CRISTO REY- Domingo 34 Tiempo Ordinario B: Comentarios
de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de
Dios proclamada en la Misa Dominical
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
A su disposición
Exégesis: Manuel de Tuya - El proceso
Exégesis: Joseph Marie Lagrange, O. P. - Jesús,
acusado por los judíos delante de Pilato (Lc 23,2; Jn 18,29-32)
Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá - El proceso civil, Jesús por primera vez ante Pilatos
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Yo he nacido
para dar testimonio de la verdad
Comentario Teológico: P. Julio Menvielle - La Realeza De Cristo Y El Momento Actual
Comentario Teológico: P. Gabriel de Sta M. Magdalena - Cristo Rey
Comentario Teológico: Dom Columba Marmion - Jesucristo Rey de la creación entera
Comentario Teológico: Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, - El Rey de la Verdad
Comentario Teológico: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. -
Cristo Rey
Aplicación: San Alberto Hurtado - CRISTO REY
Aplicación: Tihamer Toth - Pilatos
Aplicación: Leonardo Castellani - Cristo Rey
Aplicación: Juan Pablo II - Fiesta de Cristo Rey
Aplicación: Benedicto XVI - Cristo Rey
Aplicación: Fray Justo Pérez de Urbel - El interrogatorio
Aplicación: Mons. Fulton Sheen - Proceso ante
Pilatos
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - México
católico, despierta de tu letargo
Ejemplos
COMENTARIOS A LAS Lecturas del Domingo
Aplicación: San Alberto Hurtado - CRISTO REY
Se trata de la prédica pronunciada por el P. Hurtado, en la Basílica del Salvador, la noche del 26 de octubre de 1 vísperas del domingo de Cristo Rey. La procesión, en que participaron 20.000 jóvenes con antorchas en sus manos, recorrió las calles Vicuña Mackenna, 10 de Julio, Portugal, Alameda y Almirante Barroso, hasta llegara la Basílica. La Santa Misa fue presidida por don Alejandro Menchaca, Asesor Nacional de la Juventud católica de chile, y la prédica fue pronunciada por el P. Alberto Hurtado (Cf. El Diario Ilustrado).
Jóvenes cristianos:
Estamos en una época en que los reyes, jefes, dictadores pasan revista a sus tropas y las hacen desfilar con sus armas para inspirar confianza en la fuerza de sus fusiles y en el poder destructor de sus tanques, aviones y ametralladoras. También nuestro Rey, Cristo, esta noche ha llamado revista a sus jóvenes y los ha invitado a desfilar por las calles de Santiago ostentando sus armas: la Cruz del sacrificio, la luz de su verdad, el fuego de su amor. ¡Qué ideales tan diferentes los que congregan la muchedumbres de nuestro tiempo! Los jefes de nuestro tiempo juntan sus fuerzas para destruir, para matar o para aniquilar ciudades y vidas, aunque éstas sean de niños indefensos o de débiles mujeres... Lo más a que pueden aspirar es un poco más de oro, de influencia, de comodidades, que no van a traer ni felicidad ni alegría, que no van a ennoblecer más al hombre; sino a envilecerlo, hacerlo más orgulloso, más egoísta y codicioso. Y por esta causa ¡tanto entusiasmo, tanto idealismo, tantas vidas que se sacrifican, tantas generaciones que se arruinan! Y todo eso, ¡parece lo más natural! Lo contrario lo llamaríamos ¡cobardía! Pero para el cristiano, para el hombre de fe, de fe viva; ¿qué valen esos triunfos? ¡Qué vanos parecen esos sacrificios frente a otro Reino de proporciones inmensamente mayores, de frutos de eternidad...
El Reino de Cristo, Reino de justicia, de amor, de paz! Reino que viene no a destruir al hombre sino a regenerarlo: "a esto he venido, a que tengan vida y la tengan abundante" (Jn 10,10); a levantarlo del fango de las pasiones que lo esclavizan, a hacerlo libre: libre de la tiranía del pecado libre de la impureza, libre del egoísmo, libre del odio, libre del orgullo, libre del mal que es el pecado y el desorden. Pero basta esto; viene a elevarlo a una grandeza que jamás el hombre podía sospechar: amigo de Dios: "ya no os llamaré siervos sino amigos" (Jn 15,15); templos donde Él habita: "vendremos a él y haremos en El nuestra morada" (Jn 14,23),
elevados por participación a la vida divina, a la unión con el Creador, a vivir la misma vida de Dios por la gracia santificante: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos" (Jn 15,5); viene Cristo en el colmo de su amor no a traerle sus dones, sino a darse El mismo como don, a alimentarnos a nosotros, pobres mortales, con su Cuerpo y Sangre, prenda de la vida eterna. Y mientras dura nuestro curso por el mundo, la actividad del soldado de Cristo es hacer el bien: la caridad material, la limosna al pobre, el consuelo al débil, la justicia al oprimido, la caridad al que sufre. En una palabra: a continuar la redención de nuestros pobres hermanos, los hombres.
¿Por qué entonces, me diréis, jóvenes cristianos, nuestro Reino no apasiona como apasionan las campañas guerreras de los conductores de pueblos? ¡Qué no apasiona...! No sois vosotros ciertamente los que lo diréis, vosotros los que conocéis un poco la historia de la Iglesia de Cristo. ¡Cómo ha apasionado siempre a los espíritus más nobles del mundo!... Desde Pablo de Tarso, que al mundo entero lo reputaba como estiércol y basura con tal de ganar a Cristo, para quien su aspiración suprema era vivir en Cristo: "Mi vivir es Cristo" (cf. FIp 3,8; Gal 2,20); San Ignacio de Antioquía, que aspiraba a ser molido como trigo entre los dientes de los leones para ser hostia agradable a Cristo, Sebastián, que prefería a los honores del palacio imperial las saetas que atravesaron su cuerpo de mártir por Cristo; Luis Gonzaga, que prefiere la pobreza de Cristo a la corona de marqués; Francisco de Borja, la pobre sotana religiosa a la corona de virrey; Francisco de Asís, la desnudez del niño de Belén a los placeres de la juventud; y ¡para qué hablar de tiempos antiguos!
Puesto que hoy en nuestros días despierta el entusiasmo de millares de jóvenes que dejan su patria, su familia, su lengua, para sepultarse en China, en las islas Carolinas, en Alaska, para dar a conocer el nombre de Cristo; de los valientes mártires que han acabado en la cruz o en las prisiones cantando su vida por Cristo, como Manuel Bonilla, Miguel Agustín Pro, Silva, Anacleto González Flores.., mártires de Cristo, del amor y lealtad a Cristo hasta su muerte ¡Que acaso no hay amor a Cristo incluso en nuestro Chile! Lo desconoce únicamente quien no ha convivido con grupos de jóvenes de alma ardiente que, obreros, universitarios, colegiales, preparándose al sacerdocio o al matrimonio cristiano, no tienen más lema que éste: "Instaurarlo todo en Cristo"
¡Oh, consuelo el de nuestras, almas de sacerdotes de tener la dicha de escuchar esos latidos ardientes de jóvenes apasionados, hoy como en los tiempos en que el Maestro recorría Galilea, por el divino Amigo, el Soberano Jefe, el Redentor de las almas! Si tocásemos a reunión el clarín del ejército de Cristo a todos los jóvenes que aspiran a firmar incluso con su sangre, su programa: "instaurarlo todo en Cristo", ¡qué grupo tan espléndido se reuniría! ¿Qué plaza del mundo; podría contenerlo? ¡Qué ejército de valientes, de valientes de veras, los que entonces se agruparían! Jamás en el mundo se habría reunido una manifestación de seres más nobles de alma, más generosos, más puros, más idealistas... Jamás palabras y tanto fuego, ni acciones tan heroicas se habrían realizado. Pero, es cierto, ese ejército numeroso en pie de guerra desde hace dos mil años, que lejos de disminuir aumenta en número y en valor, ese ejército es todavía hoy como en tiempos de Cristo -tal vez lo será siempre así- "pussillus grex' un rebañito pequeño... (Lc 12,32).
Frente a él, sin tener siquiera el valor de reunirse, el número inmenso de los que se llaman cristianos, pero que no tienen de cristiano más que el nombre... y, más allá, la región inmensa del paganismo sumida hoy todavía en las sombras de la muerte (cf. Sal 106,10)... Y ¿por qué esos cristianos de nombre no forman parte del ejército de Cristo? Porque, mis amados jóvenes, el que no está dispuesto a dar su vida por su Jefe, tiene tal vez el alma marcada con el sello del bautismo, pero ese signo señala más bien su apostasía. Renovó tal vez su juramento el día de su primera comunión, pero no pertenece a Cristo. Por definición, un cristiano es un candidato al martirio: todos sus intereses, su fortuna, sus amores, sin exceptuar la vida, están subordinados al amor de Cristo.
Esto es algo básico en nuestra religión. Los que han creído que el cristianismo es un asilo para salvaguardar su fortuna, su rango, sus virtudes mezquinas y mediocres, han tenido que desengañarse. Cristo no es un modelo que haya bajado del cielo para servir de argumento a Leonardo da Vinci ni a Rafael, para que sus cuadros hermoseen los salones; ni subió a la Cruz para que su imagen, de marfil o de bronce, adorne un dormitorio; ni envió apóstoles para encantarnos con su elocuencia; vino a reclamar nuestras vidas para elevarlas hasta Dios, sea que las entreguemos gota a gota en el curso de una larga existencia, o que un día nos llegue la ocasión de mostrar que no somos cristianos de parada.
Oh, el cristiano verdadero, mucho más que el soldado de las causas terrenas, tan inferiores a la de Cristo, ha de estar siempre dispuesto a seguir el llamado de Cristo que resuena cuando menos se lo espera! Y esta es la última palabra de la doctrina cristiana: No un difícil razonamiento, una teología complicada y sutil; la última palabra de la doctrina de Cristo se la recibe cuando uno se decide a poner sus pasos tras los pasos de Jesús, condenado a muerte y marchando inocentemente al suplicio. ¡Ah, mis amados hermanos, qué ideas tan falsas circulan con frecuencia sobre el Reino de Cristo! Muchos se imaginan un reino de triunfos, mítines, congresos, cruzadas militares, campañas externas... No puede ser condenado el empleo de ninguno de esos medios, cuando son justos, pero no es eso lo fundamental. "Regnavit a Digno Deus' Cristo reinó desde la Cruz (cf. Sal 95,10). Desde la Cruz venció al pecado, la muerte, el infierno.
El Reino de Cristo se fundó en el Calvario, y se mantiene sobre todo en la prolongación del Calvario, que es la Eucaristía: la prolongación incruenta del sacrificio redentor, del gran viernes de la humanidad. Y uno es soldado de Cristo en la medida en que acepta incorporarse al sacrificio del Jefe; en la medida en que acepta su Pasión, sin escándalo, y se decide a completar en su cuerpo lo que falta a la Pasión del Redentor (cf. Col 1,24). Uno es cristiano en la medida en que vive realmente del sacrificio eucarístico, en que celebra la misa -no la oye-, la celebra: Esto es, ofrece el sacrificio de Cristo total, del Cristo místico, el de Jesús y el suyo ¡Cuán necesario es insistir en estas ideas, en una época en que un espíritu de placer domina el mundo: ansia de gozo, guerra al esfuerzo, huida al sacrificio! Hoy como nunca la Cruz de Cristo es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, aunque para los cristianos sea la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor. 1,23-24).
La crisis de valores morales por la que atraviesa la humanidad es espantosa. Los más grandes pensadores y estadistas están horrorizados de esta ansia de vida fácil, de esta sed de diversiones, de este convertir la vida en perpetuo weekend, donde no hay nada que pueda negarse, y donde todo sacrificio parece una austeridad imposible para la joven generación de nuestros días. Hay una enorme cobardía para tomar responsabilidades, para aceptar ataduras, un horror ante el esfuerzo que significa la vida moral, todo parece excesivo. En estas condiciones, claro está que el cristianismo parece algo que escandaliza... y viene ese buscar componendas entre el cristianismo y la comodidad del vivir.
Ese perpetuo escándalo que presencia el mundo moderno de una doctrina de abnegación y de generosidad hasta el heroísmo, cubriendo tanto egoísmo y tanta sensualidad. La inmensa mayoría de la generación joven de nuestra época, incluso la cristiana, ha abierto las puertas a la más cruda sensualidad, mancha su uniforme de soldado de Cristo en sitios donde jamás debiera penetrar un cristiano; no tiene el valor ni siquiera de luchar por negarse un placer, derrotada de antemano, sin pensar que su momento de culpa es una puñalada al corazón de Cristo, su Rey: Crucificando de nuevo al Hijo de Dios en sus corazones (cf. Heb 6,6).
Desde hace varios años este mismo día se vienen reuniendo grupos cada vez mayores de jóvenes en una manifestación imponente de entusiasmo: Hasta 20.000 jóvenes enronquecen sus gargantas al grito de ¡Viva Cristo Rey!, agitan sus antorchas y demuestran su adhesión al Jefe Supremo. La manifestación se disuelve y ¡qué poco han cambiado las vidas! ¡Qué pocos progresos hace Cristo en las almas de sus cadetes! ¡Cómo no va a ser impresionante ver deshacerse manifestaciones tan grandiosas como éstas, sin que la compasión de Cristo por las turbas se encienda en los corazones! Vemos ese pobre buen pueblo nuestro, que yace en la oscuridad y en la más negra ignorancia, falto de cultura material, deshecho su hogar, socavada su conciencia por prédicas malsanas, en una ignorancia religiosa total... y estos soldados de Cristo que se reúnen en el día de su fiesta, ¡qué triste sería que continuaran volviéndose a sus casas contentos con los gritos entusiastas y con haber consumido una antorcha!
El espíritu de Cristo no estaría en ellos si no volvieran a sus hogares dispuestos a sacrificarse por sus hermanos, a ir al pueblo, a llevarles a Cristo, a enseñarles la Buena Nueva, la gran Nueva de su redención; a esperarlos en la salida de las fábricas con la Nueva de su regeneración en Cristo, de la divinización de sus vidas, a los pobres obreros que se creen los
condenados de la tierra; a ir a las universidades a clamar a los estudiantes el amor de Cristo para con ellos; a ir donde se sufre, a llenar de consuelo esas vidas con los consuelos de Cristo...
No podrá llamarse soldado de Cristo el que no dé un sentido social a su vida, el que no se interese por sus hermanos. Para muchos, durante muchos años, el cristianismo ha sido un asunto puramente individual, algo así como una especie de seguro para la otra vida, o un consuelo para los momentos amargos de la vida... Pero el cristianismo auténtico no es eso: es la religión de los hermanos que se sienten responsables de la salvación de sus hermanos; es el amor de Cristo por los demás que los lleva a buscarles todos los bienes, sobre todo el gran bien de la fe; es la responsabilidad de una vida consciente de la parábola de los talentos, que impone a cada uno trabajar en la medida de la luz que ha recibido. Ese es el cristianismo que espera de vosotros vuestro Rey, esta noche de fiesta... Si al menos uno de vosotros hiciese un serio examen de su fe y se decidiese a ser cristiano de veras, con la gracia de Cristo que no faltará, ese uno dará más gloria a Cristo que los clamores entusiastas de los 20.000 restantes, que se quedan en puras voces sin asemejar su vida a la de su Jefe, Maestro, Rey.
Las antorchas que traíais en vuestras manos me han hecho pensar en las que llevaron los cristianos de los primeros siglos en las catacumbas, que los hacían buscar las tinieblas para huir de la muerte. Cada cierto tiempo el cristianismo parece acomodarse a la vida social, pero felizmente una nueva racha sacude el árbol cuya cabeza es Cristo y las ramas nosotros. Las hojas muertas y las ramas secas caen. Sólo permanecen indestructibles los que reciben la savia de Cristo. Pero esas persecuciones exteriores son las que menos puede temer un cristiano, pues el árbol sacudido por la tempestad se arraiga más, y la Cruz se ha regado siempre con sangre, comenzando con la del Redentor...
No son ésas las persecuciones más temibles, sino las aparentemente pacíficas, las que vienen de nuestros hermanos débiles y mundanos, las que vienen de la pereza, del egoísmo, de la inercia que arranca la Cruz de tantas almas. Ante esas persecuciones, levantaos virilmente esta noche y haced profesión a vuestro Rey que queréis combatir como valientes. No os contentéis con llevar antorchas en vuestras manos: sed antorchas, sed luz, sed calor. Consumíos en el sacrificio, como esas luces, símbolo del que es la luz del mundo, que por amor a nosotros, siendo Rey eternal, se aniquiló, se consumió, se sacrificó por nosotros (cf. FIp 2,7).
Nuestro amor al Jefe se medirá con la medida de nuestro sacrificio. Y para animarnos a beber el cáliz amargo de nuestros sacrificios, pensemos esta noche con viril inquietud: ¿Qué ha hecho Cristo por mí? ¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué puedo hacer y sufrir por Cristo? Y ante todos los dolores, animémonos con el pensamiento que recreaba el corazón de Pablo... Con tal que Cristo sea glorificado, ¿qué importa lo demás? (cf. Flp 1,18). Sea ésta, hermanos, la gracia que esta noche pidamos a Cristo en la Sagrada Comunión: el fusionarse nuestras vidas con la del eterno Rey y Amigo, Jefe de nuestras almas.
(San Alberto Hurtado S.I., La Búsqueda de Dios, Ed. Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005, 180-186)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - Yo he nacido para dar
testimonio de la verdad
Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio
de la verdad. Todo el que es discípulo de la verdad me escucha y oye mi voz
(Juan XVIII, 37).
Admirable cosa es la paciencia, pues al alma, liberada de las tempestades
que suscitan los espíritus malignos, la establece en un puerto tranquilo.
Cristo nos la enseñó y nos la enseña, sobre todo ahora que es llevado y
traído para juicio. Llevado a Anás, respondió con gran mansedumbre; y al
criado que lo hirió, le contestó de un modo capaz de reprimir toda soberbia.
Desde ahí fue llevado a Caifás y luego a Pilato, gastándose en eso toda la
noche; y en todas partes y ocasiones se presentó con gran mansedumbre.
Cuando lo acusaron de facineroso, cosa que no le podían probar, Él, de pie,
lo toleró todo en silencio. Cuando se le preguntó acerca del reino, le
respondió a Pilato, pero adoctrinándolo y levantándole sus pensamientos a
cosas mayores. Mas ¿por qué Pilato no examina a Jesús delante de los judíos
sino en el interior del pretorio? Porque tenía gran estima de Jesús y quería
examinar la causa cuidadosamente, lejos del tumulto. Cuando le preguntó:
¿Qué has hecho? Jesús nada le responde; en cambio, sí le responde acerca del
reino. Le dice: Mi reino no es de este mundo, que era lo que más anhelaba
saber el presidente. Como si le dijera: En verdad soy rey, pero no como tú
lo sospechas, sino rey mucho más espléndido. Por aquí y por lo que sigue le
declara no haber hecho nada malo. Pues quien asegura: Yo para esto he nacido
y a esto vine, para dar testimonio de la verdad, claramente dice no haber
hecho nada malo.
Y cuando dice: Todo el que es discípulo de la verdad oye mi voz, invita a
Pilato y lo persuade a oír sus palabras como si le dijera: Si alguno es
veraz y anhela la verdad, sin duda me escuchará. Con estas pocas palabras lo
excita hasta el punto de que Pilato le pregunta: ¿Qué es la verdad? Pero
mientras lo insta y oprime lo urgente del momento. Pues advierte que
semejante pregunta necesitaba tiempo para responderse, mientras que a él lo
urgía el ansia de librarlo del furor de los judíos. Por tal motivo salió
afuera. Y ¿qué les dice?: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa cuán
prudentemente lo hace. Porque no dijo: Puesto que ha pecado, es digno de
muerte, pero ceded a la solemnidad. Sino que primero lo declaró libre de
toda culpa; y hasta después, a mayor abundamiento, les ruega que si no
quieren dejarlo libre como a inocente, a lo menos por la solemnidad lo
perdonen como a pecador. Por tal motivo añade: Tenéis vosotros la costumbre
de que en la Pascua se os dé libre un prisionero. Luego, como quien suplica,
dice: ¿Queréis, pues, que os suelte al rey de los judíos? Vociferaron todos:
No a ése, sino a Barrabás. ¡Oh mentes execrables! ¡Dejan libres a criminales
como ellos y de sus mismas costumbres y en cambio ordenan castigar al que es
inocente! ¡Antigua era en ellos semejante costumbre! Pero tú considera la
benignidad del Señor.
Y ordenó Pilato que lo azotaran, quizá para salvarlo, una vez aplacado así
el furor de los judíos. Como por los medios anteriores no logró arrancárselo
de las manos, esperando que con esto otro terminaría el daño, ordenó que lo
azotaran y permitió que le vistieran la clámide y le pusieran la corona, a
fin de amansar con esto la ira de los judíos. Por igual motivo, una vez
coronado, lo sacó hacia ellos, para que viendo los ultrajes que se le habían
inferido, reprimieran los judíos sus furores y vomitaran todo el veneno. Mas
¿por qué sin mandato del pretor los soldados hicieron todo esto? Para
congraciarse con los judíos. También sin órdenes de él, durante la noche
fueron al huerto: con ese motivo y para recibir la paga se atrevieron a
todo. Yen medio de tantas y tan crueles injurias, Jesús permanecía callado,
como lo estuvo también cuando nada respondió a Pilato, que lo interrogaba.
Pero tú no te contentes con oír estas cosas, sino tenlas constantemente
presentes, viendo al que es rey de la tierra y de los ángeles burlado por
los soldados con palabras y con obras; y cómo todo lo tolera en silencio, y
procura imitarlo de verdad. Como oyeron los soldados que Pilato lo había
llamado rey de los judíos, lo revistieron de un paramento risible. Y Pilato
lo sacó afuera y dijo: No encuentro en él delito alguno. Salió, pues, Jesús
llevando su corona; pero ni aun así se aplacó el furor de los judíos, sino
que clamaban: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Como viera Pilato que en vano
intentaba todos los caminos, les dijo: ¡Tomadlo allá y crucificadlo! Por
aquí se ve que las afrentas anteriores fueron una concesión hecha a la ira
de los judíos.
Dice Pilato: Yo no encuentro en él delito alguno. Observa de cuántos modos
lo justifica el juez y con cuánta frecuencia rechaza los crímenes que se le
achacan. Pero nada podía alejar de la presa aquellos canes. Las expresiones:
Tomadlo allá vosotros y crucificadlo son propias de quien está ya fastidiado
y de quien finalmente los empuja a una cosa ilícita. Los judíos lo habían
llevado al juez para que condenado por su sentencia quedara perdido por
ellos. Pero sucedió lo contrario, que por sentencia del juez fue absuelto.
Entonces ellos, puestos en vergüenza por ese modo, respondieron al juez:
Nosotros tenemos una Ley, y según la Ley debe morir, pues se ha hecho Hijo
de Dios.
Pero entonces, ¿por qué cuando el juez dijo: Tomadlo allá vosotros y según
vuestra ley juzgadlo, le respondisteis: A nosotros no nos es lícito dar la
muerte a nadie; y en cambio ahora acudís a vuestra ley? Advierte además la
acusación: Pues se ha hecho Hijo de Dios. Pero decidme: ¿Es cosa de
recriminar a quien hace obras de Hijo de Dios el que a Sí mismo se llame
Hijo de Dios? ¿Qué hacía mientras Cristo? En tanto que ellos así dialogaban,
él hacía verdadero el dicho del profeta: No abrirá su boca. En su humildad
fue arrebatado del juicio; Él callaba. Cuando Pilato les oyó decir que Jesús
so hacía Hijo de Dios, temió; y con el miedo de que fuera verdad lo que
decían, tembló de parecer que obraba con injusticia. En cambio los judíos,
aun sabiendo ser eso verdad por la doctrina y las obras, no temblaron sino
que lo llevaron a la muerte, por los mismos motivos por los que debían
adorarlo.
Pilato ya no le pregunta: ¿Qué has hecho? Conmovido por el temor cuida de
interrogarlo sobre cosas más altas y le dice: ¿Eres tú el Cristo? Pero Jesús
nada le respondió. Ya había oído Pilato decir: Yo para esto nací y para esto
he venido; y también: Mi reino no es de este mundo. Era pues su deber
oponerse a los judíos y arrancarles a Cristo de sus manos. Pero no lo hizo,
sino que se dejó llevar del impulso de los judíos. Estos, una vez refutados
en todo, se acogen a la acusación de un crimen político y dicen a Pilato:
Quien se proclama rey se rebela contra el César. Convenía por lo tanto
examinar también este capítulo con diligencia y ver si anhelaba Cristo
convertirse en tirano y echar del trono al César. Pero Pilato no lo examina
acerca de eso; y por lo mismo tampoco Cristo le responde, pues sabía que el
pretor inútilmente preguntaba.
Por lo demás no quería Cristo, estando en pie el testimonio de sus obras,
vencer con el de sus palabras ni defenderse por este medio, demostrando con
esto que voluntariamente se encontraba en aquel paso. Como Él callaba,
Pilato le dice: ¿No sabes que tengo poder para crucificarte? ¿Adviertes cómo
a sí mismo de antemano se condena? Pues si todo está en tu mano ¿por qué no
lo das libre, ya que no has encontrado en Él crimen alguno? Pronunciada así
la sentencia contra sí mismo, finalmente le dice Cristo: El que me entregó a
ti tiene más grave pecado, con lo que avisaba al pretor que tampoco él
estaba libre de pecado.
Luego, reprimiéndole su arrogancia y soberbia, le añadió: No tendrías
potestad si no se te hubiera dado. Le declaraba así que todo, iba
sucediendo, no según el curso natural de las cosas, sino de un modo
misterioso. Y para que Pilato al oír: Si no se te hubiera dado, no se
creyera libre de crimen, añade Cristo: El que me entregó a ti tiene mayor
pecado. Dirás: pero si se le había dado poder, ni él ni los judíos eran reos
de pecado. Vanamente te expresas así; porque aquí la palabra dado es lo
mismo que concedido. Como si dijera: Han permitido que esto sucediera, mas
no por eso vosotros quedáis sin culpa. Aterrorizó Jesús a Pilato con
semejantes palabras, y al mismo tiempo Él claramente se justificó. Por lo
cual Pilato intentó librarlo.
Mas los judíos de nuevo clamaban: Si dejas libre a éste, no eres amigo del
César. Puesto que con presentar infracciones contra la ley de ellos nada
habían aprovechado, astutamente acuden a las leyes civiles y dicen: Todo el
que se hace rey se rebela contra el César. Pero ¿en dónde apareció Cristo
anhelando ser rey? ¿Cómo podéis comprobarlo? ¿Por la púrpura? ¿Por la
diadema, por el vestido, por los soldados? ¿Acaso no andaba siempre con
solos los doce discípulos? ¿Acaso no usaba de alimentos, vestido, habitación
más humildes que todos? Pero ¡oh impudentes! ¡Oh miedo inmotivado! Pilato,
temeroso del peligro si en eso del reino se descuidaba, salió como quien va
a examinar las acusaciones (porque esto da a entender el evangelista cuando
dice que se sentó al tribunal); pero luego, sin instituir examen alguno,
puso a Jesús en manos de los judíos, creyendo que así los doblegaría.
Que éste fuera su pensamiento, óyelo por sus palabras: ¡He aquí a vuestro
rey! Y como ellos clamaran: ¡Crucifícalo! todavía les dijo: ¿A vuestro rey
he de crucificar? Pero ellos gritaban: No tenemos otro rey que el César.
Espontáneamente se sujetaron al castigo. Por eso Dios los entregó a sus
enemigos, ya que ellos primero se habían sustraído a su providencia y
protección; y pues de común consentimiento negaron a su rey, permitió Dios
que por sus mismos votos se arruinaran.
Todo el curso de lo que se había ido ventilando debía haberles calmado la
ira; pero temían que si Jesús quedaba libre de nuevo congregaría al pueblo;
de manera que ponían todos los medios para que eso no sucediera. Grave cosa
es la ambición; grave y tal que puede perder las almas. Por tal motivo ellos
nunca dieron oídos a Jesús. Pilato con oírlo, por solas sus palabras se
inclina a dejarlo ir libre; pero ellos instan y claman: ¡Crucifícalo! ¿Por
qué tenían tan gran empeño en darlo muerte? ¡Muerte ignominiosa era aquella!
Temerosos por lo mismo de que su memoria perdurara en lo futuro, cuidan de
ti que se le aplique este suplicio ignominioso, sin caer en la cuenta de que
la verdad precisamente por los obstáculos más resplandece y se alza. Y que
esto fuera lo que sospechaban, oyen cómo lo dicen: Nosotros hemos oído que
aquel engañador dijo: Después de tres días resucitaré. Por tal motivo todo
lo agitaban y revolvían con el objeto de borrar en lo futuro todo recuerdo
de Jesús. Y gritaban repetidas veces: ¡Crucifícalo! Los príncipes habían
corrompido a la turba desordenada.
Por nuestra parte, no únicamente leamos estas cosas, sino llevemos en
nuestro pensamiento la corona de espinas, la clámide, la caña hueca, las
bofetadas, los golpes dados en los ojos, los salivazos y las burlas. Tales
cosas, si frecuentemente las meditamos, pueden apagar toda la ira. Aun
cuando se burlen de nosotros, aun cuando suframos injusticias, repitamos
muchas veces: No es el siervo más que su señor. Traigamos a la memoria lo
que los judíos rabiosos le decían a Jesús: Eres poseso, eres samaritano; en
nombre de Beel zebul arroja los demonios. Todo esto lo sufrió Él para que
sigamos sus huellas, soportando las afrentas, que es la cosa que más duele a
las almas.
En realidad Él no sólo padeció estas cosas, sino que puso todos los medios
para librar del castigo preparado a quienes las perpetraron y maquinaron.
Así les envió para su salvación a los apóstoles. Y a éstos les oímos que les
dicen a los judíos: Sabemos que procedisteis por ignorancia; y así los
atraen a penitencia. Imitemos estas cosas. Nada hay que aplaque a Dios como
el amar a los enemigos y hacer bien a los que nos dañan. Cuando alguno te
molesta, no te fijes en él, sino en el demonio que es quien lo mueve, e
irrítate grandemente contra éste. En cambio al que éste ha movido,
compadécelo. Si la mentira viene del demonio, mucho más proviene de él
irritarse sin motivo. Cuando veas al que de ti se burla, piensa que es el
demonio quien lo incita, puesto que semejantes burlas no son propias de
cristianos.
Ciertamente aquel a quien se le ha ordenado llorar y ha oído aquella
palabra: ¡Ay de vosotros los que reís a tal, carcajadas! Ese tal, cuando
echa injurias a la cara o se burla o se irrita, no es digno de injurias sino
de lágrimas. También Cristo se conmovió pensando en Judas. Cuidemos de poner
por obra estas cosas. Si no lo hacemos, en vano hemos venido a este mundo, o
mejor dicho, para nuestra desgracia. No puede la fe sin obras introducir al
Cielo. Al revés, puede servir para mayor condenación de quienes viven
desordenadamente.
Dice Cristo: Quien conoce la voluntad de su señor y no la cumple, será
reciamente, abundantemente azotado. Y también “Si Yo no hubiera venido y no
les hubiera hablado, no tendrían pecado. Pues bien, ¿qué excusa tendremos
los que habitando en los palacios reales, penetrando en el santuario, hechos
partícipes de los misterios que redimen de los pecados, somos peores que los
gentiles que no disfrutan de ninguna de esas cosas? Si los paganos por la
gloria vana dieron tantas muestras de alta sabiduría y virtudes, mucho más
conveniente es que nosotros por la voluntad de Dios ejercitemos toda clase
de virtud.
Pero ahora, ni siquiera despreciamos los dineros cuando esos paganos con
frecuencia despreciaron la vida; y en las guerras ofrecieron a la insania de
los demonios a sus propios hijos, y para honrarlos pasaron por sobre lo que
pedía la humana naturaleza. Nosotros ni siquiera despreciamos la plata por
Cristo, ni deponemos la ira para agradar a Dios, sino que nos ponemos
furiosos y en nada diferimos de los delirantes atacados de la fiebre. Pues
así como éstos, a causa de su enfermedad están ardiendo, así nosotros como
ahogados por un fuego, nunca logramos contener la codicia, sino que
acrecentamos la avaricia y la cólera.
Por tal motivo me avergüenzo y me admiro sobre manera cuando veo entre los
gentiles gentes que desprecian las riquezas, mientras que acá entre nosotros
todos andamos enloquecidos por la codicia. Pues aun cuando veamos entre
vosotros a algunos que las desprecian, pero esos tales son por otra parte,
víctimas de otros vicios, como son la ira y la envidia: cosa difícil es
encontrar quienes limpiamente ejerciten todas las virtudes. Y la razón es
que no cuidamos de tomar los remedios que nos ofrecen las Sagradas
Escrituras, ni atendernos a su lectura con el corazón contrito y con
lágrimas, sino que cuando tenemos algún descanso las leemos, pero muy de
ligero, y por encima.
Por tal motivo, y habiendo entrado ya en el alma todo un aluvión de cosas
seculares, éste la inunda y arrastra consigo y destruye el fruto que se haya
podido conseguir. No puede ser que quien tiene una llaga y le aplica la
medicina, pero la liga cuidadosamente sino que deja que el remedio se caiga
y expone su úlcera al agua y al polvo, al calor y a otros contables
elementos, capaces de exacerbar la llaga, aproveche algo. Y no acontece tal
cosa por falta de eficacia del remedio sino por la desidia del enfermo. Y es
lo que suele acontecer cuando apenas si atendemos un poco a las divinas
palabras mientras que, por el contrario, continuamente nos damos a los
negocios del siglo. La simiente queda ahogada y no produce fruto.
Para que esto no suceda, abramos siquiera un poquito los ojos y
levantémoslos al cielo; y de ahí abajémoslos luego a los sepulcros y a las
tumbas de los muertos. La misma muerte espera a todos y la misma necesidad
de salir de este mundo se nos echa encima, quizá incluso antes de que llegue
la noche. Preparémonos para semejante partida, puesto que necesitamos
abundante viático; porque allá al otro lado hay grandes calores, mucho
bochorno y gran soledad. Allá no se puede demorar en la hospedería ni
comprar en la plaza: todo hay que llevarlo preparado desde acá. Oye lo que
dicen a las vírgenes prudentes del evangelio: Id a los vendedores. Oye lo
que dice Abraham: Grande abismo hay entre vosotros y nosotros. Escucha lo
que clama Ezequiel en referencia a ese día último: Ni Noé, ni Job, ni Daniel
librarán a sus hijos.
Pero... ¡lejos de nosotros que vayamos a oír tales palabras; sino que
habiendo apañado acá todo el viático necesario para la vida eterna, ojalá
contemplemos al Señor nuestro Jesucristo, con el cual sean al Padre,
juntamente con el Espíritu Santo, la gloria, el poder y el honor, ahora y
siempre y par siglos de los siglos.—Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan, Homilía, LXXXIV
(LXXXIII), Ed. Tradición, México, 1981, pp. 345-352)
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Comentario Teológico: P. Julio Menvielle - La Realeza De Cristo Y El Momento Actual
Nuestro tema es "La realeza de Cristo y el momento actual", tema que nos obliga a tomar partida de esa verdad que es la realeza de Cristo. Ustedes saben que la fiesta de la realeza de Cristo fue instituida por Pío XI allá por el año 1925, y el documento que publicó entonces sobre esta fiesta, la encíclica "Quas Primas" (8), comenzaba en esta formas: "En la primera encíclica que dirigimos una vez ascendidos al Pontificado, a todos los Obispos del Orbe católico, mientras indagábamos las causas principales de las calamidades que oprimían y angustiaban al género humano, recordamos haber dicho claramente que tan grande inundación de males se extendía por todo el mundo, porque la mayor parte de los hombres se habían alejado de Cristo y de su santa ley en la práctica de su vida, en la familia y en las cosas públicas; y que no podía haber esperanza cierta de paz duradera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y renegasen el imperio de Cristo Salvador".
Después explica el remedio: la vuelta a Cristo y su paz. "Por lo tanto, como advertimos entonces, es necesario buscar la paz de Cristo en el reino de Cristo. Así anunciamos también que había de ser este fin cuanto nos fuese posible por el reino de Cristo, porque nos parecía que no se puede tender mas eficazmente a la renovación y afianzamiento de la paz, sino mediante la restauración del Reino de Nuestro Señor". De modo que el Papa ya señalaba aquí el mal y señalaba el remedio; y el remedio de la sociedad y de los individuos hoy, esta en el sometimiento al suave yugo de Cristo: Sometimiento en la inteligencia, sometimiento en la voluntad y sometimiento en los corazones por la caridad.
De tal modo, en efecto, se dice que Cristo debe reinar en la inteligencia de los hombres, no solo con la elevación del pensamiento y de su ciencia, sino también porque Él es la Verdad, y es necesario que los hombres reciban con obediencia la Verdad de Él. Igualmente reina en la voluntad de los hombres, ya porque la voluntad está entera, perfectamente sometida a la santa voluntad divina, ya porque con sus aspiraciones influye en nuestra voluntad, de tal modo que nos inflama hacia las cosas más nobles. Finalmente, Cristo es reconocido como rey de los corazones por su caridad, que sobrepasa a todo lo humano en comprensión, y por los atractivos de su mansedumbre y virilidad. Nadie entre los hombres fue tan amado, y no lo será nunca, como Jesucristo. Ustedes saben que Cristo es rey por dos conceptos. En primer lugar , por razón de su humanidad, que ha sido asumida por el Verbo, por la Divinidad. Esa humanidad de Cristo goza, por lo tanto de una perfección que sobrepasa todo lo que el hombre puede imaginar. En segundo lugar, Cristo es Rey de los hombres por el derecho de conquista, porque con su pasión y con su muerte ha conquistado el derecho de regir a la humanidad; y en Cristo este reinado tiene tres poderes: Poder de legislar, poder de juzgar y poder de mandar, poderes que trasmitió a su Iglesia.
El reinado de Cristo no se extiende solamente sobre los individuos, sino también sobre la sociedad. Esto también lo hace notar Pío XI en la Quas Primas: "No hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque los individuos unidos en sociedad, no por eso, están menos bajo la potestad de Cristo que lo están cada uno de ellos en la sociedad pública y privada. Y no hay salvación en algún otro, ni ha sido dado del cielo a los hombres otro nombre en el cual podamos salvarnos".
Estas son las palabras de los Hechos de los Apóstoles, o sea, palabras de la Escritura. Cristo es el autor de la verdadera felicidad tanto para el mundo de los ciudadanos como para el Estado . No es feliz la ciudad por otra razón distinta de aquella por la cual es feliz el hombre, porque la nación no es otra cosa que una multitud concorde de hombres. De modo, entonces, que el hombre tiene que reconocer el imperio de Cristo sobre los individuos, pero no solamente sobre los individuos, sino sobre la sociedad. Sobre las sociedades particulares, la familia, las distintas organizaciones intermedias, los Estados, las naciones y la vida internacional. Esta realeza de Cristo se concretaba en otros tiempos en lo que se llamaba la Cristiandad, es decir, la civilización cristiana, el orden cristiano. La cristiandad, en rigor, comienza con Constantino, después de la época de los mártires, y conoce su esplendor más grande en el reinado de San Luis, rey de Francia; un esplendor en todas las actividades de la vida, no solamente en la política, sino en todas las otras actividades; en el arte, con Fray Angélico, en la filosofía, con Santo Tomas; en fin, todas las manifestaciones de la cultura alcanzan su esplendor.
Todo esto que estoy diciendo suena a viejo hoy, porque dentro del mundo, y particularmente dentro de la Iglesia, nos ha invadido el progresismo, y entonces existe un repudio a Constantino y a la época constantiniana, a la época carolingia, a la época gregoriana. Estamos pasando un momento en el cual los mismos católicos están renegando de dos mil años de historia; repudian la época constantiniana, repudian la Cristiandad, la civilización cristiana. Son estas, hoy, malas palabras.
A pesar de esto hay que reconocer y afirmar la grandeza de esa época histórica, y para eso nada mejor que recordar las palabras grandes de León XIII en la "inmortale Dei": "Hubo un tiempo en que la filosofía del Evangelio gobernaba los Estados, entonces aquella civilización propia de la sabiduría de Cristo y de su divina virtud, había compenetrado todas las leyes, las inteligencias, las costumbres de los pueblos, impregnando todas las capas sociales y todas las manifestaciones de la vida de las naciones. Tiempo en que la Religión fundada en Jesucristo estaba firmemente colocada en el sitial que le correspondía en todas partes, gracias al favor de los príncipes y la legitima protección de los magistrados. Tiempos en que el sacerdocio y el poder civil unían armoniosamente la concordia y la amigable de mutuos deberes". Organizada de este modo la sociedad, produjo un bienestar superior a toda imaginación. Aún se conserva la memoria de ellos, y ella perdurará grabada en un sin numero de monumentos de aquella gesta que ningún artificio de los adversarios podrá jamás destruir ni oscurecer.
Si la Europa Cristiana civilizó a las naciones bárbaras e hizo cambiar la ferocidad por la mansedumbre, la superstición por la verdad; si rechazó victoriosa las invasiones de los bárbaros; si conservo el cetro de la civilización y si se ha acostumbrado a ser guía del mundo hacia la dignidad de la cultura humana y maestra de los demás; si ha agraciado a los pueblos con la verdadera libertad en sus varias formas; si muy sobriamente ha creado numerosas obras para aliviar la desgracia de los hombres; ese beneficio se debe, sin discusión posible, a la religión, la cual auspicio la realización de tamañas empresas y coadyuvó a llevarlas a cabo. Habrían perdurado ciertamente aún esos mismos beneficios, si ambas potestades hubiesen mantenido la concordia, y con razón mayores se podrían esperar si se acogiesen la autoridad, el magisterio y las orientaciones de la Iglesia con mayor lealtad y constancia. Las palabras que escribía Ivo de chartres al Romano Pontífice Pascual II debían respetarse como norma perpetua: "Cuando el poder civil y el sacerdote viven en buena armonía, el mundo está bien gobernado, la Iglesia florece y prospera; pero cuando están en discordia no-solo no prosperan las cosas pequeñas, sino también las cosas grandes decaen miserablemente". La Cristiandad produjo, entonces, una época en que reinaban la concordia, la estabilidad y la paz en las familias, en la sociedad y en la Cristiandad. Frente a esta sociedad gobernada por Jesucristo a través de la Iglesia, esta la Revolución. La Revolución quiere otra sociedad, no una sociedad estabilizada en el orden y en la paz, sino una sociedad en movimiento, en cambio, en dialéctica. La Revolución, en su esencia, representa la réplica exacta de la primera rebelión del hombre contra Dios, tal como ha sido relatada en el Génesis; ella toma por su cuenta la frase del tentador: "Seréis como dioses". Su apoyo, su soporte, es la filosofía del devenir puro que se opone radicalmente a la filosofía del Ser, la de Dios, que
se presenta en el Antiguo Testamento como "Aquél que es el que es".
La Revolución no puede ser considerada como una concepción bien definida del mundo, ya que ella quiere representar su devenir perpetuo; no hay propiamente verdad revolucionaria, sino solamente una cosa que quiere ser transformación del mundo con el hombre en perpetuo movimiento. El hombre no es, el hombre se hace; el mundo no es, el mundo se crea; por lo tanto, no hay verdad ni falsedad, ni bien ni mal, se maneja con la dialéctica, la famosa dialéctica hegeliana, en la cual se pasa de la afirmación a negación, que se superan en la síntesis, y así anda dando el mundo un espiral sin llegar a la meta. La Revolución es dialéctica, y con la dialéctica se destruye todo un mundo fundado en la Verdad, en el Ser, en la estabilidad; es decir, en el sometimiento del hombre a las leyes naturales y sobrenaturales, al derecho natural, a una concepción de que el hombre es un compuesto, que tiene una esencia, y que no hay que contrariar a esta esencia, sino que hay una concepción de que el hombre es un compuesto, que tiene una esencia y que no hay contrariar a esta esencia, sino que hay que respetarla. La Revolución no reconoce ni naturaleza ni sobrenaturaleza, y la revolución opera con la dialéctica en la destrucción de la Cristiandad, y esto lo viene haciendo no desde ahora, no desde el tiempo de Marx, ni desde Hegel, sino que lo viene haciendo desde que comenzó la Revolución hace cinco siglos. La Iglesia, aunque su destino definitivo sea la vida futura, logró edificar aquí en la tierra una ciudad, aunque imperfecta como todo lo humano, ostenta las condiciones esenciales para ser y denominarse católica. Pero una ciudad católica es una realización muy difícil que solo puede darse milagrosamente bajo la acción de una providencia especial.
El hombre ha quedado de tal suerte, herido en el estado que tiene en este mundo, en las facultades más naturales, que cuando se ordena naturalmente queda en estado de equilibrio inestable, muy difícil de mantener. Necesita de la Gracia para moverse en ese estado, gracia que se le da si la pide.
La Civilización o Ciudad Católica es un milagro, y tiene muchos enemigos interiores y exteriores. Los enemigos interiores provienen del mismo hombre, pues si no es muy humilde para sostener el Don Divino, va a flaquear, caer y perderlo todo y perderse. Los enemigos son el Diablo, príncipe de este mundo, y los pueblos judíos y paganos, que van a tratar con toda clase de astucia de destruir la Cristiandad. Para destruir la Cristiandad se hecha mano de armas dialécticas. ¿Qué es la dialéctica? La dialéctica consiste en romper, separar y dividir lo que esta unido. Toda destrucción es separación; así como la vida es unión, unión de la creatura con el Creador, de la naturaleza humana con la Divina, de la razón con la Revelación, de la política con la teología, del imperio con la sociedad contra el Sacerdocio. Metieron cuñas para separar y dividir lo que por disposición divina esta unido, y llegó un momento en que la separación se produjo. Se separo el sacerdocio del imperio, la Teología de la filosofía, la política de la religión, la razón de la Fe, la naturaleza de la sobrenaturaleza, las naciones de la Cristiandad, los pueblos del Ungido de Dios. Consumada la primera ruptura, producida la primera quiebra, no quedaba sino una alternativa; o rehacer lo que se había quebrado o continuar un proceso de nueva ruptura. Y hoy día la ruptura llega a lo último.
En primer lugar, la sociedad civil estaba unida a la religión, pero se quiebra esta unión, se independiza la religión de la sociedad civil, y luego la sociedad misma se anarquizando; se llega a lo último en todos los órdenes. Ahora que se ha llegado al extremo, es decir que la Cristiandad no existe, la naturaleza del hombre no es respetada. En la revolución que se ha operado es tal el proceso de destrucción de la civilización cristiana, que se esta pensando unir al hombre sobre otra base para llegar a la unificación total del mundo por medio de un gobierno mundial, gobierno mundial que no va a respetar ni la naturaleza del hombre ni la sobrenaturaleza. En ese plan estamos actualmente. Ese plan, el plan de la Revolución, lo han preparado las logias masónicas desde hace siglos. En el siglo XVII aparece un personaje muy importante, el cual ya profetizo, anuncio o hecho, mejor dicho, los lineamientos de un nuevo poder social fundado en la Revolución. Ese personaje es Amos Komenius. ¿Quién era Komenius? Komenius había nacido en 1892, en Moravia, de padres que pertenecían a la comunidad de los Hermanos Moravos, que habían tomado ese nombre en 1575, cuando se acordó el derecho de reunión. Eran sucesores directos de los husitas, es decir de aquellos herejes que habían nacido en Praga y que fundaron el primer régimen comunista, el más absoluto que fue instalado en Munster por los anabaptistas bajo el nombre de Reino de Dios.
Todo eso fue desecho por los príncipes de entonces y Komenius se retiró a Londres, se impregnó de las obras de Bacon y de los Rosacruces, fue a Suecia, estuvo con su amigo Luis de Greer, que era de la secta de los Rosacruces, y después fue a Polonia; Y, como digo, Komenius planifico lo que había de ser la sociedad. Hizo esa planificación en la cultura por el Consejo de la Luz, en la política por un Tribunal de Paz y en lo religioso por una Unión de Iglesias. Para realizar ese plan, el plan de unificación total de la sociedad humana con un gobierno también mundial, encontró que había dos grandes enemigos.
Esto lo dejo escrito en un libro que se llama "Lux in tenebris" en 1657. Vamos a leer las páginas textuales en que denuncia a estos dos grandes enemigos. "El Papa es el gran Anti-Cristo -dice Komenius- de la babilonia universal. La bestia que va detrás del Anti-Cristo es el Imperio Romano, el Santo Imperio Romano-Germano, y especialmente la casa de Austria. Dios no tolerara por más tiempo estas cosas. Destruirá, por fin, el mundo de los impíos en un diluvio de sangre. Al final de la guerra el papado y la casa de Austria serán destruidas". De modo que ya Komenius en el siglo XVII anuncia que los dos enemigos para llegar al gobierno mundial, un gobierno de la Revolución, son el Papado y la casa de Austria. El Papado, que representaba el poder espiritual, y el Santo Imperio Romano-Germano, como símbolo o como resto del poder político universal que venia de Constantino.
Este plan de Komenius se va a ir cumpliendo inexorablemente poco a poco, y se pueden indicar como fechas del cumplimiento, en primer lugar, la paz de Westafalia en 1648, en la cual se llego al reconocimiento de las religiones protestantes en Europa, perdiendo la Iglesia Católica el predominio que tenia en la sociedad; el Congreso de Viena en 1815; la perdida del poder temporal de los Papas en 1870 y el fin de la casa de Austria en 1917 con la primera guerra mundial. Después de la Reforma los estados protestantes tenían ya un peso muy grande en los negocios de Europa, pero en 1818 se había hecho inclinar la balanza en su favor. No solo estos países, en su mayoría católicos, como Rumania y Bélgica, pasaban el poder de las monarquías protestantes, sino que la confederación Germánica, esbozando la Unidad alemana por la desaparición de un cierto numero de estados pequeños, disminuía considerablemente la influencia de la católica Austria en el centro norte de Europa, mientras que Rusia venia a dominar la parte oriental. Inglaterra, por su parte, se aseguraba con el imperio de los mares sus relaciones con la futura política imperial en el Mediterráneo, en el Medio Oriente y en el Extremo Oriente, hasta el día en que al comenzar el siglo XX controlaría, directa o indirectamente, casi un cuarto de la población del globo. En 1849 se anuncia la nueva configuración de Europa, una Europa en la cual iba a desaparecer el Papado, que realmente desaparece en 1870. El poder político iba a terminar con la Casa de Austria en 1917. Lo que sorprende inmediatamente al observador astuto es la inversión de los polos que se ha realizado en Occidente; con el Catolicismo definitivamente evacuado de la política internacional absolutamente laicalizada, el eje no pasa ya por las capitales de los Estados católicos. París y Viena son puntos secundarios con relación a las naciones de predominancia protestante y ceden el sitio a Londres. Berlín y Nueva York. En lo internacional se va haciendo un
cambio y se va anulando la influencia de la Iglesia, del Catolicismo y sobre todo del Papado, con lo que se cumple una cosa muy importante que es la siguiente: San Pablo, cuando en la carta a los Colosenses se pregunta por qué no viene el Anti-cristo contesta: El Anti-Cristo no viene porque hay un obstáculo que le impide venir. ¿Cuál es ese obstáculo? Los exegetas medievales, entre ellos Santo Tomas de Aquino, explican que el obstáculo es el Imperio Romano, y mientras perdure el Imperio Romano el Anti-Cristo no puede venir.
Y ese obstáculo ha sido removido totalmente, ya no queda nada del Imperio Romano; entonces el enemigo puede planear, puede proyectar el Imperio del Anti-Cristo, un imperio político unificado en un régimen de un gobierno sometido al enemigo, sometido al Anti-Cristo. Como ven, estamos muy lejos de la encíclica Quas Primas y de que la sociedad universal debe estar sometida al suave yugo de Cristo.
Con esta afirmación de que el mundo va caminando al imperio del Anti- Cristo entramos en otra parte de nuestra conferencia, en la que voy a esbozar los planes del gobierno mundial. Los planes del gobierno mundial que están actualmente en ejecución y que están en lucha en este momento son dos. Uno es un gobierno mundial con el liderazgo americano, o sea, el mundo bajo el gobierno efectivo de los E.E.U.U.; el otro es un gobierno mundial con liderazgo europeo. El gobierno mundial con liderazgo americano ha sido expuesto por un presidente americano del siglo pasado. En 1872, Grant, dos veces presidente de los E.E.U.U., inauguraba su segundo mandato con una proclamación en la cual había un párrafo que decía: "El mundo civilizado tiende al republinanismo, hacia el gobierno del pueblo por sus representantes y nuestra republica esta destinada a servir de guía a todas las otras. Nuestro Creador prepara el mundo para convertirse, con el tiempo oportuno, en una gran Nación, que no hablará sino una sola lengua y en que todos los ejércitos y la flota no serán necesarios". Para cumplir este gobierno mundial, las logias de la masonería mundial, sobre todo guiadas por una logia, la logia del paladismo, comenzó amover los títeres de la política mundial con ese objeto.
Para conocer cuál es el segundo plan del gobierno mundial - el de liderazgo europeo- vamos a referirnos al Pacto Sinárquico, que es un escrito que consta de trece proposiciones fundamentales y 598 artículos, en el que se explica cómo va a ser el gobierno mundial futuro. Este pacto fue descubierto en tiempo de la ocupación de Francia. Vamos a leer solamente algunas proposiciones que nos interesan. El punto trece dice así: "El orden sinárquico que no puede concebirse fuera de la paz civilizadora, fundada sobre el honor, y honorable para todos, exige no tanto que el estado actual de las potencias sea modificado por un desplazamiento de las fronteras, sino que la vida sinárquica de cada pueblo sea respetada de modo original, que la unión federativa de Europa sea realizada, que, en fin, la sociedad mayor de las naciones sea cumplida y llevada a su realidad universal por la interposición judicial de cinco sociedades menores de naciones ya construidas de hecho y en vías de constitución en nuestra época". Y después va explicando como sería esta estructura sinárquica del mundo. En cada nación se arreglaría la sociedad por orden, por capas organizadas, las cuales terminarían en tres grandes órdenes: un orden que contemplaría todo el orden social y económicos de los pueblos; otro orden que encerraría el orden cultural de los pueblos, y en ese orden cultural estaría incluido lo religioso. Eso en cada nación del mundo, que luego se agruparían en cinco grandes federaciones: una sociedad menor de naciones británicas, que comprenderían a Inglaterra y el Commonwealth; una sociedad menor de naciones americanas, que comprendería a E.E.U.U. y a toda América Latina; una sociedad menor que comprendería a Rusia y a todas las naciones panasiaticas que comprendería al Asia. Esto sería una estructura sinárquica piramidal, que implica la formación de cinco grandes federaciones imperiales, ya constituidas o en vías de constitución.
Este ordenamiento sinárquico del mundo se caracteriza por su equilibro mundial, por lo tanto no habría como hoy hay naciones que tienen un gran predominio, por ejemplo E.E.U.U. y Rusia, sino que habría un equilibrio, estarían todas las naciones más o menos emparejadas, dándose un equilibrio mundial más allá del colectivismo y el liberalismo. La sinarquía quiere superar la antitesis del liberalismo y del colectivismo y llegar a una sociedad sinárquica donde se equilibren el comunismo y el liberalismo, donde se haga una cosa pareja. Eso ya está en movimiento, en constitución, siendo Francia la Nación que está haciendo toda su política, no solamente dentro de sus fronteras, sino en toda Europa.
La sinarquía no es ni liberal ni comunista, sino que está por encima de ambas ideologías tratando de compaginar un gobierno de empresarios (liberal) con los obreros (comunismo), es decir una unión de burgueses y proletarios, un equilibrio mundial más allá del colectivismo y del liberalismo, sin ninguna potencia hegemónica, bajo la acción de Francia "como lugar histórico". Esto está dicho en la proposición 578: " El imperio sinárquico francés es el lugar histórico, lo mismo que el espíritu francés es el catalizador psicológico de una grande y noble experiencia de la cooperación humana, entre las razas blancas, amarillas y negras.
Nuestra ambición es perfecta: una síntesis de carácter universal que se da como la imagen de lo que la Francia metropolitana, país de síntesis demográfica y centro geográfico del mundo". Civilizado el imperio sinárquico francés, no puede ser finalmente concebido ni querido al margen de la vida europea ni de la vida del mundo. Un programa aparentemente nacional, donde se trataría de respetar la voluntad de las naciones, de autodeterminación de los pueblos en un equilibrio mundial. Esto es lo que propone la Sinarquía. Hay un libro de Pierre Virion ("El Gobierno mundial y la contra Iglesia") que hace ver como en realidad este gobierno mundial tiende a la tecnocracia, tiende a una organización mecánica del hombre y de los pueblos, como si fuesen robots, como si fueran maquinas, como si fueran una computadora electrónica y que supone toda una acción de lavado de cerebro por medio del empleo de los métodos psicotécnicos para cambiar al hombre. Una organización del mundo en el cual el hombre se convierte en esclavo, pero no en esclavo del tipo antiguo, en que por terror se lo sometía a un orden y al trabajo, sino una esclavitud en la cual, usando los medios psicotécnicos, se haría entrar al hombre en la sociedad, para que haga lo que la sociedad quiere. Todo está en ejecución, y las luchas que hay en el mundo actual están provocadas por la pugna que hay entre dos fracciones para la ejecución de estos planes. En la primera guerra mundial se liquida la casa de Austria, que es el último resto que quedaba de orden cristiano, y se implanta el comunismo.
Viene la segunda guerra mundial y tiene como resultado el acuerdo de Yalta, que hace dos cosas fundamentales: 1º Une al mundo eslavo detrás de la cortina de hierro, cumpliendo los planes del siglo pasado. 2º Impone una política bipolar, es decir divide al mundo en dos zonas de influencia:; una que se reserva a Estados Unidos y otra que se reserva a Rusia. Y ahora se está yendo a una tercera guerra para imponer una política de gobierno mundial de tipo sinárquico, un mundialismo con el liderazgo de De Gaulle. Todos estos hechos determinaron la aparición, desde hace unos años, de una lucha entre la política bipolar desarrollada por el acuerdo ruso- americano y la política neutralista encabezada por De Gaulle; lucha que se manifiesta en tres puntos claves: Vietnam, en el Medio Oriente y en Europa.
En el Vietnam, por ejemplo, la política que mantienen Rusia y Estados Unidos es una política de equilibrio. Cuando más temperatura hay en una de las zonas -la americana o la rusa- más los grandes tientan de clamar la fiebre y volver al estado de equilibrio. Todo pasa como si cada uno empujase a sus peonesen convivencia con el otro para mantener o restablecer el equilibrio de fuerzas, y por eso no llegan a una definición ni los unos ni los otros, hecho que nos hace pensar más en un acuerdo que en una rivalidad ruso-americana. Otro tanto pasa en Medio Oriente, donde también hay otro estado de equilibrio. Y en Europa pasa lo mismo, donde frente a la política bipolar se va desarrollando una política neutralista encabezada por De Gaulle, para que se salga del dominio de la hegemonía rusa y de la hegemonía americana y se afirme la neutralidad. En definitiva, ¿cuál mundialismo logrará imponerse? Es claro aquí que no podemos conjeturar. Es difícil saber lo que va a pasar.
Por lo pronto hay que reconocer que la balanza del poder tecnológico y militar se está inclinando a favor del mundialismo americano. Los últimos acontecimientos de Europa lo revelan. Checoslovaquia, influenciada por los políticos neutralistas y por De Gaulle, estuvo a punto de pasarse a la sinarquía. Eso, evidentemente, habría sido un gran contratiempo para el liderazgo americano, pues se habría reforzado el Mercado Común Europeo. Como consecuencia, Rusia -obedeciendo a la influencia del Pentágono- lo ha impedido, ocupando militarmente a Checoslovaquia. Sin embargo, aunque el poder militar está trabajando a favor del mundialismo americano, sería mejor, en este momento crítico y decisivo, atender al poder político de la sinarquía mundial, y sobre todo al poder de intriga, en el que son expertos los judíos que estan manejando a la sinarquía de un modo particular. La técnica va a ser la siguiente: endurecer ambos polos del sistema bipolar, para que una vez endurecidos vayan al choque y a la guerra. Este es, a mi entender, el único camino que tiene la sinarquía para abatir el evidente predominio americano y cumplir los planes sinárquicos del gobierno mundial, fundados en una igualdad de federaciones mundiales porque el poder nuclear está más o menos equilibrado; Estados Unidos podrá aniquilar a Rusia, pero Rusia puede también aniquilar a Estados Unidos. De esta forma se podrá pasar directamente a un gobierno mundial sobre un equilibrio de naciones sin gigantes, de naciones igualadas. Con una guerra mundial el mundialismo sinárquico se impondría. No faltará quien piense que la guerra es una locura, Respondamos, efectivamente, que el mundo esta loco, está esquizofrénico, es por tanto lógico que se sumerja en una crisis de locura. En efecto, no hay nada estable en la política del mundo moderno, no hay, por lo tanto, verdad. Solamente negar la existencia de una verdad inmutable viene a ser lo mismo que negar la existencia de un orden, ya que la verdad es el pensamiento
de acuerdo con lo real, lo real natural y sobrenatural, naturaleza y gracia, es decir, aquel orden que conoció la cristiandad, el orden establecido por el suave yugo de Cristo. En esta condiciones no se puede establecer orden perdurable; se condena al desorden de elegir una inestabilidad permanente, que es el estado natural de la revolución. Las guerras y los conflictos más y más cercanos y sangrientos son inevitables a medida que se quiere el devenir, el puro cambio, y no el Ser.
El deseo de paz está seguramente en el corazón de cada uno , pero poner la paz sin Dios es un absurdo, porque sin El, la justicia esta separada y toda esperanza de paz se convierte en quimera . Justamente el mundo contemporáneo proclama la paz en nombre de los sueños pacifistas de un sincretismo religioso y filosófico, bajo pretexto de olvidar lo que divide para poner en común lo que une. Comienza así el más grande pecado que hay contra Dios, que vino sobre la tierra para dividir el bien del mal, el error y la mentira de la verdad; y hoy en cambio , se mezcla el bien y mal, la verdad y el error, los sexos, todo se mezcla. Ya que las guerras son consecuencia del pecado de los hombres, el pecado del espíritu no puede sino alejar la paz y traer sobre las naciones los peores castigos. No es por nada, que al comienzo del siglo XX, la Madre de Dios, vino ella misma a advertirnos en Fátima, el año 17, que si no se cambiaba de vida, si no se escuchaban sus súplicas, habría guerras y persecuciones que causarían el aniquilamiento de grandes naciones. La paz del mundo, como en las familias y en los individuos, será siempre proporcional a la sumisión al orden, será siempre proporcional al grado de unión con Dios; rechazado el suave yugo de Nuestro Señor Jesucristo, la realeza de Cristo, es decir, repudiando hasta la noción misma de cristiandad, nuestro mundo ha entrado en revuelta, en rebelión, en revolución; ha caído bajo el poder del príncipe de este mundo, Satán, que como decía Cristo, es homicida desde el comienzo. Aquí se ve la importancia central que tiene todo ordenamiento político, tanto nacional como internacional, la noción de cristiandad, noción que envuelve la del sometimiento de las naciones y del mundo al suave yugo de Jesucristo. Por ello, la festividad de Cristo Rey proclama la necesidad de que el mundo se someta a Jesucristo no solo como verdad religiosa sino como verdad política; proclama la necesidad absoluta para el hombre -creatura y pecador- de
encontrar su salud total y temporal en Jesucristo, el Unigénito del Padre que ha tomado nuestra humanidad en el seno de la Virgen Madre. Sin Jesucristo el individuo, las naciones y el mundo marchan aceleradamente a la catástrofe. Sólo en Jesucristo tenemos la salud eterna y temporal. Nada más
(Conferencia dictada por el Padre Julio Menvielle en Rosario con ocasión de la Festividad de Cristo Rey, publicada en la Revista Verbo Nº 235 de Agosto de 1983)
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Aplicación: Tihamer Toth - Pilatos
Mis amados hermanos:
Todo lo que el corazón humano puede contener de odios y de maldad, todo lo que puede existir en él de corrupción y de ingratitud apareció en el gran día de la Pasión del Señor. Después de Judas el traidor y de Pedro el cobarde vamos a echar una mirada sobre la debilidad de Pilatos. Sobre Pilatos que a la época de Nuestro Señor, representaba en Judea, el supremo poder romano, que debía haber tenido no solamente el deber, sino también el poder de arrancar a Jesús, de la rabia criminal de los Judíos, que después de un largo interrogatorio se convenció plenamente de la inocencia de Cristo y a pesar de esto, ratificó la injusta sentencia de muerte dada contra Él, porque era cobarde, sin carácter y no quería hacer ningún sacrificio por la verdad que había reconocido. En el sermón de hoy me propongo delinear a grandes rasgos 1º) lo que era Pilatos para que podamos comprender 2º) lo que pasó con Cristo ante Pilatos y 3º) la tragedia de Pilatos.
QUIÉN ERA PILATOS
En la época de Nuestro Señor, la Judea estaba bajo la dominación Romana. Pilatos era el más alto representante del victorioso poder Romano desde el año veintiséis al año treinta y seis.
A) Que no pertenecía a la primera clase de los viejos y firmes "caracteres romanos", no podemos dudarlo. Seguramente la pequeña Judea era un punto tan insignificante en el inmenso territorio romano que el Empesador no había enviado ciertamente, al hombre más eminente. Los amigos y confidentes del Emperador no se disputaban el gobierno de la Judea. Desde luego, no les ofrecía tantas ventajas como cualquiera de los otros países, en seguida porque no era fácil mantener la tranquilidad bajo el yugo de Roma, en el pueblo Judío continuamente en revolución. Pilatos, desde su llegada, se esforzó por una parte en organizar su vida lo más cómodamente posible, en este Lejano Oriente, y por otra parte en pasar el tiempo de su gobierno con los menos conflictos posibles. Vivir bien y no molestarse, tal era su divisa. La realización de la primera parte no era difícil para un representante del Poder Romano. Sobre la costa del Mediterráneo, tenía a su disposición el palacio de los gobernadores, que por su riqueza y esplendor no dejaba nada que desear. Tenía pues, toda clase de comodidades, y sin embargo no estaba satisfecho. Pilatos era casado y precisamente, lo que supo por su mujer un día, comenzó a inquietarle. Parece que ella, había oído hablar mucho de Jesús y le contó a su marido, lo que por lo demás, era el tema de las conversaciones en todo el país, que de Nazaret un nuevo Profeta había llegado entre los Judíos, pero un profeta extraordinario, más grande que todos sus predecesores y que el pueblo estaba lleno de entusiasmo por Él a causa de sus milagros. Para Pilatos esta noticia era muy desagradable. El presentía que de alguna manera, sea que con este Profeta, sea para que con el Sanedrín, tendría dificultades porque los Príncipes de los Sacerdotes miraban con envidia la manera de proceder del nuevo Profeta. Pilatos deseaba su tranquilidad y no quería por ningún motivo meterse en este asunto.
B) No obstante, lo que tanto temía le sucedió antes de lo que él pensaba.
En el año treinta y tres, se fue a Jerusalén a la fiesta de Pascua. Pascua atraía a los Judíos por centenas de miles a la Capital. Estaba pues indicado que el gobernador Romano estuviera presente para sofocar inmediatamente cualquier desorden posible. Pero estas fiestas parecían que iban a ser extraordinariamente agitadas, pues se esparcían los rumores más extraños respecto al Profeta de Nazaret: que resucitaba a los muertos, y que el entusiasmo del pueblo había llegado a tal punto que deseaban proclamarlo Rey. Y era este último punto lo que hacía palidecer a Pilatos. En efecto si se tratara solamente de cuestiones religiosas o problemas metafísicos, no habría perdido su tranquilidad. Pero ¡proclamarlo Rey! Esto equivalía a sublevarse contra el Poder Romano. Y él, el representante supremo del Poder Romano, él que además, tenía el título de "amicus Caesaris" amigo de César, no podía permanecer como simple espectador. En estas circunstancias, Pilatos, estuvo ciertamente muy contento de saber que en la noche del jueves los Judíos habían tomado prisionero al gran Profeta. Si los Judíos se deshacían ellos mismos del Profeta, no habría sufrido él ningún mal. Sería condenado, sin haber tenido él que intervenir. Que fuere inocente o no, no tenía ninguna importancia; lo esencial en que su tranquilidad no fuera turbada por este hombre. La alegría de Pilatos fue prematura. Los Judíos condenaron en efecto a Cristo, pero a muerte, pero para poder ejecutar la sentencia capital, era necesario obtener la ratificación de sentencia por el Gobernador Romano.
Así sucedió que después todo el Sanedrín y la muchedumbre engañada y en efervescencia llevaron a Jesús atado ante la casa del Gobernador pidiendo la ratificación de la sentencia de muerte.
Y fue así que Nuestro Señor Jesucristo compareció ante Pilatos.
Cristo ante Pilatos
¡Cristo ante Pilatos! ¡Qué encuentro! Un magnífico cuadro de Munkacsy nos sugiere muchos pensamientos sobre la emocionante sublimidad de esta escena, pero cuán lejos queda aún de la realidad.
Por un lado, se ve a Pilatos, el gozador, el escéptico, el hombre sin carácter, el ambicioso y detrás de él la fuerza opresora del inmenso Imperio Romano. Por el otro lado, el Profeta de Nazaret abandonado, torturado y atado, y detrás de Él las turbas furiosas pidiendo su muerte.
He aquí el momento que Pilatos siempre había querido evitar y que siempre había temido. El momento en el cual Pilatos se vio obligado a escoger el partido que debía tomar o con el Profeta o con sus acusadores.
A) Al principio, parecía que escogía a Cristo, que tomaba el partido de Él. Al principio, parecía que el sentimiento romano del derecho hablaba en él. A pesar del clamoreo de las turbas, Pilatos, quiso desde luego oír por qué motivo Cristo merecía la muerte: "¿Qué acusación traéis contra este hombre?" (S. Juan XVIII, 29). Pero la muchedumbre no hace más que aumentar sus gritos exigiendo la condenación.
Entonces la fiereza romana se rebela en Pilatos y declara: Voy a interrogarlo yo mismo para ver lo qué merece. Yo quiero saber si es cierto lo que le reprocháis: "que subleva al pueblo", "que prohíbe pagar el tributo al César", pero sobre todo "que se dice Él mismo Rey". (S. Lucas XXIII, 2). En efecto si es verdad que subleva al pueblo contra los Romanos, o contra los tributos o que se quiere hacer Rey y librar a los Judíos de la dominación extranjera, entonces pagará con su vida. Después Pilatos hace comparecer a Jesús. Pilatos y Nuestro Señor se encuentran por primera vez frente a frente. Podéis imaginaros a Pilatos fijando sus miradas: el Poderoso Gobernador y Cristo atado, con su dulce mirada.
¿Es este el Profeta revolucionario? ¿El que quiere ser Rey? Yo tenía una idea muy distinta de un Rey. Sí, mi Señor el Emperador Romano, a la cabeza de innumerables ejércitos, es Rey. Yo también soy Rey, un Rey pequeñito, pero el representante del inmenso Poder Romano en este pequeño y remoto país de la Judea: ¿Pero este Cristo? ¿Este hombre desarmado, atado, que sufre callado? ¿Quiere ser Rey?
Con una cierta vacilación le preguntó: "¿Eres tú el Rey de los Judíos?" (S. Juan XV, 33). Y en el tono de su voz se puede conocer lo que piensa: Semejante Rey inofensivo, se le puede dejar tranquilamente con los Judíos.
B) Nuestro Señor le responde y sus palabras tranquilas y suaves penetran en el alma de Pilatos y la conmueven profundamente. "Mi reino no es de este mundo; he nacido y venido a este mundo, para dar testimonio de la verdad. Cualquiera que sea de la verdad, escucha mi voz" (S. Juan XVIII, 36). ¡Cuán suave y tranquilamente habla el Señor y no obstante qué turbación en el alma de Pilatos!
¡La verdad! Fue esta palabra la que desconcertó a Pilatos. Tal vez le recuerda su juventud, cuando todavía creía en la verdad, entonces sabía todavía distinguir entre el bien y el mal, entre lo bello y lo feo, entre lo noble y lo ruin, entonces cuando dirigía su vida en consecuencia, cuando tenía un fin en su existencia. Pero, ¿qué se había hecho todo esto en el duro combate de la vida? Habéis visto el arribismo sin alma, el deseo de alcanzar a cualquier precio, había visto hollar bajo los pies el honor, la moralidad, las conveniencias del dinero, había visto la lucha desigual entre lo justo y lo injusto. . . ¡Si sólo lo hubiera visto! Pero en seguida se había sumergido hasta el cuello. Se había devorado a los filósofos, que exaltan esta ausencia de carácter, para sumergirlos en un diluvio de astucia, como un ideal que se debe esperar... y mientras todo esto pasó como un relámpago por su imaginación, y de sus labios incrédulos salió esta cínica pregunta: "¿Qué es la verdad?" (S. Juan XVIII, 38)
- ¿Qué es la verdad? La verdad, es el poder de los ejércitos romanos. La verdad es la riqueza de Roma. La verdad es todo lo que se puede tocar, palpar, medir, registrar, alinear en columnas. La verdad es el éxito, la gloria, el fausto, el bienestar, beber y comer, el triunfo. Pero, ¿el alma, la moral, la virtud, la honradez y sobre todo tu reino?... - ¡Ah!, ¿qué es la verdad? Fue así que habló Pilatos. Y es así como hablan también después de diecinueve siglos los correligionarios de Pilatos. ¿Qué es la verdad? preguntan con gesto desdeñoso y una cínica mirada, y no se dan cuenta que pronuncian ellos mismos, contra su alma, una sentencia de muerte.
C) En efecto, para Pilatos la verdad no era nada, la verdad no tenía el menor valor, sólo valía el interés y el arte de hacerse valer- ¡Cómo lo demuestra abiertamente, algunos minutos más tarde!: No encontró en Cristo ninguna falta y fue por esto que lo hizo flagelar. "No he encontrado en Él, ningún crimen de los que le acusáis... Voy pues a hacerlo castigar". (S. Lucas XXIII, 14-16). ¿Habéis escuchado semejante razonamiento? No encuentro en Él ninguna culpa, pues... Pues, lo pongo en libertad. He ahí lo que se espera. Si no hay falta en Él, entonces lo han acusado falsamente, termino el proceso y lo pongo en libertad. Esta habría sido una palabra viril. Y si Pilatos hubiera procedido así, su nombre no aparecería para su vergüenza, en el Credo. Pero Pilatos no era un carácter. Le habría gustado a la vez obedecer a la verdad y complacer a los Judíos. Dirigía sus miradas a ambos lados y fue así que llegó a esta falsa conclusión: "No encuentro en Él falta alguna, entonces lo voy a hacer castigar".
¡Conclusión increíble, y no obstante cuántos lo han imitado! Yo sé, comprendo que Cristo tiene la razón. Su religión es bella, su doctrina tan elevada, su imitación es apacible, pues... pues, no Lo seguiré puesto que tendría que sacrificarme, sería necesario renunciarme a mí mismo, el mundo se burlaría de mí. Sí, raciocina como Pilatos, aquél que lleva el nombre de cristiano, pero su vida, su actitud moral, sus distracciones, sus gustos contradicen este nombre. "No he pecado jamás contra la luz", decía con gran consuelo el Cardenal Newman, el ilustre convertido inglés. Qué alegría para el alma del que puede decir también: no he procedido jamás contra mi conciencia, contra mis convicciones y mis principios morales.
D) Pilatos no puede en justicia decir esto, pero miremos con compasión las dificultades y penas porque tuvo que pasar. Con la firme convicción de la inocencia de Cristo y la violencia de sus soldados, tenía en sus manos la verdad y el poder, y sin embargo cayó, porque era un cobarde y un sin carácter, que el pueblo luego lo conoció y explotó su debilidad. ¡Qué de recursos para evitar la ratificación de la sentencia!
Envía al Salvador a Herodes para que sea Juzgado. Pero Herodes se Lo devuelve. Entonces propone hacer participar a Cristo en la amnistía acordada habitualmente con ocasión de las fiestas. Pero las turbas exigen la amnistía en favor del asesino Barrabás. En seguida hace flagelar a Jesús, con la esperanza que el pueblo quedará satisfecho. Pero a la vista de la sangre, su apetito se acrecienta. Ve ahora que se puede negociar y discutir con él, que el aire severo de Pilatos esconde una gran debilidad. Y ahora el pueblo da un gran golpe: "Si té lo libras no eres amigo del César; cualquiera que se hace Rey se declara contra el César" (S. Juan XIX. 12). Y con este golpe consiguió lo que deseaba. "Tú no eres amigo del César". Ah! Estas gentes quieren denunciarme al César. ¿Qué dirá el César? Yo quisiera colocarme del lado de este desgraciado, pero, ¿qué dirá el Emperador? ¿Qué será de mi porvenir? ¿Qué será de mi carrera? Después de todo, este hombre no será el último que sufrirá aunque inocente. Y además tendrá que morir un día u otro. ¿Con qué fin hacer cuestión de conciencia? "Ibis ad crucem", dijo: "tú irás a la cruz".Entonces se los entregó para que fuera crucificado". (S. Juan XIX, 16).
LA TRAGEDIA DE PILATOS
A) La tragedia de Pilatos es para nosotros una gran enseñanza. Pilatos habría podido salvar a Cristo, si hubiera tenido un carácter bien templado y una voluntad indomable. Si se hubiera podido decir de él: es un hombre de palabra y un corazón de bronce, si no hubiera negociado, si no hubiera discutido, pero hubiera golpeado con el puño en la mesa diciendo: "Pongo en libertad a este hombre, porque no encuentro en Él falta alguna". Pero a Pilatos le faltaba precisamente esto. Era cobarde, era un veleta. Sonreía a derecha e izquierda, como un acróbata trataba de guardar el equilibrio. Aullaba con los lobos. Estaba siempre del partido de la mayoría, dispuesto a todo, pero no para asegurar el éxito de la verdad. No observamos constantemente que el más peligroso enemigo de la verdad, es el temor a la opinión general, a la cual sólo puede oponerse un carácter viril, firme como la roca, dispuesto a sostener la verdad establecida. "yo por mí no lo haría, es la excusa que se oye a menudo. No iría a este baile con un vestido tan escotado, no temería que Dios nos dé un tercero o cuarto hijo, no me suscribiría a esta revista indecente, no diría chistes tan frívolo si... si no hubiera moda, opinión, buen tono, complacencia del mundo"... Ciertamente Pilatos no habría condenado a muerte a Jesús, si no hubiera sido por las exigencias de los Judíos. "Hombre solo e independiente necesita pieza" leemos frecuentemente en los avisos de los diarios. Hemos pensado alguna vez en la rareza de los que son verdaderamente independientes de aquéllos que se atreven a permanecer fieles a sus convicciones y tomar una determinación aunque deban permanecer aislados en la verdad. La verdad no es jamás popular. Es por esto que la verdad está generalmente en el destierro y la soledad. Sin embargo, la humanidad camina a su perdición con hombres de la especie de Pilatos. Sí, iría a su ruina, si la ola vagabunda y caprichosa de las pasiones de las masas no tropezara con un dique: con estas almas firmes
como la roca que no se someten a las vicisitudes del tiempo y se colocan valerosamente al lado de la verdad. La brújula en los barcos se aísla cuidadosamente, a fin de que no sufra ninguna otra influencia sino la atracción del polo magnético, pues es así como se puede dar al barco la dirección. Lo mismo, sólo pueden encaminar bien a la humanidad aquéllos a los cuales las al mas se vuelven hacia el polo magnético de la verdad.
B) De la tragedia de Pilatos se desprende para nosotros una gran enseñanza. Si se colocó del lado de los enemigos de Cristo, se le puede encontrar cierta excusa; pero, ¡qué responsabilidad para nosotros cuando abandonamos a Cristo! Pilatos pudo estar aturdido por el clamoreo de las turbas; su acusado ha sido defendido por diez y nueve siglos de historia. Pilatos contaba los años "ab urbe condita" de la fundación de Roma, ¿cómo habría podido saber que el eje del mundo, al presente había sido cambiado y que los datos de la historia partirían del nacimiento de este hombre cubierto de sangre, de harapos y sin fuerzas, que estaba ahí atado ante él? Pero nuestros Pilatos de hoy deberían saberlo. ¿Cómo, Pilatos vive todavía hoy? Sí, Pilatos vive actualmente. Vive en todos aquéllos que tienen, aún hoy día, por divisa: "Cerrando un poco los ojos, se va más lejos que un hombre honrado". Pilatos vive en aquéllos que dicen: "No seamos tan tontos y aprovechemos la ocasión, qué importa que el alma y la mano se ensucien un poco". Pilatos vive en aquéllos que alzan los hombros, ante las almas generosas dispuestas a sacrificarse por la verdad de sus convicciones religiosas y morales y que aseguran con cinismo: "¿La verdad? ¿Qué es la verdad? Comer y beber bien, divertirse, hacer buenos negocios, he ahí la verdad". Pilatos vive en aquéllos que por un ascenso, por su carrera, por un buen partido, reniegan de sus convicciones y abandonan la fe. Pilatos vive en todos aquéllos que nadan con la corriente, aúllan con los lobos, pues el carácter, la convicción, la fidelidad, la honradez, no es una política realista. Pilatos vive en todos aquéllos que huellan con los pies a los inocentes y se lavan las manos hipócritamente.
C) Pilatos se lava las manos. Es inútil que se lave las manos. ¡Y aun cuando se las hubiera lavado no en el agua de una jofaina, sino en las aguas del Jordán! ¡No en el Jordán, sino aún en el mar de Galilea! ¿Habrá bastante agua en todos los océanos para lavar esta horrorosa mancha? ¿Cuál? La de haber procedido contra su conciencia. Mis hermanos, ante cada una de nuestras acciones, ¿escuchamos la voz de nuestra conciencia? ¿Nos preguntamos, lo que Dios ha dicho o bien preguntamos cómo lo hizo Pilatos: Qué dicen los Fariseos, qué dicen las turbas, qué dice el Emperador? Cuántos hay que preguntan: ¿Qué dicen mis vecinos, mis amistades, mis relaciones, mi estómago, mi cartera, mi carrera, mi situación...? Y cuán pocos hay que preguntan: ¿Qué dice mi conciencia? "Veamos, ¿cómo podéis hacer una cuestión de conciencia?" Tal es el lenguaje frívolo que se oye a cada instante. Es seguramente la desgracia del mundo actual, que la gente no quiere ahora, hacer de cualquier cosa que sea, cuestión de conciencia. Ni de la fidelidad al deber. Ni de honradez. Ni de la integridad. Ni de la fidelidad conyugal. Ni de ninguna otra cosa.
D) Se puede ahogar un cierto tiempo la voz de la conciencia, se le puede dejar a un lado, traicionarla, renegarla, proceder en sentido contrario a ella, pero es inútil, ella hablará sin embargo, un día y esta voz será terrible. La condición anterior de Pilatos proclamó ante el mundo una gran enseñanza, que a menudo es necesario un sacrificio para colocarse abiertamente del lado de la verdad y permanecer fieles a Cristo, pero es un sacrificio que eleva el alma; por el contrario despreciar cínicamente la verdad, no es sino una táctica pasajera e infructuosa que será inevitablemente seguida de castigo. No se sabe exactamente lo que le sucedió Pilatos después de la muerte de Cristo. Pero sabernos una cosa: esta carrera, esta situación, este éxito que perseguía a todo precio, aun sacrificando la inocencia de Jesús, no lo encontró. "Si tú le pones en libertad, no eres amigo del César" (S. Juan XIX, 12) gritaba la muchedumbre amenazándolo. ¡Y bien! no lo librará. Lo entregó en manos de los asesinos. ¿Y así permaneció siendo amigo del César? ¡Nada de eso! Como lo cuenta el historiador Flavio Josefo (Antigüedades 18, 31; 4, 2), desde el año treinta y seis. Tiberio lo llamó a Roma para que rindiera cuenta. Pero a su llegada, Tiberio acababa de morir. El historiador Eusebio (Historia Eclesiástica, 2, 7) cuenta que puso fin a sus días bajo el reinado de Calígula. No poseemos más que estos escasos datos históricos sobre la suerte de Pilatos.
Pero la leyenda sabe más y lo que cuenta es conmovedor e instructivo. Cuando se atraviesa el lago de Cuatro-Cantones, se divisa una montaña de forma muy característica. Cuando se pregunta el nombre de esta montaña, se recibe esta curiosa contestación: "Pilatos". ¿Pilatos? ¿Cómo recibió ese nombre? Cuentan que Pilatos, después de la muerte de Nuestro Señor, fue atormentado por horribles visiones. Fue inútil, que se refugiara en su palacio de mármol, fue inútil que escondiera la cara entre las manos, siempre tenía ante sí el rostro ensangrentado de Cristo, que parecía decirle: "¿Por qué me condenaste a muerte, a pesar de mi inocencia?" Pilatos no pudo más; se fugó al extranjero, pero el rostro ensangrentado de Cristo lo perseguía por todas partes. Medio loco, erraba a la ventura y llegó un día a las orillas del lago Cuatro-Cantones, se arrojó al agua y se ahogó, pero el agua lo arrojó sobre la playa y espíritus invisibles rodaron sobre él una gran piedra, como una enseñanza eterna: es hoy día el monte .Pilatos.
Mis hermanos, esto no es más que una leyenda. Pero lo que no es leyenda, lo que es realidad, es que el recuerdo de la falta de carácter de Pilatos está más firmemente grabado en nuestro Credo, que en esta montaña. En esta oración que recitan diaria mente millones y centenas de millones de cristianos a través del mundo, cuando se llega al nombre de Pilatos, nos acordamos que de este hombre, la historia no nos puede contar sino que fue él, con su actitud cobarde, baja e inhumana quien hizo posible el homicidio más horroroso de la historia del mundo. Pero nosotros, mis hermanos, cuando salgamos de la Iglesia y lleguemos a casa, y vosotros todos que escucháis este sermón, apagad vuestra radio, y todos reflexionemos algunos minutos, con el alma emocionada, sobre las palabras de Jesús tan cobardemente olvidadas por Pilatos: "Aquél que me confesare delante de los hombres, yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos; pero aquél que me negare delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre". (S. Mateo X, 32-33).
(Tihamer Toth, Cristo Redentor, Sermón 23, Biblioteca de doctrina Católica, 233-242)
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Exégesis: Dr. D. Isidro Gomá - El proceso civil, Jesús por primera vez ante Pilatos Io 18, 28-38; Lc. 23, 2.4- (Mt. 27, 11-14; Mc. 15, 2-5; Lc. 23,3)
Explicación. - Los tribunales judíos no podían mandar la ejecución de ninguna sentencia de muerte: los romanos les habían quitado el jus gladíi; sólo podían dar la muerte a los extranjeros, aunque fuesen romanos, que penetrasen dentro del recinto del Templo más allá de las columnas en que estaban escritas en griego y latín las disposiciones que prohibían el paso. Si más tarde leemos que se dio muerte al diácono Esteban (Act. 7, 58) y a Santiago el Menor, estas ejecuciones tuvieron un carácter sedicioso y antilegal. Ello nos da la razón de que Jesús, ya condenado a muerte por el supremo tribunal judío, fuese traído al tribunal civil del Procurador romano: debía éste ratificar la sentencia del Sinedrio y mandar su ejecución. No quiso Pilatos refrendar de plano la condenación del Señor, produciendo su resistencia la serie de episodios se narran en este número y siguientes. En el fragmento que vamos a comentar podemos distinguir cuatro momentos: presentación del reo a Pilatos por el Sinedrio (loh. 28-32); acusación pública (Lc. 23, 2); interrogatorio privado (Ioh. 38-38); otra vez la acusación pública (Lc. 4-7).
PALACIO DE CAIFÁS AL PRETORIO (28-32). - Declarado Jesús de muerte por el Sinedrio, es llevado por sus mismos jueces al tono: llamábase así la residencia oficial del pretor o gobernador romano. Residía Pilatos ordinariamente en Cesarea, en la costa del Mediterráneo pero en los días de gran concurrencia en la capital, como eran los de Pascua, allí se trasladaba, para despachar los serosos negocios y evitar revueltas: Llevan, pues, a Jesús desde casa de Caifás al pretorio: era éste el suntuoso palacio que Herodes había construido en Jerusalén, según unos; otros creen que era la Torre Antonia, al noroeste del Templo. Y era por la mañana, no apuntar el día, ya que a esta hora se tuvo el segundo concilio en casa de Caifás, sino probablemente a la hora de prima, entre seis y nueve, cuando estaban ya las calles de la ciudad en plena vida.
A pesar de la animosidad de los sinedristas contra Jesús, y de los apremios para deshacerse del reo cuanto antes, se paró el acompañamiento ante el umbral del pretorio: la casa del pagano es inmunda para un judío (Act. 11, 3); quien entra en ella queda impuro por un día entero; la entrada en el pretorio importaba, pues, la pureza legal que les hubiese impedido comer el cordero pascual: Y ellos no entraron en el pretorio, por no contaminarse, y por poder comer la Pascua.Otra vez aparece el espíritu del fariseo que no teme derramar la sangre del justo y se detiene tímido ante la puerta de un pagano, que es para él como un animal, dice el Talmud.
Pilatos se acomoda, como solían hacerlo las autoridades romanas, a las costumbres religiosas del pueblo que gobierna, y es él quien sale al encuentro de los que a su tribunal traían a Jesús Pilatos, pues, salió fuera a ellos. El procurador estaría ya avisado que se trataba de un malhechor insigne: lo denuncian el hecho de que se hubiese requerido el auxilio de la cohorte para prenderle y el que se le presente el reo maniatado, pues así eran tratados los que debían ser condenados a muerte. Por otra parte, los interrogatorios que siguieron revelan que Pilatos tiene noticia de la naturaleza del reo y de lo que sus enemigos tramaban contra él. Por esto no quiere ratificar sin ulterior juicio la sentencia pronunciada por el Sinedrio; quiere saber por qué le condenan: Y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre?
La pregunta de Pilatos sorprende a los sinedristas, que creerían imponer su criterio al Procurador con la solemnidad de la entrega del reo, hecha por el tribunal en pleno. La desconfianza que la pregunta del Procurador revela hace que los soberbios sinedristas tomen una actitud celosa de su prestigio: Respondieron, y le dijeron: Si éste no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado: palabras que revelan el despecho de quienes, siendo jefes de la nación, se ven sometidos al yugo de aquel extranjero, y no pueden por sí mismos llevar a ejecución su propia sentencia.
Al despechado orgullo, Pilatos, con razón ofendido, les responde irónicamente, burlándose de su impotencia para hacer morir a aquel hombre, y dándoles al propio tiempo una lección de recta administración de justicia: Díjoles, pues, Pilatos: Tomadle vosotros, y juzgadle según vuestra ley: no quiero yo ser juez sin que me deis razones para juzgar; si os resistís a dármelas, matadle, si os atrevéis, que es lo que no podéis; o castigadle con las penas que vosotros podéis, según ley, infligirle, que es lo que no queréis.
Comprenden los sinedristas el alcance de las palabras del poderoso extranjero, y, al tiempo que revelan su intención de matar a Jesús, se ven obligados vilmente a confesar su impotencia: Y los judíos le dijeron: No nos es lícito a nosotros matar a alguno. Nota aquí el Evangelista el designio providencial de Dios al querer que así se realizara la predicción profética de Jesús: Para que se cumpliese la palabra que Jesús había dicho, señalando de qué muerte había de morir: porque si el Sinedrio hubiese tenido el derecho de matar, Jesús hubiese muerto lapidado, ya que ésta era la pena que a los blasfemos imponía la ley (Lev. 24, 14); ahora, porque no pueden matarle los judíos, morirá como ha predicho, clavado en cruz -suplicio usado por los romanos-, entregado por los príncipes de los sacerdotes, levantado en alto, para atraer a sí todas las cosas (cf. Mt. 20, 19, etc.).
ACUSACIÓN PÚBLICA (Lc 23, 2). - Ante la resistencia del Procurador de condenar al reo sin oír la causa, los sinedritas se ven obligados a la acusación. Condenado a muerte por blasfemo, ésta debía ser la razón que debían alegar, pero, comprendiendo que a Pilatos puede importarle poco una blasfemia contra el Dios de Israel, acuden dolosamente a motivos que puedan interesarle mas como gobernador romano y representante del Imperio: Y comenzaron a acusarle. Los capítulos de cargo son tres, escalonados en forma ascendente en orden a su gravedad: Primero, le acusan de sedicioso y perturbador diciendo: A éste hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, llevando al pueblo por caminos extraviados, fuera del orden estatuido. Segundo: Y vedando dar tributo a César, con lo que substrae a la nación del vasallaje debido al emperador, al tiempo que anula los resortes de la administración: Tercero: Y diciendo que él es el Cristo rey, intentando con ello suplantar al mismo, poder imperial. Cuán infames son las acusaciones, aparece en Ioh. 6, 15; Lc. 20, 25, donde aparece Jesús huyendo al monte para que las turbas no le proclamen rey, y mandando dar al César lo que es del César.
Tan malvadas son como ineptas estas acusaciones: no debía Pilatos sobre ellas fundar una sentencia de muerte contra Jesús, cuando sabía que era la envidia la que movía a aquellas lenguas (Mt. 27, 18), y que no debía dar crédito a aquellos hombres que, odiando profundamente la dominación romana, así se fingían ahora celosos de la seguridad y prestigios del imperio y del César, sólo para satisfacer una infame pasión. Con todo, la tercera acusación, la de que Jesús se dice rey, ha interesado al Procurador, sea porque tañe directamente al poder imperial, y un descuido en este punto acarrearle a Pilatos gravísimo daño, sea por la misma atmósfera que se había hecho alrededor del hijo de David (Ioh. 12, 13). Por esto sujeta a Jesús al siguiente.
INTERROGATORIO PRIVADO (Ioh. 33-38). -Volvió, pues, a entrar Pilatos en el pretorio, y llamó a Jesús, que se halla solo ante el juez, lejos de sus terribles enemigos. Y Jesús compareció ante el Presidente, y le preguntó el Presidente, y le dijo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Tú, hombre de pobrísima apariencia, indefenso, ¿te arrogas la dignidad y el poder real sobre tu pueblo? Jesús no responde directamente a la pregunta: quiere antes concretar el concepto de su realeza, que no es el de la acusación que ha merecido de los judíos; por esto le insinúa al juez si se hace solidario de la acusación de sus enemigos: Respondió Jesús: ¿Dices tú esto por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?, es decir, ¿me crees capaz de rebelarme contra la persona del emperador, como pretenden mis adversarios? Respondió Pilatos, visiblemente contrariado, en su orgullo de romano, de que Jesús le suponga envuelto en la acusación de los sinedristas, judíos, y por ello aborrecidos: ¿Soy yo acaso judío? No soy yo quien te acuso de que te proclames rey, cualquiera que sea el concepto que tenga yo del rey que los judíos esperáis: Tu nación, y por ella el Tribunal que la representa, y los pontífices te han puesto en mis manos, acusándote de que te dices rey: ¿Qué has hecho, para que se te acuse así de pretendiente al título de rey?
Jesús responde definiendo el concepto de su realeza, que es tal que de ella nada deben temer los emperadores: Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo: por lo mismo, la acusación de los judíos es calumniosa; el reinado de Cristo es compatible con el del César. Es reino de verdad, de justicia y santidad, compatible con todo reino temporal, que cabe dentro de los reinos de la tierra y que trasciende sobre todos ellos, en dignidad y en amplitud. Y da la razón de que su reino no es como el de los reyes de la tierra: Si de este mundo fuera mi reino, mis ministros, secuaces, soldados, sin duda pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos: tendría ejército y armas; mas, como ves, ahora mi reino no es de aquí; su origen es celestial, su naturaleza, espiritual.
Crece con la respuesta de Jesús la curiosidad y extrañeza de Pilatos: Entonces Pilatos le dijo, para conocer la naturaleza del poder de aquel extraño rey: ¿Luego tú eres rey? ¿Eres tú el rey de los judíos? Afirma Jesús su realeza: Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey: así es en verdad como dices. Y explica la naturaleza de su reinado, que no es otro que el de la verdad: Yo para esto nací, refiérese a su nacimiento temporal, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad: ésta es mi misión, y mis súbditos son todos aquellos que son amigos de la verdad, porque escuchan mis enseñanzas y vienen a mí, creyendo en mí: Todo aquel que es la verdad, escucha mi voz.
Se persuade Pilatos que tiene ante sí un hombre inofensivo, soñador, un especulativo que se cree con preeminencia sobre los demás y que por ello se llama rey. Por ello Pilatos le dice, revelando en su pregunta su espíritu escéptico, no su ansia de conocer la verdad: ¿Qué cosa es la verdad? Ríese el procurador de especulaciones, y, considerando que se ha hecho ya cargo de que se trata de un visionario, no de un criminal, sin aguardar una respuesta que no le interesa, cuando esto hubo dicho, salió otra vez a los judíos, que, fuera del pretorio, aguardaban el resultado del juicio, a los príncipes de los sacerdotes y a la multitud, y les dijo: Yo no hallo en él delito alguno.
OTRA VEZ LA ACUSACIÓN PÚBLICA (Lc. 4.7). - Ante el pretorio se ha congregado multitud ingente, esperando el fallo judicial de Pilatos. Este, convencido deja inocencia de Jesús, a quien estima sólo como hombre de teorías inofensivas, sale hacia los acusadores y la multitud para confesarles el resultado negativo de su inquisición: Dijo Pilatos a los príncipes de los sacerdotes, y al pueblo: Ningún delito hallo en este hombre.
Cuando los judíos hubieron oído la inocencia de Jesús proclamada por el Presidente, del grupo de los sinedristas, temerosos de que se les escape la presa, salieron de nuevo numerosas acusaciones contra Jesús. Sin duda muchas de ellas serían violentas increpaciones contra la misma persona del reo, que calla ante la gritería: Y siendo acusado por los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos, en muchas cosas, nada respondió. Y Pilatos se extraña del silencio de Jesús ante la multitud y la magnitud de las acusaciones, y, dirigiéndose a él, le preguntó otra vez, diciendo: ¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan. ¿No oyes cuántos testimonios dicen contra ti? Jesús sigue en absoluto silencio: Jesús, empero, nada más contestó, ni una palabra, de modo que se maravilló Pilatos en gran manera. Era de admirar el espectáculo de un hombre inocente, que cien veces ha tenido en jaque a sus adversarios, y que ahora, apoyado como está por la autoridad del Procurador romano, no rechaza las injustas imputaciones.
Estos momentos en que Pilatos interroga a Jesús son de alta emoción: quizás derive de la pregunta y su respuesta la sentencia de liberación del reo; por ello los sinedristas arrecian en sus gritos, tratando de prevenir el juicio de Pilatos con el creciente alboroto, a falta de más eficaces razones: Mas ellos insistían, diciendo: Tiene alborotado al pueblo con la doctrina, que no es de simple especulación, sino poderoso factor de sedición; y no la reserva para los iniciados de su escuela, sino que es enseñanza que esparce por toda la Judea, no la sola provincia de Judea, sino toda la Palestina, comenzando desde Galilea, hasta aquí.
El solo nombre de la Galilea, gente dura y pendenciera, de quienes el mismo Pilatos había tenido que sofocar una revuelta con derramamiento de sangre en el Templo (Lc. 13, 1), debió hacer entrar en recelo al procurador, quien quiso cerciorarse si realmente era galileo el acusado: Pilatos, que oyó decir Galilea, preguntó si aquel hombre era galileo. La respuesta fue afirmativa: en Nazaret pasó Jesús su juventud (Lc. 2, 51), y nazareno era llamado y como oriundo de Nazaret era tenido (Mt. 21, 11; Mc. 1, 24; Lc. 4, 34; Ioh. 1, 45, etc.); por lo mismo, pertenecía a los dominios de Herodes Antipas (Lc. 3, 1; 13, 31). Y Pilatos, cuando entendió que Jesús era de la jurisdicción de Herodes, no porque Pilatos no pudiese juzgarle, pues en la Judea había sido aprehendido, sino porque veía en ello ocasión magnífica para deshacerse de un molesto negocio, inhibiéndose de aquella causa, lo remitió a Herodes, el cual en aquellos días se hallaba también en Jerusalén, con motivo de las grandes fiestas de Pascua. Así Pilatos aquietaba su Conciencia, porque creía inocente a Jesús, y no desairaba a los sinedristas, cuyo poder y cuya posible delación al César temía.
Lecciones morales. - A) v. 28. - Ellos no entraron en el pretorio, por no contaminarse... - Quienes decimaban la menta y el eneldo, dice el Crisóstomo, creían contaminarse entrando en el pretorio, mas no matando injustamente a un hombre. ¡Cuánto interesa la formación de nuestra conciencia! Porque ella es la norma inmediata de nuestras acciones, en cuanto promulga dentro de nosotros mismos, para cada uno, la ley que se ha dado por todos. Si tenemos la conciencia verdadera, es decir, ajustada a la ley objetiva, y seguimos sus dictámenes, obraremos según ley; si nos formamos conciencia falsa o equivocada, que falsifique dentro de nosotros la ley, nos exponemos a que nuestra vida sea un tejido de acciones pecaminosas. Aquí les llevó a los judíos una conciencia falsa: por un exceso de respeto a la ley, creen pecar pasando los lindes de la puerta del pretorio; en cambio, no creen pecar pidiendo la muerte de Jesús, de quien voluntariamente se han formado concepto erróneo. Temamos pensar y obrar de tal manera que digamos al bien mal, y al mal bien.
B) v. 30 Si éste no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado. - Pregúntese, y respondan, dice San Agustín, a los liberados del espíritu maligno, a los enfermos curados, a los leprosos limpiados, a los sordos que oyeron, a los mudos que hablaron, a los ciegos que vieron, a los muertos resucitados, y lo que es más, a los necios hechos sabios, si Jesús es un malhechor; pero eran éstos de la raza de aquellos de quienes decía el profeta: "Pagábanme males por los bienes que les hice..."(Ps. 34, 12). Es negra, dicen, la ingratitud; pero, cuando sobre no agradecer se devuelve mal por bien; cuando se desagradecen especialmente los bienes recibidos de orden espiritual; cuando se buscan colaboradores para hacerle mal al dadivoso; cuando se hace en nombre de la justicia como en este caso, entonces la ingratitud resulta una verdadera monstruosidad, de la que no se halla caso en la creación sino buscándolo en los hombres profundamente pervertidos.
c) v. 31. - No nos es lícito a nosotros matar a alguno. - ¿Quién mató a Jesús sino los judíos, dice San Agustín, que afilaron sus lenguas como espadas y gritaron el " ¡Crucifícale, crucifícale!"? ¿No habían intentado varias veces matarle, prescindiendo de escrúpulos legales, y no pudieron, porque no había llegado la hora de Jesús? Hicieron cuanto se requiere para consumar el cristicidio: tuvieron voluntad de hacerlo; lo compraron para juzgarlo a mansalva; lo entregaron al poder de un extranjero; arremetieron como fieras contra el reo y contra el juez cuando éste trataba de soltarlo; se burlaron sangrientamente de la víctima ante su patíbulo; sobornaron a los custodios de su tumba; y, lo que es más, quisieron para sí la responsabilidad y el peso de la sangre de aquel crimen. Lo que alegan ante Pilatos no es más que una razón, humillante para ellos de no poder hacerlo por sus propias manos. Por esto vino sobre ellos, de lleno, la maldición de Dios que de lleno habían merecido al perpetrar llenísimamente aquel crimen horrendo. No hallemos excusas en lo menos cuando hemos sido capaces de hacer lo más.
D) v. 35. - Tu nación y los pontífices te han puesto en mis manos- - ¡Cuán amargas debieron ser para Jesús estas palabras del Procurador romano! Es El, Jesús, el Dios de Israel, quien hizo de este pueblo un pueblo de selección, "su hijo", como le llaman las Escrituras y ahora este pueblo, por El salvado del diluvio universal de errores y crímenes en que el mundo se perdió, por El custodiado través de los siglos con amor de padre, lo entrega a un gentil para que le aplique la pena de muerte que contra El ha decretado más alto tribunal de la nación. Aprendamos, primero, a honrar los hermanos en patria; y luego a tolerar con paciencia, como Jesús, las ingratitudes que los hermanos de patria tengan con nosotros.
E) v.36. - Mí reino no es de aquí. - No dice Jesús: Mi reino no está aquí, dice San Agustín, sino: No es de aquí. Todo lo humano está aquí, en la tierra, y no puede substraerse a ella; pero mientras todo lo que no ha sido regenerado por Cristo está aquí, y aquí deja de ser, de modo que aquí vive y aquí muere, el reino de Cristo no hace más que peregrinar en el mundo, para tener un fin definitivo en el cielo, donde se transformará en el reino eterno del Dios eterno. Es que la realeza de Jesús es realeza de la verdad, del amor, de la vida espiritual de orden sobrenatural, sin que ello quiera decir que renuncie Jesús a la realeza que le compete sobre todos los demás órdenes, que están supeditados al orden espiritual.
F) v. 38. - ¿Qué cosa es verdad? - La pregunta de Pilatos revela la situación de espíritu de los hombres, hasta de los de buena voluntad, con respecto a la verdad, cuando vino Jesús al mundo. La verdad estaba desterrada de la tierra. Un solo pueblo era el depositario de la verdad, y este pueblo, el judío, se había hecho indigno de la verdad, por haberla adulterado hasta el punto de entregar a los gentiles al que es la Verdad esencial. Pilatos es escéptico, porque el mundo desesperaba de hallar la verdad; Platón había dicho: "La verdad debe venirnos del cielo." Y Jesús, Verbo de Dios, la trajo al mundo. Y la trajo en forma que su verdad ha sido la estela luminosa por donde han caminado los hombres que han oído su palabra. Ya nosotros no debemos preguntar qué es la verdad; sino que debemos decir, con gozo íntimo de nuestra alma: La verdad es mi fe: si no es toda la verdad, es la verdad necesaria para vivir según Dios quiere que vivamos; para saber lo que necesitamos para ir derechos a la posesión definitiva de la Verdad esencial y eterna, que es Dios.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p.607 - 615)
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Comentario Teológico: P. Gabriel de Sta M. Magdalena - Cristo Rey
"A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre..., la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1. 5-6).
La solemnidad de hoy, puesta al fin del año litúrgico, aparece como la síntesis de los misterios de Cristo conmemorados durante el año, y como el vértice desde donde brilla con mayor luminosidad su figura de Salvador y Señor de todas las cosas. En las dos primeras lecturas domina la idea de la majestad y la potestad regia de Cristo. La profecía de Daniel (7, 13-14) prevé su aparición "entre las nubes del cielo" (ib 13), fórmula tradicional que indica el retorno glorioso de Cristo al fin de los tiempos para juzgar al mundo. Pues "a él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará" (ib 14). Dios -"el Anciano" (ib 13) - lo ha constituido Señor de toda la creación confiriéndole un poder que rebasa los confines del tiempo.
Este concepto es corroborado en la segunda lectura (Ap 1, 5-8) con la famosa expresión: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso" (ib 8). Cristo-Verbo eterno es "el que es, y ha sido siempre, principio y fin de toda la creación. Cristo-Verbo encarnado es el que viene a salvar a los hombres, principio y fin de toda la redención, y es además el que vendrá un día a juzgar al mundo. ¡Mirad! El viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa" (ib 7). De este modo a la visión grandiosa de Cristo Señor universal se une la de Cristo crucificado, y ésta reclama la consideración de su inmenso amor: "nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre" (ib 5). Rey y Señor, no ha escogido otro camino para librar a los hombres del pecado que lavarlos con su propia sangre. Sólo a ese precio los ha introducido en su reino, donde son admitidos no tanto como súbditos cuanto como hermanos y coherederos, como copartícipes de su realeza y de su señorío sobre todas las cosas, para que con él, único Sacerdote, puedan ofrecer y consagrar a Dios toda la creación. "Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre " (ib 6). Hasta ese punto ha querido Cristo Señor hacer partícipe al hombre de sus grandezas.
También el Evangelio (Jn 18, 33b-37) presenta la realeza de Cristo en relación con su pasión y a la vez la contrapone a las realezas terrestres. Todo ello a base de la conversación entre Jesús y Pilato. Mientras que el Señor siempre se había sustraído a las multitudes que en los momentos de entusiasmo querían proclamarlo rey, ahora que está para ser condenado a muerte, confiesa su realeza sin reticencias. A la pregunta de Pilato: "Con que ¿tú eres rey?", responde: "Tú lo dices: Soy Rey (ib 37). Pero había declarado de antemano: "Mi reino no es de este mundo" (ib 36). La realeza de Cristo no está en función de un dominio temporal y político, sino de un señorío espiritual que consiste en anunciar la verdad y conducir a los hombres a la Verdad suprema, liberándolos de toda tiniebla de error y de pecado. "Para esto he venido al mundo -dice Jesús-; para ser testigo de la verdad" (ib 37). Él es el "Testigo fiel" (2ª lectura) de la verdad -o sea del misterio de Dios y de sus designios para la salvación del mundo-, que ha venido a revelar los hombres y a testimoniar con el sacrificio de la vida. Por eso únicamente cuando está para encaminarse a la cruz, se declara Rey; y desde la cruz atraerá a todos a sí (Jn 12, 32). Es impresionante que en el Evangelio de Juan, el evangelista teólogo, el tema de la realeza de Cristo esté constantemente enlazado con el de su pasión. En realidad la cruz es el trono real de Cristo; desde la cruz extiende los brazos para estrechar a sí a todos los hombres y desde la cruz los gobierna con su amor. Para que reine sobre nosotros, hay que dejarse atraer y vencer por ese amor.
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado. Rey del universo; haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu Majestad y te glorifique sin fin. (MISAL ROMANO, Colecta).
Rey sois, Dios mío, sin fin, que no es reino prestado el que tenéis. Cuando en el Credo se dice: "Vuestro reino no tiene fin", casi siempre me es particular regalo. Aláboos, Señor, y bendígoos para siempre; en fin, vuestro reino durará para siempre (Camino, 22, 1).
¡Oh Jesús mío! ¡Quién pudiese dar a entender la majestad con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos y de, otros mundos y sin cuento mundo y cielos que vos creasteis, entiende el alma, según con la majestad que os representáis, que no es nada para ser Vos Señor de ello. Aquí se ve claro, Jesús mío, el poco poder de todos los demonios en comparación del vuestro, y cómo quien os tuviere contento puede repisar el infierno todo... Veo que queréis dar a entender al alma mía cuán grande es [vuestra majestad] y el poder que tiene esta sacratísima Humanidad junto con la Divinidad. Aquí se representa bien qué será el día del Juicio ver esta majestad de este Rey, y verle con rigor para los malos. Aquí es la verdadera humildad que deja en el alma, de ver su miseria, que no la puede ignorar. Aquí la confusión y verdadero arrepentimiento de los pecados, que, aun con verle que muestra amor, no sabe adónde se meter, y así se deshace toda. (STA. TERESA DE JESÚS, Vida, 28, 8-9).
(P. Gabriel de Sta M. Magdalena, O.C.D, Intimidad Divina, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1998, Pag 1543-1546)
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Comentario Teológio: Dom Columba Marmion - Jesucristo Rey de la creación entera
La persona sagrada de Cristo reúne en sí misma todos los títulos que se encuentran en nuestra humana naturaleza. Como tiene la primacía de todo y de todos, debe reunir en sí todo aquello que ennoblece y levanta a nuestra naturaleza. Es Salvador porque de "su plenitud" todos los hombres y los ángeles reciben la gracia de la salvación; es Redentor porque ha pagado nuestro rescate, y, rompiendo nuestras cadenas, nos concedió la gracia de ser hermanos suyos e hijos adoptivos de Dios; es Pontífice por que, mediante el sacrificio de la Cruz, en que fue a la vez víctima y sacrificador, ofreció a Dios la expiación del pecado; es Maestro porque recibió de su Padre la misión de enseñar a los hombres la doctrina que conduce a la patria celestial.
Pero hay un título nobilísimo que compete de modo particular a Cristo-Hombre y corona los otros que ya posee: es el de Rey. Numerosísimas veces, en la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, se da a Cristo este título, quizá para que no dudásemos los hombres nunca de una verdad que ahora parece estar oscurecida. Así es, en efecto. El crimen mayor del mundo actual es el de la apostasía de Dios, de Cristo y de su Iglesia. Se erige ahora en la que las sociedades, tanto civiles como particulares, no deben profesar religión alguna; que el laicismo integral debe imperar en las leyes, en las instituciones y en la enseñanza; que los gobernantes, como tales, deben ser aconfesionales. Únicamente se tolera (y no siempre en todas partes) que el individuo pueda tener una religión, pero sólo allá en su interior. Asimismo, no quiere reconocerse el imperio de Cristo sobre todos los, hombres y sobre todas las cosas. Se pretende, por el contrario, que sea el individuo el único señor de sí mismo y de sus acciones. Contra este espíritu y contra esta doctrina, nosotros, los católicos, hijos de la santa Madre Iglesia, hemos de proclamar, con energía, que Cristo es Rey, no sólo de su Iglesia, sino de todos y cada uno de los hombres, Rey de todos los reinos o estados y Rey de todas las sociedades.
Pero veamos en las Sagradas Escrituras, donde se encuentran las fuentes de la revelación, y en las que se halla la verdad y la vida, los lugares en que se proclama a Cristo Rey y Señor de la Creación entera. Ellas, en efecto, afirman claramente que "un Príncipe (Cristo) deberá salir de Jacob" y que "el Padre le ha constituido Rey sobre el monte santo de Sión… y que "recibirá las gentes en, herencia y poseerá los confines de la tierra". El salmo nupcial, que en la imagen de un Rey riquísimo y potentísimo, preconizó al futuro Rey de Israel, dice así: "Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos, cetro es de rectitud el cetro de su reino" "Su reino (de Cristo) será sin límite y enriquecido con los dones de la justicia y de la paz". "En sus días aparecerá la justicia y la abundancia de la paz... y dominará de un mar a otro mar desde el Río (Eufrates), hasta los términos del orbe de la tierra" Pero los Profetas son los que con más extensión hablan de la realeza de Cristo. He aquí el conocidísimo texto de Isaías: "Nos ha nacido un Párvulo, nos ha sido dado un Hijo, y el principado ha sido puesto sobre sus hombros y se le llama el Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz; para extender el imperio y dar paz sin fin al trono de David, para restablecerle y robustecerle con el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre". Y del mismo modo habla Jeremías, cuando predice que nacerá de la estirpe de David. "El Vástago justo" que, "cual hijo de, David, reinará como Rey y será sabio, y juzgará en toda la tierra". Y poco más o menos, en idénticos términos se expresan Daniel y casi todos los profetas del antiguo Testamento.
Ahora, en el Nuevo, no son menores los testimonios. El Arcángel anuncia a la Virgen el nacimiento de un hijo, "al cual Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob para siempre". Mas el mismo Cristo da testimonio de su imperio. En efecto, sea en su último discurso a las turbas, cuando habla del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los condenados; sea cuando responde al gobernador romano, que le preguntaba públicamente si era Rey; sea cuando resucitado confió a los Apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, toma ocasión oportuna para atribuirse el nombre de y públicamente confirma que es Rey y anuncia solemnemente que a Él ha sido dado todo el poder en el cielo y de la tierra. Pero, además, es que Cristo se atribuyó igualmente poderes propios de Rey. Todo Príncipe, para que verdaderamente sea tal, debe gozar de triple potestad: la de legislar, juzgar y castigar. Ahora bien, este triple poder lo tiene Cristo: los santos Evangelios no solamente dicen que promulgó leyes, sino que nos lo muestran en el acto mismo de legislar cuando nos dan a conocer aquellas palabras de Cristo: "Oísteis que se dijo a los antiguos... pero yo os digo, etc.". Además el mismo Jesús manifestó a los judíos que tenía el poder de juzgar cuando profirió aquellas palabras: "El Padre ha dado juicio al Hijo", y el Apóstol afirma que Jesucristo fue constituido "Juez de vivos y muertos". En cuanto al poder ejecutivo de premiar o castigar, ha de atribuirse también a Cristo, porque tal poder no puede separarse de una forma de juicio, y porque sabemos que en el último día premiará a los buenos con el paraíso y condenará a los malos a los suplicios eternos.
Ante tan gran número de testimonios, ¿quién se atreverá a negar a Cristo el título de Rey? Sólo los corifeos de la impiedad, verdaderos ministro del príncipe de este mundo perecedero y maldito, y que se erigen en conductores de los hombres y de la sociedad, tienen la imprudencia de negar a Jesucristo este título nobilísimo. Nosotros, por el contrario, gozosos le proclamamos Rey supremo dé todo: de reyes, de naciones, de mentes y de corazones.
Más, ¿de dónde le viene a Cristo su dignidad real? ¿Es que acaso (como tantos otros en este mundo, entregado a las ambiciones de los hombres) ha arrancado por la fuerza ese título al que lo poseía legítimamente? No por cierto, Jesucristo goza de la Realeza porque le corresponde por su misma esencia y, por derecho de herencia y por derecho de conquista.
Jesucristo, en efecto, es Rey por aquella unión admirable que se llama "unión hipostática", que forma parte de su esencia. Esta unión eleva la naturaleza humana de Cristo a tal altura, y la aproxima tanto a Dios, que debe ser dotada en el más alto grado de todas las perfecciones que Dios concede a criaturas inteligentes. No se concibe que falte excelencia alguna de las que cualquiera otro de los seres creados posee, ni que quien es Hijo de Dios, sea inferior en algo a un ángel o a un hombre. Ahora bien, el poder real, sea espiritual, sea temporal, se concede a los hombres que gobiernan las sociedades; debe, por tanto, convenir y pertenecer a Jesucristo como hombre, tan perfecto como pueda concebirse, en toda su extensión y en todos sus grados.
Jesucristo es Rey por derecho de herencia. El derecho de propiedad soberana lo atribuye san Pablo a Jesucristo en la Carta a los Hebreos. "En estos últimos tiempos, dice: Dios nos ha hablado por su Hijo, a quien ha establecido heredero de todas las cosas". Considera aquí el Apóstol a Jesucristo como hombre, y, al afirmar que ha sido constituido heredero de todas las cosas, implícitamente afirma que es propietario de las mismas, ya que el heredero goza de todos los bienes y los mismos derechos que poseía el padre. Ahora bien, el Padre es Rey, luego, Cristo hombre, debe igualmente serlo.
Pero, además, Jesucristo es Rey por derecho de conquista y de redención. He aquí cómo expone esta verdad tan consoladora León XIII. "La autoridad de Cristo, no le viene sólo de un derecho de nacimiento como hijo único de Dios, sino también en virtud de un derecho adquirido. El mismo, en efecto, nos arrancó del poder de las tinieblas. Se entregó a sí mismo por la redención de todos. No sólo los católicos, no sólo los que han recibido el bautismo cristiano, sino todos los hombres sin excepción, son para el un pueblo conquistado".
Por lo anteriormente expuesto, vemos que Cristo es Rey o Señor. Así lo afirma también san Pedro: "Tenga todo Israel como certísimo que Dios le ha constituido Señor y Cristo (esto es, ungido o Rey). Más, ¿cuál es la extensión de su reino? ¿De qué es Señor? Respondemos con san Pablo: Señor de todas las cosas, Dominus universo visibles e invisibles. Pero averigüemos el sentido de la palabra Señor - Dominar -. Esta palabra significa, en general, el propietario o poseedor de fincas, o el amo que tiene criados, o quien está investido de alguna autoridad. La palabra Señor, aquí, tiene el significado de propietario, porque si Jesucristo no fuera propietario de todas las cosas invisibles y visibles, de los cuerpos y espíritus, de los hombres y ángeles, si no poseyera dominio soberano sobre el Universo y los seres que le componen, no se le podría llamar pura y sencillamente el Señor, el solo Señor. Si ciertas criaturas estuvieren, en cualquier manera, fuera de su dependencia, no se le podría considerar como el Señor propiamente dicho.
De este título se derivan importantes consecuencias. En primer lugar, como propietario universal y soberano, tiene el poder de disponer a su gusto de las criaturas materiales a las que puede conservar o destruir, mantener en la vida o causar la muerte. Después, en virtud de su propiedad sobre las criaturas dotadas de inteligencia, es Señor de los ángeles y de los hombres, a los cuales puede mandar y dar leyes; al paso que estas criaturas están obligadas obedecerle, porque la propiedad produce sus frutos para el propietario. Finalmente, si "tiene el derecho de mandar" a cada hombre y a cada ángel, tendrá también el mismo poder sobre todos ellos reunidos en sociedad, y en ese caso es Rey de las sociedades angélicas y humanas.
El reino de Cristo se extiende, por lo mismo, a las familias, porque mediante el sacramento del matrimonio, los esposos cristianos se unen con lanzo indisoluble y sobrenatural, del cual es autor Jesucristo. Esta unión los coloca debajo de su ley, y por tanto, debajo de su autoridad y en su reino.
Asimismo la realeza de Cristo se extiende sobre la sociedad civil. Se le llama Rey de las naciones - Rex gentium - porque todos los individuos unidos en sociedad no están me nos sujetos a Cristo que lo está cada uno de ellos separadamente. Él es la fuente de la salud privada y pública "y no hay salvación en ningún otro, ni fue dado a los hombres bajo el cielo otro nombre en el cual podamos ser salvos. Sólo Él es el autor de la prosperidad y de la felicidad verdadera, tanto para cada uno de los ciudadanos como opina el Estado: "No es feliz por otra razón distinta de aquella por la cual es feliz el hombre; porque la ciudad no es otra cosa que una multitud concorde de hombres".
Pero aun queda por afirmar otra verdad, y es que el reino de Cristo se extiende, no sólo sobre los individuos, sobre las familias y sobre los Estados católicos, sino también sobre todos los hombres y estados. Así lo proclama León XIII: "El imperio de Cristo se extiende no solamente sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, regenerados en la fuente bautismal, pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erróneas opiniones los tengan alejados, sino que abraza a los que están privados de la fe cristiana, de modo que todo el género humano está debajo de la potestad de Jesucristo".
El reino que Jesucristo fundó es principalmente y se refiere a cosas espirituales, como nos lo demuestran muchos pasajes de la sagrada Escritura y nos lo confirma el mismo Jesucristo con su modo de obrar. En varias ocasiones, cuando los judíos y los mismos Apóstoles creían erróneamente que el Mesías devolvería la libertad, al pueblo y restauraría el reino de Israel, procuró Él quitarles ese vano intento y esperanza de la cabeza; y también, cuando estaba para ser proclamado Rey por la muchedumbre, que llena de admiración lo rodeaba, Él declinó tal título y tal honor, retirándose y escondiéndose en la soledad; finalmente, delante del procurador romano, anunció que su reino no era de este mundo. Este reino, en los Evangelios, se presenta de tal modo que los hombres deben prepararse para entrar en él por me dio de la penitencia, y no pueden formar parte de él sino por la fe y por el bautismo. Este reinó se opone únicamente al reino de Satanás y al poder de las tinieblas y exige de sus súbditos, no solamente un ánimo despegado de riquezas y de las cosas terrenas, la suavidad de costumbres y el hambre de la justicia, sino también la abnegación de sí mismos y el tomar la cruz. Ahora bien, Cristo como Redentor rescató la Iglesia con su sangre, y como Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente, cual hostia propiciatoria por los pecados de los hombres; por lo mismo se sigue de esto que la dignidad real de que está Cristo revestido, tiene un carácter espiritual por uno y otro oficio. Por otra parte, erraría gravemente el que arrebatase a Cristo-Hombre el poder sobre las cosas temporales; puesto que Él tiene recibido del Padre un derecho absoluto, como hemos expuesto arriba, sobre todas las cosas creadas, de modo que todo se somete a su arbitrio; con todo eso, mientras vivió sobre la tierra, se abstuvo completamente de ejecutar tal dominio; y como despreció entonces la posesión y el gobierno de las cosas humanas, así permitió y permite que los poseedores de ellas los
utilicen.
Si admitimos que Jesucristo es Rey por su misma naturaleza y esencia, y que lo es por herencia y por derecho de conquista; si admitimos que su imperio se extiende a todo "lo que está en los cielos o en la tierra"; si admitimos que es Rey de los ángeles y de los hombres, tanto considerados en particular como en sociedad, forzosamente hemos de aceptar ciertas consecuencias prácticas que de ello se derivan.
Y así en primer lugar si Jesucristo es Señor del hombre considerado en particular, éste debe estar enteramente sometido en cuerpo y alma; en su inteligencia, aceptando sus dogmas y enseñanzas; en su voluntad, obedeciendo sus mandatos; en su coraz6n y afectos, no teniendo otro amor más que el suyo; y en sus miembros,: empleándolos siempre en su servicio.
Si es Rey de la familia, ésta debe seguir las direcciones dadas por Cristo, tanto en las mutuas relaciones con los esposos, como en los fines del matrimonio y en la educación del la prole.
Si, finalmente, Jesucristo es Rey de la sociedad civil o de los Estados, estos necesariamente deben reconocer su imperio y obedecer sumisos las leyes de su Señor. Por eso la negación de esta verdad, el desconocimiento de Dios por parte del Estado (lo que se denomina ordinariamente con el nombre de neutralidad o laicismo del Estado) constituye la violación más profunda y más grave del orden social. Este es, como dijimos al principio, el crimen principal que el mundo expía en estos tiempos. Los Estados laicos des conocen a Dios, a Cristo y a su Iglesia. Dicen: "No queremos que éste reine sobre nosotros", y para ello excluyen a la religión de las leyes, de las escuelas públicas, de los tribunales, de las obras sociales y de la administración civil en todos sus grados"
Por el contrario, son copiosos los frutos que se seguirán a los individuos, a las familias y a los Estados de la aceptación del Reino de Cristo. Primero, el hombre que se somete al suavísimo imperio de Cristo, goza de paz abundante. Todo su ser, como descansa en la piedra de las enseñanzas de Cristo, se halla ordenado: el alma mandará sobre el cuerpo, la razón sobre los apetitos; y, como todo estará en orden, habrá paz, ya que ésta es la tranquilidad en el orden y con la paz la felicidad.
Este mismo fruto de paz se encontrará también en las familias. Los esposos se amarán en Cristo, y con el amor mutuo se disiparán los inevitables roces originados en la común convivencia; los hijos estarán sumisos a los padres y éstos les procurarán una educación y enseñanza cristiana. Ahora bien, los beneficios que se seguirán a los Estados o Naciones, el Papa Pío XI nos los declara con las siguientes palabras: "Si los Jefes del Estado, a una con sus pueblos, prestaren público testimonio de reverencia y sumisión al imperio de Cristo, se seguirán el incremento y progreso de la patria, junto con la integridad de su poder; porque cuando los hombres, en privado y en público, reconocen la soberana potestad de Cristo, necesariamente vendrán a la sociedad civil, señalados beneficios de la libertad, de tranquila sumisión y apacible concordia. La dignidad real de Nuestro Señor, así como hace, en cierto modo, sagrada la autoridad humana de los príncipes y de los jefes del Estado, así, ennoblece los deberes de los ciudadanos y de su obediencia. Así los súbditos, considerando a los gobernantes como vicarios de Jesucristo, se someterán dócilmente a sus mandatos. En cambio los príncipes y los magistrados legítimos, si se persuadieren de que mandan no tanto por derecho propio cuanto por mandato del Rey divino, se comprende fácilmente que harán uso santo y prudente de su autoridad, y se tomarán gran interés por el bien común y la dignidad de sus súbditos, al hacer las leyes .y exigir su cumplimiento. De ese modo, quitada toda causa de sedición, florecerá el orden y la tranquilidad".
Por fin, el último bien que se seguirá del reconocimiento de la dignidad regia de Nuestro Señor, se refiere a la Iglesia. Todos, en efecto, verán que ésta fue establecida por Cristo, como sociedad perfecta; que, por derecho propio, goza de plena libertad e independencia del poder civil, y en el ejercicio de su divino misterio de enseñar a todos los que pertenecen al reino de Cristo, no puede depender del arbitrio de nadie.
(Dom Columba Marmion, Jesucristo en sus misterios, Editorial Litúrgica Española, Barcelona 1948, p. 377-386)
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Aplicación: Leonardo Castellani - Cristo Rey
Ergo Rex es Tu? - Tu dixisti... Sed
Regnum meum non est de hoc mundo.
Joan. XVIII, 33-36.
El año 1925, accediendo a una solicitud firmada por más de ochocientos obispos, el papa Pío XI instituyó para toda la Iglesia la festividad de Cristo Rey, fijada en el último domingo del mes de octubre. Esta nueva invocación de Cristo, nueva y sin embargo tan antigua como la Iglesia, tuvo muy pronto sus mártires, en la persecución que la masonería y el judaísmo desataron en Méjico, con la ayuda de un imperialismo extranjero: sacerdotes, soldados, jóvenes de Acción Católica y aun mujeres que murieron al grito de ¡Viva Cristo Rey!
Esta proclamación del poder de Cristo sobre las naciones se hacía contra el llamado liberalismo. El liberalismo es una peligrosa herejía moderna que proclama la libertad y toma su nombre de ella. La libertad es un gran bien que, como todos los grandes bienes, sólo Dios puede dar; y el liberalismo lo busca fuera de Dios; y de ese modo sólo llega a falsificaciones de la libertad. Liberales fueron los que en el pasado siglo rompieron con la Iglesia, maltrataron al Papa y quisieron edificar naciones sin contar con Cristo. Son hombres que desconocen la perversidad profunda del corazón humano, la necesidad de una redención, y en el fondo, el dominio universal de Dios sobre todas las cosas, como Principio y como Fin de todas ellas, incluso las sociedades humanas. Ellos son los que dicen:
Hay que dejar libres a todos, sin ver que el que deja libre a un malhechor es cómplice del malhechor; - Hay que respetar todas las opiniones, sin ver que el que respeta las opiniones falsas es un falsario; - La religión es un asunto privado, sin ver que, siendo el hombre naturalmente social, si la religión no tiene nada que ver con lo social, entonces no sirve para nada, ni siquiera para lo privado.
Contra este pernicioso error, la Iglesia arbola hoy la siguiente verdad de fe: Cristo es Rey, por tres títulos, cada uno de ellos de sobra suficiente para conferirle un verdadero poder sobre los hombres. Es Rey por título de nacimiento, por ser el Hijo Verdadero de Dios Omnipotente, Creador de todas las cosas; es Rey por título de mérito, por ser el Hombre más excelente que ha existido ni existirá, y es Rey por título de conquista, por haber salvado con su doctrina y su sangre a la Humanidad de la esclavitud del pecado y del infierno.
Me diréis vosotros: eso está muy bien, pero es un ideal y no una realidad. Eso será en la otra vida o en un tiempo muy remoto de los nuestros; pero hoy día... Los que mandan hoy día no son los mansos, como Cristo, sino los violentos; no son los pobres, sino los que tienen plata; no son los católicos, sino los masones. Nadie hace caso al Papa, ese anciano vestido de blanco que no hace más que mandarse proclamas llenas de sabiduría, pero que nadie obedece. Y el mar de sangre en que se está revolviendo Europa, ¿concuerda acaso con ningún reinado de Cristo?
La respuesta a esta duda está en la respuesta de Cristo a Pilatos, cuando le preguntó dos veces si realmente se tenía por Rey. Mi Reino no procede de este mundo. No es como los reinos temporales, que se ganan y sustentan con la mentira y la violencia; y en todo caso, aun cuando sean legítimos y rectos, tienen fines temporales y están mechados y limitados por la inevitable imperfección humana. Rey de verdad, de paz y de amor, mi Reino procedente de la Gracia reina invisiblemente en los corazones, y eso tiene más duración que los imperios. Mi Reino no surge de aquí abajo, sino que baja de allí arriba; pero eso no quiere decir que sea una mera alegoría, o un reino invisible de espíritus. Digo que no es de aquí, pero no digo que no está aquí. Digo que no es carnal, pero no digo que no es real. Digo que es reino de almas, pero no quiero decir reino de fantasmas, sino reino de hombres. No es indiferente aceptarlo o no, y es supremamente peligroso rebelarse contra él. Porque Europa se rebeló contra él en estos últimos tiempos, Europa y con ella el mundo todo se halla hoy día en un desorden que parece no tener compostura, y que sin Mí no tiene compostura...
Mis hermanos: porque Europa rechazó la reyecía de Jesucristo, actualmente no puede parar en ella ni Rey ni Roque. Cuando Napoleón I, que fue uno de los varones (y el más grande de todos) que quisieron arreglar a Europa sin contar con Jesucristo, se ciñó en Milán la corona de hierro de Carlomagno, cuentan que dijo estas palabras: Dios me la dio, nadie me la quitará. Palabras que a nadie se aplican más que a Cristo. La corona de Cristo es más fuerte, es una corona de espinas. La púrpura real de cristo no se destiñe, -está bañada en sangre viva. Y la caña que le pusieron por burla en las manos, se convierte de tiempo en tiempo, cuando el mundo cree que puede volver a burlarse de Cristo, en un barrote de hierro. Et reges eos in virga férrea: Los regirás con vara de hierro.
Veamos la demostración de esta verdad de fe, que la Santa Madre Iglesia nos propone a creer y venerar en la fiesta del último domingo del mes de la primavera, llamando en nuestro auxilio a la Sagrada Escritura, a la Teología y a la Filosofía, y ante todo a la Santísima Virgen Nuestra Señora con un Ave María.
Los cuatro Evangelistas ponen la pregunta de Pilatos y la respuesta afirmativa de Cristo:
- ¿Tú eres el Rey de los Judíos?
-Yo lo soy.
¿Qué clase de Rey será éste, sin ejércitos, sin palacios, atadas las manos, impotente y humillado? - debe de haber pensado Pilatos.
San Juan, en su capítulo XVIII pone el diálogo completo con Pilatos, que responde a esta pregunta:
Entró en el Pretorio, llamó a Jesús y le dijo: ¿Tú eres el Rey de los Judíos?
Respondió Jesús: ¿Eso lo preguntas de por ti mismo, o te lo dijeron otros?
Respondió Pilatos: ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los pontífices te han entregado. ¿Qué has hecho?
Respondió Jesús, ya satisfecho acerca del sentido de la pregunta del gobernador romano, al cual maliciosamente los judíos le habían hecho temer que Jesús era uno de tantos intrigantes, ambiciosos del poder político:
Mi reino no es de este mundo. Si de este mundo fuera mi reino, Yo tendría ejércitos, mi gente lucharía por Mí para que no cayera en manos de mis enemigos. Pero es que mi Reino no es de aquí. Es decir, mi Reino tiene su principio en el cielo, es un Reino espiritual que no viene a derrocar al César, como tú temes, ni a pelear por fuerza de armas contra los reinos vecinos, como desean los judíos. Yo no digo que este Reino mío, que han predicho los profetas, no esté en este mundo; no digo que sea un puro reino invisible de espíritus, es un reino de hombres; Yo digo que no proviene de este mundo, que su principio y su fin están más arriba y más abajo de las cosas inventadas por, el hombre. El profeta Daniel, resumiendo los dichos de toda una serie de profetas, dijo que después de los cuatro grandes reinos que aparecerían en el Mediterráneo, el reino de la Leona, del Oso, del Leopardo y de la Bestia Poderosa, aparecería el Reino de los Santos, que duraría para siempre. Ese es mi Reino...
Esa clase de reinos espirituales no los entendía Pilatos, ni le daban cuidado. Sin embargo, preguntó de nuevo, quizá irónicamente:
-Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?
-Sí lo soy, - respondió Jesús tranquilamente; y añadió después, mirándolo cara a cara: - Yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi voz.
Dijo Pilatos:
- ¿Qué es la Verdad?
Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo:
-Yo no le veo culpa.
Pero ellos gritaron:
-Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas a éste, vas en contra del César.
He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama El dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron:
"No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César"; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: Jesús Nazareno Rey de los Judíos"; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas 'las lenguas conocidas, a 2.000 años de distancia de aquella afirmación formidable: "Yo soy Rey", miles y miles de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones a su Corazón Divino.
Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie para dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad y para defender esa Verdad por encima de todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido vana.
En el primer libro de las Visiones de Daniel, cuenta el profeta que vio cuatro Bestias disformes y misteriosas que, saliendo del mar, se sucedían y destruían una a la otra; y después de eso vio a manera de un Hijo del Hombre que viniendo de sobre las nubes del cielo se llegaba al trono de Dios; y le presentaron a Dios, y Dios le dio el Poderío, el Honor y el Reinado, y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán, y su poder será poder eterno que no se quitará, y su reino no se acabará.
Entonces me llegué lleno de espanto - dice Daniel - a uno de los presentes, y le pregunté la verdad de todo eso. Y me dijo la interpretación de la figura: "Estas cuatro bestias magnas son cuatro Grandes Imperios que se levantarán en la tierra (a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, según estiman los intérpretes), y después recibirán el Reino los santos del Dios altísimo y obtendrán el reino por siglos y por siglos de siglos".
Esta palabra misteriosa, pronunciada 500 años antes de Cristo, no fue olvidada por los judíos. Cuando Juan Bautista empieza a predicar en las riberas del Jordán: "Haced penitencia, que está cerca el Reino de Dios", todo ese pequeño pueblo comprendido entre el Mediterráneo, el Líbano, el Tiberíades y el Sinaí resonaba con las palabras de Gran Rey, Hijo de David, Reino de Dios. Las setenta semanas de años que Daniel había predicho entre el cautiverio de Babilonia y la llegada del Salvador del Mundo, se estaban acabando; y los profetas habían precisado de antemano, en una serie de recitados enigmáticos, una gran cantidad de rasgos de su vida y su persona, desde su nacimiento en Belén hasta su ignominiosa muerte en Jerusalén.
Entonces aparece en medio de ellos ese joven Doctor impetuoso, que cura enfermos y resucita muertos, a quien el Bautista reconoce y los fariseos desconocen, el cual se pone a explicar metódicamente en qué consiste el Reino de Dios, a desengañar ilusos, a reprender poderosos, a juntar discípulos, a instituir entre ellos una autoridad, a formar una pequeña e insignificante sociedad, más pequeña que un grano de mostaza, y a prometer a esa Sociedad, por medio de hermosísimas parábolas y de profecías deslumbradoras, los más inesperados privilegios: - durará por todos los siglos, se difundirá por todas las naciones, abarcará todas las razas; el que entre en ella, estará salvado; el que la rechace, estará perdido; el que la combata, se estrellará contra ella; lo que ella ate en la tierra, será atado en el cielo, y lo que ella desate en la tierra, será desatado en el cielo.
Y un día, en las puertas de Cafarnaúm, aquel Varón extraordinario, el más modesto y el más pretencioso de cuantos han vivido en este mundo, después de obtener de sus rudos discípulos el reconocimiento de que él era el Ungido, el Rey, y más aún, el mismo Hijo Verdadero de Dios vivo, se dirigió al discípulo que había hablado en nombre de todos y solemnemente le dijo: Y Yo a ti te digo
que tú eres Kefá, que significa piedra, y sobre esta piedra Yo levantaré mi Iglesia, y los poderes infernales no prevalecerán contra ella; y te daré las llaves del Reino de los Cielos. Y Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos.
Y desde entonces, vióse algo único en el mundo: esa pequeña Sociedad fue creciendo y durando, y nada ha podido vencerla, nada ha podido hundirla, nadie ha podido matarla. Mataron a su Fundador, mataron a todos sus primeros jefes, mataron a miles de sus miembros durante las diez grandes persecuciones que la esperaban al salir mismo de su cuna; y muchísimas veces dijeron que la habían matado a ella, cantaron victoria sus enemigos, las fuerzas del mal, las Puertas del Infierno, la debilidad, la pasión, la malicia humana, los poderes tiránicos, las plebes idiotizadas y tumultuantes, los entendimientos corrompidos, todo lo que en el mundo tira hacia abajo, se arrastra y se revuelca - la corrupción de la carne y la soberbia del espíritu aguijoneados por los invisibles espíritus de las tinieblas -; todo ese peso de la mortalidad y la corrupción humana que obedece al Ángel Caído, cantó victoria muchas veces y dijo: "Se acabó la Iglesia".
El siglo pasado, no más, los hombres de Europa más brillantes, cuyos nombres andaban en boca de todos, decían: "Se acabó la Iglesia, murió el Catolicismo". ¿Dónde están ellos ahora? Y la Iglesia, durante veinte siglos, con grandes altibajos y sacudones, por cierto, como la barquilla del Pescador Pedro, pero infalible irrefragablemente, ha ido creciendo en número y extendiéndose en el mundo; y todo cuanto hay de hermoso y de grande en el mundo actual se le debe a ella; y todas las personas más decentes, útiles y preclaras que ha conocido la tierra, han sido sus hijos; y cuando perdía un pueblo, conquistaba una Nación; y cuando perdía una Nación, Dios le daba un Imperio; y cuando se desgajaba de ella media Europa, Dios descubría para ella un Mundo Nuevo; y cuando sus hijos ingratos, creyéndose ricos y seguros, la repudiaban y abandonaban y la hacían llorar en su soledad y clamar inútilmente en su paciencia...; cuando decían: "Ya somos ricos y poderosos y sanos y fuertes y adultos, y no necesitamos nodriza", entonces se oía en los aires la
voz de una trompeta, y tres jinetes siniestros se abatían sobre la tierra:
uno en un caballo rojo, cuyo nombre es La Guerra;
otro en un caballo negro, cuyo nombre es El Hambre;
otro en un caballo bayo, cuyo nombre es La Persecución final;
y los tres no pueden ser vencidos sino por Aquel que va sobre el caballo blanco, al cual le ha sido dada la espada para que venza, y que tiene escrito en el pecho y en la orla de su vestido: Rey de Reyes y Señor de Dominantes.
El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres primeros caballos del Apocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por Radio Excelsior (Sección Amena) una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su sueño de paz y de amor ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a ser crucificado.
El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿o qué se ha pensado él que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar El solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?
Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y - consolémonos - es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de Cristo. Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos, dice Cristo.
En la última parábola que San Lucas cuenta, antes de la Pasión, está prenunciado eso: "Semejante es el Reino de los cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia". Eso contó N. S. Jesucristo hablando de sí mismo, y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos Cristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le quiera!
Los hombres y los pueblos podrán rechazar la llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. "No podéis servir a Dios y a las riquezas", dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de
Plutón, el demonio de las riquezas.
En su encíclica Quadragésimo, el papa Pío XI describe de este modo la condición del mundo de hoy, desde que el Protestantismo y el Liberalismo lo alejaron del regazo materno de la Iglesia, y decidme vosotros si el retrato es exagerado: "La libre concurrencia se destruyó a sí misma; al libre cambio ha sucedido una dictadura económica. El hambre y sed de lucro ha suscitado una desenfrenada ambición de dominar. Toda la vida económica se ha vuelto horriblemente dura, implacable, cruel. Injusticia y miseria. De una parte, una inmensa cantidad de proletarios; de otra, un pequeño número de ricos provistos de inmensos recursos, lo cual prueba con evidencia que las riquezas creadas en tanta copia por el industrialismo moderno no se hallan bien repartidas".
El mismo Carlos Marx, patriarca del socialismo moderno, pone el principio del moderno capitalismo en el Renacimiento, es decir, cuando comienza el gran movimiento de desobediencia a la Iglesia; y añora el judío ateo los tiempos de la Edad Media, en que el artesano era dueño de sus medios de producción, en que los gremios amparaban al obrero, en que el comercio tenía por objeto el cambio y la distribución de los productos. Y no el lucro y el dividendo, y en que no estaba aún esclavizado al dinero para darle una fecundidad monstruosa. Añora aquel tiempo, que si no fue un Paraíso Terrenal, por lo menos no fue una Babel como ahora, porque los hombres no habían recusado la Reyecía de Jesucristo.
Los males que hoy sufrimos, tienen, pues, raíz vieja; pero consolémonos, porque ya está cerca el jardinero con el hacha. Estamos al fin de un proceso morboso que ha durado cuatro siglos. Vosotros sabéis que en el llamado Renacimiento había un veneno de paganismo, sensualismo y descreimiento que se desparramó por toda Europa, próspera entonces y cargada de bienestar como un cuerpo pletórico. Ese veneno fue el fermento del Protestantismo; rebelión de los ricos contra los pobres, como lo llamó Beiloc, que rompió la unidad de la Iglesia, negó el Reino Visible de Cristo, dijo que Cristo fue un predicador y un moralista, y no un Rey; sometió la religión a los poderes civiles y arrebató a la obediencia del Sumo Pontífice casi la mitad de Europa. Las naciones católicas se replegaron sobre sí mismas en el movimiento que se llamó Contra-Reforma, y se ocuparon en evangelizar el Nuevo Mundo, mientras los poderes protestantes inventaban el puritanismo, el capitalismo y el imperialismo.
Entonces empezó a invadir las naciones católicas una a modo de niebla ponzoñosa proveniente de los protestantes, que al fin cuajó en lo que llamamos Liberalismo el cual a su vez engendró por un lado el Modernismo y por otro el Comunismo. Entonces fue cuando sonó en el cielo la trompeta de la cólera divina, que nadie dejó de oír; y el Hombre Moderno, que había caído en cinco -idolatrías y cinco desobediencias, está siendo probado y purificado ahora por cinco castigos y cinco penitencias:
Idolatría de la Ciencia, con la cual quiso hacer otra torre de Babel que llegase hasta el cielo; y la ciencia está en estos momentos toda ocupada en construir aviones, bombas y cañones para voltear casas y ciudades y fábricas;
Idolatría de la Libertad, con la cual quiso hacer de cada hombre un pequeño y caprichoso caudillejo; y éste es el momento en que el mundo está lleno de despotismo y los pueblos mismos piden puños fuertes para salir de la confusión que creó esa libertad demente;
Idolatría del Progreso, con el cual creyeron que harían en poco tiempo otro Paraíso Terrenal; y he aquí que el Progreso es el Becerro de Oro que sume a los hombres en la miseria, en la esclavitud, en el odio, en la mentira, en la muerte;
Idolatría de la Carne, a la cual se le pidió el cielo y las delicias del Edén; y la carne del hombre desvestida, exhibida, mimada y adorada, está siendo destrozada, desgarrada y amontonada como estiércol en los campos de batalla;
Idolatría del Placer, con el cual se quiere hacer del mundo un perpetuo Carnaval y convertir a los hombres en chiquilines agitados e irresponsables; y el placer ha creado un mundo de enfermedades, dolencias y torturas que hacen desesperar a todas las facultades de medicina.
Esto decía no hace mucho tiempo un gran obispo de Italia, el arzobispo de Cremona, a sus fieles. ¿Y nuestro país? ¿Está libre de contagio? ¿Está puro de mancha? ¿Está limpio de pecado? Hay muchos que pare creerlo así, y viven de una manera enteramente inconsciente, pagana, incristiana, multiplicando los errores, los escándalos, las iniquidades, las injusticias. Es un país tan ancho, tan rico, tan generoso, que aquí no puede pasar nada; queremos estar en paz con todos, vender nuestras cosechas y ganar plata; tenemos gobernantes tan sabios, tan rectos y tan responsables; somos tan democráticos, subimos al gobierno solamente a aquel que lo merece; tenemos escuelas tan lindas; tenemos leyes tan liberales; hay libertad para todo; no hay pena de muerte; si un hombre agarra una
criaturita en la calle, la viola, la mata y después la quema, ¡qué se va a hacer, paciencia!; tenemos la prensa más grande del mundo: por diez centavos nos dan doce sábanas de papel llenas de informaciones y de noticias; tenemos la educación artística del pueblo hecha por medio del cine y de la radiotelefonía; ¡qué pueblo más bien educado va a ir saliendo, un pueblo artístico! ¡Qué país, mi amigo, qué país más macanudo! - ¿Y reina Cristo en este país? - ¿Y cómo no va a reinar? Somos buenos todos. Y si no reina, ¿qué quiere que le hagamos?
Tengo miedo de los grandes castigos colectivos que amenazan nuestros crímenes colectivos. Este país está dormido, y no veo quién lo despierte.
Este país está engañado, y no veo quién lo desengañe. Este país está postrado, y no se ve quién va a levantarlo. Pero este país todavía no ha renegado de Cristo, y sabemos por tanto que hay alguien capaz de levantarlo. Preparémonos a su venida y apresuremos su venida. Podemos ser soldados de un gran Rey; nuestras pobres efímeras vidas pueden unirse a algo grande, algo triunfal, algo absoluto. Arranquemos de ellas el egoísmo, la molicie, la mezquindad de nuestros pequeños caprichos, ambiciones y fines particulares. El que pueda hacer caridad, que se sacrifique por su prójimo, o solo, o en su parroquia, o en las Sociedades Vicentinas...
El que pueda hacer apostolado, que ayude a Nuestro Cristo Rey en la Acción Católica o en las Congregaciones. El que pueda enseñar, que enseñe, y el que pueda quebrantar la iniquidad, que la golpee y que la persiga, aunque sea con riesgo de la vida. Y para eso, purifiquemos cada uno de faltas y de errores nuestra vida. Acudamos a la Inmaculada Madre de Dios, Reina e los ángeles y de los hombres, para que se digne elegirnos para militar con Cristo, no solamente ofreciendo todas nuestras personas al trabajo, como decía el capitán Ignacio de Loyola, sino también para distinguirnos y señalarnos en esa misma campaña del Reino de Dios contra las fuerzas del Mal, campaña que es el eje de la historia del mundo - sabiendo que nuestro Rey es invencible, que su Reino no tendrá fin, que su triunfo y venida no está lejos y que su recompensa supera todas las vanidades de este mundo, y más todavía, todo cuanto el ojo vio, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
(Leonardo Castellani, Cristo ¿Vuelve o no vuelve?, Paucis Pango, Bs. As., 1951, 167-178).
Aplicación: Juan Pablo II - Fiesta de Cristo Rey
1. Nuestros pensamientos y corazones se dirigen hoy a Aquel que, a la pregunta de Pilato: "¿Tú eres rey?", responde: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn18, 37).
Los tiempos en que vivimos nos exigen pensar cada vez más frecuentemente en esta respuesta; nos piden buscar a ese Rey único, sentir nostalgia de Él, desearlo cada vez más fervientemente. En efecto, qué maravilloso es este Rey que renuncia a todos los signos del poder, a los instrumentos del dominio, a la fuerza y a la prepotencia, y desea reinar solamente con la fuerza de la verdad y del amor, con la fuerza de la convicción interior y del puro abandono. ¡Este Rey es realmente único! Cuánto debe desearlo el hombre de hoy, cansado de esos sistemas de ejercicio del poder, que en tantos lugares del globo no ahorran al hombre opresión y violencia. Son formas de poder que tratan de condicionar al hombre incluso en sus dimensiones más interiores, lo subordinan a sistemas ideológicos sin tener en cuenta si esos sistemas corresponden o no a sus convicciones, y hacen depender su vida cívica y social más de la aceptación de esos sistemas que no de los méritos efectivos de la persona.
Qué maravilloso es este Rey, Jesucristo, que rechazó semejantes métodos de guiar al hombre. Él dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn18, 36). Ha rechazado no sólo todos los medios de ejercitar el poder sobre los demás mediante la fuerza y la violencia, sino que se ha privado incluso del legítimo apoyo de defensa ante sus perseguidores.
Todo esto para entrar en la vida del hombre con la sola fuerza de la verdad y del amor, para obtener el reino de los corazones humanos, en todos los que son capaces de escuchar su voz y de percibir su llamada. Y éstos no faltan; más aún, son numerosos incluso allí donde hay silencio absoluto en torno a ellos, donde son tratados como si no existiesen, donde están privados de los derechos humanos elementales, que sólo se les garantizan a lo sumo teóricamente, donde son encarcelados y procesados porque se reúnen juntos para orar o para la lectura de la Palabra de Dios, o porque han transcrito textos litúrgicos para uso de los fieles que quieren orar.
Y ni siquiera pueden, ciertamente conquistar los corazones humanos esos sistemas que no reconocen la igualdad entre los hombres, que son todos hijos de Dios, y para negarla se aprovechan de pretextos de raza, de cultura, de opiniones, incluso pacíficamente expresadas, o no respetan exigencias de la dignidad física y moral de las personas, comenzando por el derecho a la propia defensa, cuando son acusados.
En todos esos sistemas de opresión y de persecución no faltan hombres que, a precio de valentía y sufrimiento, dan testimonio de Cristo y eligen a este Rey único, que reina en los corazones humanos sólo con la fuerza de la verdad y del amor. Unámonos hoy a ellos de modo especial en la oración.
2. Después quiero haceros partícipes de los sentimientos que he experimentado recientemente con grupos de obispos de Colombia, que han venido para su "visita ad Limina".
Desgraciadamente el nombre de Colombia nos hace pensar hoy con estremecimiento y conmoción en el terremoto que, hace dos días, ha sacudido esa tierra, sembrando muerte y destrucción. Acoja Dios en su casa a cuantos han sido víctimas, y la solidaridad cristiana y humana se comprometa a aliviar los sufrimientos de cuantos se encuentran en el dolor y sin casa.
En Colombia ha crecido la semilla que, hace siglos, echaron los misioneros, y hoy esa nación, que tiene casi 28.000.000 de habitantes, es católica en su enorme mayoría, con una organización eclesiástica de 59 circunscripciones.
Ciertamente no faltan problemas, pero me resulta consolador saber que la Iglesia puede contar en Colombia con el valioso trabajo de 3.150 sacerdotes diocesanos, 3.650 religiosos y más de 18.000 religiosas, amén de los millares de laicos miembros de Movimientos apostólicos, todos generosamente comprometidos en la evangelización y en la promoción humana, coordinadas por el Episcopado. Hay allí signos de una cierta floración de las vocaciones: funcionan 19 seminarios mayores con más de 1.000 alumnos, a la vez que se preparan para su consagración a la Iglesia 450 aspirantes religiosos y 750 novicias.
Imploramos sobre la querida nación colombiana, por la intercesión de la Virgen Santísima, que allí es invocada especialmente bajo la advocación de "Virgen de Chiquinquirá", las más amplias bendiciones del Señor.
3. Esta tarde, los miembros de diversos sectores del apostolado de los laicos de todas las parroquias de Roma, se reunirán conmigo, su Obispo, en la basílica de San Pedro para reflexionar sobre su vocación a la luz de los documentos conciliares, y para renovar el compromiso de ser ?siguiendo al Señor Jesús? "testigos fieles" del señorío de Dios en la creación y en la historia del hombre, construyendo una verdadera comunidad cristiana, capaz de anunciar el Evangelio con generosidad y coherencia, participando en cada una de las esferas de la vida contemporánea para formarla y animarla cristianamente.
Les pediré a ellos y ahora os pido a todos no echarse atrás frente a las responsabilidades apostólicas, que se derivan del bautismo y de la confirmación, y reafirmadas por la participación en la Eucaristía, sino entregar la aportación propia para la construcción de ese Reino que, aun no siendo de este mundo, sin embargo ya existe aquí abajo porque es para nosotros y está en medio de nosotros.
(Juan Pablo II, ÁNGELUS Domingo 25 de noviembre de 1979 Fiesta de Cristo Rey)
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Aplicación: Benedicto XVI - Cristo Rey
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. El evangelio de hoy nos propone de nuevo una parte del dramático interrogatorio al que Poncio Pilato sometió a Jesús, cuando se lo entregaron con la acusación de que había usurpado el título de "rey de los judíos". A las preguntas del gobernador romano, Jesús respondió afirmando que sí era rey, pero no de este mundo (cf. Jn 18, 36). No vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. Y añadió: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37).
Pero ¿cuál es la "verdad" que Cristo vino a testimoniar en el mundo? Toda su existencia revela que Dios es amor: por tanto, esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La cruz es el "trono" desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31) e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y por último la muerte, sean sometidos (cf. 1 Co 15, 25-26). Entonces el Hijo entregará el Reino al Padre y finalmente Dios será "todo en todos" (1 Co 15, 28).
El camino para llegar a esta meta es largo y no admite atajos; en efecto, toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Este es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto de salvación, un "misterio" en el sentido bíblico del término, es decir, un designio que se revela poco a poco en la historia.
A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su "sí" incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra. A su intercesión encomendamos la Iglesia y toda la humanidad, para que el amor de Dios reine en todos los corazones y se realice su designio de justicia y de paz.
(Benedicto XVI, ÁNGELUS, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, Domingo 26 de noviembre de 2006)
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Exégesis: Joseph Marie Lagrange, O. P. - Jesús, acusado por los
judíos delante de Pilato (Lc 23,2; Jn 18,29-32)
Advertido Pilato de aquella demostración, y de seguro avisado por la
policía, salió a algún balcón de la calle o tal vez a una gradería o
descanso de escalera.
Después de algunas palabras de saludo, el procurador fue al grano: « ¿Qué
alegáis contra este hombre?» Los del Sanedrín creyeron oportuno preparar el
terreno para su sensacional denuncia. ¡Se trataba de un asunto muy grave!
Conocedor de sus marrullerías, Pilato, sin duda informado de que era asunto
de carácter religioso, quiso desentenderse del problema: «Tomadle vosotros y
juzgadle según vuestra ley». Aquellas palabras de Pilato, ¿eran en verdad
una autorización para sentenciarle a muerte? Tal sentencia no había sido
pronunciada. Los judíos aclaran sus intentos. «A nosotros no nos está
permitido matar a nadie». Después, para probar a Pilato que el asunto era
verdaderamente serio y de sola su incumbencia: «Hemos hallado a este hombre
que pervierte la nación y prohíbe dar tributo al César, diciendo que Él es
el Mesías, el rey» (según Lc 23, 2). Supieron muy bien dar a este asunto
carácter político con notas bien perfiladas para excitar la irascibilidad de
Pilato.
Interrogatorio de Pilato (Lc 23,2; Mc 15,2-5; Mt 27,11-14; Jn 18,33-38)
Volvió al pretorio, llamó a Jesús y se puso a preguntarle: « ¿Eres tú rey de
los judíos?»1 En los labios de un romano, semejante pregunta era acusar a
Jesús de ser revolucionario. Jesús no podía responder afirmativamente en el
sentido que se le preguntaba. Dice un proverbio árabe «que la pregunta es
madre de la respuesta». Para saber lo que se le reprochaba, pide Jesús a
Pilato si habla en nombre propio o sólo es eco de lo que los judíos han
dicho. Aunque en nada se extralimitaba de su derecho de defensa, se concibe
que haya desagradado a Pilato al verse obligado a confesar que tomaba a su
cargo acusar de lo que no comprendía. Pilato replica con desdén: « ¿Acaso
soy yo judío? Tu nación y los Sumos Sacerdotes te han puesto en mis manos;
¿qué hiciste?» El procedimiento es claramente el de un juez que instruye un
proceso en que los cargos son abrumadores. Para arrancar una confesión
franca supone imperturbable que alguna culpabilidad existe.
Jesús se atiene a la acusación formulada contra Él, Él jamás se las había
dado de rey político; si por tal se tuviera, contaría con sus partidarios y
habrían sacado sus espadas para defenderle. Pilato ve que nada tiene de rey.
Su reino no es de este mundo. Atónito y embarazado con esta distinción,
Pilato, poco hecho a nociones espirituales, se repliega a sus posiciones:
«Luego tú eres rey». Jesús está en el sentido ya indicado: «Tú lo dices: soy
rey»2, y precisando su pensamiento dice que vino al mundo para dar
testimonio de la verdad. Él reina en primer término sobre las almas y es
seguido por aquellos que aman la verdad. Pilato, de inteligencia poco
despierta, no creyéndose obligado, como otros muchos personajes más grandes
que él, a dar su nombre a una secta filosófica, miraba con desprecio, como
todos los hombres prácticos y por otra parte excelentes funcionarios, las
altas especulaciones: «¿Y qué es la verdad?» Hace la pregunta y poco le
importa la respuesta; pero su buen sentido le hizo ver claramente que de
parte de Jesús no había ningún peligro para los intereses de Roma. Si
perturbó el orden público, sería por algún debate religioso, que tanto
excitaban las pasiones de los judíos. En efecto, los clamores de fuera se
levantaban más y llegaban hasta el palacio. Jesús, hecha su declaración, se
calló. Hubiera querido Pilato, aunque sólo fuera por curiosidad, saber su
respuesta. Presentía que los judíos le andaban armando algún enredo que les
sirviera de pretexto para acusarlo delante de Roma. ¿Tenían todos el mismo
pensamiento? ¿Qué pensaba de esto Herodes Antipas y los demás príncipes
judíos, que lo habían acusado a Roma por motivo de los escudos.
(LAGRANGE, JOSEPH, Vida de Jesucristo, Edibesa, Madrid, 2002, pp. 489 - 491)
(1) Según Jn 18,33. Que nada ha dicho para hacer
verosímil esta cuestión, sino que se apoya en las acusaciones proferidas en
San Lucas.
(2) La confesión que se halla en los tres
sinópticos es ésta: « ¿Eres tú el Rey de los judíos? Tú lo has dicho».
Exégesis: Manuel de Tuya - El proceso
Mt-Mc siguen en este proceso un relato muy paralelo; Lc da algún detalle de interés (23,2), más la escena del envío de Cristo a Antipas. Juan no solo da detalles que matizan las narraciones sinópticas, sino que trae parte de la conversación de Cristo con Pilato sobre el sentido espiritual de su reino, la escena del "Ecce Homo" y la tercera escena del juicio de Pilato sobre Cristo, sobre su filiación divina. El relato de Mt es bastante esquemático.
Los tribunales romanos se abrían muy de mañana: "prima luce".
Podría suponerse el comienzo de este proceso sobre las seis o siete de la mañana. Mt introduce sin más el proceso, yendo, como es su estilo, a la sustancia de los hechos, preguntándosele si es el "rey de los judíos". Esto supone el conocimiento que de esta acusación tenía Pilato, ya que el acusado tenía que haber sido presentado al procurador con una notificación oral o escrita de su acusación.
Mt pone la respuesta afirmativa de Cristo: "Tú lo dices". La fórmula no era ordinaria, pero su uso revestía solemnidad. Jn destacará bien el sentido de esta interrogación de Pilato y la precisión de la respuesta de Cristo.
Pero hubo otras "acusaciones" de los príncipes de los sacerdotes y ancianos. En Lc, estas acusaciones eran todas convergentes en llevar la acusación al terreno político de su realeza, lo que era una competición contra Roma. Cristo no se presentaba como un "zelote" exigiendo la libertad política, sino como el mismo Rey Mesías profetizado.
A la pasión de estas "acusaciones", Cristo no respondió nada. Era el silencio de la inocencia y de la dignidad ante la pasión y la falsedad. Pilato mismo, que le invitó a defenderse, se "maravilló" ante aquel silencio. No seria improbable que en el evangelio de Mt, con tantas conexiones mesiánicas con el A. T., quiera resaltar en este silencio el cumplimiento del "silencio" del "Siervo de Yahvé" (Is 53,7).
Este relato tan esquemático de Mt está suponiendo el más explícito de Lc, a cuyo momento, y tras la inquisición de la acusación y sus motivos, se reconoce al instante la inocencia de Cristo. No es una realeza temporal a la que aspira, como lo demuestra su enseñanza y el ser su conducta social tan distinta de los agitadores políticos y seudomesías que por entonces aparecían.
Pero dar una negativa rotunda a la petición del sanedrín y con el pueblo delante, excitado y fanatizado en los días pascuales, era de temer una revuelta.
Lc cuenta la salida de Pilato, remitiendo, hábilmente, el proceso a Antipas, a cuya jurisdicción pertenecía Cristo, aunque en lo judío caía bajo la jurisdicción del gran sanedrín, ya que Roma solía respetar su administración y leyes.
Fracasándole esta salida de remitir Cristo a Herodes, hizo conocer a los príncipes de los sacerdotes y al pueblo, reforzado por el juicio de Antipas, la inocencia de Cristo. Pero, temiendo revueltas y queriendo complacer a los judíos y salvar a Cristo, y acaso para no ceder ante la imposición judía, anuncia que lo "corregirá", que era la "flagelación" (Jn-Lc), y que luego lo soltará.
Psicológicamente se ve a Pilato con el pleito perdido por torpeza. Entró en diálogo con el pueblo, y las exigencias de éste, bien adoctrinado por sus jefes religiosos, y las exigencias de ellos, están ya respaldadas por el terror de la revuelta. Y en vista del fracaso de la "flagelación" y la "escena de burla" que relata Jn, apela a otro expediente: soltarles a un preso "famoso" pero planteándoles el dilema de él o Cristo.
Existía entre los judíos la "costumbre" de liberar a un encarcelado por la "fiesta", que era la Pascua (Jn 18,39). Esta "costumbre" acaso estaba establecida en memoria de la liberación de Egipto. Roma la respetó, como respetaba tantos usos de sus pueblos sometidos. En un papiro greco-egipcio, aproximadamente del año 88-89 después de Cristo, se lee que el prefecto de Egipto C. Septimio Vegeto recibe la petición que le hace una parte litigante contra un tal Phibion; y, reconociendo el prefecto que es digno de la "flagelación", dice que lo perdona en gracia al pueblo (jarizomai tois ójlois).
Apelando a esta "costumbre", Pilato quiere utilizarla como un expediente de liberación de Cristo y de su misma humillación ante aquellas exigencias, lo que está en pleno acuerdo con lo que se sabe de él por los datos de Josefo y Filón. Máxime conociendo que se lo habían entregado "por envidia" (Mt-Mc).
Les propone el dilema de soltarles a Cristo o Barrabás. En aquella época, las turbulencias sociales se sucedían fácilmente. Barrabás era "ladrón" (Jn), había sido encarcelado por cierta "sedición que hubo en la ciudad", y en la que había tomado parte en un "homicidio" (Mc). Además, debió de ser un cabecilla temible, pues era un "preso famoso" (Mt).
No obstante este dilema, "los príncipes de los sacerdotes y los ancianos persuadieron a la muchedumbre que pidiesen a Barrabás". Se comprende fácilmente este cambio en la psicología de la multitud. Eran sus dirigentes religiosos los que ejercían-sobre todo los fariseos-un influjo totalmente fanático sobre las gentes. El gran profeta, el Mesías por ellos deformadamente esperado, estaba preso por orden de sus dirigentes religiosos, y, no bastando esto, ahora les exigían pedir su muerte. Es lo que tumultuosamente van a hacer, como se ve en el relato de los evangelios.
Pero, en este intervalo de indecisiones, Mateo es el único que cuenta la escena del aviso que la mujer de Pilato le envía al "tribunal", para que no se comprometa con la condena de ese "justo", pues ha "padecido mucho en sueños esta noche a causa de él".
Los sueños tenían en la antigüedad importancia y superstición. Sobre todo para un romano, pesaba el sueño de Calpurnia, la mujer de César, que, por haberlo soñado la víspera de su muerte bañado en sangre, no quería dejarlo salir de casa. No hace falta pensar en una gracia sobrenatural que se enviase así a Pilato, que estaba proclamando la inocencia de Cristo. Pues la hora de la redención estaba a punto. Todo se puede explicar bien naturalmente. La mujer del procurador de Roma había oído hablar de Cristo, de sus milagros, y probabilísimamente aquella noche los servicios secretos de Pilato debían haber traído sus informes sobre Cristo y sobre lo que contra El se tramaba. Mujer sensible y justa-hasta se la quiere hacer "prosélita" del judaísmo -, manifiesta en aquella hora trágica su sentir sobre aquel "justo", para evitar a su marido aquella condena.
Ciertamente un magistrado no podía atenerse en la administración de la justicia a sueños de mujeres. En todo caso, una coincidencia providencial no es para hacerle decidir, pero sí para hacerle pensar. La tradición la llama Claudia Prócula.
El diálogo, o la táctica inhábil de Pilato con el pueblo, amaestrado astutamente allí por sus dirigentes, condujo a la catástrofe de su claudicación. El peligro a perturbaciones sociales, en la sobreexcitación pascual, le hizo temer a Pilato. Sobre todo el peligro de delaciones a Roma, donde ya tenía otras que le valieron el aviso de su corrección; delación que sería ahora de no velar por la autoridad de Roma ante un competidor rey. Y esto Tiberio lo castigaba "atrocissime".
Por eso Pilato, viendo "que el tumulto crecía cada vez más", da la sentencia de crucifixión de Cristo. Pero antes protestó su inocencia, lavándose en público sus manos.
El use de lavarse las manos para protestar inocencia es conocido tanto de los greco-romanos como de los judíos.
Pero a este gesto y a esta protesta bubo una respuesta terrible: que cayese su sangre sobre ellos y sobre sus hijos. Acaso primero lo fueron los sanedritas, y luego "el pueblo" se le unió con la formula usual: "Amen". Sobre su significado en la literatura rabínica se ha escrito: "Estas palabras significaban que la responsabilidad y la falta vienen a nosotros y a nuestros hijos. Ejemplo: si alguno bebe, lleva su sangre sobre su cabeza (es decir, la responsabilidad de su falta). Sin embargo, en los judíos que lo pronuncian era, para ellos, una prueba de su inocencia y de la culpabilidad de Cristo.
A Mt, escribiendo para judeo-cristianos, le interesaba resaltar con la expresión rotunda "todo el pueblo", cuando allí de hecho solo debería haber una multitud, una responsabilidad moral amplia, por vinculación con el sanedrín, de Israel.
Hecho lo cual, Pilato dio la sentencia de muerte. Esta había de darse sentado en la "silla curul" puesta sobre el "bema" o estrado. La fórmula posiblemente fue el ibis ad crucem: "Irás a la cruz", u otra semejante. Y soltó a Barrabás.
(Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, pg. 575-578)
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Aplicación: Fray Justo Pérez de Urbel - El interrogatorio
El juez y el juzgado están uno frente a otro. El Pretorio está instalado en la torre Antonia. Tal vez en otras ocasiones Pilatos establecía su residencia, y con su residencia su tribunal-la alta tribuna y la silla curul-, allí al fondo, en el fastuoso palacio de Herodes, camino de Belén; ahora, sin embargo, ha querido ir a parar a la gran fortaleza, tal vez porque se prestaba mejor para vigilar al hormiguero humano que, con motivo de la Pascua, se aglomeraba en los alrededores del templo.
Nos lo da a entender San Juan al decir que mandó poner su tribunal en un sitio llamado Litóstrotos, y en hebreo, Gábbatha. Gábbatha significa altura, y designa la colina de Bezetha, la más alta de Jerusalén, la que servía de base a la torre Antonia; Litóstrotos, en griego, quiere decir pavimento de losas, y nos recuerda el gran enlosado que cubría el patio central de la torre, y que recientes excavaciones han dejado al descubierto en una superficie de 2.500 metros cuadrados, con piedras bien talladas de dos metros de lado, en las cuales pueden verse todavía dibujos de juegos típicamente militares, con los cuales debían matar el tiempo los soldados de guardia. Allá fuera siguen gritando los acusadores, trabajando a la plebe fosca y greñuda, promoviendo una coacción popular por si el procurador se pone tonto. Y recuerdan las antiguas matanzas y las antiguas dejaciones de la autoridad. Jesús está en pie. Pilatos, desde su silla, le mira con curiosidad y ansiedad. A el solo le interesa la política.
Empieza con una pregunta ambigua que recogen los cuatro evangelistas: "¿Eres Tú el Rey de los Judíos?" Este era, en efecto, el punto que debía dilucidarse en su tribunal: el que recogía el aspecto civil de las pretensiones mesiánicas que se reprochaban a Jesús. Deseando precisar la querella, Jesús responde con una contra-pregunta que refleja hasta qué punto conservaba la superioridad sobre el que le interrogaba: "¿Dices tú eso por inspiración propia o no haces más que repetir lo que otros te dijeron de Mí?" Es un esfuerzo para hacer ver a Poncio la importancia del dictamen que va a dar; un esfuerzo que se estrella contra el desdén del procurador. Algo sorprendido por el tono del acusado, responde Poncio, entre irónico y severo: "¿Soy acaso yo judío? Tu nación y los príncipes de los sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué has hecho? No soy judío; no me interesan vuestras querellas. Si estás delante de mí, la culpa no es mía. Algo habrán encontrado en Ti tus compatriotas para traerte a mi tribunal."
Es decir, que, en realidad, no hada más que repetir lo que otros le habían dicho, Y así quedaba dilucidado que los mismos que le condenaban poco antes porque se proclama Mesías e Hijo de Dios son los que le acusan ahora de ambicionar la realeza. Pero Jesús hace comprender al procurador que no tiene por qué alarmarse de sus pretensiones: "Mi reino-le dice-no es de este mundo; si lo fuera, mis partidarios lucharían para que Yo no fuese entregado a los judíos; Pero mi reino no es de aquí." Es un nuevo esfuerzo para llevar al juez a ideas más altas, y no solo una sencilla justificación, y al mismo tiempo una declaración velada, de que no teme la sentencia de muerte, que le entregaría a los judíos.
Pero el agnóstico no sospechó siquiera el terror del misterio. Quedó más tranquilo al oír la respuesta del acusado, y si el tribuno le había contado la escena del prendimiento, debió pensar que los hechos venían en confirmación de las palabras; pero demasiado sabía el que la fuerza de un rey eran las legiones, los soldados. ¿Qué importancia podía dar a un rey que no sabía o no podía encontrar un pelotón de hombres para defenderse? Poncio empieza a tener lástima del acusado; desearía que renunciase a aquel título peligroso de rey que le haga sospechoso a las autoridades romanas.
Piensa en los retóricos de Atenas y en los místicos de Alejandría. Bien podía Jesús de Nazaret teorizar como ellos; pero expresándose de una manera más inocente. Y pregunta con acento de compasiva ironía: Luego ¿tú eres Rey?" En su respuesta Jesús es más explícito todavía: "Tú dices que Yo soy Rey." Y añade con amarga firmeza para precisar más aún el poder y la naturaleza de su reino: "Yo para esto nací y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad escucha mi voz." Ante el tribunal hebreo había apelado al testimonio de los profetas; ante el tribunal del pagano se esfuerza por despertar la voz de la conciencia. Pero, ante este nuevo llamamiento, Poncio continua insensible, sin entender el lenguaje del más allá, de la conciencia, de la verdad.
(Fray Justo Pérez de Urbel, Vida de Cristo, Ed. Rialp, Madrid, 1987, pg. 620-622)
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Comentario Teológico: Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, - El Rey de la Verdad
El ciclo litúrgico se cierra con esta fiesta de Cristo Rey en la que se nos presenta el célebre diálogo entre Pilato y Jesús. Curiosa o irónicamente, el evangelista ha ido presentando el desenlace final de Jesús Rey casi describiendo el ceremonial de coronación de reyes en el Antiguo Testamento: entrada triunfal sobre una mula, aclamaciones populares, proclamación oficial por escrito, entronización, coronación, unción..., pero todo ello no en un modo apoteósico, sino de una manera humilde. Y un Rey así, hablará con uno de los poderosos sobre algo fundamental para Jesús, que era meramente banal y curioso para Pilato: la verdad.
Detrás de este diálogo encontramos la terrible soledad en la que muere el Señor: abandonado por cuantos le temían como peligroso rival de sus púlpitos o de sus tronos (los fariseos y Pilato); por quienes le depreciaban desencantados ante un Mesías demasiado poco pelelón y agresivo (zelotes); también por quienes le seguían y amaban sinceramente, pero que acabarán huyendo, escondiéndose o renegando (discípulos).
La Verdad de Jesús, la Verdad de Dios, también tenía una precio duro e incómodo: la soledad. Podía haber convocado una cumbre y recortar los presupuestos de su economía de salvación, negociando con todos o con algunos de sus "abandonantes". Pero Jesús no quiso más que dar su vida por la obra del Padre Dios, de la cual vivió y por la cual se desvivió.
Así lo dice ante Pilato: "para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad". No se trata de una verdad abstracta y especulativa, ajena del todo a los que en la vida diaria acontece, sino de una verdad que tiene rostro, que tiene voz, que genera verdadera esperanza y gusto por la vida. El Semblante y la Palabra del Padre Dios es lo que Jesús testimonia, lo que Él nos da como verdad, como camino, como vida. Su Verdad es nuestra verdad, y no la que a veces nos inventamos nosotros o la que nos empeñamos en decidir en nuestras urnas interesadas.
La verdad de la vida, la verdad del amor, la verdad de la justicia, la verdad de la paz, la verdad de Dios y la del hombre, tienen un único rostro, una única voz, un único nombre: Jesucristo. Quiera Él ayudarnos a sentar esta verdad en nuestro trono personal y colectivo, y a abrazarla con todas nuestras fuerzas aunque ello nos pudiera ocasionar una pequeña o una grande soledad por los dominadores que usan y abusan de sus mentiras para seguir a toda costa en su poltrona de codicia, de lujuria y de poder. Sólo la Verdad nos hace libres, sólo el reinado de Jesucristo nos permite desmontar toda esclavitud y vivir como hijos ante Dios y como hermanos ante los demás.
(Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca, viernes 20 de noviembre de 2009 , comentario al Evangelio de este domingo XXXIV del tiempo ordinario, Juan 18, 33-37)
Comentario Teológico: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Cristo Rey
Los textos que acabamos de escuchar nos ayudan a comprender el sentido
plenario del misterio de la Realeza de Cristo.
1. Rey ante todo por su divinidad, ya que el Hijo, eterno y trascendente, es
la Imagen perfecta del Dios invisible, su Palabra eterna, al tiempo que la
base de sustentación, el vínculo de unidad y el principio arquitectónico de
la entera creación. Todo fue hecho para Él, por Él y en Él, y nada de lo que
se hizo se hizo sin Él, nos dice San Juan.
2. Pero es también Rey por su Encarnación. Así lo proclamó el ángel del
Señor cuando anunció el prodigio: "El Señor Dios le dará el trono de David,
su padre; reinará en la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá
fin".
Precisamente de eso lo acusarían ante Pilatos en el momento culminante de su
misión: "Pretende ser Cristo Rey". El Señor no lo disimuló: "En verdad yo
soy Rey, para esto he nacido, para esto vine al mundo". Reyecía de Cristo
escondida al principio en el seno de su Madre, porque ya desde entonces
"plugo al Padre que habitase en él toda la plenitud de la divinidad".
Reyecía de Cristo que se expresa paradojalmente en los instrumentos de su
valía; en aquella caña de ignominia que le entregaron por burla, pero que
fue en realidad su cetro real; en la corona de irrisión que sustentaba aquel
irónico letrero: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", pero que al estar
escrito en los tres idiomas de la universalidad, latín, griego y arameo,
significaba la victoria de la catolicidad. Realeza de Cristo que se
manifiesta en la exaltación de la Cruz, elevado a la cual atraería hacia sí
todas las cosas, Cruz de la entronización real a la que accede Aquel que al
extenderse sobre ella quiso verticalmente reconciliar el cielo con la
tierra, y horizontalmente extender sus brazos para abarcar la historia, con
sus espacios y sus tiempos. Reyecía que resplandece señorialmente el día de
su Resurrección, cuando resurgió cual "primogénito de entre los muertos" y
como cabeza del cuerpo "para que en todo tenga él la primacía. Reyecía que
se explicitará de manera palmaria en su segunda venida, en su Parusía
gloriosa, cuando retorne para juzgar a vivos y muertos. Cúmplese así aquello
que oímos en la segunda lectura de hoy, en aquel texto del Apocalipsis donde
el Señor dice de sí mismo: "Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era
y el que vendrá, el Todopoderoso".
Tal es, en síntesis, el misterio de la Realeza de Cristo: Rey natural,
porque Dios; Rey por herencia, porque Hijo de Dios; Rey por dominio, porque
creador; Rey por derecho de conquista, porque vencedor del demonio. Nada,
pues, de extraño que al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo,
en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que el Ungido del
Padre ha sido entronizado en la sede real de la gloria.
Pero, ¿Rey de quién? ¿Rey para qué?
3. Él quiere, sin duda, ganar el universo, pero prefiere hacerlo
conquistando primero los individuos. Anhela ser Rey de nuestros corazones.
Vino al mundo para dominar la rebeldía de los pueblos, mas ésta había
surgido precisamente en el corazón del hombre que le negó su obediencia y su
afecto. El insensato combate contra Dios se entabla, pues, en dicho terreno,
y Cristo ha querido vencer justamente en ese campo. "Mi reino está dentro de
vosotros", dijo. Es cierto que ya le pertenecemos de hecho, porque por
naturaleza somos de Él, pero debemos entregarle también nuestro amor como
nuevo título personal de dominio. Aprovechemos el día de hoy para ofrecerle
aquellas zonas de nuestro interior que todavía no han aceptado del todo su
imperio salvador, dejemos que su luz indeficiente ilumine aquellas franjas
de nuestra vida que en cierta manera yazcan todavía en las tinieblas de la
idolatría.
4. Cristo quiere, pues, poner su trono en nuestros corazones. Pero ello no
es todo. También ha dicho: "Se me ha dado todo poder en el cielo y en la
tierra". Es el eco de lo que profetizara Daniel, según lo escuchamos en la
primera lectura de hoy: "Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y
lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas". Efectivamente, Cristo
quiere ser también el Rey de las sociedades. Los hombres no se independizan
de Él por el hecho de haberse organizado en sociedad. Hay quienes querrían
ofrecer a Cristo el incienso de Dios, pero no el oro de su Realeza en el
orden temporal. Y sin embargo el Apocalipsis nos describe al Cordero
soberano, revestido con un largo manto en cuya orla está escrito: "Rey de
los reyes y Señor de los señores".
Es el anhelo que se manifiesta en el antiguo himno de Vísperas del Oficio
Divino de hoy: "Que con honores públicos te ensalcen los que tienen poder
sobre la tierra; que el maestro y el juez te rindan culto, y que el arte y
la ley no te desmientan". He aquí todo un programa de acción apostólica.
Porque en el mundo de hoy no son pocos los que se empeñan en querer
destronar a Cristo, haciendo suya aquella terrible imprecación: "No queremos
que éste reine sobre nosotros". Sin embargo, la Palabra de Dios permanece:
"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen". Y
nosotros, súbditos indignos de su Reino, hemos sido llamados para colaborar
con Dios en la edificación de la casa, hemos sido convocados para "instaurar
todas las cosas en Cristo", según la feliz expresión de San Pablo, escogida
como lema pontificio por San Pío X.
A lo largo de estos últimos siglos se ha desencadenado un complejo proceso
de descristianización. Negación de la Iglesia verdadera, ante todo, con la
Reforma protestante. Negación de Cristo, luego, en el deísmo y racionalismo
del siglo pasado. Negación lisa y llana de Dios, en el ateísmo
contemporáneo, sea bajo forma militante, en el marxismo, sea bajo forma de
marginación, en el liberalismo. Negación, como puede verse, progresiva:
Iglesia, Cristo, Dios, que concluye en la gran apostasía contemporánea, con
su intento de crear un paraíso en la tierra donde el verdadero rey sea el
hombre autónomo, con la desgraciada colaboración de no pocos católicos
ingenuos o cómplices.
Frente a este proceso y a esta situación, el Papa Pío XI instituyó la fiesta
de hoy y al instituirla afirmó: "Cuanto más se pasa en vergonzoso silencio
el nombre de Cristo, así en las reuniones internacionales como en los
Parlamentos, tanto es más necesario aclamarlo públicamente, anunciando por
todas partes los derechos de su real dignidad". Tal es nuestra tarea, amados
hermanos, impregnar todo el orden temporal —la política, la economía, la
cultura, el arte— con el espíritu del Evangelio—.
“Una y mil veces dichosas —dijo Pío XII— las naciones donde las leyes se
inspiran en el Evangelio y en las que se reconoce públicamente la majestad
de Cristo Rey".
5. No perdamos la confianza al menos en la victoria final. Frente al triste
espectáculo de tantas personas y de tantas sociedades que se resisten
pertinazmente a la acción redentora del Señor, y que parecen ir dominando el
mundo, frente a la crisis que hoy sacude a la Iglesia y provoca en no pocos
de sus hijos aquello que un sagaz teólogo contemporáneo dio en llamar
"apostasía inmanente" "apostasía", porque con el corazón ya se han separado
de la Iglesia; "inmanente", porque aparentemente siguen permaneciendo en
ella, frente a todo esto, decíamos, al pesar de todo esto, nunca dejemos de
esperar y de anhelar aquel Día en que el Reino de Cristo encontrará su
realización plenaria y acabada. El día en que Cristo, sentado, no ya sobre
la Cruz de Ignominia, sino sobre su Trono Judicial, convocará a la humanidad
toda ante su presencia. El día profetizado por Isaías, el verdadero "día del
Señor", el día de la asamblea de los expatriados, de la reunión de los
dispersos, el día del retorno al Paraíso, al Paraíso Reconquistado.
Durante este tiempo —el tiempo de la historia— Cristo sigue llevando
adelante su trabajo de someter a Sí todo lo que consiente ponerse bajo su
cetro. Hasta que llegue aquel Día del fin de la historia, el último Domingo,
y todo le quede sometido; entonces Él mismo, como hombre, se someterá al
Padre, y Dios será todo en todas las cosas.
Mientras quedamos a la espera de un acontecimiento tan glorioso, se nos
concede hoy, amados hermanos, tomar parte en el Santo Sacrificio de la Misa.
Decíamos antes que la Cruz había sido el trono real del Señor. Pues bien,
ahora se renovará sobre el altar aquel sacrificio. El altar será el nuevo
trono del sacrificio de Cristo. Unamos nuestra oblación a la suya, para
poder acercarnos luego a la mesa del Señor, y adelantar así, en cierto modo,
el Día final de Salvación. Que Cristo penetre hoy en nuestros corazones como
entró un día en el seno purísimo de su Madre, y encuentre que con los
pañales de nuestra humildad hemos sabido prepararle un pequeño trono desde
donde pueda reinar sin trabas sobre cada uno de nosotros.
En ese momento podremos decirle: "Señor, hoy quiero ofrecerte toda mi vida.
Impregna mi interior con tu sangre redentora para conquistarlo y ponerlo
bajo tu cetro real. No permitas que zona alguna de mi alma se mantenga
orgullosa en su vacua autonomía. Reúne, Señor, todo lo que en mí se haya
dispersado para que, unificado en mi interior, reinando sobre mis pasiones,
me convierta en un súbdito leal de tu Reino, sin connivencia alguna con el
enemigo. Reina, Señor, sobre las sociedades, principalmente sobre nuestra
dilacerada Patria, y no permitas que nos sintamos suficientes sin Ti. Haz
que todos los hombres y todas las naciones puedan dar por Ti, contigo y en
Ti al Padre omnipotente, en unión con el Espíritu Santo, todo honor y toda
gloria. Amén".
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida, Homilías dominicales y festivas. Ed.
Gladius, 1993, pp. 299-304)
Aplicación: Mons. Fulton Sheen - Proceso ante Pilatos
[…] Cuando los miembros del sanedrín llegaron al pretorio (la casa del
gobernador), Pilato salió a su encuentro, porque sabía que si los obligaba a
entrar se considerarían impuros. Siguiendo la tradición de los romanos en
cuanto al respeto de la ley, declaró que no dictaría sentencia hasta tener
pruebas de la culpabilidad del reo. Así, preguntó a los del sanedrín:
"¿Qué acusación traéis contra este hombre?" (Jn 18, 29)
Para granjearse la buena voluntad de Pilato, le invitaron a que confiara en
la sentencia que ellos mismos habían ya pronunciado. Además, aseguraron a
Pilato que, ciertamente, no harían ningún mal a un hombre inocente:
"Si este hombre no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado" (Jn
18, 30)
No hablaron de blasfemia. Sabían que esta acusación no haría mella en el
ánimo de un gentil, un vencedor, uno a quien ellos despreciaban; así pues,
usaron el término genérico de «malhechor».
Sabiendo Pilato que la situación en que los judíos se encontraban bajo el
yugo de Roma no era la más apropiada para consolidar la autoridad de él, y
no deseando ocuparse de aquel caso, les dijo que lo juzgaran ellos mismos
conforme a su ley. Mas ellos replicaron que no tenían poder para hacer morir
a ningún hombre, lo cual era verdad, puesto que se hallaban bajo el dominio
de Roma. Además, no se atrevían a ejecutar ninguna sentencia de muerte en el
día festivo en que sacrificaban el cordero pascual.
Entonces hicieron a nuestro Señor objeto de tres acusaciones para obligar a
Pilato a que oyera aquel caso:
"A éste hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y vedando pagar tributo
al César, y diciendo que Él mismo es Cristo, el rey" (Lc 23, 2)
Seguían sin aludir al delito de blasfemia; ahora se trataba del crimen de
sedición; Cristo era un antipatriota, demasiado mundano, demasiado político,
era un enemigo del César y de Roma. En suma, se trataba de un impostor que
estaba induciendo al pueblo a seguir una dirección distinta a la que Roma
señalaba. En segundo lugar, instaba al pueblo a que no pagara impuesto al
rey o césar. Y, en tercer lugar, se hallaba enfrentado a Pilato como un rey
rival; esto era un crimen de lesa majestad. Los romanos, decían, habían de
estar en guardia contra esta sedición política. Incluso hablaron de «la
lealtad de nuestro pueblo» a Roma, mientras en sus corazones despreciaban
tanto a Roma como a Pilato.
Cada palabra suya era una mentira. Si Cristo hubiera sido un cabecilla de
sedición, o si hubiese habido indicios de insurrección relacionada con su
nombre, Pilato habría tenido noticia de ello. Lo mismo cabe decir del
suspicaz Herodes; pero antes de ahora no se había tenido la menor queja
contra aquel hombre. En cuanto al cargo que se le hacía de que vedaba pagar
el tributo el césar, únicamente había sucedido que poco antes de que se
intentara prenderle en el templo había dicho al pueblo que diera «al césar
lo que es del césar». La tercera acusación, de que era rey, no era que se
hubiese hecho rey de los judíos, sino más bien de que era un rey que
desafiaba al césar. También esto era mentira, puesto que, cuando el pueblo
intentó hacer de Él un rey de esta clase, El huyó solo a la montaña.
Pilato dudaba de la sinceridad de aquellos hombres porque sabía cuánto le
odiaban a él y al césar. Pero una de las acusaciones le turbaba ligeramente.
¿Era ciertamente un rey ese preso que tenía delante? Pilato hizo comparecer
a, Jesús ante sí, dentro de su palacio. Una vez lo tuvo en la sala del
juicio, le preguntó:
"¿Eres tú el rey de los judíos?" (Jn 18, 33)
La acusación decía solamente que Él era rey. Pilato sabía que si Cristo se
presentaba como rey rival de los romanos los gentiles testificarían contra
fil. Así, le preguntó si era rey de los judíos. Nuestro Señor, en respuesta
a esta pregunta, penetró la conciencia de Pilato; le preguntó si lo decía
porque las falsas acusaciones do sus enemigos habían suscitado sus
sospechas. Pilato había esperado una respuesta directa; la política, que era
lo único que a Pilato le interesaba en aquel caso, fue la que el Maestro
rechazó ; la realeza religiosa, que indicaba que Él era el Mesías, fue lo
que nuestro Señor admitió. Al escéptico Pilato, nuestro Señor tuvo que
explicarle que su realeza no era la de un reino terreno obtenido con la
fuerza de las armas; era más bien un reino espiritual que había de ser
establecido por medio de la verdad. Sólo tendría súbditos morales, no
súbditos políticos; reinaría en los corazones, no en los ejércitos.
"Mi reino no es de este mundo: si mi reino fuera de este mundo, entonces
pelearían mis servidores para que yo no fuese entregado a los judíos ;
ahora, empero, mi reino no es de aquí" (Jn 18, 36)
De momento estas palabras tranquilizaron a Pilato, pues no había que temer
que aquel hombre desafiara el poder de Roma. El reino de Cristo no era de
este mundo; por lo tanto, no era como Judas el Galileo, hijo de Ezequías,
que había acaudillado una rebelión contra Roma 'unos decenios atrás,
incitando al pueblo a que no pagara impuestos. Tal vez hubiera Pilato oído
decir que la noche anterior, cuando Pedro quiso argüir con la dialéctica de
la espada, nuestro Señor le reprendió y luego curó al herido. Si su reino
fuera de este mundo, había dicho nuestro Señor, precisaría la ayuda de
ejércitos de hombres; pero un reino celestial se bastaba a sí mismo, ya que
su poder venía de arriba. Su reino estaba en el mundo, pero no era del
mundo.
La actitud serena y digna de aquel hombre que tenía delante de él, atado con
cuerdas, con el rostro magullado y ensangrentado por los golpes recibidos
después de su primer proceso, su afirmación de que su reino no era de este
mundo, de que tenía siervos que no usarían la espada y de que Él iba a
establecer un reino sin luchar, todo esto intrigó sumamente a Pilato, quien
hizo ahora otra pregunta. La primera vez había preguntado Pilato: « ¿Eres tú
el rey de los judíos ?» Ahora inquirió:
"Entonces, ¿tú eres Rey?" (Jn 18, 37)
El proceso religioso se concentraba en Cristo el profeta, el Mesías, el Hijo
de Dios. El proceso civil giraba en torno a su realeza.
Durante toda su vida, Jesús hablase referido siempre a su venida a este
mundo; ésta era la única vez que decía había nacido. Nadar de una mujer es
una cosa, venir al mundo es otra. Pero al hablar de su nacimiento añadió en
seguida la expresión de venir al mundo. Al decir que había nacido, estaba
reconociendo su origen humano temporal como Hijo del hombre; al decir que
había venido al mundo, afirmó su divinidad. Además, el que venía del cielo,
venía para dar testimonio, lo cual equivalía a morir por la verdad. Él ponte
el fundamento moral para descubrir la verdad y afirmaba que ello no era sólo
una búsqueda intelectual; lo que uno descubriera dependía en parte de su
propia conducta moral. En este sentido, dijo nuestro Señor, sus ovejas oían
su voz. Evidentemente, Pilato entendió la idea de que la conducta moral
tenía algo que ver con el descubrimiento de la verdad, por lo cual recurrió
al pragmatismo y al utilitarismo, y preguntó escéptico y burlón:
"¿Qué cosa es la verdad?" (Jn 18, 38)
Hecha esta pregunta, Pilato volvió la espalda a la verdad, mejor dicho, a
aquel que es la Verdad. Quedaba por comprobar cómo la tolerancia de la
verdad y el error en un rasgo de condescendencia conduce a la intolerancia y
a la persecución; cuando la pregunta «¿ Qué cosa es la verdad ?» se hace en
tono sarcástico, va seguida de este otro sarcasmo: «¿ Qué cosa es la
justicia ?» La intolerancia, cuando significa indiferencia ante lo justo y
lo injusto, a veces desemboca en odio a lo que es justo. Aquel que era tan
tolerante con respecto al error hasta el punto de negar que hubiera una
Verdad absoluta, era el que habría de crucificar a la Verdad. Fue el juez
religioso el que le desafió diciendo: «Yo te conjuro»; pero el juez laico le
preguntaba: « ¿Qué cosa es la verdad ?» El que ves tía los ropajes de sumo
sacerdote invocó a Dios para repudiar las cosas que son de Dios; el que
vestía la toga romana acababa de hacer profesión de duda y escepticismo.
Al decir nuestro Señor que todo el que es de la verdad oiría su voz, estaba
enunciando la ley de que la verdad asimila todo lo que le es afín. La misma
idea que había expresado Jesús a Nicodemo:
"Todo aquel que obra el mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, para que
sus obras no sean reprendidas. Mas el que obra la verdad, viene a la luz,
para que sus obras sean puestas de manifiesto; por cuanto han sido hechas en
Dios"(Jn 3, 20 ss.)
Por lo tanto, si en Pilato hubiera un impulso hacia la verdad, conocería que
la Verdad misma se hallaba ante él; si no era así, condenaría a Jesucristo.
Pilato era uno de esos que creen que la verdad no es objetiva, sino
subjetiva, y que cada persona puede determinar por sí misma lo que es
verdadero. Suele ser el defecto de los hombres prácticos, como Pilato,
considerar como una especulación inútil la búsqueda de la verdad objetiva.
El escepticismo no es una posición intelectual, es una posición moral en el
sentido de que viene determinada no tanto por la razón como por el modo que
uno tiene de actuar y comportarse. El deseo que tenía Pilato de salvar a
Jesús era debido a una especie de liberalismo que combinaba la incredulidad
en una Verdad absoluta con no querer, de un modo semibenévolo, perturbar a
tales soñadores supersticiosos. Pilato hizo la pregunta de « ¿Qué cosa es la
verdad?» a la única Persona del mundo que podía contestársela cabalmente.
Pilato comenzó ahora el primero de sus varios intentos para salvar a Cristo,
tales como declarar que era inocente, proponer que se eligiera entre varios
presos, hacerle azotar, apelar a la compasión, cambiar de jueces. Al no
comprender Pilato que alguien pudiera morir por la verdad, no podía
comprender, naturalmente, cómo la Verdad misma podía morir por los que
erraban. Después de volver la espalda al Logos hecho carne, dirigióse al
pueblo, que se hallaba fuera del palacio, para comunicarle su convencimiento
de que aquél preso que le habían traído era inocente.
"Yo no hallo en él ningún delito" (Jn 18, 38)
Si no había delito en Él, Pilato debía haberlo puesto en libertad. Al oir
los miembros del sanedrín que el gobernador romano declaraba que el preso
era inocente, intensificaron de modo más vio lento su acusación de que Jesús
era un sedicioso y un revolucionario:
"Incita al pueblo,enseñando por toda la Judea ; y comenzando desde Galilea,
llega hasta aquí" (Lc 23, 5)
El supremo interés de Pilato era la paz del estado; de ahí que el supremo
interés del sanedrín fuese el de demostrar que Cristo era un perturbador de
la paz. Al oír Pilato la palabra «Galilea», vio el modo de eludir el juzgar
a Cristo... Ya que el sanedrín había cambiado la acusación de blasfemia por
la de sedición, también Pilato pasaría la jurisdicción del proceso a uno que
tenía autoridad en Galilea.
Debido a la pascua, Herodes se hallaba a la sazón en Jerusalén. Aunque él y
Herodes eran enemigos, Pilato deseaba, sin embargo, transferir a Herodes la
responsabilidad de absolver o condenar a Jesús.
(MONS. FULTON SHEEN, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pp.
380-385)
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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - México católico, despierta de
tu letargo
En sus artículos y conferencias nuestro héroe (Anacleto González Flores)
vuelve una y otra vez sobre la necesidad de ser realista y de enfrentar
lúcidamente el momento por que pasaba su Patria. Se nos ha caído la finca,
dice, hemos visto el derrumbe estrepitoso del edificio de la sociedad, y
caminamos entre escombros. Pero al mismo tiempo señala su preocupación
porque muchos católicos desconocen las causas del desastre y la gravedad de
la situación, desconocen cómo los tres grandes enemigos [aliados o ministros
de Satanás], el Protestantismo, la Masonería y la Revolución, trabajan de
manera incansable y con un programa de acción alarmante y bien organizado.
Estos tres enemigos están venciendo el Catolicismo en todos los frentes, a
todas horas y en todas las formas. Esto es un hecho. Cristo no reina en la
vía pública, en la calle, en las escuelas, en el parlamento, en los libros,
en las universidades, en la vida pública y social de nuestra Patria. Quien
reina allí es el demonio. En todos aquellos ambientes se respira el hálito
de Satanás.
Y nosotros ¿Qué hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia,
practicar algunos actos de piedad, como si ello bastase “para contrarrestar
toda la inmensa conjuración de los enemigos de Dios” Les hemos dejado a
ellos todo lo demás, la calle, la prensa, la cátedra en todos los niveles de
enseñanza. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposición seria. Y
si algunas veces hemos actuado, lo hemos hecho tan pobremente, tan
raquíticamente, que puede decirse que no hemos combatido. Hemos cantado en
las iglesias pero no hemos cantado a Dios en la escuela, en la plaza, en el
parlamento, arrinconando a Cristo por miedo al ambiente. Urge salir de las
sacristías, entendiendo que el combate se entabla en todos los campos:
“sobre todo allí donde se libran las ardientes batallas contra el mal.
Procuremos hallarnos en todas partes con el casco de los cruzados y
combatamos sin tregua con las banderas desplegadas a todos los vientos”
Reducir el catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y
espanto ante los poderes públicos “cuando éstos matan el alma nacional y
carnear en plena vía la Patria, o es solamente cobardía y desorientación
disculpable, es un crimen histórico religioso, público y social, que merece
todas las execraciones”
Tal es la denuncia de Anacleto González Flores hacia dentro de la Iglesia,
el inmenso lastre de pusilanimidad y de apocamiento, que ha llevado a buena
parte del catolicismo mexicano al desinterés y la resignación. Las almas
sufren de empequeñecimiento y anemia espiritual. Nos hemos convertido en
mendigos, afirma, renunciando a ser dueños de nuestros destinos. Se nos ha
deshojado de todas partes, y todo lo hemos abandonado. “Ni siquiera nos
atrevemos a pedir más de lo que se nos da. Se nos arrojan todos lo días las
migajas que deja la hartura de los invasores y nos sentimos contentos con
ellas” Tal encogimiento está en abierta pugna con el cristianismo que desde
su aparición es una inmersa y ardiente acometida a lo largo de veinte siglos
d historia. “La Iglesia vive y se nutre de osadías. Todos sus planes
arrancan de la osadía. Solamente nosotros nos hemos empequeñecido y nos
hemos entregado al apocamiento”. Hasta ahora, los católicos no hemos hecho
otra cosa que pedirle a Dios que Él haga, que Él obre, que Él realice, que
haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por eso
nos hemos limitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la
máscara de una presunta “prudencia”. Necesitamos de la “imprudencia de la
osadía cristiana.
Justamente en esos momentos el Papa acababa de decretar la fiesta de Cristo
Rey. Refiriéndose a ello, Anacleto insiste en su proposición. Desde hace
tres siglos, explica, los abanderados del laicismo venían trabajando por
suprimir a Cristo de la vida pública y social de las naciones. Y con
evidente éxito, a escala mundial, ya que no pocas legislaturas, gobiernos e
instituciones han marginado a Cristo, desdeñando su soberanía. Lo
significante de la institución de esta fiesta no es tanto que se lo proclame
a Cristo Rey en la vida pública y social. Ello es, por cierto, importante,
pero más lo es que los católicos entendamos nuestras responsabilidades
consiguientes. Cristo quiere que le ayudemos con nuestros esfuerzos,
nuestras luchas y nuestras batallas. Y ello no se conseguirá si seguimos
encasillados en nuestros hogares y en nuestros templos. Hasta ahora nuestro
catolicismo ha sido una catolicismo de verdaderos paralíticos, y ya desde
hace tiempo. Somos herederos de paralíticos, atados a la inercia en todo.
Los paralíticos del catolicismo son de dos clases; los que sufren una
parálisis total, limitándose a creer las verdades fundamentales sin jamás
llevarlas a la práctica, y los que se han quedado sumergidos en sus
devocionarios no haciendo nada para que Cristo vuelva a ser Señor de todo.
“Y claro está que cuando una doctrina no tiene más que paralíticos se tiene
que estancar, se tiene que Batir en retirada delante de las recias batallas
de la vía pública y social y a la vuelta de poco tiempo tendrá que quedar
reducida a la categoría de momia inerme, muda y derrotada”. Nuestras
convicciones están encarceladas por la parálisis. Será necesario que vuelva
a oírse el grito del Evangelio, comienzo de todas las batallas y preanuncio
de todas las victorias. Falta pasión, encendimiento de una pasión inmensa
que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado
separadas de Cristo.
Forjador de caracteres
Anacleto fue un verdadero maestro, en el sentido más rico de la palabra; no
un mero transmisor de ideas, sino un auténtico profesor, un formador de
almas. Consciente del estancamiento del catolicismo y de la pusilanimidad de
la mayoría, o como él mismo lo dijo: “ del espíritu de cobardía de muchos
católicos y del amor ardiente que siente por sus propias comodidades y por
su catolicismo de reposo, de pereza, de apatía, de inercia y de inacción” se
abocó a la formación de católicos militantes, que hicieron suyo “el ideal de
combate”, convencidos de que “su misión es batirse hoya, batirse mañana,
batirse siempre bajo el estandarte de la verdad”
A su juicio, el espíritu de los católicos debía forjarse en dos niveles, el
de la inteligencia y el de la voluntad. El de la inteligencia […]
Pero Anacleto no sólo se dedicó a formar las inteligencias. Consideraba
igualmente necesario preocuparse por robustecer las voluntades de los que lo
seguían. Él mismo lo dijo repetidas veces: “No soy más que un herrero
forjador de voluntades” Todo él era, como escribe Gómez Robledo, “Una
afirmación hirviente, tumultuosa, de sangre y hoguera”. La Patria necesitaba
caracteres recios. Por eso se dedicó a buscar los rescoldos del heroísmo:
“Patria Mexicana, no todos tus hijos se han afeminado, no todos se han
hundido en el cieno; todavía hay hombres, todavía hay héroes”
Pero don Cleto no se engañaba. Nadie sería un hombre de imperio, si primero
no había aprendido a dominarse a sí mismo. Por eso convocaba a los suyos a
volverse; “abanderados de su propia personalidad y caudillos de su mismo
ser” Porque dentro de cada uno de ustedes, les decía, hay un forjador de
ciernes. Para forjase a sí mismo no basta la cabeza bien formada, la
inteligencia bien empleada. No bastan los filósofos y los maestros. Por
buenos que estos sean, nunca podrán transfundir su propio carácter en los
demás. La pura formación intelectual no basta. Es preciso agregar “el
encarnizamiento de las propias manos, de las propias herramientas, del
propio corazón…, en caso contrario, todo quedará comenzado”. Si se quiere
hacer realidad la elevada y recia escultura viviente que Dios sonó para cada
uno de nosotros, habrá que despertar al Fidias1 que duerme en nuestro
interior. Si se quiere seguir siendo un mero boceto informe, un trazo
borroso sin consistencia, una personalidad enclenque, habrá que curarse
brazos, permanecer en espera del forjador que nunca llegará, “del obrero que
debe salir de nosotros mismos y que nunc saldrá porque no hemos querido ni
sospechar siquiera nuestra personalidad”.
Anacleto quería que los suyos tuviesen temple de héroes, que no cediesen
jamás a “transacciones” y “componendas” Si prefiriesen esto último, tarde o
temprano tendrían que lamentarse bajo el fardo de su ignominiosa
capitulación. Fácilmente la cobardía se camufla bajo el velo de la virtud de
la prudencia. Cuidado con las falsas prudencias. Cuando habla de esto, su
verbo se vuelve fuego; “¡Habéis invertido el mandamiento supremo, porque
para vosotros, hay que amar a Dios bajo todas las cosas! Por evitar mayores
males o despedazarán, y cada trocito de vuestro cuerpo gritará todavía dando
tumbos: ¡Prudencia, prudencia!. No temáis a los que matan el cuerpo, sino el
alma. Una sola noche de insomnio en el calabozo vale mucho más que años de
fáciles virtudes”
Para formarse en la escuela del heroísmo recomendaba Anacleto la necesidad
de escoger a los amigos, descartando los de espíritu cobarde o los que han
claudicado. El contagio de los espíritus, sea para el mal o para el bien,
resulta determinante. “El día en que se logre encontrar un alto y firme
valor de rectitud, de ideal y carácter, habrá que sellar con él un pacto de
alianza permanente y unir lo más estrechamente posible nuestras suerte,
nuestro pensamiento y nuestra voluntad con ese nuevo complemento de nuestra
personalidad, porque será para nosotros un manantial fecundo de aliento y
vitalidad”
En medio de la borrasca política y religiosa, Anacleto soñaba con “Alzar un
muro de conciencias fuertes, de voluntades recias, de caracteres que sepan
derrota a la violencia bruta, no con el filo de la espada, sino con el peso
irresistible y avasallador de una conciencia que rehúye las capitulaciones y
espera a pie firme todas las pruebas” Él dio el ejemplo de ello, convencido
de que el carácter es la base primordial de la personalidad. Como dice un
compañero suyo, se había forjado una voluntad tenaz e inconmovible, exenta
de volubilidad o desaliento, superior e indiferente a los obstáculos y a la
magnitud de los sacrificios requeridos. Elaborado un propósito no descansaba
hasta verlo realizado. La continuidad fue la característica de su acción en
todos los órdenes. Fecundo en iniciativas, no abandonaba, sin embargo, la
tarea comenzada, sino que la proseguía hasta el fin.
Hacia un catolicismo pletórico
[…] En vez de un catolicismo integrado por hombres decrépitos de espíritu,
González Flores soñaba con un catolicismo militante, juvenil, dispuesto a
vivir peligrosamente. “Hemos pedido el sentido más profundo, más
característico de la juventud, la pasión del riesgo, la pasión del peligro.
Medimos todos nuestros pasos, contamos todas nuestras palabras, recomponemos
nuestros gestos y nuestras actividades de manera de no padecer ni la más
ligera lastimadura y de quedar en postura bellamente estudiada, no para
morir, como los gladiadores romanos, sino para una sola cosa: para vivir,
para vivir a todo trance” Y así, agrega, son muchos los que no se atreven a
mover un dedo, por temor a despertar las iras del enemigo. Se ha formado una
generación de viejos, que sólo saben calcular, contar, comprar y vender, con
la fiebre característica de la vejez, que es la avaricia. Todos recomiendan
“prudencia”, y par ellos prudencia, significa pensarlo todo, medirlo todo,
calcularlo todo para salvar la tranquilidad y esquivar hábilmente todos los
riesgos. Recomiendan quietud y media en los movimientos, al tiempo que se
condena a los “exagerados”. “Y eta es la suprema enfermedad. Todas las demás
parten de ella… Hemos logrado conservar nuestra vida; todavía la tenemos,
todavía nos pertenecerá, pero enmohecida, como espada que nuca salió de la
vaina, como árbol que no ha tenido ni agua ni sol. Se nos ofreció la vida en
cambio de nuestro sosiego y de nuestro silencio y de nuestra quietud, y sólo
se nos ha podido dar vejez arrugada y marchita”
Mas la juventud se completa, se robustece y se asegura contra su
debilitamiento o su extinción, poniéndose bajo el aliento perpetuamente
juvenil de Cristo. Incorporada la juventud de cada hombre en la juventud
eterna de Cristo, se sumará una osadía a otra osadía; y sumada esas dos
grandes audacias, se formará el nudo que abarcará todos los destinos” Será
preciso desposar la propia juventud, que es la audacia de un día, con la
juventud e Cristo, que es la audacia de lo eterno Los jóvenes deberán juntar
sus domas manos, todavía mojadas en el odre de la vida, con los dos manos de
Cristo, mojadas todavía en la sangre de su audacia. He ahí lo que afirmaba
Lacordaire: “ La juventud es irresistiblemente bella, con la belleza del
riego, es decir, con la belleza de la osadía, y también: “La juventud es
sagrada a causa de sus peligros” Habrá que arrojarse en el mar del peligro,
en la corriente de los riesgos, con la canción en los labios, con un gesto
de desdén en la boca y con plena confianza en el éxito. Sólo harán la gran
revolución, la revolución de lo eterno, las banderas tremoladas por la
juventud que todavía le reza y le canta al joven carpintero que a los 33
años comenzó la única verdadera revolución, que es la revolución de lo
eterno, y que pasa por nuestras vidas como un huracán de heroísmo.
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Anacleto González Flores, Mártir de los Cristeros, Ed.
Gladius, 1997, pp. 15-22)
(1) Fidias, en griego antiguo Pheidias
(Atenas, hacia 490 a. C. – Olimpia, h. 431 a. C.), fue el más famoso de los
escultores de la Antigua Grecia, pintor y arquitecto, perteneciente al
primer clasicismo griego. Fidias diseñó las estatuas de la diosa Atenea en
la Acrópolis de Atenas (Atenea Partenos dentro del Partenón y Atenea
Promacos) y la colosal estatua sentada de Zeus en Olimpia. Las obras
atenienses fueron aparentemente encargo de Pericles en 447 a. C. Es posible
que Pericles usase el dinero de la Liga de Delos para pagarle, si bien esto
no es seguro.
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Ejemplos
"Yo soy el Rey"
Viva Cristo Rey
Una madre heroica
Calígula se hace adorar
El rey de Normandía echado de su palacio
La trompeta
del juicio
Hoy muero siendo
buen siervo del rey, pero primero siendo siervo de Dios
"Yo soy el Rey"
Ricardo de Inglaterra, llamado por su mucha valentía "Corazón de León", emprendió en 1189 una cruzada a Palestina, y encendió allí la guerra contra los mahometanos. Yendo un día de caza con algunos de sus caballeros, cayó en una celada del enemigo. Ricardo peleó bravamente contra gran muchedumbre de enemigos. Pronto, de sus caballeros solo quedó vivo uno, y los demás yacían en el campo. Toda esperanza andaba perdida; únicamente rendirse o morir. De pronto, el único caballero que aun vivía, llamado Guillermo de Pourcellet, exclamó: "Yo soy el Rey". Los sarracenos abandonaron a Ricardo y prendieron al noble caballero, mientras el Rey conseguía salvarse. Cuando fue traído el prisionero ante el Sultán Saladino, se descubrió el ardid. Saladino, un príncipe noble y generoso, nada malo le hizo, le alabó, y admitió su rescate por diez prisioneros árabes. Como este súbdito leal defendió a su Rey, así defiende el Rey del Cielo a los hombres cuando dice: "Lo que hagáis contra el más insignificante de mis hermanos, lo hacéis contra Mi". (Mt 25-40). Quien hiere a un semejante, hiere a Cristo. Pero, quien ayuda a su prójimo, ayuda a Dios.
(Dr. Francisco Spirago, Catecismo en Ejemplos, Tomo II, Ed. Políglota, Barcelona, 1940, pg. 15)
Viva Cristo Rey
Al joven sacerdote ecónomo de Antillón. Julio Bescós, de 27 años de edad, le maniataron los rojos y le llevaron así por las calles del pueblo, entre burlas y sarcasmos. De vez en cuando le obligaban a arrodillarse y le decían:
-Canta ahora aquello de: "Guerra, guerra contra Lucifer..."
Le llevaron al campo, Allí le hicieron la primera descarga.
-¿te duele? Ahora te curaremos; pero ¿no tienes nada que decir?
-Sí - grita el mártir - tengo que decir alga: ¡Viva la religión católica! ¡Viva Cristo Rey!
De un tiro acabaron con su preciosa vida.
Una madre heroica:
Monseñor Tavella, arzobispo de Salta, escribe: Recuerdo un episodio, casi vivido por mí, de tal fortaleza y heroísmo, que únicamente puede haber ocurrido en España. Visitaba yo las heroicas tierras navarras y el obispo de Pamplona me narró este hecho, que él mismo presenció: Llegaba al pueblo donde él estaba de visita pastoral el cadáver de uno muerto en el campo de batalla por Dios y por la patria. Una granada le había destrozado horriblemente y no quedaba de él sino un informe montón de carne humana. Los compañeros le recogieron para llevarle al propio pueblo y darle allí sepultura cristiana... El obispo acudió para cumplir los oficios y, antes de separarse del cadáver, la madre, una vieja y fuerte mujer navarra que había perdido en la guerra al primero de sus hijos, exigió que se abriera el féretro. Imaginad lo que pudo aparecer. Del informe cadáver sólo se veía entero uno de sus brazos. Aquella madre lo tomó en sus manos, lo alzó y le dijo con voz serena, sin que le interrumpiera el dolor de su sentimiento: "hijo mío, tu hermano murió gritando: ¡Viva Cristo Rey! Sé que la bomba que te ha despedazado no te dejó tiempo para hacer lo mismo, pero no importa; ahora lo harás conmigo." Y agitando con fiebre materna y valor cristiano aquel brazo que parecía una roja bandera de martirio, gritó tres veces: " ¡Viva Cristo Rey!"
(Mauricio Rufino, Vademécum de Ejemplos Predicables, Ed. Herder, Barcelona, 1962, pg. 1179-1180)
Calígula se hace adorar
La humanidad se ve oprimida por la corrupción de costumbres y la injusticia, reina. Sin Jesucristo no hay moralidad duradera, ni justicia; es necesario que El reine: oportet illum regnare. Con fe y entusiasmo, digamos ante su tabernáculo, como los israelitas ante Saúl: "Tú eres nuestro rey y nosotros tus súbditos: Vivat rex "... Solo El merece el reinado.
El emperador Calígula había mandado ubicar su estatua en el templo de Jerusalén, pretendiendo que los judíos le adorasen como a su dios.
Conocido el sacrilegio en la ciudad, todo el pueblo se dividió en seis escuadrones. Ante el palacio del gobernador romano, inclinados en tierra, con las manos atadas a la espalda, con cenizas sobre su cabeza, gritaron:
"Uno solo es nuestro rey: Dios... En el templo levantado a su gloria, no queremos que reine un hombre; sea quien sea"... No alcanzando ninguna satisfacción a su ruego, volvieron al templo. Entrando, derribaron con ímpetu la estatua de Calígula. Reducida a añicos, cada niño jugaba en la calle con sus fragmentos. (De Baronio, Annali, 42.)
Uno solo es nuestro Rey: Jesucristo; y su reino está dentro de nosotros, en nuestras almas. El demonio procura levantar en ellas una estatua al pecado... Con sentimientos de odio, envidia, pereza, vanidad, afición a lo ajeno. Hay que derribarla; somos súbditos de Cristo: solo El debe reinar en nosotros.
El rey de Normandía echado de su palacio.
Dice la leyenda: Un pequeño rey de Normandía, luego de luchas y alternativas, regresaba de la Cruzada a su reino. Por causa de ayunos y trabajos caminaba con dificultad. En el pecho conservaba aún una herida abierta y sangrando. Dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos al tocar los confines de su reino, pensando en sus queridos súbditos.
En la hora del mediodía era insoportable el calor. Por el camino encontró un hombre portador de un recipiente con agua fresca. "Soy tu rey que regresa; dame de beber". Maravillado el hombre, sin reconocerle contestó villanamente: "Tú eres un andrajoso; no conozco a ningún rey"; y continuó su camino sin volver a mirarle.
El pobre rey, entristecido, le vio desaparecer entre la maleza. Luego murmuró: "Mañana tú tendrás sed; y no podrás beber en mi reino". Entre tanto la noche llegó; y el palacio real quedaba aún lejos. De pronto vio dibujada en el camino una franja de luz; era una casa de labriegos. Miró por la puerta entornada.
Sobre la mesa humeaban los alimentos. Un hombre, una mujer y un joven permanecían a su alrededor. El rey tenía hambre y sueño. Detenido en el umbral, suplicó: "Buena gente; dad a vuestro rey que viene de lejos, un poco de pan y un poco de pasto seco para dormir"... El marido se levantó blasfemando, lo echó a la oscuridad, cerrando la puerta con llave. El pobre rey, bajo las estrellas, mojando el dedo en su herida sangrante, escribió en la puerta: "Non est pax, nec hodie, nec cras: no habrá paz; ni hoy, ni mañana".
Hacia el alba entró por el portón de la casa real. Casi no la reconoció; no estaba magnífica, ni tan linda como antes. Casi parecía una caballeriza. Oyendo salir voces de la sala, se detuvo y oyó: "El rey ha muerto; ya terminó el tiempo de la tiranía. Ordénase que todo el pueblo queme su aborrecida imagen, y use la del mandatario nuevo. Que se realicen grandes fiestas, en las cuales cada uno haga lo que quiera...
Embargado por la emoción, el pobre rey no pudo detenerse más y empujando la puerta gritó: "Queridos súbditos, alegraos; vuestro rey ha vuelto a reinar, para daros la paz y concordia". Hubo un grito de espanto: nobles y príncipes, apretaron sus puños. "Aléjate; no queremos más rey.
Ya nos manda otro". Desde ese día en aquel reino comenzaron las rapiñas, las violencias, fraudes, pestes, terremotos y guerras. El nuevo mandatario era muy ambicioso y desleal.
Comprendamos la leyenda: Cristo es el rey de nuestros corazones. Quiere y vuelve para reinar; ay del individuo que no apaga la sed con su alma; experimentará sed eterna en el infierno. Ay de los hogares que no le hospedan; no tendrán paz, ni este mundo, ni en el otro. Ay de las naciones que no respeten sus derechos inviolables; serán agobiadas por desastres físicos y morales. Caerán bajo el yugo tiránico, por no aceptar el del amor. (COLOMBO, Homilías.)
(Rosalio Rey Garrido, Anécdotas y reflexiones, Ed. Don Bosco, Bs. As., 1962, nn° 231;236)
La trompeta del juicio
La trompeta del juicio ha sonado muy fuerte en los oídos de los hombres
abandonados que han vuelto a Dios por temor a su justicia soberana.
Así se convirtió Bogoris, rey de los búlgaros, por los años 865. Llamó a su
corte al monje San Metodio, hábil pintor, y le ordenó que pintara en su
palacio algún suceso milagroso, cuya vista sirviera para adornar la regia
mansión y para llenar de espanto a los que lo miraran. Se resolvió el Santo
a sacar provecho de las disposiciones del príncipe.
Nada conocía de más terrible que la escena del juicio final, según lo
describe el Evangelio. Su pincel, guiado por al religión, pintó el
apocalíptico espectáculo en un cuadro lleno de vida y de movimiento, cuya
vista bastó para llenar de terror el corazón de aquel bárbaro rey.
Se veía en la parte superior a Jesucristo, rodeado de un inmenso cortejo de
espíritus celestiales, sentado sobre un trono resplandeciente de gloria, con
el aspecto formidable de un Juez irritado. A su diestra en innumerable
tropel los elegidos humanos llenos de resplandor y de gloria. A su izquierda
los réprobos, deformes, desesperados, horrorosos, y confundidos bajo el peso
de la venganza celeste. Abajo un abismo profundo, cargado de llamas de
fuego, en el cual innumerables demonios se maltrataban sin piedad. Todas las
partes del cuadro tenían tal fuerza, energía y viveza de expresión que hacía
aún más terrible lo que era ya espantoso por sí mismo.
Bogoris, impresionado por esta espantosa escena, que no comprendía, quiso
conocer el significado de ella y Metodio le respondió:
- Es el Juicio Universal en que todos los hombres, buenos y malos, recibirán
el premio de sus obras.
- ¿Es por ventura una ficción inventada por tu ingenio?
- No, Majestad, es un hecho cierto y real que se verificará al fin del
mundo.
- ¿Quién es aquel Juez que está sentado en majestuoso trono?
- Es Jesucristo, el verdadero Hijo de Dios que se hizo hombre por salvarnos.
- ¿Y aquella innumerable multitud colocada delante de Él?
- Es todo el género humano.
- Y ¿Quiénes son aquellos que están colocados a su derecha llenos de gloria
y felicidad?
- Son los justos, los que guardaron la Ley de Dios.
- ¿Y aquel abismo horrible lleno de llamas?
- Es el infierno, el lugar de los eternos suplicios.
- ¿Y dices que todos los hombres han de acudir a este Juicio? ¿Luego también
tú y yo hemos de acudir a este Tribunal?
- Sí, con certeza, inevitablemente.
- ¿Y dónde estaré colocado yo? ¿estaré a la derecha o estaré a la izquierda?
- Majestad, vuestra suerte depende de Vos. Si un día queréis estar a la
derecha, no tenéis más que cumplir la Ley del que ha de juzgaros.
Profundamente impresionado el rey se hizo cristiano; recibió el bautismo de
manos del mismo Metodio y así se convirtió todo el pueblo de los búlgaros.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p.
429)
(cortesia: iveargentina.org et alii)