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Domingo 14 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

 

Recursos adicionales para la preparación

 

¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

Introducción a las lecturas del domingo

Primera lectura: Ez 2, 2-5

Es impresionante la paciencia que nos tiene Dios. Basta recorrer el Antiguo Testamento para darse cuenta como este pueblo que ha sido liberado de la esclavitud de Egipto y que ha sido enseñado por Dios de cómo vivir en su presencia, una y otra vez hace el oído sordo a Dios que le ha hablado a través de Moisés y luego les hablará a través de los profetas.. Una y otra vez el pueblo sigue a otros dioses (Jue 2, 11 ss.) o simple y llanamente deja de lado las enseñanzas del Señor. Y alejándose de Dios experimenta el fracaso. Una y otra vez el pueblo pide perdón. Una y otra vez el Señor les perdona. A veces nosotros mismos hacemos el oído sordo a la voz de la conciencia que nos habla de parte de Dios. Dios no se rinde. No seamos rebeldes sino escuchemos a las voces que nos hablan de parte del Señor: la conciencia, la Iglesia, los signos de los tiempos, las personas que nos rodean, etc. Y el salmo responsorial nos ayudará a clamar.

Segunda lectura: 2 Cor 12, 7-10

Ya saben ustedes que la primera lectura ha sido escogida como profecía o pre-anuncio del Evangelio mientras que la segunda lectura es una lectura continuada. Contémplanos un pasaje al final de la carta de San Pablo a los Corintios antes de pasar el domingo que viene a otra carta. No sabemos qué tipo de espina tenía el apóstol clavada en su carne. De todos modos debe haber sido un gran sufrimiento para que el apóstol pida tres veces al Señor de librarlo. Todo sufrimiento que Dios permite en nuestra vida tiene una finalidad en el designio amoroso de Dios sobre nuestra vida. Aprendamos de San Pablo a aceptar nuestras debilidades y sufrimientos, soportarlos por amor de Cristo y dejar que Dios obre en nosotros.

Evangelio: Mc 6, 1-6a

Ni siquiera el Hijo de Dios puede transmitir la fe a los hombres que no tienen buena voluntad. La gente de Nazaret no puede entender que uno de ellos venga a anunciarles cosas que cambiarían su vida. No nos desanimemos cuando nuestros familiares y amigos se muestran indiferentes y hasta hostiles cuando les hablamos de Dios y de la conversión. Escuchemos el Evangelio: nos daremos cuenta que a Jesús le pasó lo mismo. Que esta lectura nos anime a pedir la fe para nosotros y para los nuestros.

 

Reflexionemos los padres

La segunda lectura nos invita a contemplar un poco más de cerca nuestras debilidades, imperfecciones y crisis. Está bien que como San Pablo pidamos que el Señor nos libere de estos sufrimientos. Sin embargo, Dios sabe mucho mejor que nosotros lo que realmente nos conviene. Y aunque pidamos con mucha fe e insistencia, fiados en la promesa de Jesús que lo que pidamos en su nombre el Padre nos lo concederá, sucede que parece no escucharnos. Y no es porque no nos escucha y no nos ama. Es porque conviene que sigamos cargando esa cruz. San Pablo entendió muy bien que esta debilidad de la que está escribiendo le sirve para seguir actuando en humildad y para no enorgullecerse. Tratemos de descubrir cuál es la finalidad hacia la cual Dios nos quiere llevar por medio del sufrimiento. Muchas veces el otro que nos conoce puede ayudarnos en eso. Pidamos al Señor que nos conceda la fe de San Pablo, la de proclamar nuestra debilidad para que se manifieste la fuerza de Dios.

 

Reflexionemos con los hijos

Un circo había llegado y se había establecido en las afueras de la ciudad. Todo estaba preparado para el espectáculo. De repente se desató un incendio. El payaso ya revestido y maquillado para la función corrió hacia la ciudad gritando: “¡Fuego, fuego! ¡Por favor ayúdenos”. La gente que le escuchaba se mataba de risa. Y no hacían nada. Es que cuando uno ve a un payaso uno espera que haga chistes y haga reír a la gente. En Nazaret todo el mundo conocía a Jesús desde niño. Había crecido ahí. Aunque hablaba maravillosamente la gente no aceptaba su enseñanza. Era para ellos un carpintero, un vecino que nunca había llamado la atención. Y por eso no podían aceptar lo que les enseñaba. A veces a nosotros pasa lo mismo. Cuando los padres les enseñamos algo, cuando un hermanito menor sugiere algo, nos ponemos a pensar: “Yo conozco tus debilidades y tus fallas. ¿Y quieres enseñarme a mi?” Y no prestamos atención y no los tomamos en serio. Es el orgullo que nos impide escuchar y aceptar lo que nos sugieren. San Pablo nos ofrece unas palabras que pueden ayudar mucho: “Nada hagan por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás.Tengan entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Fil 2, 3-5). Es verdad, no es fácil de aplicar estas palabras. Pero si nos proponemos, por lo menos, escuchar al otro con atención y respeto, ya hemos dado el primer paso.

 

Conexión eucarística

En cada eucaristía se renueva la entrega de Jesucristo en la cruz por medio de su muerte. Pero también celebramos su resurrección. Y se cumple entre nosotros que al escuchar la palabra de Dios y recibir la santa comunión, fruto de la entrega de Jesús, experimentamos profundamente como Jesús se rebaja por amor nuestro. Quiere estar a nuestro servicio y quiere ayudarnos. Demos gracias a Dios por el amor de Jesús y por su humildad.

 

Vivencia familiar

Quizás nos puede ayudar mucho continuar leyendo acerca de los sentimientos de Cristo Jesús, escribe San Pablo en la carta a los Filipenses (Fil 2, 5 ss.). ¿Sería demasiado difícil y complicado de reflexionar en familia de cómo tener los mismos sentimientos de Cristo?

 

Nos habla la Iglesia

Por supuesto que todos estamos llamados a crecer como evangelizadores. Procuramos al mismo tiempo una mejor formación, una pro- fundización de nuestro amor y un testimonio más claro del Evangelio. En ese sentido, todos tenemos que dejar que los demás nos evangelicen constantemente; pero eso no significa que deba- mos postergar la misión evangelizadora, sino que encontremos el modo de comunicar a Jesús que corresponda a la situación en que nos hallemos. En cualquier caso, todos somos llamados a ofrecer a los demás el testimonio explícito del amor salvífico del Señor, que más allá de nuestras imperfecciones nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza, y le da un sentido a nuestra vida. Tu corazón sabe que no es lo mismo la vida sin Él; entonces eso que has descubierto, eso que te ayuda a vivir y que te da una esperanza, eso es lo que necesitas comunicar a los otros. Nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo. El testimonio de fe que todo cristiano está llamado a ofrecer implica decir como san Pablo: «No es que lo tenga ya conseguido o que ya sea perfecto, sino que continúo mi carrera [...] y me lanzo a lo que está por delante » ( Flp 3,12-13) (Papa Francisco, El Gozo del Evangelio, 121)

 

Leamos la Biblia con la Iglesia

 

Año impar

Año par

Evangelio

L.

 Gen 28, 10-22

Oseas 2, 14-16.19-20

Mateo 9, 18-26

M.

Gen 32, 22-32

Oseas 8, 4-7.11-13

Mateo 9, 32-38

M.

Gen 41,44-57; 42, 5-7.17-24ª

Oseas 10,1-3.7-8.12

Mateo 10,1-7

J.

Gen 44, 18-21,23b-29; 43, 11-5

Oseas 11,1b-4.8c-9

Mateo 10, 7-15

V.

Gen 46, 1-7.28-30

Oseas 14,2-10

Mateo 10,16-23

S.

Gen 49,29-33;50,15-24

Isaías  6, 1-8

Mateo 10, 24-33

 

Oraciones

Oración por la Evangelización

Jesús, Hijo de Dios, que dijiste a tus apóstoles: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio”, ten misericordia de nosotros y danos la fuerza de tu Espíritu para poder cumplir con esta encomienda. Ayúdanos a hacernos cada día más concientes de la necesidad que tiene el mundo de tu Palabra y de tu amor. Haznos instrumentos dóciles en tus manos para que por medio de nosotros se extienda el Reino en nuestras familias y comunidades.

Señor, sentimos la oposición del Demonio en nuestro trabajo, por ello te pedimos que abras tú las puertas, que derribes los obstáculos y que allanes el camino para que tu Palabra pueda extenderse hasta los últimos confines del mundo.

Te ofrecemos nuestras vidas, lo que tenemos y somos, para que, como ofrenda de agradable aroma, llegue hasta ti. Señor, tú bien sabes que sin ti nada somos, nada tenemos y nada podemos, confirma en nosotros el don de tu Espíritu y ayúdanos en esta ingente tarea de anunciarte.

María Santísima, Madre y Señora Nuestra, ve el deterioro de nuestro mundo, de nuestras familias, de nuestra sociedad; nos urge llevar el mensaje de Cristo: Acompáñanos como un ejército a banderas desplegadas, pues ante ti se rinden los enemigos del Reino. Se tú, como lo has sido hasta ahora para el pueblo de Dios, nuestro baluarte y modelo en el anuncio del Evangelio.

Virgen Santísima, estrella de la Evangelización, tú que fuiste movida por el amor a llevar las Buenas Nuevas a la casa de tu prima santa Isabel sin importarte tu edad y las dificultades que esto te presentó, alcanza para nosotros esa misma fuerza. Ruega al Dador de todas las Gracias para que allane también nuestro camino, quite los obstáculos y nos dé la fuerza para anunciar, con alegría y valor, el mensaje de tu Hijo Jesucristo, única fuente de vida para el mundo, y que vive y reina por los siglos de los siglos.

AMÉN.

 

Meditación

Valentía para evangelizar: Ninguna excusa es suficiente para el Cristiano de hoy.

Juan Cabrera | Fuente: ICHTHUS

Una de las maneras más rápidas para meterse en dificultades es dedicarse a hacer el bien.

Pero los problemas se agravan al evangelizar porque quien evangeliza está haciendo el más grande de los bienes: Abrir los ojos al ciego, dar la perla preciosa al pobre, sembrar esperanza a los abatidos, transmitir el amor de Dios a los que se sienten solos.

La misión del evangelizador es mostrar el camino al que se ha extraviado, liberar al cautivo, animar al débil y sanar al herido. El que evangeliza ofrece el mejor regalo: Jesucristo, como Salvador y Señor. Y lo entrega gratuitamente.

Ahora bien, si hacer un bien normal y sencillo causa problemas, hemos de estar preparados para una auténtica batalla cuando evangelicemos.

Con gozo y firmeza, Juan Bautista clamaba: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo... ¡Cambien sus vidas! El Reino de Dios está cerca". Y por decirlo fue encarcelado. Pero no lo detuvo. Siguió evangelizando desde la prisión hasta que fue decapitado.

Jesús anunciaba de pueblo en pueblo: "El Reino de Dios está cerca", y lo demostró curando a los enfermos. Las autoridades religiosas de Israel se burlaron de Él y lo insultaron. Fue abofeteado, azotado, coronado de espinas, y por fin clavado en una cruz.

Lo mismo le ocurrió a San Pablo por predicar el evangelio a tiempo y destiempo. Sufrió fatigas y cárceles, palizas sin comparación, peligros de muerte, fue azotado cinco veces, tres naufragios, y una noche y un día en el mar. viajes con peligro de ríos, de bandoleros, peligros entre amigos, peligros entre paganos, peligros en la ciudad, peligros en despoblados, peligros con los falsos hermanos; trabajos y fatigas, noches sin dormir, hambre y sed, y frecuentes ayunos, con frío y sin ropa (2Cor. 11,23-27).

¿Parece demasiado? No. Pablo sabía que lo peor que le podía pasar era dejar de evangelizar. A pesar de todo lo que se le oponía, exclamaba: "¡Ay de mí si no evangelizo!"

¡Si proclamar el Evangelio era tan importante para San Pablo, no puede serlo menos para nosotros hoy!

Cuando los primeros cristianos comenzaron a ser perseguidos, oraron así: "Da a tus siervos plena valentía para anunciar tu mensaje" (Hech 4,29). Ellos no pidieron la supresión de los problemas ni la muerte de sus perseguidores. Lo que ellos necesitaban era decisión y valentía para seguir anunciando el evangelio, sin miedo a la cárcel ni a la muerte.

Proclamar que Jesús es "la piedra rechazada" es ganarse el rechazo (Hech. 4,11). Dar testimonio de un salvador crucificado trae consigo la cruz. Predicar virtudes como la humildad, el perdón, la pureza, la pobreza y la justicia es la mejor manera de hacerse antipático. Pero todo esto forma parte de la naturaleza misma de la evangelización.

No hay excusa para no evangelizar. Argumentar que uno es demasiado tímido no es excusa válida. Significa solo que uno está demasiado preocupado por sí mismo. En lugar de eso deberíamos decir: "No me acobardo de anunciar el Evangelio, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree" (Rom. 1,16).

Decir que no tenemos tiempo tampoco vale. Porque la verdad es que todos contamos exactamente con el mismo tiempo; la diferencia radica en como lo usamos.

Afirmar: "No estoy preparado, no tengo los conocimientos necesarios", es otra excusa sin razón, ya que así afirmamos lo que debemos hacer para evangelizar. No conocer el plan de salvación, ignorar la verdad y no saber donde encontrar la felicidad es peor que no saber leer ni escribir.

Ninguna excusa es suficiente para liberarnos del deber de evangelizar. "Por tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos" (Gal. 6,9)

¡Y que cosecha! ¡Nada menos que hombres y mujeres para la vida eterna! A pesar de todos los peligros, persecuciones, rechazos e insultos, a pesar del tiempo empleado, de las críticas y las miradas de la gente, con todo lo que implican el estudio y la preparación, este trabajo tiene que llevarse a cabo. Y solo puede hacerse con la valentía de los mártires y de los santos...

 

 

 

 

 



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