que eres justo, cuando eres un malvado. Así es como empiezas a practicar la verdad; así es como vienes a la luz para que se manifiesten las obras que has hecho en Dios. No existiría en ti lo que te impulsa a aborrecer tus pecados si no te iluminara la luz de Dios, si no te los mostrara su verdad. Mas el que después de advertido ama sus pecados, odia la luz que le llama la atención y huye de ella para que no le reprenda las malas obras que ama.
En cambio, quien practica la verdad reprende en sí sus malas obras; no se contempla, no se perdona para que le perdone Dios. Reconoce él mismo lo que quiere que Dios le perdone; así viene a la luz y le da gracias porque le muestra el objeto de su odio. Dice a Dios: Aparta tu vista de mis pecados ¿Con qué cara pronunciaría estas palabras, si no continuase: Porque yo reconozco mis pecados y los tengo siempre delante de mí? Ten siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios. Porque si echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante tus ojos cuando ya la penitencia será infructuosa. Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas. Comentarios sobre el evangelio de San Juan 12,11 13

 

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Santos Padres: San Agustín - Si es gracia, es gratuita (comentario a la segunda lectura)

Segunda lectura
Ef 2,4 10: Si es gracia, es gratuita
Hermanos, si queréis eructar gracia, bebed gracia. ¿Qué significa "bebed gracia"? Conoced la gracia, comprendedla. Antes de existir, nosotros no existíamos en absoluto; con todo, fuimos hechos hombres, siendo así que antes no éramos nada. Después, hechos hombres del vástago de aquel pecador, éramos malvados y, por naturaleza, hijos de la ira como todos los demás (Ef 2,3). Centremos, pues, nuestra atención en la gracia de Dios, no sólo en aquella por la que nos hizo, sino también en la otra por la que nos rehizo. Al mismo a quien debemos el ser debemos también el ser justos. Nadie atribuya a Dios su ser, y a sí mismo d ser justo, pues es mejor lo que pretendes atribuirte a ti mismo que lo que atribuyes a Dios. Eres mejor en cuanto eres justo que en cuanto eres hombre. Por tanto, es inferior lo que atribuyes a Dios que lo que te atribuyes a ti. Atribúyele a él todo y alábale en todo no te apartes de la mano del artífice. ¿Quién hizo que existieses? ¿No está escrito que Dios tomó limo de la tierra y formó al hombre? Antes de ser hombre eras barro, y antes de ser barro no eras nada. Pero no des gracias a tu artífice únicamente por esta hechura; considera otra obra suya por la que te hizo: No por las obras dice el apóstol para que nadie se engría. El que eso dijo, ¿qué más había recordado antes? Por gracia habéis sido salvados, mediante la fe; y esto no es obra vuestra Son palabras del Apóstol, no mías: Por gracia habléis sido salvados, mediante la fe; y esto el ser salvados mediante la fe no es obra vuestra. Ya había dicho por gracia y, por tanto, no es obra vuestra; mas, para que nadie lo interpretase de modo distinto, se dignó exponerlo más claramente.

Preséntame un buen entendedor; para él lo ha dicho todo: Por gracia habéis sido salvados. Al oír la palabra gracia, has de entender gratuitamente. Luego, si se trata de algo gratuito, tu nada aportaste, nada mereciste, porque si se dio algo en virtud de los méritos, es recompensa, no gracia. Dice: Por gracia habéis sido salvados mediante la fe. Expónnos esto más claramente en consideración a los soberbios, a los que se agradan a si, a los que ignoran la justicia de Dios y pretenden establecer la propia. Escucha lo mismo con mayor claridad. Y esto, es decir, que por gracia habéis sido salvados, no es obra vuestra sino don de Dios. Pero quizá hicimos nosotros algo para merecer los dones de Dios. Dice: No por las obras, para que nadie se engría. Entonces ¿qué? ¿No somos nosotros quienes obramos el bien? Es cierto que lo obramos. Pero ¿cómo? Con la fuerza de aquel que obra en nosotros, puesto que por la fe damos cabida en nuestro corazón a quien obra en nosotros y por nosotros el bien. Escucha de dónde te viene el obrar el bien: Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para las obras buenas a fin de que caminemos en ellas (Ef 2,10). Ésta es la abundante suavidad que deriva del hecho de que él se acuerde de nosotros. Eructando esta suavidad, sus predicadores exultaran por su justicia, no por la propia. ¿Qué hiciste con nosotros, Señor, a quien alabamos, para que existamos, te alabemos, exultemos en tu justicia y eructemos el recuerdo de tu abundante suavidad? Digámoslo y el decirlo sea nuestra alabanza. Comentario al salmo 144,10.

 

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve”


Pues no envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El (Jn III, 17).

Muchos de los que son más desidiosos, abusando de la divina clemencia, para multiplicar sus pecados y acrecentar su pereza, se expresan de este modo: No existe el infierno; no hay castigo alguno; Dios perdona todos los pecados. Cierto sabio les cierra la boca diciendo: No digas: Su compasión es grande. El me perdonará la multitud de mis pecados. Porque en El hay misericordia, pero también hay cólera y en los pecadores desahoga su furor1. Y también: Tan grande como su misericordia es su severidad2.

Dirás que en dónde está su bondad si es que recibiremos el castigo según la magnitud de nuestros pecados. Que recibiremos lo que merezcan nuestras obras, oye cómo lo testifican el profeta y Pablo. Dice el profeta: Tú darás a cada uno conforme a sus obras3; y Pablo: El cual retribuirá a cada uno según sus obras4. Ahora bien, que la clemencia de Dios sea grande se ve aun por aquí: que dividió la duración de nuestra vida en dos partes; una de pelea y otra de coronas. ¿Cómo se demuestra esa clemencia? En que tras de haber nosotros cometido infinitos pecados y no haber cesado de manchar con crímenes nuestras almas desde la juventud hasta la ancianidad, no nos ha castigado, sino que mediante el baño de regeneración nos concede el perdón; y más aún, nos da la justicia de la santificación.

Instarás: mas si alguno participó en los misterios desde su primera edad, pero luego cayó en innumerables pecados ¿qué? Ese tal queda constituido reo de mayores castigos. Porque no sufrimos iguales penas por iguales pecados, sino que serán mucho más graves si después de haber sido iniciados nos arrojamos a pecar. Así lo indica Pablo con estas palabras: Quien violó la ley de Moisés, irremisiblemente es condenado a muerte, bajo la deposición de dos o tres testigos. Pues ¿de cuánto mayor castigo juzgáis que será merecedor el que pisoteó al Hijo de Dios y profanó deliberadamente la sangre de la alianza con que fue santificado y ultrajó al Espíritu de la gracia?5

Para este tal Cristo abrió las puertas de la penitencia y le dio muchos medios de lavar sus culpas, si él quiere. Quiero yo que ponderes cuán firme argumento de la divina clemencia es el perdonar gratuitamente; y que tras de semejante favor no castigue Dios al pecador con la pena que merecía, sino que le dé tiempo de hacer penitencia. Por tal motivo Cristo dijo a Nicodemo: No envió Dios su Hijo al mundo para que condene al mundo, sino para que el mundo sea salvado por El. Porque hay dos venidas de Cristo: una que ya se verificó; otra que luego tendrá lugar. Pero no son ambas por el mismo motivo. La primera fue no para condenar nuestros crímenes, sino para perdonarlos; la segunda no será para perdonarlos sino para juzgarlos.

Por lo cual de la primera dice: Yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. De la segunda dice: Cuando venga el Hijo del Hombre en la gloria de su Padre, separará las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda. E irán unos a la vida, otras al eterno suplicio6. Sin embargo, también la primera venida era para juicio, según lo que pedía la justicia. ¿Por qué? Porque ya antes de esa venida existía la ley natural y existieron los profetas y también la ley escrita y la enseñanza y mil promesas y milagros y castigos y otras muchas cosas que podían llevar a la enmienda. Ahora bien: de todo eso era necesario exigir cuentas. Pero como Él es bondadoso, no vino a juzgar sino a perdonar. Si hubiera entrado en examen y juicio, todos los hombres habrían perecido, pues dice: Todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios7. ¿Adviertes la suma clemencia?

El que cree en el Hijo no es condenado. Mas quien no cree, queda ya condenado. Dirás: pero, si no vino para condenar al mundo ¿cómo es eso de que el que no cree ya queda condenado? Porque aún no ha llegado el tiempo del juicio. Lo dice o bien porque la incredulidad misma sin arrepentimiento ya es un castigo, puesto que estar fuera de la luz es ya de por sí una no pequeña pena; o bien como una predicción de lo futuro. Así como el homicida, aun cuando aún no sea condenado por la sentencia del juez, está ya condenado por la naturaleza misma de su crimen, así sucede con el incrédulo.

Adán desde el día en que comió del árbol quedó muerto; porque así estaba sentenciado: En el día en que comiereis del árbol, moriréis8. Y sin embargo, aún estaba vivo. ¿Cómo es pues que ya estaba muerto? Por la sentencia dada y por la naturaleza misma de su pecado. Quien se hace reo de castigo, aunque aún no esté castigado en la realidad, ya está bajo el castigo a causa de la sentencia dada. Y para que nadie, al oír: No he venido a condenar al mundo, piense que puede ya pecar impunemente y se torne más desidioso, quita Cristo ese motivo de pereza añadiendo: Ya está juzgado. Puesto que aún no había llegado el juicio futuro, mueve a temor poniendo por delante el castigo. Y esto es cosa de gran bondad: que no sólo entregue su Hijo, sino que además difiera el tiempo del castigo, para que pecadores e incrédulos puedan lavar sus culpas.

Quien cree en el Hijo no es condenado. Dice el que cree, no el que anda vanamente inquiriendo; el que cree, no el que mucho escruta. Pero ¿si su vida está manchada y no son buenas sus obras? Pablo dice que tales hombres no se cuentan entre los verdaderamente creyentes y fieles: Hacen profesión de conocer a Dios, mas reniegan de El con sus obras9. Por lo demás, lo que aquí declara Cristo es que no se les condena por eso, sino que serán más gravemente castigados por sus culpas; y que la causa de su infidelidad consistió en que pensaban que no serían castigados.

¿Adviertes cómo habiendo comenzado con cosas terribles, termina con otras tales? Porque al principio dijo: El que no renaciere de agua y Espíritu, no entrará en el reino de Dios; y aquí dice: El que no cree en el Hijo ya está condenado. Es decir: no pienses que la tardanza sirve de algo al que es reo de pecados, a no ser que se arrepienta y enmiende. Porque el que no crea en nada difiere de quienes están ya condenados y son castigados. La condenación está en esto: vino la Luz al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz. Es decir que se les castiga porque no quisieron abandonar las tinieblas y correr hacia la Luz. Con estas palabras quita toda excusa. Como si les dijera: Si yo hubiera venido a exigir cuentas e imponer castigos, podrían responder que precisamente por eso me huían. Pero no vine sino para sacarlos de las tinieblas y acercarlos a la luz. Entonces ¿quién será el que se compadezca de quien rehúsa salir de las tinieblas y venir a la luz? Dice: Siendo así que no se me puede reprochar, sino al revés, pues los he colmado de beneficios, sin embargo se apartan de mí.

Por tal motivo en otra parte dice, acusándolos: Me odiaron de balde; y también: Si no hubiera venido y no les hubiera hablado no tendrían pecado10. Quien falto de luz permanece sentado en las tinieblas, quizá alcance perdón; pero quien a pesar de haber llegado la luz, permanece sentado en las tinieblas, da pruebas de una voluntad perversa y contumaz. Y luego, como lo dicho parecía increíble a muchos —puesto que no parece haber quien prefiera las tinieblas a la luz—, pone el motivo de hallarse ellos en esa disposición. ¿Cuál es? Dice: Porque sus obras eran perversas. Y todo el que obra perversamente odia la luz y no se llega a la luz para que no le echen en rostro sus obras.

Ciertamente no vino Cristo a condenar ni a pedir cuentas, sino a dar el perdón de los pecados y a donarnos la salvación mediante la fe. Entonces ¿por qué se le apartaron? Si Cristo se hubiera sentado en un tribunal para juzgar, habrían tenido alguna excusa razonable; pues quien tiene conciencia de crímenes suele huir del juez; en cambio suelen correr los pecadores hacia aquel que reparte perdones. De modo que habiendo venido Cristo a perdonar, lo razonable era que quienes tenían conciencia de infinitos pecados, fueran los que principalmente corrieran hacia El, como en efecto muchos lo hicieron: Pecadores y publicanos se le acercaron y comían con El.

Entonces ¿qué sentido tiene el dicho de Cristo? Se refiere a los que totalmente se obstinaron en permanecer en su perversidad. Vino El para perdonar los pecados anteriores y asegurarlos contra los futuros. Mas como hay algunos en tal manera muelles y disolutos y flojos para soportar los trabajos de la virtud, que se empeñan en perseverar en sus pecados hasta el último aliento y jamás apartarse de ellos, parece ser que a éstos es a quienes fustiga y acomete. Como el cristianismo exige juntamente tener la verdadera doctrina y llevar una vida virtuosa, temen, dice Jesús, venir a Mí porque no quieren llevar una vida correcta.

A quien vive en el error de los gentiles, nadie lo reprenderá por sus obras, puesto que venera a semejantes dioses y celebra festivales tan vergonzosos y ridículos como lo son los dioses mismos; de modo que demuestra obras dignas de sus creencias. Pero quienes veneran a Dios, si viven con semejante desidia, todos los acusan y reprenden: ¡tan admirable es la verdad aun para los enemigos de ella! Advierte, en consecuencia, la exactitud con que Jesús se expresa. Pues no dice: el que obra mal no viene a la luz; sino el que persevera en el mal; es decir, el que quiere perpetuamente enlodarse y revolcarse en el cieno del pecado, ese tal rehúsa sujetarse a mi ley. Por lo mismo se coloca fuera de ella y sin freno se da a la fornicación y practica todo cuanto está prohibido. Pues si se acerca, le sucede lo que al ladrón, que inmediatamente queda al descubierto. Por tal motivo rehúye mi imperio.

A muchos gentiles hemos oído decir que no pueden acercarse a nuestra fe porque no pueden abstenerse de la fornicación, la embriaguez y los demás vicios. Entonces ¿qué?, dirás. ¿Acaso no hay cristianos que no viven bien y gentiles que viven virtuosamente? Sé muy bien que hay cristianos que cometen crímenes; pero que haya gentiles que vivan virtuosamente, no me es tan conocido. Pero no me traigas acá a los que son naturalmente modestos y decentes, porque eso no es virtud. Tráeme a quienes andan agitados de fuertes pasiones y sin embargo viven virtuosamente. ¡No lo lograrás!

Si la promesa del reino, si la conminación de la gehenna y otros motivos parecidos apenas logran contener al hombre en el ejercicio de la virtud, con mucha mayor dificultad podrán ejercitarla los que en nada de eso creen. Si algunos simulan la virtud, lo hacen por vanagloria; y en cuanto puedan quedar ocultos ya no se abstendrán de sus deseos perversos y sus pasiones. Pero, en fin, para no parecer rijosos, concedamos que hay entre los gentiles algunos que viven virtuosamente. Esto en nada se opone a nuestros asertos. Porque han de entenderse de lo que ordinariamente acontece y no de lo que rara vez sucede. Mira cómo Cristo, también por este camino, les quita toda excusa. Porque afirma que la Luz ha venido al mundo. Como si dijera: ¿acaso la buscaron? ¿Acaso trabajaron para conseguirla? La Luz vino a ellos, pero ellos ni aun así corrieron hacia ella.

Pero como pueden oponernos que también haya cristianos que viven mal, les contestaremos que no tratamos aquí de los que ya nacieron cristianos y recibieron de sus padres la auténtica piedad; aun cuando luego quizá por su vida depravada hayan perdido la fe. Yo no creo que aquí se trate de éstos, sino de los gentiles y judíos que debían haberse convertido a la fe verdadera. Porque declara Cristo que ninguno de los que viven en el error quiere acercarse a la fe, si no es que primeramente se imponga un método de vida correcto; y que nadie permanecerá en la incredulidad, si primero no se ha determinado a permanecer en la perversidad. Ni me alegues que, a pesar de todo, ese tal es casto y no roba, porque la virtud no consiste en solas esas cosas. ¿Qué utilidad saca ése de practicar tales cosas pero en cambio anda ambicionando la vanagloria y por dar gusto a sus amigos permanece en el error? Es necesario vivir virtuosamente. El esclavo de la vanagloria no peca menos que el fornicario. Más aún: comete pecados más numerosos y mucho más graves. ¡Muéstrame entre los gentiles alguno libre de todos los pecados y vicios! ¡No no lograrás!

Los más esclarecidos de entre ellos; los que despreciaron las riquezas y los placeres del vientre, según se cuenta fueron los que especialísimamente se esclavizaron a la vanagloria: esa que es causa de todos los males. Así también los judíos perseveraron en su maldad. Por lo cual reprendiéndolos les decía Jesús: ¿Cómo podéis creer vosotros que captáis la gloria unos de otros?11 ¿Por qué a Natanael, al cual anunciaba la verdad, no le habló en esta forma ni usó con él de largos discursos? Porque Natanael no se le había acercado movido de semejante anhelo de gloria vana. Por su parte Nicodemo pensaba que debía acercarse e investigar; y el tiempo que otros gastan en el descanso él lo ocupó en escuchar la enseñanza del Maestro. Natanael se acercó a Jesús por persuasiones de otro. Sin embargo, tampoco prescindió en absoluto de hablarle así, pues le dijo: Veréis los Cielos abiertos y a los ángeles de Dios subir y bajar al servicio del Hijo del hombre. A Nicodemo no le dijo eso, sino que le habló de la Encarnación y de la vida eterna, tratando con cada uno según la disposición de ellos.

A Natanael, puesto que conocía los profetas y no era desidioso, le bastaba con oír aquello. Pero a Nicodemo, que aún se encontraba atado por cierto temor, no le revela al punto todas las cosas, sino que va despertando su mente a fin de que excluya un temor mediante otro temor; diciéndole que quien no creyere será condenado y que el no creer proviene de las malas pasiones. Y pues tenía Nicodemo en mucho la gloria de los hombres y la estimaba más que el ser castigado —pues dice Juan: Muchos de los principales creyeron en El, pero por temor a los judíos no se atrevían a confesarlo—, lo estrecha por este lado y le declara no ser posible que quien no cree en El no crea por otro motivo sino porque lleva una vida impura. Y más adelante dijo: Yo soy la luz. Pero aquí solamente dice: La Luz vino al mundo. Así procedía: al principio hablaba más oscuramente; después lo hacía con mayor claridad. Sin embargo, Nicodemo se encontraba atado a causa de la fama entre la multitud y por tal motivo no se manejaba con la libertad que convenía.

Huyamos, pues, de la gloria vana, que es el más vehemente de todos los vicios. De él nacen la avaricia, el apego al dinero, los odios y las guerras y las querellas. Quien mucho ambiciona ya no puede tener descanso. No ama las demás cosas en sí mismas, sino por el amor a la propia gloria. Yo pregunto: ¿por qué muchos despliegan ese fausto en escuadrones de eunucos y greyes de esclavos? No es por otro motivo sino para tener muchos testigos de su importuna magnificencia. De modo que si este vicio quitamos, juntamente con esa cabeza acabaremos también con sus miembros, miembros de la iniquidad; y ya nada nos impedirá que habitemos en la tierra como si fuera en el Cielo.

Porque ese vicio no impele a quienes cautiva únicamente a la perversidad, sino que fraudulentamente se mezcla también en la virtud; y cuando no puede derribarnos de la virtud, acarrea dentro de la virtud misma un daño gravísimo, pues obliga a sufrir los trabajos y al mismo tiempo priva del fruto de ellos. Quien anda tras de la vanagloria, ya sea que ejercite el ayuno o la oración o la limosna, pierde toda la recompensa. Y ¿qué habrá más mísero que semejante pérdida? Es decir esa pérdida que consiste en destrozarse en vano a sí mismo, tornarse ridículo y no obtener recompensa alguna, y perder la vida eterna.

Porque quien ambas glorias ansía no puede conseguirlas. Pero sí podemos conseguirlas si no anhelamos ambas, sino únicamente la celestial. Quien ama a entrambas, no es posible que consiga entrambas. En consecuencia, si queremos alcanzar gloria, huyamos de la gloria humana y anhelemos la que viene de solo Dios: así conseguiréis ambas glorias. Ojalá gocemos de ésta, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. —Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, Homilía XXVIII (XXVII), Tradición S.A. México 1981 (t. 1), pp. 228-235)
1 Sir 5, 6. 2 Sir 16, 12. 3 Sal 61, 12. 4 Rm 2, 6. 5 Hb 10, 28-29. 6 Mt 25, 31.33.46. 7 Rm 3, 23. 8 Gn 2, 17. 9 Tt 1, 16. 10 Jn 15, 24-25. 11 Jn 5, 44.




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Aplicación: BOSSUET - Virtud de la cruz de Jesucristo.

Jesús atrae a sí todas las cosas por la virtud de la cruz

"El príncipe de este mundo", el demonio, que por la idolatría se ha apoderado de él, "va a ser echado" (Jo., XII, 31), y las falsas divinidades abandonadas. Pero no es esto suficiente, pues además de echar al demonio, es necesario dar el imperio a Dios por Jesucristo. "Y yo, nos dice Jesús, después que haya sido elevado de la tierra sobre la cruz, atraeré todas las cosas a mí"; y atraeré a mí todo. En la cruz hay una virtud escondida para atraer a todos los hombres. Y habrá hombres de todas las clases, y no solamente de todos los sexos, sino también de todas las naciones, de toda clase de inteligencia, de todas las profesiones, de todos los estados, que serán poderosamente atraídos, que vendrán en multitud a Jesucristo; y de toda esta bienaventurada humanidad, que Dios ha unido por la elección de su eterna misericordia, ninguno se rezagará. La acción de la crucifixión parece haber elevado a Jesús sobre la tierra para ser el centro de todo el mundo: él es el punto de toda contradicción, por una parte; y por la otra, es el objeto de la esperanza del mundo. "Era necesario que fuera elevado como la serpiente en el desierto", para que todos los hombres pudieran dirigir a él sus miradas, como él mismo lo dijo (Jo., III, 14-15). La salvación de la humanidad ha sido el fruto de esta cruel y misteriosa exaltación. Vayamos al pie de la cruz y digámosle al Salvador, con palabras de la esposa: "Atraednos; nosotros seguiremos después de ti" (Cant., 1, 3). La misericordia, que nos hizo aceptar el suplicio de la cruz, el amor, que os hizo morir y que tiene manifestación en todas nuestras llagas, es el dulce perfume que éstas exhalan para atraernos a vos. Atraed nuestros corazones de esta manera poderosa y dulce como vos habéis dicho "que vuestro Padre atrae a vos todos los que vienen" (Jo., VI, 44). Atraednos de esta forma, omnipotente, que no deja que podamos demorar en el camino. Que vayamos todos a vos a vuestra cruz; que estemos unidos a ti con vuestros mismos clavos, crucificados con vos, de manera que ya no vivamos nunca más para el mundo, sino para vos solamente. ¿Cuándo podremos nosotros decir, como vuestro apóstol: "Yo vivo, mas no vivo yo, sino que Jesucristo vive en mí"; y todavía más: "Yo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me ha amado y que se ha entregado por mi". Y nuevamente: "Yo estoy unido a la cruz con Jesucristo" y además: "La caridad de Jesucristo nos constriñe, persuadidos como lo estamos de que si uno murió todos, luego todos son muertos; y murió por todos para los que viven no vivan ya para sí, sino para él, que para ellos murió y resucitó" (II Cor., V, 14-15). Es así que Jesucristo nos atrae. Era necesario, como él mismo lo dijo, que "este grano de trigo fuera sepultado en la tierra para multiplicarse" (Jo., XII, 24). Era necesario que se sacrificara él mismo para hacernos en sí mismo una ofrenda agradable a Dios. El nuevo pueblo de Dios debía nacer de su muerte.

El Salvador había dicho anteriormente: "Es necesario que el Hijo del Hombre sea exaltado como la serpiente" (Jo., III, 14). Y él había dicho antes: "Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis quién soy" (Jo., VIII, 28). El conocimiento de la verdad había sido unido a la cruz.

"Yo atraeré a todos a mí". Consideremos con cuánta dulzura, pero también con que fuerza se realiza esta operación. Él nos atrae, como acabamos de ver, por la manifestación de la verdad. Él nos atrae por el encanto de los placeres celestiales, por estas escondidas dulzuras que nadie sabe, sino los que las han experimentado. Él nos atrae por nuestra propia voluntad, que él empuja suavemente en nosotros mismos, y entonces le seguimos sin casi darnos cuenta de la mano que nos guía, ni de la impresión que ella causa en nosotros. Seguimos y continuamos; pero seguimos hasta la cruz, pues, siendo desde la cruz que él atrae, es hasta allí que es necesario seguir. Es necesario seguirle hasta expirar con él, hasta derramar toda la sangre del alma, toda su vivacidad natural, y descansar solamente en Jesús. Pues esto es descansar en la verdad, en la justicia, en la sabiduría, en la fuente misma del más puro y casto de los amores. ¡Oh Jesús; cuán viles son todas las cosas para el que os posee; para el que es atraído hacia vos, hasta vuestra cruz! ¡Oh Jesús; qué eficacia habéis unido vos a vuestra cruz! Haced que la sienta mi corazón: "Cuando yo sea elevado de la tierra", habéis dicho vos. Que no quiera yo otra elevación sino ésta: la vuestra; y que ésta sea la mía. Reflexionemos que todo esto fue dicho con ocasión de la entrada de Nuestro Señor Jesucristo y seguramente el mismo día, o el día siguiente, que aconteció. Admiremos, todavía una vez más, como Jesús da a su gran triunfo el carácter de cruz y de muerte.

Los incrédulos cerraron sus ojos a la luz: ellos andan en las tinieblas

¿Por qué, pues, habéis dicho vos: "que es necesario que el Hijo del Hombre sea elevado" de la tierra? Jesús había hablado con tanta frecuencia de esta su exaltación misteriosa y había tan frecuentemente hablado de la cruz y de la necesidad de llevar la cruz para seguirle, que, a la postre, las turbas se habían acostumbrado a oírselo decir. Es por esto que ellos decían: "Nosotros sabemos por la Ley que el Mesías permanece para siempre. ¿Cómo, pues, dices tú que el Hijo del Hombre ha de ser levantado? ¿Quién es ese Hijo del Hombre?" Y en estas sus palabras había algo de verdad y algo de error. Ellos tenían razón al afirmar que Cristo debía permanecer y reinar eternamente; pero ellos no querían comprender por dónde era necesario pasar antes para llegar a su reino; y pues el Maestro estaba en medió de ellos lo más lógico era consultarle, pues que Dios había afirmado su misión divina con tantos milagros. Es por lo que Jesús les dice: "Por poco tiempo está aún la luz en medio de vosotros" (Jo. XII, 35). Yo me voy; y esta luz no quedará más con vosotros; servíos de ella mientras la tengáis con vosotros. "Caminad, mientras tengáis luz; que no os sorprendan las tinieblas", y ellas os rodeen por todas partes; "pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va"; puede tropezar en todas las piedras; puede caer en todos los abismos; y no solamente no está seguro de apoyar en firme sus pies, sino que puede dar con su cabeza y no se puede defender.

Jesús es la luz, para los que abren los ojos para verla; pero para aquellos que los cierran es una piedra contra la que dan y se dañan. Hace falta haber querido aprender de él el misterio de su flaqueza, que, si no, dan contra él y se estrellan; y quedan sin conocerle; y entonces preguntan: "¿Quién es el Hijo del Hombre que ha de ser crucificado y con ello ha de atraer todas las cosas? ¿Es que sois vos a quien nosotros vemos tan débil? ¿Cómo puede ser que atraigáis a vos todo el mundo, sino, más bien, ser rehusado de todos por causa de vuestra cruz?" Ciegos como son no ven, en manera alguna, en la escena de su majestuosa entrada en Jerusalén que le pertenecía a él únicamente recibir la gloria y que no la deja de percibir por debilidad, sino que se aparta de ella, con gran sabiduría, hasta su último triunfo. Él os haría comprender esta verdad si se lo suplicarais humildemente; pero vosotros dejáis escapar la luz, y por esto mismo el que ha venido para iluminaros va a serviros de escándalo: escándalo para los judíos, como decía San Pablo (Cor., 1, 23), y locura para los gentiles.

Reflexionemos todavía más estas palabras: "Por poco tiempo aún está la luz en medio de vosotros". Figurémonos un momento en que parece que la luz se aparte del alma, pues que cuando se la desprecia pronto deja de sentirse; nube oscura la impide llegar a nosotros; nuestras pasiones, que nosotros dejamos crecer libremente, llegan a ofuscarnos e impiden que veamos la luz; andamos, pues, mientras nos quede una débil centella, que nos ilumine. ¡Qué horror ser rodeados definitivamente por las tinieblas entre tantos precipicios! Éste es tu estado, oh alma, si tú dejas de aprovechar esta luz débil, que por poco tiempo te queda todavía.

"El que camina en tinieblas no sabe por dónde va" Estado lastimoso el del alma que no aprovecha la luz, pues es necesario andar; nuestra alma no puede permanecer sin movimiento. Se anda, pero no se sabe adónde: se cree andar a la gloria ; se va en seguimiento de los placeres; se quiere disfrutar la vida y la felicidad; pero no obstante se va derechamente a la perdición y a la muerte. No se sabe adónde vamos ni por dónde nos extraviamos. Nos alejamos del camino y no acertamos a encontrar traza alguna, ni vereda alguna por donde podamos nuevamente encontrarlo; cosa tan frecuente en la vida ordinaria de los hombres. Y por desgracia esto es todo cuanto podemos decir de él. Solamente con lágrimas y gemidos, pues son insuficientes las palabras, podemos deplorar este estado del alma.

"No sabe por dónde va". Ciego, ¿adónde te diriges? ¿Cuál es y adónde va el camino que sigues? Reflexiona y vuelve atrás, mientras todavía distingues el camino. Pues si adelantas vas a encontrarte con un laberinto, en el que serás retenido, entre sus falaces e inevitables desviaciones. En él está tu perdición y entonces ya no tendrás otro remedio ni sabrás adónde dirigirte, ni sabrás dónde te encuentras; no harás sino andar y andar todos los días, como arrastrado, como por una especie de fatalidad desventurada y empujado por las pasiones, que no podrás refrenar. Vuelve atrás, aunque te parezca imposible no sigas andando por este camino, que el abismo te espera a su término, que el precipicio te va a tragar, que vas a ser presa de la oscuridad y entonces, sin socorros, sin guía, piensa lo que te va a suceder.
(Bossuet, Meditaciones sobre el Evangelio , Ed. Iberia, Barcelona, 1955, Volumen I, pp. 52-56)


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Aplicación Mons. Fulton Sheen - “Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado sobre un madero”


Nuestro Señor jamás hablaba de su gloria celestial de la resurrección sin aludir a la ignominia de la cruz. Algunas veces habló primeramente de la gloria, como estaba haciendo ahora con Nicodemo, pero la crucifixión había de ser la condición de esta gloria. Nuestro Señor vivía a la vez una vida celestial y una vida terrena; una vida celestial como Hijo de Dios, una vida terrena como Hijo del hombre. Sin dejar de ser uno como su Padre celestial, se entregó a sí mismo por los hombres terrenales. A Nicodemo afirmó que la condición de la que dependía la salvación humana sería su propia pasión y muerte. Hizo esto bien claro al referirse a la predicción más famosa de la cruz que se encontraba en el Antiguo Testamento:

“Y de la manera que Moisés levantó la serpiente en el desierto, asimismo es necesario que sea levantado el Hijo del hombre; para que todo aquel que cree tenga por Él vida eterna”. (Jn 3, 14-15)

El libro de los Números refiere que, cuando el pueblo murmuró en rebeldía contra Dios, fueron castigados con una plaga de serpientes de fuego, de suerte que muchos perdieron la vida. Cuando se arrepintieron, Dios dijo a Moisés que hiciese una serpiente de bronce y la levantase a modo de señal; y todos aquellos que habían sido mordidos por las serpientes y miraban la señal quedaban curados. Nuestro Señor declaraba ahora que Él sería levantado en alto de la misma manera que lo había sido la serpiente de bronce. De la misma manera que ésta tuvo la apariencia de una serpiente, y, sin embargo, carecía de veneno, así también Él, cuando fue levantado en el madero de la cruz, tendría la apariencia de un pecador, pero estaría sin pecado. Así como todos los que miraban a la serpiente de bronce quedaron curados de mordedura de serpiente, todos aquellos que mirasen a Él con amor y fe serían sanados de la mordedura de la serpiente maligna.

No era suficiente que el Hijo de Dios bajase del cielo y apareciera como el Hijo del hombre, ya que sólo habría sido un gran maestro y un gran modelo a seguir, pero no un redentor. Para cumplir el propósito de su venida a este mundo era más importante que redimiera al hombre del pecado mientras se hallaba en su forma de carne humana. Los maestros cambian a las personas mediante su vida; nuestro Señor las cambiaría por medio de su muerte.

El veneno del odio, la sensualidad y la envida que se encuentra en el corazón de los hombres no podía curarse simplemente por medio de exhortaciones prudentes y reformas sociales. El salario del pecado es la muerte, y, por lo tanto, sólo por medio de la muerte había de realizarse la expiación por el pecado. Como en los antiguos sacrificios el fuego quemaba simbólicamente el pecado imputado juntamente con la víctima, así también en la cruz se destruiría el pecado del mundo por medo de los sufrimientos de Cristo, ya que Él estaría erguido como sacerdote y postrado como víctima.

Los dos estandartes que alguna vez fueron levantados fueron la serpiente de bronce y el Salvador crucificado. Y, con todo, había una profunda diferencia entre ambos. El teatro del uno fue el desierto, y el auditorio la humanidad entera. Del uno venía una curación corporal, que pronto desaparecería con la muerte; del otro fluía la salud del alma para la vida eterna. Y, con todo, el primero era prefiguración del segundo.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Jn 3, 16)

Aquella noche, en la que un anciano venia a ver al divino Maestro que asombró al mundo con sus milagros, nuestro Señor contó la historia de su vida. Una vida que no empezó en Belén, sino que existía desde toda la eternidad en la Divinidad. El Hijo de Dios llegó a ser el Hijo del hombre porque el Padre le envió con la misión de rescatar al hombre por medio del amor.

Si hay algo que desee un buen maestro, es vivir muchos años para que su doctrina sea conocida, y adquirir sabiduría y experiencia. La muerte es siempre una tragedia para un gran maestro. Cuando a Sócrates se le dio a beber la cicuta, su mensaje fue interrumpido de una vez para siempre. La muerte fue un gravísimo tropiezo para Buda y su doctrina de la óctuple vía. El último suspiro de Lao-tse corrió una cortina sobre su doctrina referente al Tao o “no hacer nada”, así como contra la agresiva autodeterminación. Sócrates había enseñado que el pecado era debido a la ignorancia, y que, por lo tanto, el conocimiento haría un mundo bueno y perfecto. Los maestros orientales hablaban de que el hombre se hallaba aprisionado en cierta gran rueda del hado. De ahí la recomendación de Buda de que había que enseñar a los hombres a matar los deseos, y de esta manera encontrarían la paz. Cuando murió Buda, a los ochenta años, no señaló hacía sí mismo, sino a la ley que él había dado. La muerte puso fin a los preceptos morales de Confucio acerca de cómo perfeccionar un Estado por medio de amables relaciones mutuas entre príncipe y súbdito, padre e hijo, hermanos, marido y mujer, amigos.

En su conversación con Nicodemo, nuestro Señor se proclamó a sí mismo como Luz del mundo. Pero la parte más asombrosa de su enseñanza fue que dijo que nadie entendería su doctrina en tanto Él estuviera vivo, y que su muerte y resurrección serían esenciales para su comprensión. Ningún otro maestro del mundo dijo jamás que haría falta que él muriera de muerte violenta para que sus enseñanzas resultasen más inteligibles. Éste era un Maestro que ponía su doctrina tan en segundo lugar, que pudo llegar a decir que la única forma con que atraería a la gente hacia sí sería no por medio de su doctrina, no por medio de lo que decía, sino por medio de su crucifixión.

“Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy”. (Jn 8, 28)

No dijo que sería su doctrina lo que ellos entenderían entonces, sino más bien su personalidad. Sólo después que le hubieran dado muerte, entenderían que Él había hablado la Verdad. Su muerte, entonces, en vez de ser el último de una serie de fracasos, sería un éxito glorioso, el punto culminante de su misión sobre la tierra.

De ahí la gran diferencia que entre las estatuas y los cuadros de Buda y Cristo. Buda estás siempre sentado, con los ojos cerrados, las manos juntas sobre su cuerpo obeso. Cristo nunca está sentado; siempre aparece levantado, entronizado. Su persona y su muerte son el corazón y el alma de su doctrina. La cruz, y todo cuanto esta encierra, vuelve a constituir el centro de su vida.
(Mons. Fulton Sheen, Vida de Cristo, Barcelona, Ed. Herder, 1996, pp. 93-95)


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Aplicación: padre Raniero Cantalamessa OFM Cap.: Jesús explica por qué nos llama... amigos

¡Tanto amó Dios al mundo

En el Evangelio de este domingo encontramos una de las frases absolutamente más bellas y consoladoras de la Biblia: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna".

Para hablarnos de su amor, Dios se ha servido de las experiencias de amor que el hombre tiene en el ámbito natural. Dante dice que en Dios existe, como atado en un único volumen, "lo que en el mundo se desencuaderna". Todos los amores humanos -conyugal, paterno, materno, de amistad-- son páginas de un cuaderno, o chispas de un incendio, que tiene en Dios su fuente y plenitud.

Ante todo Dios, en la Biblia, nos habla de su amor a través de la imagen del amor paterno. El amor paterno está hecho de estímulo, de impulso. El padre quiere hacer crecer al hijo, empujándole a que dé lo mejor de sí. Por ello difícilmente un padre alabará al hijo incondicionalmente en su presencia. Teme que se crea cumplido y no se esfuerce más. Un rasgo del amor paterno es también la corrección. Pero un verdadero padre es asimismo aquel que da libertad, seguridad al hijo, que le hace sentirse protegido en la vida. He aquí por qué Dios se presenta al hombre, a lo largo de toda la revelación, como su "roca y baluarte", "fortaleza siempre cerca en las angustias".

Otras veces Dios nos habla con la imagen del amor materno. Dice: "¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido" (Is 49, 15). El amor de la madre está hecho de acogida, de compasión y de ternura; es un amor "entrañable". Las madres son siempre un poco cómplices de los hijos y con frecuencia deben defenderles e interceder por ellos ante el padre. Se habla siempre del poder de Dios y de su fuerza; pero la Biblia nos habla también de una debilidad de Dios, de una impotencia suya. Es la "debilidad" materna.

El hombre conoce por experiencia otro tipo de amor, el amor esponsal, del cual se dice que es "fuerte como la muerte" y cuyas llamas "son flechas de fuego" (Ct 8, 6). Y también a este tipo de amor ha recurrido Dios para convencernos de su apasionado amor por nosotros. Todos los términos típicos del amor entre hombre y mujer, incluido el término "seducción", son empleados en la Biblia para describir el amor de Dios por el hombre.

Jesús llevó a cumplimiento todas estas formas de amor, paterno, materno, esponsal (¡cuántas veces se ha comparado a un esposo!); pero les añadió otra: el amor de amistad. Decía a sus discípulos: "No os llamo ya siervos... a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15).

¿Qué es la amistad? La amistad puede constituir un vínculo más fuerte que el parentesco mismo. El parentesco consiste en tener la misma sangre; la amistad en tener los mismos gustos, ideales, intereses. Nace de la confidencia, esto es, del hecho de que confío a otro lo más íntimo y personal de mis pensamientos y experiencias.

Ahora: Jesús explica que nos llama amigos, porque todo lo que él sabía de su Padre celestial nos lo ha dado a conocer, nos lo han confiado. ¡Nos ha hecho partícipes de los secretos de familia de la Trinidad! Por ejemplo, del hecho de que Dios prefiere a los pequeños y a los pobres, de que nos ama como un papá, de que nos tiene preparado un lugar. Jesús da a la palabra "amigos" su sentido más pleno.

¿Qué debemos hacer después de haber recordado este amor? Algo sencillísimo: creer en el amor de Dios, acogerlo; repetir conmovidos, con San Juan: "¡Nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene!" (1 Juan 4, 16).



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Ejemplos Predicables

 
Ejemplos de Penitencia y oración
Atila, el azote de Dios, después de haber devastado media Europa, pasa el Rhin a la cabeza de seiscientos mil bárbaros. El mundo de Occidente creyó llegado su fin. El torrente devastador lo arrasa todo a su paso. Los campos eran destruidos, las iglesias derruidas y el clero asesinado. Ya había caído Reims en poder de los bárbaros y corrió la voz de que marchaba hacia París. El terror llegó a su colmo en la ciudad. Los vecinos, más ricos se apresuraban a amontonar en carretas lo que tenían de más valor, y todos querían huir y buscar refugio en otras ciudades.

Pero Santa Genoveva, se presenta en la ciudad y animada por el espíritu de Dios se esfuerza en tranquilizarlos.

— “Si hacéis penitencia de vuestros, pecados y apaciguáis la cólera divina —les decía— estaréis más seguros que en las ciudades donde queréis buscar refugio; los enemigos no vendrán siquiera a sitiarlas”.

Algunas personas, persuadidas por sus discursos, empezaron a unirse a ella, a fin de pasar los días y las noches en oración en la iglesia. Pero la mayor parte la trataron de bruja que con sus visiones ridículas impedía, según decían ellos, a sus conciudadanos, salvarse; y añadían que iba a entregarlo todo a los bárbaros y a la ruina.

El populacho amotinado hablaba ya de asesinar a la Santa, cuando llegó el arcediano de San Germán de Auxerres que llevaba a Genoveva la Eucaristía que el Obispo al morir enviaba a la Santa como testimonio de su bendición. En nombre del Obispo, el arcediano apaciguó al pueblo. Genoveva fue aclamada y los parisienses se quedaron en la ciudad.

No tardaron en saber que Atila, cambiando de dirección, había sido derrotado en Orleans y en Chalons sur Marne. París ni siquiera vio al enemigo, pero a no ser por la penitencia de Genoveva y del pueblo, ¡quién sabe si esta ciudad desierta y arruinada, abandonada para siempre, no sería hoy sino una isla pantanosa en lugar de ser una de las más grandes capitales de París!

La penitencia salva a los pueblos como a los hombres. Hoy más que nunca resuena poderosa sobre la pobre Humanidad materializada la voz de la Sagrada Escritura: “¡Si no hiciereis penitencia todos del mismo modo pereceréis!”.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 136)

(cortesía: iveargentina.org et alii)


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