Domingo 15 Tiempo Ordinario B: Comentarios del Catecismo - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Eucaristía del Domingo
Recursos adicionales para la preparación
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el
Directorio Homilético: Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario (B)
CEC 1506-159: los discípulos comparten la misión curativa de Cristo CEC
737-741: la Iglesia está llamada a proclamar y testimoniar CEC 849-856:
origen y amplitud de la misión de la Iglesia CEC 1122, 1533: la vocación
para la misión CEC 693, 698, 706, 1107, 1296: el Espíritu Santo, la promesa
y el sello de Dios CEC 492: María, elegida antes de la creación del mundo
Agregamos también otros párrafos útiles:
CEC 541-546: el Reino de Dios está cerca CEC 787, 858-859: los Apóstoles
están asociados a la misión de Cristo CEC 863-865: el apostolado
“Sanad a los enfermos...”
1506 Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz (cf
Mt 10,38). Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y
sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace
participar de su ministerio de compasión y de curación: "Y, yéndose de allí,
predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con
aceite a muchos enfermos y los curaban" (Mc 6,12-13).
1507 El Señor resucitado renueva este envío ("En mi nombre...impondrán las
manos sobre los enfermos y se pondrán bien"; Mc 16,17-18) y lo confirma con
los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre (cf. Hch 9,34; 14,3).
Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente
"Dios que salva" (cf Mt 1,21; Hch 4,12).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co
12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin
embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de
todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que
los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente:
"completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
1509 "¡Sanad a los enfermos!" (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea
del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a
los enfermos como por la oración de intercesión con la que los acompaña.
Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los
cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y
de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn
6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa S. Pablo (cf 1 Co
11,30).
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia,
Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia
desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el
Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su
gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les
recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su
Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la
Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios,
para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu
Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha
sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el
Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del
próximo artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el
Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho
que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el
Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu
único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son
distintos entre sí ... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él .
Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que
todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso
que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos,
único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de
Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza
del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos,
sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a
dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el
mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su
Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el
objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos
de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el
Espíritu (esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras
de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte
del Catecismo).
La misión, exigencia de la catolicidad de la Iglesia
849 El mandato misionero. "La Iglesia, enviada por Dios a las gentes para
ser 'sacramento universal de salvación', por exigencia íntima de su misma
catolicidad, obedeciendo al mandato de su Fundador se esfuerza por anunciar
el Evangelio a todos los hombres" (AG 1): "Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt
28, 19-20).
850 El origen la finalidad de la misión.
El mandato misionero del Señor tiene su fuente última en el amor eterno de
la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia
naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la
misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre" (AG 2). El fin último de la misión no es otro que
hacer participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el
Hijo en su Espíritu de amor (cf Juan Pablo II, RM 23).
851 El motivo de la misión. Del amor de Dios por todos los hombres la
Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso
misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia..." (2 Co 5, 14; cf AA 6;
RM 11). En efecto, "Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Dios quiere la salvación de
todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la
verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el
camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido
confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque
cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera.
852 Los caminos de la misión. "El Espíritu Santo es en verdad el
protagonista de toda la misión eclesial" (RM 21). Él es quien conduce la
Iglesia por los caminos de la misión. Ella "continúa y desarrolla en el
curso de la historia la misión del propio Cristo, que fue enviado a
evangelizar a los pobres... impulsada por el Espíritu Santo, debe avanzar
por el mismo camino por el que avanzó Cristo; esto es, el camino de la
pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismo hasta la
muerte, de la que surgió victorioso por su resurrección" (AG 5). Es así como
la "sangre de los mártires es semilla de cristianos" (Tertuliano, apol. 50).
853 Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué
punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de
aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el
camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho
sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de
Cristo (cf RM 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la
redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el
mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG
8).
854 Por su propia misión, "la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad
y experimenta la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y
alma de la sociedad humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada
en familia de Dios" (GS 40, 2). El esfuerzo misionero exige entonces la
paciencia. Comienza con el anuncio del Evangelio a los pueblos y a los
grupos que aún no creen en Cristo (cf RM 42-47), continúa con el
establecimiento de comunidades cristianas, "signo de la presencia de Dios en
el mundo" (AG lS), y en la fundación de Iglesias locales (cf RM 48-49); se
implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las
culturas de los pueblos (cf RM 52-54), en este proceso no faltarán también
los fracasos. "En cuanto se refiere a los hombres, grupos y pueblos,
solamente de forma gradual los toca y los penetra y de este modo los
incorpora a la plenitud católica" (AG 6).
855 La misión de la Iglesia reclama el esfuerzo hacia la unidad de los
cristianos (cf RM 50). En efecto, "las divisiones entre los cristianos son
un obstáculo para que la Iglesia lleve a cabo la plenitud de la catolicidad
que le es propia en aquellos hijos que, incorporados a ella ciertamente por
el bautismo, están, sin embargo, separados de su plena comunión. Incluso se
hace más difícil para la propia Iglesia expresar la plenitud de la
catolicidad bajo todos los aspectos en la realidad misma de la vida" (UR 4).
856 La tarea misionera implica un diálogo respetuoso con los que todavía no
aceptan el Evangelio (cf RM 55). Los creyentes pueden sacar provecho para sí
mismos de este diálogo aprendiendo a conocer mejor "cuanto de verdad y de
gracia se encontraba ya entre las naciones, como por una casi secreta
presencia de Dios" (AG 9). Si ellos anuncian la Buena Nueva a los que la
desconocen, es para consolidar, completar y elevar la verdad y el bien que
Dios ha repartido entre los hombres y los pueblos, y para purificarlos del
error y del mal "para gloria de Dios, confusión del diablo y felicidad del
hombre" (AG 9).
IV LA IGLESIA ES APOSTÓLICA
857 La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles, y esto
en un triple sentido: - Fue y permanece edificada sobre "el fundamento de
los apóstoles" (Ef 2, 20; Hch 21, 14), testigos escogidos y enviados en
misión por el mismo Cristo (cf Mt 28, 16-20; Hch 1, 8; 1 Co 9, 1; 15, 7-8;
Ga 1, l; etc.). - Guarda y transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que
habita en ella, la enseñanza (cf Hch 2, 42), el buen depósito, las sanas
palabras oídas a los apóstoles (cf 2 Tm 1, 13-14). - Sigue siendo enseñada,
santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a
aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los
obispos, "a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de
Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia" (AG 5): Porque no abandonas nunca a tu
rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas,
y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores
a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio (MR, Prefacio de
los apóstoles).
La misión de los apóstoles
858 Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio,
"llamó a los que él quiso, y vinieron donde él. Instituyó Doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde
entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega
"apostoloi"]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió,
también yo os envío" (Jn 20, 21; cf 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio
es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf Lc 10, 16).
859 Jesús los asocia a su misión recibida del Padre: como "el Hijo no puede
hacer nada por su cuenta" (Jn 5, 19.30), sino que todo lo recibe del Padre
que le ha enviado, así, aquellos a quienes Jesús envía no pueden hacer nada
sin Él (cf Jn 15, 5) de quien reciben el encargo de la misión y el poder
para cumplirla. Los apóstoles de Cristo saben por tanto que están
calificados por Dios como "ministros de una nueva alianza" (2 Co 3, 6),
"ministros de Dios" (2 Co 6, 4), "embajadores de Cristo" (2 Co 5, 20),
"servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Co 4,
1).
En el encargo dado a los apóstoles hay un aspecto intransmisible: ser los
testigos elegidos de la Resurrección del Señor y los fundamentos de la
Iglesia. Pero hay también un aspecto permanente de su misión. Cristo les ha
prometido permanecer con ellos hasta el fin de los tiempos (cf Mt 28, 20).
"Esta misión divina confiada por Cristo a los apóstoles tiene que durar
hasta el fin del mundo, pues el Evangelio que tienen que transmitir es el
principio de toda la vida de la Iglesia. Por eso los apóstoles se
preocuparon de instituir... sucesores" (LG 20).
(...)
El apostolado
863 Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los
sucesores de San Pedro y de los apóstoles, en comunión de fe y de vida con
su origen. Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es "enviada" al
mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de diferentes
maneras, tienen parte en este envío. "La vocación cristiana, por su misma
naturaleza, es también vocación al apostolado". Se llama "apostolado" a
"toda la actividad del Cuerpo Místico" que tiende a "propagar el Reino de
Cristo por toda la tierra" (AA 2).
864 "Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen del apostolado de
la Iglesia", es evidente que la fecundidad del apostolado, tanto el de los
ministros ordenados como el de los laicos, depende de su unión vital con
Cristo (cf Jn 15, 5; AA 4). Según sean las vocaciones, las interpretaciones
de los tiempos, los dones variados del Espíritu Santo, el apostolado toma
las formas más diversas. Pero es siempre la caridad, conseguida sobre todo
en la Eucaristía, "que es como el alma de todo apostolado" (AA 3).
865 La Iglesia es una, santa, católica y apostólica en su identidad profunda
y última, porque en ella existe ya y será consumado al fin de los tiempos
"el Reino de los cielos", "el Reino de Dios" (cf Ap 19, 6), que ha venido en
la persona de Cristo y que crece misteriosamente en el corazón de los que le
son incorporados hasta su plena manifestación escatológica. Entonces todos
los hombres rescatados por él, hechos en él "santos e inmaculados en
presencia de Dios en el Amor" (Ef 1, 4), serán reunidos como el único Pueblo
de Dios, "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9), "la Ciudad Santa que baja del
Cielo de junto a Dios y tiene la gloria de Dios" (Ap 21, 10-11); y "la
muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres
de los doce apóstoles del Cordero" (Ap 21, 14).
III LOS SACRAMENTOS DE LA FE
1122 Cristo envió a sus Apóstoles para que, "en su Nombre, proclamasen a
todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados" (Lc 24,47).
"De todas las naciones haced discípulos bautizándolos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,19). La misión de bautizar, por
tanto la misión sacramental está implicada en la misión de evangelizar,
porque el sacramento es preparado por la Palabra de Dios y por la fe que es
consentimiento a esta Palabra:
El pueblo de Dios se reúne, sobre todo, por la palabra de Dios vivo...
necesita la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos.
En efecto, son sacramentos de la fe que nace y se alimenta de la palabra"
(PO 4).
1533. El Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía son los sacramentos de la
iniciación cristiana. Fundamentan la vocación común de todos los discípulos
de Cristo, que es vocación a la santidad y a la misión de evangelizar el
mundo. Confieren las gracias necesarias para vivir según el Espíritu en esta
vida de peregrinos en marcha hacia la patria.
693 Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los
Hechos y en las cartas de los apóstoles, en San Pablo se encuentran los
siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa(Ga 3, 14; Ef 1, 13), el
Espíritu de adopción (Rm 8, 15; Ga 4, 6), el Espíritu de Cristo (Rm 8, 11),
el Espíritu del Señor (2 Co 3, 17), el Espíritu de Dios (Rm 8, 9.14; 15, 19;
1 Co 6, 11; 7, 40), y en San Pedro, el Espíritu de gloria (1 P 4, 14).
698 El sello es un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a
quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también
en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello
["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en
los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se
ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter"
imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser
reiterados.
706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia,
como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1,
26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las
naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga
3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los
hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento
(cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19;
Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda
... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14).
1107 El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la
venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera
y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la
Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la
Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para
ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22).
1296 Cristo mismo se declara marcado con el sello de su Padre (cf Jn 6,27).
El cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos
conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos
marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones" (2
Co 1,22; cf Ef 1,13; 4,30). Este sello del Espíritu Santo, marca la
pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siempre, pero
indica también la promesa de la protección divina en la gran prueba
escatológica (cf Ap 7,2- 3; 9,4; Ez 9,4-6).
491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María
"llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su
concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción,
proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:
... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha
de pecado original en el primer instante de su concepción por singular
gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de
Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).
492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue
"enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene
toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en
atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con
toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3)
más que a ninguna otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la
creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor
(cf. Ef 1, 4).
"El Reino de Dios está cerca"
541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la
Buena Nueva de Dios: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). "Cristo, por tanto, para
hacer la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos"
(LG 3). Pues bien, la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la
participación de la vida divina" (LG 2). Lo hace reuniendo a los hombres en
torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la
tierra "el germen y el comienzo de este Reino" (LG 5).
542 Cristo es el corazón mismo de esta reunión de los hombres como "familia
de Dios". Los convoca en torno a él por su palabra, por sus señales que
manifiestan el reino de Dios, por el envío de sus discípulos. Sobre todo, él
realizará la venida de su Reino por medio del gran Misterio de su Pascua: su
muerte en la Cruz y su Resurrección. "Cuando yo sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). A esta unión con Cristo están
llamados todos los hombres (cf. LG 3).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en
primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico
está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11;
28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que
escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la
siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo
acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena
Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados
porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a
quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los
sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz
comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt
21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más:
se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia
ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a
llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a
la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra
de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos
(cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio
de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico
de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del
Reino (cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras
no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un
espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25,
14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en
el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir,
hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los
cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de
las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos"
(Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos
atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado
(cf. Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo
que le piden a los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.).
Por tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su
Padre: éstas testimonian que él es Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero
también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt 11, 6). No pretenden
satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes
milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le
acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6,
5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf.
Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para
abolir todos los males aquí abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a
liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8,
34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas
sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt
12, 26): "Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha
llegado a vosotros el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús
liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39).
Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este mundo" (Jn
12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente establecido el Reino de
Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de la Cruz",
himno "Vexilla Regis").
II LA IGLESIA, CUERPO DE CRISTO
La Iglesia es comunión con Jesús
787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc.
1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les
dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus
sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más
íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros
... Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una
comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come
mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Jn 6, 56).