Domingo 34 del Tiempo Ordinario A - Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su diposición
Exégesis: José Ma. Solé Roma - Sobre las tres lecturas
Comentario
Teológico: Hans Urs von Balthasar - Cristo Rey
Santos Padres: San Agustín - Tenéis a Cristo sentado en el cielo y mendigo
en la tierra
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Imitemos el Ejemplo de Cristo, que
perdonó a quienes le crucificaron
Aplicación:
Leonardo Castellani - Cristo Rey
Aplicación: Dr. Isidro Gomá y Tomás - El Juicio Final Mt, 25, 31-46
Aplicación: San Juan Pablo II - "Se sentará en el trono de su gloria" (Mt
25, 31).
Aplicación: P.
Antonio Rivero, L.C. - Cristo Rey
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José Ma. Solé Roma - Sobre las tres lecturas
EZEQUIEL 34, 11-12. 15-17
El Profeta nos promete que en la Era Mesiánica el Hijo de David, el Mesías,
será nuestro Rey-Pastor:
— Por culpa de sus jefes, Israel es un rebaño disperso. El Destierro de
Babilonia es una calamidad que amenaza la misma supervivencia de Israel. Por
eso va a intervenir Yahvé y va a realizar un plan de Redención y Salvación:
«Porque así dice el Señor Yahvé: Aquí estoy Yo; Yo mismo cuidaré de mi
rebaño y velaré por él» (11). Y ante todo las rescata de todos los sitios
adonde han sido desterradas y dispersadas; las reúne y congrega; las retorna
al aprisco y a los pastos de Israel (12-14). Después del Destierro ya no se
restauró la Monarquía; el Rey-Pastor será Yahvé.
— Y ahora, desechados y castigados los malos pastores que en vez de ocuparse
de las ovejas, egoístas y avaros sólo buscaron las propias conveniencias
(1-8), Yahvé mismo se hace Pastor de su pueblo: «Yo mismo apacentaré mis
ovejas, Yo mismo las llevaré a reposar. Oráculo de Yahvé» (15).
— Esta maravilla de amor la realizará Dios enviando al Mesías. El Mesías,
enviado de Dios, será el nuevo y eterno Rey-Pastor: «Yo suscitaré para
ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David; él
las apacentará y será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios y mi siervo David
será Rey en medio de ellos» (23). Dios reinará en su pueblo, Dios apacentará
su rebaño por medio del Mesías. Jesús, en la parábola del Buen Pastor (Jn
10, 11,8), reivindica para Sí este título y esta función Mesiánica. El es el
Buen Pastor: « Yo soy el Buen Pastor...Y habrá un solo rebaño y in sólo
pastor» (Jn 10, 14. 15). Es único Pastor de todas; propietario a una con el
Padre del rebaño: «Yo a mis ovejas les doy la vida eterna; y no perecerán
jamás, ni las arrebatará nadie de mi mano. Mi Padre que me las dio es
superior a todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El
Padre y Yo somos una misma cosa» (Jn 10, 29-30). El recuerdo de David, que
de pastor es elevado a Rey, permite a los Profetas dibujar esta hermosa
estampa del Mesías. hijo de David, Rey-Pastor.
1 CORINTIOS 15, 20-26. 28
Jesús es ya Rey-Pastor Entronizado. Lo es desde su Resurrección:
— El dogma de la Resurrección de Cristo ocupa un lugar clave. La
predicación, la fe y la redención se apoyan en ella. Con la Resurrección
sube Cristo a ocupar su trono regio y quedan todas las cosas sometidas a su
poderío (26).
— Y esta Resurrección de Cristo entraña y postula la nuestra. El resucita
como primicias. El resucita como Cabeza (20) Los que son de Cristo
resucitarán como El (23). La redención quedaría mutilada sin la
resurrección. Esta tendrá lugar en la «consumación» (24). Terminado el
estadio combativo y militante del Reino Mesiánico, vencidos todos los
poderes del mal (24-25), vencido el Pecado y con él, por fin, derrotada la
Muerte (26), el Rey-Mesías, cumplido el plan eterno del Padre (27), someterá
al Padre el Reino, para que el Padre reine sobre todos y beatifique con su
gloria a todos (28). Por Cristo nos salvamos. Por Cristo entramos en el
Reino del Padre.
— San Juan, en el Apocalipsis, nos presenta este bellísimo cuadro del
Rey-Pastor y de las ovejas que El pastorea. El cuadro es ya ahora rica
realidad, bien que encubierta en velos de fe. En el cielo será plena visión
y gozo pleno: «Vi una ingente multitud que nadie era capaz de calcular
puestos de pie delante del Trono y delante del Cordero. Todos en grandísimo
coro aclamaban: ¡La salvación por nuestro Dios y por el Cordero! ... No
tendrán ya más hambre ni padecerán ya más sed. Porque el Cordero que está en
medio del Trono los pastoreará (Cordero y Pastor) y los conducirá a las
fuentes de las aguas» (Ap 7, 10. 17). Son muy expresivos estos binomios a
veces antagónicos (Cordero-León), a veces complementarios (Cordero-Pastor),
tan del gusto de Juan (Ap 5, 6; 7, 17).
MATEO 25, 31-46
Mateo en este cuadro escatológico nos presenta al Rey-Pastor en su función
de Rey-Juez:
— Con la escena aquí descrita se cierra el advenimiento en fe y amor que a
lo largo de la etapa peregrinante ha realizado Cristo. Hasta ahora ha sido
aceptado y amado por las almas fieles. Ahora se inicia la etapa del reino
glorioso y eterno. Cristo hace su epifanía o Parusía de Rey-Juez. El cuadro
del Juicio final queda descrito con mano maestra: La gloria del Juez; los
ángeles que ejecutan sus órdenes; los hombres que son todos examinados; la
sentencia de vida eterna para los buenos, de eterno tormento para los malos.
— El examen se hace sustancialmente sobre la caridad u obras de misericordia
(35. 42) realizadas como fruto y exigencia de la fe. En la medida que
ganamos en amor crece el Reino de Dios. Por eso cada celebración eucarística
es realización y desarrollo del Reino.
— El Juez es Cristo, que se nos presenta, una vez más, como Rey-Pastor. Y su
juicio será separar las ovejas de los cabritos. El Buen Pastor entra a todas
las ovejas que el Padre le ha confiado, a todas las que en El han creído y
le han amado en el aprisco seguro de la vida eterna (34). El juicio del
Rey-Pastor será más riguroso contra los que, infieles a su responsabilidad
de guiar a las ovejas, las han descarriado: «¡Ay de los pastores de Israel
que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño?
Mas vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana,
habéis sacrificado las ovejas pingües; no habéis apacentado a mi rebaño» (Ez
34, 2-3). En el Juicio final esos pastores egoístas, avaros, mercenarios,
cobardes, aprovechados, son castigados. Han servido al demonio y no a
Cristo. Con el demonio sufrirán eternamente (41).
— El catálogo de obras o servicios al prójimo es indicativo, no exhaustivo.
En toda necesidad, espiritual, cultural, corporal, de cualquiera de nuestros
«hermanos», debemos sentirnos interpelados. Mejor, debemos ver en todo
prójimo necesitado a Cristo «Pobre». El mínimo servicio de caridad al
prójimo tiene valor de amor y de servicio a Cristo.
El destino escatológico se nos presenta en línea de continuidad con la
conducta de acá. Quien vivió en el amor, entrará en el Reino del amor. El de
acá fue amor de servicio, en entrega y sacrificio; el de allá será amor de
gozo, en eterna y plena visión y fruición de Dios.
Quien, empero, vivió en egoísmo, entrará en el reino del frío y del odio. El
infierno es el desamor; es el egoísmo gélido. Y todo a nivel de eternidad.
Es decir, sin esperanza, sin término, sin alivio.
(José Ma. Solé Roma O.M.F.,'Ministros de la Palabra', ciclo 'A', Herder,
Barcelona 1979.E
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Comentario Teológico: Hans Urs von Balthasar -
1. «Tuve hambre y me disteis de comer".
El Año Litúrgico termina con la gran descripción del juicio final. Cristo
aparece en el evangelio como «rey» de la humanidad, sentado en «el trono de
su gloria». Dos motivos configuran este imponente cuadro: el primero y
central es que todo lo que hacemos o no hacemos con el más humilde de
nuestros hermanos, lo hacemos o lo dejamos de hacer con Cristo. Esto
contiene ya el segundo motivo: si el primero vale como criterio absoluto,
debe producirse también una separación absoluta de los que son juzgados,
debe haber una derecha y una izquierda, una recompensa eterna y un castigo
eterno. El segundo motivo depende, pues, del primero, que constituye la
enseñanza decisiva de toda la escena dramática: el rey glorioso, que es el
que juzga, se siente solidario de los más humildes (que no por ello son
menos respetables): de los hambrientos, los sedientos, los forasteros y los
sin techo, de los desnudos, los enfermos y los presos. El es rey sólo en
esta solidaridad, como el que realmente ha descendido a las situaciones
humanas más bajas y humillantes, y las conoce perfectamente. Al final de su
vida todo hombre será examinado de esto y por este juez, por lo que cada uno
de nosotros tendrá que meditar muy seriamente sobre esto: cuando se
encuentra con los hombres más miserables, se está encontrando ya con el
propio juez. Todos nosotros somos como hombres miembros de un mismo cuerpo,
que son esencialmente solidarios, y por ello debemos serlo también
consciente y moralmente. Tú debes «partir tu pan con el hambriento, hospedar
a los pobres sin techo, vestir al que va desnudo y no cerrarte a tu propia
carne» (Is 58,7).
2. «Tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus
pies».
La imagen final de la segunda lectura no sólo muestra la soberanía universal
que el Hijo ejerce a lo largo de la historia del mundo, sino que ofrece
además la esperanza de que también se conseguirá el sometimiento de todos
los enemigos, «de todo principado, poder y fuerza», por lo que cuando el
Hijo devuelva al Padre la obra realizada por él, para que «Dios» pueda ser
«todo para todos», no le llevará ningún enemigo que pueda rebelarse contra
Dios.
3. Pero no podemos excluir alegremente el motivo de la separación. "Buscaré
las ovejas perdidas", dice Dios como pastor de la humanidad en la primera
lectura, y «vendará a las heridas, curará a las enfermas», las apacentará
«debidamente» a todas. A pesar de ello el juicio divino no será una amnistía
general, sino que Dios «juzgará entre oveja y oveja» o (como se dice poco
después): «Yo mismo juzgaré el pleito de las reses gordas y las flacas.
Porque embestís de soslayo, con la espaldilla, y acorneáis a las débiles»
(Ez 34,20s). El amor con el que Dios apacienta a su rebaño no puede ser
ajeno a la justicia, pero el Antiguo Testamento tampoco dice que Dios ejerza
su justicia sin amor.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 119 s.)
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Santos Padres: San Agustín - Tenéis a Cristo sentado en el cielo y
mendigo en la tierra
No quiero, que seáis usureros, y no lo quiero porque no lo quiere Dios.
Pues, si lo quiere Dios, aunque no lo quiera yo, sedlo; si, por el
contrario, no lo quiere Dios, aunque lo quiera yo, para su mal lo será quien
lo sea. ¿De dónde resulta que Dios no lo quiere? De lo dicho en otro lugar:
Quien no dio su dinero a usura (Sal 14,5). Creo que los mismos usureros
saben cuán detestable, cuán digna de odio y cuán execrable es la usura.
Y ahora al revés: yo mismo; más aún, nuestro Dios, que te prohíbe ser
usurero te ordena que lo seas. Se te dice: Presta a Dios con intereses.
Cuando prestas así a un hombre es porque tienes esperanza de que te lo
devuelva; y ¿te falla esa esperanza cuando prestas a Dios? Cuando prestas a
interés a un hombre, es decir, cuando le haces un préstamo de dinero, por el
cual esperas recibir más de lo que tú le diste -no precisamente siempie en
dinero, sino en alguna otra cosa, como puede ser trigo, vino, aceite o
cualquier otro producto-;cuando esperas recibir más de lo que entregaste
eres un usurero y, por tanto, digno de reproche, no de alabanza. ¿Qué he de
hacer pues, -preguntas- para ser usurero de forma útil? Considera lo que
hace el usurero. Sin duda alguna, quiere recibir más de lo que da. Haz tú lo
mismo: da cosas insignificantes y recibe cosas grandiosas. Considera cuanto
aumenta tu ganancia. Da bienes temporales, recibe bienes eternos: da tierra,
recibe el cielo. Quizá preguntes: ¿A quién debo darlo? El mismo Señor que te
prohibía ser usurero se adelanta para que le des prestado.
Escucha la Escritura, que te indica cómo prestar al Señor. Dice así: Presta
al Señor quien se compadece del pobre (Prov 19,17). El Señor no necesita de
ti, pero tú tienes a otro que sí necesita: tú das a éste y recibe él. El
pobre no tiene con qué devolverte; quiere hacerlo, pero carece de medios;
sólo le queda la buena voluntad de orar por ti. Mas cuando el pobre ora por
ti, es como si dijera a Dios: «Señor, he recibido un préstamo, sé mi
fiador». Por tanto, si el pobre no puede restituirte lo que le prestaste,
tienes un fiador solvente. He aquí que Dios te dice en la Escritura: «Da
confiado, que yo devolveré». ¿Qué suelen decir los fiadores? ¿Qué dicen? «Yo
devuelvo; soy yo quien recibe, es a mí a quien das». ¿Hemos de pensar que
también Dios dice: «Soy yo quien recibe, es a mí a quien das»? Sí, en
verdad, si Cristo es Dios -cosa que nadie duda-; Él dijo: Tuve hambre y me
disteis de comer. Y como le preguntasen: ¿Cuándo te vimos hambriento?,
respondió: Cuando lo hicisteis con uno de éstos mis pequeños, conmigo lo
hicisteis. De esta manera se manifestaba como fiador de los pobres, como
fiador de todos sus miembros, puesto que, si él es la Cabeza, ellos son los
miembros, y lo que reciben los miembros lo recibe también la Cabeza.
¡Ea, usurero avaro! Mira lo que diste y considera lo que has de recibir. Si
hubieses dado una pequeña cantidad de dinero y, a cambio de esa pequeña
cantidad, te devolviera una gran finca, infinitamente de más valor que el
dinero que le habías dado, ¡cuántas gracias no le darías, qué alegría no te
embargaría: Escucha qué posesión te ha de dar aquel a quien hiciste el
préstamo: Venid, benditos de mi Padre, recibid. ¿Qué? ¿Lo mismo que disteis?
De ninguna manera. Disteis bienes terrenos que, si no hubieseis dado, se
hubiesen podrido en la tierra. ¿Qué hubieses hecho con ellos, si nos los
hubieses dado? Lo que iba a perecer en la tierra, se ha guardado en el
cielo. Y es eso que se ha guardado lo que hemos de recibir. Se ha guardado
tu mérito: tu mérito se ha convertido en tu tesoro. Mira, pues, lo que vas a
recibir: Recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo
del mundo. Por el contrario, ¿qué oirán aquellos que no quisieron prestar?
Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿Y a qué
cosa se llama ese reino que hemos de recibir? Prestad atención a lo
siguiente: Éstos irán al fuego eterno, los justos en cambio a la vida eterna
(Mt 25,3446).
Ambicionad esto, compradlo, prestad para alcanzarlo. Tenéis a Cristo sentado
en el cielo y mendigo en la tierra. Hemos hallado cómo presta a interés el
justo. Todo el día se compadece y presta a interés.
(San Agustín, Comentario al salmo 36,3,6)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Imitemos el Ejemplo de Cristo,
que perdonó a quienes le crucificaron.
Teniendo delante tales ejemplos, no os diré que muramos por nuestros
enemigos. Eso debiéramos también hacer; pero ya que somos demasiados
débiles, me contento por ahora con deciros que por lo menos no envidiemos a
nuestros amigos ni seamos ingratos con nuestros bienhechores. No os digo de
momento que hagamos bien a quienes no hacen mal. También eso lo deseo; mas
ya que somos demasiados toscos, por lo meno no tomemos venganza. Porque ¿es
acaso nuestra religión pura comedia e hipocresía? Entonces, ¿por qué nos
ponemos en posición diametralmente contraria a lo que se nos manda en ella?
No sin razón están escritos los hechos del Señor, y particularmente cuando
hizo al tiempo mimo de su pasión, hechos bastantes de suyo para haberse
atraído a sus mismos verdugos. No. Sin han quedado escritos, es para que
imitemos su bondad, para que emulemos su misericordia. Él derribó por tierra
a los que fueron a prenderle y, sin embargo, duró la oreja del criado del
pontífice y hablo modestamente con la chusma. Y estando levantado en la cruz
¡qué maravillas obró! Desvió los rayos del sol, hizo que se quebraran las
rocas y que salieran los muertos de su sepulcro. Durante su juicio mismo,
aterró por sueños nocturnos a la mujer del juez y mostró en todo el proceso
una mansedumbre capaz de conmover, no menos que sus milagros, a sus mismo
enemigos. En la cruz mismo grito: Padre, perdónales este pecado. Después de
sepultado, ¡cuánto no hizo por la salvación de ellos! Y después de
resucitado, ¿no llamó antes que a nadie a los judíos? ¿No les concedió
perdón de sus pecados? ¿No les ofreció bienes infinitos? ¿ Qué maravillas
mayor que éstas? Los mismos que le crucificaron, los que respiraban sangre,
después de crucificarle, vinieron a ser hijos de Dios. ¿Qué amor comparar
con este amor? Escondámonos al oír esto, pues tan lejos estamos de Aquel a
quien tenemos mandamiento de imitar. Reconozcamos por lo menos la distancia
y condenémonos por lo menos a nosotros mismos, pues hacemos la guerra a los
mismos por quienes Cristo dio su vida y no queremos reconciliarnos con
aquellos por cuya reconciliación no vaciló Él en derramar su sangre. ¿O es
que reconciliaros es también un gasto, una pérdida de dinero, que es lo que
pretextáis cuando se os habla de la limosna?
(San Juan Crisóstomo, homilía 79 sobre San Mateo)
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Aplicación:
Leonardo Castellani - Cristo Rey
—Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?
—Sí lo soy, — respondió Jesús tranquilamente; y añadió después, mirándolo
cara a cara: — Yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar
testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi voz.
Dijo Pilatos:
—¿Qué es la Verdad?
Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo:
—Yo no le veo culpa. Pero ellos gritaron:
—Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas a éste, vas en
contra del César.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera,
delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama El
dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que
éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: "No queremos
a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César"; pero en lo alto de la Cruz
donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea,
griega y latina, que decía: Jesús Nazareno Rey de los Judíos"; y hoy día, en
todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2.000 años
de distancia de aquella afirmación formidable: "Yo soy Rey", miles y miles
de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y
la obediencia de sus corazones1a su Corazón Divino.
Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en
medio de la confusión y de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos,
oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones
propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie para
dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad y para defender esa Verdad
por encima de todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos
fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su
porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la
esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su
silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del
mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido vana.
El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal,
como consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en
un atolladero y castigado por los tres primeros caballos del Apocalipsis; y
entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por Radio Excelsior
(Sección Amena) una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre,
bastante vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa
justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de la crisis
(racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su sueño de paz
y de amor ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a
ser crucificado.
El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo,
pero está volviendo como Rey (¿o qué se ha pensado él que es un Rey?); está
volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar El solo con los vestidos salpicados
de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la
segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que
Jesucristo es una reina de juegos florales?
Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia
del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en
la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y
en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos,
viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran
desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran desobediencia, es el
castigo de una gran desobediencia y — consolémonos — es la preparación de
una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de Cristo. Porque
se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras
conserve el poder de castigarlos, dice Cristo. En la última parábola que San
Lucas cuenta, antes de la Pasión, está prenunciado eso: "Semejante es el
Reino de los cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le
tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada,
diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo
del Reino, mandó que le trajeran aquellos sublevados y les dieran muerte en
su presencia". Eso contó N. S. Jesucristo hablando de sí mismo, y cuando lo
contó, no se parecía mucho a esos Cristos melosos, de melena rubia, de
sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de
paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que
le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto
peor para el que no le quiera! Los hombres y los pueblos podrán rechazar la
llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no
pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente,
y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por
dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. "No podéis servir a Dios y a
las riquezas", dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no
quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el
demonio de las riquezas.
(Leonardo Castellani ¿Cristo vuelve o no vuelve?, Ed Paucis Pango, Buenos
Aires, 1951, Pág 167 y ss.)
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Aplicación: Dr. Isidro Gomá y Tomás - El Juicio Final Mt, 25, 31-46
Explicación . — A la reiterada exhortación a la vigilancia, por la
proximidad del juicio, añade Jesús, como conclusión del magnífico discurso,
la grandiosa descripción del juicio final. Oportunísimo es este cuadro final
de la enseñanza pública de nuestro Señor; ya porque convergiendo a él todas
las enseñanzas del sermón escatológico, las conveniencias oratorias
demandaban la descripción de un cuadro plástico que fijara la doctrina en el
espíritu de sus discípulos; ya para que en las horas de humillación que se
le acercaban levantasen su mente, recordando la majestad futura del Juzgador
de todos los hombres.
Forma del juicio: Los Elegidos (31-36) . — Jesús había anunciado la venida
del Hijo del hombre, entre espasmos del mundo en este mismo discurso (24,
30: núm. 174). Ahora va a describir la forma con que aparecerá: Y cuando
viniere el Hijo del hombre con su majestad... Cristo hará el juicio de la
humanidad como Hijo del hombre, es decir, como Dios-Hombre. El Padre le dio
esta potestad como tal (loh. 5, 27); y vendrá en su majestad, en su gloria,
en magnífica y terrible manifestación de su poder. Formarán su corte todos
los ángeles del cielo: así conviene a la majestad del Rey de la gloria; así
lo reclama su cualidad de testigos de los hombres a quienes ministraron: Y
todos los ángeles con él. Los jueces pronuncian sentados sus sentencias;
Cristo aparecerá sentado en gloriosísimo trono, quizás sobre una nube
resplandeciente (Act. 1, 9,11): Se sentará entonces, por contraposición a su
actual humildad, en el trono de su majestad.
Magnífico y terrible es el aspecto del tribunal; no lo es menos la magnitud
de la asamblea que ante él se congrega: Y serán todas las gentes reunidas
ante él, todas las generaciones, razas, pueblos que fueron, de cualquier
religión. Durante el curso de los siglos vivieron buenos y malos mezclados;
quizás no había manera de distinguirlos: ahora el Sumo Juez los separa: Y
separará a los unos de los otros. Como Dios que es, con imperio sobre todo
ser, los separa con la facilidad con que un pastor divide las ovejas del
rebaño cabrío: Como el pastor separa las ovejas de los cabritos, sin error,
sin vacilación. Las ovejas son símbolo de los buenos, por su mansedumbre;
los cabritos lo son de los malos, por su carácter arisco; sobre el macho
cabrío confesaba el gran sacerdote todos los pecados del pueblo de Israel
(Lev. 16. 20 sigs.). Por ello son colocadas las ovejas a la diestra, lugar
de honor, y a la izquierda los del ganado cabrío: Y pondrá las ovejas a su
derecha, y los cabritos a la izquierda.
El Hijo del hombre es Rey supremo de los hombres: al rey corresponde la
suprema potestad judicial: Cristo Rey-Mesías, juzgará a la humanidad en
cualidad de tal: Entonces dirá el rey a los que estarán a su derecha: Venid,
benditos de mi Padre, llenos de bienes de gracia y gloria por la
sobre-eminencia de la bendición divina: como hijos de Dios por la redención
de Cristo, y como tales herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom. 8,
17), recibid en herencia, como cosa propia, el reino magnífico que al crear
el mundo dispuso el Padre para quienes desde la eternidad predestinó: Poseed
el reino que os está preparado desde que se hizo el mundo.
Y da Jesús la razón de la magnificencia del premio: son las buenas obras que
practicaron los buenos: Porque tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed,
y me disteis de beber, lo que en una tierra árida como la Palestina es muy
de agradecer: era huésped, y me hospedasteis, recibiéndome en vuestra casa
como individuo de vuestra familia: desnudo, mal vestido, y me cubristeis:
enfermo, y me visitasteis: estaba en la cárcel, y vinisteis a verme. Pone
Jesús estas obras de misericordia por vía de ejemplo, no porque ellas basten
para alcanzar el cielo; pero ordinariamente no se producen si no hay gran
amor de Dios y del prójimo, que son los fundamentos de la vida cristiana, a
más de que nada recomendó tanto Jesús como la caridad con el prójimo.
El porque de la sentencia feliz (37-40). — En el humilde concepto que suelen
los buenos tener de sí, se pasmarán de la desproporción entre sus obras, en
apariencia sencillas, y la estupenda grandeza del premio: Entonces le
responderán los justos, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te
dimos de comer: o sediento, y te dimos de beber? Y ¿cuándo te vimos huésped,
y te hospedamos? o ¿desnudo, y te vestimos? O ¿cuándo te vimos enfermo, o en
la cárcel, y te fuimos a ver? ¿Tendrán lugar estos razonamientos entre el
divino Juez y los elegidos? No es de creer: todo ello no es más que una
manera sensible de ilustrar a sus discípulos sobre la forma del juicio. Hay
quienes admiten que Cristo pronunciará sólo la sentencia en alta voz; ni
esto admite Santo Tomás. Más bien parece que una especie de instinto divino
ilustrará a los elegidos interiormente para que conozcan la razón del
felicísimo fallo.
Y manifestando Jesús su pensamiento, que no es otro que la solidaridad
indestructible que hay entre la caridad de Dios y la del prójimo, les hace
ver el sumo valor que tienen las buenas obras, aunque sean hechas en favor
de los desconocidos, de los pobres y abyectos ante los hombres, a los cuales
llama con el dulce nombre de "hermano", como sean hechas en su nombre y por
su amor: Y respondiendo el rey, les dirá. En verdad os digo, que siempre que
lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mi lo hicisteis.
La Sentencia de los malos (41-46) . — Es tan terrible como dulce es la de
los buenos. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos
de mi; he aquí la pena de daño, la privación de la visión y compañía de
Dios, y con ella, la privación de todo Bien, porque no hay bien alguno fuera
del Sumo Bien. Luego les maldice, o les declara malditos; y como la palabra
de Dios es eficacísima, con la maldición de Cristo serán cargados los
réprobos con toda suerte de males. Añade la pena de sentido: Al fuego
eterno, fuego verdadero, aunque de distinta naturaleza del nuestro, que está
aparejado para el diablo y para sus ángeles. Dios no hizo el fuego para los
hombres; éstos lo han hecho suyo, siguiendo al demonio, para quien se creó.
Nótese la contraposición de las dos sentencias: Venid — Apartaos; Benditos —
Malditos: Poseed el reino — Al fuego eterno; Preparado por el Padre —
Aparejado para el diablo.
Y prosigue Jesús razonando su sentencia: Porque tuve hambre, y no me disteis
de comer: tuve sed, y no me disteis de beber: era huésped y no me
hospedasteis: desnudo, y no me cubristeis: enfermo, y en la cárcel, y no me
visitasteis. Repróchales a los malos su falta de caridad con el prójimo; y
si no la tuvieron con sus hermanos, que se ven, ¿cuánto menos la tendrían
para Dios, que no se ve? Por esto reputa Cristo como tenida para sí la
dureza que tuvieron para sus hermanos.
Como suelen los delincuentes, tratan de negar su culpa los réprobos:
Entonces ellos también le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel., y
no te servimos? Pero Jesús les reduce fácilmente al silencio con la misma
razón, aunque en sentido contrario, de la solidaridad de la caridad:
Entonces les responderá, diciendo: En verdad os digo, que en cuanto no lo
hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mi lo hicisteis.
Promulgada la sentencia y alegadas las razones de ella, el Juez divino manda
sin demora su ejecución: E irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la
vida eterna. No sólo el fuego es eterno, sino el suplicio, como será eterna
la vida bienaventurada.
Lecciones morales. — A) v. 31. — Cuando viniere el Hijo del hombre con su
majestad... — ¿Quién es capaz de ponderar la majestad de Cristo en el último
juicio? El es el Hijo del hombre, es decir, el Hombre por antonomasia, el
tipo supremo del hombre, el hombre máximo que trasciende sobre todo hombre.
Es el Hombre, porque se hizo hombre para centrar á los hombres y llevarlos a
Dios. ¡Ay, en estos momentos del juicio, los que no se han dejado llevar a
Dios por el Hombre-Dios! Vino al mundo en la benignísima forma de un hombre
semejante en todo a los demás, excepto el pecado. Pero su obra de Redentor
está acabada; ahora es ya Juez: Juez universal, que viene con toda la
majestad del Hombre a quien dio Dios el señorío sobre toda criatura; Juez
inexorable, que fallará en estricta justicia; Juez supremo, del que no hay
apelación. Ningún genio, en la literatura universal, ha sido capaz de crear
un hombre como este Hombre; un juicio como este juicio; un espectáculo
semejante a éste; una epopeya tan grandiosa como la epopeya cuyo héroe es
Cristo Juzgador del mundo.
B) v. 32. — Y separará a los unos de los otros... — Los buenos,
representados por las ovejas, dóciles a la ley y fecundas en buenas obras,
de los malos, representados por los machos de cabrío, infecundos, lascivos y
montaraces. Será el día de la gran clasificación de la humanidad, en solos
dos bandos, los del bien y los del mal, los bienaventurados y los precitos.
Grano y paja; cizaña y trigo: y nada más. Se habrá acabado la historia, y
las luchas y los afanes de la vida. Se terminó lo pasajero para dar lugar a
lo eterno. Ni habrá ya bien ni mal en el sentido moral; porque no habrá ya
juego de la libertad, que quedará fija para siempre, en la posesión del Sumo
Bien o en la desesperación del sumo mal. Digámosle a Jesús, con la Iglesia,
en la "Secuencia" de Difuntos: "Sepárame de los machos de cabrío: sitúame a
tu diestra."
C) v- 35- — Tuve hambre, y me disteis de comer... — He aquí el premio de las
obras de misericordia. El bien que hacemos a nuestros hermanos, si se lo
hacemos por Dios, es de tal trascendencia que los lleva a la posesión del
reino del Padre, que es la misma visión personal de Dios. El mundo no ha
sabido comprender esta profunda relación que hay entre la misericordia
cristiana y nuestros destinos eternos. Como si Dios se empeñara en hacérsela
conocer, condena a la inquietud, a los odios sociales, a las guerras
fratricidas, al retroceso, a aquellos pueblos cristianos que no ponen como
base social de su existencia: la ley de la caridad mutua de los hombres. El
egoísmo y la dureza, como destruyen la vida social del hombre, así preparan
la catástrofe definitiva de la condenación en el orden individual. En verdad
que la misericordia para con el prójimo puede decirse que es el gran factor
de la felicidad en el tiempo y en la eternidad.
D ) v. 37. — ¿Cuándo te vimos hambriento, Y te dimos de comer...? — Dirán
esto los justos, dice Rábano Mauro, no porque desconfíen de la palabra de
Dios, sino como espantados de la magnitud del premio que merecieron sus
obras, pequeñas en la apariencia. Es lo que dice el Apóstol: "No hay
comparación entre los trabajos de este tiempo y la gloria venidera que se
manifestará en nosotros" (Rom. 8, 18). Sólo la generosidad y munificencia de
nuestro Padre que está en los cielos es la llave para explicar este misterio
de una pequeña semilla que sembramos en la tierra al hacer una buena obra,
que se convierte en el árbol que da los frutos dulcísimos y eternos de la
gloria.
E ) v. 41. — Aportaos de mí... — Jamas promulgación de ninguna sentencia
habrá tenido la amplitud, terribilidad, la eficacia de estas palabras de
Jesucristo Juez. Será la escisión de Dios de toda criatura humana
prevaricadora sin arrepentimiento; una verdadera vivisección de cosa tan
fuerte y vivaz como es el alma humana de Quien es la vida esencial. Es el
Padre que desconoce v desposee a sus malos hijos. Es el Criador que repudia
a su criatura. Es el Redentor que arroja de sí a quienes han hollado su
sangre. Es el Salvador, que pierde « para siempre a quienes no han querido
su salvación. Es Dios infinito, infinitamente ultrajado, que castiga
infinitamente a quienes le agraviaron y no quisieron lanzarse en los senos
infinitos de su misericordia infinita. Este "apartaos" importa un inmenso
desamparo. "No nos desampares. Señor, Dios nuestro" [Ps. 37. 22].
F ) v. 46. — Irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna. —
¡Suplicio eterno, vida eterna! Debieran bastar estas palabras para regular
toda nuestra vida. Porque el término de nuestra vida es la eterna vida; y si
no lo logramos, será fatalmente la eterna muerte. No una muerte que importe
negación de vida; sino una vida que será una continua muerte, porque será el
desgarro eterno de quien debiera ser nuestra vida, y el tormento eterno
capaz de causar toda muerte. Así como la eterna vida es la unión eterna a
quien es la Vida esencial, con el eterno goce que importa el estar anegado
en la fuente de toda vida. Vivamos en el tiempo en forma que podamos vivir
eternamente.
(Dr. Isidro Gomá y Tomás “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed Casulleras
1949, Barcelona, Pág. 151 y ss)
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Aplicación: San Juan Pablo II - "Se sentará en el trono de su
gloria" (Mt 25, 31).
La solemnidad litúrgica de hoy se centra en Cristo, Rey del universo,
Pantocrátor, como resplandece en el ábside de las antiguas basílicas
cristianas. Contemplamos esa majestuosa imagen en este último domingo del
año litúrgico.
La realeza de Jesucristo es, según los criterios del mundo, paradójica: es
el triunfo del amor, que se realiza en el misterio de la encarnación,
pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Esta realeza salvífica se
revela plenamente en el sacrificio de la cruz, acto supremo de misericordia,
en el que se lleva a cabo al mismo tiempo la salvación del mundo y su
juicio.
Todo cristiano participa en la realeza de Cristo. En el bautismo, junto con
la gracia interior, recibe el impulso a hacer de su existencia un don
gratuito y generoso a Dios y a sus hermanos. Esto se manifiesta con gran
elocuencia en el testimonio de los santos y las santas, que son modelos de
humanidad renovada por el amor divino. Entre ellos, a partir de hoy
incluimos con alegría a Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, a Inocencio de
la Inmaculada, a Benito Menni y a Tomás de Cori.
2. "Cristo tiene que reinar" hemos escuchado de san Pablo en la segunda
lectura. El reinado de Cristo se va construyendo ya en esta tierra mediante
el servicio al prójimo, luchando contra el mal, el sufrimiento y las
miserias humanas hasta aniquilar la muerte. La fe en Cristo resucitado hace
posible el compromiso y la entrega de tantos hombres y mujeres en la
transformación del mundo, para devolverlo al Padre: “Así Dios será todo para
todos".
Este mismo compromiso es el que animó al hermano Cirilo Bertrán y a sus
siete compañeros, Hermanos de las Escuelas Cristianas del Colegio "Nuestra
Señora de Covadonga", que habiendo nacido en tierras españolas y uno de
ellos en Argentina, coronaron sus vidas con el martirio en Turón (Asturias)
en 1934, junto con el padre pasionista Inocencio de la Inmaculada. No
temiendo derramar su sangre por Cristo, vencieron a la muerte y participan
ahora de la gloria en el reino de Dios. Por eso, hoy tengo la alegría de
inscribirlos en el catálogo de los santos, proponiéndolos a la Iglesia
universal como modelos de vida cristiana e intercesores nuestros ante Dios.
Al grupo de los mártires de Turón se añade el hermano Jaime Hilario, de la
misma Congregación religiosa, y que fue asesinado en Tarragona tres años más
tarde. Perdonando a los que lo iban a matar, exclamó: “Amigos, morir por
Cristo es reinar".
Todos ellos, como cuentan los testigos, se prepararon a la muerte como
habían vivido: con la oración perseverante, en espíritu de fraternidad, sin
disimular su condición de religiosos, con la firmeza propia de quien se sabe
ciudadano del cielo. No son héroes de una guerra humana en la que no
participaron, sino que fueron educadores de la juventud. Por su condición de
consagrados y maestros afrontaron su trágico destino como auténtico
testimonio de fe, dando con su martirio la última lección de su vida. Que su
ejemplo y su intercesión lleguen a toda la familia lasaliana y a la Iglesia
entera.
3. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo, (...) porque estuve enfermo y me
visitasteis" (Mt 25, 34. 36). Estas palabras del evangelio proclamado hoy le
serán sin duda familiares a Benito Menni, sacerdote de la orden de San Juan
de Dios. Su dedicación a los enfermos, vivida según el carisma hospitalario,
guió su existencia.
Su espiritualidad surge de la propia experiencia del amor que Dios le tiene.
Gran devoto del Corazón de Jesús, Rey de cielos y tierra, y de la Virgen
María, encuentra en ellos la fuerza para su dedicación caritativa a los
demás, sobre todo a los que sufren: ancianos, niños escrofulosos y
poliomielíticos y enfermos mentales. Su servicio a la orden y a la sociedad
lo realizó con humildad desde la hospitalidad, con una integridad
intachable, que lo convierte en modelo para muchos. Promovió diversas
iniciativas, orientando a algunas jóvenes que formarían el primer núcleo del
nuevo instituto religioso, fundando en Ciempozuelos (Madrid): las Hermanas
Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. Su espíritu de oración lo llevó
a profundizar en el misterio pascual de Cristo, fuente de comprensión del
sufrimiento humano y camino para la resurrección. En este día de Cristo Rey,
san Benito Menni ilumina con el ejemplo de su vida a quienes quieren seguir
las huellas del Maestro por los caminos de la acogida y la hospitalidad.
4. "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas y las cuidaré" (Ez 34, 11).
Tomás de Cori, sacerdote de la orden de los Frailes Menores, fue imagen viva
del buen Pastor. Como guía amoroso, supo conducir a los hermanos
encomendados a su cuidado hacia las verdes praderas de la fe, animado
siempre por el ideal franciscano.
En el convento mostraba su espíritu de caridad, siempre disponible para
cualquier tarea, incluidas las más humildes. Vivió la realeza del amor y del
servicio, según la lógica de Cristo que, como canta la liturgia de hoy, "se
ofreció a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la
cruz, consumando el misterio de la redención humana" (Prefacio de
Jesucristo, Rey del universo).
Como auténtico discípulo del Poverello de Asís, santo Tomás de Cori fue
obediente a Cristo, Rey del universo. Meditó y encarnó en su existencia la
exigencia evangélica de la pobreza y la entrega de sí a Dios y al prójimo.
De este modo, toda su vida aparece como signo del Evangelio y testimonio del
amor del Padre celestial, revelado en Cristo y operante en el Espíritu
Santo, para la salvación del hombre.
5. Demos gracias a Dios que, a lo largo de los senderos del tiempo, no deja
de suscitar luminosos testigos de su reino de justicia y paz. Los doce
nuevos santos, a los que hoy tengo la alegría de proponer a la veneración
del pueblo de Dios, nos indican el camino que debemos recorrer para llegar
preparados al gran jubileo del año 2000. En efecto, no es difícil reconocer
en su ejemplaridad algunos elementos que caracterizan el acontecimiento
jubilar. Pienso, en particular, en el martirio y en la caridad (cf.
Incarnationis mysterium, 12-13). Más en general, esta celebración nos
recuerda el gran misterio de la comunión de los santos, fundamento del otro
elemento característico del jubileo, que es la indulgencia (cf. ib., 9-10).
Los santos nos señalan el camino del reino de los cielos, el camino del
Evangelio aceptado radicalmente. Al mismo tiempo, sostienen nuestra serena
certeza de que toda realidad creada encuentra en Cristo su cumplimiento y
que, gracias a él, el universo será entregado a Dios Padre plenamente
renovado y reconciliado en el amor.
Que san Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, san Inocencio de la
Inmaculada, san Benito Menni y santo Tomás de Cori nos ayuden también a
nosotros a recorrer este camino de perfección espiritual. Nos sostenga y
proteja siempre María, Reina de todos los santos, a quien precisamente hoy
contemplamos en su presentación en el Templo. Ojalá que, siguiendo su
ejemplo, también nosotros colaboremos fielmente en el misterio de la
redención. Amén.
(HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II DURANTE LA MISA DE CANONIZACIÓN DE
DOCE BEATOS: CIRILO BERTRÁN Y OCHO COMPAÑEROS, INOCENCIO DE LA INMACULADA,
BENITO MENNI, TOMÁS DE CORI, Domingo de Cristo Rey, 21 de noviembre de 1999)
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Aplicación: P. Antonio Rivero, L.C. - Cristo Rey
Idea principal: Cristo es Rey…pero muy distinto a nuestros reyes y jefes de
estado.
Síntesis del mensaje: La Iglesia católica celebra hoy con gran júbilo la
solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, con la cual se
cierra el año litúrgico. De este modo la liturgia conmemora, cada año, el
misterio completo de la Redención del género humano, desde la espera de la
venida del Salvador, o sea el Adviento, hasta la celebración del reinado
universal y eterno de Jesucristo. Fiesta instituida por el papa Pío XI en
1925. “Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat”. Ahí están los
vítores escritos con bronce triunfal en el obelisco de Heliópolis, hincado
en la Plaza de san Pedro.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús habló muchas veces -90 sólo en el evangelio de san
Mateo- de “el Reino de los cielos”. Y eso porque no podía decir lo que
quería – “El Reino de Dios”-, y eso porque el judío tenía tal piedad,
respeto y miedo a Dios que ni a mencionarlo se atrevía. Pero del título de
rey, Jesús huía. Tras la multiplicación de los panes, los estómagos
agradecidos quisieron nombrarle rey, pero Él puso tierra de por medio y se
perdió en la montaña. De reyes, jefes de Estado, presidentes de naciones,
políticos…Jesús tenía mala opinión; los llamó “tiranos” y “opresores” (cf.
Mt 2025). Otro día, incitó a la gente contra su propio rey, Herodes: “Id y
decid a ese zorro…” (Lc 13, 32). Cristo sólo una vez aceptó la corona, el
cetro y el manto, y eso porque el manto era un trapo viejo, el cetro una
caña rota y la corona era de espinas. Pilatos le sacó así en público: “Aquí
tenéis a vuestro rey”.
En segundo lugar, el verdadero reinado Cristo lo quiere instaurar en la
conciencia, en el corazón y en la vida de los hombres, de todo hombre. Ese
es el único Cristo Rey, esa es la única victoria, reino e imperio que le
importa al mundo, a la Iglesia y a Dios. Cristo quiere reinar en cada
familia y poner su reinado de amor y paz, desterrando toda pelea, divisiones
y egoísmo. Cristo quiere reinar en cada joven y poner su reinado de pureza y
alegría, desterrando toda miseria y desenfreno moral. Cristo quiere reinar
en cada comunidad eclesial y poner su reinado de unión, desterrando
envidias, pujas, murmuraciones y ansias de protagonismo. Cristo quiere
reinar en cada obispo, sacerdote, diácono y poner su reinado de servicio
humilde, desterrando todo autoritarismo y ansias de carrerismo y ambiciones.
Cristo quiere reinar en cada laico, aunque sea incrédulo, ateo, agnóstico.
Cristo quiere reinar en cada asilo de ancianos y poner ternura y cuidado
amoroso, desterrando la ideología del descarte. Cristo quiere reinar en cada
hospital y poner paciencia, alivio e interés por el enfermo. Cristo quiere
reinar en cada Parlamento y poner su reinado de justicia y de verdad,
desterrando toda explotación, venganza y ansias de dominio. Cristo quiere
reinar en cada nación, instaurando su libertad en este mundo que quiere
enarbolar la bandera del liberalismo; venciendo, con la fe y el amor, el
marxismo comunista que ha dejado millones de muertes y naciones enteras
devastadas. Y ante este Nuevo Orden Mundial que nos quiere imponer (aborto,
eutanasia, homosexualidad aprobada e incentivada, ingeniería genética sin
límites…), Cristo quiere reafirmar su Reinado verdadero, ganado con su
sangre bendita.
Finalmente,Cristo sobre todo quiere reinar en nuestra vida. Sobre nuestra
mente, para que tengamos los criterios de Cristo. Sobre nuestra afectividad,
para que nuestros amores sean los de Cristo. Sobre nuestra voluntad, para
que nuestras decisiones sean como las de Cristo.
Para reflexionar: ¿Dejaremos reinar a Cristo en nuestra vida o preferimos
ser nosotros rey de nuestras decisiones? ¿Qué ganamos si Cristo es nuestro
Rey? ¿Qué perdemos si Él no es nuestro Rey?
Para rezar: Señor, quiero gritar como nuestros hermanos mártires de España y
de México cuando eran torturados: “¡Viva Cristo Rey!”. Gracias, por haberme
escogido como súbdito de tu Reino. Perdóname por las veces que seguí a otros
reyes: el rey de copas del placer; el rey de espadas de la violencia; el rey
de oro del dinero. Prometo en este día serte fiel hasta la muerte, con la
ayuda de tu gracia.
(zenit)
Mártires Cristeros de México
PEDRO DE JESÚS MALDONADO LUCERO
Nació en la ciudad de Chihuahua, Chih. (Arquidiócesis de
Chihuahua), el 15 de junio de 1892. Párroco de Santa Isabel, Chih. Su
propósito de seminarista: « He pensado tener mi corazón siempre en el cielo,
en el sagrario » se convirtió en el ideal de su vida y fuente de toda su
actividad sacerdotal. Sacerdote enamorado de Jesús Sacramentado, fue un
continuo adorador y fundador de muchos turnos de adoración nocturna entre
los feligreses a él confiados. El 10 de febrero de 1937, miércoles de
ceniza, celebró la Eucaristía, impartió la ceniza y se dedicó a confesar. De
pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El Padre
Pedro tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus
perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le
insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el
cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote bañado en sangre,
cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno
de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote
diciéndole: « Cómete esto ». Por manos de su verdugo se cumplió su anhelo de
recibir a Jesús Sacramentado antes de morir. En estado agónico fue
trasladado a un hospital público de Chihuahua y al día siguiente, 11 de
febrero de 1937, aniversario de su ordenación sacerdotal, consumió su
glorioso sacrificio el sacerdote mártir.
MANUEL MORALES
Nació en Mesillas, Zac., perteneciente a la parroquia de
Sombrerete, Zac. (Arquidiócesis de Durango), el día 8 de febrero de 1898.
Cristiano de una pieza, esposo fiel, padre cariñoso con sus tres pequeños
hijos, trabajador cumplido, laico comprometido en el apostolado de su
parroquia y de intensa vida espiritual alimentada con la Eucaristía. Miembro
de la Acción Católica de la Juventud Mexicana y presidente de la Liga
Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, asociación que por medios
pacíficos trataba de obtener la derogación de las leyes impías. El día 15 de
agosto de 1926, al conocer la prisión del Sr. Cura Batis se movilizó para ir
a pedir la libertad de su párroco. Apenas había reunido un grupo de jóvenes
para deliberar, cuando la tropa se presentó y el jefe gritó: « ¡Manuel
Morales!». Manuel dio un paso adelante y con mucho garbo se presentó: «Yo
soy. A sus órdenes». Lo insultaron y comenzaron a golpearlo con saña. Junto
con el Sr. Cura fue conducido fuera de la ciudad, y al escuchar que su
párroco pedía que le perdonaran la vida en atención a su familia, lleno de
valor y de fe le dijo: «Señor Cura, yo muero, pero Dios no muere. El cuidará
de mi esposa y de mis hijos». Luego se irguió y exclamó: « ¡Viva Cristo Rey
y la Virgen de Guadalupe!». Y el testimonio de su vida quedó firmado con su
sangre de mártir.
JUSTINO ORONA MADRIGAL
Nació en Atoyac, Jal. (Diócesis de Ciudad Guzmán), el 14 de abril
de 1877. Párroco de Cuquío, Jal. (Arquidiócesis de Guadalajara). Fundador de
la Congregación religiosa de las Hermanas Clarisas del Sagrado Corazón. Su
vida estuvo marcada por la cruz pero siempre se conservó amable y generoso.
En cierta ocasión escribió: «Los que siguen el camino del dolor con
fidelidad, pueden subir al cielo con seguridad». Cuando arreció la
persecución, permaneció entre sus feligreses diciendo: «Yo entre los míos
vivo o muero». Una noche, después de planear con su vicario y compañero de
martirio, el padre Atilano Cruz, su especial actividad pastoral, ejercida en
medio de incontables peligros, ambos sacerdotes se recogieron para descansar
en una casa de rancho de “Las Cruces” cercano a Cuquío. En la madrugada del
1° de julio de 1928 las fuerzas federales y el presidente municipal de
Cuquío irrumpieron violentamente en el rancho y golpearon la puerta donde
dormían el párroco y su vicario. El Sr. Cura Orona abrió y con fuerte voz
saludó a los verdugos: « ¡Viva Cristo Rey!» La respuesta fue una lluvia de
balas.
SABAS REYES SALAZAR
Nació en Cocula, Jal. (Arquidiócesis de Guadalajara), el 5 de
diciembre de 1883. Vicario de Tototlán, Jal. (Diócesis de San Juan de los
Lagos). Sencillo y fervoroso, tenía especial devoción a la Santísima
Trinidad. También invocaba frecuentemente a las ánimas del purgatorio.
Procuró mucho la formación de los niños jóvenes, tanto en la catequesis como
en la enseñanza de ciencias, oficios y artes, especialmente en la música.
Cumplido y abnegado en su ministerio. Exigía mucho respeto en todo lo
referente al culto y le gustaba que con prontitud se cumpliera cualquier
deber. Cuando, por el peligro que había para los sacerdotes, le aconsejaban
que saliera de Tototlán, él replicaba: «A mí aquí me dejaron y aquí espero,
a ver qué dispone Dios». En la Semana Santa de 1927 llegaron las tropas
federales y los agraristas buscando al Sr. Cura Francisco Vizcarra y a sus
ministros. Sólo encontraron al padre Reyes y en él concentraron todo su
odio. Lo tomaron preso, lo ataron fuertemente a una columna del templo
parroquial, lo torturaron tres días por medio del hambre y la sed y con
sadismo incalificable, le quemaron las manos porque estaban consagradas. El
13 de abril de 1927, Miércoles Santo, fue conducido al cementerio. Lo
remataron a balazos, pero antes de morir, más con el alma que con la voz,
pudo gritar el sacerdote mártir: « ¡Viva Cristo Rey!».
(Tomado de www.vatican.va)
¡He aquí mi Rey!
— En junio de 1848 agonizaba en París el célebre escritor
Chateaubriand, autor de "El Genio del Cristianismo". Unos pocos amigos
rezaban en silencio junto a su lecho; oyóse de pronto el estampido de un
cañón que anunciaba la próxima caída de la monarquía de Luis Felipe y el
advenimiento de la República. El moribundo abrió los ojos semiapagados y con
un hilo de voz preguntó:
— ¿Qué sucede?
—Cambian el jefe del gobierno, se le respondió.
— ¿Sí? —dijo el enfermo; —dadme mi Crucifijo. No bien lo tuvo en sus manos:
"¡Desgraciados, exclamó; cada momento cambian de gobierno...; no quieren
comprender que sólo Jesús los puede salvar. ¡He aquí mi Rey! Dulce me fue
vivir por El; ¡será mi gloria morir con El!"
(Tomado de Salió el sembrador…Tomo VII, Ed. Guadalupe, pág.454)
El día del Juicio Final.
Había gran alboroto en la puerta del Cielo. Salió Pedro y dijo: "De
parte del Jefe, que pasen los pobres, los presos, los enfermos, los
hambrientos". Y pasaban sin trámites. Quedaban fuera "los importantes".
Pedro volvió a salir y dijo: "Completo, no cabe más". Y se armó un griterío
de protesta. Aquello era intolerable, no podía quedar así. Entonces salió
Jesús y dijo: "Pedro, no te he dicho que estaba completo, sino 'ya están
todos', que no es lo mismo. Ya están todos los que entran por derecho
propio. Ahora pasarán todos ante esta mesa. El jurado serán los niños y los
pobres. A ellos tendrán que demostrarles que ustedes los trataron bien. Si
los reconocen, ¡adentro!, y ¡suerte!, que allí los espero, en la fiesta".
Basta una cebolla
¿Conocen ustedes la fábula rusa de la cebolla? Cuentan los viejos
cronicones ortodoxos que un día se murió una mujer que no había hecho en
toda su vida otra cosa que odiar a cuantos la rodeaban. Y que su pobre ángel
de la guarda estaba consternado porque los demonios, sin esperar siquiera al
juicio final, la habían arrojado a un lago de fuego en el que esperaban
todas aquellas almas que estaban como predestinadas al infierno. ¿Cómo
salvar a su protegida? ¿Qué argumentos presentar en el juicio que inclinasen
la balanza hacia la salvación? El ángel buscaba y rebuscaba en la vida de su
protegida y no encontraba nada que llevar a su argumentación. Hasta que, por
fin, rebuscando y rebuscando se acordó de que un día había dado una cebolla
a un pobre. Y así se lo dijo a Dios, cuando empezaba el juicio. Y Dios le
dijo: "Muy bien, busca esa cebolla, dile que se agarre a ella y, si así sale
del lago, será salvada."
Voló precipitadamente el ángel, tendió a la mujer la vieja cebolla y ella se
agarró a la planta con todas sus fuerzas. Y comenzó a salir a flote. Tiraba
el ángel con toda delicadeza, no fuera su rabo a romperse. Y la mujer salía,
salía. Pero fue entonces cuando otras almas, que también yacían en el lago,
lo vieron. Y se agarraron a la mujer, a sus faldas, a sus piernas y brazos,
y todas las almas salían, salían. Pero a esta mujer, que nunca había sabido
amar, comenzó a entrarle miedo, pensó que la cebolla no resistiría tanto
peso y comenzó a patalear para liberarse de aquella carga inoportuna. Y, en
sus esfuerzos, la cebolla se rompió. Y la mujer fue condenada. Sí, basta una
cebolla para salvar al mundo entero. Siempre que no la rompamos pataleando
para salvarnos nosotros solitos. (José Luis Martín Descalzo, "Razones para
vivir").