Domingo 4 Tiempo Ordinario C - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
introducción a las lecturas del domingo
Primera lectura: Jr 1, 4-5. 17-19
Jeremías era profeta, no porque quería, sino porque
Dios lo llamó y lo consagró para que sea boca de Dios. Jeremías presiente
que difícil será esta misión pero más le asusta aún la posibilidad de no ser
fiel a su vocación (cf. Sl. 39; Is 49, 1-6; Ez 2, 1-3; 2 Cor 4, 7-18; 11,
21-30).
Segunda lectura: 1 Cor 12, 31-13, 13
San Pablo nos invita a proclamar con él el himno de la
caridad cristiana. Después de haber desarrollado la doctrina sobre los
carismas, e. d., los dones del espíritu Santo le da a cada uno para servir a
la Iglesia, aquí San Pablo enseña un camino de servicio comunitario muy
superior que los carismas que hay numerado: proclama el amor fraterno,
exalta la caridad. La grandeza del hombre, la perfección del cristiano se
miden por su caridad. Dios es amor y cuanto más ama el hombre con la gracia
de Dios tanto más se configura al amor que Dios ha derramado en su corazón
por medio del Espíritu Santo. Este es el criterio de Dios: cf. Rom 13, 8-10;
1 Jn 3, 13-18.
Como vemos en el Evangelio el Hijo de Dios hecho hombre
puede revelarse realmente sólo donde encuentra corazones abiertos dispuestos
a creer. Lo que le sucede es ya un indicio de lo que sucederá a él y a su
misión: su propio pueblo no lo aceptará y por eso, como lo recuerdan sus
palabras, serán muchas veces los paganos que tendrán fe. Para todos vale que
no se puede “matar” a Jesús definitivamente ni a su misión pero si puede
suceder que, por tener buena voluntad, no trate de desbarrancarlo sino que
uno simplemente pasa de largo porque está ocupado en otras cosas. Cf. Sl.
22; Jr 38, uno-13; Mt 10, 24-28; Hech 9, 15 ss.
San Agustín escribió una vez: “Tengo miedo que el Sr.
pase de largo”, e. d., que no entre en mi casa, en mi corazón para quedarse.
La mayoría de nosotros que leemos estas palabras no es que rechacemos
conscientemente al Señor. Sin embargo, puede ser que poco a poco estamos
apartándolo de nosotros y de nuestra vida tan marcada por la rutina y el
tedio. Sabemos que el Hijo de Dios se entregó por nosotros, nos damos cuenta
a pesar de ello que la Providencia divina con su presencia maravillosa no
tiene peso en nuestra vida, ni es el motor de la vida de nuestros días. La
preocupación de conseguir algún objeto, así lo vemos, puede desencadenar
fortísimas emociones que involucran a todo nuestro ser. Y un Dios
crucificado no impacta nuestra vida. Lo colgamos en la pared de nuestra casa
y ahí nos sirve de adorno. Necesitamos recuperar conscientemente esta
sensibilidad por la presencia real de Dios en nuestra vida. Necesitamos que
se nos ayude a abrirnos nuevamente a la maravillosa realidad de Dios que nos
ama. Los maestros de la espiritualidad recomiendan que hagamos una vez al
año un retiro espiritual, que dediquemos este tiempo sólo a un encuentro con
Dios, encuentro que puede vivificar nuestra fe para todo en un año, y lo que
es más importante, involucre a nuestra persona con cuerpo y alma, voluntad y
emociones, inteligencia y acción porque lo que nos mueve no son un nuevo
vestido o una nueva ganancia financiera sino la meta hacia la que estamos
caminando, Cristo. Cuando nos invitan a participar en un retiro hagamos lo
imposible para participar porque son oportunidades que no se repiten. Y
todos los días se requiere un tiempo de oración, de estar a solas con el
Señor.
Jesús fue un valiente. Conocía y sabía lo que el Padre
de los cielos quería de él y sabiéndolo, lo realizaba en todas las
circunstancias de la vida. En todo momento estaba conforme a su misión
enseñando y salvando a los hombres y esto a veces le acarreaba problemas
como lo vemos en el Evangelio del domingo y al final lo condujo a su muerte
en la cruz. Nosotros también conocemos y sabemos lo que Dios quiere de
nosotros. Por eso tenemos que ser unos valientes como Jesús no tanto para
cumplir algo sino para caminar en armonía con Dios Padre, Dios Hijo, Dios
Espíritu Santo. Primero seamos valientes con nosotros mismos y veamos los
momentos cuando nuestras debilidades y limitaciones han impedido que hagamos
su voluntad. Darnos cuenta de eso ya es un paso adelante ya que, por lo
menos, podemos pedir a Dios que nos ayude y que no busquemos disculpas.
Propongámonos siquiera una cosa al día, aunque sea pequeña, para así
responder al amor de Dios en ese día. Nos ayudará a crecer y nos dará
fuerza. Es como quien se ejercita y poco a poco crecen los músculos
espirituales. En segundo lugar tenemos que ser valientes de cara a los
demás: nunca debe ser razón de hacer algo porque todos lo hacen sino sólo y
únicamente porque así le gusta al Señor que obremos. Ante los compañeros y
amigos a veces hay que ser valiente y manifestar que esto que se proponen no
está bien. A veces tenemos delante una obligación que no nos gusta mucho y
tratamos tantas veces de escapar. También allí necesitamos la ayuda de Dios
primero en el descubrir esta realidad y luego en curarla. Recordemos siempre
lo que dice San Pablo: “Todo lo puedo en Aquel que me reconforta”.
A Cristo no se le puede dividir. Cuando se le acepta
hay que aceptarlo en su totalidad: su Palabra: es revelación y exigencia; su
persona: es amor y compromiso. Y cada vez que celebramos la eucaristía
estamos aceptando al Cristo total.
Dios llama
ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad; en virtud de
lo cual éstos quedan obligados en conciencia, pero no coaccionados. Porque
Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana que El mismo ha
creado, que debe regirse por su propia determinación y gozar de libertad.
Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús, en quien Dios se manifestó
perfectamente a sí mismo y descubrió sus caminos. En efecto, Cristo, que es
Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo pacientemente e
invitó a los discípulos. Cierto que apoyó y confirmó su predicación con
milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no ejerció
coacción sobre ellos.
Reprobó ciertamente la incredulidad de los que le oían
pero dejando a Dios el castigo para el día del juicio. Al enviar a los
Apóstoles al mundo les dijo: "El que creyere y fuere bautizado, se salvará;
mas el que no creyere, se condenará" (Mc., 16,16). Sabiendo que se había
sembrado cizaña juntamente con el trigo, mandó que los dejaran crecer a
ambos hasta el tiempo de la siega, que se efectuará al fin del mundo.
Renunciando a ser Mesías político y dominador por la fuerza, prefirió
llamarse Hijo del Hombre que ha venido "a servir y dar su vida para
redención de muchos" (Mc., 10,45).
Se manifestó como perfecto Siervo de Dios, que "no
rompe la caña quebrada y no extingue la mecha humeante" (Mc., 12,20).
Reconoció la autoridad civil y sus derechos, mandando pagar el tributo al
César, pero avisó claramente que había que guardar los derechos superiores
de Dios: "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"
(Mt., 22,21). Finalmente, al consumar en la cruz la obra de la redención,
para adquirir la salvación y la verdadera libertad de los hombres, completó
su revelación. Dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la
fuerza a los que le contradecían. Pues su reino no se impone con la
violencia, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole
oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los
hombres a Sí mismo.
Los Apóstoles, amaestrados por la palabra y por el
ejemplo de Cristo, siguieron el mismo camino. Desde los primeros días de la
Iglesia, los discípulos de Cristo se esforzaron en convertir a los hombres a
la fe de Cristo Señor, no por acción coercitiva ni por artificios indignos
del Evangelio, sino ante todo por la virtud de la palabra de Dios.
Anunciaban a todos resueltamente el designio de Dios Salvador, "que quiere
que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad" (1
Tim., 2,4); pero al mismo tiempo respetaban a los débiles, aunque estuvieran
en el error, manifestando de este modo cómo "cada cual dará a Dios cuenta de
sí" (Rom., 14,12), debiendo obedecer a su conciencia.
Al igual que Cristo, los Apóstoles estuvieron siempre
empeñados en dar testimonio de la verdad de Dios, atreviéndose a proclamar
cada vez con mayor abundancia ante el pueblo y las autoridades, "la palabra
de Dios con confianza" (Act., 4,31). Pues defendían con toda fidelidad que
el Evangelio era verdaderamente la virtud de Dios para la salvación de todo
el que cree. Despreciando, pues, todas "las armas de la carne", y siguiendo
el ejemplo de la mansedumbre y de la modestia de Cristo, predicaron la
palabra de Dios confiando plenamente en la fuerza divina de esta palabra
para destruir los poderes enemigos de Dios y llevar a los hombres a la fe y
al acatamiento de Cristo. Los Apóstoles, como el Maestro, reconocieron la
legítima autoridad civil: "No hay autoridad que no venga de Dios", enseña el
Apóstol, que, en consecuencia, manda: "Toda persona esté sometida a las
potestades superiores..., quien resiste a la autoridad, resiste al orden
establecido por Dios" (Rom., 13,12). Y al mismo tiempo no tuvieron miedo de
contradecir al poder público, cuando éste se oponía a la santa voluntad de
Dios: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres" (Act., 5,29). Este
camino siguieron innumerables mártires y fieles a través de los siglos y en
todo el mundo. (Vaticano II, Libertad religiosa n° 11).
Como ayuda para estimular la reflexión familiar se
puede preparar toda una serie de tarjetas que cada uno contenga una actitud
o reacción de las personas. Comienzo un debate para decidir cuáles de estas
actitudes tienen mayor importancia y las tarjetas se colocan en su orden
correlativo. Luego será relativamente fácil comenzar a reflexionar sobre lo
que más falta hace a la familia.
Leamos la Biblia con la
Iglesia
(Nota: I. durante el año impar; II.
durante el año par
Lunes: I. Hebr 11, 32-40; II. 2 Sam 15, 13-14.30; 16, 5-13 a; Mc 5, 1-20
Martes:
I. Hebr 12, 1-4; II 2 Sam 18, 9-10.14 B. 24-25.30-19, 3; Mc 5, 21-43
Miércoles: I. Hebr 12, 4-7. 11-15; II. 2 Sam 24, 2. 9-17; Mc 6, 1-6
Jueves: I Hebr 12, 18-19.21-24; II. 1 Re 2, 1-4. 10-12;
Mc 6, 7-13
Viernes: I. Hebr 13, 1-8; Sir 47, 2-11; Mc 6, 14-29
Sábado: I. Hebr 13, 15-17.20-21; II. 1 Re 3, 4-13; Mc
6, 30-34
Para crecer en la fe
Te suplicamos, Señor, supera cada día en nosotros
nuestra mezquindad de fe, nuestra actitud de pusilánimes e indecisión, la
inclinación a la comodidad y el miedo al riesgo y esfuerzo. Te suplicamos,
Señor, nos ayudes a arriesgarnos en la lucha y el sufrimiento aunque
quedemos sin recompensa. Te suplicamos, Señor, nos guardes de todo egoísmo
frente al sufrimiento de los demás, pero ante todo de la falta de fe y de
amor. Amén.