Solemnidad de la Santísima Trinidad B: Comentarios de Sabios y Santos II - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra proclamada durante la Celebración Eucarística de la Solemnidad
Recursos adicionales para la preparación
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Exégesis: W. Trilling - Misión de los discípulos (Mt 28,16-20)
Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Santísima Trinidad
Aplicación: San Juan Pablo II - Este gran misterio de la fe
Aplicación: SS. Benedicto XVI - El misterio de la fe cristiana
Aplicación: Mons. Díaz Díaz de San Cristobal de las Casas - Vivir la Trinidad
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Simplemente, 'Dios' (Mt 28,16-20)
Aplicación: P. Jorge Loring S.I. - Domingo de la Santísima Trinidad
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el
Directorio Homilético
Solemnidad de la Santísima Trinidad
CEC 202, 232-260, 684, 732: el misterio de la Trinidad
CEC 249, 813, 950, 1077-1109, 2845: en la Iglesia y en su Liturgia
CEC 2655, 2664-2672: la Trinidad y la oración
CEC 2205: la familia como imagen de la Trinidad
202 Jesús mismo confirma que Dios es "el único Señor" y que es preciso
amarle con todo el corazón, con toda el alma, con todo el espíritu y todas
las fuerzas (cf. Mc 12,29-30). Deja al mismo tiempo entender que él mismo es
"el Señor" (cf. Mc 12,35-37). Confesar que "Jesús es Señor" es lo propio de
la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el Dios Unico. Creer en el
Espíritu Santo, "que es Señor y dador de vida", no introduce ninguna
división en el Dios único:
Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios,
inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y
Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Substancia o Naturaleza
absolutamente simple (Cc. de Letrán IV: DS 800).
I "EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO"
228 Los cristianos son bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (Mt 28,19). Antes responden "Creo" a la triple pregunta que
les pide confesar su fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu: "Fides
omnium christianorum in Trinitate consistit" ("La fe de todos los cristianos
se cimenta en la Santísima Trinidad") (S. Cesáreo de Arlés, symb.).
229 Los cristianos son bautizados en "el nombre" del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo y no en "los nombres" de estos (cf. Profesión de fe del Papa
Vigilio en 552: DS 415), pues no hay más que un solo Dios, el Padre
todopoderoso y su Hijo único y el Espíritu Santo: la Santísima Trinidad.
230 El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y
de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la
fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es
la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de
fe" (DCG 43). "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la
historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres,
apartados por el pecado, y se une con ellos" (DCG 47).
231 En este párrafo, se expondrá brevemente de qué manera es revelado el
misterio de la Bienaventurada Trinidad (I), cómo la Iglesia ha formulado la
doctrina de la fe sobre este misterio (II), y finalmente cómo, por las
misiones divinas del Hijo y del Espíritu Santo, Dios Padre realiza su
"designio amoroso" de creación, de redención, y de santificación (III).
232 Los Padres de la Iglesia distinguen entre la "Theologia" y la
"Oikonomia", designando con el primer término el misterio de la vida íntima
del Dios-Trinidad, con el segundo todas las obras de Dios por las que se
revela y comunica su vida. Por la "Oikonomia" nos es revelada la
"Theologia"; pero inversamente, es la "Theologia", quien esclarece toda la
"Oikonomia". Las obras de Dios revelan quién es en sí mismo; e inversamente,
el misterio de su Ser íntimo ilumina la inteligencia de todas sus obras. Así
sucede, analógicamente, entre las personas humanas, La persona se muestra en
su obrar y a medida que conocemos mejor a una persona, mejor comprendemos su
obrar.
233 La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los
"misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son
revelados desde lo alto" (Cc. Vaticano I: DS 3015. Dios, ciertamente, ha
dejado huellas de su ser trinitario en su obra de Creación y en su
Revelación a lo largo del Antiguo Testamento. Pero la intimidad de su Ser
como Trinidad Santa constituye un misterio inaccesible a la sola razón e
incluso a la fe de Israel antes de la Encarnación del Hijo de Dios y el
envío del Espíritu Santo.
II LA REVELACION DE DIOS COMO TRINIDAD El Padre revelado por el Hijo
234 La invocación de Dios como "Padre" es conocida en muchas religiones. La
divinidad es con frecuencia considerada como "padre de los dioses y de los
hombres". En Israel, Dios es llamado Padre en cuanto Creador del mundo (Cf.
Dt 32,6; Ml 2,10). Pues aún más, es Padre en razón de la alianza y del don
de la Ley a Israel, su "primogénito" (Ex 4,22). Es llamado también Padre del
rey de Israel (cf. 2 S 7,14). Es muy especialmente "el Padre de los pobres",
del huérfano y de la viuda, que están bajo su protección amorosa (cf. Sal
68,6).
235 Al designar a Dios con el nombre de "Padre", el lenguaje de la fe indica
principalmente dos aspectos: que Dios es origen primero de todo y autoridad
transcendente y que es al mismo tiempo bondad y solicitud amorosa para todos
sus hijos. Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también
mediante la imagen de la maternidad (cf. Is 66,13; Sal 131,2) que indica más
expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura.
El lenguaje de la fe se sirve así de la experiencia humana de los padres que
son en cierta manera los primeros representantes de Dios para el hombre.
Pero esta experiencia dice también que los padres humanos son falibles y que
pueden desfigurar la imagen de la paternidad y de la maternidad. Conviene
recordar, entonces, que Dios transciende la distinción humana de los sexos.
No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la
maternidad humanas (cf. Sal 27,10), aunque sea su origen y medida (cf. Ef
3,14; Is 49,15): Nadie es padre como lo es Dios.
236 Jesús ha revelado que Dios es "Padre" en un sentido nuevo: no lo es sólo
en cuanto Creador; Él es eternamente Padre en relación a su Hijo único, el
cual eternamente es Hijo sólo en relación a su Padre:
"Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce nadie sino el
Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).
237 Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como "el Verbo que en el
principio estaba junto a Dios y que era Dios" (Jn 1,1), como "la imagen del
Dios invisible" (Col 1,15), como "el resplandor de su gl oria y la impronta
de su esencia" Hb 1,3).
238 Después de ellos, siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó
en el año 325 en el primer concilio ecuménico de Nicea que el Hijo es
"consubstancial" al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo
concilio ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta
expresión en su formulación del Credo de Nicea y confesó "al Hijo Unico de
Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, consubstancial al Padre"
(DS 150).
El Padre y el Hijo revelados por el Espíritu
239 Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de "otro Paráclito"
(Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación (cf. Gn
1,2) y "por los profetas" (Credo de Nicea-Constantinopla), estará ahora
junto a los discípul os y en ellos (cf. Jn 14,17), para enseñarles (cf. Jn
14,16) y conducirlos "hasta la verdad completa" (Jn 16,13). El Espíritu
Santo es revelado así como otra persona divina con relación a Jesús y al
Padre.
244 El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El
Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre
en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vue lve junto
al Padre (cf. Jn 14,26; 15,26; 16,14). El envío de la persona del Espíritu
tras la glorificación de Jesús (cf. Jn 7,39), revela en plenitud el misterio
de la Santa Trinidad.
245 La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo
Concilio ecuménico en el año 381 en Constantinopla: "Creemos en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre" (DS 150). La Iglesia
reconoce así al Padre como "la fuente y el origen de toda la divinidad" (Cc.
de Toledo VI, año
638: DS 490). Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en
conexión con el del Hijo: "El Espíritu Santo, que es la tercera persona de
la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma sustancia
y también de la misma naturaleza: Por eso, no se dice que es sólo el
Espíritu del Padre, sino a la vez el espíritu del Padre y del Hijo" (Cc. de
Toledo XI, año 675: DS 527). El Credo del Concilio de Constantinopla (año
381) confiesa: "Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria"
(DS
150).
246 La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu "procede del
Padre y del Hijo (filioque)". El Concilio de Florencia, en el año 1438,
explicita: "El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y
del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo
Principio y por una sola espiración...Y porque todo lo que pertenece al
Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su
ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir de l Hijo,
éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente" (DS
1300-1301).
247 La afirmación del filioque no figuraba en el símbolo confesado el año
381 en Constantinopla. Pero sobre la base de una antigua tradición latina y
alejandrina, el Papa S. León la había ya confesado dogmáticamente el año 447
(cf. DS 284) antes incluso que Roma conociese y recibiese el año 451, en el
concilio de Calcedonia, el símbolo del 381. El uso de esta fórmula en el
Credo fue poco a poco admitido en la liturgia latina (entre los siglos VIII
y XI). La introducción del Filioque en el Símbolo de Nicea- Constantinopla
por la liturgia latina constituye, todavía hoy, un motivo de no convergencia
con las Iglesias ortodoxas.
248 La tradición oriental expresa en primer lugar el carácter de origen
primero del Padre por relación al Espíritu Santo. Al confesar al Espíritu
como "salido del Padre" (Jn 15,26), esa tradición afirma que este procede
del Padre por el Hijo (cf. AG 2). La tradición occidental expresa en primer
lugar la comunión consubstancial entre el Padre y el Hijo diciendo que el
Espíritu procede del Padre y del Hijo (Filioque). Lo dice "de manera
legítima y razonable" (Cc. de Florencia, 1439: DS 1302), porque e l orden
eterno de las personas divinas en su comunión consubstancial implica que el
Padre sea el origen primero del Espíritu en tanto que "principio sin
principio" (DS 1331), pero también que, en cuanto Padre del Hijo Unico, sea
con él "el único princip io de que procede el Espíritu Santo" (Cc. de Lyon
II, 1274: DS 850). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no
afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado.
III LA SANTISIMA TRINIDAD EN LA DOCTRINA DE LA FE La formación del dogma
trinitario
249 La verdad revelada de la Santa Trinidad ha estado desde los orígenes en
la raíz de la fe viva de la Iglesia, principalmente en el acto del bautismo.
Encuentra su expresión en la regla de la fe bautismal, formulada en la
predicación, la catequesis y la oración de la Iglesia. Estas formulaciones
se encuentran ya en los escritos apostólicos, como este saludo recogido en
la liturgia eucarística: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios
Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros" (2 Co 13,13;
cf. 1 Cor
12,4-6; Ef 4,4-6).
250 Durante los primeros siglos, la Iglesia formula más explícitamente su fe
trinitaria tanto para profundizar su propia inteligencia de la fe como para
defenderla contra los errores que la deformaban. Esta fue la obr a de los
Concilios antiguos, ayudados por el trabajo teológico de los Padres de la
Iglesia y sostenidos por el sentido de la fe del pueblo cristiano.
251 Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una
terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico:
"substancia", "persona" o "hipóstasis", "relación", etc. Al hacer esto, no
sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo,
sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante
un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos
concebir según la medida humana" (Pablo VI, SPF 2).
252 La Iglesia utiliza el término "substancia" (traducido a veces también
por "esencia" o por "naturaleza") para designar el ser divino en su unidad;
el término "persona" o "hipóstasis" para designar al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo en su distinción real entre sí; el término "relación" para
designar el hecho de que su distinción reside en la referencia de cada uno a
los otros.
El dogma de la Santísima Trinidad
253 La Trinidad es una. No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres
personas: "la Trinidad consubstancial" (Cc. Constantinopla II, año 553: DS
421). Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada
una de ellas es enteramente Dios: "El Padre es lo mismo que es el Hijo, el
Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu
Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS
530). "Cada una de las tres personas es esta realidad, es decir, la
substancia, la esencia o la naturaleza divina" (Cc. de Letrán IV, año 1215:
DS 804).
254 Las personas divinas son realmente distintas entre si. "Dios es único
pero no solitario" (Fides Damasi: DS 71). "Padre", "Hijo", Espíritu Santo"
no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son
realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es
el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo"
(Cc. de Toledo XI, año 675: DS 530). Son distintos entre sí por sus
relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es
engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede" (Cc. Letrán IV, año 1215:
DS 804). La Unidad divina es Trina.
255 Las personas divinas son relativas unas a otras. La distinción real de
las personas entre sí, porque no divide la unidad divina, reside únicamente
en las relaciones que las refieren unas a otras: "En los nombres relativos
de las personas, el Padre es referido al Hijo, el Hijo lo es al Padre, el
Espíritu Santo lo es a los dos; sin embargo, cuando se habla de estas tres
personas considerando las relaciones se cree en una sola naturaleza o
substancia" (Cc. de Toledo XI, año 675: DS 528). En efecto, "todo es uno (en
ellos) donde no existe oposición de relación" (Cc. de Florencia, año 1442:
DS 1330). "A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el
Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el
Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo" (Cc. de Florencia
1442: DS 1331).
256 A los catecúmenos de Constantinopla, S. Gregorio Nacianceno, llamado
también "el Teólogo", confía este resumen de la fe trinitaria:
Ante todo, guardadme este buen depósito, por el cual vivo y combato, con el
cual quiero morir, que me hace soportar todos los males y despreciar todos
los placeres: quiero decir la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el
Espíritu Santo. Os la c onfío hoy. Por ella os introduciré dentro de poco en
el agua y os sacaré de ella. Os la doy como compañera y patrona de toda
vuestra vida. Os doy una sola Divinidad y Poder, que existe Una en los Tres,
y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin distinción de
substancia o de naturaleza, sin grado superior que eleve o grado inferior
que abaje...Es la infinita connaturalidad de tres infinitos. Cada uno,
considerado en sí mismo, es Dios todo entero...Dios los Tres considerados en
conjunto...No he comenzado a pensar en la Unidad cuando ya la Trinidad me
baña con su esplendor. No he comenzado a pensar en la Trinidad cuando ya la
unidad me posee de nuevo...(0r. 40,41: PG 36,417).
IV LAS OBRAS DIVINAS Y LAS MISIONES TRINITARIAS
257 "O lux beata Trinitas et principalis Unitas!" ("¡Oh Trinidad, luz
bienaventurada y unidad esencial!") (LH, himno de vísperas) Dios es eterna
beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada.
Tal es el "designio benevolente" (Ef 1,9) que concibió antes de la creación
del mundo en su Hijo amado, "predestinándonos a la adopción filial en él"
(Ef 1,4-5), es decir, "a reproducir la imagen de su Hijo" (Rom 8,29) gracias
al "Espíritu de adopción filial" (Rom 8,15). Este designio es una "gracia
dada antes de todos los siglos" (2 Tm 1,9-10), nacido inmediatamente del
amor trinitario. Se despliega en la obra de la creación, en toda la historia
de la salvación después de la caída, en las misiones del Hijo y del
Espíritu, cuya prolongación es la misión de la Iglesia (cf. AG 2-9).
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres personas divinas.
Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y misma naturaleza,
así también tiene una sola y misma operación (cf. Cc. de Constantinopla, año
553: DS 421). "El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres principios
de las criaturas, sino un solo principio" (Cc. de Florencia, año 1442: DS
1331). Sin embargo, cada persona divina realiza la obra común según su
propiedad personal. Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento
(cf. 1 Co 8,6): "uno es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un
solo el Señor Jesucristo por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu
Santo en quien son todas las cosas (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son,
sobre todo, las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del
Espíritu Santo las que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la
propiedad de las personas divinas y su naturaleza única. Así, toda la vida
cristiana es comunión con cada una de las personas divinas, sin separarlas
de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace por el Hijo en el Espíritu
Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el Padre lo atrae (cf. Jn 6,44)
y el Espíritu lo mueve (cf. Rom 8,14).
260 El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas
en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (cf. Jn 17,21-23). Pero
desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: "Si
alguno me ama -dice el Señor- guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).
Dios mío, Trinidad que adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo
para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en
la eternidad; que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi
inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu
Misterio. Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar
de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté
allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin
reservas a tu acción creadora (Oración de la Santa Isabel de la Trinidad).
CAPITULO PRIMERO: EL MISTERIO PASCUAL EN EL TIEMPO DE LA IGLESIA Artículo 1:
LA LITURGIA, OBRA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
I. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA LITURGIA
1077. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en
Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para
ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de
antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el
beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la
que nos agració en el Amado" (Ef 1,3-6).
1078 Bendecir es una acción divina que da la vida y cuya fuente es el Padre.
Su bendición es a la vez palabra y don ("bene-dictio", "eu-logia"). Aplicado
al hombre, este término significa la adoración y la entrega a su Creador en
la acción de gracias.
1079 Desde el comienzo y hasta la consumación de los tiempos, toda la obra
de Dios es bendición. Desde el poema litúrgico de la primera creación hasta
los cánticos de la Jerusalén celestial, los autores inspirados anuncian el
designio de salvación como una inmensa bendición divina.
1080 Desde el comienzo, Dios bendice a los seres vivos, especialmente al
hombre y la muje r. La alianza con Noé y con todos los seres animados
renueva esta bendición de fecundidad, a pesar del pecado del hombre por el
cual la tierra queda "maldita". Pero es a partir de Abraham cuando la
bendición divina penetra en la historia humana, que se encaminaba hacia la
muerte, para hacerla volver a la vida, a su fuente: por la fe del "padre de
los creyentes" que acoge la bendición se inaugura la historia de la
salvación.
1081 Las bendiciones divinas se manifiestan en acontecimientos maravillosos
y salvadores: el nacimiento de Isaac, la salida de Egipto (Pascua y Exodo),
el don de la Tierra prometida, la elección de David, la Presencia de Dios en
el templo, el exilio purificador y el retorno de un "pequeño resto". La Ley,
los Profetas y los Salmos que tejen la liturgia del Pueblo elegido recuerdan
a la vez estas bendiciones divinas y responden a ellas con las bendiciones
de alabanza y de acción de gracias.
1082 En la Liturgia de la Iglesia, la bendición divina es plenamente
revelada y comunicada: el Padre es reconocido y adorado como la fuente y el
fin de todas las bendiciones de la Creación y de la Salvación; en su Verbo,
encarnado, muerto y resucitado por nosotros, nos colma de sus bendiciones y
por él derrama en nuestros corazones el Don que contiene todos los dones: el
Espíritu Santo.
1083 Se comprende, por tanto, que en cuanto respuesta de fe y de amor a las
"bendiciones espirituales" con que el Padre nos enriquece, la liturgia
cristiana tiene una doble dimensión. Por una parte, la Iglesia, unida a su
Señor y "bajo la acción el Espíritu Santo" (Lc 10,21), bendice al Padre "por
su Don inefable" (2 Co 9,15) mediante la adoración, la alabanza y la acción
de gracias. Por otra parte, y hasta la consumación del designio de Dios, la
Iglesia no cesa de presentar al Padre "la ofrenda de sus propios dones" y de
implorar que el Espíritu Santo venga sobre esta ofrenda, sobre ella misma,
sobre los fieles y sobre el mundo entero, a fin de que por la comunión en la
muerte y en la resurrección de Cristo-Sacerdote y por el poder del Espíritu
estas bendiciones divinas den frutos de vida "para alabanza de la gloria de
su gracia" (Ef 1,6).
II LA OBRA DE CRISTO EN LA LITURGIA
Cristo glorificado...
1084 "Sentado a la derecha del Padre" y derramando el Espíritu Santo sobre
su Cuerpo que es la Iglesia, Cristo actúa ahora por medio de los
sacramentos, instituidos por él para comunicar su gracia. Los sacramentos
son signos sensibles (palabras y acciones), accesibles a nuestra humanidad
actual. Realizan eficazmente la gracia que significan en virtud de la acción
de Cristo y por el poder del Espíritu Santo.
1085 En la Liturgia de la Iglesia, Cristo significa y realiza principalmente
su misterio pascual. Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su
enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su
Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no
pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a
la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un
acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y
son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el
contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte
destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció
por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los
tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento
de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida.
...desde la Iglesia de los Apóstoles...
1086 "Por esta razón, como Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió
también a los Apóstoles, llenos del Espíritu Santo, no sólo para que, al
predicar el Evangelio a toda criatura, anunciaran que el Hijo de Dios, con
su muerte y resurrección, nos ha liberado del poder de Satanás y de la
muerte y nos ha conducido al reino del Padre, sino también para que
realizaran la obra de salvación que anunciaban mediante el sacrificio y los
sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6)
1087 Así, Cristo resucitado, dando el Espíritu Santo a los Apóstoles, les
confía su poder de santificación (cf Jn
20,21-23); se convierten en signos sacramentales de Cristo. Por el poder del
mismo Espíritu Santo confían este poder a sus sucesores. Esta "sucesión
apostólica" estructura toda la vida litúrgica de la Iglesia. Ella misma es
sacramental, transmitida por el sacramento del Orden.
...está presente en la Liturgia terrena...
1088 "Para llevar a cabo una obra tan grande" -la dispensación o
comunicación de su obra de salvación-"Cristo está siempre presente en su
Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el
sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, `ofreciéndose
ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en
la cruz', sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está
presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien
bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El
mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está
presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que
prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos' (Mt 18,20)" (SC 7).
1089 "Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es perfectamente
glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a la
Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde culto al
Padre Eterno" (SC 7)
...que participa en a Liturgia celestial.
1090 "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en aquella liturgia
celestial que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual nos
dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre,
como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero; cantamos un himno
de gloria al Señor con todo el ejército celestial; venerando la memoria de
los santos, esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al
Salvador, nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra
Vida, y nosotros nos manifestamos con El en la gloria" (SC 8; cf. LG 50).
III EL ESPIRITU SANTO Y LA IGLESIA EN LA LITURGIA
1091 En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de
Dios, el artífice de las "obras maestras de Dios" que son los sacramentos de
la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la
Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado. Cuando encuentra en
nosotros la respuesta de fe que él ha suscitado, entonces se realiza una
verdadera cooperación. Por ella, la Liturgia viene a ser la obra común del
Espíritu Santo y de la Iglesia.
1092 En esta dispensación sacramental del misterio de Cristo, el Espíritu
Santo actúa de la misma manera que en los otros tiempos de la Economía de la
salvación: prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y
manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el
misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de
comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo.
El Espíritu Santo prepara a recibir a Cristo
1093 El Espíritu Santo realiza en la economía sacramental las figuras de la
Antigua Alianza. Puesto que la Iglesia de Cristo estaba "preparada
maravillosamente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua
Alianza" (LG 2), la Liturgia de la Iglesia conserva como una parte
integrante e irremplazable, haciéndolos suyos, algunos elementos del culto
de la Antigua Alianza:
- principalmente la lectura del Antiguo Testamento;
- la oración de los Salmos;
- y sobre todo la memoria de los acontecimientos salvíficos y de las
realidades significativas que encontraron su cumplimiento en el misterio de
Cristo (la Promesa y la Alianza; el Exodo y la Pascua, el Reino y el Templo;
el Exilio y el Retorno).
1094 Sobre esta armonía de los dos Testamentos (cf DV 14-16) se articula la
catequesis pascual del Señor (cf Lc 24,13-49), y luego la de los Apóstoles y
de los Padres de la Iglesia. Esta catequesis pone de manifiesto lo que
permanecía oculto bajo la letra del Antiguo Testamento: el misterio de
Cristo. Es llamada catequesis "tipológica", porque revela la novedad de
Cristo a partir de "figuras" (tipos) que la anunciaban en los hechos, las
palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el
Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas (cf 2 Co
3, 14-16). Así, el diluvio y el arca de Noé prefiguraban la salvación por el
Bautismo (cf 1 P 3,21), y lo mismo la nube, y el paso del mar Rojo; el agua
de la roca era la figura de los dones espirituales de Cristo (cf 1 Co
10,1-6); el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía "el verdadero Pan
del Cielo" (Jn 6,32).
1095 Por eso la Iglesia, especialmente durante los tiempos de Adviento,
Cuaresma y sobre todo en la noche de Pascua, relee y revive todos estos
acontecimientos de la historia de la salvación en el "hoy" de su Liturgia.
Pero esto exige también que la catequesis ayude a los fieles a abrirse a
esta inteligencia "espiritual" de la Economía de la salvación, tal como la
Liturgia de la Iglesia la manifiesta y nos la hace vivir.
1096 Liturgia judía y liturgia cristiana. Un mejor conocimiento de la fe y
la vida religiosa del pueblo judío tal como son profesadas y vividas aún
hoy, puede ayudar a comprender mejor ciertos aspectos de la Liturgia
cristiana. Para los judíos y para los cristianos la Sagrada Escritura es una
parte esencial de sus respectivas liturgias: para la proclamación de la
Palabra de Dios, la respuesta a esta Palabra, la adoración de alabanza y de
intercesión por los vivos y los difuntos, el recurso a la misericordia divin
a. La liturgia de la Palabra, en su estructura propia, tiene su origen en la
oración judía. La oración de las Horas, y otros textos y formularios
litúrgicos tienen sus paralelos también en ella, igual que las mismas
fórmulas de nuestras oraciones más venerables, por ejemplo, el Padre
Nuestro. Las plegarias eucarísticas se inspiran también en modelos de la
tradición judía. La relación entre liturgia judía y liturgia cristiana, pero
también la diferencia de sus contenidos, son particularmente visibles en las
grandes fiestas del año litúrgico como la Pascua. Los cristianos y los
judíos celebran la Pascua: Pascua de la historia, orientada hacia el
porvenir en los judíos; Pascua realizada en la muerte y la resurrección de
Cristo en los cristianos, aunque siempre en espera de la consumación
definitiva.
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica,
especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un
encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad
de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el
único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas,
raciales, culturales y sociales.
1098 La Asamblea debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser "un
pueblo bien dispuesto". Esta preparación de los corazones es la obra común
del Espíritu Santo y de la Asamblea, en particular de sus ministros. La
gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón
y la adhesión a la voluntad del Padre. Estas disposiciones preceden a la
acogida de las otras gracias ofrecidas en la celebración misma y a los
frutos de Vida nueva que está llamada a producir.
El Espíritu Santo recuerda el Misterio de Cristo
1099 El Espíritu y la Iglesia cooperan en la manifestación de Cristo y de su
obra de salvación en la Liturgia.
Principalmente en la Eucaristía, y análogamente en los otros sacramentos, la
Liturgia es Memorial del Misterio de la salvación. El Espíritu Santo es la
memoria viva de la Iglesia (cf Jn 14,26).
1100 La Palabra de Dios. El Espíritu Santo recuerda primeramente a la
asamblea litúrgica el sentido del acontecimiento de la salvación dando vida
a la Palabra de Dios que es anunciada para ser recibida y vivida:
La importancia de la Sagrada Escritura en la celebración de la liturgia es
máxima. En efecto, de ella se toman las lecturas que luego se explican en la
homilía, y los salmos que se cantan; las preces, oraciones e himnos
litúrgicos están impregnados de su aliento y su inspiración; de ella reciben
su significado las acciones y los signos (SC 24).
1101 El Espíritu Santo es quien da a los lectores y a los oyentes, según las
disposiciones de sus corazones, la inteligencia espiritual de la Palabra de
Dios. A través de las palabras, las acciones y los s ímbolos que constituyen
la trama de una celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los
ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre, a fin de
que puedan hacer pasar a su vida el sentido de lo que oyen, contemplan y
realizan en la celebración.
1102 "La fe se suscita en el corazón de los no creyentes y se alimenta en el
corazón de los creyentes con la palabra de la salvación. Con la fe empieza y
se desarrolla la comunidad de los creyentes" (PO 4). El anuncio de la
Palabra de Dios no se reduce a una enseñanza: exige la respuesta de fe, como
consentimiento y compromiso, con miras a la Alianza entre Dios y su pueblo.
Es también el Espíritu Santo quien da la gracia de la fe, la fortalece y la
hace crecer en la comunidad. La asamblea litúrgica es ante todo comunión en
la fe.
1103 La Anámnesis. La celebración litúrgica se refiere siempre a las
intervenciones salvíficas de Dios en la historia. "El plan de la revelación
se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; ... las palabras
proclaman las obras y explican su misterio" (DV 2). En la Liturgia de la
Palabra, el Espíritu Santo "recuerda" a la Asamblea todo lo que Cristo ha
hecho por nosotros. Según la naturaleza de las acciones litúrgicas y las
tradiciones rituales de las Iglesias, una celebración "hace memoria" de las
maravillas de Dios en una Anámnesis más o menos desarrollada. El Espíritu
Santo, que despierta así la memoria de la Iglesia, suscita entonces la
acción de gracias y la alabanza (Doxologia).
El Espíritu Santo actualiza el Misterio de Cristo
1104 La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos
salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de
Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten;
en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza
el único Misterio.
1105 La epíclesis ("invocación sobre") es la intercesión mediante la cual el
sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador para que las
ofrendas se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y para que los
fieles, al recibirlos, se conviertan ellos mismos en ofrenda viva para Dios.
1106 Junto con la Anámnesis, la Epíclesis es el centro de toda celebración
sacramental, y muy particularmente de la Eucaristía:
Preguntas cómo el pan se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino...en
Sangre de Cristo. Te respondo: el Espíritu Santo irrumpe y realiza aquello
que sobrepasa toda palabra y todo pensamiento...Que te baste oír que es por
la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima
Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la
carne humana (S. Juan Damasceno, f.o., IV, 13).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la
venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera
y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la
Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la
Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para
ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2
Co 1,22).
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es
como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn
15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre
el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece
indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento
de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del
Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y
comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de
la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co
13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el
Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a
Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la
preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por
el testimonio y el servicio de la caridad.
La oración al Padre
2664 No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o
individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más
que si oramos "en el Nombre" de Jesús. La santa humanidad de Jesús es, pues,
el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro
Padre.
La oración a Jesús
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la
celebración de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté
dirigida sobre todo al Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye
formas de oración dirigidas a Cristo. Algunos salmos, según su actualización
en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo Testamento ponen en nuestros labios
y gravan en nuestros corazones las invocaciones de esta oración a Cristo:
Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador, Cordero de Dios, Rey, Hijo
amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra, nuestra Luz, nuestra
Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2666 Pero el Nombre que todo lo contiene es aquel que el Hijo de Dios recibe
en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios
humanos (cf Ex 3, 14; 33, 19-23), pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra
humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: "Jesús", "YHVH
salva" (cf Mt 1, 21). El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y
toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir "Jesús" es
invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene
la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque
su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él (cf Rm 10,
13; Hch 2, 21; 3, 15-16; Ga 2, 20).
2667 Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrolla da en la
tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La
formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de
Siria y del Monte Athos es la invocación: "Jesús, Cristo, Hijo de Dios,
Señor, ¡Ten piedad de nosotros, pecadores!" Conjuga el himno cristológico de
Flp 2, 6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego (cf Lc 18,13;
Mc 10, 46-52). Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los
hombres y con la misericordia de su Salvador.
2668 La invocación del santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la
oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente
atento, no se dispersa en "palabrerías" (Mt 6, 7), sino que "conserva la
Palabra y fructifica con perseverancia" (cf Lc 8, 15). Es posible "en todo
tiempo" porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación,
la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como
invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por
amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración
cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde
el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con
su santa Cruz nos redimió.
"Ven, Espíritu Santo"
2670 "Nadie puede decir: '¡Jesús es Señor!' sino por influjo del Espíritu
Santo" (1 Co 12, 3). Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el
Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al Camino de la
oración. Puesto que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no
dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a implorar
todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al terminar
cualquier acción importante.
Si el Espíritu no debe ser adorado, ¿cómo me diviniza él por el bautismo? Y
si debe ser adorado, ¿no debe ser objeto de un culto particular? (San
Gregorio Nacianceno, or. theol. 5, 28).
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu es invocar al Padre por
medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu Consolador (cf Lc
11, 13). Jesús insiste en esta petición en su Nombre en el momento mismo en
que promete el don del Espíritu de Verdad (cf Jn 14, 17; 15, 26; 16, 13).
Pero la oración más sencilla y la más directa es también la más tradicional:
"Ven, Espíritu Santo", y cada tradición litúrgica la ha desarrollado en
antífonas e himnos:
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos
el fuego de tu amor (cf secuencia de Pentecostés).
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en
todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven,
habita en nosotros, purifícanos y sálvanos. ¡Tú que eres bueno! (Liturgia
bizantina. Tropario de vísperas de Pentecostés).
2672 El Espíritu Santo, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro
interior de la oración cristiana. Es el artífice de la tradición viva de la
oración. Ciertamente hay tantos caminos en la oración como orantes, pero es
el mismo Espíritu el que actúa en todos y con todos. En la comunión en el
Espíritu Santo la oración cristiana es oración en la Iglesia.
Exégesis: W. Trilling - Misión de los discípulos (Mt 28,16-20)
16 Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
señalado. 17 Y cuando lo vieron, lo adoraron, aunque algunos quedaron
indecisos. 18 Y acercándose Jesús a ellos, les habló así: Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra. 19 Id, pues, y haced discípulos a todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, 20 enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Y mirad: yo
estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos.
En Galilea el encuentro otra vez ocurre en un monte. Está tan indeterminado
como todos los montes de que antes se habló. En un monte se había proclamado
la doctrina de la verdadera justicia (5,1). Por otra parte, desde un monte
se publica la orden de Jesús resucitado para el tiempo que ha de durar hasta
el fin del mundo. Como Jesús lo ha predicho, están otra vez reunidos todos
(26,32), menos el que le entregó. Los once discípulos se hallan alrededor
del Maestro, están de nuevo reunidos el pastor y el pequeño rebaño. Miran y
se postran en actitud de adorar.
En otra ocasión ya lo habían hecho, cuando por la noche en el lago se les
había manifestado Jesús como Señor de los elementos. Se habían postrado en
la barca y habían confesado. "¡Realmente, eres Hijo de Dios!" (14,33). Ahora
saben con precisión a quién vieron entonces, y saben que Jesús recibió
legalmente su confesión. El que ahora está entre ellos, no sólo es el Señor
de los elementos, sino también su Señor y el Señor del universo. Se le ha
transmitido todo poder en el cielo y en la tierra. El Padre ha recompensado
ubérrimamente la obediencia del Hijo. No sólo le han sido confiados
distintos poderes, como el de perdonar pecados (9,6), el de enseñar (21,23),
poder sobre las enfermedades y demonios, sino toda clase de poder y todo el
poder en el sentido ilimitado. En este poder también se incluye su cargo
como Hijo del hombre que regresa, y como juez del fin de los tiempos.
Esta es la gloriosa confirmación del mesianismo de Jesús, mesianismo que
Dios le otorgó y que el mismo Dios puede manifestar.
Lo fundamental de lo que dice Jesús es el encargo que confía a los
discípulos de hacer asimismo discípulos a todos los pueblos. Ahora debe
estar abierto a todos aquello para lo que fueron elegidos. No se exceptúa
ningún pueblo, ni siquiera el obstinado pueblo de Israel. Eso debe suceder
de una doble manera, por medio del bautismo y de la enseñanza. Es raro que
no se nombren a la inversa estas dos maneras. Para poder bautizarse primero
se tiene que creer. Pero aquí debe decirse que el bautismo solo no basta,
aunque sea fundamental para la vida del discípulo. El bautismo tiene que
acreditarse en la vida según la enseñanza del Maestro. Las dos cosas juntas
producirán discípulos que merezcan este nombre.
El bautismo debe efectuarse en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo. No será un bautismo penitencial para perdón de los pecados,
como el de Juan el Bautista (3,6.11). Tampoco será el bautismo de muerte, al
que Jesús tenía que someterse en representación de la humanidad (Mc 10,38s).
Este bautismo será un bautismo para la vida con Dios. Se invoca sobre el
bautizado el nombre del Padre y por consiguiente este nombre ya realiza de
antemano aquello de lo que se hace definitiva donación al fin del mundo, es
decir, el obsequio de la filiación de Dios: "Bienaventurados los
pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios" (5,9). En el bautismo
deben llegar a ser hijos del Padre, y deben vivir como hijos, tal como lo
quiere el Padre.
"Así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, el cual hace
salir el sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e
injustos" (5,45). Y resumiendo: "Sed, pues, perfectos, como
perfecto es vuestro Padre celestial" (5,48). Sobre el bautizado se
invoca el nombre del Hijo y se establece la unidad de vida con el Hijo.
Desde este día en adelante tendrá validez que el que hace una obra buena a
uno de sus hermanos más pequeños, lo hace al mismo Jesús. Porque el más
pequeño también es hermano entre los hermanos en el mismo Hijo Jesucristo.
Especialmente de los apóstoles se podrá decir: "Quien a vosotros recibe, a
mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió" (10,40).
En el juicio Jesús se declarará en favor de los que se han declarado en
favor de él, y negará a los que le han negado (cf. 10,32s). El que por amor
ha alimentado a un hambriento, ha dado de beber a un sediento, ha vestido a
un desnudo, ha visitado a un enfermo o preso, en el juicio experimentará que
todo eso fue hecho a Jesús (25,40). Porque Jesús se hizo hermano de todos, y
todos han participado en su filiación... (cf. Ga 4, 6s).
Sobre el bautizado se invoca el nombre del Espíritu Santo y se establece la
unidad de vida con él. Con el Espíritu de Dios el Mesías empezó su obra, ya
que este Espíritu le condujo al desierto (4,1). Con el Espíritu de Dios
expulsó a los demonios y así hizo venir el reino de Dios (12,28). Si los
discípulos están ante el tribunal por causa del Evangelio, no tendrán que
hablar guiándose por la propia prudencia, sino que será "el Espíritu de
vuestro Padre quien hablará en vosotros" (10,20). Pero con este Espíritu de
Dios podrán recorrer el camino de la imitación, aunque conduzca a la
verificación de la entrega de la vida. Entonces ante sus ojos estará Cristo
que se ha ofrecido a sí mismo como sacrificio expiatorio en el Espíritu
Santo (cf. Heb 9,14).
La instrucción de los bautizados debe contener todo lo que les ha encargado
Jesús. Está escrito en este Evangelio, especialmente en los grandes
discursos. Son indicaciones del Maestro, enseñanza acerca de los verdaderos
discípulos y camino que conduce a la voluntad real de Dios. Contienen el
"camino de la justicia" (21,32). Nada de todo eso puede suprimirse, nada se
puede añadir ni interpretar en otro sentido, nada puede ser debilitado. El
Kyrios resucitado lo confirma solemnemente. La gigantesca obra de llevar la
luz a todos los pueblos, no será efecto humano. Sobre todo los discípulos no
están abandonados a su propia capacidad ni dependen de sus débiles fuerzas.
Muchas veces se mostró en el Evangelio cuán poco pueden hacer los
discípulos, cuando se necesita "un poco de fe". Los discípulos tienen en
Jesús un poderoso protector. Yo estoy con vosotros todos los días hasta el
final de los tiempos. La mirada está dirigida a la amplitud y lejanía de un
largo tiempo. Solamente tiene su horizonte allí donde la era actual queda
relevada por la venidera. Antes que el Hijo del hombre se manifieste como
juez, estará con sus discípulos y sostendrá su actuación. Jesús está
presente entre ellos de un modo espiritual y eficiente. No solamente cuando
están reunidos alrededor de la mesa y piensan en la muerte de Jesús y comen
el santo manjar, sino siempre y en todas partes. La nueva comunidad de la
salvación no solamente se declara por doquier partidaria del único Señor,
sino que lo tiene en medio de ella.
(TRILLING, W., El Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969).
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Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Dios único es la
inefable y Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo
1. La Iglesia profesa su fe en el Dios único, que es al mismo tiempo
Trinidad Santísima e inefable de Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y
la Iglesia vive de esta verdad, contenida en los más antiguos Símbolos de
Fe, y recordada en nuestros tiempos por Pablo VI, con ocasión del 1900
aniversario del martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (1968), en el
Símbolo que él mismo presentó y que se conoce universalmente como "Credo del
Pueblo de Dios".
Sólo el que se nos ha querido dar a conocer y que "habitando una luz
inaccesible" (1 Tim 6, 16) es en Sí mismo por encima de todo nombre, de
todas las cosas y de toda inteligencia creada... puede darnos el
conocimiento justo y pleno de Sí mismo, revelándose como Padre, Hijo y
Espíritu Santo, a cuya eterna vida nosotros estamos llamados, por su gracia,
a participar, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte,
en la luz perpetua... (cf. Insegnamenti di Paolo VI, Vol. VI, 1968, págs.
302-303.).
2. Dios, que para nosotros es incomprensible, ha querido revelarse a Sí
mismo no sólo como único creador y Padre omnipotente, sino también como
Padre, Hijo y Espíritu Santo. En esta revelación la verdad sobre Dios, que
es amor, se desvela en su fuente esencial: Dios es amor en la vida interior
misma de una única Divinidad.
Este amor se revela como una inefable comunión de Personas.
3. Este misterio -el más profundo: el misterio de la vida íntima de Dios
mismo- nos lo ha revelado Jesucristo: "El que está en el seno del Padre, ése
le ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Según el Evangelio de San Mateo, las
últimas palabras, con las que Jesucristo concluye su misión terrena después
de la resurrección, fueron dirigidas a los Apóstoles: "Id... y enseñad a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo"(Mt 28, 19). Estas palabras inauguraban la misión de la
Iglesia, indicándole su compromiso fundamental y constitutivo. La primera
tarea de la Iglesia es enseñar y bautizar -y bautizar quiere decir
"sumergir" (por esto, se bautiza con agua)- en la vida trinitaria de Dios.
Jesucristo encierra en estas últimas palabras todo lo que precedentemente
había enseñado sobre Dios: sobre el Padre, sobre el Hijo y sobre el Espíritu
Santo. Efectivamente, había anunciado desde el principio la verdad sobre el
Dios único, en conformidad con la tradición de Israel. A la pregunta: "¿Cuál
es el primero de todos los mandamientos?", Jesús había respondido: "El
primero es: Escucha Israel: el Señor, nuestr o Dios, es el único Señor" (Mc
12, 29). Y al mismo tiempo Jesús se había dirigido constantemente a Dios
como a "su Padre", hasta asegurar: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn
10, 30). Del mismo modo había revelado también al "Espíritu de verdad, que
procede del Padre" y que -aseguró- "yo os enviaré de parte del Padre" (Jn
15, 26).
4. Las palabras sobre el bautismo "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo", confiadas por Jesús a los Apóstoles al concluir su misión
terrena, tienen un significado particular, porque han consolidado la verdad
sobre la Santísima Trinidad, poniéndola en la base de la vida sacramental de
la Iglesia. La vida de fe de todos los cristianos comienza en el bautismo,
con la inmersión en el misterio del Dios vivo. Lo pr ueban las Cartas
apostólicas, ante todo las de San Pablo. Entre las fórmulas trinitarias que
contienen, la más conocida y constantemente usada en la liturgia, es
la que se halla en la segunda Carta a los Corintios: "La gracia de nuestro
Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo
esté con todos vosotros" ( 2 Cor 13, 13). Encontramos otras en la primera
Carta a los Corintios; en la de los Efesios y también en la primera Carta de
San Pedro, al comienzo del primer capítulo (1 Pe 1, 1-2).
Como un reflejo, todo el desarrollo de la vida de oración de la Iglesia ha
asumido una conciencia y un aliento trinitario: en el Espíritu, por Cristo,
al Padre.
5. De este modo, la fe en el Dios uno y trino entró desde el principio en la
Tradició n de la vida de la Iglesia y de los cristianos. En consecuencia,
toda la liturgia ha sido -y es- por su esencia, trinitaria, en cuanto que es
expresión de la divina economía. Hay que poner de relieve que a la
comprensión de este supremo misterio de la Santísima Trinidad ha contribuido
la fe en la redención, es decir, la fe en la obra salvífica de Cristo. Ella
manifiesta la misión del Hijo y del Espíritu Santo que en el seno de la
Trinidad eterna proceden "del Padre", revelando la "economía trinitaria"
presente en la redención y en la santificación. La Santa Trinidad se anuncia
ante todo mediante la soteriología, es decir, mediante el conocimiento de la
"economía de la salvación", que Cristo anuncia y realiza en su misión
mesiánica. De este conocimiento arranca el camino para el conocimiento de la
Trinidad "inmanente", del misterio de la vida íntima de Dios.
6. En este sentido el Nuevo Testamento contiene la plenitud de la revelación
trinitaria. Dios, al revelarse en Jesucristo, por una parte desvela quién es
Dios para el hombre y, por otra, descubre quién es Dios en Sí mismo, es
decir, en su vida íntima. La verdad "Dios es amor" (1 Jn 4, 16), expresada
en la primera Carta de Juan, posee aquí el valor de clave de bóveda. Si por
medio de ella se descubre quién es Dios para el hombre, entonces se desvela
también (en cuanto es posible que la mente humana lo capte y nuestras
palabras lo expresen), quién es Él en Sí mismo. Él es Unidad, es decir,
Comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
7. El Antiguo Testamento no reveló esta verdad de modo explícito, pero la
preparó, mostrando la Paternidad de Dios en la Alianza con el Pueblo,
manifestando su acción en el mundo con la Sabiduría, la Palabra y el
Espíritu (Cf., por ejemplo, Sab 7, 22-30; Prov 8, 22-30; Sal 32/33, 4-6;
147, 15; Is 55, 11; Sab 12, 1; Is 11, 2; Sir 48, 12). El Antiguo Testamento
principalmente consolidó ante todo en Israel y luego fuera de él la verdad
sobre el Dios único, el quicio de la religión monoteísta. Se debe concluir,
pues, que el Nuevo Testamento trajo la plenitud de la revelación sobre la
Santa Trinidad y que la verdad trinitaria ha estado desde el principio en la
raíz de la fe viva de la comunidad cristiana, por medio del bautismo y de la
liturgia. Simultáneamente iban las reglas de la fe, con las que nos
encontramos abundantemente tanto en las Cartas apostólicas, como en el
testimonio del kerygma, de la catequesis y de la oración de la Iglesia.
8. Un tema aparte es la formación del dogma trinitario en el contexto de la
defensa contra las herejías de los primeros siglos. La verdad sobre Dios uno
y trino es el más profundo misterio de la fe y también el más difícil de
comprender: se presentaba, pues, la posibilidad de interpretaciones
equivocadas, especialmente cuando el cristianismo se puso en contacto con la
cultura y la filosofía griega. Se trataba de "inscribir" correctamente el
misterio del Dios trino y uno "en la terminología del 'ser' ", es decir, de
expresar de manera precisa en el lenguaje filosófico de la época los
conceptos que definían inequívocamente tanto la unidad como la trinidad del
Dios de nuestra Revelación.
Esto sucedió ante todo en los dos grandes Concilios Ecuménicos de Nicea
(325) y de Constantinopla (381). El fruto del magisterio de estos Concilios
es el "Credo" niceno-constantinopolitano, con el que, desde aquellos
tiempos, la Iglesia expresa su fe en el Dios uno y trino: Padre, Hijo y Es
píritu Santo. Recordando la obra de los Concilios, hay que nombrar a algunos
teólogos especialmente beneméritos, sobre todo entre los Padres de la
Iglesia. En el período pre-niceno citamos a Tertuliano, Cipriano, Orígenes,
Ireneo, en el niceno a Atanasio y Efrén Sirio, en el anterior al Concilio de
Constantinopla recordamos a Basilio Magno, Gregorio Nacianceno y Gregorio
Niseno, Hilario, hasta Ambrosio, Agustín, León Magno.
9. Del siglo V proviene el llamado Símbolo atanasiano, que comienza con la
palabra "Quicumque", y que constituye una especie de comentario al Símbolo
niceno-constantinopolitano.
El "Credo del Pueblo de Dios" de Pablo VI confirma la fe de la Iglesia
primitiva cuando proclama: "Los mutuos vínculos que constituyen eternamente
las tres Personas, que son cada una el único e idéntico Ser divino, son la
bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente más allá
de todo lo que nosotros podemos concebir según la humana medida (cf. D.-Sch.
804)" (Insegnamenti di Paolo VI, 1968, pág. 303): realmente, ¡inefable y
santísima Trinidad - único Dios!
(Juan Pablo II, Audiencia General del miércoles 9 de octubre de 1985)
Aplicación: P. Alfredo Saenz, S.J. - La Santísima Trinidad
En este domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia lee las últimas
líneas del evangelio de San Mateo, que contienen la misión que Cristo confió
a sus Apóstoles de enseñar a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre
del Dios trino. Después de haber recorrido, a lo largo del año litúrgico, la
vida de Cristo, desde su nacimiento hasta el envío del Espíritu Santo, se
dedica este domingo a contemplar el misterio insondable de la Santísima
Trinidad. La Trinidad, causa suprema de nuestra redención, y fin último de
nuestra existencia, clausura este complejo proceso de la historia de la
salvación, así como en la liturgia todas las oraciones se cierran con una
alabanza trinitaria.
No se crea que este misterio es algo abstracto, que no interesa nuestro
quehacer cotidiano. Trátase, por el contrario, de un misterio preñado de
vida, como que expresa la intimidad misma de Dios, fuente inagotable de vida
espiritual. Es, por cierto, el misterio más profundo de Dios que,
lógicamente, excede de lejos los límites de nuestra pobre razón humana. Pero
aun cuando reservemos para la vida futura la gracia de contemplarlo sin
velos, intentemos ahora, con la ayuda de Dios, entreabrir un poco su telón.
¿Qué podemos decir acerca de la Trinidad? Dios es tan rico y fecundo que, al
conocerse, desde toda la eternidad, engendra una Persona, su Imagen plena,
el Hijo de Dios: si el Padre es fuente, el Hijo es río; si el Padre es sol,
el Hijo es su resplandor. Y el amor entre el Padre y el Hijo es tan intenso
que de él brota otra Persona, el Espíritu Santo. Poco más es lo que nuestra
fe nos permitiría agregar acerca de esa inefable vida intratrinitaria.
Dejemos, pues, esas alturas que dan vértigo, para considerar cómo cada una
de las Personas han actuado en la historia de salvación. Es cierto que las
acciones de las Tres Personas hacia afuera son comunes y conjuntas. Sin
embargo, podemos atribuir a cada una de ellas una actividad específica.
Incluso la revelación de las tres Personas ha sido progresiva, comportándose
Dios como un pedagogo que se da a conocer al hombre paso a paso.
— El Antiguo Testamento nos revela especialmente la acción del Padre a
quien, en su bondad inmensa, en un desborde de amor, se le atribuye de
manera particular la creación.
— El Nuevo Testamento nos presenta la obra del Hijo de Dios hecho hombre. La
Encarnación del Verbo nos permite, como es obvio, conocer mejor al Hijo,
pero al mismo tiempo su luz nos descubre más al Padre, porque, según vimos,
el Hijo es la Imagen del Padre, Imagen hecha visible a los hombres. El Hijo
de Dios hecho carne nos reveló su infinita generosidad entregándose a sí
mismo por nosotros y ofreciéndonos en herencia todos los misterios de su
vida: para que su nacimiento purificase nuestro nacimiento, para que su
muerte destruyese la nuestra, para que su resurrección precediese nuestra
resurrección, para que su ascensión preparase la nuestra. Una vez cumplida
su misión, retornó a la casa de donde había partido, al seno de su Padre,
quien lo colocó a su diestra. Debemos agregar que Jesús no sólo nos reveló
mejor al Padre sino que también nos dio un esbozo de la persona del Espíritu
Santo, el cual tuvo ocasión de manifestarse acompañando a Cristo en sus
misterios.
— Con la desaparición visible de Cristo, a raíz de su Ascensión, comienza
propiamente la obra del Espíritu Santo en la Iglesia, complementando lo
realizado por Jesús, quien antes de irse nos había dicho: "No os dejaré
huérfanos". Pentecostés es el punto de partida de la acción del Espíritu.
Esta acción se prolongará a lo largo de toda la historia de la Iglesia ya
que, si bien es cierto que la revelación quedó concluida con la muerte del
último Apóstol, sin embargo el Espíritu no cesa de ayudar a los fieles en la
adquisición de una inteligencia más penetrante de esa misma revelación. El
es el enviado del Padre y del Hijo, la alegría de Dios, porque es fruto del
amor, del éxtasis divino. El nos hace pasar de las tinieblas a la luz, de la
muerte a la resurrección, es el germen de la vida divina, el que obra
nuestra santificación. El es la solidez de nuestra vida espiritual, la
fecundidad de nuestro apostolado, la fortaleza que pulveriza nuestra
capacidad de cobardía.
Resumiendo podemos decir: Desde toda la eternidad, el Padre engendra al
Hijo, y de ambos deriva el Espíritu. También en este orden la Santísima
Trinidad se fue revelando progresivamente a lo largo de la historia de
salvación. En cambio nuestra santificación sigue el proceso inverso al de la
revelación divina, ya que comienza por obra del Espíritu, el cual nos
conduce al Hijo, para hacernos hijos en el Hijo, de modo que desde allí
podamos llamar a Dios "Abba", es decir, "Padre". Tal es la fórmula
tradicional: en el Espíritu por Cristo al Padre. Aclarémoslo un poco más. El
mismo Espíritu que llena el universo, penetra igualmente nuestra alma; la
vivifica, haciéndola nacer a la vida "espiritual", en el sentido fuerte del
término; en una palabra, como dice San Pablo en la epístola de hoy, "se une
a nuestro espíritu, para dar testimonio de que somos hijos de Dios"; o sea,
nos introduce en Cristo, el Hijo por antonomasia, gracias al cual alcanzamos
la filiación divina. Y por Cristo llegamos al Padre. El Hijo y el Espíritu
son como las dos manos por las que el Padre atrae a los hombres hacia sí.
Tal es el circuito admirable de nuestra redención: todo viene de Dios —a
partir del Padre por el Hijo en el Espíritu—, y todo retorna a Dios —a
partir del Espíritu por el Hijo hasta llegar al Padre.
Así, pues, no solamente conocemos al Padre, al Hijo y al Espíritu por lo que
nos dice el catecismo o la teología, sino también por la experiencia que
tenemos de su presencia y de su acción en nosotros y en el conjunto de la
Iglesia. Gracias al Bautismo hemos ingresado en la Iglesia, la familia de
Dios. La Iglesia es la casa del Padre: en ella todos somos hijos de un Padre
común; allí vivimos en contacto permanente con el Hijo —como los sarmientos
con la Vid—, con el Hijo que es la cabeza de la Iglesia; allí el Espíritu
está siempre rebrotando en santidad. Que todos sean uno, rogó Jesús, "como
tú, Padre, y yo somos uno". Si antaño Dios pudo decir: Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza, ahora podría agregar: Así como nosotros somos
Tres Personas en la unidad de un solo Dios, que también ellos, sin dejar de
ser personas, se hagan uno en Cristo.
Sigamos la celebración del Santo Sacrificio de la Misa. Allí tributaremos
"por Cristo, con él y en él, a Dios Padre omnipotente, en la unidad del
Espíritu Santo, todo honor y toda gloria". Gracias a la Eucaristía, el
cuerpo glorioso de Cristo, dominado por el Espíritu, penetrará más
profundamente en nosotros para llevarnos al Padre. Gracias a ella,
progresaremos un poco más en la intimidad de la familia divina, viviremos
más entrañados en la Trinidad. Hasta que un día, hechos ofrenda eterna,
podamos cantar en la eternidad el himno de los ángeles que ya comenzamos a
entonar en la tierra: Santo, Santo, Santo; Santo el Padre, Santo el Hijo,
Santo el Espíritu, exaltando las maravillas de aquella Trinidad cuya gloria
llena los ciclos y la tierra.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo B, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1993,
p. 164-167)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Este gran misterio de la fe
1. «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo: al Dios que es, que era y
que vendrá» (Aclamación del Aleluya).
La Iglesia repite sin cesar esta aclamación a la santísima Trinidad. En
efecto, la oración cristiana comienza con el signo de la cruz: «En el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», y concluye a menudo con la
doxología trinitaria: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y
reina contigo, Padre, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por todos
los siglos de los siglos».
La comunidad de los creyentes eleva cada día una ininterrumpida aclamación
trinitaria, pero hoy, primer domingo después de Pentecostés, celebramos de
modo especial este gran misterio de la fe.
Gloria tibi, Trinitas, aequalis, una Deitas, et ante omnia saecula et nunc
et in perpetuum! «Gloria a ti, Trinidad, en la igualdad de las Personas,
único Dios, antes de todos los siglos, ahora y por siempre» (Primeras
Vísperas de la solemnidad de la santísima Trinidad).
En esta fórmula litúrgica contemplamos el misterio de la unidad inefable y
de la inescrutable Trinidad de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es lo que
profesamos en el Credo apostólico:
«Creo en un solo Dios (...).
Creo en un solo Señor, Jesucristo (...).
Por obra del Espíritu Santo
se encarnó en el seno de María,
la Virgen,
y se hizo hombre».
El Credo niceno-constantinopolitano prosigue:
«Creo en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida,
que procede del Padre y del Hijo,
que con el Padre y el Hijo
recibe una misma adoración y gloria,
y que habló por los profetas».
Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia. Este es el Dios de nuestra
fe: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
2. La liturgia de la Palabra nos invita a profundizar nuestra fe trinitaria.
En la primera lectura, tomada del Deuteronomio, hemos escuchado las palabras
de Moisés, que nos recuerdan cómo Dios se eligió un pueblo y se le manifestó
de modo especial. El concilio Vaticano II, después de afirmar que el hombre,
por la creación, puede llegar a conocer a Dios como Ser primero y absoluto,
anota que Dios mismo se reveló a la humanidad, en primer lugar a través de
mediadores y, luego, por medio de su Hijo (cf. Dei Verbum, 3-4). El Dios que
hoy confesamos es el Dios de la Revelación y creemos todo lo que él ha
querido revelar de sí mismo.
Las lecturas bíblicas de este domingo ponen de relieve que Dios vino a
hablar de sí mismo al hombre, revelándole quién es. Y eligió a Israel como
destinatario de su manifestación. Dijo al pueblo escogido: «Pregunta (...) a
los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al
hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás (...) algún pueblo que haya oído, como
tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya
sobrevivido?» (Dt 4, 32-33). Con estas palabras Moisés quiere aludir a la
manifestación de Dios en el monte Sinaí y a la entrega de los diez
mandamientos, así como a su experiencia personal en el monte Horeb. En esa
ocasión Dios le había hablado desde la zarza ardiente, encomendándole la
misión de liberar a Israel de la esclavitud de Egipto y le había revelado su
propio nombre: «Yahveh» «Yo soy el que soy» (cf. Ex 3, 1-14).
3. Estos textos bíblicos nos sirven de guía en un camino de profundización
del misterio trinitario, que lleva desde Moisés hasta Cristo. El evangelista
san Mateo refiere que, antes de subir al cielo, el Resucitado dijo a los
discípulos: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 18-19). El misterio
manifestado a Moisés desde la zarza ardiente es revelado plenamente en
Cristo en su aspecto trinitario. En efecto, por medio de él descubrimos la
unidad de la divinidad, la trinidad de las Personas. Misterio del Dios vivo,
misterio de la vida de Dios. Jesús es profeta de este misterio. Él se
ofreció a sí mismo en sacrificio sobre el altar de este inmenso misterio de
amor.
6. «Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar:
¡Abbá, Padre!» (Rm 8, 15).
San Pablo, con estas palabras, pone de manifiesto que la Iglesia apostólica
anuncia a la santísima Trinidad. Dios se revela como dador de vida por medio
de Cristo, único Mediador.
Creemos en el Hijo de Dios, que trajo la vida divina como fuego, para que se
encendiera sobre la tierra. Creemos en el Espíritu Santo, que es Señor y
dador de vida. Por obra del Espíritu Santo los creyentes son constituidos
hijos en el Hijo, como escribe san Juan en el Prólogo de su evangelio (cf.
Jn 1, 13). Los hombres, engendrados por el Espíritu, se dirigen a Dios con
las mismas palabras de Cristo, llamándolo: «¡Abbá, Padre! ».
Por el bautismo hemos sido injertados en la comunión trinitaria. Todo
cristiano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; es inmerso en la vida de Dios. ¡Qué gran don y gran misterio!
Con mucha razón, por consiguiente, la Iglesia canta con profunda gratitud en
el Te Deum su fe en la Trinidad:
«Sanctus, sanctus, sanctus, Dominus Deus sabaoth».
«Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria.
Te aclama el coro de los Apóstoles
y el blanco ejército de los mártires;
la santa Iglesia proclama tu gloria,
adora a tu único Hijo,
y al Espíritu Santo Paráclito». Amén.
(Solemnidad de la Santísima Trinidad, Domingo 25 de mayo de 1997)
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Aplicación: SS. Benedicto XVI - El misterio de la fe cristiana
Queridos hermanos y hermanas:
Después del tiempo pascual, que culmina en la fiesta de Pentecostés, la
liturgia prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy, la Santísima
Trinidad; el jueves próximo, el Corpus Christi, que en muchos países, entre
ellos Italia, se celebrará el domingo próximo; y, por último, el viernes
sucesivo, la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Cada una de estas
celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la que se abarca todo
el misterio de la fe cristiana; es decir, respectivamente, la realidad de
Dios uno y trino, el sacramento de la Eucaristía y el centro divino-humano
de la Persona de Cristo. En verdad, son aspectos del único misterio de
salvación, que en cierto sentido resumen todo el itinerario de la revelación
de Jesús, desde la encarnación, la muerte y la resurrección hasta la
ascensión y el don del Espíritu Santo.
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús.
Él nos reveló que Dios es amor "no en la unidad de una sola persona, sino en
la trinidad de una sola sustancia" (Prefacio): es Creador y Padre
misericordioso; es Hijo unigénito, eterna Sabiduría encarnada, muerto y
resucitado por nosotros; y, por último, es Espíritu Santo, que lo mueve
todo, el cosmos y la historia, hacia la plena recapitulación final. Tres
Personas que son un solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el
Espíritu es amor. Dios es todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y
eterno. No vive en una espléndida soledad, sino que más bien es fuente
inagotable de vida que se entrega y comunica incesantemente.
Lo podemos intuir, en cierto modo, observando tanto el macro-universo
—nuestra tierra, los planetas, las estrellas, las galaxias— como el
micro-universo —las células, los átomos, las partículas elementales—. En
todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el "nombre" de la
Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser
en relación, y así se trasluce el Dios-relación, se trasluce en última
instancia el Amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve
impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y
libertad.
"¡Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!" (Sal
8, 2), exclama el salmista. Hablando del "nombre", la Biblia indica a Dios
mismo, su identidad más verdadera, identidad que resplandece en toda la
creación, donde cada ser, por el mismo hecho de existir y por el "tejido"
del que está hecho, hace referencia a un Principio trascendente, a la Vida
eterna e infinita que se entrega; en una palabra, al Amor. "En él —dijo san
Pablo en el Areópago de Atenas— vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,
28). La prueba más fuerte de que hemos sido creados a imagen de la Trinidad
es esta: sólo el amor nos hace felices, porque vivimos en relación, y
vivimos para amar y ser amados. Utilizando una analogía sugerida por la
biología, diríamos que el ser humano lleva en su "genoma" la huella profunda
de la Trinidad, de Dios-Amor.
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor
divino: aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del
Espíritu Santo. En ella el Omnipotente se construyó un templo digno de él, e
hizo de ella el modelo y la imagen de la Iglesia, misterio y casa de
comunión para todos los hombres. Que María, espejo de la Santísima Trinidad,
nos ayude a crecer en la fe en el misterio trinitario.
(Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ángelus del Domingo 7 de junio de
2009)
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Aplicación: Mons. Díaz Díaz de San Cristóbal de las Casas - Vivir la
Trinidad
Deuteronomio 4, 32-34. 39-40: “El Señor es el
Dios del cielo y de la tierra, y no hay otro”.
Salmo 32: “Dichoso el pueblo escogido por Dios”.
Romanos 8, 14-17: “Ustedes han recibido un
espíritu de hijos en virtud del cual podemos llamar Padre a Dios”.
Mateo 28, 16-20: “Bauticen a todos los pueblos en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Hay un precioso mosaico que sirvió como símbolo del Encuentro Mundial de las
Familias en Milán en 2012. Cuenta con hermosos colores que ofrecen una
oportunidad para purificar nuestros ojos. La luz y el color inicialmente nos
atraen. Luego distinguimos las formas, muy sencillas de tres personas:
Jesús, José y María. Hay paz en estas tres personas. Una paz que se expresa
en los colores y en la luz. José mira hacia lo alto como para tomar
inspiración desde el cielo. El cielo se abre y “la Mano de Dios” hace
descender una llama de Amor sobre el mundo. En particular “la Llama” baja
sobre María que fija sus ojos sobre cada uno de nosotros como se mira a un
hijo predilecto. Mientras tanto, con gesto de madre, sostiene los primeros
pasos de Jesús que camina hacia nosotros y fija sus ojos en los nuestros
como diciendo: “Aquí estoy para ti como un don, un don para tu corazón, un
don de amor que nace del corazón de la Trinidad y se encarna en la Sagrada
Familia”. Familia de carne y modelo de familia sostenida y cimentada en el
Amor Trinitario.
Todos los días iniciamos nuestra jornada “En el nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo”. Todos los días queremos vivir a plenitud esa
participación que nos ofrece nuestro Dios Trino y Uno. Pero hoy nuestra
celebración tiene un sentido muy especial. Es cierto que cada día, y en
especial los domingos, nuestra alabanza y contemplación están dirigidas a
nuestro Dios, es cierto que siempre todo lo que hacemos tiene su origen y su
finalidad en Él, pero hoy lo queremos hacer de un modo más consciente,
detenernos un momento y contemplarlo, experimentar su vida interior, y
dejarnos “bañar”, envolver, por su amor. Moisés, en la primera lectura de
este domingo, se deshace en elogios y alabanzas a un Dios que ha mostrado su
poder a favor del pueblo, que ha creado con amor especial al hombre, que le
habla, que lo acompaña, que lo ha sacado de la esclavitud para hacerlo su
pueblo. Dios es alguien que se ha revelado, se ha descubierto y ha dejado
entrever su rostro en medio del fuego. Se vincula con toda la persona; ha
convertido a Israel en su pueblo predilecto; ha pasado a ser su propiedad
personal. Todos estos beneficios han sido gratuitos, inmerecidos por parte
de los israelitas. Y por eso Moisés le pide al pueblo que no lo olvide, que
su ley es ley de vida para mantener la relación con Dios, fuente de
felicidad.
Cuando escucho a Moisés hablar y expresarse así de Dios, me resulta extraño
oír a quienes afirman que el Dios del Antiguo Testamento es un dios cruel y
castigador… Es cierto, es celoso, pero por amor. Pero más extrañas me
resultan las imágenes que muchos de nosotros tenemos de Dios, reducido a
caricatura de lo que no es. A una especie de tapagujeros para solucionar lo
que nuestra ignorancia o pereza no han descubierto. Alguien a quien echarle
la culpa de nuestros complejos y fracasos. Alguien lejano y al mismo tiempo
inquisidor. Y entonces, cuando se tiene este concepto tan erróneo de Dios,
se acaba por negarlo, aunque después se le busque en la belleza, en la
justicia, en el deseo de comunidad y de amor.
Si ya en el Antiguo Testamento encontrábamos destellos de esta bondad y
belleza de un Dios cercano, con Cristo, “el Verbo hecho carne”, Dios rompe
los muros donde lo habíamos encerrado, el cielo, el templo y el santuario, y
se hace caminante, compañero, amigo y hermano. Un rostro que descubre y
devela un gran misterio y que nos llama a conocerlo y vivirlo: “Ven y lo
verás”. “No los llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su amo,
los llamo amigos porque les he dado a conocer todo lo que he aprendido del
Padre.” Y nos invita a participar de esa vida, unidad y dinamismo que en
compañía del Espíritu están viviendo. Su deseo es que: “todos sean uno como
tú en mí y yo en ti somos uno”. Nuestro Dios en su misterio más íntimo no es
soledad, sino una familia. Y a esta unidad y vitalidad nos invita el Señor
Jesús. Es el misterio que nos quiere revelar, pero no para examinarlo
científicamente, sino para vivirlo en amor y amistad. Los científicos ahora
se preocupan de las glándulas y hormonas que ayudan o estorban a despertar
el amor o la amistad, pero quien ama de verdad, quien es amigo de verdad, no
necesita descripciones sino la experiencia del amor. Así también Jesús nos
llama y nos invita a vivir en esta armonía, dinámica y creadora, de la
Santísima Trinidad, donde todo es unidad, creación y explosión de amor. Como
dice San Pablo podemos llamar cariñosamente a Dios “Abbá”, “Papá”, con la
sencillez de un niño, guiados por el Espíritu y sostenidos por nuestro
hermano Jesús.
¿Hemos vivido esta experiencia a la que nos invita Jesús? ¿Hemos
exprimentado la unión y el amor trinitario en nuestras vidas? Entonces no
podremos callarlo. El envío de Jesús en el evangelio no tendría ningún
sentido si no hemos vivido el amor en primera persona. No tiene sentido
“bautizarse”, sumergirse, perderse en la Trinidad, si no estamos llenos del
Espíritu de Amor. No es cuestión de aprendizaje, es cuestión de vida, de
dejarse amar, de perderse en el infinito de este Dios Trino que nos llena de
toda su vida, de su amor y de su Espíritu creador. Nuestro envío tiene el
mismo sentido y el mismo poder de Jesús: “Así como el Padre me ha enviado”.
Entonces también nosotros somos enviados a proclamar, a vivir y a anunciar
el amor que hay en nuestro Dios. Necesitamos compartir lo que nosotros hemos
experimentado y a hacer partícipes de este amor a todos los hombres. Día de
la Santísima Trinidad, día en que debemos vivir plenamente esta comunión con
nuestro Dios, con nuestra familia y con todos nuestros hermanos ¿Cómo lo
estamos viviendo?
Dios Padre, que al enviar al mundo al Verbo de verdad y al Espíritu de
santidad, revelaste a los hombres tu misterio admirable, concédenos que al
profesar la fe verdadera, reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad y
adoremos la unidad de su majestad omnipotente. Amén.
(Mons. Enrique Díaz Díaz, San Cristóbal de las Casas, 29 de mayo de 2015,
ZENIT.org)
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - Simplemente, 'Dios' (Mt
28,16-20)
Introducción
Si bien esta solemnidad de la Santísima Trinidad que estamos celebrando hoy
corresponde al Domingo VIII del Tiempo Ordinario, sin embargo, este domingo
tiene un carácter de fundamento y de inicio. Más que una continuación del
Tiempo Ordinario truncado con el Miércoles de Ceniza, es un comienzo. En
efecto, a partir del primer domingo de Adviento hasta el día de hoy han
pasado casi seis meses. De es os seis meses, solamente un mes ha estado
consagrado al Tiempo Ordinario. Los otros cinco se han distribuido entre el
Tiempo de Adviento, el Tiempo de Cuaresma y el Tiempo Pascual. Y a partir de
este domingo quedan otros seis meses de Tiempo Ordinario que culminarán a
fines de noviembre con la Solemnidad de Cristo Rey.
La Iglesia tiene presente que se trata de un comienzo. Después de haber
celebrado el Misterio de Cristo completo (Nacimiento-Adviento y Misterio
Pascual-Tiempo Pascual con su preparación, la Cuaresma), ahora la Iglesia
quiere que comencemos de nuevo. Y por esta razón quiere que celebremos hoy
el misterio fontal del cristianismo. ¿Cuál es el misterio fontal del
cristianismo? Dicho de una manera obvia, brevísima y casi brutal: Dios. ¿Y
por qué, entonces, una solemnidad de la Santísima Trinidad? Porque Dios es
Trino. Pero lo que la Iglesia quiere decir a los cristianos y al mundo
entero es: "Recordemos el fundamento de todo. Dios es el fundamento de
todo". El pensamiento de la Iglesia no se dirige principalmente hoy a
subrayar el hecho de que Dios es Trino. No tiene como intención principal el
hecho de dar por supuesto que todos creen en Dios y hoy hay que profundizar
en el hecho de que ese Dios aceptado universalmente es, al mismo tiempo,
Trino e n personas. La solemnidad de hoy no está principalmente orientada a
explicar qué significa que Dios es uno en naturaleza y tres en Personas.
No. No se trata de eso. Se trata simplemente de una obviedad: empezar por el
principio. Se trata de poner la piedra fundamental de todo el edificio de la
religión; una sola palabra, que en castellano tiene cuatro letras: Dios. Se
trata de decir de una manera concisa, escueta y lacónica: Dios. Se trata de
decir de una manera sucinta, desnuda y seca: Dios. Se trata de decir de una
manera sobria, parca y abreviada: Dios. Se trata de decir de una manera
compendiosa, resumida y sumaria: Dios. Se trata de decir de una manera
sentenciosa, sintética y condensada: Dios. Se trata de decir de una manera
precisa, exacta y justa: Dios. Se trata de decir de una manera concreta y
tajante: Dios. Se trata de decir, simplemente, 'Dios'.
1. Dios, fundamento de todo
Si no se cree en Dios se desploma toda la realidad, tanto el hombre como la
naturaleza. La fe en Dios no es una decisión arbitraria del hombre que
'decide' creer. La fe en Dios es algo que brota de la misma naturaleza
racional del hombre. Lo único que es necesario aceptar es la obviedad de que
el hombre puede pensar y amar. Una vez que se acepta que el hombre es capaz
de pensar y de amar, necesariamente debe aceptarse la existencia de Dios.
¿Por qué? Porque dentro de esa estructura racional del hombre existe lo que
se llama el principio de causalidad. El principio de causalidad se expresa
de la siguiente manera: "Todo efecto tiene una causa proporcional a ese
efecto". Es imposible que un hombre viva sin aplicar continuamente el
principio de causalidad, por la sencilla razón que lo lleva absolutamente
incorporado a su naturaleza racional. Lo aplicamos a cada paso de nuestra
vida cotidiana. No quiero dar los infinitos ejemplos que podrían darse para
que a mi homilía se le puedan aplicar los adjetivos de: breve, concisa,
sobria, sintética, etc. Los ejemplos clásicos son: si hay un jardín ordenado
y bello, nadie duda en llevar inmediatamente su pensamiento al jardinero que
ni ve ni conoce. Lo mismo con un reloj o cualquier otro artefacto complejo.
Con la contemplación más elemental del universo y aplicando el principio de
causalidad, el hombre debe llegar a la existencia de un Creador, de un Ser
Supremo. Por la sola razón el hombre debe llegar a comprender que existe un
ser que es: Primera Causa Creadora, Espíritu Puro, Ser Personal, Libre,
Trascendente y Providente1. Si el hombre no llega a esta adquisición de su
inteligencia está actuando por debajo de su capacidad de hombre.
Pero hay que tener mucho cuidado, porque no solamente la existencia de Dios
con esos atributos es algo que le corresponde a la razón humana por el solo
hecho de ser razón humana. Una vez que Dios, espontáneamente y por propia
iniciativa, se ha revelado manifestando su ser completo, el hombre, llevado
por su sola condición de hombre, por el solo hecho de ser racional debe
aceptar dicha revelación. Esto lo dice de manera insuperable Cornelio Fabro:
"El hombre que vive después de la Revelación llevada a su perfección en
Jesucristo y se encuentra en grado de conocerla, tiene la obligación de
conocer y aceptar todo lo que Dios ha hecho conocer al hombre sobre su
naturaleza y sobre las relaciones que Él tiene con el mundo y con el hombre.
Por lo tanto, aun cuando permanecen diferenciados los dos órdenes de la
naturaleza y de la gracia, no hay para el hombre, después del advenimiento
del cristianismo, más que un único concepto de Dios. Este concepto de Dios
consta de dos momentos, a saber, el de la razón y el de la Revelación, pero
es un único concepto. Lo que sucede es que el momento de la razón no puede
contentarse con cualquier concepto de Dios; ni siquiera puede contentarse
con cualquier forma de monoteísmo, sino que recién debe detenerse sobre
aquella concepción de Dios que esté en armonía con todo el contenido de la
Revelación"2.
Por lo tanto, no sólo corresponde a la razón natural del hombre la
afirmación de la existencia de un Dios Creador y Personal, Espíritu Puro.
Después de la revelación de que en Dios hay tres Personas y que una de ellas
se hizo hombre, el hombre está obligado, llevado por su sola naturaleza
racional, a buscar esa verdad y aceptarla. Quiere decir que la sola razón
humana debe servir al hombre de vehículo para la aceptación completa de
Dios: Creador, Trino en Personas y Dios hecho hombre, Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, perfecto Dios y perfecto hombre, Salvador del
hombre.
Si Dios es la Primera Causa Creadora del hombre, es también, por lógica
consecuencia, su Causa Final. El reconocimiento de Dios como Causa Creadora
lleva al hombre a reconocer, de manera necesaria, que debe acomodar sus
actos de tal manera que tiendan hacia Dios como Causa Final. Este 'acomodar
sus actos' según la Causa Final es lo que se llama la 'conducta moral'.
Pero, como sucedía con el conocimiento simplemente natural de Dios, el
hombre natural no puede cumplir toda la ley de manera adecuada. Por lo
tanto, también en el ámbito moral el hombre debe aceptar la revelación que
Dios ha hecho en Jesucristo acerca de la conducta moral del hombre. Así como
el conocimiento de Dios tenía un momento racional y un momento revelado, así
también la conducta moral tiene un momento natural (la ley natural) y un
momento revelado (el cristianismo). Pero, después de Cristo, en realidad, la
moral es única; precisamente, la de Jesucristo, que absorbe e integra la ley
natural.
Como vemos, quitado Dios se derrumba y se desploma toda la realidad. Todo
queda sin explicación. La naturaleza no puede ser explicada de ningún modo y
el hombre comienza a gastar energías enormes para explicar la existencia del
mundo. Mientras tanto, el hombre niega a sí mismo el ejercicio más simple y
más obvio de su misma inteligencia: el principio de causalidad.
En cuanto a la conducta moral, el hombre sin Dios anda por el mundo como una
nave sin timón, sufre en medio de las tormentas de la vida y, lo que es
peor, pierde la bienaventuranza eterna. Es como una barca que pierde el
Norte o como un marino que cierra sus ojos para no ver el Faro que le indica
el camino.
Es imposible una moral sin Dios. Dice sabiamente Cornelio Fabro, en un texto
un poco largo pero sustancial: "También la ética católica reconoce que el
hombre puede tener un 'cierto conocimie nto' de los deberes aun sin el
conocimiento del verdadero Dios. (…). Pero el conocimiento 'cumplido' de los
propios deberes (…) exige el conocimiento del último fin de sus actos y del
primer principio de sus deberes, el cual es Dios. (…) Por un lado, no existe
ninguna verdadera religiosidad que no comporte en el hombre la obligación
moral. Pero, por otro lado, la obligación moral, en su despliegue integral,
comporta factores y valores (la buena y la mala consciencia, el
remordimiento, la desesperación ante lo demoníaco y el heroísmo de la
santidad…), que exigen absolutamente el fundamento teológico. Una moral
atea, por lo tanto, es una contradictio in adiecto3, porque es inevitable
(…) cuando no se quiere reconocer a Dios, que no se puedan conservar ni
siquiera los valores naturales del hombre. Entonces se cae, necesariamente,
en lo infra -humano y en la práctica sistemática de la violencia privada y
pública. También la moral atea es víctima de aquel prejuicio moderno de la
suficiencia del hombre y no acepta la paradoja advertida ya por los mejores
espíritus de la civilización clásica antes de Cristo: el hombre,
precisamente para seguir siendo hombre, debe ser 'más que hombre', es decir,
reconocer la divinidad y aceptar sus leyes. Aquella paradoja tiene su
inefable paralelo y contrapartida en el cristianismo, donde, mediante la
encarnación, Dios, para salvar al hombre, se hizo, al decir de San Pablo,
menos que Dios (cf. Filp 2,6-8). De esto se sigue que, incluso, la
'definitiva' respuesta a la exigencia de la mo ral, el hombre la encuentra
en la Revelación"4.
Fácilmente puede verse, también, que sin Dios y sin la moral que brota de
Dios se quitan y se derrumban los fundamentos de la sociedad humana. Eso es
lo que quiere decir C. Fabro cuando dice que una moral at ea justifica "la
práctica sistemática de la violencia privada y pública". Con una moral así
no existe ninguna norma cierta que sirva de criterio para la más elemental
convivencia humana.
2. El mundo contemporáneo y Dios
Hablando en general, el mundo de hoy ha dejado de creer en Dios, el mundo de
hoy es decididamente ateo. Este es el juicio que hace ese gran pensador que
fue Cornelio Fabro. Él dice: "La máxima parte de las formas del pensamiento
moderno tienen como fundamento el ateísmo o en él desembocan
necesariamente"5. Es decir, aquello que es causa de la cultura concreta (el
pensamiento) es ya hoy decididamente ateo. Por lo tanto, se puede decir que
el mundo de hoy es ateo6. Por eso Cornelio Fabro también hablaba, ya en
1974, de "la vehemencia de la negación de Dios que nos avasalla por todas
partes"7.
Podemos distinguir cinco tipos de ateísmo. 1. El ateísmo doctrinal: es aquel
que, con la inteligencia, hace un juicio por el cual afirma que no existe un
Dios personal.
2. El ateísmo práctico: "Es ateísmo práctico cuando se vive sin reconocer a
Dios, cuando se vive 'como si' Dios no existiese, o bien, sin preocuparse de
su existencia y organizando la propia vida privada y pública prescindiendo
de la existencia de cualquier Principio Absoluto que trascienda los valores
del individuo y de la especie humana"8.
A-gnósticos son por indiferencia son aquellos que "ignoran completamente a
Dios y no están en grado de dar un juicio sobre Dios, o bien afirman que el
problema no les interesa. Niega n a Dios indirectamente"9.
4. El agnosticismo. Esta palabra proviene del griego. La partícula inicial
a-, es negativa. El término gnosis significa 'conocimiento'. A-gnosticismo
es la teoría que niega que la inteligencia sea capaz de conocer la esencia
de las cosas y, por lo tanto, hace al hombre incapaz de elevarse de la
contemplación del ser al Creador del ser. El a-gnosticismo niega "que la
consideración de las creaturas, de las formas y de los modos de ser de la
realidad finita es la 'vía' que permite y obliga a reconocer el Ser
Infinito"10.
5. El anti-teísmo: es la actitud de aquellos que "se dedican a demoler los
fundamentos de las pruebas de la existencia de Dios, de la necesidad de la
religión y del culto, y de todo aquello que se conecta necesaria mente con
ellos (Providencia, inmortalidad del alma, ley natural, sanción moral,
etc.)"11. El anti-teísmo suele tener su brazo político que busca destruir
todos los vestigios de Dios y a los creyentes en Dios. Es lo que sucedió con
el marxismo, por ejemplo12.
Este brazo político del anti-teísmo se ha desplazado hoy hacia lo que
podemos llamar 'el Gobierno Mundial' o 'el Gobierno Global' o (con un
término más anticuado) 'Sinarquía'. Respecto a este 'Gobierno Mundial' decía
el P. Julio Meinvielle ya en 1966: "En el mundo de hoy existe un Poder
Oculto de hombres que tratan de establecer una Ciudad materialista, atea y
satánica que procure la perdición eterna del hombre. Este Poder Oculto, que
opera desde hace siglos, trabaja hoy en forma acelerada para el domini o
universal y total del mundo. Sus planes están muy adelantados. Y después del
comunismo y del capitalismo quiere implantar la Ciudad tecnocrática de la
Sinarquía. Para la Sinarquía ya ha pasado la era del capitalismo y del
comunismo. Viene la era de la civilización socialista tecnocrática. Este
poder Oculto tiene, en el nivel económico, el alto poder de la Banca judía
mundial; pero sería un error creer que es ésta el Poder supremo. El Supremo
es necesariamente teológico, teocrático. En las sectas de la Alta masonería,
donde se ha de rendir culto a Satanás, allí se han de tomar las grandes
decisiones que hacen a la vida de los pueblos"13. Por lo tanto, el Gobierno
Mundial o Sinarquía, en su núcleo duro, es satánico y masónico14.
Esta Sinarquía o Gobierno Mundial trata de ejercer su poder desde los más
altos organismos internacionales, como, por ejemplo, la ONU. Por este
motivo, la persecución contra la religión, contra Dios y contra los
creyentes se está haciendo, en estos momentos, desde esos mismos organismos
internacionales. Dice un valiente obispo argentino: "La extensión y
simultaneidad de los ataques contra la Iglesia ya tiene las características
de una conspiración. No se trata -señala- de episodios aislados: numerosos
hechos recientes, indican, en su simultaneidad, que se avanza contra el
cristianismo en cuanto tal, atacando su centro vital (…).
.
Últimamente se ha desatado en todo el mundo una ola prepotente, impúdica, de
desprecio y odio a Jesucris to. No sólo a la Iglesia o a los cristianos,
sino al mismo Cristo"15.
3. Las causas del ateísmo contemporáneo
La primera causa del ateísmo que vivimos hoy está en las doctrinas
filosóficas que, como el agnosticismo, niegan la capacidad de la razón
humana de conocer la verdad en sí. Estos sistemas filosóficos niegan la
posibilidad de conocer a Dios y, por lo tanto, son ateos y son causa
importantísima del ateísmo. Por eso dice C. Fabro: "De esta manera la
filosofía se exorcizó del Absoluto"16.
La segunda causa del ateísmo actual es el Protestantismo. Dice C. Fabro: "Si
uno de los factores más responsables del ateísmo contemporáneo fue, sin
duda, el subjetivismo de la filosofía moderna, es necesario remontarse más
allá, al subjetivismo de la Reforma protestante. Como bien dijo Campanella:
'Todos los herejes terminan en el ateísmo'. Pero esto lo dice además el
mismo San Pio X en la Pascendi: 'Ciertamente, el error de los protestantes
dio el primer paso en esta vía' (nº 40). El individualismo religioso de la
Reforma, como convienen los estudiosos del pensamiento moderno de todas las
tendencias, ha fornido la base y fue el estímulo del subjetivismo
especulativo"17.
Un gran santo chileno, San Alberto Hurtado, constató de una manera concreta
en su Chile natal esta verdad expresada por San Pio X. Dice el santo, que
escribe en la década de 1940: "Lo mejor que queda del movimiento protestante
en Chile son estos grupos fervientes, que precisamente porque fervientes han
salido a misionar y han llegado hasta nosotros. Pero aun esta obra no
tardará también en desintegrarse como se ha desintegrado en todo el mundo, y
de él no quedará más que la incredulidad total de sus adeptos"18.
La tercera causa del ateísmo actual es la doctrina del modernismo dentro de
la Iglesia Católica. El modernismo ha sido perfectamente identificado,
denunciado y condenado como herejía y causa de ateísmo por San Pio X en la
ya citada Encíclica Pascendi. El nombre de 'modernismo' proviene del mismo
San Pio X (nº 3). El perfil de esta herejía dentro de la Iglesia Católica
puede hacerse en esta breve frase: consiste en usar las mismas palabras con
que se enuncian los dogmas de la Iglesia Católica pero cambiando el sentido
de dichas palabras. De esta manera no aparece como una herejía formal y
frontal, sino más bien como una disolución silenciosa de la fe. Por esto
mismo es muy peligrosa y por eso dice San Pio X: "Hoy no es menester ya ir a
buscar los fabricantes de errores entre los enemigos declarados: se ocultan
en el seno y corazón mismos de la Iglesia, siendo enemigos tanto más
perjudiciales cuanto lo son menos declarados".
Incluso, San Pio X la ha calificado como la más peligrosa de las herejías
que jamás h a existido. Dice textualmente San Pio X: "Los modernistas son,
ciertamente, enemigos de la Iglesia, y no se aparta de la verdad quien dice
que la Iglesia no ha tenido peores enemigos que los modernistas" (nº 2). Y
luego dice estas gravísimas palabras: "Porque, en efecto, como ya hemos
dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde fuera, sino desde
dentro. En nuestros días, el peligro está casi en las entrañas mismas de la
Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales enemigos es
tanto más inevitable cuanto más a fondo conocen a la Iglesia" (nº 2).
Y, finalmente, el mismo San Pio X, con una visión verdaderamente profética,
pone en relación el ateísmo del mundo actual con el modernismo dentro de la
Iglesia Católica: "Baste lo dicho para mostrar claramente por cuántos
caminos el modernismo conduce al ateísmo y a suprimir toda religión. El
primer paso lo dio el protestantismo; el segundo corresponde al modernismo;
muy pronto hará su aparición el ateísmo" (nº 40).
De acuerdo a esto podríamos decir que el modernismo (y su sucesor actual, el
progresismo) es el ateísmo dentro de la Iglesia Católica.
Conclusión
"El ateísmo, cualquiera sea la máscara que lo esconde, es condenado por la
misma ley natural"19.
"En los siglos pasados la filosofía daba siempre el tema, los principios y
el mismo grito de guerra en las controversias que conmovían las conciencias.
Hoy ya no: las luchas se desencadenan en la superficie, en el conflicto de
intereses económicos, culturales, sociales inmediatos… sin elevarse a los
principios. El torbellino de la vida no permite un retorno sobre sí mismo,
aquel reclamo a la reflexión en el cual el hombre, educado en el
pensamiento, se pregunta cuál es la exacta naturaleza de la relación entre
lo contingente y lo necesario, e ntre lo temporal y lo eterno. Porque hoy se
acepta pacíficamente que no existe más que lo contingente y lo
transitorio"20.
"Así, el problema de Dios fue 'absorbido' y volatilizado. Se creó de este
modo una situación muy compleja, porque la sinceridad de la verdad teológica
no es buscada más por la masa y no raramente ni siquiera por los mismos
hombres de pensamiento. Ni siquiera éstos buscan la verdad teológica en base
al nexo que el pensamiento tiene con los principios, sino basados en la
satisfacción de exigencias prácticas inmediatas o en la impaciencia de ver
la realización del 'reino de Dios' en este mundo. Y por 'reino de Dios' se
entiende, naturalmente, la tranquila satisfacción de las propias exigencias
en esta vida o también - en los casos más ideales - en el advenimiento de la
justicia social, de la paz eterna entre los pueblos o cosas semejantes. El
Absoluto, por lo tanto, es presentado solamente bajo la forma de lo concreto
y no es más visto en la trascendencia de su ser beatificante. Es esta
'concretidad de la inmanencia' (concretezza dell'immanenza) lo que
constituye la característica de nuestro tiempo"21.
Una de las pruebas más evidentes del ateísmo que asola al mundo actual es la
realidad del aborto. Son muchos los países en el mundo donde el aborto es
legal. En Argentina en este momento se está discutiendo en el Parlamento un
proyecto de ley para legalizar el aborto. El 'no matar' es algo que brota
directamente de la existencia de Dios. Mucho más cuando se trata del ser más
indefenso e inocente. Y mucho más cuando la que lo perpetra es su misma
madre, aun cuando ella esté inmersa en grandes dificultades y sea digna de
compasión. Se cumple así lo que decía C. Fabro: "Cuando no se quiere
reconocer a Dios, no se pueden conservar ni siquiera los valores naturales
del hombre. Entonces se cae, necesariamente, en lo infra-humano y en la
práctica sistemática de la violencia privada y pública"22.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado con caer en el desánimo, porque el
desánimo es también una de las causas del ateísmo. Dice lúcidamente C.
Fabro: "La característica del ateísmo contemporáneo (salvo el comunismo) no
es tanto y sobre todo la de remontarse a filosofías particulares idealistas
y materialistas o la de verse apremiado por los progresos de la ciencia y de
la técnica, sino más bien un fenómeno de cansancio espiritual y de
superficialidad que depende de una concepción cada vez más fatalista de los
eventos humanos. Esta mentalidad está favorecida al mismo tiempo por la fase
de disolución de la filosofía (…). Sin embargo, por la inagotable capacidad
de recuperación que tiene el espíritu, esta tragedia de nuestra situación
terrestre puede ser y convertirse en un benéfico estímulo que incite al
hombre a buscar más a fondo el último fundamento de su ser en el Dios
verdadero, más allá del tiempo y de cualquier instancia finita. Que busque
al Dios verdadero, que no sea el Absoluto en abstracto de los filósofos,
sino el Dios viviente de Abraham, Isaac y Jacob y que, en el tiempo
establecido, se manifestó en Cristo"23.
Notas
1 Cf. FABRO, C., Dio. Introduzione al problema
teológico , EDIVI, Segni (Roma), 2006, p. 44.
2 Fabro, C., idem
3 Contradictio in adiecto: voz latina que puede
traducirse como 'contradicción en el adjetivo'. Se refiere a aquellos casos
en los que hay una contradicción entre el sustantivo y el adjetivo que lo
complementa. Es técnicamente un tipo específico de oxímoron. En el
pensamiento de Cornelio Fabro, es decir, en el pensamiento católico, el
adjetivo 'atea' es contradictorio con el sustantivo 'la moral'.
4 FABRO, C., Idem, p. 48 - 49; traducción
nuestra.
5 "L'ateismo, (…) sta a fondamento della massima
parte delle forme del pensiero moderno od a cui di necessità esse arrivano"
(FABRO, C., Idem, p. 44; traducción nuestra).
6 Este juicio debe ser matizado porque sería
injusto desconocer la inmensa cantidad de manifestaciones de fe que todavía
hay, tanto en el ámbito de la organización de la ciudad política como en el
ámbito individual. Si bien se puede decir con toda propiedad que el mundo de
hoy es ateo, también es necesario reconocer que la Iglesia y sus miembros
jamás se han rendido y ella, la Iglesia, sigue siendo un foco potentísimo de
difusión de la fe y el amor a Dios. Pero la estructura política del mundo
actual ya no está más regida por los principios de la fe en Dios.
7 "La veemenza della negazione di Dio che
c'investe da ogni parte" (FABRO, C., Idem, p. 151; traducción nuestra).
8. Fabro, C. idem
9 FABRO, C., Ibidem; traducción nuestra.
10 FABRO, C., Idem, p. 52; traducción nuestra. El
fundador del ateísmo moderno en su modalidad de a-gnosticismo es Emanuel
Kant. Al afirmar que la inteligencia aferra solamente lo que aparece del ser
(el fenómeno), y no el ser mismo, cierra la vía de acceso a Dios. Hay una
condena clarísima del agnosticismo en cuanto ateísmo en SAN PIO X, Encíclica
Pascendi, sobre la doctrina de los modernistas, nº 4.
11 O también "cuando se pretende que una
verdadera demostración de la existencia de Dios no ha sido dada hasta ahora,
y que
jamás podrá ser dada" (FABRO, C., Idem, p. 29.30;
traducción nuestra).
12 Decía C. Fabro en 1974: "El marxismo político
combate la religión y está decidido a ir hasta el fondo: el marxismo teórico
ignora la religión (…), y es esta 'ignorancia' sistemática y metodológica la
que está en la base de la destrucción de la religión perseguida por la
política" ((FABRO, C., Idem, p. 143; traducción nuestra).
13 MEINVIELLE, J., Iglesia y Mundo Moderno,
Ediciones Theoria, Buenos Aires, 1966, p. 208-9. 213. 226.
14 Una condena clarísima del Magisterio de la
Iglesia a la masonería la encontramos en LEÓN XIII, Encíclica Humanus genus,
condena del relativismo filosófico y moral de la masonería, Roma, 1884
14. C. Fabro
15 AGUER, H., en AICA (Agencia Informativa
Católica Argentina, dependiente de la Conferencia Episcopal Argentina) n.
2574, 19 de Abril de 2006, 85.
16 "Così la filosofia si è esorcizzata
dall'Assoluto" (FABRO, C., Idem, p. 143; traducción nuestra).
17 FABRO, C., Idem, p. 45 - 46; traducción
nuestra.
18 SAN ALBERTO HURTADO, ¿Es Chile un país
católico?, Editorial Los Andes, Santiago de Chile, 1992, p. 91; cursiva
nuestra.
19 "L'ateismo, qualunque sia la maschera che lo
nasconde, è condannato dalla stessa legge naturale" (FABRO, C., Idem, p. 44;
traducción nuestra).
20 FABRO, C., Idem, p. 142; traducción nuestra.
21 FABRO, C., Ibidem; traducción nuestra
22 Fabro, C. ídem 49 traducción nuestra
.
Aplicación: P. Jorge Loring S.I. - Domingo de la Santísima Trinidad
1.- San Juan dice que Dios es AMOR.
2.-A Dios no puede faltarle nada que le sea esencial.
3.- Si Dios es AMOR necesita ALGUIEN a quien amar.
4.- Y esto desde toda la eternidad.
5.- Por eso Dios es TRINO.
6.- Esto ilumina el misterio de LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
7.- El misterio consiste en que siendo un sólo DIOS VERDADERO, en Él hay
tres personas distintas: EL PADRE, EL HIJO Y EL ESPÍRITU SANTO.
8.- Aunque no pretendemos entender a la perfección el misterio, hay
comparaciones que que lo iluminan.
9.- Es tradicional lo del triángulo: en el triángulo cada ángulo abarca
completamente el triángulo entero, lo mismo que cada persona de la SANTÍSIMA
TRINIDAD es el mismo Dios.
10.- También es bonito lo de las tres cerillas: tres cerillas unidas y
encendidas, cada cerilla posee la misma llama que las otras dos.
11.- Cada vez que nos santiguamos honramos a la Santísima Trinidad. Así
empezamos las oraciones, la Santa Misa, los sacramentos y muchas obras. Y al
persignarnos hacemos una cruz en la frente refiriéndonos al Padre que está
sobre todo, otra en la boca indicando al Hijo que es la Palabra del Padre, y
otra sobre el corazón simbolizando al Espíritu Santo que es Amor.
(Cortesía: NBCD e iveargentina.org)