Domingo 15 del Tiempo Ordinario A - 'Salió el sembrador a sembrar' - Comentarios de Sabios y Santos II: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Misa Dominical
Directorio Homilético: Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario
Exégesis: W. Trilling - Las parábolas (Mt 13,1-52)
Comentario Teológico: Leonardo Castellani - La Parábola del Sembrador
Santos Padres: San Gregorio Magno - La Parábola del Sembrado (Fragmento)
Santos Padres: San Agustín - Sermón 101,3 (Fragmento)
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La parábola del sembrador (Mt 13,1-23)
Aplicación: S.S. Francisco p.p. - la parábola del sembrador
Aplicación: Benedicto XVI - la parábola del sembrador
Apéndice: P. Leonardo Castellani textos selectos
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario
CEC 546: Cristo enseña a través de las parábolas
CEC 1703-1709: la capacidad de conocer y responder a la voz de Dios
CEC 2006-2011: Dios asocia al hombre a la obra de su gracia
CEC 1046-1047: la creación, parte del universo nuevo
CEC 2707: el valor de la meditación
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico
de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del
Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras
no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un
espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25,
14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en
el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir,
hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los
cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de
las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
1703 Dotada de un alma "espiritual e inmortal" (GS 14), la persona humana es
la "única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma" (GS
24,3). Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.
1704 La persona humana participa de la luz y la fuerza del Espíritu divino.
Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el
Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por sí misma a su bien
verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y
del bien (cf GS 15,2).
1705 En virtud de su alma y de sus potencias espirituales de entendimiento y
de voluntad, el hombre está dotado de libertad, "signo eminente de la imagen
divina" (GS 17).
1706 Mediante su razón, el hombre conoce la voz de Dios que le impulsa "a
hacer el bien y a evitar el mal" (GS 16). Todo hombre debe seguir esta ley
que resuena en la conciencia y que se realiza en el amor de Dios y del
prójimo. El ejercicio de la vida moral proclama la dignidad de la persona
humana.
1707 "El hombre, persuadido por el Maligno, abusó de su libertad, desde el
comienzo de la historia" (GS 13,1). Sucumbió a la tentación y cometió el
mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del
pecado original. Quedó inclinado al mal y sujeto al error.
De ahí que el hombre esté dividido en su interior. Por esto, toda vida
humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática,
entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (GS 13,2).
1708 Por su pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la
vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura lo que el pecado había
deteriorado en nosotros.
1709 El que cree en Cristo se hace hijo de Dios. Esta adopción filial lo
transforma dándole la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Le hace
capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su
Salvador el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La
vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del
cielo.
2006 El término "mérito" designa en general la retribución debida por parte
de una comunidad o una sociedad por la acción de uno de sus miembros,
experimentada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción.
El mérito depende de la virtud de la justicia conforme al principio de
igualdad que la rige.
2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por
parte del hombre. Entre él y nosotros, la desigualdad no tiene medida,
porque nosotros lo hemos recibido todo de él, nuestro Creador.
2008 El mérito del hombre ante Dios en la vida cristiana proviene de que
Dios ha dispuesto libremente asociar al hombre a la obra de su gracia. La
acción paternal de Dios es lo primero, en cuanto que él impulsa, y el libre
obrar del hombre es lo segundo en cuanto que éste colabora, de suerte que
los méritos de las obras buenas tengan que atribuirse a la gracia de Dios en
primer lugar, y al fiel en segundo lugar. Por otra parte el mérito del
hombre recae también en Dios, pues sus buenas acciones proceden, en Cristo,
de las gracias prevenientes y de los auxilios del Espíritu Santo.
2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la
naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un
verdadero mérito. Se trata de un derecho por gracia, el pleno derecho del
amor, que nos hace "coherederos" de Cristo y dignos de obtener la "herencia
prometida de la vida eterna" (Cc. de Trento: DS 1546). Los méritos de
nuestras buenas obras son dones de la bondad divina (cf. Cc. de Trento: DS
1548). "La gracia ha precedido; ahora se da lo que es debido...los méritos
son dones de Dios" (S. Agustín, serm. 298,4-5).
2010 Por pertenecer a Dios la iniciativa en el orden de la gracia, nadie
puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y
de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad,
podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para
nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y
para la obtención de la vida eterna. Los mismos bienes temporales, como la
salud, la amistad, pueden ser merecidos según la sabiduría de Dios. Estas
gracias y estos bienes son objeto de la oración cristiana. Esta remedia
nuestra necesidad de la gracia para las acciones meritorias.
2011 La caridad de Cristo es en nosotros la fuente de todos nuestros méritos
ante Dios. La gracia, uniéndonos a Cristo con un amor activo, asegura la
cualidad sobrenatural de nuestros actos y por consiguiente su mérito tanto
ante Dios como ante los hombres. Los santos han tenido siempre una
conciencia viva de que sus méritos eran pura gracia.
Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no
quiero amontonar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro
amor...En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos
vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras
justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia
Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo...(S. Teresa
del Niño Jesús, ofr.).
1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de
destino del mundo material y del hombre:
Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los
hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la
corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las
primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior
anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).
1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser
transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado,
ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su
glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).
2707 Los métodos de meditación son tan diversos como los maestros
espirituales. Un cristiano debe querer meditar regularmente; si no, se
parece a las tres primeras clases de terreno de la parábola del sembrador
(cf Mc 4, 4-7. 15-19). Pero un método no es más que un guía; lo importante
es avanzar, con el Espíritu Santo, por el único camino de la oración: Cristo
Jesús.
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Exégesis: W. Trilling - Las parábolas (Mt 13,1-52)
Conocemos ya dos grandes discursos en el Evangelio de san Mateo, a saber, el
sermón de la montaña (capítulo 5-7), y la «instrucción de los discípulos»
(capítulo 10). Ahora llegamos al tercer gran discurso, al capítulo 13, que
refiere las parábolas. (…) Este precioso capítulo (...), sin violentar el
texto se divide en tres partes. La sección primera contiene la parábola del
sembrador, un fragmento intermedio sobre el sentido del lenguaje de las
parábolas y la explicación de la parábola (Mar_13:3).
La sección segunda empieza con la parábola de la cizaña, a continuación
siguen las dos parábolas del grano de mostaza y de la levadura, unas frases
de carácter general con una cita del profeta, y finalmente la explicación de
la parábola de la cizaña (Mar_13:24-43).
La sección tercera contiene tres parábolas más breves, la del tesoro, la de
la perla y de la red barredera (Mar_13:44-50). La instrucción se concluye
con una parte que redondea y que al mismo tiempo coloca todo el capítulo a
la luz que intentaba dar el evangelista (Mar_13:51s).
En este discurso se han reunido en total siete parábolas y dos explicaciones
de parábolas, además un número de importantes textos intermedios que se
refieren por regla general al modo de hablar usado en las parábolas.
Mediante dichos textos intermedios el capítulo viene más bien a ser como una
compilación de textos instructivos semejantes, también se convierte en una
pequeña teoría sobre el lenguaje de Jesús en las parábolas y su importancia
para la Iglesia.
El reino de Dios es el gran tema que enlaza entre sí todas las parábolas.
Antes ya hemos oído hablar de este tema fundamental del mensaje de Jesús.
Ahora lo encontramos expresado en forma de parábola, lo cual es
característico de Jesús. Todavía hay muchas otras parábolas, que han sido
transmitidas en los Evangelios. Todas las aquí reunidas se refieren en
sentido más estricto al misterio del reino de Dios. Esto se dice algunas
veces con claridad en la introducción («el reino de los cielos se parece...»
13,24. y así en otros pasajes. Estamos acostumbrados a esta traducción
literal. Pero detrás de esta fórmula hay un arraigado modismo rabínico, que
siempre expresa con una forma abreviada la comparaci6n entre dos cosas y
siempre quiere decir: «en el reino de los cielos ocurre como en...»).
(…) Las parábolas de Jesús sobresalen por su gran sencillez y concisión, por
su aspecto simple y por su profundo significado. Para entender una parábola
no se requiere haber estudiado ni tener mucha ciencia. La parábola es
sencilla y fácilmente accesible a cualquier hombre. El que se orienta en la
forma debida, comprende el sentido de la parábola, tanto si es persona culta
como si tiene una manera sencilla de pensar.
a) Parábola del sembrador (Mt/13/01-09).
1 Aquel día salió Jesús de casa y fue a sentarse a la orilla del mar. 2 Un
gran gentío se reunió en torno a él, de forma que tuvo que subirse a una
barca y sentarse en ella, mientras todo el pueblo permanecía de pie en la
orilla. 3a y les habló de muchas cosas por medio de parábolas, diciendo:...
Al principio el evangelista traza un cuadro escénico que ha de aplicarse a
todo el discurso: Jesús sale de la casa y se sienta a la orilla del lago de
Genesaret, mientras confluyen las multitudes para oírle. «La casa» se
concibe con frecuencia en el Evangelio como el ambiente de la intimidad
familiar o también de la instrucción especial para los discípulos o para un
grupo todavía más reducido de los apóstoles. Hay enseñanzas especiales para
un pequeño grupo y la proclamación dirigida a todos. A todos hay que aplicar
lo que ahora sigue. La aglomeración es tan grande que Jesús sube a una
barca, para poder hablar a todos. ¡Qué escena! Jesús está sentado en la
barca, a suficiente distancia de la orilla, para poderlos ver a todos. Allí
se coloca el pueblo formando una mezcla abigarrada; todos están pendientes
de los labios de Jesús, para que nada se les escape. ¡Qué hambre de la
palabra! ¡Qué interés por la salvación! ¡Qué fuerza de atracción debía de
tener Jesús! Los hombres acuden donde realmente puede oírse la voz de Dios,
donde su Espíritu da testimonio eficaz de sí mismo, aunque tenga que
servirse de palabras humanas.
En el sermón de la montaña Jesús estuvo sentado como maestro enaltecido
sobre el pueblo y por lo mismo sacado de su medio ambiente (5,1s). El
mensaje de Jesús procedió de arriba. Ahora está sentado frente al pueblo,
pero separado por la barca y el agua. Habla a los hombres desde la otra
orilla. Jesús habla por medio de parábolas. Con esta locución el evangelista
dice en seguida de qué manera de enseñar se sirve Jesús en lo que sigue y
cómo se establece la unidad de toda la composición del discurso. Con esta
locución también se indica el otro tema -junto al tema del reino de Dios-,
que también debe tratarse objetivamente en las próximas secciones: qué
sentido tiene en general el lenguaje parabólico de Jesús. Desde el principio
hemos de prestar atención a ello y aceptar la instrucción que contiene este
capítulo sobre las parábolas de Jesús. Es una instrucción que recibimos de
labios del evangelista y por tanto del corazón y pensamiento de la antigua
Iglesia.
3b Salió el sembrador a sembrar. 4 Y según iba sembrando, parte de la
semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. 5
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde había poca tierra; brotó en
seguida, porque la tierra no tenía profundidad; 6 pero, en cuanto salió el
sol, se quemó; y como no había echado raíces, se secó. 7 Otra parte cayó
entre zarzas, y como las zarzas también crecieron, la ahogaron. 8 Otra parte
cayó en tierra buena y dio fruto: una al ciento por uno, otra al sesenta,
otra al treinta. 9 El que tenga oídos, que oiga.
La narración empieza con sencillez: «Salió el sembrador a sembrar.» Lo que
llegará a ser la semilla, no se decide por su calidad o cantidad, sino por
el suelo en que cae. Porque la semilla de nada es capaz sin este suelo. Sólo
lleva fruto, cuando puede echar raíces y lograr el suficiente alimento. Para
comprender la parábola se tienen que conocer las circunstancias de
Palestina. Allí el labrador con un saco, en que está la simiente, va al
campo que todavía está yermo desde la última cosecha. No ha sido labrado
para recibir la nueva simiente. La labranza se hace después de la siembra.
Así se explica más fácilmente por qué muchas semillas caen en el camino,
otras entre zarzales, otras en un suelo pedregoso, privado de tierra a causa
de la lluvia. Después de la labranza queda decidido definitivamente lo que
llegará a ser la semilla.
La que cayó al borde del camino no dará fruto, porque los granos después de
algún tiempo son comidos a picotazos por los pájaros sobre el suelo
endurecido por las pisadas. Lo que cayó entre zarzas (es decir, en medio de
la maleza), no puede desarrollarse, porque la simiente de la mala hierba
crece con mayor rapidez y ahoga el tallo tierno. Lo que cayó en suelo
pedregoso hace ya tiempo que se secó. Pero también hay semillas que cayeron
en terreno bueno. Estas semillas son las que fructifican: al treinta, al
sesenta, al ciento por uno. La semilla se ha multiplicado de una manera
maravillosa. Es pequeña y contiene en apariencia exigua virtud, pero de ella
procede el tronco robusto con sus espigas y granos. No todos los troncos dan
el mismo fruto, las tierras de pan llevar especialmente fértiles dan también
abundante rendimiento. En otros parajes, que son pedregosos o están mal
abonados, el rendimiento resulta más exiguo. Eso lo sabe cualquier campesino
de Palestina.
¿Qué significado debe tener esta narración? No se nos ha dado ninguna ayuda.
¿Quizás esta ayuda nos la debería dar la breve frase final: «El que tenga
oídos, que oiga»? Entonces la historia sólo trataría de la conveniente
audición y describiría la esterilidad o el éxito de la adecuada audición.
Pero esta breve frase sólo hay que entenderla como exhortación a escuchar
bien y hacer reflexionar sobre lo que se ha oído. Al principio de la
parábola nunca se dice que se trate de una comparación con el reino de Dios.
Tampoco llegamos a conocer quién puede ser el sembrador y qué es la semilla.
Pero el evangelista ha insertado la narración en la gran serie de las
parábolas del reino de Dios. Evidentemente ha de darse algún conocimiento
sobre este tema. Preguntémonos qué debe llamar la atención en la historia y
qué debe hacer reflexionar a los oyentes. Podría ser el diferente destino de
la semilla, la distinta calidad de la tierra de labranza o también la
actividad del sembrador. Nada de eso es el punto esencial. Antes bien lo
esencial es lo que acontece en la siembra. Debe mostrarse cómo se efectúa la
siembra y cómo se dan juntos el fracaso y el éxito. Hay que notar un triple
fracaso que va en aumento: primeramente ya se consume el grano, luego se
destruye la nueva simiente, finalmente la planta. Tres veces no se consigue
éxito. Hasta aquí podría parecer que el esfuerzo del campesino haya sido en
balde. Pero entonces viene la otra parte: el éxito sorprendente. El fracaso
se compensa con el abundante fruto.
Contra toda apariencia y, a pesar de las circunstancias adversas, se
manifiesta ahora finalmente el verdadero sentido de la siembra. La simiente
germina y da un beneficio ubérrimo. Debemos entender: aunque el fracaso
podría aparecer como regla, al fin triunfa el éxito. La obra cunde. El
sembrador en último término no se siente defraudado. ¿Qué clase de obra es
la que cunde? La realización del reino de Dios. Ahora en el tiempo decisivo
de Jesús, penetran las fuerzas del reino. Pero es muy poco lo que puede
percibirse del dominio y la majestad divinas. La respuesta son los oídos
sordos y la resistencia de corazones duros. No obstante, dice Jesús, el
éxito decisivo es seguro. La obra y la palabra de Dios no pueden resultar
estériles. Eso no lo dice una fe optimista, sino el conocimiento del ser
divino de Dios y la llegada inapelable de su reino. Debemos llenarnos de
esta confianza, cuando leemos este relato. Todavía resuena otra idea. Si se
habla del sembrador, de la semilla, del campo labrantío, del definitivo
fruto y, por tanto, también de la cosecha, entonces el hombre de antaño
percibía al mismo tiempo, lo que es el último objetivo de la historia, el
juicio de Dios. Simiente, fruto y cosecha son imágenes corrientes de la
acción de Dios con el género humano y de la separación del juicio final, al
fin de los tiempos.
El fruto que debe producirse es propiamente el de nuestra vida, lo que
nuestra existencia terrena llegue a rendir, con la posibilidad de almacenar
este fruto en los graneros eternos. En la explicación de la parábola
(13,18-23) se insiste de forma especial en que es el hombre mismo quien ha
de producir el fruto válido ante Dios. La misma parábola ya insinúa esta
aplicación monitoria. Por tanto no sólo oímos el mensaje alentador de que el
plan de Dios consigue con seguridad su objetivo, sino simultáneamente la
advertencia a procurar no encontrarnos sin el fruto el día de la cosecha...
(…)
c) Explicación de la parábola del sembrador (Mt/13/18-23).
18 Escuchad, pues, el sentido de la parábola del sembrador. 19 Cuando uno
oye la palabra del reino sin profundizarla, viene el malo y arrebata lo
sembrado en su corazón; éste es lo sembrado al borde del camino. 20 Lo
sembrado en terreno pedregoso representa al que oye la palabra y de momento
la recibe con alegría; 21 pero no echa raíces en él, porque es hombre de un
primer impulso, y apenas sobreviene la tribulación o la persecución por
causa de la palabra, al momento falla. 22 Lo sembrado entre zarzas figura al
que oye la palabra; pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las
riquezas ahogan la palabra, y no da fruto. 23 Lo sembrado en tierra buena
representa al que oye la palabra y la entiende y da fruto y llega al ciento
por uno, al sesenta o al treinta.
Después de todo lo dicho, resulta evidente que la explicación sólo se da a
los que entienden. Ellos llegarán a conocer el verdadero sentido de la
parábola. Aunque no estuviera aquí está exposición o se diera de una forma
algo distinta, en el fondo entenderíamos así la parábola basándonos en la
fe. Pero la explicación es un ejemplo de cómo es acogido el discurso de
Jesús por el creyente, la Iglesia y su proclamación apostólica, y cómo es
aplicado a la situación propia de ellos. Es una disertación para los que
están dentro, y no para los que están fuera. Es una especie de declaración
de sí mismo y un resultado de la experiencia misional, tal como pudo
inferirse de la práctica de la Iglesia. Sorprende el rigor con que la
explicación se adapta a la estructura de la parábola. En conjunto ambas
discurren paralelas. Según san Marcos al principio de la exposición estaba
la frase lacónica: «El sembrador va sembrando la palabra» (/Mc/04/14).
Con esta frase se interpretó exactamente la importancia de la semilla en el
sentido de la parábola. Se trata de la palabra, del mensaje del reino, de la
nueva de la venida de la salvación. San Mateo pasa en seguida a describir
los sucesos y en ellos hace recaer dos acentos importantes: se trata del
oyente («cuando uno oye...») y de «la palabra del reino» (13,19). Con las
dos expresiones Jesús ya establece la dirección de lo que ha explicado.
Deben presentarse diferentes clases de oyentes del mensaje de salvación del
reino de Dios. Esta dirección no coincide exactamente con la de la parábola.
En ésta se encuentra en primer término lo que sucede en la siembra, es decir
la obra de Dios en la proclamación de Jesús.
En la explicación está en primer término la recepción subjetiva y la
diferente respuesta que se da a la palabra. En la parábola hay que
robustecerse con la esperanza del éxito otorgado con seguridad. En la
explicación hay que precaverse del riesgo que amenaza, de la completa
destrucción de la semilla. Así pues, el peso fuerte de un estímulo confiado
en vista del menguado éxito se cambia en una exhortación a dar buena acogida
al mensaje.
Escucharemos, pues, esta explicación, y nos daremos por aludidos con ella.
De este modo los dos textos -parábola y explicación- se complementan
ventajosamente. El camino, al que ha sido echada la semilla, y del que ha
sido quitada a picotazos por los pájaros, es comparado con una persona, que
ha escuchado, pero no ha entendido. Sólo las palabras llegaron a su oído,
pero el sentido de las palabras no penetró en su corazón. Ha percibido
exteriormente el sonido, pero no ha abierto de veras su manera de pensar al
contenido de la palabra, y por tanto al mismo Dios. Satán se acerca rápido y
arrebata lo que se ha oído superficialmente.
Un segundo grupo de hombres lo forman, los que al principio escuchan y
reciben con entusiasmo, pero no se mantienen firmes. El terreno es demasiado
tenue, la semilla no puede echar raíces. Vienen las tribulaciones y la
persecución. Se cansan, se escandalizan y recusan. Así como el grano se seca
por los rayos del sol, así también perece su fe, que todavía no se ha
fortalecido.
Un tercer grupo también escucha la palabra y la acepta, pero no puede
defenderla contra las exigencias y los demás ofrecimientos seductores de la
vida. Las preocupaciones y las riquezas impiden el crecimiento de la
palabra, y permanece estéril. También aquí había una fe auténtica, pero ni
pudo imponerse ni tomar a su servicio toda la vida. Pero el Evangelio exige
la completa disposición y el primer derecho. «No podéis servir a Dios y a
Mammón» (6,24c). «No os afanéis por vuestra vida: qué vais a comer; ni por
vuestro cuerpo: con qué lo vais a vestir...» (6,25).
Por fin el último grupo, del que todo depende y que debe ser expuesto
principalmente en la parábola, son los que oyen y entienden. Estos entienden
bien, no sólo al principio e imperfectamente, ni tan sólo por algún tiempo o
mientras resulte fácil y dé alegría creer, sino en las tribulaciones e
indigencias, en la dura polémica con las otras fuerzas que quieren dominar
nuestra vida. Entender en estas condiciones es entender plenamente, es una
comprensión de que Dios quiere ser Señor por completo, siempre y en todas
partes, es comprender que el hecho de ser discípulo importa un compromiso
para toda la vida en su altura y amplitud. Al que así ha «entendido» se le
da constantemente, se le provee ubérrimamente con dones de Dios, lleva mucho
fruto. A cada cual según la medida de su conocimiento se le da el ciento por
uno, el sesenta o el treinta.
La Iglesia apostólica sabe que hay diferencias en la manera de entender. No
consiguen la plena madurez del conocimiento todos los que se han adherido a
la fe. La fe da en germen el conocimiento y la sabiduría de Dios. Pero, con
la medida de amor y renuncia aportada por el individuo, se decide cuán
profundamente es introducido él en el conocimiento de Dios. San Pablo fue
uno de los que Dios obsequió con un conocimiento inusitado. La carta a los
Hebreos también distingue entre la fe incipiente una verdad primordial (la
«leche»), y una sabiduría más elevada (la «comida sólida») para los
perfectos (/Hb/05/11 ss). La misma manera de ver encontramos también en la
parábola de los talentos (25,14-30).
Son diferentes los dones que el Señor de la casa reparte antes de partir de
viaje. También es proporcionalmente distinta la ganancia que obtienen los
criados. A los que han tenido éxito según la medida de sus dones, se les
añaden nuevos dones en la rendición de cuentas. Pero el criado perezoso que
había enterrado su talento, no sólo es arrojado a las tinieblas exteriores,
sino que se le quita lo poco que tenía y se añade al que ya poseía la mayor
parte: «Quitadle ese talento, y dádselo al que tiene los diez. Porque a todo
el que tiene, se le dará y tendrá de sobra; pero al que no tiene, aun lo que
tiene se le quitará» (25,28s). Los dones de Dios son diferentes, y el hombre
no tiene derecho a interrogar a Dios sobre ellos o a quejarse de él. La
comunidad debe admirar y recibir agradecido la riqueza de Dios y la variedad
de sus dones. Se alegra de todos los que no sólo dan fruto al treinta por
uno, sino al sesenta o al ciento por uno, como los santos de entre ellos.
(Trilling, W., El Evangelio según San Mateo, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: Leonardo Castellani - La Parábola del
Sembrador
La Parábola del Sembrador es la primera de las ocho denominadas “del Reino”
que Mateo pone seguidas y Marcos y Lucas separadas; pues muy probablemente
Cristo las improvisó en diferentes ocasiones, ya una, ya la otra. Los
rabbíes trashumantes eran improvisadores, como nuestros payadores; y tomaban
pie de cualquier cosa que vieran para sus poemas, o recitados de estilo
oral, mejor dicho.
Ésta del Sembrador es una de las dos parábolas que Cristo mismo interpretó,
a pedido de los discípulos; y no se puede negar que fue vivo, porque
interpretó las más fáciles; o será que nos parecen fáciles a nosotros,
porque ya están explicadas autoritativamente.
Entre el recitado y su interpretación está intercalado en los tres
Evangelios el turbador pasaje que llaman “la motivación de las parábolas”,
en el cual el Salvador siendo preguntado, por un fariseo probablemente:
“¿Por qué les hablas en parábolas?” contestó en suma con esta salida: “¡Para
que no entendáis!”. Pero para que no entendieran ¿no era lo más práctico
callarse? Si un Salvador no quiere salvar, lo más seguro y barato es
callarse la boca.
Es una respuesta irónica de Cristo. Ironía enseñan que es decir las cosas al
revés; como por ejemplo, hablar de la gran cultura argentina. La verdad es
que ironía es la indignación templada y como forrada por la inteligencia;
como cuando Cristo le dijo a Nicodemus: “Tú debes saberlo bien, que eres
Maestro de la Ley.” La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a
los anéticos: “el hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir
magnanimus utitur eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés
o no; los países en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor,
son poco desarrollados. No se puede decir esto ni de la ciudad de San Juan
ni del Maestro Calderón de la Piragua, que es de origen inglés. Pues bien,
Cristo tenía el sentido del humor pese al juicio contrario de Cronin en Las
llaves del Reino.
Cristo respondió muchas veces irónicamente. La ironía es estilo indirecto; y
además es estilo pregnante, que está preñado de sentido y dice varias cosas
a la vez y en forma más eficaz que el estilo directo. Cristo pues podría
haber respondido en estilo directo más o menos: “Yo predico como debo
predicar, es la forma más adecuada que existe para enseñar verdades
estrictamente religiosas; es decir, misterios; es la forma que ya
profetizara de mí el Rey Profeta en el Psalmo 77, y el Profeta Isaías en su
Recitado Sexto... Yo sé perfectamente y de antemano que vosotros, oh
fariseos, de esta forma mía de predicar, os haréis una piedra de tropiezo y
una ocasión de perdición; pero es porque en el fondo queréis perderos. Unos
saldrán diciendo que no entienden, otros entenderán más de lo que hay, unos
que es difícil, otros que es pedestre, otros que eso no es para ellos sino
para los “chinos”... “para esa maldita plebe que no conoce la Ley”, como
dicen ustedes los fariseos, cuando están entre ustedes. Pero yo no por eso
voy a dejar de predicar como corresponde... y como a mí mejor me parece y
place, ¡últimamente, caramba!... Ustedes no me pagan mis prédicas, yo
predico como mejor me parece...”.
Pero el amor herido produce celo, el celo produce indignación y la
indignación produce estilo indirecto, ironía. Y así Cristo, en vez de
responder larga y directamente, respondió breve e incisivamente: “Hablo así
para que se cumpla lo que dijo Iéyada el Profeta: para que viendo no veáis
–porque vosotros os dais de muy videntes y sois ciegos– y oyendo no oigáis;
porque este pueblo me tiene mucho en la boca y poco en el corazón; y de ese
modo no entiendan, y yo no los sane, y tropiecen y se pierdan... Para eso
hablo en parábolas.”
Esto se llama una profecía conminatoria, esas profecías que se hacen para
que no se cumplan; y cuanto más atroces, son más piadosas; como cuando uno
le dice a su hijo: “Vos vas a acabar en la cárcel.” Prever lo que va a pasar
no siempre es desearlo; y decirlo de antemano con gran fuerza a fin de
ponerle óbices, eso es amor y no es odio. Así pasó en Nínive con el Profeta
Jonás.
En la parábola del Sembrador, el Sembrador es Cristo, y las tres clases de
semillas malogradas son tres clases de hombres que fallan en la fe; en
quienes se malogra “la luz que ilumina a todo hombre que viene a este
mundo”.
Estos tres hombres se podrían denominar el Frívolo, el Flojo y el Furioso.
Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla;
porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae
sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o
cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada. Y así
hay tres clases de hombres con respecto a lo religioso, que se pueden
simbolizar en Don Juan Tenorio, el Fausto y el Judío Errante. Y si quieren
personajes históricos y no legendarios, digamos por ejemplo Casanova, Goethe
y Napoleón, para no salir de nuestros tiempos.
Nuestros hechiceros tiempos se especializan en la fabricación en serie de
hombres frívolos –con venia del galicismo–, que en español se dice:
livianos, casquivanos, volanderos, botarates, pueriles, no desarrollados. El
biólogo Carrel dice –quizá con exageración– que la gran mayoría de la
población de EE.UU. no está desarrollada psíquicamente más allá de la edad
mental de 14 años.
No lo sé. Lo dudo. Quiera Dios que nosotros hayamos llegado siquiera a los
12.
En los tipos frívolos o distraídos la fe no puede ni prender siquiera,
porque ella pertenece al dominio de Lo Serio: allí cae sobre el camino, es
sembrada en la calle. Ellos pueden hablar de Dios y aun saber el Credo, como
Don Juan; pero lo Religioso está amputado en ellos; o mejor dicho, está
atrofiado. Don Juan Tenorio no es el símbolo del “pecadorazo español”, como
cree Ignacio Anzoátegui, del hombre que “cree fuerte y peca fuerte” de
Lutero. ¡Ni por pienso! Don Juan Tenorio con sus bigotazos, sus desplantes,
sus bravatas, sus conquistas y su espada pronta, es un varón poco
desarrollado; el doctor Marañón lo clasifica incluso entre los 'feminoides”.
Por eso entiende tan rápidamente a la mujeres en lo superficial; porque es
amujerado. Para el hombre muy varonil, la mujer es un misterio profundo y
respetable, por no decir adorable; para el achiquilinado es algo como el
ratón respecto al gato: algo enteramente claro y perspicuo. Don Juan Tenorio
está lleno de malos pensamientos y pequeñas porquerías; pero no peca,
hablando en serio; el pecado es una cosa seria y no es lo mismo ser pecador
que chico malcriado. Las que pecan serían en todo caso las mujeres que lo
siguen, como el caburé no tiene la culpa que las gorrionas se le vayan
encima: pecado de bobería, que es uno de lo más peligrosos que hay. Esa
Margarita, por ejemplo, que Goethe quiere damos como un portento de
inocencia... Es una mujercita un poco corrompidita; la prueba es que se hace
la bobito. Quizá nos equivoquemos ¿no?
Fausto sí peca: cuando seduce a Margarita sabe lo que hace; y por eso vacila
y tiembla. Mientras, Don Juan no sabe lo que es vacilar, y ésa es una de sus
fuerzas. Fausto es el hombre que ha recibido la fe, que es capaz de lo ético
y lo religioso –es capaz del amor y no solamente del deseo–: pero en el cual
la fe se secó pronto porque él no quiso sufrir; y por tanto no quiso obrar
conforme a la fe; y la fe sin obras es muerta. Cristo declara netamente que
es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos tipos; lo
cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven claramente que
la religión los va a remolcar por un camino que les causa pavor; y por eso
desenganchan al momento. Con éstos el diablo tiene más trabajo, pero también
más cosecha. Con los primeros, “las aves del aire fuliginoso” se limitan a
comerse las semillas antes que nazcan; aquí ya interviene Mefistófeles con
discursos, promesas y vivezas; y hasta con golpes de mano a veces. Lo
demoníaco, que en Don Juan está oculto, aquí se hace visible.
El tercer caso es más tremendo: allí la fe existe, pero está cubierta y como
fagocitada y convertida en fermento de acción... y desesperación. Lo
demoníaco es aquí inmediato: no necesitan un Mefistófeles al lado. Fermento
de acción mundana, por supuesto, no de acción interna, que es la verdadera
acción: de agitación, hablando en plata. Todos esos hombres a presión, esos
hombres agitados y poderosos que han hecho grandes cosas –ruinosas– en la
Historia (“Gigantes viri famosi” los llama el Génesis) como Napoleón Primero
o Hitler, son en el fondo hombres religiosos; pero su religiosidad está
desviada. La Semilla cayó entre Espinas.
Lo Religioso es lo que impulsa al Judío Errante a su fatídica errabundia: si
no puede pararse es porque tiene fe, pero su fe está aprisionada por una
pasión; símbolo poderoso que creó el Medioevo para significar el mismo
disperso y errabundo pueblo judío.
Ashaverus tiene verdadera inquietud religiosa: sabe que ha pecado contra
Cristo y que ese pecado no es una cosa indiferente ni siquiera corriente,
sino extraordinaria y horrorosa; pero no llega a postrarse ante el Muerto a
pedir perdón. Y entonces el desasosiego espiritual, que es el manantial de
la religiosidad, en vez de volverse fe se vuelve angustia.
Pero estos terceros infieles son los que más fácilmente se convierten: la
Desesperación es la Enfermedad de Muerte, pero al mismo tiempo es el
Remedio. Ashaverus se convertirá al final; el que no se convierte nunca es
Fausto: Goethe se equivocó al hacer convertir a Fausto en su Segunda Parte.
De hecho Goethe, que fue el verdadero Fausto, no se convirtió nunca, que
nosotros sepamos. Fausto es la Duda; y la Duda no puede convertirse porque
entonces se aniquila a sí misma, hablando en el mundo de las Ideas; puesto
que sabemos que todo hombre puede convertirse si quiere.
Pero en el mundo de las Esencias, Fausto convertido es una contradicción; lo
mismo que un Caifás convertido.
En nuestros chapuceros tiempos modernos hay de todo, como en las revistas
argentinas: hay el Desesperado, hay el Dubitante y hay el
Distraído-Divertido; o si quieren de otro modo, existen el Afiebrado, el
Amputado y el Atrofiado, los tres tipos que previó Cristo. Pero como hemos
dicho, nuestra época se especializa en este último; lo mismo que las
revistas argentinas en el Divertido-Distraído.
Consolémonos: también hay tres tipos en los cuales la Semilla no se malogra,
que son el Penitente, el Pío y el Perfecto. En unos da 30; en otros, 60; en
pocos da el 100 por uno, los cuales se llaman los Hombres del Ciendoblado.
Éstos son los hombres que hacen todas las cosas que predican; que tienen una
fe total y todos sus actos expresan esa fe. Los que gritan son oídos en este
mundo; pero mucho más son oídos los que no gritan y hacen. El Ciendoblado es
el hombre cuya vida predica el Evangelio sin muchas palabras; que cuando
habla del sufrimiento, sabe lo que es sufrir; cuando habla de la renuncia,
sabe lo que es renunciar; cuando habla del martirio, sabe lo que es el
martirio. Y cuando habla del Amor de Dios, dichoso él, sabe lo que es el
Amor.
Nada de eso sabe el frívolo. Hoy día casi todo es “calle”. El diablo ha
inventado un Camino Anchísimo para confort del hombre moderno: una
“autoestrada”. Ha hecho que todo se vuelva calle y trocha, hasta el hogar,
hasta la escuela, hasta la iglesia; no puede pararse uno, todo es para
caminar, como el mundo entero para el Judío Errante; y, naturalmente, todas
las Semillas caen en el camino. Y, naturalmente, de esa manera ha obligado
al Sembrador a tomar el arado y convertirse en Arador.
“Los pecadores me araron el lomo”, dice el Profeta David profetizando los
azotes de Cristo; mas llegará un tiempo en que Cristo habrá de tomar el
azote y ararnos a nosotros, para que nos salvemos aunque sea “tanquam per
ignem”, a través del fuego. Peor es nada.
La bomba atómica puede convertir a Europa, dice Belloc; y si no convierte a
Europa, paciencia; por lo menos me puede convertir a mí...
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 144-150)
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Santos Padres: San Gregorio Magno - La Parábola del Sembrado
(Fragmento)
Retened en vuestro corazón las palabras del Señor que habéis escuchado con
vuestros oídos; porque la palabra de Dios es el alimento del alma; y la
palabra que se oye y no se conserva en la memoria es arrojada como el
alimento, cuando el estómago está malo. Pero se desespera de la vida de
quien no retiene los alimentos en el estómago; por consiguiente, temed el
peligro de la muerte eterna, si recibís el alimento de los santos consejos,
pero no retenéis en vuestra memoria las palabras de vida, esto es, los
alimentos de justicia. Ved que pasa todo cuanto hacéis y cada día, queráis o
no queráis, os aproximáis más al juicio extremo, sin perdón alguno de
tiempo. ¿Por qué, pues, se ama lo que se ha de abandonar? ¿Por qué no se
hace caso del fin a donde se ha de llegar? Acordaos de que se dice: “Si
alguno tiene oídos para oír que oiga”. Todos los que escuchaban al Señor
tenían los oídos del cuerpo; pero el que dice a todos los que tienen oídos:
“Si alguno tiene oídos para oír, que oiga”, no hay duda alguna que se
refería a los oídos del alma. Procurad, pues, retener en el oído de vuestro
corazón la palabra que escucháis. Procurad que no caiga la semilla cerca del
camino, no sea que venga el espíritu maligno y arrebate de vuestra memoria
la palabra. Procurad que no caiga la semilla en tierra pedregosa, y produzca
el fruto de las buenas obras sin las raíces de la perseverancia.
A muchos les agrada lo que escuchan, y se proponen obrar bien; pero
inmediatamente que empiezan a ser molestados por las adversidades abandonan
las buenas obras que habían comenzado. La tierra pedregosa no tuvo
suficiente jugo, porque lo que había germinado no lo llevó hasta el fruto de
la perseverancia. Hay muchos que cuando oyen hablar contra la avaricia, la
detestan, y ensalzan el menosprecio de las cosas de este mundo; pero tan
pronto como ve el alma una cosa que desear, se olvida de lo que se
ensalzaba. Hay también muchos que cuando oyen hablar contra la impureza, no
sólo no desean mancharse con las suciedades de la carne, sino que hasta se
avergüenzan de las manchas con que se han mancillado; pero inmediatamente
que se presenta a su vista la belleza corporal, de tal manera es arrastrado
el corazón por los deseos, como si nada hubiera hecho ni determinado contra
estos deseos, y obra lo que es digno de condenarse, y que él mismo había
condenado al recordar que lo había cometido.
Muchas veces nos compungimos por nuestras culpas y, sin embargo, volvemos a
cometerlas después de haberlas llorado. Así vemos que Balaán, contemplando
los tabernáculos del pueblo de Israel, lloró y pedía ser semejante a ellos
en su muerte, diciendo: Muera mi alma con la muerte de los justos y mis
últimos días sean parecidos a los suyos; pero inmediatamente que pasó la
hora de la compunción, se enardeció en la maldad de la avaricia, porque a
causa de la paga prometida, dio consejos para la destrucción de este pueblo
a cuya muerte deseara que fuera la suya semejante, y se olvidó de lo que
había llorado, no queriendo apagar los ardores de la avaricia.
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Santos Padres: San Agustín - Sermón 101,3 (Fragmento)
“Dice Pablo en sus escritos que fue enviado a predicar el Evangelio allí
donde Cristo aún no había sido anunciado. Pero, como aquella otra siega ya
tuvo lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies
que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo
Señor; Él estaba, en efecto, en los apóstoles, pues también Él cosechó; nada
hicieron ellos sin Él; Él sin ellos es perfecto, y a ellos dice: ‘sin Mí
nada podéis hacer’ (Jn 15, 5). ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los
gentiles? ‘Ved que salió el Sembrador a sembrar’ (Mt 13, 3). Allí se envían
segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. Pero,
¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en tierra
pedregosa, parte entre espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no
hubiera venido tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué
nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de judíos y de la paja? Lo único
que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra
buena. -¡Oh Dios! Mi corazón está preparado- (Sal 56, 8) para dar el
treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero
siempre es trigo”.
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Aplicación:
P. José A. Marcone, I.V.E. - La parábola del sembrador (Mt 13,1-23)
Introducción
Con el domingo de hoy comienza la Iglesia a presentarnos las parábolas de
Cristo. En este domingo y en los dos domingos sucesivos leeremos cinco
parábolas de Cristo. Hoy, domingo XV del tiempo ordinario, la del sembrador;
el domingo próximo, domingo XVI, la del trigo y la cizaña; y el domingo
XVII, las tres parábolas del tesoro escondido, la del buscador de perlas y
la de la red que se arroja al mar para pescar.
1. El género ‘parábola’
La palabra que usa el original griego de los evangelios para designar este
tipo de predicación de Jesús es parabolé. Es una palabra específicamente
griega. Está compuesta del verbo bállo: ‘arrojar’; y ‘pará’: ‘al lado de’.
En su sentido estrictamente etimológico, parabolé significa ‘arrojar una
cosa al lado de otra’. Por lo tanto, ‘parábola’ en cuanto creación literaria
significa lanzar al aire un concepto hablado que nos trae a la mente, además
de ese concepto, otro paralelo, pero de distinto orden. Consiste en
significar con una sola composición literaria dos realidades paralelas. Es
poner paralelamente, a través de la palabra hablada, dos realidades de
distinto orden. Ése es el significado etimológico de la palabra
‘parábola’*1.
En castellano se usa el término ‘parábola’ también para expresar el
movimiento de algún objeto que se desplaza describiendo un gran arco antes
de llegar al punto de arribo, es decir, describiendo, precisamente, una
‘parábola’. Un ejemplo de este movimiento lo tenemos en la jabalina (que
lleva el nombre del mismo verbo griego, bállo), o el proyectil de mortero u
obús. Estos objetos salen de su punto de partida apuntando hacia arriba para
finalmente golpear a un objetivo que está en la tierra. Se trata, por lo
tanto, de un tiro no directo (como puede ser el del rifle o carabina) sino
indirecto. Por eso la parábola es, como se dice de este movimiento, un
discurso indirecto. Por esta razón, por ser un discurso indirecto, el género
literario de las parábolas puede también definirse como una ironía, tomada
en la tercera acepción que trae el Diccionario de la Real Academia Española:
“Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se
dice”.
La palabra castellana que, quizá, exprese mejor la realidad del género
‘parábola’ del Evangelio sea ‘analogía’, porque dos cosas análogas son dos
cosas en parte igual y en parte distintas.
Dice el P. Castellani: “La parábola es un género creado por Jesucristo, que
ni antes ni después de Él fue usado por nadie”*2. “Se puede decir que este
género lo inventó y lo concluyó Cristo”*3. “Las parábolas son un género
literario único, que no tuvo precedentes ni continuadores”*4. El único
antecedente que tienen las parábolas son las pequeñas comparaciones que
Salomón escribe en los libros sapienciales, especialmente en el libro de los
Proverbios y que en hebreo se llaman mashál. “Las parábolas de Salomón que
se han conservado no son sino comparaciones brevísimas, de contenido moral
casi siempre, que tienen uno o dos dísticos solamente. Verdad es que aquí se
encuentra el embrión del género que en los rabbíes posteriores se
desarrolló; y en Cristo se consumó”*5.
“La regla más importante de la pedagogía es que hay que enseñar lo
desconocido por medio de lo conocido; la regla teológica más importante es
que a Dios lo conocemos ‘por medio de las cosas visibles, comprendiéndolas’,
como dijo San Pablo. Estas reglas confluyen en este género simple,
primitivo, profundo y original. Las costumbres y las circunstancias lo
imponían y el genio lo transfiguró”*6.
Las circunstancias lo imponían porque sus oyentes tenían un alma simple como
la de un niño y eran ignorantes como los niños. Y por otro lado Él tenía un
corazón tierno y paternal, y también corazón de niño (aunque no ignorancia
de niño) que le llevaba a acomodarse sin dificultad a su auditorio. Para
poder contar cuentos a los niños hay que tener alma de niño. “‘La fábula es
un género pueril y prosaico’, dice Menéndez y Pelayo; la parábola es un
género pueril y poético”*7. Jesucristo usó este género literario sumamente
pueril. Y sin embargo lleno de sabiduría.
Dice también el P. Castellani respecto de las parábolas: “El objeto de
ellas, el Misterio, es una cosa desmesurada, infinita. Cristo toma el
material de ellas de la realidad cotidiana, de lo que veía en torno suyo, de
las costumbres populares, de lo que contaba la gente, de las noticias que
corrían... de la boca misma de sus oyentes. (…) Como todos los grandes
artistas, no necesitaba Cristo materiales ricos para hacer su obra. Como
todos los artistas populares, tomaba sus temas de la boca misma de sus
oyentes”*8.
El género ‘parábola’ inventado por Cristo se diferencia netamente de la
figura retórica llamada ‘alegoría’*9. Las parábolas de Cristo pertenecen a
la poesía simbólica. Cada parábola es un único símbolo con un solo
significado principal. Y todos los detalles de cada parábola están ordenados
y tienen como finalidad completar ese único significado; todos los detalles
confluyen en un único significado. Respecto a esto se ha caído en dos
errores. El primero fue el alegorismo alejandrino, que veía en cada detalle
de la parábola un sentido. El segundo fue el de algunos autores del
Renacimiento, Maldonado por ejemplo, que consideraron algunos detalles de
las parábolas como ‘superfluos’ o ‘inútiles’, dándoles el bello (pero
equivocado) nombre de ‘ornamentales’*10.
En este género que eligió Cristo para predicar hay un misterio y una
cuestión muy difícil. En efecto, cuando sus discípulos le preguntan ‘¿por
qué les hablas en parábolas?’, Jesús responde: “Les hablo con parábolas,
porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. Y se cumple en ellos la
profecía de Isaías, que dice: ‘Oiréis, pero no entenderéis; miraréis, pero
no veréis’” (Mt 13,13-14). Pareciera que la respuesta de Jesús sonara así:
“Les hablo así para que no entiendan”. Lo cual sería lo contrario de lo que
se busca cuando se predica.
La respuesta a esta cuestión difícil es la siguiente: Cristo habla con
imágenes pueriles, poéticas y preñadas de sentido para confundir la
sabiduría de los sabios de este mundo. Como dice Pascal refiriéndose a otro
tema*11, las parábolas tienen suficiente luz para los que quieren ver, y
bastante oscuridad para los que no quieren abrir los ojos a las cosas de
Dios.
El lenguaje de las parábolas es el lenguaje de la cruz. Dice San Pablo:
“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio. Y no
con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. De hecho, la
palabra de la cruz es una necedad para los que están en vías de perdición;
mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de
Dios. Porque escrito está: Destruiré la sabiduría de los sabios, y anularé
la inteligencia de los inteligentes” (1Cor 1,17-19). Las parábolas son ‘la
predicación’ o ‘palabra de la cruz”, de la que habla San Pablo.
Para poder entender las palabras de Cristo hay que tener corazón de niño
porque Cristo les habla, a través de parábolas, a los que tienen corazón de
niño. Por eso, otras de las respuestas posibles a la pregunta de por qué
Jesús habla en parábolas es Mt 11,25-26: “En aquella ocasión tomó Jesús la
palabra y exclamó: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra;
porque has ocultado estas cosas a los sabios y los inteligentes, y las has
revelado a los pequeños”. Y respecto a esto dice la Imitación de Cristo: “La
simplicidad mira a Dios… Si fueras en tu interior bueno y puro, todo lo
verías sin dificultad y lo entenderías bien” *12. Jesús, cuando habla de los
que no entenderán, se refiere a los sabios que carecen de esta simplicidad y
viven en medio de sus soberbios, complicados y alambicados pensamientos.
2. El sentido general de la parábola
Pero ahora expliquemos la parábola, que en realidad Cristo ya la explicó.
Jesús habla tomando una imagen que sus interlocutores tendrían casi delante.
El modo de sembrar del que Jesús habla es al voleo. Había otros modos de
sembrar (al menos uno más, con el asno) y por lo tanto podemos decir que
Jesucristo eligió cuidadosamente sus palabras. En esa zona cercana al Mar de
Galilea hay buenos terrenos, pero pequeños, muchos de ellos pegados a las
lomas y siempre surcados de senderos que eran necesarios para los
desplazamientos.
Por eso era lógico que en el ímpetu y la generosidad del sembrador que
arroja la semilla parte de la semilla cayera al lado o sobre esos senderos
endurecidos por el paso de los transeúntes. El segundo terreno se trata de
semilla que cayó junto a la loma, donde comienza el lecho de piedra. De
hecho, San Lucas no dice que cayó en tierra pedregosa sino directamente en
piedra (epì tèn pétran; Lc 8,6). Es decir que se trata de un lugar que tiene
un colchón de tierra sobre un lecho de piedra; colchón de tierra muy exiguo,
ciertamente. El tercer terreno se trata de lugares donde el arado no pudo
entrar, o entró con mucha dificultad, también en los rincones del terreno, y
por lo tanto no alcanzó a limpiar completamente el terreno.
Lo primero que tenemos que saber es que los distintos terrenos son distintos
tipos de almas, el terreno es el hombre individual. El domingo próximo
leeremos la parábola de la cizaña sembrada en el campo de trigo, que habla
del terreno como una sociedad humana. Pero aquí el terreno es el alma
individual, distintos tipos de alma.
La semilla es la Palabra de Dios, es el Evangelio, la doctrina de Cristo e,
incluso, la Palabra en cuanto persona, en cuanto Verbo, segunda persona de
la Santísima Trinidad.
El tema crucial y dramático, podríamos decir, que nos presenta la parábola
de hoy es cómo recibe cada alma al Verbo. Esta par��bola es, por sí misma, un
tratado completo de psicología o de antropología cuyo principio fundamental
es: toda alma humana se define por su relación con el Verbo. Cada alma
humana es lo que es de acuerdo a cómo ha decidido libremente recibir al
Verbo. En esta parábola Jesús pone al hombre individual ante una
extraordinaria disyuntiva: o elige a Dios o se elige a sí mismo.
Los tres primeros tipos de personas representados por los tres primeros
tipos de terrenos se eligen a sí mismos y desechan a Dios. Se trata de una
elección profunda y primaria que brota de lo más hondo del corazón y es la
opción que el alma hace acerca de Cristo: si ha optado por Cristo, o ha
optado vivir sin Cristo o contra Cristo. Y esta opción, que es absolutamente
libre, afecta de una manera tan intensa a la persona, que de esa opción
depende toda su personalidad. Aún más, el P. Castellani dice que eso no sólo
afecta a la personalidad, sino que eso es la Personalidad, con mayúsculas.
Dice el P. Castellani textualmente: “Hay en el fondo más secreto del hombre
un punto del cual proceden sus decisiones, y sobre todo la decisión primaria
y capital de si él va a votar por Dios o no va a estar con Dios. Ese punto
es tan recóndito que no lo pueden conocer ni menos forzar ni los ángeles ni
los demonios; sino solamente Dios, el cual no lo quiere forzar. Dese punto
procede la orientación de toda nuestra conducta, y a eso llamamos
Personalidad.
“Esta parábola (la parábola del sembrador) trata déso; de cómo se ha la
Personalidad del hombre respecto a la Palabra de Dios, o sea, las verdades
religiosas”*13.
O sea que, para el P. Castellani, la Personalidad consiste en el modo en que
el alma se relaciona con el Verbo, con la Palabra de Dios hecha carne, si se
enfrenta aceptándolo plenamente y de una manera definitiva, para siempre, o
si decide ignorarlo o luchar contra Él. A esta opción, Castellani la llama
también Elección Primaria, con mayúsculas*14.
De esta Personalidad del hombre o Elección Primaria trata, precisamente, la
Parábola del Sembrador que hoy hemos leído y por esta razón es la más
importante del Evangelio.
Los cuatro terrenos que reciben la semilla son cuatro distintas
Personalidades en su relación con el Verbo, con la Palabra. El primer
terreno, el camino, ignora absolutamente al Verbo y se desentiende
rápidamente de Él, con la colaboración del diablo. El segundo terreno, el
terreno con lecho de piedra y poca capa de humus, es una Personalidad que
hace una intentona de aceptar al Verbo, pero su opción por Cristo ni es
plena ni es definitiva: ante los primeros problemas que nacen a causa de la
amistad con Cristo, lo abandona, como la planta que no tiene raíces; su
opción por Cristo no es tal. El tercer terreno, lleno de malezas y espinos,
hace un amague de aceptar al Verbo; incluso crece la planta que brotó de la
semilla de la Palabra, pero se deja enredar por las preocupaciones del mundo
y el amor al dinero. A pesar de haber hecho un amague de aceptarlo,
finalmente no lo acepta.
De estos tres terrenos se dice que no dan fruto. Lo cual indica la
condenación eterna. Los hombres, cuya Personalidad consiste en un
desentendimiento del Verbo, no se salvan.
El cuarto terreno, el buen terreno, está describiendo la Personalidad de
aquellos que aceptan al Verbo en plenitud y definitivamente, para siempre.
Ellos dan fruto, es decir, se salvan.
3. Las características propias de cada terreno o cada tipo de alma
“Claramente se ve en la parábola una progresión en la suerte de la semilla;
porque en efecto, la que cae en el camino, ni siquiera germina; la que cae
sobre ripio, germina y se quema pronto; mas la que cae entre abrojos –o
cañotas– crece bastante pero después es como aprisionada y asfixiada”*15.
Las características del primer terreno es ser sendero y costado o banquina
del sendero. Expresa un terreno duro e impenetrable. Eso ya habla algo
acerca de este tipo de alma. Son almas que no son permeables al Verbo ni a
‘los verbos’, es decir, al mensaje del Verbo Encarnado.
Pero la acusación que le hace Jesús es que ‘oyen la palabra pero no la
entienden’ (Mt 13,19). El verbo griego que se usa para decir ‘entender’ es
el verbo syníemi. Este verbo se usa en el AT (LXX) para expresar la actitud
propia del sabio (cf. Job 36,4; Sir 24,26; Jer 9,11). Por lo tanto ‘no
entender la palabra’ es la actitud propia del necio, del carente de
sabiduría divina. ‘Entender’ (syníemi) se refiere a la capacidad de hacer
que la palabra entre al interior, de internizarla, si se nos permitiera
decir. La comparación, precisamente, es esa: así como la semilla no penetra
en la tierra, así tampoco la palabra penetra en el alma. Apenas si cayó en
sus oídos corporales, pero la libertad del hombre la rechazó en el fondo de
su corazón. Y esto se hace con la ayuda del Maligno.
La característica del segundo terreno es la de ser superficial. Se trata de
una capa de tierra de muy pocos centímetros sobre un lecho de piedra. La
semilla entra en el terreno (‘reciben la palabra con alegría’), pero brota
enseguida a causa del poco espesor de la tierra. Y el sol fuerte de la
primavera galilaica quema el brote, porque la raíz tampoco ha podido
desarrollarse y el terreno no puede retener la humedad. La acusación que
Jesús le hace es doble. En primer lugar, se trata de un alma ‘temporal’ (en
griego, proskairós; San Jerónimo traduce temporalis). En segundo lugar, se
trata de un alma que no soporta las tribulaciones y las persecuciones a
causa de la Palabra.
Ser temporal se dice en oposición a lo eterno*16. Ser un terreno superficial
aquí es sinónimo de estar enamorado de la vida que transcurre dentro del
tiempo y en esta tierra. No piensa ni aspira a la vida eterna del cielo. En
el NT se usa en otros dos lugares. En 1Cor 4,18 se habla de las cosas
visibles y pasajeras en oposición a lo eterno: “No ponemos nuestros ojos en
las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son
pasajeras (proskairós), mas las invisibles son eternas”. En Heb 11,25 se
dice que Moisés prefirió “ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar
del efímero (proskairós) goce del pecado”.
No soportar las tribulaciones y las persecuciones por la Palabra es tener
miedo de sufrir por Cristo. Por eso dice el P. Castellani: “Cristo declara
netamente que es el miedo al sufrimiento lo que suprime la religión en estos
tipos; lo cual prueba que entienden lo que es religión, puesto que ven
claramente que la religión los va a remolcar por un camino que les causa
pavor; y por eso desenganchan al momento. Con éstos el diablo tiene más
trabajo, pero también más cosecha”*17.
El tercer terreno es bueno y fecundo y recibe bien la semilla de trigo; pero
en ese terreno hay zarzas o plantas de espinos o arbustos con espinas.
Crecen las plantas de espinas, ahogan la planta de trigo, y el trigo se
pasma y no da fruto, nada de fruto. Esto representa al alma que recibe bien
la palabra, el anuncio del Evangelio. Pero ‘las preocupaciones de este siglo
y la seducción de las riquezas’ (Mt 13,22) que no supo erradicar en su
momento, ahora han ahogado la palabra de Dios y no han dado fruto, nada de
fruto. El no dar fruto significa la condenación eterna.
Éste terreno representa a muchos católicos que han aceptado el anuncio del
Evangelio y han recibido el bautismo. Han adelantado en la vida espiritual,
han hecho crecer la palabra de Dios en sus almas, pero finalmente ‘las
preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ ahogan la
palabra de Dios y los lleva a hacer su elección por las riquezas y rechazan
la salvación que Dios les ofrece.
La expresión griega que se traduce por ‘preocupaciones de este siglo y la
seducción de las riquezas’ es he mérimna toû aiônos kaì he apáte toû
ploútou. La palabra griega mérimna, que traducimos por ‘preocupaciones’
proviene del verbo merídso, que significa ‘dividir’. Por eso, la palabra
mérimna expresa aquellas cosas que exigen la atención del alma en distintas
direcciones y al mismo tiempo, de tal manera que hacen que el alma viva
dividida, solicitada por varios objetos a la vez. De aquí proviene la
ansiedad y el afán inmoderado. Y se trata de objetos todos relativos al
tiempo presente. En efecto, aión significa ‘siglo’, ‘tiempo presente’. No
hay ninguna referencia a la eternidad; todo se refiere a la vida
estrictamente temporal. Se trata de un afán inmoderado por las cosas
necesarias para nuestra vida temporal.
La palabra apáte significa ‘engaño’, ‘seducción’.
Esto es cuanto puede sucederle a un católico medio: dejarse arrastrar por
las múltiples necesidades materiales para vivir el tiempo presente, y de
allí, dejarse engañar y seducir por el deseo inmoderado de dinero y de
riquezas. Todo eso ahoga la palabra sembrada y hace que no dé fruto.
El terreno que sí da fruto es el alma que ‘entiende’ (synieís) la palabra,
es decir, la contrapartida del primer terreno. Si el primer tipo de alma es
la del necio, el tipo de alma del que da fruto es la del sabio. El hecho que
Jesús presente a ese terreno según una triple capacidad, es decir, un
terreno da treinta granos por una semilla sembrada, otro da sesenta por una
sembrada y otro da cien por una sembrada, significa los distintos estados en
que el alma se encuentra al morir.
En el itinerario normal de un alma que busca a Dios hay tres edades o
también llamadas ‘vías’. La primera, la inmediata después de la conversión,
es la que se llama la vía purgativa, porque el alma todavía vive en una
etapa de intensa purgación y purificación. Después de esta etapa Dios mete
mano y la hace entrar en una noche de gran tribulación, llamada ‘noche del
sentido’. Salida de esa noche, el alma entra en la segunda edad, la vía
iluminativa, llamada así porque va aprovechando intensamente en las
virtudes. Llegado un momento en que el alma ya ha hecho todo lo que está en
su mano para purificarse, otra vez Dios toma las riendas del asunto y hace
entrar al alma a una noche mucho más tremenda que la anterior (y que San
Juan de la Cruz llama ‘horrenda’). Esa noche se llama ‘noche del espíritu’ y
hace entrar al alma ya en el estado de los perfectos. Es lo que se llama la
vía unitiva, porque ya va llegando a la unión mística con Cristo.
Los que llegan a la vía purgativa son los que dan el 30 x 1. Los que llegan
a la vía iluminativa son los que dan el 60 x 1. Los que llegan a la vía
unitiva son los que dan el 100 x 1.
Conclusión
Esta parábola es una invitación a hacer una Elección Primaria plena,
definitiva y eficaz por Cristo. Los obstáculos que debemos remover son: el
desinterés por Cristo (primer terreno), la superficialidad y el temor al
sufrir por Cristo (segundo terreno), y la excesiva preocupación por las
dificultades de la vida diaria y la seducción del dinero (tercer terreno).
Al mismo tiempo debemos estar dispuestos a, una vez convertidos, avanzar en
la vida espiritual y aspirar a pasar las dos noches que nos purifican, hasta
llegar a la vía unitiva. Esta vía unitiva no es solamente para sacerdotes y
religiosos. Es para todo bautizado. La vida mística, la unión mística con
Cristo está dentro del desenvolvimiento normal de la vida espiritual del
cristiano. Ese es el modo de rendir 100 x 1. Si no se llega allí es porque
no se ha tenido ánimo de arrostrar todas las dificultades y sufrimientos que
ello implica.
Pidámosle esa gracia a la Virgen María.
*1- En castellano, italiano y francés se ha
tomado del vocablo griego ‘parábola’, el término ‘palabra’, ‘parola’,
‘parole’, respectivamente (cf. Castellani, L., Las Parábolas de Cristo,
Ediciones Jauja, Mendoza, 1994, p. 16). Estas lenguas no han mantenido ni el
vocablo griego ‘logos’ ni el vocablo latino ‘verbum’ en esos sentidos.
*2- Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo,
Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p. 477.
*3- Castellani, L., Las parabolas de Cristo…, p.
16.
*4- Castellani, L., El Evangelio…, p. 282.
*5- Castellani, L., El Evangelio…, p. 479.
*6- Castellani, L., Las Parábolas de Cristo…, p.
16.
*7-Castellani, L., Las Parábolas de Cristo…, p.
16.
*8- Castellani, L., El Evangelio…, p. 246.
*9- Por ejemplo, la comparación de la cepa y los
sarmientos de Jn 15,1-8 es una alegoría.
*10- Presentamos aquí, en nota, algunos textos
del P. Castellani que explayan esta idea: “En realidad las parábolas
pertenecen al género símbolo, la más antigua y natural de las maneras de
expresión poética de la humanidad” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 384).
“La parábola evangélica es más bien que narración
un cuadro, (…) La parábola pertenece al género símbolo; que es más que un
género literario, el modo de expresión más primitivo y fundamental de la
poesía; mezclado con humorismo, como diríamos hoy, un humorismo teológico o
trascendental –como ha sido bautizado–, no una cualquiera jocosidad o
ironía” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 478).
“No son fábulas, no son apólogos comunes, no son
leyendas, no son consejas, no son novelas, no son poesía épica; son poesía
simbólica” (Castellani, L., Las parábolas…, p. 16).
“Los antiguos querían encontrar un significado a
cada uno de los pormenores de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con
un poco de imaginación; pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo:
alegorismo que los modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado,
uno de los precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor:
reaccionando al excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del
Convite, que ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque
hay en los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir,
cosas inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de
que él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz
de distinguir lo que es “superfluo” (Castellani, L., El Evangelio…, p.
303-4).
“Así pues los Santos Padres antiguos descomponen
las parábolas en todos sus elementos constitutivos hasta los menores
detalles, como en un análisis químico, y quieren dar un significado concreto
a cada uno de ellos; el cual en ocasiones no puede ser sino arbitrario y aun
estrafalario, cayendo así en el “alegorismo” que S. S. Pío XII
desrrecomienda en su Encíclica Divino Afflante Spiritu” (Castellani, L., El
Evangelio…, p.384).
“Los exegetas del Renacimiento vieron que el
alegorismo no marchaba; y que las parábolas debían tener un significado
literal único, pretendido por Cristo, y sobre el cual no podía caber
discusión. Eso fue un progreso, porque es efectivamente así. Pero sin
embargo, intrigados de los pormenores a veces raros, introdujeron que en
las parábolas había “rasgos ornamentales”; es decir, adornos en el fondo
inútiles” (Castellani, L., El Evangelio…, p. 385).
*11- Cf. Garrigou-Lagrange, R., Las tres edades
de la vida interior, Ediciones Palabra, Madrid, 1995, Tomo II, p. 979.
*12- DE Kempis, T., Imitación de Cristo, Libro
II, cap. IV, nº 1.2.
*13- Castellani, L., Domingueras Prédicas,
Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1997, p. 58 – 59; cursiva nuestra.
*14- Castellani, L., Domingueras Prédicas..., p.
60.
*15- Castellani, L., El Evangelio…, p. 146.
*16- Dice Friberg: “Se dice de aquello que
continúa sólo por un tiempo limitado: temporario, transitorio, por un tiempo
(Mt 13,21), opuesto a aiónos (eterno, inmortal). En género neutro se usa
como un sustantivo y se aplica a cosas que están en este mundo visible;
entonces significa: de naturaleza temporaria (así por ejemplo, en 2Cor
4,18)”. El texto original en inglés: “Of what continues only for a limited
time temporary, transitory, for a time (Mt 13,21), opposite a??????
(eternal, everlasting); neuter as a substantive, of things in the visible
world t? p??s?a???? the temporary nature (2Cor 4,18)” (Friberg, Lexicon of
the New Testament; traducción nuestra).
*17- Castellani, L., El Evangelio…, p. 147..
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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - la parábola del sembrador
El Evangelio de este domingo (Mt 13, 1-23) nos presenta a Jesús predicando a
orillas del lago de Galilea, y dado que lo rodeaba una gran multitud, subió
a una barca, se alejó un poco de la orilla y predicaba desde allí. Cuando
habla al pueblo, Jesús usa muchas parábolas: un lenguaje comprensible a
todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida
cotidiana.
La primera que relata es una introducción a todas las parábolas: es la
parábola del sembrador, que sin guardarse nada arroja su semilla en todo
tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es
precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno
donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del
camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes
se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las
espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo
allí la semilla prende y da fruto.
En este caso, Jesús no se limitó a presentar la parábola, también la explicó
a sus discípulos. La semilla que cayó en el camino indica a quienes escuchan
el anuncio del reino de Dios pero no lo acogen; así llega el Maligno y se lo
lleva. El Maligno, en efecto, no quiere que la semilla del Evangelio germine
en el corazón de los hombres. Esta es la primera comparación. La segunda es
la de la semilla que cayó sobre las piedras: ella representa a las personas
que escuchan la Palabra de Dios y la acogen inmediatamente, pero con
superficialidad, porque no tienen raíces y son inconstantes; y cuando llegan
las dificultades y las tribulaciones, estas personas se desaniman enseguida.
El tercer caso es el de la semilla que cayó entre las zarzas: Jesús explica
que se refiere a las personas que escuchan la Palabra pero, a causa de las
preocupaciones mundanas y de la seducción de la riqueza, se ahoga. Por
último, la semilla que cayó en terreno fértil representa a quienes escuchan
la Palabra, la acogen, la custodian y la comprenden, y la semilla da fruto.
El modelo perfecto de esta tierra buena es la Virgen María.
Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes
escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el
terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de
su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la
pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a
un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno
sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que
pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Y nos hará bien no olvidar que también nosotros somos sembradores. Dios
siembra semilla buena, y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué
tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca? Nuestras palabras
pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir;
pueden alentar y pueden deprimir. Recordadlo: lo que cuenta no es lo que
entra, sino lo que sale de la boca y del corazón.
Que la Virgen nos enseñe, con su ejemplo, a acoger la Palabra, custodiarla y
hacerla fructificar en nosotros y en los demás.
((Ángelus, Plaza de San Pedro, Domingo 13 de julio de 2014)
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Aplicación: Benedicto XVI - la parábola del sembrador/strong>
Pero este Evangelio insiste también en el «método» de la predicación de
Jesús, es decir, precisamente, en el uso de las parábolas. «¿Por qué les
hablas en parábolas?», preguntan los discípulos (Mt 13, 10). Y Jesús
responde poniendo una distinción entre ellos y la multitud: a los
discípulos, es decir, a los que ya se han decidido por él, les puede hablar
del reino de Dios abiertamente; en cambio, a los demás debe anunciarlo en
parábolas, para estimular precisamente la decisión, la conversión del
corazón; de hecho, las parábolas, por su naturaleza, requieren un esfuerzo
de interpretación, interpelan la inteligencia pero también la libertad.
Explica san Juan Crisóstomo: «Jesús pronunció estas palabras con la
intención de atraer a sí a sus oyentes y solicitarlos asegurando que, si se
dirigen a él, los sanará» (Com. al Evang. de Mat., 45, 1-2).
En el fondo, la verdadera «Parábola» de Dios es Jesús mismo, su Persona,
que, en el signo de la humanidad, oculta y al mismo tiempo revela la
divinidad. De esta manera Dios no nos obliga a creer en él, sino que nos
atrae hacia sí con la verdad y la bondad de su Hijo encarnado: de hecho, el
amor respeta siempre la libertad.
Que la Virgen María nos ayude a ser «tierra buena» donde la semilla de la
Palabra pueda dar mucho fruto.
((Ángelus, Palacio apostólico de Castelgandolfo, Domingo 10 de julio de 2011)
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Apéndice: Textos selectos del P. Leonardo Castellani acerca del
género ‘parábolas
Las frases que siguen están tomadas del libro:
Castellani, L., El evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977.
Aunque no estén entre comillas, todos los párrafos son textuales del autor.
Está hablando de la parábola del administrador injusto
Cuanto más leo las parábolas de Cristo, más veo que son un género literario
único, que no tuvo precedentes ni continuadores. Son más sencillas que el
más sencillo de los géneros literarios, las fábulas de Esopo; y al mismo
tiempo más atrevidas y extrañas que el género moderno que los españoles
llaman esperpento. Son naturalísimas porque se trata de una simple
comparación; son brevísimas, porque no hay un solo rasgo que sobre; y sin
embargo tienen un contenido tal que nos deja bizcos: hay que ver el lío que
se han hecho con esta parábola los más doctos intérpretes, incluso el
doctísimo cardenal Cayetano, el famoso comentador de Santo Tomás: el cual
declara netamente que a esta parábola él no la entiende ni la puede
explicar. Menos mal que tuvo esa humildad, que otros menores que él no la
tuvieron.
Cristo fue mucho más que un genio literario; pero fue también un genio
literario. Lo lírico está contenido en el material de las parábolas –que son
en conjunto 120 contando grandes y chicas– material tomado de la naturaleza,
del campo, de las plantas y animales y de las costumbres del animal más
sorprendente que existe. Lo patético está suministrado por la profundidad
enorme del sentimiento, conectado con las cosas más graves de la vida
humana. Lo dramático, en la viveza y originalidad de los cortos diálogos. Lo
humorístico en la mirada aguda y maliciosa con que el autor capta las
costumbres de los hombres. Lo filosófico en la súbita trasposición de
planos, y una especie de descoyuntamiento, que apunta a un sentido
escondido. Lo teológico, en los emblemas y figuras de Dios: en este caso,
Dios es el Patrón, el dueño de todo el Universo, de quien se dijo: “Si
tuviese hambre, no te lo voy a decir a ti, porque mía es la redondez de la
tierra y cuanto en ella hay” (Ps XLIX, 12), y también: “Mía es la plata y el
oro, dice el Señor” (Ageo II, 8). (p. 282-3)
________________________________________________________________
Hemos notado otra vez que las parábolas de Cristo ostentan una especie de
desmesuras o bruscas salidas del carril, que se podrían llamar humorismo si
se quiere; pero que es un humorismo trascendental, exigido por su objeto: no
humorismo jocoso, por cierto; aunque en algunos casos sí hay un tono chusco,
como en la parábola del Mayordomo Camandulero. El objeto de ellas, el
Misterio, es una cosa desmesurada, infinita. Cristo toma el material de
ellas de la realidad cotidiana, de lo que veía en torno suyo, de las
costumbres populares, de lo que contaba la gente, de las noticias que
corrían... de la boca misma de sus oyentes. Fue carpintero, según parece,
pero nunca tomó como materia sus recuerdos de joven, los instrumentos, la
madera, los muebles; y la razón es que era un contemplativo y hablaba de lo
que veía hic et nunc; puesto que continuamente veía lo Eterno insertándose
en el Tiempo. Pero lo Eterno embutido en lo Cotidiano, le hace saltar las
costuras. Cristo toma un cuentito de Reyes y de Convites como los que
corrían por allí; y de repente, en el medio del cuentito, estalla el trueno;
o por lo menos, se abre una interrogación; y una especie de perspectiva
mística inmensa, a veces temerosa, se abre de repente detrás de las cosas
triviales de la vida: como el abismo que veía a su lado Pascal cuando
caminaba por la calle. Como todos los grandes artistas, no necesitaba Cristo
materiales ricos para hacer su obra. Como todos los artistas populares,
tomaba sus temas de la boca misma de sus oyentes. Como los payadores
criollos, no cantaba a María Estuardo o a Guillermo Tell, sino a Lucía
Miranda, a los indios pampas, o al “contingente”*1. (p. 245-6)
________________________________________________________________
Por eso las parábolas de Cristo son paradojas, tienen un rasgo desmesurado
o, digamos, algo como un giro humorístico. “¿Por qué predicas así?” ––le
preguntaron una vez; y eso está en Mateo XIII, 13––. “¡Para que no
entiendan!”, respondió Cristo, con humor evidentemente.
El humor y el patetismo son los estilos propios del hombre religioso cuando
habla a los otros hombres, al hombre ético y al hombre estético. (p. 141)
________________________________________________________________
La ironía es el lenguaje del hombre ético cuando habla a los anéticos: “el
hombre magnánimo usa de la ironía” dice Aristóteles: “vir magnanimus utitur
eironeia”. El humor es propio del hombre noble, sea inglés o no; los países
en que no hay humor y el hombre que no entiende el humor, son poco
desarrollados. (p. 144-5)
________________________________________________________________
Los antiguos querían encontrar un significado a cada uno de los pormenores
de las parábolas o milagros, lo cual es fácil con un poco de imaginación;
pero es arbitrario, y al final cae en el ridículo: alegorismo que los
modernos no podemos tragar, y con razón. Pero Maldonado, uno de los
precursores de la exégesis moderna, cae en otro error peor: reaccionando al
excesivo alegorismo antiguo –al comentar la parábola del Convite, que (p.
304) ya hemos visto– afirma que no todo se ha de alegorizar, porque hay en
los Evangelios rasgos de adorno, rasgos superfluos, dice; es decir, cosas
inútiles en puridad; lo cual equivale a decir la inocente blasfemia de que
él las hubiese hecho mejor a las parábolas, si lo dejan, pues es capaz de
distinguir lo que es “superfluo”. (p. 303-4)
________________________________________________________________
Parábola del deudor desaforado
Maldonado hace dos errores serios en la explicación de esta parábola: uno,
rechazar la distinción de Santo Tomás porque la trae Calvino, al cual tiene
un odio inextinguible; y otro, al decir que en esta parábola hay dos “juegos
ornamentales”; conforme a una teoría de los “rasgos ornamentales de las
parábolas” que él inventó y a la cual tiene un amor inextinguible; y que es
un error. La inventó para ir en contra de la interpretación meticulosa y
fragmentaria de los detalles propia de los Santos Padres antiguos, la cual
es a osadas otro error; que explicaremos otro día, cuando veamos la parábola
del Grano de Mostaza. Ahora no hay lugar.
“Rasgo ornamental” es para Maldonado “las cosas superfluas”, que según él
habría en las parábolas. No hay cosas superfluas en las parábolas. Ese rasgo
de los “¡diez mil talentos!”, una suma considerable –por ejemplo–, ¿es una
exageración inútil e inverosímil?... Veámoslo un poco: es difícil, si no
imposible, fijar el valor de las monedas antiguas: porque, primero, había
talentos de oro y de plata; y, después, nuestras monedas actuales están en
constante muda; pero de todos modos, un talento de oro era una cosa que un
hebreo veía pocas veces, o nunca; y diez mil talentos es inconcebible. En
realidad, talento era medida de peso más que moneda: unos 59 kilos de oro
puro.
No es una exageración inútil. El “Hombre-Rey” es Dios, es Cristo mismo, juez
de vivos y muertos; y el autor de la parábola quiere marcar la diferencia
inconmensurable que va del hombre a Dios y de las “deudas” que tenemos entre
nosotros, y las que tenemos con Dios. Al oír “10.000 talentos” los ojos de
los oyentes se perdieron en el infinito con un temblor; porque efectivamente
esa suma les era inimaginable. Éste es el motivo permanente de las
“exageraciones” de Cristo, ya lo hemos dicho; y de su especie de “humorismo
trascendental”.
Por mucho que exagerara, nunca iba a medir bien Lo Inconmensurable, nunca
iba a nombrar del todo a Lo Inefable. Cristo era un excelente artista, mucho
más artista que el erudito Juan de Maldonado; el cual de artista no tiene un
jerónimo. (p. 366)
________________________________________________________________
El hablar por semejanzas era típico de la literatura –o mejor dicho de la
poesía– hebrea como de todo el Oriente. Hoy conocemos mejor este género;
conocemos totalmente las leyes del llamado estilo oral –uno de los estadios
de la evolución de la expresión humana– gracias a la preciosa obrita técnica
del investigador Mar- (p. 384) cel Jousse. No era el caso de los exégetas
antiguos ni de los del Renacimiento. En otro lugar he indicado que éstos
yerran a veces en la interpretación, cayendo en dos extremos viciosos, a
causa de su ignorancia del género; pues aprisionados por los esquemas de la
retórica grecolatina, los unos miran a las parábolas como si fuesen
alegorías o emblemas y los otros como si fuesen novelitas mal hechas. En
realidad las parábolas pertenecen al género símbolo, la más antigua y
natural de las maneras de expresión poética de la humanidad; lo que llamo
Giambattista Vico “la lingua degli erói”.
Así pues los Santos Padres antiguos descomponen las parábolas en todos sus
elementos constitutivos hasta los menores detalles, como en un análisis
químico, y quieren dar un significado concreto a cada uno de ellos; el cual
en ocasiones no puede ser sino arbitrario y aun estrafalario, cayendo así en
el “alegorismo” que S. S. Pío XII desrrecomienda en su Encíclica Divino
Afflante Spiritu. Proceden como un maestro de heráldica: “Gules significa
la paz, sinople significa la astucia, la orla de oro significa parentesco
con la casa real, el león rampante en campo de gules significa casa noble
que crece, los dos calderos significa comarca de olivares...”; y así
sucesivamente hasta dar a todo el escudo de armas un significado
concreto... y convencional.
Así, por ejemplo, esta sencillísima parábola de la Levadura, que tiene
cuatro líneas, hace decir a la exégesis antigua: “El Fermento es Cristo, la
harina es la Humanidad, las tres medidas de harina significan la fe, la
esperanza y la caridad, la mujer significa la Sabiduría”; y después se
ponen a discutir muy formales por qué Cristo dijo: “tres satos de harina”,
que es un 'hedió (que son 59 kilos) cantidad desmesurada para una horneada,
y aun para tres horneadas y tres mujeres. Pero resulta ahora que la
“sabiduría” no es femenino, sino masculino en arameo: no es mujer, es
varón. Otra discusión.
La “mujer” significa simplemente que en Palestina quienes horneaban eran las
mujeres. El rasgo desmesurado es una cosa general en las parábolas de
Cristo, y ya hemos explicado el porqué. La parábola ha de tomarse (p. 385)
en su conjunto como un símbolo; en este caso, de la sociedad religiosa que
Cristo estaba en tren de fundar. Los rasgos particulares tienen por objeto
diseñar simplemente y traer a la memoria vívidamente una cosa conocida de
todos, para significar con ella una cosa invisible; en este caso, misteriosa
y futura: la Iglesia. Un pintor actual que pinta un cuadro simbólico de la
Paz, por ejemplo, pone allí una cosa concreta que en su conjunto significa
la paz; pero cada uno de los rasgos separados de tal cosa concreta, no es
necesario tenga un significado especial.
Los exegetas del Renacimiento vieron que el alegorismo no marchaba; y que
las parábolas debían tener un significado literal único, pretendido por
Cristo, y sobre el cual no podía caber discusión. Eso fue un progreso,
porque es efectivamente así. Pero sin embargo, intrigados de los pormenores
a veces raros, introdujeron que en las parábolas había “rasgos
ornamentales”; es decir, adornos en el fondo inútiles. Maldonado,
explicando la parábola del Convite Regio y topando con la frase del Rey:
“Los pollos ya están muertos, los becerros están adobados”, dice que eso es
un “rasgo ornamental superfluo”, lo cual viene a querer decir, si bien se
mira, que Maldonado la hubiese hecho mejor de haber sido el autor él. Pero
un buen artista elimina todo lo superfluo: en una obra maestra no sobra una
sola palabra. Esa frase trivial del Rey pertenece al conjunto del símbolo,
como parte de él, pero parte no separable; y el Rey la dice para significar
que el Convite ha de llevarse a cabo; y eso, pronto. Pregunten a un
hacendado si se puede aplazar una “yerra de convite”. (p. 383-5)
________________________________________________________________
III. Las parábolas
Hemos dicho en este libro que la parábola es un género creado por
Jesucristo, que ni antes ni después de El fue usado por nadie. Esta
afirmación es nueva, y conviene justificarla.
Parecería que la parábola de los Evangelios pertenece al género griego del
apólogo; que es una fábula (mythos) (p. 478) cuyos personajes son humanos en
vez de imaginarios*2, como por ejemplo El Viejo y la Muerte de Esopo. No es
así, sin embargo: el apólogo griego es una narración más sencilla en su
contextura que termina en una conclusión de moral corriente, que llamamos en
español moraleja; y muy bien llamada: es una moralidad chiquita: como por
ejemplo:
Tenga paciencia quien se cré infelice,
Que aun de la situación más lamentable,
Es la vida del hombre siempre amable:
El viejo de la leña nos lo dice,
en el susodicho apólogo de Esopo, traducido por Samaniego.
La parábola evangélica es más bien que narración un cuadro, con más elemento
dramático que épico; y presenta casi sin excepción una especie de
distorsión, como la hecha por un espejo convexo, que desconcertó desde el
principio a los intérpretes, y sobre todo a los retóricos paganos, como
Celso, que las tachó de extravagantes; y en nuestros días han sido tratadas
hasta de “criminales” o ''inmorales''.
Esta distorsión de rasgos responde al propósito, como está dicho, de aludir
al misterio, a lo teológico, a lo infinito; y ha sido comparada no sin
propiedad por Chesterton al soplo impetuoso que en la plástica barroca
hincha los ropajes, tuerce los miembros y agita las líneas arquitectónicas,
haciéndolas danzar a veces; como en los cuadros del Greco, las estatuas del
Bernini y los altares del Vignola.
En suma, la parábola pertenece al género símbolo; que es más que un género
literario, el modo de expresión más primitivo y fundamental de la poesía;
mezclado con humorismo, como diríamos hoy, un humorismo teológico o
trascendental –como ha sido bautizado–, no una cualquiera jocosidad o
ironía. Archibald Cronin escribió al final de su novela Las Llaves del
Reino: “El Cristo es más grande que Buda; pero Buda tenía más sentido del
humor”. Se equivoca. Chesterton en su li- (p. 479) bro Orthodoxy notó que
esta singular exageración que se encuentra en las parábolas, no es otra cosa
que humorismo; aunque omite allí el explicarse más claramente.
En la literatura cristiana posterior a Cristo no encontramos parábolas: el
Pilgrim Progress de Bunyan, el Pilgrim Regress de Lewis y las tremendas
novelas satíricas del Deán Swift, por ejemplo, son propiamente alegorías.
Tampoco puede llamarse parábola sublime, como la calificó Macaulay, la
Divina Comedia de Dante; ésta es un poema épico de una creación enteramente
nueva, una epopeya espiritual, que preside toda la literatura romántica. En
todo caso, lo que más se parecería a la parábola son los actuales relatos
monstruosos de Kafka, o algunas de las últimas novelas de Hemingway.
En el Viejo Testamento se habla de las parábolas (o “semejanzas”) de Salomón
y se dice que el Rey Sabio compuso 3.000 dellas. Pero las parábolas de
Salomón que se han conservado no son sino comparaciones brevísimas, de
contenido moral casi siempre, que tienen uno o dos dísticos solamente.
Verdad es que aquí se encuentra el embrión del género que en los rabbíes
posteriores se desarrolló; y en Cristo se consumó. En los rabbíes
anteriores a Cristo se encuentran parábolas más extensas (como las que
hemos citado de Elisha-ben-Abuyah y de Josef-Bar-Iudah en p. 60) pero todas
las que conocemos tienen el carácter ya definido de “apólogos”.
El escritor modernista Samuel Butler –no S. Butler el satírico, sino S.
Butler el pintor– y otros después de él, califica a las parábolas de Cristo
de ''inmoralistas”. La aseveración es típica del escritor más impío que
conocemos, al lado del cual Voltaire y su epígono Anatole France parecen
simples nenes bocasucias. ¿Por qué? Porque, según el autor de The Way of
All Flesh, las parábolas principales del Nazareno insinuarían máximas
contrarias a la moral natural. Ignoraba el escritor inglés que su blasfema
afirmación, que trasunta una ignorancia monumental, había sido refutada de
antemano por un contemporáneo suyo, el danés Kirkegor, en su profunda
doctrina de la distinción entre la “instancia ética” y la “instancia
religiosa”, y en la sutil observación de que (p. 480) la “instancia
religiosa” comporta una especie de “suspensión de la moral”, provisoria
desde luego; y en el fondo sólo aparente.
Por lo demás, cualquier hombre con cultura artística sabe que cuando el
artista crea símbolos o imágenes no por eso los aprueba o recomienda; se
reduce a retratar una realidad. Que existen Mayordomos Pícaros, por ejemplo,
es una realidad; y la conclusión de la parábola que dice que “los pícaros
son más pícaros en sus negocios que los Buenos en los suyos” es una ironía
de Cristo, como está dicho en su lugar, o como dijo exactamente Cristo que
“los hijos de las tinieblas ven mas en sus cosas que en las propias los
hijos de la luz”, lo cual es una verdad que tiene su justificación
teológica, y que incluso se puede apoyar con Aristóteles. Aristóteles dijo
que para las cosas divinas los ojos humanos son como los ojos del murciélago
para el sol: a causa no de la deficiencia sino de la excelencia del objeto.
Y así es justo que los fieles vean menos en sus cosas propias, que son las
divinas, que no los pícaros en las suyas, que son las picardías. Mas
Aristóteles añade, que ese conocimiento, aunque sea fragmentario y oscuro
por exceso de luz tiene infinito más valor que el conocimiento de lo
terreno, aunque sea mayor y más claro. Que un pagano tenga que enseñarle al
hijo del clérigo Butler estas cosas...
Este dicho de Cristo funda la doctrina de la fe, de la que enseñan los
teólogos que es obscura, y que desde el respecto de la claridad, la
facilidad y el gozo de conocer, es inferior a la ciencia; pero no desde el
respecto de su valor. (p. 477-80).
(…) (Aquí hace una descripción de una novela de Samuel Butler, novela que,
al igual que su autor, es pérfida y la encarnación de la herejía del
modernismo)
Hemos querido caracterizar a este escritor modernista antes de copiar su
brulote contra las parábolas de Cristo y en realidad contra toda su
doctrina, que dice así. “Ninguna de las parábolas puede ser interpretada
literalmente con ventaja para el bienestar humano, excepto quizás la del
buen Samaritano; ni tampoco el Sermón de la Montaña, salvo en algunos
pasajes que eran en realidad patrimonio común de la Humanidad antes de la
venida de Cristo. Las parábolas que todos aplauden son en realidad muy
malas: el Mayordomo Pícaro, Los Operarios de la Viña, el Hijo Pródigo, El
Rico y Lázaro, el Sembrador, las Vírgenes Cuerdas y Locas, la Vestidura
Nupcial, el Hombre que plantó una Viña... todas son groseramente inmorales,
o tienden a engendrar un concepto muy bajo del carácter de Dios, un
concepto muy por debajo del promedio de los buenos reyes terrenales. (p.
485) Y cuando no Son inmorales o no tienden a degradar el carácter de Dios,
Son las más simples paparruchas imaginables, tal que uno se asombra de ver
que “eso” haya sido aceptado como predicado primigeniamente por el Cristo.
Algunas máximas como las que inculcan la concordia y un cierto perdón de
las injurias –con tal que sean practicables– son ciertamente buenas; pero el
mundo no debe su descubrimiento a Jesucristo; y no tienen mucha influencia
por cierto en la vida práctica de sus seguidores...”*3
Claramente se ve aquí cómo esa permanente alusión a lo sobrenatural o
irrupción de lo teológico en las parábolas, que les dan su sello propio y
único en toda la literatura del mundo, ha sido malentendido por Butler, lo
mismo que por los fariseos. Cristo lo sabía perfectamente: que su
predicación tenía que ser “piedra de escándalo”, y “dichoso aquel que en mí
no escandalice”, es decir, no tropiece. Y por eso contestó con divina
ironía a los que le observaban:
“–¿Por qué les hablas en parábolas, si ya ves que no te entienden?
“–Para eso, para que no entiendan... y se pierdan”.
Respuesta de previsión, lucidez y dolor –que Butler calificará sin duda de
“ferocidad”–, respuesta que quiere decir lo contrario de lo que dice, como
es propio de la ironía. (p. 484-85)
_
El texto que sigue está tomado de:
Castellani, L., Las parábolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza, 1994, p.
16.
LAS PARÁBOLAS DE JESUCRISTO
Las Parábolas de Cristo contienen su enseñamiento popular; junto con sus
discursos teológicos (muy diferentes de nuestros sermones teológicos), sus
bendiciones y maldiciones, y sus profecías; aunque forman unidad con todo
esto. Todo esto fue pronunciado en" estilo oral"; no son un libro escrito.
En nuestro "Evangelio de Jesucristo" hemos indicado el género de las
parábolas: son como apólogos transcendentes o teológicos. Se puede decir que
este género lo inventó y lo concluyó Cristo: aunque haya tenido precedentes
e imitaciones débiles. No son fábulas, no son apólogos comunes, no son
leyendas, no son consejas, no son novelas, no son poesía épica; son poesía
simbólica. "La fábula es un género pueril y prosaico", dice Menéndez y
Pelayo; la parábola es un género pueril y poético.
Las parábolas de Cristo son 120, contando como tales las que comienzan por
la fórmula: "Semejante es..." o algo similar; que habría que traducir más
bien: "Parejo es…” o “A la par es..."; pues la realidad espiritual a que
aluden no es propiamente parecida (y por eso hay una distorsión poco humana
en muchas parábolas, una inverosimilitud literaria o una "exageración" que
dijéramos), sino más bien análoga... en otro plano superior.
La realidad espiritual a que se refieren las parábolas es, si se mira bien,
una sola. Pueden dividirse en parábolas acerca del mismo Cristo (El Buen
Pastor) acerca del Reino de Dios (Los Invitados al Convite) y acerca de los
Adversarios de Él (La Higuera Estéril). Pero estos tres hacen uno: la
realidad espiritual de Cristo; el Dios terrenal en la tierra, la Tierra del
Dios Terreno.
Muchas metáforas y comparaciones esmaltan los Evangelios, como por ejemplo:
"Dejad que los muertos entierren a sus muertos". Son como gérmenes de
parábolas. Pero aquí nos ocuparemos solamente de las desarrolladas, aunque a
veces tengan sólo 4 líneas, que suelen comenzar por la fórmula susodicha.
También hay en el Evangelio "parábolas en acción", como son casi todos los
milagros.
La regla más importante de la pedagogía y la literatura es que hay que
enseñar lo desconocido por medio de lo conocido; la regla teológica más
importantes es que a Dios lo conocemos "por medio de las cosas visibles,
comprendiéndolas", como dijo San Pablo. Estas reglas confluyen en este
género simple, primitivo, profundo y original. Las costumbres y las
circunstancias lo imponían y el genio lo transfiguró.
Parábola significa en griego "arrojar una cosa al lado de otra", de allí
viene en español la "palabra" (como en italiano "parola" y "parla", y en
francés "parole", en inglés "palaver", en alemán "parole" y "pároli") pero
en griego no significa "palabra", el "verbum" latino, que se perdió en
castellano con ese significado, sino un "verbum" especial. En griego no dice
"poner" una cosa al lado de otra, sino "arrojar": las dos cosas pertenecen a
planos distintos.
Otras características de las parábolas hemos explanado en nuestro "Evangelio
de Jesucristo" (Apénd. III, pág. 387).
L.C.
Las frases textuales que siguen están tomadas del libro:
Castellani, L., Doce parábolas cimarronas, Ediciones Jauja, Mendoza
(Argentina).
Las parábolas de Cristo son pequeñas obras de arte, indudablemente: arte
elemental, todo lo que quieran. Este simple hecho, conocido hace veinte
siglos, dirime por sola presencia tres difíciles problemas de Estética, a
saber: 1 o, el proceso al Arte; 2°, el Arte y la Moral; 3°, esencia de la
Belleza. (p. 185)
¿Habrá que decir pues que el Arte es lícito y decente sólo cuando es
docente; cuando se vuelve un mero vehículo de una enseñanza, una edificación
o una moralización: "fermosa cobertura de cosas útiles", como definió a la
Poesía el Marqués de Santillana? Ése es el segundo problema. Y que el Arte
PUEDE hacer eso sin dejar de ser artístico lo dirimen, contra los
exageradores del "arte puro", las parábolas de Cristo. (p. 189)
Cuanto más noble y elevada sea el alma del artista al crear, alcanza esferas
más altas de belleza. Los santos que han sido artistas (pocos) y que han
"ejercido" su arte (más pocos aún) son la cumbre de la Humanidad. Y eso
fueron las parábolas de Cristo, malgrado la tenuidad y sencillez de su
materia y de su formalidad artística. (p. 192)
La Belleza, que es el objeto del Arte, tiene que ver con la Verdad y el Bien
ontológicos, que son dos nombres de Dios, y cuya búsqueda no es peligrosa,
al contrario; pero la Belleza es (p. 193) el resplandor desos
Transcendentales a través o por medio de las cosas sensibles; y el Hombre
está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados:
"concupiscencia" llaman los teólogos no solamente al desequilibrio más
notorio respecto a la lujuria, sino respecto a todas las cosas creadas,
incluido el propio YO. (p. 192-3)
“El Arte sirve al lujo; y el lujo y la lujuria están cerca. El Arte es un
lujo intelectual, un lujo del alma; y el alma lujosa orilla el orgullo. El
Arte juega, es un juego, pero juega a la creación, como Dios, y por eso está
cerca de la idolatría. El Arte tiene que ver con lo divino: mas el fin
último del hombre no es lo divino sino Dios mismo, personal, infinito e
inaccesible, anoser por la Gracia.
“Esto explica las inmensas desviaciones o aberraciones que hallamos en su
historia; la desconfianza que han nutrido hacia él muchos hombres
religiosos, e incluso las monstruosidades en que se ha precipitado en
nuestros días al llamado "Arte Moderno".
“Una sección del Arte de hoy ha seguido la correntada de su época, y se ha
vuelto "hereje", no ya solamente respecto a la religión, mas respecto a la
razón: se ha sublevado incluso contra la misma natura: hacen poemas "sin
sentido", es decir, insensatos; quieren pintar cuadros "sin objetos", como
si el ojo, (p. 194) sujeto de la pintura, pudiese ver la luz en sí misma y
no refractada en las cosas, digamos. Blasfema contra el Creador, pretende
descrear; busca la fealdad por ejemplo, lo inarmónico, lo disonante, lo
antirracional, lo imposible, incluso lo monstruoso. Hacer Madonas que eran
solo hermosas mujeres o San Sebastianes que eran bellos mancebos desnudos
fue una leve blasfemia del Renacimiento contra Cristo; mas hoy el arte
blasfema contra el Padre, cuando, presa de extraño furor intenta demoler las
formas naturales, y proyectar del fondo del alma lo deforme; e incluso
blasfema contra el Espíritu Santo, cuando pretende encerrar en la poesía o
en la plástica la desesperación o la negación satánica; cuando usa los
mágicos instrumentos de la expresión para aniquilar en los pechos no
solamente la religión, mas aun la esperanza natural, el equilibrio, el
entendimiento y la cordura. Signo de nuestro tiempo, el Arte caótico y
degenerado no hace más que expresar en sus extravíos a la época atea y
convulsa, y en justo castigo, es herido de esterilidad. No se puede ya
hablar solamente de inmoralidad o corrupción, directamente, degeneración. "Y
tomé la vara llamada Belleza, dijo Dios, y la rompí; para volver nulo mi
pacto con todos los pueblos" (Zac. X, 11)” (p. 193-4)
Con Cristo comienza el arte cristiano, el cual sí existe, a pesar de Bloy
... como lo prueban las mismas obras de Bloy: inmensamente imperfecto y
siempre descontento y decepcionante. Hegel anotó la diferencia esencial del
Arte Cristiano (que él llama "Romántico") con el Arte Oriental simbólico, y
el Arte Griego apolíneo. Es "abierto al infinito", es decir, es desgarrado,
traspasado. Las parábolas de Cristo parten del Arte Oriental religioso y
simbólico, mas no paran en el Arte clásico, apolíneo y perfecto -limitado.
Rompen la simetría apolínea, contienen "exageraciones", es decir, fracturas
de líneas y módulos, desarmonías, movimiento - hacia arriba. Esa
característica del Arte Cristiano llega a su exasperación en el barroco, que
es justamente el vicio de sus virtudes. El Arte Cristiano quiere indicar,
guiar, mover, más que definir o apaciguar en lo terreno. Es un Arte
vulnerado, que sangra de manos, pies y costado. La muerte ha entrado
solemnemente en él, la muerte y la vida futura. Lo inefable lo obsede; y por
eso no puede cerrarse elegantemente sobre sí misma, en la curva perfecta del
Arte Griego, contenta con (p. 196) el mundo de acá. Ningún griego hubiese
podido escribir la Divina Commedia; hubiese escrito solamente el Inferno, o
solamente el Paradiso; mas Dante intenta fundir en una sola visión (sin
conseguirlo del todo) sus tres orbes inquietantes. (p. 195-6)
LLas parábolas de Cristo son pequeñas creaciones de belleza artística
adaptadas humildemente al auditorio; de belleza secreta contenida y modesta,
que por su contenido trascendental se elevan sobre todas las creaciones más
complicadas del arte humano. (p. 199)
De todo esto se sigue que una parábola de Cristo es superior en su sencillez
que La Ilíada y La Odisea.
(…) Todas esas obras de arte refinadas que mencioné no existirían sin el
desarrollo durante siglos de la literatura cristiana, cuyo origen está en
ese "nabí" de Nazareth, que resultó ser el Cristo o Mesías. (p. 202)
NOTAS:
*1-El autor se refiere al cuerpo militar que en
el siglo pasado se reclutaba en el Ejército argentino para luchar contra los
indios [N. del E.].
*2- El libro impreso (p. 478) dice: “son humanos
en vez de beluinos”, pero la palabra beluinos parece que no existe en
castellano.
*3-The Fair Haven, London, Watts and Co., 1938,
p. 34.
(cortesía: iveargentina.org)