Domingo 1 de Cuaresma C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical parroquial
Recursos adicionales para prepararte
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Tentación de Jesús (Lc 4, 1-13)
Santos Padres: San Ambrosio - En Cristo fuimos todos tentados, y en Cristo
todos hemos triunfado (Lc 4, 1-15)
Santos Padres: San Gregorio Magno - las tentaciones
Aplicación: San Juan Pablo II - la tentación
Aplicación: Benedicto XVI - la cuaresma
Aplicación: P.
Jorge Loring, S.J. - el demonio
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - La victoria del Rey sobre el Príncipe
de este mundo
Aplicaciones: Beato Dom Columba Marmion - Tentaciones de Jesús
Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - El ayuno y la tentación del Señor
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Los peligros de las riquezas, la
vanidad y la soberbia (Lc 4, 1-13)
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio
Homilético
Ejemplos Predicables
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Tentación de Jesús (Lc 4, 1-13)
1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y, en el Espíritu, era
guiado por el desierto 2a durante cuarenta días, siendo tentado por el
diablo.
Jesús está lleno del Espíritu. Posee el Espíritu, no «con medida» (Jua
3:34), como los profetas, sino en toda su plenitud. Por eso está también
plenamente bajo la guía de Dios (Jua 4:14). Lleva a cabo su peregrinación y
su acción en armonía con el Espíritu que actúa en él, y con la virtud del
mismo. El bautismo remite a la tentación y viceversa.
Jesús es guiado por el desierto en el Espíritu. En la extensión del
desierto, vacía de hombres, nada le separa de Dios. Allí busca el silencio
de la oración (5,16) y el trato a solas con el Padre. Como Hijo de Dios se
deja guiar en el Espíritu. «Todos los que se dejan guiar por el Espíritu de
Dios, éstos son hijos suyos» (Rom 8:14).
Jesús no es impelido al desierto por el Espíritu (Mar 1:12), sino que él
mismo va. No es conducido por el Espíritu, sino que se deja guiar en el
Espíritu. El Espíritu no actúa en él a la manera, digamos, como actuó en los
jueces, en un Otoniel (Jue 3:10), en un Gedeón (Jue 6:34), en un Jefté (Jue
11:29). Sobre ellos vino el Espíritu, los pertrechó para una gran obra y
volvió a abandonarlos cuando ésta se vio cumplida. En Jesús actúa de otra
manera. No es arrastrado por el Espíritu, sino que él mismo dispone del
Espíritu. Jesús no posee sólo un don transitorio del Espíritu, sino que lo
posee establemente, siempre, como nacido que es del Espíritu; por esto obra
siempre en él y puede también comunicarlo a su Iglesia (Luc 24:49; Hec
2:33).
La permanencia en el desierto duró cuarenta días. Durante este tiempo fue
tentado por el diablo. Las tres tentaciones que se relatan hacen el efecto
de ilustraciones de la constante lucha secreta con los adversarios. Jesús
anuncia la soberanía de Dios y la aporta; con ello se ve también llamado a
desplegar su mayor energía el adversario de la soberanía de Dios. Juntamente
con el reino de los demonios, el adversario de la soberanía de Dios se
subleva contra la obra de Jesús que es causa de su destrucción.
2b No comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre. Díjole
entonces el diablo: Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta
en pan. 4 Pero Jesús le contestó: Escrito está: No de sólo pan vivirá el
hombre.
Jesús, lleno y penetrado del Espíritu, vive sin comida ni bebida. Pasados
los días del ayuno, tiene hambre. E1 diablo se sirve del hambre como
tentación. Como diablo, como detractor que es, quiere trastornar las buenas
relaciones entre Dios y Jesús, éste es siempre su plan. El tentador toma pie
de la voz de Dios en el bautismo: Al fin y al cabo eres Hijo de Dios. Tú
tienes poder ilimitado, con una palabra de autoridad puedes saciar tu
hambre.
La réplica de Jesús pone de manifiesto en qué está la tentación: No de sólo
pan vivirá el hombre. No se trata sólo de guardar y conservar lo terreno.
Las palabras de la Escritura que cita Jesús están tomadas del libro del
Deuteronomio (Deut 8:3). Con estas palabras hace Moisés presente a su pueblo
su maravilloso mantenimiento por Dios en el desierto: «él te afligió, te
hizo pasar hambre, y te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres,
para que aprendieses que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de cuanto
procede de la boca de Yahveh» (de lo que proviene de la palabra del Señor).
Mediante el hambre hubo de ser educado el pueblo de Dios en la confianza en
Dios y en la obediencia.
Jesús es Hijo de Dios; tiene plenos poderes. Si ahora su Padre le deja
sufrir hambre, quiere llevarlo a la confianza y a la obediencia, pero no
quiere que haga uso para su ventaja personal del poder que tiene como Hijo
de Dios. Jesús es Hijo de Dios, pero en abatimiento, en humillación y en
obediencia, es Mesías, pero a la vez siervo de Dios. El camino que conduce a
la gloria mesiánica no es el del despliegue de poder, sino el de obedecer y
de servir, el de escuchar y aguardar toda palabra que salga de la boca de
Dios.
5 Y llevándole hacia una altura, le mostró en un momento todos los reinos
del mundo. 6 Y le dijo el diablo: Te daré todo este poderío y el esplendor
de estos reinos, porque me ha sido entregado, y se lo doy a quien yo quiera.
7 Si te postras, pues, delante de mí, todo eso será tuyo. 8 Pero Jesús le
respondió: Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto.
El diablo aparece aquí como príncipe de este mundo (Jua 12:31), como «dios
de este mundo» (2Co 4:4), como antidios pero en su soberbia debe al mismo
tiempo confesar su dependencia. Todo esto me ha sido entregado... por Dios.
No tiene plenos poderes propios, sino un poder que le ha sido transmitido,
no es Dios, sino «mona de Dios». Conforme a la revelación, no hay otro Dios,
Dios no tiene igual, él es el único: a él solo adorarás, a él solo darás
culto.
En un abrir y cerrar de ojos presenta el tentador, como por encantamiento,
ante los ojos de Jesús todos los reinos del mundo y su esplendor. ¡Un
espejismo! Lo lleva a lo alto. ¿Dónde? ¿Lo eleva en éxtasis? Satán hace la
misma oferta que Dios: «Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado yo. Pídeme y
haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los confines de la
tierra» (Sal 2:8; cf. Luc 3:22). También aquí resuena veladamente: Si eres
Hijo de Dios.
Con el esplendor y la gloria que pone Satán ante los ojos de Jesús, pero que
de hecho sólo es engaño y apariencia, quiere apartarle de Dios, hacerle
abandonar a Dios, inducirle a negar la profesión fundamental de fe y la raíz
de la vida religiosa de su pueblo. Al tentador opone Jesús la palabra de la
Escritura: «Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto» (Deu 6:13).
Jesús mantiene en pie la soberanía de Dios. Él es siervo de Dios, no siervo
de Satán.
9 Lo llevó luego a Jerusalén, lo puso sobre el alero del templo y le dijo:
Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; 10 pues escrito esta. Mandará en
tu favor a los ángeles para que te guarden cuidadosamente; 11 y también: Te
tomarán en sus manos, no sea que tropiece tu pie con una piedra. 12 Pero
Jesús le respondió: Está dicho: No tentarás al Señor tu Dios.
El alero del templo es quizá un mirador que sobre el muro exterior del
templo sobresalía sobre la calle. Allá es conducido Jesús. Se le invita a
arrojarse abajo para hacer prueba de la protección de Dios que le está
asegurada por la palabra misma de Dios (Sal 91:11), para cerciorarse de su
elección, de su filiación divina, del poder que tiene de Dios y cerca de
Dios.
Jesús descubre lo que significa tal requerimiento: tentar a Dios. Se trata
de abusar de la protección prometida y así tentar a Dios, forzarle a
intervenir en su favor. Jesús quiere servir a Dios, no servirse de él,
disponer de él, quiere obedecerle, no sometérselo...
La tentación en el alero del templo de Jerusalén es la última según Lucas.
Los caminos de Jesús llevan a Jerusalén; él tiene la mira puesta en
Jerusalén (9,51). Allí muere y allí es glorificado, allí se humillará como
siervo de Dios, será obediente hasta la muerte. Allí experimentará la
protección de Dios en la forma más acabada, pues Dios le resucitará y
exaltará. Él no provoca esta exaltación protectora de Dios, sino que la
aguarda.
Las tentaciones de Jesús son tentaciones mesiánicas. El adversario de la
soberanía de Dios quiere hacer caer al Hijo de Dios, que ha sido ungido por
Dios y es ahora armado para su obra mesiánica. Con todos los medios
diabólicos: con compasión hipócrita, con artilugios y magia, trastocando la
Sagrada Escritura quiere inducirlo a desobedecer a Dios. Las tres
tentaciones repiten tres veces que Jesús se mantuvo obediente. En su calidad
de segundo Adán es tentado como lo fue el primero. El primero falló, el
segundo sale victorioso. «AI igual que por la desobediencia de un solo
hombre la humanidad quedó constituida pecadora, así también por la
obediencia de uno solo la humanidad quedará constituida justa» (Rom 5:19).
Las tentaciones de Jesús continúan en sus discípulos (cf. 22,28 ss). También
la Iglesia vive en medio de estas tentaciones. Jesús levanta los ánimos
cuando son tentados los discípulos, pues él también fue tentado. Él muestra
cómo hay que vencer las tentaciones: mediante la Sagrada Escritura, que es
profesión de fe, oración y fuerza, la «espada del Espíritu» (Efe 6:17).
13 Y acabadas todas las tentaciones, el diablo se alejó hasta un tiempo
señalado.
La acción de Jesús comienza con la victoria sobre el demonio. El tiempo de
la salud, que es inaugurado por Jesús, es un tiempo en que se ve encadenado
el demonio. Jesús dice: «Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un
rayo» (Efe 10:18). No tiene ya poder hasta un tiempo señalado. El tiempo de
Jesús es un tiempo exento de Satán. Donde actúa Jesús, tiene que retirarse
el demonio; la victoria sobre el tentador se obtiene mediante la fiel
adhesión a Jesús.
Pero sólo hasta un tiempo señalado suspende Satán las tentaciones de Jesús.
Al comienzo de la historia de la pasión se lee: «Satán entró en Judas» (Efe
22:3). Los enemigos de Jesús tienen poder sobre él, porque se inicia el
poder de las tinieblas (22,53). En tanto no había llegado su hora, era
intangible para sus adversarios (Luc 4:30; Jua 7:30.45; Jua 8:59). Jesús es
clavado en la cruz por los príncipes de este mundo, pero precisamente con
esta muerte que él acepta obediente como siervo de Dios que es, vence la
soberanía de Satán (Cf. 1Co 2.6; Jua 12:31).
(STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: Beato Juan Pablo II - El Espíritu Santo en la
experiencia del desierto
1. Al “comienzo” de la misión mesiánica de Jesús vemos otro hecho
interesante y sugestivo, narrado por los evangelistas, que lo hacen depender
de la acción del Espíritu Santo: se trata de la experiencia del desierto.
Leemos en el evangelio según san Marcos: “A continuación (del bautismo), el
Espíritu le empuja al desierto” (Mc 1, 12). Además, Mateo (4, 1) y Lucas (4,
1) afirman que Jesús “fue conducido por el Espíritu al desierto”. Estos
textos ofrecen puntos de reflexión que nos llevan a una ulterior
investigación sobre el misterio de la íntima unión de Jesús-Mesías con el
Espíritu Santo, ya desde el inicio de la obra de la redención.
En primer lugar, una observación de carácter lingüístico: los verbos usados
por los evangelistas (“fue conducido” por Mateo y Lucas; “le empuja”, por
Marcos) expresan una iniciativa especialmente enérgica por parte del
Espíritu Santo, iniciativa que se inserta en la lógica de la vida espiritual
y en la misma psicología de Jesús: acaba de recibir de Juan un “bautismo de
penitencia”, y por ello siente la necesidad de un período de reflexión y de
austeridad (aunque personalmente no tenía necesidad de penitencia, dado que
estaba “lleno de gracia” y era “santo” desde el momento de su concepción:
(cf. Jn 1, 14; Lc 1, 35): como preparación para su ministerio mesiánico.
Su misión le exige también vivir en medio de los hombres-pecadores, a
quienes ha sido enviado a evangelizar y salvar (cf. santo Tomás, Summa
Theol., III, q. 40, a. 1), en lucha contra el poder del demonio. De aquí la
conveniencia de esta pausa en el desierto “para ser tentado por el diablo”.
Por lo tanto, Jesús sigue el impulso interior y se dirige adonde le sugiere
el Espíritu Santo.
2. El desierto, además de ser lugar de encuentro con Dios, es también lugar
de tentación y de lucha espiritual. Durante la peregrinación a través del
desierto, que se prolongó durante cuarenta años, el pueblo de Israel había
sufrido muchas tentaciones y había cedido (cf. Ex 32, 1-6; Nm 14, 1-4; 21,
4-5; 25, 1-3; Sal 78, 17; 1 Co 10, 7-10). Jesús va al desierto, casi
remitiéndose a la experiencia histórica de su pueblo. Pero, a diferencia del
comportamiento de Israel, en el momento de inaugurar su actividad mesiánica,
es sobre todo dócil a la acción del Espíritu Santo, que le pide desde el
interior aquella definitiva preparación para el cumplimiento de su misión.
Es un período de soledad y de prueba espiritual, que supera con la ayuda de
la palabra de Dios y con la oración.
En el espíritu de la tradición bíblica, y en la línea con la psicología
israelita, aquel número de “cuarenta días” podía relacionarse fácilmente con
otros acontecimientos históricos, llenos de significado para la historia de
la salvación: los cuarenta días del diluvio (cf. Gn 7, 4. 17); los cuarenta
días de permanencia de Moisés en el monte (cf. Ex 24, 18); los cuarenta días
de camino de Elías, alimentado con el pan prodigioso que le había dado nueva
fuerza (cf. 1 R 19, 8). Según los evangelistas, Jesús, bajo la moción del
Espíritu Santo, se acomoda, en lo que se refiere a la permanencia en el
desierto, a este número tradicional y casi sagrado (cf. Mt 4, 1; Lc 4, 1).
Lo mismo hará también en el período de las apariciones a los Apóstoles tras
la resurrección y la ascensión al cielo (cf. Hch 1, 3).
3. Jesús, por tanto, es conducido al desierto con el fin de afrontar las
tentaciones de Satanás y para que pueda tener, a la vez, un contacto más
libre e íntimo con el Padre. Aquí conviene tener presente que los
evangelistas suelen presentarnos el desierto como el lugar donde reside
Satanás: baste recordar el pasaje de Lucas sobre el “espíritu inmundo” que
“cuando sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de
reposo...” (Lc 11, 24); y en el pasaje que nos narra el episodio del
endemoniado de Gerasa que “era empujado por el demonio al desierto” (Lc 8,
29).
En el caso de las tentaciones de Jesús, el ir al desierto es obra del
Espíritu Santo, y ante todo significa el inicio de una demostración ?se
podría decir, incluso, de una nueva toma de conciencia? de la lucha que
deberá mantener hasta el final de su vida contra Satanás, artífice del
pecado. Venciendo sus tentaciones, manifiesta su propio poder salvífico
sobre el pecado y la llegada del reino de Dios, como dirá un día: “Si por el
Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el
reino de Dios” (Mt 12, 28).
También en este poder de Cristo sobre el mal y sobre Satanás, también en
esta “llegada del reino de Dios” por obra de Cristo, se da la revelación del
Espíritu Santo.
4. Si observamos bien, en las tentaciones sufridas y vencidas por Jesús
durante la “experiencia del desierto” se nota la oposición de Satanás contra
la llegada del reino de Dios al mundo humano, directa o indirectamente
expresada en los textos de los evangelistas. Las respuestas que da Jesús al
tentador desenmascaran las intenciones esenciales del “padre de la mentira”
(Jn 8, 44), que trata de servirse, de modo perverso, de las palabras de la
Escritura para alcanzar sus objetivos. Pero Jesús lo refuta apoyándose en la
misma palabra de Dios, aplicada correctamente. La narración de los
evangelistas incluye, tal vez, alguna reminiscencia y establece un
paralelismo tanto con las análogas tentaciones del pueblo de Israel en los
cuarenta años de peregrinación por el desierto (la búsqueda de alimento: cf.
Dt 8, 3; Ex 16; la pretensión de la protección divina para satisfacerse a sí
mismos: cf. Dt 6, 16; Ex 17, 1-7; la idolatría: cf. Dt 6, 13; Ex 32, 1-6),
como con diversos momentos de la vida de Moisés. Pero se podría decir que el
episodio entra específicamente en la historia de Jesús por su lógica
biográfica y teológica. Aún estando libre de pecado, Jesús pudo conocer las
seducciones externas del mal (cf. Mt 16, 23): y era conveniente que fuese
tentado para llegar a ser el Nuevo Adán, nuestro guía, nuestro redentor
clemente (cf. Mt 26, 36-46; Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 2. 7-9).
En el fondo de todas las tentaciones estaba la perspectiva de un mesianismo
político y glorioso, como se había difundido y había penetrado en el alma
del pueblo de Israel. El diablo trata de inducir a Jesús a acoger esta falsa
perspectiva, porque es el enemigo del plan de Dios, de su ley, de su
economía de salvación, y por tanto de Cristo, como aparece claro por el
evangelio y los demás escritos del Nuevo Testamento (cf. Mt 13, 39; Jn 8,
44; 13, 2; Hch 10, 38; Ef 6, 11; 1 Jn 3, 8, etc.). Si también Cristo cayese,
el imperio de Satanás, que se gloría de ser el amo del mundo (Lc 4, 5-6),
obtendría la victoria definitiva en la historia. Aquel momento de la lucha
en el desierto es, por consiguiente, decisivo.
5. Jesús es consciente de ser enviado por el Padre para hacer presente el
reino de Dios entre los hombres. Con ese fin acepta la tentación, tomando su
lugar entre los pecadores, como había hecho ya en el Jordán, para servirles
a todos de ejemplo (cf. San Agustín, De Trinitate, 4, 13). Pero, por otra
parte, en virtud de la “unción” del Espíritu Santo, llega a las mismas
raíces del pecado y derrota al “padre de la mentira” (Jn 8, 44). Por eso, va
voluntariamente al encuentro de la tentación desde el comienzo de su
ministerio, siguiendo el impulso del Espíritu Santo (cf. San Agustín, De
Trinitate, 13, 13).
Un día, dando cumplimiento a su obra, podrá proclamar: “Ahora es el juicio
de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Jn 12,
31). Y la víspera de su pasión repetirá una vez más: “Llega el príncipe de
este mundo. En mí no tiene ningún poder” (Jn 14, 30); es más, “el príncipe
de este mundo está (ya) juzgado” (Jn 16, 11); “¡Ánimo!, yo he vencido al
mundo” (Jn 16, 33). La lucha contra el “padre de la mentira”, que es el
“principe de este mundo”, iniciada en el desierto, alcanzará su culmen en el
Gólgota: la victoria se alcanzará por medio de la cruz del Redentor.
6. Estamos, por tanto, llamados a reconocer el valor integral del desierto
como lugar de una particular experiencia de Dios, como sucedió con Moisés
(cf. Ex 24, 18), con Elías (1 R 19, 8), y sobre todo con Jesús que,
“conducido” por el Espíritu Santo, acepta realizar la misma experiencia: el
contacto con Dios Padre (cf. Os 2, 16) en lucha contra las potencias
opuestas a Dios. Su experiencia es ejemplar, y nos puede servir también como
lección sobre la necesidad de la penitencia, no para Jesús que estaba libre
de pecado, sino para todos nosotros. Jesús mismo un día alertará a sus
discípulos sobre la necesidad de la oración y del ayuno para echar a los
“espíritus inmundos” (cf. Mc 9, 29) y, en la tensión de la solitaria oración
de Getsemaní, recomendará a los Apóstoles presentes: “Velad y orad, para que
no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es
débil” (Mc 14, 38). Seamos conscientes de que, amoldándonos a Cristo
victorioso en la experiencia del desierto, también nosotros tendremos un
divino confortador: el Espíritu Santo Paráclito, pues el mismo Cristo ha
prometido que “recibirá de lo suyo” y nos lo dará (cf. Jn 16, 14): Él, que
condujo al Mesías al desierto no sólo “para ser tentado” sino también para
que diera la primera demostración de su poderosa victoria sobre el diablo y
sobre su reino, tomará de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre
Satanás, su primer artífice, para hacer partícipe de ella a todo el que sea
tentado.
(B. Juan Pablo II, El Espíritu Santo en la experiencia del desierto,
Audiencia General del día miércoles 21 de julio de 1990)
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Santos Padres: San Ambrosio - En Cristo fuimos todos tentados, y en
Cristo todos hemos triunfado (Lc 4, 1-15)
Jesús, pues, lleno del Espíritu Santo, es conducido al desierto
intencionadamente, con el fin de provocar al diablo misteriosamente —pues
si éste no hubiera combatido, el Señor no hubiera vencido por mí—, para
librar a este Adán del destierro; como prueba y demostración de que el
diablo tiene envidia de los que se esfuerzan en ser mejores, y por eso se ha
de ser precavidos, no sea que la flaqueza del alma traicione la gracia del
misterio.
Cuarenta días: reconoce que se trata de un número misterioso. Como lo
recuerdas, es el número de días en los cuales se derramaron las aguas de los
abismos, que fue santificado por el ayuno de otros tantos días del profeta
en favor de un cielo sereno (1 Reg 19,8); por un ayuno de igual número de
días mereció Moisés recibir la Ley; es el número de años en que nuestros
padres, viviendo en el desierto, obtuvieron el pan de los ángeles y el
beneficio de una comida celeste, y hasta que no se cumplió el tiempo
señalado por este número misterioso no merecieron entrar en la tierra
prometida; no es extraño que, después de esos días del ayuno del Señor, se
nos manifieste a nosotros la entrada del Evangelio. Luego, si alguno desea
alcanzar la gloria del Evangelio y el fruto de la resurrección, no debe
sustraerse a este ayuno misterioso, que Moisés en la Ley y Cristo en el
Evangelio nos muestran, por la autoridad de los dos Testamentos, ser la
prueba auténtica de la virtud.
Más ¿con qué fin ha escrito el evangelista que el Señor tuvo hambre, siendo
así que en el ayuno de Moisés y de Elías no encontramos ninguna indicación
en este sentido? ¿Es que la paciencia de los hombres sería más valerosa que
la de Dios? Más Aquel que no ha podido tener hambre durante cuarenta días ha
mostrado que Él tenía hambre, no de la comida corporal, sino de salvación,
al mismo tiempo que acosaba al adversario ya temeroso, al cual el ayuno de
cuarenta días lo había herido.
De este modo, el hambre del Señor es una
piadosa trampa: el diablo, temiendo en El una superioridad, estaba
precavido: engañado a la vista de su hambre, va a tentarle como a un hombre,
para que no se impidiese el triunfo. Aprende al mismo tiempo este misterio:
es obra del Espíritu Santo, juicio de Dios, que Cristo sea expuesto al
diablo para ser tentado.
Y el diablo le dijo: Si tú eres el Hijo de Dios, di a esta piedra que se
convierta en pan.
Conocemos que existen tres dardos principales con los cuales el diablo
acostumbra a armarse para herir al alma humana: uno la gula, otro la vanidad
y el tercero la ambición. Por eso él comienza, por donde ya venció: Por eso
comienzo a vencer en Cristo por donde yo he sido vencido en Adán, ya que
Cristo, imagen del Padre, es mi modelo de virtud. Aprendamos, pues, nosotros
a guardarnos de la gula, de la sensualidad, pues es un dardo del diablo. El
lazo se tiende cuando se adereza la mesa de un festín real, que con
frecuencia hace aflojar la constancia del alma. Pues no sólo cuando oímos
las palabras del diablo, sino también cuando vemos sus riquezas, debemos
evitar su lazo. Has reconocido el dardo del diablo; toma el escudo de la fe
(Eph 6, 16) y la coraza de la abstinencia.
Mas ¿qué significa esta entrada en materia: Si tú eres el Hijo de Dios, sino
que él sabía que el Hijo de Dios había de venir? Pero no pensaba que hubiese
venido en la debilidad de este cuerpo. Por una parte sondea, por otra
tienta; alardea de creer en Dios y se esfuerza por engañar al hombre.
Pero observa las armas de Cristo, gracias a las cuales El ha triunfado por
ti, no por El. Pues ha mostrado que su poder podría cambiar las piedras en
pan, cuando ha transformado otra naturaleza; más te enseña que no hay que
obrar al arbitrio del diablo, ni siquiera para mostrar tu fuerza. Aprende al
mismo tiempo, en esta misma tentación, la artificiosa habilidad del diablo:
tienta para sondear, y sondea para tentar. A su vez, el Señor le burla para
vencerle, y le vence para burlarle. Pues, si transformase la naturaleza,
traicionaría al Creador. Por eso le da una respuesta evasiva al decir: Está
escrito que el hombre no sólo vive de pan sino de toda palabra de Dios.
Ves qué clase de armas emplea para defender al hombre contra los asaltos
del espíritu perverso fortificándole y guarneciéndole contra las
tentaciones de la gula. No usa, como Dios, de su poder — ¿para qué me
aprovecharía?—, más, como hombre, se busca una ayuda común, para que,
ocupado en alimentarse de la lectura divina hasta olvidar el hambre
corporal, adquiera el alimento de la palabra celestial. Ocupado de esta
forma, Moisés no ha deseado el pan; ocupado de esta forma, Elías no ha
sentido el hambre de un ayuno prolongado.
Pues no es posible a quien sigue
al Verbo desear el pan de la tierra, cuando ha recibido la sustancia del
pan del cielo —sin duda alguna es preferible a lo humano lo divino, a lo
corporal lo espiritual—; por eso, el que desea la vida verdadera espera este
pan, que, por su sustancia invisible, robustece el corazón de los hombres
(Ps 103, 15). Al mismo tiempo, cuando dice: El hombre no vive solamente de
pan, muestra que es el hombre el que ha sido tentado, es decir, el que ha
pagado por nosotros, y no ni divinidad.
Viene en seguida la flecha de la vanidad, en la cual se cae fácilmente,
porque, deseando los hombres hacer alardes de su virtud, abandonan su
puesto, el lugar de sus méritos. Y le condujo, se dice, a Jerusalén, y lo
colocó sobre el pináculo del templo.
Tal es el efecto de la vanidad: cuando cree uno elevarse más alto, el deseo
de hacer acciones brillantes lo precipita a los abismos.
Y él le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo. ¡Palabra
verdaderamente diabólica, que se esfuerza por precipitar al alma humana del
lugar donde la han elevado sus méritos!, pues, ¿hay cosa más propia del
diablo que aconsejar echarse abajo?
Aprende también aquí a vencer al diablo. El Espíritu te guía, sigue al
Espíritu. No te dejes llevar por los atractivos de la carne; lleno del
Espíritu, aprende a despreciar los placeres; ayuna si quieres vencer. Es
normal que el diablo piense tentarte por un hombre; Cristo, siendo más
fuerte, es tentado de frente, tú por un hombre. Es la palabra del diablo
cuando un hombre te dice: "Eres fuerte: come y bebe, y permanecerás el
mismo." No te fíes de ti mismo; no te avergüences de tener necesidad de
auxilios que Cristo no necesitó y, sin embargo, no descuidó, a fin de
enseñarte por estas palabras: Guardaos, no sea que se apeguen vuestros
corazones con la glotonería y la borrachera (Lc 21, 34). No se avergonzó
Pablo, que dijo: Yo, pues, así corro, no como a la ventura; así lucho en el
pugilato, no como quien da en el aire, sino que abofeteo mi cuerpo y lo
reduzco a la esclavitud, no sea que, después de pregonar el premio para
otros, quede yo descalificado (1 Cor 9,26-27).
Al mismo tiempo muestra el diablo su debilidad y su malicia, pues no puede
dañar sino a quien se precipita a sí mismo. Quien renuncia al cielo para
escoger la tierra, deliberadamente hace caer su vida en una especie de
precipicio. En este momento, al ver el diablo su dardo embotado, que había
sometido a todos los hombres a su poder, comenzó a pensar que allí había
algo más que un hombre. Pero una vez más el Señor piensa que no debe obrar
al arbitrio del diablo lo que de El mismo había sido profetizado, pero sale
al paso de sus artificios con la autoridad de la propia divinidad; de modo
que el que alegaba ejemplos de la Escritura sería vencido por la misma
Escritura. Pues Dios tiene el poder de vencer, más la Escritura triunfa por
mí ".
Aprende aquí también que Satanás se transfigura en ángel de luz (2 Cor
11,14) y con frecuencia se sirve de las Escrituras divinas para tender
lazos a los fieles. De este modo, él hace los herejes, debilita la fe y
ataca los derechos de la piedad. No seas seducido por el hereje, porque
pueda tomar algunos argumentos de la Escritura; y que no se vanaglorie de
que parece docto. También el diablo usa testimonios de las Escrituras, no
para enseñar, sino para envolver y engañar. Ha reconocido que uno se aplica
a la religión, que es honrado por sus virtudes, poderoso en milagros y en
obras: le tiende el lazo de la vanidad para inflar a este hombre con el
orgullo, de suerte que no se confíe en la piedad, sino en su vanidad, y en
lugar de atribuir a Dios el bien, se da a sí el honor. Por eso los apóstoles
imperaban a los demonios, no en su nombre, sino en el de Cristo, para que
no pareciera que se atribuían alguna cosa. De este modo Pedro cura al
paralítico, diciendo: En el nombre de Jesús de Nazaret, levántate y anda
(Act 3,6). Aprende también de Pablo a huir de la vanidad: Y sé de tal
hombre —si en el cuerpo o si separadamente del cuerpo, no lo sé; Dios lo
sabe— que fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que no es
concedido al hombre hablar. Por lo que toca a este tal, me gloriaré; mas lo
que toca a mí mismo, no me gloriaré sino en las flaquezas (2 Cor 12,3-5).
Una vez más el diablo, habiendo reconocido a un fuerte, pone en juego la
vanidad, que engaña aun a los fuertes; más el Señor le responde: No tentarás
al Señor tu Dios. Por donde puedes conocer que Cristo es Señor y Dios, y que
el Padre y el Hijo no son sino un solo poder, según está escrito: El Padre
yo somos uno (lo 10,30). Y por eso, si el diablo se acerca a este uno'',
exponle que está escrito: "Yo y mi Padre somos uno'', y resalta el "uno" de
modo que no dividas el poder; y resalta el "uno" sin separar el Padre y el
Hijo".
Y el diablo le condujo todavía a una montaña muy elevada, y le mostró todos
los reinos del universo en el espacio de un instante.
Rectamente en el espacio de un instante son mostradas las cosas del siglo y
de la tierra; pues no indica tanto la rapidez de la visión cuanto la
fragilidad de un poder caduco: todo pasa en un instante, y, con frecuencia,
los honores del mundo se van antes de que lleguen. ¿Qué puede haber en el
siglo de larga duración, cuando los mismos siglos no duran largamente? Esto
nos enseña a despreciar el soplo de una vana ambición, atendido que toda
dignidad secular está sujeta al poder del diablo ", frágil para quien la usa
y vana para el fruto.
Mas ¿cómo es que aquí da el poder el diablo, cuando lees en otro lugar que
todo poder viene de Dios? (Rom 13,1). ¿Es que se puede servir a dos señores
y de los dos recibir el poder? ¿No hay aquí una contradicción? De ninguna
manera. Más ve que todo viene de Dios. Pues sin Dios no hay mundo, ya que el
mundo ha sido hecho por El (Jn 1,10); pero, aunque hecho por Dios, sus obras
son malas, pues el mundo todo está bajo el maligno (1 Jn 5,19); la
ordenación del mundo es de Dios, las obras del mundo son del malo. De este
modo, la institución de los poderes viene de Dios; la ambición del poder,
del maligno. Así también, no hay poder, dice, que no venga de Dios; aquellos
que existen han sido instituidos por Dios: no dados, sino instituidos; y el
que resiste al poder, dice, resiste a la institución, de Dios (Rom 13,1).
Igualmente, aunque el diablo diga que da el poder, no rechaza que todo le ha
sido dejado por un tiempo solamente. El que lo ha dejado, lo ha ordenado, y
el poder no es malo, sino el que usa mal del poder. También, ¿quieres vivir
sin temor a la autoridad? Haz el bien y tendrás su aprobación (Rom 13,3).
No es malo el poder, sino la ambición. Por lo demás, la institución de la
autoridad viene de tal forma de Dios, que el que usa bien de ella se
convierte en ministro de Dios: Es ministro de Dios para el bien (Rom 13,4).
No hay, pues, culpa alguna en el ministerio, sino en el ministro; no puede
desagradar la institución divina, sino el que la administra. Si, pasando del
cielo a la tierra, por poner un ejemplo, un emperador da honores y recibe
la gloria: si alguno usa mal esos honores, no tiene culpa de ello el
emperador, sino el juez; cada crimen tiene su reo, y esto no es debido a la
autoridad que tiene, sino al servicio que ha hecho de ella.
¿Qué diremos, pues? ¿Es bueno usar de la autoridad, buscar honores? Es bueno
recibirlos, no arrebatarlos. Hay que distinguir también este mismo bien: uno
es el buen uso según el mundo, y otro el uso perfectamente virtuoso; pues el
bien es que el deseo de conocer la divinidad no sea impedido por ninguna
ocupación. Es cierto que hay muchos bienes, pero una sola es la vida eterna:
Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu
enviado Jesucristo (Jn 17,3). También porque la vida eterna es el mayor
fruto y sólo Dios es el remunerador de la vida eterna. Adoremos, por lo
mismo, a solo Dios, y sólo a El sirvamos, a fin de que El solo nos dé en
recompensa el fruto más abundante; huyamos de todo lo que está cometido al
poder del diablo, porque, como perverso tirano, ejerce cruelmente el poder
que ha recibido sobre los que encuentra en su reino.
La autoridad no viene del diablo, pero está expuesta a las insidias del
diablo. No se sigue, por lo mismo, que la institución de la autoridad sea
mala, porque esté expuesta al mal; es buena cosa buscar a Dios, pero en esa
búsqueda puede uno desviarse y errar: si el que busca se inclina hacia el
sacrilegio por una interpretación tortuosa, tiene peores resultados para él
la búsqueda que si no la hiciese. Sin embargo, no está la falta en la
búsqueda, sino en el buscador, y no es la búsqueda la que expone al mal,
sino las disposiciones del buscador. Luego, si el que busca a Dios
frecuentemente se halla tentado por la flaqueza de la carne y la limitación
de la inteligencia, ¿cuánto más estará expuesto a esto el que busca al
mundo?
El gran daño de la ambición es que se hace menesterosa para alcanzar
dignidades; con frecuencia, aquellos a quienes ningún vicio ha podido
vencer, ni siquiera la lujuria o la avaricia, los ha hecho criminales la
ambición. Procura el favor de los de fuera, el peligro de los de dentro, y,
para dominar a los demás, comienza por ser esclavo; prodiga las reverencias
para recibir los honores y, queriendo estar en la cumbre, se humilla;
porque en el poder lo que cuenta es ahuyentar; se hace la ley a las leyes,
se hace uno a sí mismo esclavo.
Se dirá tal vez que sólo el que ha hecho el mal es el que teme. Sin embargo,
el que navega teme naufragar, y, por el contrario, cuando está en tierra
firme, no tiene tal temor; mas, si se embarca sobre el elemento movible, se
expone a peligros más frecuentes. Huye, pues, del mar del mundo y no temerás
el naufragio.
Aunque a veces la copa de los árboles es sacudida fuertemente
por el vendaval, sin embargo, no caen al suelo por la solidez de sus raíces;
más cuando el viento huracanado sopla en el mar, si no todos naufragan,
todos al menos están en peligro. Del mismo modo, contra el viento de los
espíritus perversos nadie está firmemente asegurado en la arena (Mt 7,27) o
en el mar, y "el viento solano hace pedazos las naves de Tarsis" (Ps 47,8).
Esto en orden al sentido moral.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (1) nº 14-32, BAC,
Madrid, 1966, pp. 195-204)
Santos Padres: San Gregorio Magno - las tentaciones
1. Suelen algunos dudar sobre qué espíritu fue el que llevó a Jesús al
desierto, a causa de que luego se añade: Le transportó el diablo a la ciudad
santa, y después: Le subió el diablo a un monte muy encumbrado; pero en
realidad, y sin cuestión alguna, comúnmente se conviene en creer que fue
llevado al desierto por el Espíritu Santo; de manera que su Espíritu le
llevaría allí donde le hallaría el espíritu maligno para tentarle.
Más he aquí que la mente se resiste a creer y los oídos humanos se asombran
cuando oyen decir que Dios Hombre fue transportado por el diablo, ora a un
monte muy encumbrado, ora a la ciudad santa. Cosas, no obstante, que
conocemos no ser increíbles si reflexionamos sobre ello y sobre otros
sucesos.
Es cierto que el diablo es cabeza de todos los inicuos y que todos los
inicuos son miembros de tal cabeza. Pues qué, ¿no fue miembro del diablo
Pilatos? ¿No fueron miembros del diablo los judíos que persiguieron a Cristo
y los soldados que lo crucificaron? ¿Qué extraño es, por tanto, que
permitiera ser transportado al monte por aquel a cuyos miembros permitió
también que le crucificaran?
No es, pues, indigno de nuestro Redentor, que había venido a que le dieran
muerte, el querer ser tentado; antes bien, justo era que, como había venido
a vencer nuestra muerte con la suya, así venciera con sus tentaciones las
nuestras.
Debemos, pues, saber que la tentación se produce de tres maneras: por
sugestión, por delectación y por consentimiento. Nosotros, cuando somos
tentados, comúnmente nos deslizamos en la delectación y también hasta el
consentimiento, porque, engendrados en el pecado, llevamos además con
nosotros el campo donde soportar los combates. Pero Dios, que, hecho carne
en el seno de la Vir-gen, había venido al mundo sin pecado, nada contrario
soportaba en sí mismo. Pudo, por tanto, ser tentado por sugestión, pero la
delectación del pecado ni rozó siquiera su alma; y así, toda aquella
tentación diabólica fue exterior, no de dentro.
2. Ahora bien, mirando atentos al orden en que procede en Él la tentación,
debemos ponderar lo grande que es el salir nosotros ilesos de la tentación.
El antiguo enemigo se dirigió altivo contra el primer hombre, nuestro padre,
con tres tentaciones; pues le tentó con la gula, con la vanagloria y con la
avaricia; y tentándole le venció, porque él se sometió con el
consentimiento. En efecto, le tentó con la gula cuando le mostró el fruto
del árbol prohibido y le aconsejó comerle. Le tentó con la vanagloria cuando
dijo: Seréis como dioses. Y le tentó con la avaricia cuando dijo: Sabedores
del bien y del mal; pues hay avaricia no sólo de dinero, sino también de
grandeza; porque propiamente se llama avaricia cuando se apetece una
excesiva grandeza; pues, si no perteneciera a la avaricia la usurpación del
honor, no diría San Pablo refiriéndose al Hijo unigénito de Dios (Flp 2, 6):
No tuvo por usurpación el ser igual a Dios. Y con esto fue con lo que el
diablo sedujo a nuestro padre a la soberbia, con estimularle a la avaricia
de grandezas.
3. Pero por los mismos modos por los que derrocó al primer hombre, por esos
mismos modos quedó el tentador vencido por el segundo hombre. En efecto, le
tienta por la gula, diciendo: Di que esas piedras se conviertan en pan; le
tentó por la vanagloria cuando dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí
abajo; y le tentó por la avaricia de la grandeza cuando, mostrándole todos
los reinos del mundo, le dijo: Todas estas cosas te daré si, postrándote
delante le mí, me adorares. Mas, por los mismos modos por los que se
gloriaba de haber vencido al primer hombre, es él vencido por el segundo
hombre, para que, por la misma puerta por la que se introdujo para
dominarnos, por esa misma puerta saliera de nosotros aprisionado.
Pero en esta tentación del Señor hay, hermanos carísimos, una cosa que
nosotros debemos considerar, y es que el Señor, tentado por el diablo,
responde alegando los preceptos de la divina palabra, y Él, que con esa
misma Palabra, que era Él, el Verbo divino, podía sumergir al tentador en
los abismos, no ostenta la fuerza de su poder, sino que sólo profirió los
preceptos de la Divina Escritura para ofrecernos por delante el ejemplo de
su paciencia, a fin de que, cuantas veces sufrimos algo de parte de los
hombres malos, más bien que a la venganza, nos estimulemos a practicar la
doctrina.
Ponderad, os ruego, cuán grande es la paciencia de Dios y cuán grande es
nuestra impaciencia. Nosotros, cuando somos provocados con injurias o con
algún daño, excitados por el furor, o nos vengamos cuanto podemos, o
amenazamos lo que no podemos. Ved cómo el Señor soportó la contrariedad del
diablo y nada le respondió sino palabras de mansedumbre: soporta lo que
podía castigar, para que redundase en mayor alabanza suya el que vencía a su
enemigo, sufriéndole, por entonces y no aniquilándole.
4. Es de notar lo que sigue: que, habiéndose retirado el diablo, los ángeles
le servían (a Jesús). ¿Qué otra cosa se declara aquí sino las dos
naturalezas de una sola persona, puesto que simultáneamente es hombre, a
quien el diablo tienta, y el mismo es Dios, a quien los ángeles sirven?
Reconozcamos, pues, en Él nuestra naturaleza, puesto que, si el diablo no
hubiera visto en Él al hombre, no le tentara; y adoremos en Él su divinidad,
porque, si ante todo no fuera Dios, tampoco los ángeles en modo alguno le
servirían.
5. Ahora bien, como la lección coincide en estos días en que hemos oído
referir el ayuno de nuestro Redentor por espacio de cuarenta días, ya que
también nosotros iniciamos el tiempo. de Cuaresma, debemos examinar por qué
esta abstinencia se guarda durante cuarenta días. Y hallamos que Moisés,
para recibir la Ley la segunda vez, ayunó cuarenta días; Elías ayunó en el
desierto cuarenta días; el mismo Creador de los hombres, cuando vino a los
hombres, durante cuarenta días no tomó en absoluto alimento alguno.
Procuremos también nosotros, en cuanto nos sea posible, mortificar nuestra
carne por la abstinencia durante el tiempo cuaresmal de cada año.
¿Por qué también se observa el número cuarenta sino porque la virtud del
Decálogo se completa por los cuatro libros del santo Evangelio? Pues como el
número diez, multiplicado por cuatro, suma cuarenta, así, cuando observamos
los cuatro evangelios, entonces cumplimos perfectamente los preceptos del
Decálogo.
También esto puede entenderse en otro sentido: este cuerpo mortal está
compuesto de cuatro elementos, y por las concupiscencias de este mismo
cuerpo nos oponemos a los preceptos del Señor, y los preceptos del Señor
están consignados en el Decálogo; luego, ya que por las concupiscencias de
la carne hemos despreciado los preceptos del Decálogo, justo es que
mortifiquemos esa misma carne cuatro veces diez veces.
Aunque también esto del tiempo cuaresmal puede entenderse de otro modo.
Desde el día de hoy hasta la solemnidad pascual pasan seis semanas, que son
cuarenta y dos días, de los cuales, como se substraen a la abstinencia los
seis días del Señor, no quedan para la abstinencia más que treinta y seis
días; ahora bien, como, de los trescientos sesenta y cinco días que tiene el
año, nosotros nos castigamos durante treinta y seis días, resulta como que
damos al Señor las décimas de nuestro año; de manera que nosotros, que
vivimos para nosotros mismos el año recibido, en las décimas de él nos
mortificamos con la abstinencia en obsequio de nuestro Creador. Por tanto,
hermanos carísimos, así como en la Ley se manda ofrecer los diezmos de las
cosas, esforzaos de igual modo en ofrecerle también los diezmos de los días.
Cada cual, conforme sus fuerzas lo consientan, atormente su carne y
mortifique los apetitos de ella y dé muerte a las concupiscencias torpes
para hacerse, como dice San Pablo, hostia viva. Porque la hostia se ofrece y
está viva cuando el hombre ha renunciado a las cosas de esta vida y, no
obstante, se siente importunado por los deseos carnales. La carne nos llevó
a la culpa; tornémosla, pues, afligida, al perdón. El autor de nuestra
muerte, comiendo el fruto del árbol prohibido, traspasó los preceptos de la
vida; por consiguiente, los que por la comida perdimos los gozos del
paraíso, levantémonos a ellos, en cuanto nos es posible, por la abstinencia.
6. Más nadie crea que puede bastarle la sola abstinencia, puesto que el
Señor dice por el profeta (Is 58, 6): ¿Acaso el ayuno que yo estimo no
consiste más bien en esto?; y agrega (v.7); Que partas tu pan con el
hambriento; y que a los pobres y a los que no tienen hogar los acojas en tu
casa, y vistas al que veas desnudo, y no desprecies a tu propia carne. Luego
el ayuno que Dios aprueba es el que le ofrece una mano limosnera, el que se
hace por amor del prójimo, el que está condimentado con la piedad. Da, pues,
al prójimo aquello de que tú te privas, de modo que, de donde tu carne se
mortifica, se alivie la carne del prójimo necesitado; que por eso dice el
Señor por el profeta (Za 7, 5): Cuando ayunabais y plañíais..., ¿acaso
ayunasteis por respeto mío? Y cuando comíais y bebíais, ¿acaso no lo hacíais
mirando por vosotros mismos? Come, pues, y bebe para sí quien toma para sí,
sin atender a los indigentes, los alimentos corporales, que son dones
comunes del Creador; y cada cual ayuna para sí cuando lo de que por algún
tiempo se priva no lo da a los pobres, sino que lo reserva para ofrecerlo
después a su cuerpo. De ahí lo que se dice por Joel: Santificad el ayuno;
porque santificar el ayuno es ofrecer a Dios una digna abstinencia de la
carne junto con otras obras buenas. Cese la ira; apláquense las disensiones,
pues en vano se atormenta la carne si el alma no se reprime en sus malos
deseos, puesto que el Señor dice por el profeta (Is 58, 3-5): Es porque en
el día de vuestro ayuno hacéis todo cuanto se os antoja, y ayunáis para
seguir los pleitos y contiendas y herir con puñadas a otro sin piedad, y
apremiáis a todos vuestros deudores.
Cierto que quien reclama de su deudor lo que le dio, nada injusto hace; pero
digno es que quien se mortifica con la penitencia se prive también de lo que
justamente le corresponde. Así, así es como a nosotros, afligidos y
penitentes, perdona Dios lo que injustamente hemos hecho, si, por amor a Él,
perdonamos lo que justamente nos corresponde.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía XVI, BAC Madrid
1958, p. 596-600).
Aplicación:
Juan Pablo II - las tentaciones
Hemos empezado la Cuaresma para seguir el ejemplo de Cristo que, al inicio
de su actividad mesiánica en Israel, “durante 40 días fue tentado por el
diablo” (Lc 4,1), y “todo aquel tiempo estuvo sin comer” (Lc 4,2).
Nos lo dice el Evangelista Lucas en este primer domingo de Cuaresma, y
después de haber dicho que Cristo “fue tentado por el diablo” (Lc 4,2),
describe detalladamente esta tentación.
Nos hallamos ante un acontecimiento que nos afecta profundamente. La
tentación de Jesús en el desierto ha constituido para muchos hombres,
santos, teólogos, escritores, artistas, un tema fecundo de reflexión y
creatividad. ¡Tan profundo es el contenido de este acontecimiento! Dice
mucho de Cristo: el Hijo de Dios que se ha hecho verdadero hombre. Hace
meditar mucho a cada hombre.
La descripción de la tentación de Jesús, que volvemos a leer este domingo de
Cuaresma, tiene una elocuencia especial. Efectivamente, en este período,
incluso más que en cualquier otro, el hombre debe hacerse consciente de que
su vida discurre en el mundo entre el bien y el mal. La tentación no es más
que dirigir hacia el mal todo aquello de lo que el hombre puede y debe hacer
buen uso.
Si hace mal uso de ello, lo hace porque cede a la triple concupiscencia:
concupiscencia de los ojos, concupiscencia de la carne y orgullo de la vida.
La concupiscencia, en cierto sentido, deforma el bien que el hombre
encuentra en sí y alrededor de sí, y falsea su corazón. El bien, desviado de
este modo, pierde su sentido salvífico y, en vez de llevar al hombre a Dios,
se transforma en instrumento de satisfacción de los sentidos y de
vanagloria.
No se trata ahora de someter a un análisis detallado la descripción de la
tentación de Cristo, sino de llamar la atención sobre el deber que tiene
cada uno de meditarla convenientemente. Es preciso, sobre todo, que en el
tiempo de Cuaresma cada uno entre en sí mismo y se dé cuenta de cómo siente
él específicamente esta tentación. Y que aprenda de Cristo a superarla.
La tentación nos aparta de Dios y nos dirige de modo desordenado a nosotros
mismos y al mundo. Y, por esto, juntamente con la lectura del Evangelio de
hoy, tratamos de comprender también otras lecturas de esta liturgia.
La primera lectura del libro del Deuteronomio invita a ofrecer a Dios en
sacrificio las primicias de los frutos de la tierra. Si la tentación nos
dirige de modo desordenado hacia nosotros mismos y hacia el mundo, tenemos
que superar este modo desordenado precisamente con el sacrificio. Cultivando
el sacrificio, o mejor, el espíritu del sacrificio, no permitimos a la
tentación que prevalezca en nuestro corazón, sino que mantenemos a éste en
clima de interioridad y de orden.
El Salmo responsorial nos enseña la confianza en Dios y a abandonarnos en su
santa Providencia. Se trata del maravilloso Salmo 90(91), que debemos
conocer bien procurando orar de vez en cuando con sus palabras:
“Tú que habitas al amparo del Altísimo,/ que vives a la sombra del
Omnipotente,/ di al Señor: "refugio mío, alcázar mío,/ Dios mío confío en
ti"“ (Sal 90(91), 1-2).
Así dice el hombre, y Dios responde:
“Se puso junto a mí: lo libraré;/ lo protegeré porque conoce mi nombre,/ me
invocará y lo escucharé./ Con él estaré en la tribulación,/ lo defenderé, lo
glorificaré” (Sal 90(91), 14-15).
Las lecturas de la liturgia de hoy parecen decir: si no quieres ceder a las
tentaciones, si no quieres dejarte guiar por ellas hacia caminos
extraviados, ¡Sé hombre de oración! Ten confianza en Dios, y manifiéstala
con la oración.
Y aún nos dice más la liturgia cuaresmal de hoy: ¡Sé hombre de fe profunda y
viva!
Escuchad las palabras de la carta de San Pablo a los Romanos: “Entonces,
¿qué dice? Cerca de ti está la palabra: la tienes en tu boca y en tu
corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si
confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a
la justicia, y por la profesión de los labios, a la salvación” (Rm 10,8-10).
Por lo tanto, ¡Sé hombre de fe! Sobre todo, ahora, en el tiempo de Cuaresma,
renueva tu fe en Jesucristo: crucificado y resucitado.
¡Medita la enseñanza de la fe! ¡Medita sus verdades divinas!
Y principalmente: penetra con la fe tu corazón y tu vida (“Por la fe del
corazón llegamos a la justicia”).
Profesa esta fe con la mente y con el corazón; con la palabra y con las
obras: (“por la profesión de los labios llegamos a la salvación”).
“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de
Dios” (Mt 4,4).
Efectivamente, debemos orar cada día por el pan cotidiano. Pero, al mismo
tiempo, debemos vivir para la eternidad.
(Homilía en la parroquia de Santa María de la Merced y San Adrián Mártir, 20
de febrero de 1983)
Aplicación:
Benedicto XVI - la cuaresma
Queridos hermanos y hermanas:
El miércoles pasado, con el rito penitencial de la Ceniza, comenzamos la
Cuaresma, tiempo de renovación espiritual que prepara para la celebración
anual de la Pascua. Pero, ¿qué significa entrar en el itinerario cuaresmal?
Nos lo explica el Evangelio de este primer domingo, con el relato de las
tentaciones de Jesús en el desierto. El evangelista san Lucas narra que
Jesús, tras haber recibido el bautismo de Juan, "lleno del Espíritu Santo,
volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por
el desierto, mientras era tentado por el diablo" (Lc 4, 1-2). Es evidente la
insistencia en que las tentaciones no fueron contratiempo, sino la
consecuencia de la opción de Jesús de seguir la misión que le encomendó el
Padre de vivir plenamente su realidad de Hijo amado, que confía plenamente
en él. Cristo vino al mundo para liberarnos del pecado y de la fascinación
ambigua de programar nuestra vida prescindiendo de Dios. Él no lo hizo con
declaraciones altisonantes, sino luchando en primera persona contra el
Tentador, hasta la cruz. Este ejemplo vale para todos: el mundo se mejora
comenzando por nosotros mismos, cambiando, con la gracia de Dios, lo que no
está bien en nuestra propia vida.
De las tres tentaciones que Satanás plantea a Jesús, la primera tiene su
origen en el hambre, es decir, en la necesidad material: "Si eres Hijo de
Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan". Pero Jesús responde con
la Sagrada Escritura: "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4, 3-4; cf. Dt 8,
3). Después, el diablo muestra a Jesús todos los reinos de la tierra y dice:
todo será tuyo si, postrándote, me adoras. Es el engaño del poder, que Jesús
desenmascara y rechaza: "Al Señor, tu Dios adorarás, y a él solo darás
culto" (cf. Lc 4, 5-8; Dt 6, 13). No adorar al poder, sino sólo a Dios, a la
verdad, al amor. Por último, el Tentador propone a Jesús que realice un
milagro espectacular: que se arroje desde los altos muros del Templo y deje
que lo salven los ángeles, para que todos crean en él. Pero Jesús responde
que no hay que tentar a Dios (cf. Dt 6, 16). No podemos "hacer experimentos"
con la respuesta y la manifestación de Dios: debemos creer en él. No debemos
hacer de Dios "materia" de "nuestro experimento".
Citando nuevamente la Sagrada Escritura, Jesús antepone a los criterios
humanos el único criterio auténtico: la obediencia, la conformidad con la
voluntad de Dios, que es el fundamento de nuestro ser. También esta es una
enseñanza fundamental para nosotros: si llevamos en la mente y en el corazón
la Palabra de Dios, si entra en nuestra vida, si tenemos confianza en Dios,
podemos rechazar todo tipo de engaños del Tentador. Además, de toda la
narración surge claramente la imagen de Cristo como nuevo Adán, Hijo de Dios
humilde y obediente al Padre, a diferencia de Adán y Eva, que en el jardín
del Edén cedieron a las seducciones del espíritu del mal para ser
inmortales, sin Dios.
La Cuaresma es como un largo "retiro" durante el que debemos volver a entrar
en nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del
Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un
tiempo de "combate" espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin
orgullo ni presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es
decir, la oración, la escucha de la Palabra de Dios y la penitencia. De este
modo podremos llegar a celebrar verdaderamente la Pascua, dispuestos a
renovar las promesas de nuestro Bautismo.
Que la Virgen María nos ayude para que, guiados por el Espíritu Santo,
vivamos con alegría y con fruto este tiempo de gracia.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 21 de febrero de 2010)
Aplicación:
P. Jorge Loring, S.J. - el demonio
1.- El Evangelio de hoy nos habla de las tentaciones de Cristo. Esto me da
pie para hablar del demonio: de su existencia y de su actuación en el mundo.
Que el demonio existe es dogma de fe. Dice la Biblia que hubo ángeles que
pecaron y fueron condenados al infierno. Ésos son los demonios. También dice
la Biblia que el demonio anda rondándonos, esperando la ocasión de darnos un
zarpazo.
2.- Sobre la existencia del demonio le oí decir por Televisión Española al
P. Salvador Muñoz Iglesias, Catedrático de Sagrada Escritura en Madrid, en
el programa EL PULSO DE LA FE: «El que no crea en el demonio sólo tiene dos
opciones. Decir que Cristo nos engañó o que se equivocó. Si no podemos
aceptar ninguna de estas dos opciones tenemos que aceptar la existencia del
demonio, por el modo de hablar de Cristo».
3.- Hace algún tiempo fui invitado a la televisión vasca a un debate sobre
la existencia del demonio. Uno de mis contrincantes dijo que el demonio era
un invento de los curas para asustar al pueblo. Yo le contesté que la misión
de la Iglesia no es asustar, sino informar. Por eso avisa que hay demonio y
hay infierno. Porque son dos verdades reveladas por Dios. Y le puse este
ejemplo: Si VD. va por la carretera y se encuentra un letrero que dice
CARRETERA CORTADA - PUENTE HUNDIDO, Vd. no piensa que ese cartel es para
asustarle, sino para avisarle de un peligro. Y si no hace caso y sigue a
120, al llegar al río se va al agua de cabeza.
4.- El demonio también actúa, tentándonos y hasta con posesiones diabólicas,
como el caso histórico de la película EL EXORCISTA. Fue una posesión
diabólica por jugar a la «OUIJA». Pero el demonio, dijo San Agustín, es un
perro atado, sólo muerde al que se le acerca. Las mejores armas para
defendernos del demonio son: la oración (en el Padrenuestro pedimos
protección contra él), la Eucaristía, la Confesión, la devoción a la Virgen
y llevar siempre encima un crucifijo. El demonio huye del crucifijo. Es
mejor llevar colgado al cuello un crucifijo o una medalla que un colgajo que
no sirve de nada.
Volver Arriba
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - La victoria del Rey sobre el
Príncipe de este mundo
La Iglesia propone a nuestra meditación, en este domingo con que iniciamos
el tiempo de Cuaresma, el relato de las tentaciones de Nuestro Señor
Jesucristo en el desierto. De entre la plétora de enseñanzas que se
desprenden del relato evangélico, nos proponemos poner de relieve unas
pocas.
1. Primacía de lo interior
No deja de ser sorprendente, el que después de treinta años de vida oculta,
en un pequeño pueblo de Palestina, el Hijo de Dios Encarnado se retire en
soledad al desierto para abocarse a la oración y a la penitencia.
Para nosotros, hombres de este siglo XX en el que tanto se abusa de las
palabras, hasta vaciarlas de su real contenido, el silencio del Verbo
Divino, de aquel que por antonomasia es la Verdad que puede salvarnos y
librarnos de la tiniebla del espíritu, porque posee en sí todos los tesoros
de la sabiduría y de la ciencia, resulta un escándalo. Que aquel que tiene
poder para sanar toda enfermedad y dolencia, se aparte del trato con la
gente y se sumerja en la soledad, no puede no parecer para muchos un
verdadero contrasentido, máxime en un mundo como el nuestro en que sólo
cuenta la eficacia práctica, el dominio de la materia, fuente de riqueza,
poder y soberbia del hombre que adora la creación de sus propias manos.
Sin duda que al comportarse de esta manera el Señor ha querido enseñarnos la
primacía de lo interior, es decir, que aquello que hace bueno o malo a un
ser humano se plasma ante todo en la intimidad de su corazón, y no fuera de
él. El mal no hay que buscarlo primordialmente en el marco que rodea al
hombre, sino dentro de él. Toda empresa de verdadera liberación de las
lacras que ensombrecen la vida del individuo y de la sociedad debe pues
comenzar por una seria reforma interior.
El Señor había pasado los primeros treinta años de su vida terrena en
Nazaret, pequeño pueblo de Palestina, donde sus coterráneos lo vieron crecer
en edad, sabiduría y gracia. Al terminar dicho período de preparación remota
a su misión, se deja guiar dócilmente por el Espíritu de Dios que lo conduce
al desierto para ser tentado. Él no lo necesitaba para sí, ya que no conoció
el pecado, y ni siquiera la menor inclinación al pecado. Lo hizo para
enseñarnos que toda obra exterior, aun la más santa, es vana y destinada al
fracaso, si no ha sido precedida por aquella "obra" que Dios realiza en
nosotros, liberándonos de la esclavitud del demonio, purificando nuestro
corazón de las escorias del pecado, y elevándonos a la perfección de nuestra
vocación de hijos de Dios.
"Nadie puede dar lo que no posee", nadie puede enseñar libertad alguna a los
demás si primero no es libre en su corazón, nadie puede realizar bien alguno
si primero el Bien no lo ha liberado de su propia maldad. La verdadera
caridad no es fruto de un puro voluntarismo que piensa resolver todo
problema a fuerza de buenas intenciones, sino capacidad de bien de un
corazón renovado, que ha suprimido toda complicidad voluntaria con el mal.
En su retiro de cuarenta días en el desierto, el Señor vence al Príncipe de
este mundo por todos nosotros, conquista nuestra propia victoria, nos
amonesta acerca de la necesidad imperiosa que tenemos de ser salvados,
liberados de la esclavitud del demonio, pues todos somos hijos de ira por
naturaleza. Quien no se adentra en el desierto de su corazón para dejar que
el Espíritu Santo, en el silencio de la oración y el combate ascético, lo
purifique de toda maldad y lo modele según la imagen del hombre nuevo, no
podrá realizar el bien en sí mismo ni contribuir a realizarlo en sus
hermanos, los hombres.
Hoy no son pocos los que creen que podrán liberarse a sí mismos del mal, y
contribuir a liberar de él a toda la humanidad, sin necesidad de un
Salvador, por sus propias fuerzas. Ilusión vana, pues el hombre no es
"espectador" del misterio del mal sino que está plenamente incluido en él, y
por ello la salvación no puede venir sino de Aquel en quien no hay sombra
alguna de pecado, el Dios tres veces santo. "Sólo Dios es bueno", nos ha
dicho Jesús.
En nuestro tiempo se ha vuelto moneda corriente el que muchos propongan
soluciones diversas a los problemas que aquejan a la humanidad sin hacer
referencia alguna al único que puede salvarnos, el Señor. Se cree poder
solucionar multitud de problemas sin necesidad de mirar el propio corazón,
proponiendo cambios de estructuras y leyes que prometen al hombre la
superación de todo mal, tras el espejismo de un futuro paraíso terrenal
construido por el hombre, sin necesidad de ayuda alguna proveniente de lo
alto.
Escuchamos, hasta el hartazgo, las proposiciones de tantos pseudo profetas
que, sin considerarse ellos mismo como los primeros requeridos de salvación,
prometen a los hombres el "secreto de la felicidad personal" y el remedio de
todos los males sociales, en una utópica sociedad universal en la que el
cordero vivirá en paz con el león, sin necesidad alguna de Redención.
Jesucristo va al desierto para enseñarnos que "sólo Dios es bueno", y que
sólo Él tiene "palabras de vida eterna". Vence al demonio para que nosotros
podamos vencer por Él, con Él y en El. Todo paraíso que no pase por su
mensaje de Redención y por la medicina de su gracia es pura utopía,
espejismo propuesto por aquel que desde el principio es "padre de la mentira
y homicida".
2. El combate espiritual
Muchos son los males que conspiran contra la felicidad con que sueñan los
hombres. Todos esos males son, en última instancia, consecuencia del pecado
original, y este último tiene como principal artífice al demonio, que tentó
al hombre para descargar sobre la creatura todo el odio que anidaba en sí
mismo contra el Creador del universo.
Yendo al desierto, para prepararse a enfrentar las tentaciones lel maligno,
el Señor nos quiere hacer ver que nuestro combate no es contra enemigos y
males puramente terrenos. El Apóstol San Pablo lo expresó de manera
categórica en su carta a los efesios: "Nuestra lucha no es contra la carne y
la sangre, sino contra os principados y potestades, contra los dominadores
de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos que andan por los
aires".
La dimensión en que se concreta nuestro combate por vivir el sien y extirpar
toda complicidad con el mal, no es una dimensión le soledad, sino que
estamos en constante interrelación con el Hundo espiritual y sobrenatural.
Dios, mediante su gracia, nos inspira permanentemente todo aquello que nos
lleva a la verdadera consecución de nuestro destino de hijos de Dios; el
demonio, por su parte, nos tienta para tratar de impedirnos, en la medida de
sus posibilidades, la conquista de la felicidad eterna.
No, el hombre no está solo en su peregrinar hacia la verdadera Patria, sino
que múltiples influencias invisibles intervienen en su vida, inspiraciones
de bien que provienen de Dios, inspiraciones de mal con las que el demonio
intenta llevarlo hacia la frustración definitiva de su vocación eterna.
Nuestro combate va pues mucho más allá de la simple superación de
dificultades que nos presenta el mundo en que vivimos. Las tentaciones del
Señor nos aleccionan acerca de la existencia de un ser personal, el demonio,
un ser "pervertido y pervertidor", como lo llamara el Papa Pablo VI en una
de sus alocuciones, que aplica toda su astucia, todo su poder angélico, todo
su odio a Dios, en su intento por conducir a la frágil creatura humana a la
rebelión contra su Creador.
Para llevarnos hacia la perdición utiliza la sed infinita de felicidad que
Dios mismo ha sembrado en nuestra alma al crearnos a su imagen y semejanza.
Nos propone saciar esa sed de nuestro corazón por caminos y en tiempos
radicalmente opuestos a los que Dios, en su Providencia, ha determinado para
nosotros. Es la misma seducción a que sometiera a nuestros primeros padres
en el paraíso: ser como dioses, es decir, no conformarse con la gratitud de
la creatura que se goza de ser amada por Dios, quien la ha llamado al ser
sin necesitar de ella, para hacerla participar de su misma felicidad. Ser
capaces de determinar el bien y el mal, ser capaces de imponer la propia
voluntad a la creación, manipulándola, si es necesario, dominar el universo
como si fuesen reyes de todo y siervos de nadie.
Cuántos ejemplos de aquella soberbia satánica, de aquel deseo de
independencia respecto de Dios, nos ofrece, queridos hermanos, este tiempo
de la historia que nos toca vivir. El hombre pretende crear un paraíso aquí
en la tierra, edificado por sus propias manos, libre de todo mal físico
porque es superado por el progreso técnico a que lo ha conducido su
inteligencia, libre de todo mal moral porque es capaz de llamar bien a lo
que es mal y mal a lo que es bien, capaz de evitar por sus propias fuerzas
todo odio, guerra, codicia, egoísmo entre los hombres.
La técnica nos promete para el futuro el dominio pleno sobre la materia, la
superación de toda enfermedad y dolencia, una perenne juventud, la
manipulación de la genética que nos permitirá el control total de la raza,
el uso abusivo de la sexualidad humana impidiendo con violencia que siga el
curso que Dios le ha impuesto... Los parlamentos y los poderosos de las
naciones dictan leyes que llaman bien a lo que Dios ha llamado mal, y mal a
lo que Dios ha llamado bien; los organismos internacionales prometen superar
toda división en el mundo mediante la difusión del progreso económico y el
hedonismo inmanentista. El hombre repite el grito de rebelión: "iNo queremos
que Éste reine sobre nosotros!". No necesitamos de Jesucristo para alcanzar
nuestro objetivo, no necesitamos de un Salvador venido de lo alto. La
voluntad humana se siente capaz de modificar la realidad por el simple hecho
de así haberlo decidido.
Amados hermanos, el Señor hoy ayuna en el desierto para que comprendamos que
no depende de nosotros el determinar el bien y el mal, el sentido de nuestra
existencia en este mundo. Somos creaturas de Dios, y creaturas cuya
naturaleza está herida por el pecado original, herida de la cual sólo puede
librarnos nuestro único Salvador: Jesucristo. El Señor va al desierto para
darnos la certeza de que Él ya ha vencido al demonio, y de que de ahora en
más todo aquel que "viva en Él" vencerá al maligno. Va al desierto para que
podamos decir libremente que sí al bien, y erradicar el mal de nuestro
corazón. Pero no sólo va allí para nosotros mismos, sino ante todo para dar
gloria a Dios, humillando la soberbia del demonio que pensaba poder destruir
todo vestigio divino en el hombre.
Vayamos también nosotros al desierto, impulsados por el Espíritu Santo, para
que en el silencio de la oración y el combate espiritual que debe
caracterizar este tiempo de Cuaresma, nos vayamos librando cada vez más de
toda complicidad con el mal y podamos así adherirnos a Jesucristo, haciendo
nuestra su victoria.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C,
Ed. Gladius, Buenos Aires, 1994, pp. 92-98)
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Aplicaciones: Beato Dom Columba Marmion - Tentaciones de Jesús
Contemplemos ahora a nuestro divino Rey luchando con el príncipe de los
espíritus rebeldes. Ya sabéis que Jesús permaneció en el desierto cuarenta
días con cuarenta noches visto sólo de las fieras, en el retiro más completo
ayuno más absoluto. Nihil manducavit in diebus illis (Lc.4,2) “donde fue
tentado por el diablo durante cuarenta días. No comió nada en aquellos
días”. Eratque cum bestiis (Mc. 1, 13).”Estaba entre las bestias”
Para comprender bien este misterio de la tentación de Jesús, es menester
recordar lo que tantas veces llevamos dicho: que Cristo se hizo en todo
semejante a nosotros: Debuit per omnia fratribus similari (Hb. 2, 17).”Por
eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos para ser misericordioso y
Sumo Sacerdote fiel…” Ahora bien, imaginaos a qué estado quedaría reducido
un hombre que hubiese pasado cuarenta días sin probar alimento. Nuestro
Señor no quiso hacer un milagro para impedir en él los efectos del ayuno, y
por lo mismo refiere el Evangelio que, transcurrido ese período, sintió
Jesús hambre: Postea esuriit ( Mt 4, 2) “sintió hombre” ; y por cierto, que
después de tanto tiempo, debió encontrarse en un estado de extrema
debilidad y decaimiento. Veamos inmediatamente cómo aprovecha el demonio la
ocasión para tentarle; pero advirtamos antes que al tomar la humanidad
santísima de Jesús nuestras flaquezas, no pudo conocer el pecado: Absque
peccato (Hb 4, 15) “excepto en el pecado”, como tampoco estuvo su alma
sujeta a ninguna ignorancia, error, imperfección o flaqueza moral.
Huelga también añadir que tampoco sintió ninguno de esos movimientos
desordenados que resultan en nosotros de la culpa original o hábito del
pecado. Sí Jesús pasa por nosotros hambre y cansancio, siempre es y será el
Santo de los Santos; de aquí resulta que la tentación que Cristo pudo
sufrir, fue del todo externa, sin detrimento alguno para su alma; sólo pudo
ser tentado por los "príncipes o potestades del mundo tenebroso, por los
espíritus de maldad" (Ef 6, 12)
Hemos de pensar también Que entre esos espíritus perversos, el que tentó a
Cristo, gozaba de un poder muy especial; mas por aguda que fuese su
inteligencia, ignoraba, ello no obstante, quién era Cristo; porque ninguna
criatura puede ver a Dios no siendo en la visión beatífica; pero el demonio
está de ella privado para siempre.
Tampoco podía conocer aquel misterioso vínculo de unión de la divinidad con
la humanidad en Jesucristo. Sospechaba algo seguramente, y no olvidaba la
maldición que sobre él pesaba desde que Dios estableciera enemistad eterna
entre él y la mujer que había de aplastar su cabeza, es decir, destruyendo
su poderío sobre las almas. No podía asimismo ignorar los prodigios
realizados desde el nacimiento de Jesús, como se ve claramente por el
relato de la tentación, pero su ciencia era incierta y de meras conjeturas,
por lo que deseaba conocer entonces de un modo seguro si era el Hijo de
Dios, o por lo menos ver si le era posible triunfar de Él, ya que le tenía
ciertamente por un ser extraordinario.
Aproximado, pues, a Jesús el tentador: Et accedens tentator, y viéndole tan
decaído. procura hacerle caer en un pecado de gula, siquiera éste sea muy
leve, ya que no le presenta platos delicados, pues tenía el demonio una
opinión harto elevada de Aquel a quien iba a tentar, para creer que había de
sucumbir a una sugestión de esa especie, sino que viendo a Jesús tan
extenuado por el hambre, supone que si es Hijo de Dios, bien podrá también
hacer milagros y apagar el hambre. Quería de ese modo inducir a Cristo a que
anticipara la hora prefijada por Él. Padre y realizara un prodigio con un
fin puramente personal: ''Si eres Hijo de Dios, dí que esas piedras, que
aquí están a tus pies, se conviertan en pan".— Mas ¿qué contesta Jesús? ¿Le
manifiesta que es Hijo de Dios? ¿Hará el milagro que le pide el demonio? De
ningún modo. Conténtase con replicarle, recordando unas palabras de la
Escritura: "El hombre no sólo vive de pan, sino también de toda palabra que
procede de la boca de Dios" (Mt, 4, 3).
En otra ocasión, durante la vida pública, trajéronle los Apóstoles comida,
diciéndole: Rabbí, manduca; “come, Maestro”; y Cristo dióles idéntica
respuesta: “Tengo un alimento que vosotros no conocéis, que es cumplir la
voluntad de mi Padre” (Jn 4, 31-32,34) . Eso mismo da a entender al demonio:
esperará para satisfacer el hambre a que el Padre le preste su auxilio, sin
adelantarse un solo instante al momento por Él fijado, a fin de mostrar de
esta suerte su poder: cuando hable el Padre. El escuchará su voz.
Al oír el demonio la repulsa, comprende que Aquel con, quien trata, si no es
el Hijo de Dios, es por lo menos un hombre de extraordinaria santidad: por
lo mismo, va a esgrimir otra arma más peligrosa. Conoce admirablemente la
naturaleza humana; sabe muy que todos cuantos llegaron a un alto grado de
perfección y unión con Dios, están muy por encima de los asaltos del apetito
inferior de los sentidos, pero pueden dejarse seducir por las sugestiones
del orgullo, “más sutiles aún, creyéndose superiores a los demás, y
pensando que, aun cuando se expongan al peligro, como hasta entonces fueron
fieles a Dios, serán objeto de una protección especialísima suya. Ensaya,
pues, el demonio el modo de hacer entrar a Cristo por esa vereda, y haciendo
uso de su poder espiritual, transporta a Jesús al pináculo del templo, y le
dice: "Sí eres el Hijo de Dios échate de aquí abajo. y no habrá peligro
alguno, porque tiene mandado Dios a sus Ángeles que te tomen en sus palmas
para que no tropiece tu pie contra ningún obstáculo" (Mt 4, 5-6; Lc 4,9-11)
. Si Jesús es el Hijo de Dios, verle caer desde las azoteas en medio del
numeroso gentío apiñado en los atrios, era señal cierta de su misión
mesiánica y prueba palmaria de que Dios mora en Él. Y para que la sugestión
tenga todavía más atractivo, le sugiere el demonio otras palabras de la
Escritura. Pero Jesús le responde de un modo irreductible, como soberano
Maestro, con otro texto sagrado: "Escrito está: No tentarás con vana
presunción al Señor tu Dios" (Mt 4,7; Lc 4, 12) . Queda vencido esta vez
también el demonio, y triunfa el Verbo divino de todas sus argucias.
Se apresta' el espíritu de las tinieblas a su postrer ataque, a fin de
vencer a Jesús, y le lleva para ello a la cumbre de un monte, desde donde le
muestra, los imperios todos del orbe, y ante su vista le representa todas
sus riquezas, todo su fausto, toda su gloria. ¡Seductora tentación para el
orgullo de quien se creyera Mesías! Pero antes se imponen las bases del
convenio: era un nuevo ardid del espíritu maligno para conocer en último
término al que le resistía con tanto tesón. “Todo esto es mío; yo te lo
doy, si postrándote me adoras" —le dice el temerario. — Conocida es de todos
la respuesta de Jesús, y el valor con que rechaza las sacrílegas
sugestiones del demonio: "¡Apártate, Satanás! Escrito está: sólo a tu. Dios
adorarás y a Él sólo servirás" ( Mt 4, 8-10; Lc 4, 5-8)
Ya está desenmascarado el príncipe de las tinieblas, y la fuga es su único
recurso; con todo, dice el Evangelio, que se apartó por algún tiempo: Usque
ad tempus (Lc 4, 13) “Por un tiempo”. El escritor sagrado indica con esto
que durante la vida pública el diablo volverá al ataque, si no por sí, por
medio de sus agentes, y perseguirá sin tregua a Nuestro Señor. Durante su
pasión principalmente; sirviéndose de los fariseos, se ensañará con Jesús:
Haec est hora vestra et potestas tenebrarum ( Lc 22, 53). “Esta es vuestra
hora y del poder de las tinieblas” Les tirará de la lengua a ellos y a la
plebe, para que pidan la crucifixión de Jesús: Tolle, crucifige eum (Jn 19,
15).”¡Fuera! ¡Fuera! Crucifícale” Pero bien sabemos que la muerte de Jesús
en la cruz será precisamente el golpe decisivo que derribará para siempre el
poderío de Satanás. ¡Con qué vivos resplandores brilla en sus obras la
sabiduría de Dios!: Qui salutem humani generis in ligno crucis
constituistiut qui in ligno vincebat in ligno quoque vinceretur (Prefacio de
la Cruz).
Añade el Evangelio que "habiéndose apartado el tentador bajaron los Ángeles
del cielo a servir a Jesús" (Mt 4, 11; Mc 1, 13) Era la manifestación
sensible de la gloria a que el Padre ensalzaba a su Hijo por haberse
rebajado hasta soportar en nuestro nombre las embestidas del demonio. Los
Ángeles fíeles se aparecieron, y sirvieron a Jesús aquel pan que esperaba en
la hora señalada por la providencia de su Padre.
Este es el episodio de la tentación.
Y si Jesucristo, el Verbo encarnado, el Hijo de Dios, quiso habérselas con
el espíritu maligno, ¿nos maravillaremos de que los miembros de su cuerpo
místico hayan de seguir la misma senda? ¡Son tantas las personas, aún
piadosas, que creen que la tentación es una señal de reprobación, cuando las
más de las veces sucede lo contrario!.
Hechos por el bautismo discípulos de Jesús, no podemos ser más que el Divino
Maestro (Cf. Mt 10, 24). QUIA accepetus eras Deo, NECESSE FUIT un tentatio
probaret te (Tob. 12, 13): ''Porque eras grato a Dios, fue necesario que la
tentación te probase". Es Dios mismo quien lo dice.
Sí, nos puede tentar el demonio y tentarnos fuertemente, y tentarnos cuando
nosotros nos creemos más al abrigo de sus dardos; en los momentos de
oración, después de la comunión; sí, aún en esos instantes dichosos, nos
puede inspirar pensamientos contra la fe y la esperanza, y lanzar nuestra
imaginación a la independencia (un respecto a los derechos de Dios, a la
rebeldía; puede soliviantar en nosotros las pasiones todas; puede, y
maravilla será que deje de hacerlo.
Más aún: no olvidemos que Jesús, nuestro universal modelo, fue tentado antes
que nosotros, y no sólo tentado, sino tocado por el espíritu de las
tinieblas; permitiendo al demonio atrevido que pusiera sus asquerosas manos
en aquella Humanidad sacratísima.
No olvidemos, sobre todo, que Jesús venció al demonio como Hijo de Dios, y
además, como Cabeza de la Iglesia; y así, en Él y por Él, hemos triunfado y
triunfamos del espíritu de rebeldía. Es efecto de la gracia que nos ha
merecido nuestro Divino Redentor; ella es venero de nuestra confianza en los
combates y tentaciones; y así, sólo nos resta demostrar cómo esta confianza
se hace inquebrantable, y cómo también en la fe en Jesucristo encontraremos
siempre el secreto de la victoria.
(COLUMBA MARMION, Cristo en sus misterios, Ed. LUMEN, Chile, pp. 231-236)
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Aplicación: R.P. Alfonso Torres, S.J. - El ayuno y la tentación del
Señor
También los otros dos sinópticos nos cuentan el ayuno y tentaciones de
Cristo nuestro Señor: San Marcos muy sumariamente y San Lucas enumerando las
tentaciones en orden distinto que San Mateo. Iremos recogiendo y explicando
en el comentario estas divergencias.
Siempre es importante buscar el verdadero punto de vista las palabras que se
comentan; pero, en cierto modo, lo es mucho más en este pasaje del
Evangelio. A veces se observan en quienes lo comentan ciertas explicaciones
un tanto desenfocadas y hasta incoherentes, ciertos titubeos que dañan a la
unidad armónica y a la nitidez de la narración. Y, según mi pobre entender,
proviene todo ello de que tales comentadores no se han puesto en el punto de
vista verdadero desde el principio. La índole misma del asunto es tal, que
si de antemano se pierde el verdadero punto de vista, se pierde el sentido,
o, al menos, el alcance y trascendencia de las palabras.
Pero no nos engolfemos en consideración abstractas que podrían fatigaron sin
necesidad. ¿Cuál es el sentido más profundo que tiene la página evangélica
que comentamos? ¿Es sencillamente la historia de una tentación diabólica que
tiende, como todas las tentaciones, a dañar a un alma? ¿Hay en ella algo
más? Y, si lo hay, ¿qué es? La clave de toda la narración la tendremos, si
acertamos a contestar a estas preguntas.
Evidentemente para el demonio no era Jesús un hombre como los demás. Aunque
todavía no conociera el misterio del Dios-Hombre, veía en Jesús muchas cosas
que no eran comunes a todos los hombres. Su vida en el desierto era una de
ellas, y a ésta podía unir, sin duda, una serie de recuerdos de la Santa
Infancia, que pudo muy bien conocer. Sobre todo, veía que el alma de Jesús
no era como todas las almas. Sobre esa alma excepcional, el no podía nada,
ni siquiera aquello poco que podía sobre las almas de los santos. Tenía
motivos sobrados para pensar si sería el Mesías.
Sin duda, uno de los intentos de Satanás era averiguar con certeza este
punto; pero no esto solo, sino ver si podía desviar de los caminos de Dios
al temido Mesías. Para descubrir las maquinaciones de Satanás en este punto,
es bueno recordar que había logrado desviar al pueblo de Dios y a los mismos
rabinos, que consumían su vida escudriñando la Revelación, del verdadero
concepto del Mesías, y que suscitaba falsos mesías, cuyos caminos no eran
caminos de Dios. Obstinado en su perversa intención, pretendía, sin duda,
emplear idénticas artes con Jesús.
Mirada desde este punto de vista la narración que vamos a comentar, se
explica mejor el carácter de las tentaciones que contiene, como hemos de ir
viendo en el comentario, y se comprende que al ir a comenzar su vida
pública, nuestro Señor sostuviera este combate espiritual, en el cual
quedaron delineados los principios que habían de regularla y, lo que es más,
puestos de relieve, por el contraste que ofrecen con los designios de
Satanás.
Hay que considerar este pasaje evangélico con la atención delicada con que
se deben considerar las páginas más sutiles de la Escritura, pues no se
trata simplemente de unas cuantas tentaciones gruesas, impropias del
momento, sino de pérfidos designios diabólicos, envueltos en todas las
sutilezas de que es capaz el ángel de las tinieblas cuando se transfigura en
ángel de luz.
Con estas consideraciones por guía, empecemos nuestra explicación.
Los tres sinópticos empiezan su narración diciendo que fue el Espíritu quien
condujo al Señor al desierto. El Espíritu es aquí el Espíritu Santo, como se
ve sobre todo por la forma de expresión que emplea San Lucas : Jesús, lleno
del Espíritu Santo, tornó del Jordán, y llevado del Espíritu pasó en el
desierto cuarenta días, etc. Claramente, el Espíritu es aquí sinónimo del
Espíritu Santo. De otro modo San Lucas hubiera creado confusión en sus
lectores. San Mateo y San Lucas emplean el mismo verbo que traducimos por
llevar. San Marcos, en cambio, emplea otro, que significa sacar, diciendo: Y
en seguida el Espíritu le saca al desierto (Mc 1,12).
Sin duda, el Espíritu de Dios quería que Jesús nos enseñara a todos cuál
debe ser la preparación para las grandes obras de Dios: trato con Dios en
soledad. Esa había sido la preparación del Bautista para su ministerio
público, y ésa era también ahora la de nuestro Redentor para empezar el
suyo. Los santos aprendieron esta lección, y por eso todos se prepararon del
mismo modo para cumplir su misión providencial.
Pero el Espíritu de Dios conducía a nuestro Señor al desierto para algo más.
San Mateo nos lo dice claramente cuando escribe: a ser tentado por el
diablo. Entraba en los designios divinos ofrecer a Satanás esta ocasión de
tentar a nuestro divino Redentor Quien venía a deshacer las obras del diablo
(1 10 3,8) es natural que empezara luchando con él y venciéndole. Así
podría, por lo mismo que era probado mediante la tentación, socorrer a los
que son probados (Hebr 2,18). Pero, sobre todo, es el prólogo impropio de la
vida pública del Señor, que en torno a su carácter de Mesías y a la misión
que como tal ha de cumplir, se libre una batalla a fondo contra el espíritu
de las tinieblas. Matar en flor la gran obra de Dios, es designio muy propio
de Satanás, que vemos repetido en las vidas de los santos.
El desierto es palenque muy apropiado para estas luchas, no sólo porque el
enemigo anda vagando por parajes áridos (Mt 12, 43), sino porque en la
soledad fraguan los siervos de Dios sus grandes planes, contra el enemigo, y
es natural que allí acuda éste a estorbarlos. Los evangelistas no
puntualizan el desierto a que se retiró Jesús, pero la tradición sí. Al
noroeste de Jericó hay una montaña hórrida, que todavía se llama de la
Cuarentena, en memoria del ayuno del Señor. Es la misma en cuya cima se
alzaba, en tiempo de los Macabeos, la fortaleza donde fue asesinado el
último de estos héroes. En sus laderas se abren muchas grutas, pobladas en
otro tiempo de anacoretas. Una tradición muy respetable, que con seguridad
llega hasta el siglo VII y que no sería difícil enlazar con la famosa monja
gallega Eteria, peregrina del siglo IV, mediante San Valerio, patriarca de
austeros monjes españoles, localiza el episodio evangélico que comentamos.
Allí pasó Jesús cuarenta días, entre las fieras de la comarca, como dice San
Marcos (Mc 1,13). Por allí merodeaban muchas alimañas, entre otras
chacales, lobos y quizá panteras y leopardos. ¿Quiere insinuar San Marcos
que tuvo allí lugar uno de esos idilios que después encontramos en la vidas
de los santos, y que las fieras rodeaban mansamente al Señor, como habían
rodeado a Adán en el paraíso? No falta quien lo piense.
En paraje tan solitario y salvaje permaneció el Señor, orando y ayunando,
cuarenta días. Los evangelistas hablan de este ayuno con palabras que
podrían parecernos redundantes. San Mateo dice, como habéis oído: Y habiendo
ayunado cuarenta días y cuarenta noches... San Lucas se expresa de este
modo: y no comió nada en aquellos días (4,2). Es la manera que tienen de
decirnos que el ayuno de Jesús fue absoluto y que se distinguió de los
ayunos de los judíos en que tampoco de noche comió, según estos solían
comer. Su poder divino le sostuvo en tan dura penitencia.
Sumido en contemplación altísima, vivió todo ese tiempo una vida más
celestial que terrena. Quizá por eso no sintió hasta el estímulo del hambre,
como da a entender San Mateo cuando escribe: y habiendo ayunado cuarenta
días y cuarenta noches, últimamente tuvo hambre. Así consagró el Señor, con
su ejemplo, el género de vida que ya había llevado el Bautista, y muchos
santos habían de llevar después, y que a tiempos tan faltos de fe como los
nuestros, habían de parecer excesivo, cuando no absurdo. ¿Qué puede entender
el mundo de una vida tan celestial?
San Mateo y San Marcos nos dan a entender que el enemigo empezó a tentarle
en ese momento, cuando comenzó a sentir el tormento del hambre. Se refieren,
como es natural, a las tres tentaciones que relatan después. Antes de ellas,
— ¿había sido tentado Jesús? Algunos, entre ellos Santo Tomás, lo han
pensado así, apoyándose en lo que dice San Marcos. Este evangelista, que
cuenta muy sumariamente el episodio que ahora comentamos, sólo dice de las
tentaciones esta frase: Y estaba en el desierto cuarenta días, siendo
tentado por Satanás (Mc 1,13). Parece, según estos comentadores, como si San
Marcos nos dijera que Jesús fue tentado durante los cuarenta días que
permaneció en el desierto. Otros, en cambio, ven en las palabras del segundo
Evangelio un resumen brevísimo de lo que cuentan los otros dos Evangelios,
sin nuevas noticias acerca de las tentaciones. La impresión de las palabras
de San Marcos y la precisión con que escribe San Mateo, nos inclinan a
preferir esta segunda manera de ver. A San Marcos hay que entenderlo a la
luz de las circunstanciadas narraciones de San Mateo y San Lucas. En todo
caso, bastaría con lo dicho para comentar las palabras de San Marcos.
Parecen preferir la segunda interpretación los Santos Padres, al ponderar
que el enemigo aguardó a que Jesús tuviera hambre para tentarlo. De hecho,
el enemigo tomó ocasión del hambre, para la primera tentación que nos
cuentan con pormenores los Evangelios. Pasemos a comentarla.
Oigamos de nuevo cómo la refiere San Mateo en la primera tentación leemos: y
llegándose el tentador, le dijo. Esta frase, sobre todo dentro del estilo de
San Mateo, se entendería con dificultad de un acercarse puramente
imaginario. En la segunda tentación, se entendería todavía menos lo de
transportar a Jesús hasta colocarle en el pináculo del templo y, sobre todo,
lo de arrojarse desde allí. ¿Qué podría esto significar? ¿Cómo se podría
Cristo arrojar en visión imaginaria? ¿Cómo le recogerían los ángeles en las
manos? En la tercera podemos argumentar lo mismo. El Evangelio habla de modo
que todo hace pensar en realidades exteriores: que el diablo tome a Jesús,
le lleve a un monte muy alto y le invite a adorarle postrándose en tierra
habla muy claro en tal sentido. Por eso, la generalidad de los Padres y los
comentadores lo entienden así, y nuestro incomparable Maldonado ha podido
escribir frases como ésta: Omnes auctores forma corporea, eaque humana,
accessisse (diabolum) putant. Si se tiene en cuenta que esta historia sólo
la pudieron co nocer los evangelistas mediante la narración hecha por el
mismo Cristo, adquieren nueva fuerza los argumentos que acabamos de oír.
¿Cómo iba nuestro Señor a contar una visión imaginaria en esa forma que nos
han conservado los evangelistas, dando ocasión fundada a que se tomara por
realidad exterior lo que sólo era una imaginación? Teológicamente no se
puede admitir una acción inmediata de Satanás en la imaginación de nuestro
Señor.
Aclarado este punto, volvamos a las palabras de San Mateo que íbamos a
comentar.
Generalmente se dice que la primera tentación fue de gula. Esta calificación
es exacta, pero es necesario precisarla más. Se puede cometer pecado de gula
por diversos caminos, como dice muy bien, aquella clásica enumeración que
recuerda Santo Tomás: Propropere, laute, nimis, ardenter, studiose. Un
exceso de refinamiento, de avidez, de cantidad, de lujo exquisito y de
impaciente apresuramiento en el comer pueden llevar a pecado tan grosero. La
falta de gula propuesta por Satanás a nuestro divino Redentor consistía en
comer antes del momento marcado por la voluntad divina, y valerse para ello
de un medio prodigioso innecesario.
Tampoco es bastante precisar así la forma del pecado, pues en la tentación
que comentamos hay algo más todavía. Lo que Satanás propone a Jesús nuestro
Señor, es que interrumpa la vida de austerísimo ayuno que lleva en el
desierto y que para ello haga un milagro. Para lo primero prescinde de la
voluntad divina, pues no alega otra razón que el hambre. Lo segundo es, en
sustancia, emplear el milagro para procurarse más cómodamente una
mitigación o un alivio. Es el lenguaje de quien no tiene reverencia al poder
divino de hacer milagros, y cree que se debe emplear en lo más trivial de la
vida, sin mirar a otra cosa que al propio regalo, y, a la vez, el lenguaje
de quien no ve las austeridades como un ejercicio santo, sino sólo como una
molestia importuna y odiosa.
Sutilmente se desliza en el modo de hablar usado por el enemigo la
tendencia a tomar el goce de los sentidos como norma suprema de la vida,
acomodándolo todo a ese fin, con pretexto de necesidad y con apariencias de
bien. El alma que siguiera tales insinuaciones, estaría en los antípodas de
aquella sentencia evangélica que dice: Buscad primero el reino de Dios y su
justicia y todas estas cosas (el vestir y el comer) se os darán por
añadidura (Mt 6,33).
Es, en resumen, la tentación de gula como astutamente la suele proponer
Satanás a las almas santas, que rechazarían con horror un pecado de gula
manifiesto. Es el modo de hacerles decaer, y de rebajar gradualmente la
virtud que ejercitan. Más aún, es el modo de hacer menos puro el amor y la
estima de los dones divinos, mirando más al regalo que reportan, que a las
virtudes que implican o promueven.
Es curioso ver cómo este espíritu sutil que circula por la primera
tentación, se apoderó de la turba indocta, en el pueblo de Dios, y le llevó
a un concepto del Mesías groseramente epicúreo. Una serie de prodigios
absurdos debían proporcionar a los judíos todo género de regalo, rodeándolos
de comodidad y abundancia fantásticas. Los caminos redentores desembocarían
en una felicidad terrena, propia de almas absorbidas por la solicitud de
los bienes temporales y olvidadas de los bienes eternos.
Toda la complicada madeja de pérfidas sutilezas, de tendencias perversas,
de mal espíritu que acabamos de indicar, encierra la primera tentación. No
es simplemente una grosera y vulgar tentación de gula; es más bien una red
tendida, con disimulo, por Satanás, transfigurado en ángel de luz. La misión
y la obra del Mesías estaban en juego. Pensemos lo que hubiera sido un
Mesías gobernado por el mal espíritu que acabamos de describir. En vez del
Mesías divino, anunciado por los Profetas, ten dríamos el Mesías soñado por
el pueblo en sus sueños de felicidad terrenal.
La respuesta de Cristo nuestro Señor al enemigo va derechamente al fondo de
las intenciones diabólicas; mas para verlo, necesitamos examinarla con
atención. Recordémosla primero. San Mateo nos la ha referido con estas
palabras: Pero él, respondiendo, dijo: Escrito está; No de sólo pan vivirá
el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Cita el Señor una sentencia que se lee en el sagrado libro del Deuteronomio.
Moisés recuerda a su pueblo que Dios le ha alimentado con el maná en el
desierto, para que conozca que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios (Deut 3,5). Como se ve sin dificultad,
la sentencia de Moisés inculca que Dios tiene otros medios de alimentar al
hombre, además del pan.
Digamos, para quienes no lo saben, que palabra y cosa se expresan con un
mismo término en la lengua hebrea y que en el texto del Deuteronomio
significa evidentemente cosa, aunque la traducción que usamos emplee el
término palabra.
Ahora bien, al citar nuestro Señor las palabras del Deuteronomio, ¿las deja
en el sentido que tienen o les da un alcance distinto? Si las deja en su
propia significación, su respuesta al tentador consistiría en decirle: ¿Por
qué he de convertir las piedras en panes, como si éste fuera el único
alimento, cuando Dios hace tantas cosas para alimento del hombre? Si les da
un alcance mayor, querría decir, según los que admiten semejante
transposición: La única vida no es la del cuerpo; hay otra vida superior, y
por eso el hombre no vive sólo de pan material, sino de la palabra divina,
que es el sustento de esta vida superior.
Pero conviene advertir que ambas interpretaciones no se excluyen mutuamente,
como podría parecer a primera vista, sino que se encuentran reunidas, si
bien se examina el texto evangélico. Parece, desde luego, más seguro que el
Señor citó las palabras del Deuteronomio en el mismo sentido que las había
escrito Moisés, pues no hay argumentos que demuestren una transposición;
pero, aun en este caso, late en ellas el alcance que les da el segundo modo
de interpretarlas. El simple hecho de alegar esta sentencia divina, ¿no dice
claramente que la norma por la cual hay que guiarse para ordenar la propia
vida es la palabra de Dios y no otra norma cualquiera, por perentoria que
sea, aunque se sienta un hambre tan aguda como la que se padece después de
ayunar cuarenta días? ¿Y no es esto decir que, en primer lugar, hay que
vivir de la palabra de Dios?
Por eso podemos muy bien decir que el Señor humilló a Satanás en la
respuesta que le dio, pues fue como preguntarle: ¿Por qué convertir las
piedras precisamente en pan cuando, por voluntad divina, hay tantas otras
cosas de las cuales puede el hombre alimentarse? Pero, a la vez hemos de
reconocer que el Señor va al fondo de las sutiles intenciones del enemigo,
haciéndole ver que lo que más importa—y a ello debe subordinarse todo—es la
fiel sumisión a la palabra divina, aunque para ello haya que sufrir las más
horrendas austeridades. En el fondo de la respuesta resuena aquella palabra
que luego encontraremos en nuestro camino: Porque bajé del cielo no a hacer
la voluntad mía, sino la de aquél que me envió (Jn 6,38). Ni es mi alivio ni
mi regalo el que me guía, sino la voluntad de mi Padre.
La cuestión del milagro quedó en la sombra, sin que Luzbel pudiera
comprender si Cristo tenía o no poder de realizarlo.
La entrega y abandono a la voluntad divina que respiraban las palabras de
nuestro Señor, pusieron de manifiesto una confianza filial y absoluta en el
amor del Padre celestial. Satanás la vio en seguida, y de ella tomó ocasión
para una tentación nueva, que San Mateo nos cuenta, como han oído, con estas
palabras: Entonces le toma el diablo, y le lleva a la ciudad santa y le puso
sobre el pináculo del templo y le dice: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí
abajo; porque escrito está que a sus ángeles dará órdenes acerca de ti, y en
palmas te cogerán, no sea que manques el pie contra alguna piedra.
Pero veo que si queremos abarcar este episodio de las tentaciones en una
sola lección sacra, o vamos a tener que condensarlo demasiado o vamos a
emplear más tiempo del que debemos. Pues vamos a interrumpir aquí nuestro
comentario para terminarlo en la lección próxima.
No acabaremos, sin embargo, la de hoy, sin recoger ciertas enseñanzas que
hay en ella, muy necesarias para todos nosotros. Y sea la primera
persuadirnos, una vez más, de que la vida presente es vida de tentación.
Nadie se ve libre de los asaltos
del enemigo. Si Jesús no quiso verse libre de ellos, ¿cómo hemos de vernos
los demás? Si logramos que nuestra persuasión sea profunda y sincera, no nos
desconcertarán las tentaciones cuando se ofrezcan como si fueran algo
insólito y catastrófico. Nos pondremos a luchar con ellas, como quien
cumple uno de los deberes habituales de la vida presente. Por otra parte,
viviremos vigilantes, según el consejo que a cada paso hemos de encontrar en
el santo Evangelio.
Persuadidos de que las tentaciones nos han de asaltar, nos es necesario
conocer las malas artes del enemigo, sobre todo cuando se transfigura en
ángel de luz. Peligrosas son las tentaciones declaradas y manifiestas que
solicitan al pecado; pero no lo son menos las sutiles y arteras que se
enderezan a derribar a los buenos con falaces apariencias de virtud. Estas
son las que de ordinario agostan en flor los generosos deseos de santidad
que brotan en las almas, y quitan perfección a la virtud hasta reducirla,
por lo menos, a miserable vulgaridad. Como los pájaros en una red invisible,
quedan las almas prendidas en este género de tentaciones, sin poder levantar
su vuelo hacia Dios.
Entre las tentaciones de este género, el Evangelio de hoy nos invita a
mirar, en primer término, la que tiende a desviarnos de la vida austera. Con
mil razones, aparentemente verdaderas, el enemigo procura reblandecer a las
almas cristianas, para irles robando la generosa fortaleza de la virtud.
Quiere llevarlas a cierto género de suavidad y de regalo, a una suerte de
Capua cristiana, donde se diluyan los aceros que son precisos para
perseverar y, sobre todo, para adelantar en el bien. Sin austeridad no hay
firmeza, ni mucho menos perfección de la vida evangélica. El enemigo lo
sabe, y por eso despliega sus pérfidas arterías para sacar a las almas del
camino estrecho y lanzarlas por el ancho y espacioso del regalo y la
comodidad.
Por último, conviene que veamos una vez más cómo el Señor permite las
tentaciones, para mayor gloria de los que ama. El Espíritu Santo condujo al
desierto a nuestro Señor para que fuera allí tentado, a fin de acrecentar su
gloria, y por la misma razón permite que sean tentados hasta los mejores. Al
llegar el momento de la tentación, miremos a Dios que la permite para
nuestro bien, sin dejarnos abatir por la saña del enemigo, y así tendremos
el ardimiento necesario para vencer. La hora de la tentación es hora de
glorificar al Señor con ejercicio de virtudes. Si lo recordamos, crecerá
nuestro esfuerzo y nuestro amor. La tentación forma parte de aquellas
tribulaciones por las cuales liemos de entrar en el reino de los cielos.
(ALFONSO TORRES, SJ. Lecciones Sacras 1, Ed. BAC. Madrid, 1967, pp. 350-358)
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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Los peligros de las
riquezas, la vanidad y la soberbia (Lc 4, 1-13)
El diablo tienta a todos los hombres. Nadie está libre de las tentaciones.
También nuestro Señor fue tentado por el diablo.
El diablo tantea a Jesús para conocer si es el Hijo de Dios. No sabía con
certeza y por eso lo tienta. De haberlo sabido no lo hubiera hecho, no tenía
sentido. El diablo engañado por la humanidad del Señor lo tienta como a
cualquier hombre pero es vencido porque ese hombre es Dios.
Son tres las tentaciones que nos hace conocer el evangelista: una en el
desierto, una en el templo de Jerusalén y otra en un monte alto. El orden de
las tentaciones varía de Lucas a Mateo.
Las tres tentaciones que narra el Evangelio engloban a todas las demás: la
riqueza, la vanidad y la soberbia.
Jesús tiene hambre y no tiene qué comer, tiene necesidad material. Si es
Hijo de Dios puede convertir las piedras del desierto en pan y satisfacer su
necesidad. Pero Cristo no ha venido a traer riquezas y comodidad a los
hombres ni a suprimir la necesidad de pan en la tierra. Él ha querido la
pobreza para El como modelo y camino para todos sus discípulos. Por eso
Cristo opone a la tentación lo del libro del Deuteronomio1: “no solo de pan
vive el hombre”, pero el texto continúa “si no de toda palabra que sale de
la boca de Dios”, es decir, Cristo viene a dar un pan más elevado, viene a
darse como alimento a los hombres, por su palabra y su carne y marca la
verdadera necesidad del hombre, la necesidad de Dios y de las cosas del
cielo. El Mesías ha venido para llevarnos al cielo no para que nos
instalemos en la tierra cómodamente como si esta fuera nuestra patria
definitiva.
Respecto de esta primera tentación voy a hacer un excursus sobre el mundo
moderno. El mundo moderno quiere convertir las piedras en panes. Se vale de
muchos medios, principalmente, de la técnica. Además hay una sed desmedida
de acabar con el hambre y el sufrimiento pero prescindiendo de Dios. Los
hombres no quieren sufrir ni la mínima privación y les resulta intolerable
el sufrimiento. Se afanan para tener todas las comodidades y su vida es una
búsqueda angustiosa de poseer. Hasta los que son de condición social baja
quieren tener todo. La época actual está dirigida por el consumo, es una
sociedad consumista. Pero detrás de esta sed de poseer está el diablo que
tienta para que se tengan panes y se rechace la austeridad. El diablo está
preparando un buen terreno para la venida del anticristo el cual convertirá
las piedras en panes y satisfará a todos y a nadie le faltará un buen pasar,
eso sí, a costa de trabajo y fatiga. Habrá todo para todos y conseguido por
el hombre, prescindiendo de Dios. El costo del bienestar es tener pan
material y carecer del pan celestial. Vivir para la tierra olvidados del
cielo.
Cuidado con la búsqueda desenfrenada de lo material y el olvido del alma, es
decir, de la vida sobrenatural.
Jesús acentúa la prioridad de lo sobrenatural sin despreciar lo material.
“No sólo…” también es necesario el pan material, “buscad primero su Reino y
su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura”2.
Dice San Ignacio, que el diablo tienta a la mayoría de los hombres, en
primer lugar con el ansia de poseer, con la solicitud terrena3.
Hay que ocuparse de las cosas de la tierra pero sin que nos esclavicen
“nadie puede servir a dos señores”4 y si no buscamos a Dios en nuestras
necesidades buscaremos las riquezas, los bienes materiales, para suplirlas.
La segunda tentación5 es la tentación de vanidad o vanagloria. La búsqueda
insaciable de lo extraordinario, de lo espectacular, de la fama.
El diablo le dice a Jesús que si es Hijo de Dios se tire del pináculo del
templo y que haga el milagro de ser llevado por los ángeles, citándole la
Escritura6. Jesús también le responde con la Escritura “no tentarás al Señor
tu Dios”7.
Jesús viene por el camino contrario. No quiere ostentación. Tuvo muchas
ocasiones para hacerse famoso pero no era esa la voluntad del Padre. Viene
por el camino de la humillación. Su mesianismo es de humillación y quiere la
humillación para sus discípulos.
La tentación del diablo sigue a lo largo de la historia. La riqueza, la
comodidad y el tener conducen a la vanagloria. Los hombres quieren ver para
creer y no ver cualquier cosa común sino ver lo extraordinario. Pero la
Sabiduría de Dios nace en un pesebre y sufre hasta la muerte en cruz. La
Sabiduría de Dios se oculta en los misterios y en los sacramentos y se
alcanza por la fe que también es algo oculto.
El diablo está preparando al mundo para que lo extraordinario lo seduzca a
seguir a quien lo realice y basta que aparezca un hombre, que a través de
los medios que se poseen actualmente, haga milagros para irse tras él.
No tentar a Dios significa aceptar los medios que Dios nos da para
reconocerlo. No hay que buscar otros signos. Jesús no dio signos a los que
le pedían signos. Ya hay suficientes signos para creer, no busquemos más
signos para tentar a Dios.
Buscamos para nosotros cosas que nos sirvan para la vanidad y el diablo nos
tienta por esas cosas. Unos se envanecen de esto, otros de aquello y esa
tentación es un escape a aceptar la voluntad de Dios que quiere para
salvarnos que aceptemos la humillación, en especial, la humillación de ser
quienes somos: creaturas. Y la humillación de nuestras falencias y
extravíos. La vanidad nos sirve de careta para no mostrar nuestra miseria
pero esa careta es un engaño.
No busquemos lo extraordinario para nosotros, ni la fama, ni la santidad,
por caminos notables. Dios nos ha dado un camino, sigámoslo, aceptemos su
voluntad. “No doy vía libre a la grandeza ni a prodigios que me superan. No,
me mantengo en paz y silencio, como un niño en el regazo materno”8. En lo
oculto de nuestra vida y en el encuentro íntimo con Jesús se va realizando
lo extraordinario, la santidad. En la humillación de un camino lento y sin
frutos palpables, aunque anhelemos salir a convertir el mundo para Cristo,
en lo oculto de nuestra conversión es donde convertiremos al mundo.
La tercera tentación es de soberbia y es el pozo más profundo al cual nos
quiere conducir el diablo porque sabe que si nos conduce a la soberbia será
nuestro señor porque es el padre de los soberbios, el primero en levantarse
contra Dios.
El diablo desde un monte alto le muestra a Jesús todos los reinos de la
tierra y le promete dárselos si lo adora9 y el Señor le responde que solo a
Dios hay que adorar10.
El diablo quiere que Jesús lo reconozca a él como Dios, es decir, que lo
idolatre, en este caso sería una satanolatría. A cambio le da todos los
reinos. Jesús hace un acto explícito de religión y reconoce a Dios como
único adorable. El diablo miente porque no es de él todo lo que promete
aunque ciertamente tiene un cierto dominio y principado sobre el mundo y sus
vanidades y sobre los hombres soberbios que lo dirigen. Jesús hace un acto
de humildad. La humildad de Jesús lo hace aceptar su misión: salvar a los
hombres para entregarlos al Padre. Ahora su misión es servir, ser el siervo
de Dios y cumplir la voluntad de su Padre. Luego Dios le dará en herencia
toda la creación, a su tiempo, porque así está previsto.
La soberbia nos hace independientes y nos lleva a creernos dioses. Adán
sucumbió a la tentación de soberbia para arrebatar antes de tiempo y por
manos de Satanás lo que iba a recibir de manos de Dios a su tiempo.
El mundo moderno ha realizado progresos extraordinarios, mejorías en cuanto
a lo terreno, que no se han dado en otros tiempos pero está sufriendo la
tentación de creerse dios, más bien, el hombre moderno se cree dios y
prescinde de Dios. Si apareciese un hombre extraordinario que poseyese el
mundo por su destreza, nobleza y capacidad, se le llamaría “señor del mundo”
y se le idolatraría. El mundo moderno al apartarse de Dios está siendo
tentado por el diablo de satanolatría y cuando aparezca el anticristo el
diablo se hará adorar en él.
Por ser criaturas dependemos absolutamente de Dios y es humildad
reconocerlo. Jesús nos da un ejemplo haciendo un acto de religión delante
del diablo y reconociendo la absoluta trascendencia de Dios “sólo a El darás
culto”. Nosotros también, ante la tentación de soberbia, debemos confesar
nuestra dependencia absoluta de Dios.
(1) 8, 3
(2) Mt 6, 33
(3) Cf. E.E. nº 142…, 239
(4) Mt 6, 24
(5) Sigo el orden de Mateo
(6) Sal 91, 11-12
(7) Dt 6, 16
(8) Sal 130, 1-2
(9) Cf. Jr 27, 5
(10) Dt 6, 13
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Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el
Directorio Homilético - Primer domingo de Cuaresma (C)
CEC 394, 538-540, 2119: la tentación de Jesús
CEC 2846-2849: “No nos dejes
caer en la tentación”
CEC 1505: Cristo nos libra del mal
CEC 142-143, 309: la fe es sumisión a
Dios, aceptación de Dios, respuesta al mal
CEC 59-63: Dios forma su pueblo
sacerdotal por medio de Abrahán y del Éxodo
394 La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús
llama "homicida desde el principio" (Jn 8,44) y que incluso intentó
apartarlo de la misión recibida del Padre (cf. Mt 4,1-11). "El Hijo de Dios
se manifestó para deshacer las obras del diablo" (1 Jn 3,8). La más grave en
consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido
al hombre a desobedecer a Dios.
Las Tentaciones de Jesús
538 Los Evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo por Juan: "Impulsado por el Espíritu"
al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive
entre los animales y los ángeles le servían (cf. Mc 1, 12-13). Al final de
este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su
actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las
tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el
diablo se aleja de él "hasta el tiempo determinado" (Lc 4, 13).
539 Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento
misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero
sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel:
al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta
años por el desierto (cf. Sal 95, 10), Cristo se revela como el Siervo de
Dios totalmente obediente a la voluntad divina. En esto Jesús es vencedor
del diablo; él ha "atado al hombre fuerte" para despojarle de lo que se
había apropiado (Mc 3, 27). La victoria de Jesús en el desierto sobre el
Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de
su amor filial al Padre.
540 La tentación de Jesús manifiesta la manera que tiene de ser Mesías el
Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y a la que los
hombres (cf Mt 16, 21-23) le quieren atribuir. Es por eso por lo que Cristo
venció al Tentador a favor nuestro: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que
nosotros, excepto en el pecado" (Hb 4, 15). La Iglesia se une todos los
años, durante los cuarenta días de Cuaresma, al Misterio de Jesús en el
desierto.
2119 La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba de palabra o de
obra, su bondad y su omnipotencia. Así es como Satán quería conseguir de
Jesús que se arrojara del templo y obligase a Dios, mediante este gesto, a
actuar (cf Lc 4,9). Jesús le opone las palabras de Dios: "No tentarás al
Señor tu Dios" (Dt 6,16). El reto que contiene este tentar a Dios lesiona el
respeto y la confianza que debemos a nuestro Criador y Señor. Incluye
siempre una duda respecto a su amor, su providencia y su poder (cf 1 Co
10.9; Ex 17,2-7; Sal 95,9).
VI NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACION
2846 Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados
son los frutos del consentimiento a la tentación. Pedimos a nuestro Padre
que no nos "deje caer" en ella. Traducir en una sola palabra el texto griego
es difícil: significa "no permitas entrar en" (cf Mt 26, 41), "no nos dejes
sucumbir a la tentación". "Dios ni es tentado por el mal ni tienta a nadie"
(St 1, 13), al contrario, quiere librarnos del mal. Le pedimos que no nos
deje tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de
discernimiento y de fuerza.
2847 El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el
crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en
orden a una "virtud probada" (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al
pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre "ser
tentado" y "consentir" en la tentación. Por último, el discernimiento
desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es "bueno,
seductor a la vista, deseable" (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su
fruto es la muerte.
Dios no quiere imponer el bien, quiere seres libres ... En algo la tentación
es buena. Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de
Dios, incluso nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a
conocernos, y así, descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias
por los bienes que la tentación nos ha manifestado (Orígenes, or. 29).
2848 "No entrar en la tentación" implica una decisión del corazón: "Porque
donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón ... Nadie puede servir
a dos señores" (Mt 6, 21-24). "Si vivimos según el Espíritu, obremos también
según el Espíritu" (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este "dejarnos
conducir" por el Espíritu Santo. "No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre
vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla
resistir con éxito" (1 Co 10, 13).
2849 Pues bien, este combate y esta victoria sólo son posibles con la
oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el
principio (cf Mt 4, 11) y en el último combate de su agonía (cf Mt 26,
36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su
agonía. La vigilancia del corazón es recordada con insistencia en comunión
con la suya (cf Mc 13, 9. 23. 33-37; 14, 38; Lc 12, 35-40). La vigilancia es
"guarda del corazón", y Jesús pide al Padre que "nos guarde en su Nombre"
(Jn 17, 11). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente a esta
vigilancia (cf 1 Co 16, 13; Col 4, 2; 1 Ts 5, 6; 1 P 5, 8). Esta petición
adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación final de nuestro
combate en la tierra; pide la perseverancia final. "Mira que vengo como
ladrón. Dichoso el que esté en vela" (Ap 16, 15).
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los
enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y
cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los
enfermos. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios.
Anunciaban una curación más radical: la victoria sobre el pecado y la muerte
por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal (cf Is
53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29), del que la enfermedad no es
sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz, Cristo dio un
sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura con él y nos
une a su pasión redentora.
CAPÍTULO TERCERO: LA RESPUESTA DEL HOMBRE A DIOS
142 Por su revelación, "Dios invisible habla a los hombres como amigo,
movido por su gran amor y mora con ellos para invitarlos a la comunicación
consigo y recibirlos en su compañía" (DV 2). La respuesta adecuada a esta
invitación es la fe.
143 Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad
a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf.
DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del
hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene
cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan
apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una
respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a
esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor
paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la
Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la
congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada
a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar
libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible,
pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea
en parte una respuesta a la cuestión del mal.
Dios elige a Abraham
59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo
"fuera de su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él
"Abraham", es decir, "el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En
ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga
3,8).
60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los
patriarcas, el pueblo de la elección (cf. Rom 11,28), llamado a preparar la
reunión un día de todos los hijos de Dios en la unidad de loa Iglesia (cf.
Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los
paganos hechos creyentes (cf. Rom 11,17-18.24).
61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento
han sido y serán siempre venerados como santos en todas las tradiciones
litúrgicas de la Iglesia.
Dios forma a su pueblo Israel
62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su
pueblo salvándolo de la esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza
del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para que lo reconociese y le
sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo,
y para que esperase al Salvador prometido (cf. DV 3).
63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19,6), el que "lleva el
Nombre del Señor" (Dt 28,10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló
primero" (MR, Viernes Santo 13: oración universal VI), el pueblo de los
"hermanos mayores" en la fe de Abraham.
La cucaña
Todavía en algunas ferias pueblerinas se conserva una diversión que era
nuestra ilusión en la infancia. Un palo liso, altísimo, impregnado de una
sustancia viscosa y resbaladiza. Se llama la cucaña.
Todos las tienen que haber visto sin duda. En la parte superior y
desmarañado a los atrevidos cuelga el premio. Comienza el espectáculo. En
ridículas contorsiones de brazos y piernas procura el muchacho avanzar hacia
arriba agarrándose fuertemente del palo. Todo inútil. De pronto, con la
rapidez de un rayo, resbala hacia el suelo entre las carcajadas de los
asistentes. Hay uno más fuerte o más hábil que sube y sube hasta tocar el
premio, y cuando está más seguro de poseerlo resbala también y cae a tierra
vencido. Todos ríen. ¿Tiene derecho el caído a quejarse de estas risas?
¿Puede decirles que la caída era inevitable dado lo resbaladizo del palo?
Ellos le dirán: -¡No tendrías que haber subido! Nosotros vimos a tiempo el
peligro y no caímos.
Así, mis hermanos, hay muchos que se disculpan de sus caídas echando la
culpa al palo. ¡Era imposible resistir la tentación! ¡Era grande el peligro!
¡Era inevitable la culpa! Pero yo les digo como a los chicos de la cucaña
que resbalan y caen: -¡No tienes que haber subido! ¿Quién te mandó ponerte
en el peligro? ¿Quién te mandó acercarte al objeto de tu pasión? ¿Quién te
mandó ir con aquella persona, a aquel lugar, en aquellas circunstancias? ¿Y
te quejas de tu caída? ¡No tienes que haber subido!
(ROMERO, F., Recursos Oratorios. Tomo II. Editorial Sal Terrae, Santander,
1959, p. 277)
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