Domingo 33 del Tiempo Ordinario B - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Misa Dominical
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
Introducción a las Lecturas
Hay quienes esperan
el fin del mundo sintiendo pánico. Otros anhelan que venga pronto. Es que
ansían estar con Dios. No sabemos cuándo vendrá el Señor. De todos
modos, venga pronto o dentro de miles de años, cada uno de nosotros
tendrá su ‘fin del mundo’ particular y personal: la muerte. El profeta
Daniel nos explica que habrá dos alternativas. Escuchemos con fe para que
nos enseñe cuál hemos de escoger desde ya.
Segunda Lectura: Hebr 10, 11-14.18
Este pasaje nos
explica cómo ha actuado Dios en previsión del fin del mundo. Dios sabía que
somos pecadores y a través de su hijo nos tiende la mano. Esta lectura debe
llenar nuestro corazón de gratitud. La figura sacerdotal del Antiguo
Testamento prefiguración del Nuevo Testamento encuentra en Jesucristo un
maravilloso cumplimiento. En lugar de muchos sacrificios fue El mismo que se
entregó y todo por amor nuestro. En medio de nuestras limitaciones, fallas y
pecados escuchemos con esperanza y fe en la misericordia de Dios.
La gran pregunta de
siempre: ¿Cuándo será el fin del mundo? Nadie lo sabe. Lo que nos toca es
estar preparados para que cuando venga Jesús en su gloria. No es para tener
miedo a su venida. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, ha padecido y muerto
por nosotros en la cruz. Ha resucitado para que tengamos vida eterna. El
Amor vendrá a buscar a los que ama. Nuestra espera es, por tanto, una espera
alegre y confiada en la misericordia de Dios.
Reflexionemos los padres
¿Qué esperas? Los
cristianos tenemos la promesa de Jesucristo de que vendrá para recogernos y
llevarnos con él a la gloria para estar eternamente felices en el cielo. Con
todo, no sabemos cuándo será el fin del mundo. San Bernardo de Claraval
puede ayudarnos a vivir esta espera. El santo enseña que hay tres venidas de
Jesucristo. La primera fue cuando se hizo hombre y nació de la Virgen María.
La última será cuando venga al fin del mundo. Y hay una venida intermedia.
El Señor viene a nosotros cada día, en cada acontecimiento y en cada
persona. El mismo lo ha prometido: “Yo estaré con ustedes todos los días,
hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Tengamos presente también otra promesa
de Jesús: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). No solamente viene en
las cosas y personas que nos rodean, también está en nuestra corazón,
siempre.
Es verdad, necesitamos
abrir los ojos del corazón, los ojos de la fe para darnos cuenta de su
presencia. Muchas cosas ocupan nuestra atención durante el día y pensamos
poco en la presencia de Jesús. Nos ayudará en esto la oración de la mañana y
de la noche. Nos ayudará en estar más atentos al amor de Dios presente en
nuestra vida la lectura diaria de unos pasajes del evangelio. Algunos
creyentes desarrollan un hábito de decir cada cierto tiempo una jaculatoria,
breves frases de oración como ‘Corazón de Jesús en ti confío’. Los maestros
de la vida espiritual aconsejas que al comienzo del día consagremos nuestros
pensamientos, proyectos, palabras y acciones a Dios y en la noche, antes de
dormir, dar gracias por todos los beneficios recibidos durante la jornada.
Seguramente tendremos también que pedir perdón por las faltas y suplicar su
ayuda para hacerlo mejor el día siguiente.
De esta manera nos
sensibilizamos cada vez más a ser hijos de Dios que caminan en la presencia
de su Padre y esta esperanza viva no sólo nos prepara para su venida el
final de nuestra vida sino nos hace vivir cada día más gozosamente el amor
de Dios siempre presente.
Reflexionemos con los hijos
Podemos escoger una que otra de las citas para reflexionar con los hijos acerca de lo que se propone.
Vuestras
pequeñas cruces de hoy pueden ser solo una señal de mayores dificultades
futuras. Pero la presencia de Jesús con nosotros cada día hasta el fin del
mundo (Mt 28, 20) es la garantía más entusiasta y, al mismo tiempo, más
realista de que no estamos solos, sino que Alguien camina con nosotros como
aquel día con los dos entristecidos discípulos de Emaús (cfr. Lc 24, 13 ss)
(Juan Pablo II, Disc. 1-III-1980).
No podré descansar hasta el fin del mundo, mientras haya almas que salvar. Pero cuando diga el ángel: Ya ha pasado el tiempo, entonces podré descansar, y podré gozar, porque el número de los elegidos habrá quedado completo (Santa Teresa de Lisieux, Novissima verba).
Hemos de caminar sabiendo que nos dirigimos hacia nuestro Dios; nuestros actos sirven para bien o para mal en ese encuentro con Dios en el que la vida ya vivida cobra todo su sentido. «La semilla de eternidad que en sí lleva (cada hombre), se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre [...]. Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, aleccionada por la revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre» (Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 18).
La incertidumbre en que quiso el Señor dejar el fin del mundo, así como el fin aquí en la tierra de cada hombre, nos ayuda a vivir cada día como si fuera el último. Preparados siempre y dispuestos a «cambiar de casa», a pasar a la otra orilla donde nos esperan.
Más afortunados que aquellos que vivieron mientras
estuvo en este mundo, cuando no habitaba más que en un lugar, cuando debían
andarse algunas horas para tener la dicha de verle; hoy le tenemos nosotros
en todos los lugares de la tierra, y así ocurrirá, según nos está prometido,
hasta el fin del mundo (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el Jueves Santo).
Relación con la Santa Misa
Jesús ha prometido
de estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Su corazón
amoroso ha inventado una manera especialísima para estar con nosotros: la
Eucaristía. El mismo dijo: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con
vosotros antes de padecer” (Lc 22, 15). No sólo quiere estar con nosotros
renovando el sacrificio de la cruz y de la resurrección en medio de la
asamblea santa. Hay mucho más: quiere ser uno con cada uno de nosotros por
medio de la mesa de la palabra y la mesa eucarística. Cada vez que
celebramos la eucaristía se une siempre de nuevo con cada uno.
Vivencia Familiar
¿Qué podemos hacer
para que la familia participe cada domingo con mayor fervor en la
celebración eucarística, una presencia muy especial de Jesucristo al que
esperamos? Los padres de familia, por ejemplo, pueden leer uno de los muchos
libros que explican las maravillas de la Santa Misa y compartir con los
hijos lo que han descubierto. También se puede leer con ellos los textos de
las lecturas y preparar a la familia para una escucha ‘iluminada’ cuando se
proclaman en la asamblea dominical. También se puede leer los comentarios de
sabios y santos y compartir lo que se ha recogido.
Nos habla la Iglesia
Bien sabemos todos
que son distintas las maneras de estar presente Cristo en su Iglesia.
Resulta útil recordar algo más por extenso esta bellísima verdad que la
Constitución De Sacra Liturgia expuso brevemente. Presente está Cristo en su
Iglesia que ora, porque es él quien ora por nosotros, ora en nosotros y a El
oramos: ora por nosotros como Sacerdote nuestro; ora en nosotros como Cabeza
nuestra y a El oramos como a Dios nuestro. Y El mismo prometió: «Donde están
dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».
Presente está El en
su Iglesia que ejerce las obras de misericordia, no sólo porque cuando
hacemos algún bien a uno de sus hermanos pequeños se lo hacemos al mismo
Cristo, sino también porque es Cristo mismo quien realiza estas obras por
medio de su Iglesia, socorriendo así continuamente a los hombres con su
divina caridad. Presente está en su Iglesia que peregrina y anhela llegar al
puerto de la vida eterna, porque El habita en nuestros corazones por la fe y
en ellos difunde la caridad por obra del Espíritu Santo que El nos ha dado.
De otra forma, muy
verdadera, sin embargo, está también presente en su Iglesia que predica,
puesto que el Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios, y solamente
en el nombre, con la autoridad y con la asistencia de Cristo, Verbo de Dios
encarnado, se anuncia, a fin de que haya una sola grey gobernada por un solo
pastor.
Presente está en su
Iglesia que rige y gobierna al pueblo de Dios, puesto que la sagrada
potestad se deriva de Cristo, y Cristo, Pastor de los pastores, asiste a los
pastores que la ejercen, según la promesa hecha a los Apóstoles. Además, de
modo aún más sublime, está presente Cristo en su Iglesia que en su nombre
ofrece el sacrificio de la misa y administra los sacramentos. A propósito de
la presencia de Cristo en el ofrecimiento del sacrificio de la misa, nos
place recordar lo que san Juan Crisóstomo, lleno de admiración, dijo con
verdad y elocuencia: «Quiero añadir una cosa verdaderamente maravillosa,
pero no os extrañéis ni turbéis. ¿Qué es? La oblación es la misma,
cualquiera que sea el oferente, Pablo o Pedro; es la misma que Cristo confió
a sus discípulos, y que ahora realizan los sacerdotes; esta no es, en
realidad, menor que aquélla, porque no son los hombres quienes la hacen
santa, sino aquel que la santificó. Porque así como las palabras que Dios
pronunció son las mismas que el sacerdote dice ahora, así la oblación es la
misma».
Nadie ignora, en
efecto, que los sacramentos son acciones de Cristo, que los administra por
medio de los hombres. Y así los sacramentos son santos por sí mismos y por
la virtud de Cristo: al tocar los cuerpos, infunden gracia en la almas.
Estas varias maneras
de presencia llenan el espíritu de estupor y dan a contemplar el misterio de
la Iglesia. Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el
cual Cristo está presente a su Iglesia en el sacramento de la Eucaristía,
que por ello es, entre los demás sacramentos, el más dulce por la devoción,
el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido; ya que
contiene al mismo Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el
fin de todos los sacramentos.
Tal presencia se
llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por
antonomasia, porque es también corporal y substancial, pues por ella
ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro.
Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una
naturaleza, como dicen, «pneumática» y omnipresente, o la redujera a los
límites de un simbolismo, como si este augustísimo sacramento no consistiera
sino tan sólo en un signo eficaz de la presencia espiritual de Cristo y de
su íntima unión con los fieles del Cuerpo místico. […]
Por lo demás, a
todos se había adelantado el Apóstol, cuando escribía a los Corintios:
«Porque el pan es uno solo, constituimos un solo cuerpo todos los que
participamos de un solo pan». (Paulo VI, Encíclica Mysterium Fidei 5)
Oraciones
Oración de Santo
Tomás de Aquino.
¡Oh, Santísimo
Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido; concededme desear
ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir
perfectamente en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada.
Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que
de mí queréis y que lo cumpla corno es menester y conviene a mi alma. Dadme,
oh Señor Dios mío, que no desfallezca entre las prosperidades y
adversidades, para que ni en aquellas me ensalce, ni en éstas me abata. De
ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos.
A nadie desee agradar o tema desagradar sino a Vos. Séanme viles, Señor,
todas las cosas transitorias y preciosas todas las eternas. Disgústeme,
Señor, todo gozo sin Vos, y no ambicione cosa ninguna fuera de Vos. Séame
deleitoso, Señor, cualquier trabajo por Vos, y enojoso el descanso sin Vos.
Dadme, oh Dios mío, levantar a Vos mi corazón frecuente y fervorosamente,
hacerlo todo con amor, tener por muerto lo que no pertenece a vuestro
servicio, hacer mis obras no por rutina, sino refiriéndolas a Vos con
devoción. Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida, obediente sin
contradicción, pobre sin rebajamiento, casto sin corrupción, paciente sin
disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin inconstancia, temeroso de
Vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced que practique el bien sin
presunción que corrija al prójimo sin soberbia, que le edifique con palabras
y obras sin fingimientos. Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que
por ningún pensamiento curioso se aparte de Vos; dadme un corazón noble que
por ninguna intención siniestra se desvíe; dadme un corazón firme que por
ninguna tribulación se quebrante; dadme un corazón libre que ninguna pasión
violenta le domine. Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os
conozca, diligencia que os busque, sabiduría que os halle, comportamiento
que os agrade, perseverancia que confiadamente os espere, y esperanza que,
finalmente, os abrace. Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la
penitencia, y en el camino de mi vida use de vuestros beneficios por gracia,
y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria. Señor que vivís y
reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.