Domingo 4 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Jesús es rechazado en la sinagoga de
Nazaret
Comentario Teológico: Mons. Fulton Sheen - Jesús es rechazado en Nazaret
Santos Padres: San Ambrosio - Jesús es rechazado en Nazaret
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Jesús es rechazado en su patria
Aplicación I: San Juan Pablo II - La participación de María en la vida
pública de Jesús
Aplicación II: San Juan Pablo II - La contradicción
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La incredulidad
Aplicación: Benedicto XVI - El himno de la caridad
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario -
Año C Lc 4:21-30
Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa - Segunda
lectura - El más célebre y sublime himno al amor
Párrafos
del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el Directorio Homilético
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Jesús es rechazado en la sinagoga de
Nazaret
A la lectura de la Escritura sigue la instrucción. Está comprendida en una
frase lapidaria de gran fuerza y énfasis. Hoy se ha cumplido este pasaje de
la Escritura. En cabeza de la frase está el «hoy», al que habían mirado los
profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora está presente.
Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de
gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo
increíblemente nuevo de esta hora. Las piadosas usanzas y las palabras de la
Escritura, que eran promesa tienen ahora cumplimiento.
Escuchado por vosotros. Que ha comenzado el tiempo de salvación y que ya
está presente el portador de ella, es algo que sólo se puede saber mediante
la audición de este mensaje; no se ve ni se experimenta. El mensaje exige la
fe, la fe viene de oír, es respuesta a una interpelación.
La predicción que ahora se cumple es el programa de Jesús, que no lo ha
elegido él mismo, sino que le ha sido prefijado por Dios. Él es enviado por
Dios; por medio de él visita Dios mismo a los hombres. Hoy ha tenido lugar
la visita salvadora, que no se debe desperdiciar.
Jesús actúa de palabra y de obra, enseñando y sanando. El tiempo de gracia
ha alboreado para los pobres, los cautivos y los oprimidos. Precisamente el
Jesús del Evangelio de san Lucas es el salvador de estos oprimidos. El gran
presente que hace Jesús es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo
y del espíritu, liberación de la pobreza y de la servidumbre, liberación del
pecado.
En tanto mora Jesús en la tierra, dura el apacible y suspirado «año de
gracia del Señor». En él tenían puestos los ojos las gentes antes de Jesús,
hacia él vuelve la Iglesia los ojos. Es el centro de la historia, la más
grande de las grandes gestas de Dios. En el gozo y en el esplendor de este
año queda sumergido lo que Isaías había dicho también sobre este año: «Para
publicar el año de perdón de Yahveh y el día de la venganza de nuestro
Dios». El Mesías es ante todo y por encima de todo el que imparte la
salvación, y no el juez que condena.
22 Y todos se manifestaban en su favor y se maravillaban de las palabras
llenas de gracia salidas de su boca, y decían: ¿Pero no es éste el hijo de
José?
Jesús había crecido en gracia ante Dios y ante los hombres (Isa 2:52). Ahora
se hallaba en pie ante ellos el que, venido al final del tiempo de la
preparación, había sido ungido con el Espíritu y había comenzado a cumplir
su misión. La gracia de Dios había llegado a su plena eclosión. Todos se
manifestaban en su favor, testimoniando que sus palabras expresaban la
gracia de Dios y suscitaban la gracia de los hombres. «La gracia salvadora
de Dios se ha manifestado a todos los hombres» (Tit 2:11). «Dios estaba con
él» (Hec 10:38). Esta es la primera impresión y la primera vivencia de quien
conoce a Jesús. Así lo experimentaron Nazaret y Galilea, como lo
experimentan todavía hoy los niños, los que están exentos de prejuicios o
los que ansían la salvación, cuando se acercan al Evangelio de Jesús. Sin
embargo, en el momento siguiente, surge el escándalo: ¿Pero no es éste el
hijo de José? Lo humano de su existencia es ocasión de escándalo, su
palabra, que era estimulante se hace irritante. Se acoge con aplauso el
mensaje, pero se recusa al portador de la salvación contenida en el mensaje.
De lo humano, en que se revela la gracia de Dios, nace la repulsa. El hombre
se exaspera porque un hombre pretende que se le escuche como a enviado de
Dios.
La patria de Jesús lo recusa, porque es un compatriota y no acredita su
pretensión de ser salvador enviado por Dios. Mucho más escándalo suscitará
su muerte. El mismo escándalo suscitan los apóstoles, la Iglesia y
quienquiera que siendo hombre proclama el mensaje de Dios.
23 Entonces él les dijo: Seguramente me diréis este proverbio: Médico,
cúrate a ti mismo; haz también aquí, en tu tierra, todo lo que hemos oído
que hiciste en Cafarnaúm. 24 Y añadió: Os lo aseguro: Ningún profeta es bien
acogido en su tierra.
Los nazarenos quieren una señal de que Jesús es el salvador prometido. Una
vez más asoma la exigencia de signos. El hombre se sitúa ante Dios
formulando exigencias: exige que Dios acredite la misión de su profeta en la
forma que agrada al hombre. Ahora bien, ¿se ha de inclinar Dios ante el
hombre? Dios da la salud, pero sólo al que se le inclina con obediencia de
fe y aguarda en silencio. Dios exige la fe, el sí con que se reconozcan sus
disposiciones. Pero los nazarenos no creían, no tenían fe (Mar 6:6).
Es que Jesús, según el modo de ver humano, debía acreditarse también en su
patria con milagros, como los había hecho en Cafarnaum. El médico que no
puede curarse a sí mismo se juega su prestigio y destruye la confianza y la
fe que se había depositado en él. ¿De qué le sirve su capacidad si ni
siquiera se la sabe aplicar a sí mismo? Los nazarenos desconocen a Jesús
porque juzgan con criterios puramente humanos. Jesús es profeta y obra por
encargo de Dios. Su modo de obrar no está pendiente de lo que exijan los
nazarenos; él no emprende lo que le aprovecha personalmente, sino únicamente
lo que Dios quiere que haga.
Las sugerencias de los nazarenos eran las sugerencias del tentador. Los
nazarenos desconocen a Jesús porque no reconocen su misión divina.
25 Os digo de verdad: Muchas viudas había en lsrael en tiempos de Elías,
cuando el cielo se cerró a la lluvia durante tres años y seis meses, de
suerte que sobrevino una gran hambre por toda la región: 26 pero a ninguna
de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de Sidón, a una mujer viuda. 27 Y
muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; pero ninguno
de ellos fue curado. sino Naamán, el sirio.
El profeta no obra por propia decisión, sino conforme a la disposición de
Dios que lo ha enviado. Acerca de los dos profetas Elías y Eliseo dispuso
que no prestaran su ayuda maravillosa a sus paisanos, sino a gentiles
extranjeros. Jesús no debe llevar a cabo los hechos salvíficos en su patria,
sino que debe dirigirse a país extraño. Dios conserva su libertad en la
distribución de sus bienes.
Los nazarenos no tienen el menor derecho a formular exigencias de salvación
por ser compatriotas del portador de la misma y por tener parentesco con él.
Israel no tiene derecho a la salvación por el hecho de que el Mesías es de
su raza. La soberanía de Dios, que Jesús proclama y aporta, salva a los
hombres objeto de su complacencia. La salvación es gracia. Elías1 y Eliseo
hacen en favor de extranjeros los milagros de resucitar muertos y de curar
de la lepra. Jesús resucitará a un muerto en Naím (Mar 7:11 ss) y librará de
la lepra a un samaritano (Mar 17:12 ss). Lo que decide no son los vínculos
nacionales, sino la gracia de Dios y el ansia de salvación, acompañada de
fe. Jesús comienza por anunciar el mensaje de salvación a sus paisanos, pero
una vez que éstos lo rechazan, se dirige a los extraños. Pablo y Bernabé
dicen a los judíos: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de
Dios; pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida
eterna, nos dirigimos a los gentiles» (Hec 13:46 s).
Jesús reanuda la acción de los grandes profetas. La impresión que dejó Jesús
en el pueblo se expresa así: «Fue un profeta poderoso en obras y palabras
ante Dios y ante todo el pueblo» (24.19). Por medio de Jesús visita Dios
misericordiosamente a su pueblo, como lo había hecho por medio de los
profetas. Pero la suerte de los profetas es también la suerte de Jesús.
28 Cuando lo oyeron, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de
indignación; 29 se levantaron y lo sacaron fuera de la ciudad, y lo llevaron
hasta un precipicio de la colina sobre la que estaba edificada su ciudad,
con intención de despeñarlo. 30 Pero él, pasando en medio de ellos, se fue.
El que se presenta como profeta debe acreditarse con signos y milagros (Deu
13:2 s). Jesús no se acredita. Por esto se creen los nazarenos obligados a
condenarlo y a lapidarlo como a blasfemo. El castigo por blasfemia se
iniciaba de esta manera: el culpable era empujado por la espalda desde una
altura por el primer testigo. La entera asamblea se constituye aquí en juez
de Jesús, lo condena y quiere ejecutar inmediatamente la sentencia. Se
anuncia ya el fracaso de Jesús en su pueblo. Es expulsado de la comunidad de
su pueblo, condenado como blasfemo y entregado a la muerte.
En este caso, sin embargo, Jesús escapa al furor de sus paisanos. No hace
milagro alguno, pero nadie pone las manos sobre él. No ha llegado todavía la
hora de su muerte. Dios es quien dispone de su vida y de su muerte. Ni
siquiera la muerte de Jesús puede impedir que sea resucitado, que vaya al
Padre, que viva y ejerza su acción para siempre. Jesús abandona
definitivamente a Nazaret y emprende el camino hacia los extraños. No los
paisanos, sino extraños serán los testigos de las grandes obras de Dios por
Jesús. Dios puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham.
Lo sucedido en Nazaret fue puesto por Lucas en cabeza de la actividad de
Jesús. Es la obertura de la acción de Jesús. Se insinúan en ella numerosos
motivos, que luego se registran y se desarrollan en el Evangelio y en los
Hechos de los Apóstoles...
(STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje,
Herder, Barcelona, 1969)
(1) Según 1Re 18:1 no llegó la sequía a los tres
años; de tres años y medio habla también Stg 5:17. Se redondean los números
como en la literatura judía.
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Comentario Teológico: Mons. Fulton Sheen - Jesús es rechazado en
Nazaret
Se comprende que el pueblo de Nazaret, que había visto crecer en medio de él
a Jesús, se sorprendiera al oírle proclamarse a sí mismo el Ungido de Dios
de que había hablado Isaías. Ahora se encontraban ante esta disyuntiva: o le
aceptaban como el que venía a dar cumplimiento a la profecía, o se rebelaban
contra Él. El privilegio de ser la cuna del tan esperado Mesías y de aquel
al que el Padre celestial había proclamado en el río Jordán como su divino
Hijo, era demasiado para ellos, debido a la familiaridad que tenían con Él.
Preguntaron:
"¿No es éste el carpintero, el hijo de María?" (Mc 6, 3)
Creían en Dios en cierta manera, pero no en el Dios que vivía cerca de
ellos, se hallaba en estrecha familiaridad con ellos y con ellos compartía
su vida cotidiana. El mismo género de esnobismo que encontramos en la
exclamación de Natanael: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret ?», se
convertía ahora en el prejuicio que contra Él oponían los habitantes de su
pueblo natal. Cierto que era el hijo de un carpintero, pero también lo era
del carpintero que hizo el cielo y la tierra. Por el hecho de que Dios
hubiera asumido una naturaleza humana y sido visto en la humilde condición
de un artesano de aldea, dejó de granjearse el respeto de los hombres.
Nuestro Señor «maravillóse de la incredulidad de ellos». Dos veces en los
evangelios se nos dice que «se maravilló» y «se quedó atónito»: una vez a
causa de la fe de un gentil; otra a causa de la incredulidad de sus propios
paisanos. Debía de esperar algo más de simpatía de parte de los de su
pueblo, cierta predisposición a recibirle amablemente. Su extrañeza era la
medida de su dolor, al mismo tiempo que del pecado de ellos, al decirles:
"Un profeta sólo es menospreciado en su tierra, entre sus parientes, y en su
casa". (Mc 6, 4)
Al fin de que comprendieran que el orgullo de ellos era equivocado, y que si
no le recibían llevaría a otro lugar la salvación de que Él era portador, se
colocó en la categoría de los profetas del Antiguo Testamento, quienes no
habían recibido un trato mejor. Citó dos ejemplos del Antiguo Testamento.
Ambos eran una predicción del rumbo que iba a tomar su evangelio, a saber,
que abarcaría a los gentiles. Les dijo que había habido muchas viudas entre
el pueblo de Israel en los días de Elías, cuando la gran hambre vino a
señorear el país y cuando los cielos permanecieron cerrados durante trae
años. Pero Elías no fue enviado a ninguna de tales viudas sino a una viuda
de Sarepta, en tierra de gentiles. Tomando otro ejemplo, les dijo que había
habido muchos leprosos en los tiempos de Elías, pero que ninguno, salvo
Naamán el sirio, había sido limpiado. La mención de Naamán era
particularmente humillante, puesto que éste había sido incrédulo primero,
pero más tarde llegó a creer. Puesto que tanto la viuda de Sarepta como
Naamán el sirio eran gentiles, Jesús daba con ello a entender que los
beneficios y las bendiciones del reino de Dios venían en respuesta de la fe,
y no en respuesta a la raza.
Dios, vino a decirles Jesús, no tenía ninguna deuda para con los hombres.
Sus mercedes serían concedidas a otro pueblo si el suyo las rechazaba.
Recordó a sus paisanos que su expectación terrena de un reino político era
lo que les impedía comprender la gran verdad de que el cielo les había
visitado en la persona de Él. Su propia ciudad natal se convirtió en el
escenario en donde se proclamó la salvación no de una raza o nación, sino
del mundo entero. El pueblo estaba indignado, ante todo, porque Jesús
pretendía traer la liberación del pecado en su calidad del santo Ungido de
Dios; en segundo lugar, a causa de la advertencia de que la salvación, que
primero era de los judíos, al rechazarla éstos pasaría a los gentiles. A
menudo los santos no son reconocidos por los que los rodean. Le arrojarían
de entre ellos porque Él los había repudiado y había dicho que era el
Cristo. La violencia que sobre Él obraron era un preludio de su cruz.
Nazaret se halla situada entre colinas. A poca distancia de ella, hacia el
sudeste, hay una roca escarpada de unos veinticinco metros de altura que se
extiende unos novecientos metros hasta los llanos de Esdrelón. Es allí donde
la tradición sitúa el lugar donde intentaron despeñar a Jesús.
"Mas pasando en medio de ellos, se fue". (Lc 4, 30)
La hora de su crucifixión no había llegado, pero los minutos se estaban
marcando con una violencia espantosa cada vez que proclamaba que era
enviado por Dios y que era Dios.
(FULTON J. SHEEN, Vida de Cristo, Ed. Herder, Barcelona, 1996, pp. 230-232)
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Santos Padres: San Ambrosio - Jesús es rechazado en Nazaret
43. Jesús, impulsado por el Espíritu, se volvió a Galilea.
En este pasaje se cumple la profecía de Isaías que dice: La tierra de
Zabulón y la tierra de Neftalí, a lo último, llenará de gloria el camino del
mar y la otra ribera del Jordán, la Galilea de las gentes; el pueblo que
andaba en tinieblas vio una gran luz (Is 9,1-2). ¿Cuál es esta gran luz,
sino Cristo, "que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre"? (Jn 1,9).
44. Después tomó el libro, para mostrar que Él es el que ha hablado en los
profetas y atajar las blasfemias de los pérfidos que dicen que hay un Dios
del Antiguo Testamento y otro del Nuevo, o bien que Cristo comenzó a partir
de la Virgen: ¿cómo pudo tomar origen de la Virgen si antes de la Virgen
hablaba El?
45. El Espíritu Santo está sobre mí.
Ve aquí la Trinidad perfecta y coeterna. La Escritura nos afirma que Jesús
es Dios y hombre, perfecto en lo uno y en lo otro; también nos habla del
Padre y del Espíritu Santo. Pues el Espíritu Santo nos ha sido mostrado
cooperando, cuando en la apariencia corporal de una paloma descendió sobre
Cristo en el momento en que el Hijo de Dios era bautizado en el río y el
Padre habló desde el cielo. ¿Qué testimonio podemos encontrar más grande
que el de El mismo, que afirma haber hablado en los profetas? Él fue ungido
con un óleo espiritual y una fuerza celestial, a fin de inundar la pobreza
de la naturaleza humana con el tesoro eterno de la resurrección, de eliminar
la cautividad del alma, iluminar la ceguera espiritual, proclamar el año del
Señor, que se extiende sobre los tiempos sin fin y no conoce las jornadas de
trabajo, sino que concede a los hombres frutos y descanso continuos. Él se
ha entregado a todas las tareas, incluso no ha desdeñado el oficio de
lector, mientras que nosotros, impíos, contemplamos su cuerpo y rehusamos
creer en su divinidad, que se deduce de sus milagros.
46. En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria.
La envidia no se traiciona medianamente: olvidada del amor entre sus
compatriotas, convierte en odios crueles las causas del amor. Al mismo
tiempo, ese dardo, como estas palabras, muestra que esperas en vano el bien
de la misericordia celestial si no quieres los frutos de la virtud en los
demás; pues Dios desprecia a los envidiosos y aparta las maravillas de su
poder a los que fustigan en los otros los beneficios divinos. Los actos del
Señor en su carne son la expresión de su divinidad, y lo que es invisible
en Él nos lo muestra por las cosas visibles (Rom 1,20).
47. No sin motivo se disculpa el Señor de no haber hecho milagros en su
patria, a fin de que nadie pensase que el amor a la patria ha de ser en
nosotros poco estimado: amando a todos los hombres, no podía dejar de amar a
sus compatriotas; mas fueron ellos los que por su envidia renunciaron al
amor de su patria. Pues el amor no es envidioso, no se infla (1 Cor 13,4).
Y, sin embargo, esta patria no ha sido excluida de los beneficios divinos.
¡Qué mayor milagro que el nacimiento de Cristo en ella? Observa qué males
acarrea el odio; a causa de su odio, esta patria es considerada indigna de
que El, como ciudadano suyo, obrase en ella, después de haber tenido la
dignidad de que el Hijo de Dios naciese en ella.
48. En verdad os digo: muchas viudas había en Israel en los días de Elías.
No se quiere decir que estos días perteneciesen a Elías, sino que en ellos
Elías realizó sus obras; o mejor, que era día para aquellos que, gracias a
sus obras, veían la luz de la gracia espiritual y se convertían al Señor.
Por lo cual el cielo se abría cuando ellos veían los misterios divinos y
eternos; y se cerraba cuando había hambre, porque faltaba la fertilidad del
conocimiento de las cosas divinas.
49. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, y
ninguno de ellos fue limpiado sino el sirio Namán.
Está claro que estas palabras del Señor Salvador nos enseñan y nos exhortan
a tener celo por el culto de Dios; que nadie es curado ni librado de la
enfermedad que mancha su carne si no busca la salud con una actitud
religiosa: pues los beneficios divinos no se otorgan a los soñolientos, sino
a los que vigilan. Y con un ejemplo y una comparación bien elegida, la
arrogancia de los compatriotas envidiosos queda confundida, y muestra que la
conducta del Señor está de acuerdo con las antiguas Escrituras.
Efectivamente, leemos en los libros de los Reyes que un gentil, Namán, ha
sido, según la palabra del profeta, librado de las manchas de la lepra (2
Reg 5,14); sin embargo, muchos judíos estaban corroídos por la lepra del
cuerpo y del alma: pues los cuatro hombres que, acosados por el hambre,
marcharon los primeros al campamento del rey de Siria, nos dice la historia
que eran leprosos (2 Reg 7,3ss). ¿Por qué, pues, el profeta no tuvo cuidado
de sus hermanos, de sus compatriotas, ni curaba a los suyos, cuando curaba a
los extranjeros, a los que no practicaban la ley ni observaban su religión?
¿No es, acaso, porque el remedio depende de la voluntad, no de la nación, y
que el beneficio divino se consigue por los deseos del mismo y no por el
derecho de nacimiento? Aprende a implorar lo que deseas obtener; el fruto
de los beneficios divinos no sigue a las gentes indiferentes.
50. Mas, aunque esta simple exposición pueda formar disposiciones morales,
sin embargo, el atractivo del misterio no está oculto. Del mismo modo que lo
posterior se deriva de lo que precede, así también lo que precede está
confirmado por lo que sigue. Hemos dicho en otro libro que esta viuda a la
que Elías fue enviado prefiguraba la Iglesia. Conviene que el pueblo venga
detrás de la Iglesia. Este pueblo congregado entre los extranjeros, este
pueblo antes leproso, este pueblo manchado antes de ser bautizado en el río
místico, este mismo pueblo, lavado de las manchas del cuerpo y del alma,
después del sacramento del bautismo, comienza a ser no más lepra, sino
virgen inmaculada y sin arruga (Eph 5,25). Con razón, pues, se describe a
Namán grande a los ojos de su señor y de aspecto admirable porque en él nos
mostraba la figura de la salvación que había de venir para los gentiles. Los
consejos de una santa esclava que, después de la derrota de su país, había
caído en poder del enemigo, le han movido a esperar de un profeta su salud;
no fue curado por la orden de un rey de la tierra, sino por una liberalidad
de la misericordia de Dios.
51. ¿Por qué se le ha prescrito un número misterioso de inmersiones? ¿Por
qué ha sido escogido el río Jordán? ¿Es que no son mejores que el Jordán los
ríos de Damasco; el Abana y el Parpar? Herido en su amor propio prefirió
esos ríos; mas reflexionando, escogió el Jordán; ignora la ira el misterio;
lo conoce, sin embargo, la fe. Aprende el beneficio del bautismo salvador:
el que se bañó leproso, salió fiel. Reconoce la figura de los misterios
espirituales: se pide la curación del cuerpo y se obtiene la del alma. Al
lavarse el cuerpo, se lava el corazón. Pues veo que la lepra del cuerpo no
ha sido purificada más que la del alma, ya que después de este bautismo,
purificado de la mancha de su antiguo error, se niega a ofrecer a los dioses
extranjeros las víctimas que había ofrecido al Señor.
52. Aprende también las normas de la virtud correspondiente: ha mostrado su
fe el que ha rehusado la recompensa. Aprende en el magisterio de las
palabras y de los hechos lo que has de imitar. Tienes el precepto del Señor
y el ejemplo del profeta: recibir gratuitamente, dar gratuitamente (Mt
10,8), no vender tu ministerio, sino ofrecerlo; la gracia de Dios no debe
ser tasada con precio ni, en los sacramentos, ha de enriquecerse el
sacerdote, sino servir.
53. Sin embargo, no basta que no busques el lucro: has de atar aun las manos
de tus familiares. No sólo se pide que te conserves casto y sin tacha; pues
el Apóstol no dice: "Tú sólo'', sino que tú mismo te conserves casto (1 Tim
5,22). Luego se pide que no sólo tú seas íntegro con respecto a estos
tráficos, sino también toda tu casa; pues es preciso que el sacerdote sea
irreprensible, que sepa gobernar bien su propia casa, que tenga los hijos
en sujeción, con toda honestidad; pues quien no sabe gobernar su casa,
¿cómo tendrá cuidado de la Iglesia? (1 Tim 3, 2.5) Instruye a tu familia,
exhórtala, cuida de ella, y, si algún servidor te engaña —no excluyo que
esto sea posible al hombre—y es sorprendido, despídelo a ejemplo del
profeta. La lepra sigue rápidamente al salario afrentoso, y el dinero mal
adquirido mancha el cuerpo y el alma: Has recibido, dice, dinero y poseerás
campos, viñas, olivares y ganados; y la lepra de Namán te afectará a ti y a
tu posteridad para siempre. Ve cómo el acto del padre hace condenar en
seguida a sus herederos; pues se trata de una culpa inexpiable vender los
misterios, y la gracia celestial hace pasar su venganza a sus
descendientes. De este modo los mohabitas y demás no entrarán hasta la
tercera y cuarta generación (Deut 23,3), es decir, por limitarme a una
simple interpretación, hasta que la falta de los antepasados no sea expiada
por sucesivas generaciones.
54. Más los que han pecado para con Dios con el error de la idolatría son
castigados, como lo vemos, hasta la cuarta generación; bien dura parece
seguramente la sentencia que la autoridad del profeta ha fulminado para
siempre contra la posteridad de Giezi a causa de su codicia, sobre todo
cuando nuestro Señor Jesucristo ha otorgado a todos, por la regeneración
bautismal, el perdón de los pecados; a no ser que se piense, más que en la
descendencia de la raza, en la de los vicios: del mismo modo que los que son
hijos de la promesa son contados como de buena raza, así también habría de
considerarse de mala raza los que son hijos del error. Pues los judíos
tienen por padre al diablo (Jn 8,44), del cual son ellos descendientes, no
por la carne, sino por sus pecados. Luego todos los codiciosos, todos los
avaros, poseen la lepra de Giezi con sus riquezas y, por el bien mal
adquirido, han acumulado menos un patrimonio de riquezas que un tesoro de
pecados para un suplicio eterno y un corto bienestar. Pues, mientras las
riquezas son perecederas, el castigo es sin fin, ya que ni los avaros, ni
los borrachos, ni los idólatras poseerán el reino de Dios (1 Cor 6,9-10).
55. Al oír esto se llenaron de cólera cuantos estaban en la sinagoga, y,
levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad.
Los sacrilegios de los judíos, que mucho antes había predicho el Señor por
los profetas —y lo que en un verso del salmo indica que había de sufrir
cuando estuviese en su cuerpo, al decir: Me devolvían mal por el bien (Ps
34,12)—, en el Evangelio nos muestra su cumplimiento. Efectivamente, cuando
distribuía sus beneficios entre los pueblos, ellos lo llenaban de injurias.
No es sorprendente que, habiendo perdido ellos la salvación, quisieran
desterrar de su territorio al Salvador. El Señor se modera sobre su
conducta: Él ha enseñado con su ejemplo a los apóstoles cómo hacerse todo a
todos: no desecha a los de buena voluntad ni coacciona a los recalcitrantes;
no resiste cuando se le expulsa ni está ausente de quien le invoca. Así en
otro lugar, a los gerasenos, no pudiendo soportar sus milagros, los deja
como enfermos e ingratos.
56. Entiende al mismo tiempo que su pasión en su cuerpo no ha sido obligada,
sino voluntaria; no ha sido apresado por los judíos, sino que Él se ha
ofrecido. Cuando quiere, es arrestado; cuando quiere, cae; cuando quiere, es
crucificado; cuando quiere, nadie le retiene. En esta ocasión subió a la
cima de la montaña para ser precipitado; pero descendió en medio de ellos,
cambiando repentinamente y quedando estupefactos aquellos espíritus
furiosos, pues no había llegado aún la hora de su pasión. Él quería mejor
salvar a los judíos que perderlos, a fin de que el resultado ineficaz de su
furor los hiciese renunciar a querer lo que no podían realizar. Observa,
pues, que aquí obra por su divinidad y allí se entrega voluntariamente;
¿cómo, en efecto, pudo ser arrestado por un puñado de hombres si antes no
pudo hacerlo una multitud? Pero no quiso que el sacrilegio fuese obra de
muchos, para que el odio de la cruz recayese sobre algunos: fue crucificado
por unos cuantos, pero murió por todo el mundo.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (1) nn. 43-56, BAC,
Madrid, 1966, pp. 210-218)
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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Jesús es rechazado en su
patria
En la primera lectura, Jeremías señala el origen divino de su vocación
profética. En efecto, el Señor le había dicho: "Antes de formarte en el
vientre materno, yo te conocía; antes que salieras del seno, yo te había
consagrado, te había constituido profeta para las naciones". El llamado es
de Dios, nadie puede atribuírselo a sí mismo. Jeremías, que era sólo un
muchacho cuando fue llamado, no se consideró digno; pero el Señor lo animó
diciéndole que estaría siempre con él. Le pediría que se levantase, se
ciñese la cintura, y fuese a predicar lo que Él le ordenara. No le sería
fácil, por cierto, la tarea, ya que tendría que enfrentarse a sacerdotes,
reyes y príncipes, pero el Señor lo haría "una plaza fuerte, una columna de
hierro, una muralla de bronce, frente a todo el país". Tendría, eso sí, que
poner toda su confianza en Dios: "Combatirán contra ti, pero no te
derrotarán, porque yo estoy contigo para librarte".
Este profeta fue de alma muy tierna, y le tocó sufrir la deportación del
pueblo judío que el rey Nabucodonosor decretó luego de invadir Jerusalén. De
por sí, su corazón se inclinaba instintivamente hacia la paz, pero siempre
tuvo que estar en pie de batalla contra reyes incapaces, falsos profetas, y
sacerdotes sin celo. La experiencia del fracaso exterior lo condujo, siempre
bajo la guía de Dios, a insistir en la necesidad de la religión interior que
más allá de todas las reglamentaciones, debe brotar desde adentro. Por eso,
aunque fracasó en vida suya, dejó sin embargo un gran legado, la doctrina de
la Alianza nueva, fundada en la religión del corazón.
Signo de contradicción
Lo que le sucedió a Jeremías no carece de relación con lo que le acontecería
a Cristo. El domingo pasado vimos cómo el Señor hizo suyo aquel pasaje de
Isaías referido al Mesías. El evangelio de hoy continúa aquel texto,
relatando lo que luego acaeció.
Ya el anciano Simeón le había profetizado a sus padres que sería signo de
contradicción. Pues bien, llegó el momento de las primeras confrontaciones.
Y, paradojalmente, tuvieron lugar en el propio ámbito donde había vivido
tantos años, en Nazaret. No faltaron los beneficios de Dios para este
pueblo. Sujeto como estaba a sus padres, sus conciudadanos lo habían visto
frecuentemente por las calles, conociéndolo como el hijo de José, el
carpintero.
Todo ello implica una cierta predilección en favor de Nazaret por parte de
Dios. Allí, entre ellos, estuvo el Dueño del cielo y de la tierra. Allí,
entre ellos, el mismo Dios se paseaba, hablaba y trabajaba...; y ahora, en
un gesto de caridad para con sus compatriotas, se determina a anunciarles el
advenimiento del Reino. Sabía el Señor que encontraría resistencia, como lo
manifestó al decirles: "Os aseguro que ningún profeta es bien recibido en su
tierra". El hecho es que entre los presentes en la Sinagoga se levantó un
murmullo de desaprobación. El Mesías esperado debía ser poderoso, quizás un
gran Rey, según los prejuicios de ellos. Pero resulta que el que se arroga
ese título no es sino "el hijo de José". Probablemente las inteligencias de
los que escuchaban predicar al Señor en el templo, por un momento se
llenaron de luz, ya que se trataba de un lenguaje nunca oído, además de que
todo lo que decía era perfectamente coherente. Pero esa luz que pugnaba por
penetrar en los corazones, se encontró con las manos libres que cerraban
puertas y ventanas para permanecer en la oscuridad. Y no sólo sus
inteligencias habrán experimentado el fulgor pasajero de aquella luz, sino
también sus voluntades habrán sentido el ardor de la verdad. Cuando Jesús
habla, todos los corazones tienden a expandirse, a dilatarse, rompiendo así
los muros de las durezas que los encajonan. Pero también esto fue extinguido
por aquellos desgraciados circunstantes. No querían un corazón de carne.
Preferían su viejo corazón de piedra.
Puja la luz por iluminar. Se niegan las tinieblas a recibirla. ¿Habrían
aceptado, por acaso, que era el Mesías, si hubiese hecho un milagro? Pero el
Señor no lo realizaría, porque no encontró corazones dispuestos y deseosos
de conocer la verdad. ¿Quién era la Verdad, sino Él? Rechazarán, pues, a
Cristo como el Mesías verdadero. Sólo lo considerarán hijo de un carpintero.
Lo que en definitiva rechazaron fue su divinidad, haciendo de Jesús un
hombre más de su pueblo. Si no era Dios, era mero hombre, y si era nada más
que un hombre, su opinión resultaba una opinión más entre tantas otras. Y si
era una opinión más ¿por qué insistía en su mesianismo? Después lo acusarían
precisamente de soberbio, para que fuese entregado al suplicio de la muerte,
todo porque pretendía ser y declararse Dios.
No por ello Jesús cambia de actitud, antes para demostrarles a quienes
estaban en aquella sinagoga que el hombre no puede dictar leyes a Dios y que
Dios es libre de distribuir sus dones a quienes quiere y como quiere, les
puso dos ejemplos bíblicos: el de la viuda de Sarepta, y el del leproso
Naamán, curado por Eliseo, ambos extranjeros. Jesús deseaba hacerles
comprender que vino a traer la salvación no a una ciudad o a un solo pueblo
sino a todos los hombres. Su misericordia no estaba ligada a un pueblo, a
una raza o a méritos personales, sino que Él la ejercitaba como quería. Pero
cerradas las ventanas a la luz, ofuscados en sus razonamientos, "se
enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un
lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba una ciudad, con
intención de despeñarlo".
Repudio a la gracia
Dios quiere que todos los hombres se salven. Así lo ha dicho su propio Hijo,
y lo ha probado al estirar sus brazos en la Cruz en un gesto simbólico, como
queriendo abrazar todo lo creado. Dios concede las gracias suficientes a
todos los hombres para que se salven, pero con frecuencia el corazón se
obstina, negándose a recibir la luz salvadora. Desgraciadamente, hoy como
ayer, se desprecian los dones salvadores de Dios. ¿Cuántos son los que
valoran como corresponde la importancia de la gracia santificante? ¡Cuánta
indiferencia respecto de Jesucristo, de su verdad, cuánto odio a sus leyes!
Pueden haber distintos motivos por los cuales se rechaza la gracia de Dios.
En primer lugar, la ignorancia. Muchos no conocen todavía los beneficios de
la redención. Se oponen a la gracia no en cuanto tal, porque ni siquiera
saben que existe. Habrá que predicarles. Otros, que sí saben de su
existencia, la rechazan por fragilidad. No ignoran su importancia, pero
anegados en las cosas temporales, dejan que las espinas sofoquen la planta
de la fe. Son aquellos que, conscientes de lo que hacen, prefieren las
frivolidades de este mundo, ofendiendo a Dios; con frecuencia tratan de
excusarse, generando un clima de inconsciencia sobre lo terrible del
pecado. Otros, y ésta es la peor actitud, rechazan la gracia por rebeldía,
en franca oposición a Dios. Son los que llegan a odiar la verdad, los que,
por envidia, trabajan para entregar al justo y también la justicia.
En definitiva, todos los que no aceptan la verdad de Jesucristo y proyectan
fundar la ciudad inmanente, son los que en línea directa descienden de
aquellos contemporáneos del Señor, que pretendieron desbarrancar a Cristo, y
con Él, a la verdad. Hoy también se quiere deportar la verdad del ámbito
temporal. Deportarla del Estado, de las leyes, de las Universidades y
Colegios, de las instituciones civiles, deportarla del arte, de la ciencia,
y hasta de los individuos y familias. La ciudad que se construye de esta
manera es la "Babilonia pagana". A Jeremías le tocó antaño padecer con su
pueblo la deportación a Babilonia. Hoy el hombre quiere estar en Babilonia,
permanecer en ella, deportando y desbarrancando a Cristo. Hoy anhela
construir esta ciudad terrena, inmanente, renunciando a la "Piedra", la
única piedra fundacional de toda sociedad bien constituida.
Por eso, como Jeremías, y como Cristo, hemos de contribuir a la obra
redentora, anunciando la Buena Nueva a los individuos y a las sociedades.
Sabemos que esto nos puede costar la incomprensión, la persecución y hasta
la muerte. El Señor nos dice, como le dijo a Jeremías: "No te derrotarán,
porque yo estoy contigo para librarte".
Si la apostasía gana el sitial del mundo, de las ciudades y de los
individuos, en la medida en que conquista terreno, en esa misma medida crece
la posibilidad de la persecución. Cuando un cristiano vive en gracia, amando
la verdad de Jesucristo, no es un mal síntoma que sea rechazado en su medio.
El auténtico cristiano podrá ser incomprendido en su familia, para quienes
será signo de contradicción; podrá ser incomprendido en el trabajo, donde
cada vez se hace más arduo dar testimonio; podrá ser incomprendido hasta en
la misma Iglesia, no por ella misma, sino porque hasta en su campo puede
esconderse la cizaña. En definitiva, si el Señor fue signo de contradicción,
y padeció persecución, no menos le espera a aquellos que quieren serle
realmente fieles.
Pidámosle a María Santísima, a Ella que como nadie conoció la saña del
enemigo luciferino contra el Señor, el Cordero Inocente, que nos mueva a
aceptar la luz de la gracia; que ate nuestra libertad, si algún día se opone
a esa luz, aferrándose a las tinieblas. Pidámosle, por sobre todas las
cosas, que nos alcance de su Hijo la gracia inmensa de la perseverancia
hasta el último día, aunque tengamos que sufrir por su causa, apoyados en
sus palabras de aliento: "Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os
persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos;
pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros".
(ALFREDO SÁENZ, SJ, Palabra y Vida Homilías dominicales y Festivas, Ciclo C,
Ed. Gladius, Buenos Aires, 1994, pp. 81-86)
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Aplicación I: San Juan Pablo II - La participación de María en la
vida pública de Jesús
1. El concilio Vaticano II, después de recordar la intervención de María en
las bodas de Caná, subraya su participación en la vida pública de Jesús:
«Durante la predicación de su Hijo, acogió las palabras con las que éste
situaba el Reino por encima de las consideraciones y de los lazos de la
carne y de la sangre, y proclamaba felices (cf. Mc 3,35 par.; Lc 11,27-28) a
los que escuchaban y guardaban la palabra de Dios, como ella lo hacía
fielmente (cf. Lc 2,19.51)» (Lumen gentium, 58).
El inicio de la misión de Jesús marcó también su separación de la Madre, la
cual no siempre siguió al Hijo durante su peregrinación por los caminos de
Palestina. Jesús eligió deliberadamente la separación de su Madre y de los
afectos familiares, como lo demuestran las condiciones que pone a sus
discípulos para seguirlo y para dedicarse al anuncio del reino de Dios.
No obstante, María escuchó a veces la predicación de su Hijo. Se puede
suponer que estaba presente en la sinagoga de Nazaret cuando Jesús, después
de leer la profecía de Isaías, comentó ese texto aplicándose a sí mismo su
contenido (cf. Lc 4,18-30). ¡Cuánto debe de haber sufrido en esa ocasión,
después de haber compartido el asombro general ante las «palabras llenas de
gracia que salían de su boca» (Lc 4,22), al constatar la dura hostilidad de
sus conciudadanos, que arrojaron a Jesús de la sinagoga e incluso intentaron
matarlo! Las palabras del evangelista Lucas ponen de manifiesto el
dramatismo de ese momento: «Levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y
le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada
su ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por medio de ellos, se marchó»
(Lc 4,29-30).
María, después de ese acontecimiento, intuyendo que vendrían más pruebas,
confirmó y ahondó su total adhesión a la voluntad del Padre, ofreciéndole su
sufrimiento de madre y su soledad.
2. De acuerdo con lo que refieren los evangelios, es posible que María
escuchara a su Hijo también en otras circunstancias. Ante todo en Cafarnaúm,
adonde Jesús se dirigió después de las bodas de Caná, «con su madre y sus
hermanos y sus discípulos» (Jn 2,12). Además, es probable que lo haya
seguido también, con ocasión de la Pascua, a Jerusalén, al templo, que Jesús
define como casa de su Padre, cuyo celo lo devoraba (cf. Jn 2,16-17). Ella
se encuentra asimismo entre la multitud cuando, sin lograr acercarse a
Jesús, escucha que él responde a quien le anuncia la presencia suya y de sus
parientes: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios
y la cumplen» (Lc 8,21).
Con esas palabras, Cristo, aun relativizando los vínculos familiares, hace
un gran elogio de su Madre, al afirmar un vínculo mucho más elevado con
ella. En efecto, María, poniéndose a la escucha de su Hijo, acoge todas sus
palabras y las cumple fielmente.
Se puede pensar que María, aun sin seguir a Jesús en su camino misionero, se
mantenía informada del desarrollo de la actividad apostólica de su Hijo,
recogiendo con amor y emoción las noticias sobre su predicación de labios de
quienes se habían encontrado con él.
La separación no significaba lejanía del corazón, de la misma manera que no
impedía a la madre seguir espiritualmente a su Hijo, conservando y meditando
su enseñanza, como ya había hecho en la vida oculta de Nazaret. En efecto,
su fe le permitía captar el significado de las palabras de Jesús antes y
mejor que sus discípulos, los cuales a menudo no comprendían sus enseñanzas
y especialmente las referencias a la futura pasión (cf. Mt 16,21-23; Mc
9,32; Lc 9,45).
3. María, siguiendo de lejos las actividades de su Hijo, participa en su
drama de sentirse rechazado por una parte del pueblo elegido. Ese rechazo,
que se manifestó ya desde su visita a Nazaret, se hace cada vez más patente
en las palabras y en las actitudes de los jefes del pueblo.
De este modo, sin duda habrán llegado a conocimiento de la Virgen críticas,
insultos y amenazas dirigidas a Jesús. Incluso en Nazaret se habrá sentido
herida muchas veces por la incredulidad de parientes y conocidos, que
intentaban instrumentalizar a Jesús (cf. Jn 7,2-5) o interrumpir su misión
(cf. Mc 3,21).
A través de estos sufrimientos, soportados con gran dignidad y de forma
oculta, María comparte el itinerario de su Hijo «hacia Jerusalén» (Lc 9,51)
y, cada vez más unida a él en la fe, en la esperanza y en el amor, coopera
en la salvación.
4. La Virgen se convierte así en modelo para quienes acogen la palabra de
Cristo. Ella, creyendo ya desde la Anunciación en el mensaje divino y
acogiendo plenamente a la Persona de su Hijo, nos enseña a ponernos con
confianza a la escucha del Salvador, para descubrir en él la Palabra divina
que transforma y renueva nuestra vida. Asimismo, su experiencia nos estimula
a aceptar las pruebas y los sufrimientos que nos vienen por la fidelidad a
Cristo, teniendo la mirada fija en la felicidad que ha prometido Jesús a
quienes escuchan y cumplen su palabra.
(JUAN PABLO II, Catequesis, La participación de María en la vida pública de
Jesús 12-III-97, L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
del 14-III-97)
Aplicación II: San Juan Pablo II - La contradicción
Ciertamente el mensaje de Jesús está destinado a “plantear problema” en la
vida de cada uno de los seres humanos. Nos lo recuerdan también las lecturas
de la liturgia de hoy, y sobre todo el texto del Evangelio de Lucas, que
acabamos de oír. El nos induce a volver una vez más con el pensamiento (...)
al momento de la Presentación de Jesús en el templo, que tuvo lugar a los 40
días de su nacimiento, el anciano Simeón pronunció sobre el Niño las
siguientes palabras: “Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Este está
puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción” (Lc 2:34).
Hoy somos testigos de la contradicción que Cristo encontró al comienzo mismo
de su misión -en su Nazaret-. Efectivamente: cuando, basándose en las
palabras del profeta Isaías, leídas en la sinagoga de Nazaret, Jesús hace
entender a sus paisanos que la predicción se refería precisamente a Él, esto
es, que Él era el anunciado Mesías de Dios (el Ungido en la potencia del
Espíritu Santo), surgió primero el estupor, luego la incredulidad y
finalmente los oyentes “se llenaron de cólera” (Lc 4,28), y se pusieron de
acuerdo en la decisión de tirarlo desde el monte sobre el que estaba
construida la ciudad de Nazaret... “Pero Él, atravesando por medio de ellos,
se fue” (Lc 4,30).
Y he aquí que la liturgia de hoy -sobre el fondo de este acontecimiento- nos
hace oír en la primera lectura la voz lejana del profeta Jeremías: “Ellos te
combatirán, pero no te podrán, porque yo estaré contigo para protegerte”
(Jer 1,19).
Jesús es el profeta del amor, de ese amor que San Pablo confiesa y anuncia
en palabras tan sencillas y a la vez tan profundas del pasaje tomado de la
Carta a los Corintios. Para conocer qué es el amor verdadero, cuáles son sus
características y cualidades, es necesario mirar a Jesús, a su vida y a su
conducta. Jamás las palabras dirán tan bien la realidad del amor como lo
hace su modelo vivo. Incluso palabras, tan perfectas en su sencillez, como
la primera Carta a los Corintios, son sólo la imagen de esta realidad: esto
es, de esa realidad cuyo modelo más completo encontramos en la vida y en el
comportamiento de Jesucristo.
No han faltado ni faltan, en la sucesión de las generaciones, hombres y
mujeres que han imitado eficazmente este modelo perfectísimo. Todos estamos
llamados a hacer lo mismo. Jesús ha venido sobre todo para enseñarnos el
amor. El amor constituye el contenido del mandamiento mejor que nos ha
dejado. Si aprendemos a cumplirlo, obtendremos nuestra finalidad: la vida
eterna. Efectivamente, el amor, como enseña el Apóstol “no pasa jamás” (1
Cor 13,8). Mientras otros carismas e incluso las virtudes esenciales en la
vida del cristiano acaban junto con la vida terrena y pasan de este modo, el
amor no pasa, no tiene nunca fin. Constituye precisamente el fundamento
esencial y el contenido de la vida eterna. Y por esto lo más grande “es la
caridad” (1 Cor 13,13).
Esta gran verdad sobre el amor, mediante la cual llevamos en nosotros la
verdadera levadura de la vida eterna en la unión con Dios, debemos asociarla
profundamente a la segunda verdad de la liturgia de hoy: el amor se adquiere
en la fatiga espiritual. El amor crece en nosotros y se desarrolla también
entre las contradicciones, entre las resistencias que se le oponen desde el
interior de cada uno de nosotros, y a la vez “desde fuera”, esto es, entre
las múltiples fuerzas que le son extrañas e incluso hostiles.
Por esto San Pablo escribe que “la caridad es paciente”. ¿Acaso no encuentra
en nosotros muy frecuentemente la resistencia de nuestra impaciencia, e
incluso simplemente de la inadvertencia? Para amar es necesario saber “ver”
al “otro”, es necesario saber “tenerle en cuenta”. A veces es necesario
“soportarlo”. Si sólo nos vemos a nosotros mismos, y el “otro” “no existe”
para nosotros, estamos lejos de la lección del amor que Cristo nos ha dado.
“La caridad es benigna”, leemos a continuación: no sólo sabe “ver” al
“otro”, sino que se abre a él, lo busca, va a su encuentro. El amor da con
generosidad y precisamente esto quiere decir: “es benigno” (a ejemplo del
amor de Dios mismo, que se expresa en la gracia). Y cuán frecuentemente, sin
embargo, nos cerramos en el caparazón de nuestro “yo”, no sabemos, no
queremos, no tratamos de abrirnos al “otro”, de darle algo de nuestro propio
“yo”, sobrepasando los límites de nuestro egocentrismo o quizá del egoísmo,
y esforzándonos para convertirnos en hombre, mujer, “para los demás”, a
ejemplo de Cristo.
Y así también, después, volviendo a leer la lección de San Pablo sobre el
amor y meditando el significado de cada una de las palabras de las que se ha
servido el Apóstol para describir las características de este amor, tocamos
los puntos más importantes de nuestra vida y de nuestra convivencia con los
otros. Tocamos no sólo los problemas familiares o personales, es decir, los
que tienen importancia en nuestro pequeño círculo de relaciones
interpersonales, sino que tocamos también los problemas sociales de
actualidad primaria.
¿Acaso no constituyen ya los tiempos en que vivimos una lección peligrosa de
lo que puede llegar a ser la sociedad y la humanidad, cuando la verdad
evangélica sobre el amor se la considera superada?, ¿cuando se la margina
del modo de ver el mundo y la vida, de la ideología?, ¿cuando se la excluye
de la educación, de los medios de comunicación social, de la cultura, de la
política?
Los tiempos en que vivimos, ¿no se han convertido ya en una lección
suficientemente amenazadora de lo que prepara ese programa social?
Y esta lección, ¿no podrá resultar más amenazadora todavía con el pasar el
tiempo?
A este propósito, ¿no son ya bastante elocuentes los actos de terrorismo que
se repiten continuamente, y la creciente tensión bélica del mundo? Cada uno
de los hombres -y toda la humanidad- vive “entre” el amor y el odio. Si no
acepta el amor, el odio encontrará fácilmente acceso a su corazón y
comenzará a invadirlo cada vez más, trayendo frutos siempre más venenosos.
De la lección paulina que acabamos de escuchar es necesario deducir
lógicamente que el amor es exigente. Exige de nosotros el esfuerzo, exige un
programa de trabajo sobre nosotros mismos, así como, en la dimensión social,
exige una educación adecuada, y programas aptos de vida cívica e
internacional.
El amor es exigente. Es difícil. Es atrayente, ciertamente, pero también es
difícil. Y por eso encuentra resistencia en el hombre. Y esta resistencia
aumenta cuando desde fuera actúan también programas en los que está presente
el principio del odio y de la violencia destructora. Cristo, cuya misión
mesiánica, encuentra desde el primer momento la contradicción de los propios
paisanos en Nazaret, vuelve a afirmar la veracidad de las palabras que
pronunció sobre Él el anciano Simeón el día de la Presentación en el templo:
“Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para signo de
contradicción” (Lc. 2,34).
Estas palabras acompañan a Cristo por todos los caminos de su experiencia
humana, hasta la cruz.
Esta verdad sobre Cristo es también la verdad sobre el amor. También el amor
encuentra la resistencia, la contradicción. En nosotros, y fuera de
nosotros. Pero esto no debe desalentarnos. El verdadero amor -como enseña
San Pablo- todo lo “excusa” y “todo lo tolera” (1 Cor 13,7).
(Homilía en la Parroquia de la Ascensión, 3 de febrero de1980)
Aplicación: Benedicto XVI - El himno de la caridad
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de este domingo se lee una de las páginas más hermosas del
Nuevo Testamento y de toda la Biblia: el llamado "himno a la caridad" del
apóstol san Pablo (1 Co 12, 31-13, 13). En su primera carta a los Corintios,
después de explicar con la imagen del cuerpo, que los diferentes dones del
Espíritu Santo contribuyen al bien de la única Iglesia, san Pablo muestra el
"camino" de la perfección. Este camino —dice— no consiste en tener
cualidades excepcionales: hablar lenguas nuevas, conocer todos los
misterios, tener una fe prodigiosa o realizar gestos heroicos. Consiste, por
el contrario, en la caridad (agape), es decir, en el amor
auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. La caridad es el don
"mayor", que da valor a todos lo demás, y sin embargo "no es jactanciosa,
no se engríe"; más aún, "se alegra con la verdad" y con el bien ajeno. Quien
ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no toma en cuenta el mal
recibido", "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta"
(cf. 1 Co 13, 4-7). Al final, cuando nos encontremos cara a cara con Dios,
todos los demás dones desaparecerán; el único que permanecerá para siempre
será la caridad, porque Dios es amor y nosotros seremos semejantes a él, en
comunión perfecta con él.
Por ahora, mientras estamos en este mundo, la caridad es el distintivo del
cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace.
Por eso, al inicio de mi pontificado, quise dedicar mi primera encíclica
precisamente al tema del amor: Deus caritas est. Como recordaréis, esta
encíclica tiene dos partes, que corresponden a los dos aspectos de la
caridad: su significado, y luego su aplicación práctica. El amor es la
esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la historia, es la
luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo,
el amor es, por decir así, el "estilo" de Dios y del creyente; es el
comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia
vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo estos dos
aspectos forman una unidad perfecta: él es el Amor encarnado. Este Amor se
nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarlo, podemos
confesar con el apóstol san Juan: "Nosotros hemos conocido el amor que Dios
nos tiene, y hemos creído en él" (cf. 1 Jn 4, 16; Deus caritas est, 1).
Queridos amigos, si pensamos en los santos, reconocemos la variedad de sus
dones espirituales y también de sus caracteres humanos. Pero la vida de cada
uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor de Dios. Hoy,
31 de enero, recordamos en particular a san Juan Bosco, fundador de la
familia salesiana y patrono de los jóvenes. En este Año sacerdotal, quiero
invocar su intercesión para que los sacerdotes sean siempre educadores y
padres de los jóvenes; y para que, experimentando esta caridad pastoral,
muchos jóvenes acojan la llamada a dar su vida por Cristo y por el
Evangelio. Que María Auxiliadora, modelo de caridad, nos obtenga estas
gracias.
(Ángelus Plaza de San Pedro, Domingo 31 de enero de 2010)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La incredulidad
Este suceso ocurre en la sinagoga de Nazaret. Jesús fue según su costumbre
el día sábado. Leyó un pasaje del profeta Isaías y se lo aplicó a sí mismo.
Les dijo: seguro me diréis el proverbio "médico cúrate a ti mismo"...los
milagros que has hecho en Cafarnaúm hazlos también aquí en tu pueblo...para
que creamos en Ti.
Cristo podría haberles dicho: crean en Mí para que pueda hacer milagros
porque "ningún profeta es bien recibido en su patria".
Es un anticipo de lo que luego iba a ocurrir en la cruz: a otros ha curado,
que se cure a sí mismo... Cristo baja de la cruz y creeremos en Ti y Cristo
les hubiera respondido: crean en Mí y bajaré de la cruz. Cristo no se curó a
sí mismo en la cruz siguiendo el parecer humano que le proponían los judíos
sino que según el querer divino Cristo se curó a sí mismo en la
resurrección.
Para aprovecharse de los milagros de un hombre de Dios, primero hay que
creer en él.
Mateo y Marcos ponen la razón última por la que Cristo no hizo allí muchos
milagros: "la incredulidad", es decir, la falta de fe.
De ella surge la expresión de Jesús "ningún profeta es bien recibido en su
patria" que parece ser la razón paradójica que les da Jesús a los nazarenos
según Lucas.
La incredulidad lleva necesariamente a una visión humana de las cosas
(visión mundana, podríamos decir) que es una de las modalidades del
"fermento farisaico".
También aquí aparecen otras "modalidades" del fermento farisaico: el
nacionalismo excluyente. Los judíos se creían salvados por ser judíos y
Cristo les da dos ejemplos de predilección de Dios por los gentiles: la
viuda de Sarepta y Naamán el Sirio... ¡Cómo les dolió! En el pasaje incluso
aparece una apropiación del Mesías regionalista: si eres de aquí (de
Nazaret) haz milagros aquí y Cristo les responde: no hago milagros porque
soy de aquí.
Otras de las modalidades del fariseísmo es una concepción cabalística del
Mesías. Un Mesías espectacular, teatrero, fantástico, milagrero, actor de
cine, ganador, canchero y para nutrir esa concepción le piden que haga
milagros...como en Cafarnaúm. Es una de las tentaciones que le había puesto
el diablo en el desierto: tírate del pináculo del templo y vuela para que
todos te aplaudan y se te sometan y Cristo con la escritura había rechazado
la tentación del diablo argumentando que Él venía a hacer la voluntad de
Dios en cuanto al fin y los medios propuestos por su Padre "no tentarás al
Señor tu Dios" (Lc 4,12).
Cristo respeta los fines. ¿Para qué son los signos? Para que crean en el
Mesías. Cristo no buscaba como fin su fama sino el bien de los hombres. Si
hacía milagros (para aquellos hombres) alimentaba una concepción errada del
Mesías y su fe disminuía en vez de acrecentarse. Por lo tanto no hizo, por
el bien de sus paisanos, ningún milagro.
Además Cristo quería ser Médico de las almas y ellos querían milagros
materiales, por eso igual que cuando lo quisieron proclamar rey Cristo se
va.
Y finalmente, otra modalidad del fariseísmo (que tiene múltiples facetas) es
la envidia. Reconocen la excelsitud de su doctrina y se admiran (v. 22). Y
ante la admiración en vez de reaccionar bien: respondiendo con el acto de fe
"creo que eres el Mesías" reaccionan mal, se escandalizan: no es este
nuestro vecino. Está loco (meschúgge) y nos ha despreciado, se le subieron
los humos a la cabeza... hay que lincharlo... hay que eliminarlo. Esto que
acontecía en germen en este primer atentado terminaría con su muerte en el
Calvario.
Cuentan los que han ido a Jerusalén que en Nazaret se levanta una capilla en
honor de la "Virgen del espanto" porque cuenta la tradición que desde allí
la Virgen presencio como querían desbarrancar a su Hijo y se llenó de miedo.
Se abrió una gran roca que la ocultó de la masa embravecida que volvía del
barranco.
* * *
Nos molesta que nos digan la verdad.
Nos enojamos, muchas veces, cuando nos dicen una verdad sobre nuestros
defectos.
Jesús les dice la verdad: recurre primero a un refrán popular, sacado de
casos veraces, “ningún profeta es bien recibido en su patria” y lo dice
enfatizando la verdad del refrán “en verdad os digo…”
Y luego da dos ejemplos de la verdad que ha dicho y la trasmite en forma de
sentencia “ningún profeta…”
Los dos ejemplos también los enfatiza “os digo de verdad…” y pone el milagro
y la ayuda que hizo Elías a una viuda extranjera de Sarepta y el milagro de
Eliseo al sirio Naamán. No ayudó Elías a ninguna viuda israelita ni limpió
Eliseo a ningún leproso de Israel.
En Cafarnaúm tampoco podía hacer milagros por su incredulidad y esa era la
verdad. Mateo va a decir “no hizo allí milagros, a causa de su falta de fe”.
Jesús les estaba diciendo claramente que no tenían fe en Él y por eso no iba
a hacer milagros.
Y cuando nos dicen una verdad nos duele y ¡vaya si nos duele! Porque todos
nos creemos muy buenitos y muy perfectos. Me refiero a las verdades de
nuestros defectos…
Pero podemos reaccionar mal como reaccionaron los nazarenos y el grado de
reacción, creo yo, está de acuerdo al amor propio. Ellos quisieron matarlo.
¡Cuánto les dolió la verdad de que eran unos incrédulos! Ellos se creían muy
religiosos.
Pero también podemos reaccionar bien y cambiar de actitud. Al menos, pedir
la gracia de cambiar, como en el caso de los nazarenos, porque la fe es un
don y no se alcanza tan fácil como otras virtudes.
Lo importante es ver la mano de Dios en esas correcciones, en esas verdades
que nos dicen de nuestros defectos y bendecir a quien nos las dice, en
definitiva, siempre es Dios el que nos corrige y lo hace para nuestro bien.
¡Qué mano bondadosa también la de Dios que a veces nos abofetea haciéndonos
ver nuestra miseria!
Jesús los corrige indirectamente. No les dice las cosas directamente. No les
dice “son unos incrédulos” sino que los corrige a través de un lenguaje
indirecto, lo que no quiere decir, oscuro, pues ellos lo entendieron
perfectamente.
Conocer nuestros defectos es una gracia. Sea los conozcamos directa o
indirectamente. A veces, Dios se vale de permisiones en nuestra vida:
pecados, errores, equivocaciones, inspiraciones; otras se vale de nuestro
prójimo que nos hace ver nuestros defectos… pero siempre es una gracia
conocer lo malo en nosotros, lo que tenemos que cambiar para agradar a Dios
y alcanzar su gracia.
Sólo el alma que vive abandonada en Dios puede reaccionar bien, serenamente,
ante una corrección. No siempre reaccionamos mal, con enojos… pero si con
excusas o críticas al que nos corrige, tratando de ocultar o justificar
nuestras faltas.
Tenemos que tener un alma tan dócil que sea fácil de corregir. Que
cualquiera, especialmente, los superiores, puedan corregirnos y decirnos las
verdades sobre nuestros defectos.
Por otra parte, teniendo en cuenta las debidas condiciones, hay que advertir
las faltas de los demás, como lo hizo Jesús, en especial si nos corresponde
por nuestro cargo.
(Castellani, Las Parábolas de Cristo, Jauja Mendoza 1994, 32s; Castellani,
Cristo y los fariseos, Jauja Mendoza 1999, 35s; San Juan Crisóstomo,
Homilías sobre San Mateo (II), BAC Madrid 1956, 30s. Mt 13, 58)
Aplicación: P. Jorge Loring, S.J. - Cuarto Domingo del Tiempo
Ordinario - Año C Lc 4:21-30
1.- Para esta homilía me voy a centrar en la Epístola. Es muy interesante el
HIMNO DEL AMOR que hace San Pablo en el capítulo 13 de su Primera Carta a
los Corintios.
2.- Hoy hay muchos matrimonios que fallan porque desconocen lo que es el
auténtico amor.
3.- Muchos van al matrimonio pensando en su propia felicidad. Les interesa
el matrimonio por lo que ellos van a disfrutar. Les mueve sólo el egoísmo.
4.- Y el amor es todo lo contrario al egoísmo. Aristóteles definió el amor
como la felicidad de buscar el bien de la persona amada.
5.- Pero eso de «estaré contigo mientras me vaya bien» es puro egoísmo, no
tiene nada de amor. Va al fracaso seguro.
6.- El verdadero amor disfruta sacrificándose en bien de la persona amada.
Dijo Cristo: «amaos como yo os amé». Y Él dio la vida para nuestro bien.
7.- Dice San Pablo que el amor es:
a) Paciente: la convivencia humana requiere mucho aguante.
b) Benigno: hace el bien sin esperar recompensa.
c) Todo lo perdona: hay que saber perdonar los roces inevitables de la vida.
En la vida nos damos pisotones. A veces sin querer, pero otras con mala
idea. Hay que perdonar, aunque el pisotón nos duela. Pero esto no excluye
exigir la reparación del daño recibido. Que se haga justicia. Pero sin deseo
de venganza.
8.- La familia donde reina el amor verdadero, es un pedazo de cielo
Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa - Segunda lectura - El más
célebre y sublime himno al amor
El mensaje de Pablo es de gran actualidad. El mundo del espectáculo y de la
publicidad parece hoy empeñado en inculcar a los jóvenes que el amor se
reduce al eros y el eros al sexo. Que la vida es un idilio continuo en un
mundo donde todo es bello, joven, saludable; donde no existe vejez,
enfermedad y todos pueden gastar cuanto quieran. Pero ésta es una colosal
falsedad
Dedicamos nuestra reflexión a la segunda lectura, donde encontramos un
mensaje importantísimo. Se trata del célebre himno de San Pablo a la
caridad. Caridad es el término religioso para decir amor. Por lo tanto se
trata de un himno al amor, tal vez el más célebre y sublime que jamás se
haya escrito.
Cuando apareció en el ámbito del mundo el cristianismo, el amor había tenido
ya diversos cantores. El más ilustre había sido Platón, quien había escrito
sobre él un tratado entero. El nombre común del amor era entones eros (de
ahí los términos actuales erótico y erotismo). El cristianismo percibió que
este amor pasional de búsqueda y de deseo no bastaba para expresar la
novedad del concepto bíblico. Por ello evitó completamente el término eros y
le sustituyó el de agape, que se debería traducir por dilección o caridad,
si este término no hubiera adquirido ya un sentido demasiado restringido
(hacer caridad, obras de caridad).
La diferencia principal entre los dos amores es ésta. El amor de deseo, o
erótico, es exclusivo; se consuma entre dos personas; la intromisión de una
tercera persona significaría su final, la traición. A veces hasta la llegada
de un hijo puede poner en crisis este tipo de amor. El amor de donación, o
agape, al contrario, abraza a todos, no puede excluir a nadie, ni siquiera
al enemigo. La fórmula clásica del primer amor es la que oímos en labios de
Violeta en la Traviata de Verdi: «Ámame Alfredo, ámame cuanto yo te amo». La
fórmula clásica de la caridad es aquella de Jesús que dice: «Como yo os he
amado, amaos así los unos a los otros». Éste es un amor hecho para circular,
para expandirse. Otra diferencia es ésta. El amor erótico, en la forma más
típica, que es el enamoramiento, por su naturaleza no dura mucho tiempo, o
dura sólo cambiando de objeto, esto es, enamorándose sucesivamente de varias
personas. De la caridad San Pablo dice en cambio que «permanece», es más, es
lo único que permanece eternamente, incluso después de que hayan cesado la
fe y la esperanza.
Entre los dos amores, sin embargo –el de búsqueda y el de donación- no
existe separación clara ni contraposición, sino más bien desarrollo,
crecimiento. El primero, el eros, es para nosotros el punto de partida; el
segundo, la caridad, el punto de llegada. Entre ambos existe todo el espacio
para una educación al amor y un crecimiento en él. Tomemos el caso más
común, que es el amor de pareja. En el amor entre esposos, al principio
prevalecerá el eros, la atracción, el deseo recíproco, la conquista del
otro, y por lo tanto un cierto egoísmo. Si este amor no se esfuerza por
enriquecerse, poco a poco, de una dimensión nueva, hecha de gratuidad, de
ternura recíproca, de capacidad de olvidarse por el otro y de proyectarse en
los hijos, todos sabemos cómo acabará.
El mensaje de Pablo es de gran actualidad. El mundo del espectáculo y de la
publicidad parece hoy empeñado en inculcar a los jóvenes que el amor se
reduce al eros y el eros al sexo. Que la vida es un idilio continuo en un
mundo donde todo es bello, joven, saludable; donde no existe vejez,
enfermedad y todos pueden gastar cuanto quieran. Pero ésta es una colosal
falsedad que genera expectativas desproporcionadas, que desilusiona
provocando frustraciones, rebelión contra la familia y la sociedad, y abre a
menudo la puerta al delito. La Palabra de Dios nos ayuda a que no se apague
del todo en la gente el sentido crítico frente a lo que diariamente se le
propina.
Párrafos del Catecismo de la Iglesia Católica sugeridos por el
Directorio Homilético
Cuarto domingo del Tiempo Ordinario (C) CEC 436, 1241,
1546: Cristo el Profeta CEC 904-907: nuestra participación en el oficio
profético de Cristo
CEC 103-104: la fe, el principio de la vida eterna
CEC 1822-1829: la caridad
CEC 772-773, 953: la comunión en la Iglesia
CEC 314, 1023, 2519: los que están en el cielo verán a Dios “cara a cara”
II CRISTO
436 Cristo viene de la traducción griega del término hebreo
"Mesías" que quiere decir "ungido". No pasa a ser nombre propio de Jesús
sino porque él cumple perfectamente la misión divina que esa palabra
significa. En efecto, en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le
eran consagrados para una misión que habían recibido de él. Este era el caso
de los reyes (cf. 1 S 9, 16; 10, 1; 16, 1. 12-13; 1 R 1, 39), de los
sacerdotes (cf. Ex 29, 7; Lv 8, 12) y, excepcionalmente, de los profetas
(cf. 1 R 19, 16). Este debía ser por excelencia el caso del Mesías que Dios
enviaría para instaurar definitivamente su Reino (cf. Sal 2, 2; Hch 4,
26-27). El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (cf. Is 11, 2)
a la vez como rey y sacerdote (cf. Za 4, 14; 6, 13) pero también como
profeta (cf. Is 61, 1; Lc 4, 16-21). Jesús cumplió la esperanza mesiánica de
Israel en su triple función de sacerdote, profeta y rey.
1241 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el
obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a
ser un cristiano, es decir, "ungido" por el Espíritu Santo, incorporado a
Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (cf OBP no 62).
Dos modos de participar en el único sacerdocio de Cristo
1546 Cristo, sumo sacerdote y único mediador, ha hecho de la Iglesia "un
Reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6; cf. Ap 5,9-10; 1 P
2,5.9). Toda la comunidad de los creyentes es, como tal, sacerdotal. Los
fieles ejercen su sacerdocio bautismal a través de su participación, cada
uno según su vocación propia, en la misión de Cristo, Sacerdote, Profeta y
Rey. Por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación los fieles son
"consagrados para ser...un sacerdocio santo" (LG 10).
Su participación en la misión profética de Cristo
904 "Cristo,... realiza su función profética ... no sólo a través
de la jerarquía ... sino también por medio de los
laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de
la palabra" (LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso
de todo creyente (Sto. Tomás de A., STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el
anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra".
En los laicos, esta evangelización "adquiere una nota específica y una
eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones
generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero
apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a
los no creyentes ... como a los fieles (AA 6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello
también pueden prestar su colaboración en la formación catequética (cf. CIC,
can. 774, 776, 780), en la enseñanza de las ciencias sagradas (cf. CIC,can.
229), en los medios de comunicación social (cf. CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio
conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados
su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de
manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y
de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la
utilidad común y de la dignidad de las personas" (CIC, can. 212, 3).
103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras
como venera también el Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles
el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la Palabra de Dios y del
Cuerpo de Cristo (cf. DV 21).
104 En la Sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su
fuerza (cf. DV 24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana,
sino lo que es realmente: la Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). "En los libros
sagrados, el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de
sus hijos para conversar con ellos" (DV 21).
La caridad
1822 La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios
sobre todas las cosas por él mismo y a nuestro
prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
1823 Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo (cf Jn 13,34). Amando a
los suyos "hasta el fin" (Jn 13,1), manifiesta el amor del Padre que ha
recibido. Amándose unos a otros, los discípulos imitan el amor de Jesús que
reciben también en ellos. Por eso Jesús dice: "Como el Padre me amó, yo
también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Y también:
"Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado"
(Jn 15,12).
1824 Fruto del Espíritu y plenitud de la ley, la caridad guarda los
mandamientos de Dios y de Cristo: "Permaneced en mi amor. Si guardáis mis
mandamientos, permaneceréis en mi amor" (Jn 15,9-10; cf Mt 22,40; Rm 13,8-
10).
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm
5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt
5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos
a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).
El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es
jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita;
no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la
verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co
13,4-7).
1826 "Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...". Y todo lo
que es privilegio, servicio, virtud misma..."si no tengo caridad, nada me
aprovecha" (1 Co 13,1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es la
primera de las virtudes teologales: "Ahora subsisten la fe, la esperanza y
la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad" (1 Co
13,13).
1827 El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la
caridad. Esta es "el vínculo de la perfección" (Col 3,14); es la forma de
las virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su
práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana de
amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.
1828 La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la
libertad espiritual de los hijos de Dios. Este no se halla ante Dios como un
esclavo, en el temor servil, ni como el mercenario en busca de un jornal,
sino como un hijo que responde al amor del "que nos amó primero" (1 Jn
4,19):
O nos apartamos del mal por temor del castigo y estamos en la disposición
del esclavo, o buscamos el incentivo de la recompensa y nos parecemos a
mercenarios, o finalmente obedecemos por el bien mismo del amor del que
manda...y entonces estamos en la disposición de hijos (S. Basilio, reg. fus.
prol. 3).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la
práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la
reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos
(S. Agustín, ep. Jo. 10,4).
La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios
772 En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como
la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en El" (Ef 1, 10). San
Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al desposorio de Cristo y de la
Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5,
25-27), por eso se convierte a su vez en Misterio (cf. Ef 3, 9-11).
Contemplando en ella el Misterio, San Pablo escribe: el misterio "es Cristo
en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27)
773 En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que
no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella
es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (cf. LG 48). "Su
estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo.
Y la santidad se aprecia en función del 'gran Misterio' en el que la Esposa
responde con el don del amor al don del Esposo" (MD 27). María nos precede a
todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin
tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia
precede a su dimensión petrina" (ibid.).
953 La comunión de la caridad : En la "comunión de los santos" "ninguno de
nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo" (Rm 14,
7). "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es
honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois
el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1 Co 12, 26-27).
"La caridad no busca su interés" (1 Co 13, 5; cf. 10, 24). El menor de
nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta
solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la
comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero
los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al
final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios
"cara a cara" (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por
los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo,
en vista del cual creó el cielo y la tierra.
II EL CIELO
1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están
perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre
semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf.
1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de
Dios, las almas de todos los santos ... y de todos los demás fieles muertos
después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que
purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que
purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes
de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión
al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán
en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo,
admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de
nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión
intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII:
DS 1000; cf. LG 49).
2519 A los "limpios de corazón" se les promete que verán a Dios cara a cara
y que serán semejantes a él (cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La pureza de corazón
es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver
según Dios, recibir a otro como un "prójimo"; nos permite considerar el
cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu
Santo, una manifestación de la belleza divina.
cortesía: ive.org et alii