Domingo 24 del Tiempo Ordinario A - 'No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrarla
1. Introducción a las lecturas dominicales
1. 1 Primera Lectura: Ecli 27, 30-28, 7
También en el ambiente del “ojo por ojo, diente por diente”, norma para evitar lo desmedido de la venganza, se les llama a los creyentes judíos a que perdonen y no se vengan. Sólo así se conseguirá el perdón de Dios. En el Nuevo Testamento el perdón rompe toda categoría humana. El perdón de Dios no conoce límites.
1. 2 Segunda Lectura: Rom 14, 7-9
Los cristianos en muchas cosas tendremos opiniones diferentes pero ante la vida y la muerte tenemos que estar unánimes porque en lo fundamental cada uno trabaja por el Señor. Porque el Señor lo es de vivos y muertos. Esta lectura nos coloca ante la pregunta: “¿Tú vives para el Señor?”.
La parte final del capítulo 18 nos ofrece un mandato
del Señor: el perdón ilimitado. La razón que no haya límite para el perdón
es que Dios nos concede ese perdón ilimitado y siempre de nuevo. Como el
corazón de Dios es misericordioso así debe serlo el corazón del hombre. Tan
es así que el hombre que no sabe perdonar, en vano buscará el perdón de
Dios. Estas palabras del Evangelio nos animan a revisar los recovecos de
nuestro corazón a ver si encontramos todavía algún resentimiento guardado
quizás desde hace años.
2. 1 Los padres
Cuando Dios perdona es un perdón de verdad, estamos luego ante él como alguien que no ha pecado. Tan grande es el perdón de Dios. Nosotros a veces reaccionamos de manera distinta: “Te perdono pero no podré olvidarlo. Te perdono pero ya no quiero verte. Esto no tiene perdón”. Si confrontamos estas actitudes con la de Dios, quedamos mal, porque no seremos capaces de recibir el perdón de Dios. Esto no significa que seamos unos robots que no tengan sentimientos. El perdón cristiano trata de olvidar, comienza de nuevo, lucha con los sentimientos negativos, pide la ayuda de Dios.
Eso debe comenzar con los hijos cuando se ha pedido
y concedido el perdón. Y entonces nunca más se habla del asunto. Es difícil.
Pero ¿quién pueda atreverse a pedir perdón a Dios si no sabe perdonar a los
suyos y a los demás?
2. 2 Con los hijos
Tenemos algo como una comezón en el corazón cuando hemos ofendido a alguien o cuando no le dimos a un miembro de la familia el cariño, el tiempo y la atención que le debemos. Dejamos pasar el tiempo y nos olvidamos. El remedio para eliminar esta comezón es: pedir perdón muchas veces. No basta una ayuda, una sonrisa, un gesto para hacerle saber al otro que uno siente de haber reaccionado así además los demás no son tan malos como pensamos a veces. Quieren perdonarnos y por ello hay que darles el chance para que puedan hacerlo pidiendo perdón. De esta manera no sólo mantenemos a la familia en armonía y la unión va a crecer, sino que el esfuerzo de pedir perdón nos ayudará a entrar en humildad y sencillez. Porque muchas veces la violencia abierta o escondida es fruto de la soberbia.
“Cuando traes tu ofrenda al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda y vete primero a reconciliarte con tu hermano, luego vuelves y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24)
Debería ser un elemento natural del estilo de la vida familiar el saber pedir perdón. Es de suma importancia el ejemplo de los padres.
Cierta familia tiene regularmente un día de perdón. Cada uno les pasa a los demás miembros de la familia un papelito que lleva anotadas las faltas que se le perdona al otro. ¡Qué sorpresa! Uno ni se había dado cuenta que había ofendido. Como segundo paso: se le pasa un papelito pidiendo perdón.
El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior. Porque es de la renovación interior, de la aplicación propia y de la libérrima efusión de la caridad de donde brotan y maduran los deseos de la unidad; por ello debemos implorar el Espíritu divino la gracia de una sincera aplicación, libertad y mansedumbre en el servir a los demás y de un espíritu de liberalidad fraterna con todos ellos. “Yo, prisionero por amor al Señor - dice el apóstol de las gentes -, los animo a llevar con humildad y bondad una vida digna de la vocación que han recibido, sobrellevándose mutuamente con caridad paciente y solícitos para conservar la unidad del Espíritu por medio del vínculo de la paz” (Ef 4, 1-3). Esta exhortación se dirige principalmente a aquellos que han sido elevados al orden sagrado para continuar la misión de Cristo, quien entre nosotros “no vino a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28).
A las faltas contra la unidad se pueden aplicar también las palabras de San Juan: “Si decimos que no hemos pecado, hacemos a Dios mentiroso su palabra ya no está en nosotros” (1 Jn 1, 10). Humildemente, por tanto, pedimos perdón a Dios y a los hermanos separados, así como nosotros perdonamos a quienes nos hayan ofendido.
Recuerden todos los fieles que tanto mejor promoverán e incluso practicarán la unión de los cristianos cuando mayor sea su esfuerzo por vivir una vida más pura según el Evangelio. Porque cuanto más estrecha sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntima y más fácilmente podrán aumentar la mutua hermandad (Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo 7).
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
Semana 24 |
Años impares |
Años pares |
|
Lunes |
1 Tim 2, 1-8 |
1 Cor 11, 17-26 |
Lc 7, 1-10 |
Martes |
1 Tim 3, 1-13 |
1 Cor 12, 12-14.27-31 |
Lc 7, 11-17 |
Miércoles |
1 Tim 3, 14-16 |
1 Cor 12, 31-13, 13 |
Lc 7, 31-35 |
Jueves |
1 Tim 4, 12-16 |
1 Cor 15, 1-11 |
Lc 7, 36-50 |
Viernes |
1 Tim 6, 3-12 |
1 Cor 15, 12-20 |
Lc 8, 1-13 |
Sábado |
1 Tim 3, 14-16 |
1 Cor 15, 35-37.42-49 |
Lc 8, 4-15 |
Perdónanos alma fraterna
Señor Jesús, que unes en tu cuerpo a todas las familias y a todas las naciones de la tierra, que has hecho de todos nosotros hijos de un mismo Padre y quieres que estemos tan unidos entre nosotros como tú lo estás con tu Padre, danos un alma fraternal para todos los que amas, es decir, para todos mis hermanos los hombres. Enséñanos la verdad del bautismo que hemos recibido, de la vida que nos une, de la misión que nos junta, y de la comunión que nos ata unos con otros.
Enséñanos a vivir como miembros de tu cuerpo como hijos de la Iglesia, a temer sobre todo las cosas que hieren su unidad.
Perdónanos nuestros odios y nuestros resentimientos hacia los hombres, hacia las familias, hacia las naciones que nos han hecho algún mal; enséñanos a perdonarles.
Perdónanos que limitemos nuestros horizontes a las cuatro montañas de nuestro pueblo, a los cuatro ríos de nuestra nación, perdónanos que vivamos tan poco al ritmo de tu Iglesia, de no sentir las heridas que le infligen. Enséñanos a sentir tu carne a través de las páginas de los periódicos, de los libros de historia o de geografía, a través de las películas de actualidad o de los reportajes de radio y televisión.
Enséñanos una vez más, que nosotros los cristianos no podemos tener los mismos axiomas políticos que los que no creen en ti.
Enséñanos a estrechar la mano de un criado con el mismo respeto, con la misma atención y la misma amistad con que estrechamos la mano de un rico comerciante. Enséñanos a buscar en las demás naciones las virtudes que nos faltan a nosotros, a amar al chileno, al boliviano, al brasileño, al colombiano, al ecuatoriano.
En una palabra, enséñanos, tú que estás en todas las carreteras, que tú eres el compañero de camino de todos los hombres.
Enséñanos a reconocerte en todas las encrucijadas de nuestro mundo.