Domingo 3 del tiempo Ordinario C - Iglesia del Hogar: Preparemos en Familia, como Iglesia doméstica, la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
Pasajes dominicales
Primera Lectura: Neh 8, 2 -4 a. 5 -6. 8 -10
Dios manifiesta su voluntad por la ley que ha
escrito en el corazón de los hombres (Rom 21, 15), y lo ha hecho por medio
de los profetas inspirados y últimamente por medio de su Hijo (Hebr 1, 1
ss.).
A Moisés, el más grande de los profetas antiguos, la
tradición le atribuye el Pentateuco, los primeros cinco libros del Antiguo
Testamento, el libro de la ley para el pueblo hebreo. Escuchan con
veneración la lectura del libro sagrado. La Palabra de Dios es eficaz y
conmueve los corazones (Is 55, 11; Hebr 4, 12). Toda la Sagrada Escritura es
una palabra de Dios escrita para nuestra edificación y salvación (Rom 15, 4;
1 Cor 10, 11; 2 Tim 3, 16 ss.). El Antiguo Testamento es sombra, profecía y
símbolo de lo que había de venir (Hebr 10, 1) y encuentra su plena
realización en la venida y persona de Jesucristo (cf. el Evangelio).
Segunda Lectura: 1 Cor 12, 12 -30
La unificación de todos los miembros en Cristo se
realiza mediante el bautismo, sacramento de inserción en Cristo y por la
participación en la eucaristía, que hace de los cristianos auténticos
miembros de Cristo. Y cada miembro tiene una función indispensable al
servicio de la comunidad eclesial y justamente los servicios más humildes
pueden ser uno de los dones más importantes (Stgo 3, 1 -12)
Evangelio: Lc 1, 1 -4. 4, 14 -21
En el prólogo de su Evangelio, San Lucas describe la
manera y los métodos de cómo ha elaborado su Evangelio. Desea que la fe de
la Iglesia descanse sobre un fundamento firme. En la enseñanza de Jesús de
Nazaret el evangelista ve un resumen de su vida: la gente escucha con
atención y admiración su enseñanza pero cuando se trata de tomar una
decisión, lo rechazan muchos.
Ayuda a comprender mejor las Sagradas Escrituras
cuando se reflexiona sobre su origen. No ha habido reporteros que tomaran
nota de los incidentes de la vida de Jesús, de su mensaje y de sus obras.
Los autores de los escritos evangélicos eran hombres que Jesús había
escogido para que transmitiesen su palabra, para que establezcan su iglesia
bajo la orientación vivificadora del Espíritu. Y comenzaron a predicar no
tanto para dar información sino para entregar la Buena Nueva, para
transmitir un llamado, una invitación a sus oyentes. Las predicas de San
Pedro en los Hechos de los Apóstoles son un ejemplo maravilloso. Siempre se
trata de una invitación a la fe, a que acepten a Cristo que él anuncia.
Parece que muy pronto el mensaje tomó forma, se estructuraba para que los
encargados de la predicación pudieran decir una palabra adecuada a la
situación. Recordemos que muy pocos en aquel entonces sabían leer y
escribir. Por eso muchas veces estas predicaciones apostólicas fueron
transmitidas de memoria. Así se fijaban por escrito. Hay que tener en cuenta
que cada evangelista escribe para un público determinado con sus problemas y
su tipo de cultura. Y entonces responden a las inquietudes de este tipo de
personas. Así bajo la orientación del Espíritu se formó el libro que
llamamos el Nuevo Testamento.
Las consecuencias son obvias: No se puede leer las
Escrituras a manera de recibir información como cuando uno lee un periódico.
Porque hay que leer con fe. Por ejemplo, supongamos que alguien haya tomado
una película de la pasión de Jesús. El que no tiene fe qué cosa estaría
contemplando? El relato de un judío que es condenado a muerte y es matado
según la costumbre cruel de su tiempo. Sólo el mensaje de una comunidad de
fe puede hacernos entender que aquí se trata del Señor del universo que se
entrega a la muerte por amor y para salvación de todos. Esto significa que
cada pasaje que lees es un llamado, una invitación, una Buena Nueva para ti.
Por eso no se debe ni se puede leer las Escrituras sin orar. Eso es una de
las cosas más importantes al respecto. Pero igualmente para una comprensión
más clara es necesario muchas veces estudiar algo de las intenciones y
características del autor, de su ambiente cultural y de la comunidad a la
cual fue dirigida el Evangelio. Lo maravilloso es que Dios nos habla a
través de los hombres, a la manera de los hombres. Cuesta un poco
adelantarse en este mundo evangélico. Pero el que comienza alimentarse de la
Palabra, sentirá una necesidad constante de dejarse interpelar por la
Palabra de amor que dirige Dios al que la lea o escucha. Y siempre tenemos
una maravillosa garantía: siempre podemos acudir a la Iglesia para qué nos
asegure la verdadera interpretación.
Dios debe amarnos mucho. A Él nadie lo ha visto,
vive en una luz inaccesible; sin embargo, de muchas maneras quiere que los
hombres entendamos su amor y su preocupación por nosotros. Que entendamos
cuál es nuestra verdadera felicidad. Nos habló de muchas maneras; por los
profetas, por la naturaleza, por nuestra conciencia. Cuando se cumplió el
tiempo preestablecido nos envió a su Hijo para que directamente nos hablara.
La Iglesia ha recibido el encargo de guardar el tesoro de su Palabras y de
enseñarla a todos los hombres. Si quisiéramos resumir la Buena Nueva,
podríamos decir: Dios te ama, desde el primer momento de tu existencia
(incluso antes) y mientras dure la eternidad. Esta Buena Nueva es tan
maravillosa que cualquiera que la haya entendido, asimilado y experimentado
en su vida, siente la necesidad de contársela a otros para que también ellos
sean verdaderamente felices. Aquí en familia tenemos que leer la Palabra de
Dios para sentirlo muy hondamente: Dios nos ama.
(Nota: aunque el texto sea un poco largo vale la
pena releerlo todo y explicarlo a los hijos mayores)
Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y
manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del
Espíritu Santo. la santa Madre Iglesia, según la fe apostólica, tiene por
santos y canónicos los libros enteros del Antiguo y Nuevo Testamento con
todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo,
tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la misma
Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres,
que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando
Él en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo
lo que Él quería.
Pues, como todo lo que los autores inspirados o
hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay
que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con
fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas
letras que nuestra salvación. Así, pues, "toda la Escritura es divinamente
inspirada y útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la
justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda
obra buena" (2 Tim 3,16-17).
Cómo hay que interpretar la Sagrada Escritura
12. Habiendo, pues, hablando dios en la Sagrada
Escritura por hombres y a la manera humana, para que el intérprete de la
Sagrada Escritura comprenda lo que El quiso comunicarnos, debe investigar
con atención lo que pretendieron expresar realmente los hagiógrafos y plugo
a Dios manifestar con las palabras de ellos.
Para descubrir la intención de los hagiógrafos,
entre otras cosas hay que atender a "los géneros literarios". Puesto que la
verdad se propone y se expresa de maneras diversas en los textos de diverso
género: histórico, profético, poético o en otros géneros literarios.
Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó
expresar y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de
su tiempo y de su cultura, según los géneros literarios usados en su época.
Pues para entender rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus
escritos, hay que atender cuidadosamente tanto a las formas nativas usadas
de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los tiempos del hagiógrafo,
como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo de los
hombres.
Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e
interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el
sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos
diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura,
teniendo en cuanta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la
fe. Es deber de los exegetas trabajar según estas reglas para entender y
exponer totalmente el sentido de la Sagrada Escritura, para que, como en un
estudio previo, vaya madurando el juicio de la Iglesia. Porque todo lo que
se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está sometido en
última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino
de conservar y de interpretar la palabra de Dios (Vaticano II, Sobre la
divina revelación, 12 -13).
La vida de la familia se ve enriquecida por la
tradición al recordar los acontecimientos de los familiares y antepasados.
Se puede llevar una crónica con fotos, recortes, etcétera.
Una familia que cuida de sus tradiciones entender a
mucho mejor lo que es la tradición de la Iglesia: el depositario de la
revelación de Dios que es la familia de Dios y se transmite de generación en
generación.
¿Cómo van a conocer que Jesucristo quiere alimentar
a todos con el pan de la vida, sino se les anuncia el Evangelio?
Antes de leer la Biblia
Señor Jesucristo, tú has dicho a tus apóstoles:
"Vayan por todo el mundo a anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos".
También a mí en este momento quieres darme tu palabra. Ilumíname con la luz
de tu verdad, rompe todo lo que pueda ser barrera a tu enseñanza. Que tu
Espíritu abra mi corazón de manera que te conozca más y más profundamente y
pueda anunciarse a los demás. Amén
Leamos la Biblia con la Iglesia
(I. = Año impar II. = Año par)
Lunes:
I. Hebr 9,15. 24 -26;
II. 2 Sam 5, 1 -7. 10
Mc 3, 22 -30
Martes:
I. Hebr 10, 1 -10;
II. 2 Sam 6, 12b -15. 17 -19;
Mc 3, 31 -35
Miércoles: I. Hebr 10, 11
-18;
II. 2 Sam 7, 4 -17;
Mc 4, 1 -20
Jueves:
I. Hebr 10, 19 -25;
II. 2 Sam 7, 18 -19. 24 -29;
Mc 4, 21 -25
Viernes:
I. Hebr 10, 32 -39;
II. 2 Sam 11, 1 -4 a. 5 -10 a. 13 -17;
Mc 4, 26 -34
Sábado:
I. Hebr 11, 1 -2. 8 -19
II. 2 Sam 12, 1 -7 a. 10 -17;
Mc 4, 35 -41