Solemnidad de la Santísima Trinidad B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración Eucarística de la Solemnidad
Recursos adicionales para la preparación
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Introducción a la Palabra de Dios
Primera lectura: Dt 4, 32-34.39-40
No se necesita ver a Dios con nuestros ojos para poder creer en El. Moisés les recuerda a los israelitas los grandes rasgos de la historia de salvación que Dios se ha realizado con ellos. Esta realidad debe reflejarse en el comportamiento de los creyentes. También a nosotros Dios ha venido a buscar a fuerza de pruebas, milagros con mano firme y brazo extendido. El mismo Hijo de Dios se ha hecho hombre para buscarte a ti y a mí. Esta lectura debe animarte a descubrir la historia de salvación personal que Dios ha hecho contigo.
La presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones es garantía y estímulo a la vez. Somos hijos de Dios y la presencia del Espíritu Santo nos asegura que ya estamos participando de la herencia de los elegidos. Que las palabras de San Pablo nos animen a estar más atentos al Espíritu Santo que nos orienta en todo momento y nos ayuda a adoptar posturas cristianas.
Nuestra vida cristiana está sellada por la fe en la Trinidad de las personas y la unidad de su divinidad. En su nombre hemos sido bautizados. Esta fe debe impulsarnos a anunciar a todos los hermanos del mundo el amor de Dios para que puedan ellos también participar de las promesas del Señor. Escuchemos el encargo de Cristo y cobremos ánimo porque El estará con nosotros hasta el final de los tiempos.
Reflexionemos los padres
La encarnación del Hijo de Dios es un signo potente de que Dios quiere estar con nosotros. Pero Dios quiere que el hombre se sienta libre por eso se hizo invisible. Sin embargo, siempre camina con nosotros, nos protege, nos hace sonreír con confianza. ¿Cómo darnos cuenta de que esto es así? Pues Dios llena nuestra vida de signos de su presencia. Pensemos solamente en la Iglesia, en los sacramentos, en su palabra que nos acompaña todos los días si queremos. Pero también en nuestra vida personal hay acontecimientos y momentos donde nos damos cuenta cuánto Dios nos ama. Por eso necesitamos aprender a ser sensibles a estos signos. La oración diaria, la contemplación de la palabra de Dios diaria, el caminar juntos en la fe: todo ello nos sensibiliza cada vez más a percibir la presencia de Dios por medio de una fe cada vez más fuerte. Esto no significa que no haya momentos de oscuridad, de incertidumbre, de crisis. Aferrándonos firmemente a estos signos que hemos contemplado experimentaremos también la luz de la fe en la oscuridad del sufrimiento. Reflexionemos cómo hacer para que nuestra oración y la lectura y meditación diaria de un pasaje bíblico nos pueden ayudar a crecer en esta sensibilidad.
Reflexionemos con los hijos
Dios nos ama. Ha creado el universo y a nosotros también. A veces quisiéramos ver a Dios, comprenderlo y escuchar cómo nos habla y cómo contesta a nuestras preguntas.
Cuentan una hermosa leyenda de San Agustín. El gran sabio estaba meditando como era posible que la santísima Trinidad fuera un solo Dios en tres personas distintas. No encontraba respuesta. Se puso a caminar a la orilla del mar y observó como un niño había cavado un hoyo en la arena. Corría hacia el mar. Llenaba su baldecito de agua y echaba el agua al hoyo que había cavado. Iba y venía, iba y venía. San Agustín le preguntó al niño: “Niño, ¿qué estás haciendo?” El niño le contestó: “Voy a echar todo del mar en este hoyo”. El Santo le contestó: “¡Eso es imposible!” Cuenta la leyenda que el niño le contestó: “Más imposible es comprender el misterio de la Santísima Trinidad”.
Aunque sea invisible y no se puede comprender a Dios - porque si le podríamos meterlo en nuestra cabeza no sería Dios infinito y omnipotente. Pero nos ama tanto que se ha hecho niño. Y este niño ha crecido y se ha hecho hombre y nos ha contado cómo es el Padre celestial. Ha cargado con nuestros pecados y los ha estrellado en la cruz en su muerte. Y el Padre lo ha resucitado para que nosotros también podamos resucitar. Dios nos acompaña cada día con su amor. Por eso necesitamos abrir los ojos de nuestra fe para darnos cuenta de todo ello. Basta contemplar cómo sale el sol en la mañana para darnos cuenta lo maravilloso que es Dios. El está siempre cerca. Por eso podemos hablarle en la oración de la mañana y de la noche, darle las gracias y bendecir la mesa por los dones que nos da, pedir perdón por las faltas que hemos cometido y compartir nuestra fe con otros también.
Conexión eucarística
Cada celebración de la Santa Misa comienza con la señal de la cruz: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Podemos celebrar la eucaristía porque el bautismo nos ha hecho hijos de Dios y la Santísima Trinidad mora en nuestro corazón. Por medio de la palabra Dios nos habla y por medio de la eucaristía podemos participar en el sacrificio eucarístico y la presencia trinitaria se hará cada vez más fuerte en nuestro corazón.
Vivencia familiar
Queremos insistir en lo que les hemos propuesto
el año pasado acerca de
la necesidad de crear en el hogar el lugar (el rincón) de Dios. Puede ser
- como los vemos aun hoy en día en muchos lugares
- un modesto crucifijo en la esquina del cuarto. La cruz aparece luego como
inclinándose hacia el que lo contempla. O también algo más elaborado: en una
mesita o repisa fijada en la pared se colocan velas, flores, una lucecita
roja etc. Encima se cuelgan la
cruz y las imágenes de la Virgen y de los santos patronos de la familia. En
la mesa o repisa pueden colocarse la Biblia y
un florero con flores. ¡Pero, por favor, nada de flores
artificiales! Una manera muy económica de mantener siempre viva la luz roja
como expresión de la fe del hogar, consiste en utilizar aceite. Se puede
armar un flotador cortando un pedazo de corcho, pegar encima un pedazo de
lata fina y atravesar todo con un clavo para pasar la mecha. El vaso que
contiene el aceite se pinta de rojo. De esta manera existe en el hogar un
lugar que concentra la fe, donde la familia
se reúne a rezar. Por turno los miembros de la familia (también el
papá) se encargan de mantener el adorno y la lucecita prendida. Hay familias
cuyos miembros tienen la costumbre de leer un pasaje de la Biblia antes de
salir y después de regresar.
Nos habla la Iglesia
Vaticano II, decreto sobre el ecumenismo 15 y 7: [… Los fieles, por medio de la Eucaristía], al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la Santísima Trinidad, hechos “partícipes de la divina naturaleza” (2 Pe 1, 4). […] Cuanto más estrecha sea su comunión [de los fieles] con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntimamente y más fácilmente podrán aumentar la mutua hermandad.
Vaticano II decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros 14: […] hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se unirán con su Señor, y, por El, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobre apuntar de gozo.
Leamos la Biblia con la Iglesia
Vea la semana que corresponde en el tiempo ordinario.
Oraciones
Oh, Trinidad eterna
¡Oh
Trinidad eterna! Tú eres un mar sin fondo en el que, cuanto más me
hundo, más te encuentro; y cuanto más te encuentro, más te busco
todavía. De ti jamás se puede decir: ¡basta! El alma que se sacia en
tus profundidades, te desea sin cesar, porque siempre está hambrienta
de ti, Trinidad eterna; siempre está deseosa de ver tu luz en tu luz.
Como el ciervo
suspira por el agua viva de las fuentes, así mi alma
ansía salir de la prisión tenebrosa del cuerpo, para verte de verdad...
¿Podrás darme algo más que
darte a ti mismo? Tú eres el fuego que
siempre arde, sin consumirse jamás. Tú eres el fuego que consume en sí
todo amor propio del alma; tú eres la luz por encima de toda luz...
Tú eres el vestido que cubre toda desnudez, el alimento que alegra con
su dulzura a todos los que tienen hambre. ¡Pues tú eres dulce, sin
nada de amargor!
¡Revísteme, Trinidad
eterna, revísteme de ti misma para que pase esta
vida mortal en la verdadera obediencia y en la luz de la fe santísima,
con la que tú has embriagado a mi alma!
Oración a la Santísima
Trinidad
Creo
en Ti Dios Padre, creo en Ti Dios Hijo, creo en Ti Dios Espíritu Santo, pero
aumentad mi fe.
Espero en Ti Dios Padre, espero en Ti Dios Hijo, espero en Ti Dios Espíritu
Santo, pero aumentad mi esperanza.
Te amo Dios Padre, te amo Dios Hijo, mi Señor Jesucristo Dios y hombre
verdadero, te amo Dios Espíritu Santo, pero aumentad mi amor.
Gloria al Padre, Gloria al Hijo, Gloria al Espíritu Santo, Gloria a la
Santísima e indivisa Trinidad, como era en el principio, ahora y siempre,
por todos los siglos de los siglos. Amen
Padre omnipotente, ayuda mi fragilidad y sácame del abismo de mi miseria.
Sabiduría del Hijo, endereza todos mis pensamientos, palabras y obras de
este día. Amor del Espíritu Santo, sé el principio de todas las obras de mi
alma, para que sean siempre conformes con la Voluntad del Padre.
A Ti Padre Ingénito, a Ti Hijo Unigénito, a Ti Espíritu de Santidad, un solo
Dios en Trinidad, de todo corazón te confieso, te bendigo , te alabo.
A Ti, Trinidad Santísima se te dé siempre, todo honor, gloria y alabanza por
toda la eternidad.
Amen.
ORACIÓN DE ROMANO GUARDINI
En Cristo se nos ha abierto la hondura de la vida escondida de Dios. Su
naturaleza, palabra y obra tan llenas de la realidad de lo sagrado. Pero de
ella brotan figuras vivas: el Padre, en su omnipotencia y bondad; el Hijo,
en su verdad y amor redentor , y entre ellos, el desprendido, el creador, el
Espíritu.
Es un misterio que supera todo sentido; y hay gran peligro de escandalizarse
de él. Pero yo no quiero un Dios que se ajuste a las medidas de mi
pensamiento y esté formado a mi imagen. Quiero el auténtico, aunque sé que
desborda mi intelectual capacidad. Por eso, ¡oh Dios vivo!, creo en tu
misterio, y Cristo, que no puede mentir, es su fiador.
Cuando anhelo la intimidad de la compañía, tengo que ir a los demás hombres;
y por más honda que sea la ligazón y más hondo que sea el amor, seguimos,
sin embargo, separados. Pero tú encuentras tu propio «tú» en ti mismo. En tu
misma hondura desarrollas el diálogo eterno. En tu misma riqueza tiene lugar
el perpetuo regalo y recepción del amor.
Creo, ¡oh Dios!, en tu vida una y trina. Por ti creo en ella, pues ese
misterio cobija tu verdad. En cuanto se abandona, tu imagen se desvanece en
el mundo. Pero también, ¡oh Dios!, creo en ella por nosotros, porque la paz
de tu eterna vida tiene que llegar a ser nuestra patria. Nosotros somos tus
hijos, ¡oh Padre!; tus hermanos y hermanas, Hijo de Dios, Jesucristo, y tú,
Espíritu Santo, eres nuestro amigo y maestro.
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
DE JUAN PABLO II
1. Bendito seas, Padre, que en tu infinito amor nos has dado a tu Unigénito
Hijo, hecho carne por obra del Espíritu Santo en el seno purísimo de la
Virgen María, y nacido en Belén hace ahora dos mil años.
Él se ha hecho nuestro compañero de viaje y ha dado nuevo significado a la
historia, que es un camino hecho juntos, en el trabajo y en el sufrimiento,
en la fidelidad y en el amor, hacia aquellos cielos nuevos y hacia aquella
tierra nueva, en la que Tú, vencida la muerte, serás todo en todos.
¡Alabanza y gloria a Ti, Trinidad Santísima, único y sumo Dios!
2. Haz, Padre, que por tu gracia el este año sea un tiempo de conversión
profunda y de alegre retorno a Ti; concédenos que sea un tiempo de
reconciliación entre los hombres y de redescubierta concordia entre las
naciones; tiempo en el que las lanzas se truequen en hoces, y al fragor de
las armas sucedan cantos de paz. Concédenos, Padre, vivir el año dóciles a
la voz del Espíritu, fieles en el seguimiento de Cristo, asiduos en la
escucha de la Palabra y en la asiduidad a las fuentes de la gracia.
¡Alabanza y gloria a Ti, Trinidad Santísima, único y sumo Dios!
3. Sostén, Padre, con la fuerza del Espíritu, el empeño de la Iglesia en
favor de la nueva evangelización y guía nuestros pasos por los caminos del
mundo para anunciar a Cristo con la vida, orientando nuestra peregrinación
terrena hacia la Ciudad de la luz. Haz, Padre, que brillen los discípulos de
tu Hijo por su amor hacia los pobres y oprimidos; que sean solidarios con
los necesitados, y generosos en las obras de misericordia, e indulgentes con
los hermanos para obtener ellos mismos de Ti indulgencia y perdón.
¡Alabanza y gloria a Ti, Trinidad Santísima, único y sumo Dios!
4. Haz, Padre, que los discípulos de tu Hijo, purificada la memoria y
reconocidas las propias culpas, sean una sola cosa, de suerte que el mundo
crea. Otorga que se dilate el diálogo entre los seguidores de las grandes
religiones, de suerte que todos los hombres descubran la alegría de ser tus
hijos.
Haz que a la voz suplicante de María, Madre de las gentes, se unan las voces
orantes de los apóstoles y de los mártires cristianos, de los justos de todo
pueblo y de todo tiempo, para que el año sea para todos y para la Iglesia,
motivo de renovada esperanza y de júbilo en el Espíritu.
¡Alabanza y gloria a Ti, Trinidad Santísima, único y sumo Dios!
5. ¡A Ti, Padre omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el
Viviente, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu que santifica el
universo, la alabanza, el honor, la gloria, hoy y en los siglos sin fin.
Amén!
(De Juan Pablo II, para el Jubileo 2000)