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Domingo 11 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical parroquial

 

Recursos adicionales para la preparación

 

A su servicio
Exégesis: Alois Stöger - Conversión de la pecadora (Lc.7, 36-50)

Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Esclava y amante

Santos Padres: San Ambrosio - La pecadora y su unción (Lc 7, 36-50; cf. Mt 26, 6)

Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Cristo y la pecadora

Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Parábola de los deudores

Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La pecadora perdonada (Lc.7, 36-8,3)

Aplicación: clerus.org - Mensaje de alegría

Aplicación: S.S. Francisco p.p. - El don de la vida

Aplicación: P. Jorge Loring S.J. - Décimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc 7: 36-50

Aplicación: Directorio Homilético - Undécimo domingo del Tiempo Ordinario

Ejemplos

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

Comentarios a Las Lecturas del Domingo


Exégesis: Alois Stöger - Conversión de la pecadora (Lc.7, 36-50)

Sólo Lucas refiere que Jesús se sentó a la mesa con fariseos. Le gusta hablar de conversaciones habidas a la mesa. Durante la comida se trata de lo que separa a Jesús y a los fariseos: la actitud frente a los pecadores (Lc.7:36 ss), las leyes de pureza (Lc.11:39 s), el reposo sabático (Lc.14:1 ss). Las disputas se convierten en conversaciones habidas junto a la mesa (Lc.14:7 ss). El clima es distinto que en Mateo, más griego, más humano, más estimulante.

36 Cierto fariseo lo invitó a comer con él. Entró, pues, Jesús en la casa del fariseo y se puso a la mesa. 37 Y en esto, una mujer pecadora que había en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en la casa del fariseo, Ilevó consigo un frasco de alabastro lleno de perfume, 38 y poniéndose detrás de él, a sus pies, y llorando, comenzó a bañárselos con lágrimas, y con sus propios cabellos se los iba secando; luego los besaba y los ungía con el perfume.

Jesús se puso a la mesa. Estaba invitado a comer en casa de un fariseo. Aprovecha también esta oportunidad para enseñar; Simón le da el nombre de maestro. Jesús procede de distinta manera que el Bautista. Éste vive en el desierto, lejos de los hombres, como asceta riguroso, quien quiera oírle, tiene que ir a buscarlo al desierto. Jesús despliega su actividad en las ciudades, donde viven los hombres, en las casas, en invitaciones y fiestas. Juan cita a los hombres a juicio, Jesús les trae la salvación.

La casa en que se celebraba un banquete estaba abierta aun a los no invitados. Podían mirar, deleitarse con la vista del espectáculo, participar en las conversaciones de los comensales. Así pudo entrar también la mujer que era conocida como pecadora en la ciudad. Parece ser que era una meretriz.1

La mujer muestra que profesa a Jesús una veneración sin límites. Llora profundamente conmovida. Besar los pies era señal de la más humilde gratitud, como la que se tiene, por ejemplo, a uno que salva la vida. La mujer se suelta los cabellos, aunque era ignominioso para una mujer casada soltarse los cabellos delante de hombres. Con los cabellos destrenzados seca los pies de Jesús. Se olvida de sí misma, no escatima nada y se entrega totalmente al sentimiento de gratitud a Dios. ¿Por qué todo esto? Jesús va a aludir a los antecedentes de esta conmoción interior.


39 Viendo esto el fariseo que lo había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es ésta que le está tocando: ¡Es una pecadora! 40 Entonces tomó Jesús la palabra y le dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Pues dímela, Maestro. 41 Cierto prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. 42 Como no podían pagarle, a los dos les perdonó la deuda. ¿Cuál, pues, de ellos lo amará más? 43 Simón le respondió: Supongo que aquel a quien más perdonó. Entonces Jesús le dijo: Bien has juzgado.

Simón ha oído lo que el pueblo dice de Jesús, que es profeta. Ahora ha podido formarse un juicio por sí mismo. Imposible que sea profeta, puesto que un profeta posee el don de escudriñar los corazones de los hombres y no tiene trato con los pecadores. Juzga al profeta según la doctrina de los fariseos, según su propia prudencia y sabiduría, no según la sabiduría y los pensamientos de Dios.

Sin embargo, Jesús posee el conocimiento de los corazones propio de los profetas, pues conoció los pensamientos de Simón. El que mantenga relaciones con los pecadores no se opone a su proximidad con Dios. En efecto, el tiempo de salvación es tiempo de la buena nueva para los pecadores, tiempo de perdón y de misericordia. Tenemos que remontarnos a la palabra de Jesús, y por ella a los pensamientos de Dios, para enjuiciar los «dogmas» que nos hemos fabricado nosotros mismos y conforme a los cuales queremos juzgarlo todo, incluso los designios de Dios...

Simón desprecia a la mujer como pecadora y se constituye en su juez. ¿Qué pensar de esto? Jesús es profeta y conoce los corazones de los hombres y el designio de Dios. La parábola se aplica a la situación. Se compara la culpa o deuda del pecado con la deuda pecuniaria. ¿Cuál de los dos a quienes se ha perdonado amará más al que ha perdonado? Más obvio habría sido preguntar: ¿Cuál de los dos estará más agradecido? En arameo no hay palabra especial para decir «agradecer». La gratitud se manifiesta en el deseo de dar algo por lo que se ha recibido, en el amor. La pecadora a los pies de Jesús expresa gran agradecimiento con sus demostraciones de amor.

¿No debía Simón quedarse pensativo reflexionando sobre la segunda parte de la parábola? Al que se han perdonado cinco denarios... él también es deudor. Pero no tiene conciencia de su deuda. Por eso ama poco. Aquí asoma el dicho del sermón de la montaña acerca de la paja y la viga en el ojo.


44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies: ella, en cambio, me los ha bañado con lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. 45 No me diste un beso; ella, en cambio, desde que entré, no ha cesado de besarme los pies. 46 No me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha ungido mis pies con perfume. 47 Por lo cual, yo te lo digo, le quedan perdonados sus pecados, sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Porque aquel a quien poco se le perdona, es que ama poco.

Las miradas de Jesús se posan en la pecadora arrepentida. También Simón debe de mirarla. Es un cuadro que va a sensibilizar la enseñanza. La mujer ama mucho. Todas las demostraciones de hospitalidad: lavar los pies, besarlos, ungir la cabeza, todo esto lo ha practicado ella en forma personal, con humildad y entrega: lava los pies con sus lágrimas y sus cabellos, unge, con ungüento precioso que ella misma se había procurado, no la cabeza, sino los pies; ha amado mucho, personalmente conmovida hasta lo más íntimo. ¿Y el fariseo? Tú no me diste... No has cumplido conmigo ni siquiera los deberes normales de la hospitalidad y de la cortesía. El amor de esta mujer, a la que se desprecia como pecadora, es un amor que desborda de gratitud por la bondad desbordante de Dios. Se deshace de sí, se olvida de sí, Dios lo es todo para ella.

Le quedan perdonados sus pecados, porque ha amado mucho. Es cierto que son incompatibles el amor y el pecado. «El amor cubre multitud de pecados» (/1P/04/08). «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a nuestros hermanos» (1Jn_3:14). «Al que me ama, mi Padre lo amará» (Jua_14:21). El amor borra los pecados. A ella se le perdonan los pecados, los muchos pecados, porque ha amado mucho.

Después de la parábola parecía que había de sacarse la conclusión: porque se le ha perdonado mucho, por eso ha amado mucho. ¿Cómo se dice, pues: Quedan perdonados sus pecados porque ha amado mucho? Los enigmas, las paradojas, hacen reflexionar. El amor de la pecadora es, al mismo tiempo, motivo y consecuencia del perdón. Porque por las palabras de Jesús ha comprendido que él anuncia con autoridad el perdón de los pecados, por eso ama, y porque ama recibe el perdón. La palabra del perdón de los pecados proferida por Jesús causa lo que expresa. Ahora bien, para ser palabra eficaz debe al mismo tiempo infundir el amor, ya que sin amor no se perdonan los pecados. Este amor que se infunde al pecador, hace que él ame, lo convierte en amante. El amor es la nueva forma de su vida, y con ella se borra su pecado.

Aquel a quien poco se le perdona, es que ama poco. ¿Hay, pues, que tener muchos pecados para que se perdone mucho y se ame mucho? Esto se parecería a lo que se reprueba como absurdo en la carta a los Romanos: «Permanezcamos en el pecado para que la gracia se multiplique» (se muestre en toda su fuerza), Rom_6:1. Ni tampoco se quiere aludir al fariseo Simón; la frase es el reverso de la precedente, que así queda más iluminada. El que se fía de su justicia y cree que no tiene, o que apenas tiene necesidad de perdón, se halla en peligro. A este no le induce la angustia de la culpa a acoger con ansia, con gozo y gratitud la buena nueva de la misericordia de Dios; a este se le pasa muy fácilmente inadvertido el amor desbordante que se manifiesta en el reino de Dios. Los pobres son llamados por Jesús bienaventurados, y los ricos tienen que oir: ¡Ay de vosotros! Simón se halla en peligro si se tiene a sí mismo por justo y, en cambio, desprecia a la pecadora. Su amor es pequeño, porque... él es justo...

Jesús no borra la diferencia entre deuda grande y pequeña. Llama pecado al pecado. Pero entabla su lucha contra el pecado de manera diferente que la de los fariseos. Éstos excluyen a los pecadores del santo pueblo de Dios y se apartan de ellos; Jesús, en cambio, anuncia y trae el perdón, hace a los pecadores santos y los introduce en el pueblo de Dios. Esto se efectúa por cuanto él anuncia el amor, que es don y precepto a la vez: el amor a Jesús y por él a Dios, como el que tiene la pecadora, el amor al hermano, como se insinúa en la parábola del siervo despiadado al que se retira el perdón porque no perdona a su hermano y no lo ama. El amor entraña perdón: el amor de Dios a los pecadores, el amor de los pecadores a Dios y a los semejantes.


48 Luego dijo a ella: Perdonados te son tus pecados. 49 Y comenzaron a decir entre sí los comensales: ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados? 50 Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado; vete en paz.

Jesús formula el perdón del pecado. El perdón se ha producido y permanece. Jesús lo anuncia y lo efectúa. «El Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados» (Lc.5:24). Jesús es maestro, profeta, y más que profeta. Dios mismo le ha conferido el poder de perdonar pecados. ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?

Lo que salvó a la mujer fue la fe. El perdón se promete al amor. «Mucho se le perdona, porque ha amado mucho.» Ahora bien, la mujer alcanzó el amor porque oyó la palabra de Jesús, se la aplicó a sí misma y la aceptó con fe. Fe y amor van de la mano. Pero una y otro van dirigidos en primer lugar a Jesús. A nadie se le ha ocurrido jamás pensar en un amor a Jesús que lo venere, le dé gracias y lo adore, y a la vez sea capaz de mantenerse sin fe, en lugar de hacer creyente al hombre ante todo y sobre todo.

Jesús designa el perdón del pecado como salvación y paz. Jesús es el portador de la salvación y de la paz. En esta sección del Evangelio hay dos mujeres profundamente afligidas: la viuda de Naím y la pecadora. Las dos son libradas de su aflicción. Jesús es el salvador de todo sufrimiento agobiante. El consuela a los que lloran, a la mujer que llora por su hijo difunto, a la mujer que llora por su pecado. Jesús se muestra aquí el salvador de las mujeres.


Las mujeres que servían a Jesús (Lc.8, 1-3)

1 Posteriormente, él continuaba su camino por ciudades y aldeas, predicando y anunciando en ellas el Evangelio del reino de Dios; con él iban los doce.

Jesús es huésped y caminante infatigable. Pasa la vida por los caminos. Recorre las grandes y pequeñas aglomeraciones, ciudad por ciudad, aldea por aldea. El Evangelio está llamado a recorrer el mundo. Jesús va clamando la buena nueva, nueva de alegría y de victoria, como heraldo y pregonero del reino de Dios que se aproxima. Sus actos están al servicio del mensaje, y son signo y expresión del reino de Dios, que alborea.

En su camino le acompañan los doce. Están con él. La comunión con él les crea la base para oír y para aprender, para predicar y actuar en el pueblo. Jesús con los doce forma el núcleo del nuevo pueblo de Dios.


2 Y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios; 3 Juana, la mujer de Cuza; administrador de Herodes; Susana y otras muchas, las cuales los servían con sus propios bienes.

Entre los que seguían a Jesús se contaban también mujeres. Los rabinos excluían a las mujeres del círculo de sus discípulos. No las juzgaban aptas para el estudio de la ley. «EI que enseña a su hija la ley, le enseña el vicio.» El centro del círculo que rodea a Jesús no lo ocupa la ley, sino él mismo, que vino para salvar a los pobres y despreciados, a los parias y a los ignorantes de la ley. El séquito de las mujeres da testimonio de la voluntad y la misión de Jesús, que pone al alcance de las mujeres la doctrina y la salvación.

El grupo de las mujeres que seguían a Jesús se componía de algunas que habían sido curadas de malos espíritus y de enfermedades, y de otras muchas. En el centro de la narración hallamos tres nombres. María Magdalena, de la que habían salido muchos demonios, Juana, la mujer de Cuza, administrador de Herodes, y Susana. Estas mujeres son un eco del vasto influjo de la actividad de Jesús en Galilea. Se siente a Jesús como salvador. No se habla de llamamiento de las mujeres a seguir a Jesús como discípulas. Las mujeres no reciben encargo de enseñar y de desplegar actividad. Servían a Jesús y a los doce con sus bienes. Con esto adquiere libertad de acción el núcleo del nuevo pueblo de Dios, por el que la palabra fue llevada al mundo.

Estas mujeres, sirviendo con sus propios bienes proporcionaron gran ayuda no sólo para el desarrollo de la palabra de Dios en tiempo de Jesús, sino también para la futura labor misionera de la Iglesia. Lo que habían comenzado las mujeres galileas se continuó en la propagación del mensaje de Jesús por el ancho mundo. Aquellas mujeres sirvieron de ejemplo a otras numerosas que servían con sus bienes a los pregoneros de la palabra: Lidia (Hec_16:14), Príscila (Hec_18:2), Síntique y Evodia (Flp_4:2), Cloe (1Co_1:11), Febe (Rom_16:1 s).

En Galilea reúne Jesús los testigos de su actividad. Le siguen en su predicación de una parte a otra, y estarán junto a él al pie de la cruz (Lc.23:49). María de Magdala, Juana y otras tendrán noticia de la resurrección por el mensaje de los ángeles y serán enviadas a los apóstoles con este mensaje (Rom_24:10).

Por las ordenaciones del judaísmo de la época se echa de ver que la mujer no era considerada como miembro de la comunidad; podía participar en el culto, pero no estaba obligada a ello. El culto sólo tenia lugar cuando estaban presentes por lo menos diez hombres, mientras que no se tenía en cuenta a las mujeres. Las mujeres galileas pertenecen al núcleo primitivo de la Iglesia. Lucas dejó de ellas como un monumento conmemorativo: «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Hec_1:14).
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)

(1) «Pecadora» puede ser también una mujer que -ella o su marido- ejerce una profesión poco honrosa, como la de publicano, vendedor ambulante, curtidor, o que desprecia la ley. Sin embargo, sus manifestaciones de dolor hacen pensar más bien en una culpa muy personal.



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Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Esclava y amante


Introducción
La pecadora del evangelio de hoy (Lc.7,36-50), la María hermana de Marta y de Lázaro (Lc.10,38-42; Jn.11,1-45), la María que unge a Jesús antes de su muerte (Jn.12,1-11; Mt.26,6-13 y Mc.14,3-9; cf. Jn.11,2) y María de Magdala (20,11-18), son una única y misma persona. Los argumentos que provienen del texto mismo de los evangelios son fuertes y de peso. Además es lo que pensó la Tradición de la Iglesia desde siempre. Así piensan Tertuliano, Clemente de Alejandría, San Cipriano, San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio Magno y San Cirilo de Alejandría. Y entre los modernos: Lacordaire y Maldonado.1

El P. Castellani, en un precioso texto, confirma esta verdad y nos hace ya desde el inicio un comentario valiosísimo del evangelio de hoy: “¿Son una o tres las magdalenas (…)? Los intérpretes racionalistas, en su prurito de originalidad y su manía de negar la tradición, han inventado que son cuatro mujeres diferentes –o tres diferentes, lo mismo podían decir dos o cinco si quisieran–: la “Adúltera” a la cual Jesús salvó de ser apedreada, la “Pecadora” que ungió sus pies en casa de Simón el Leproso y fue defendida y loada por el Salvador, y la “María” hermana de Marta y Lázaro que sentada a sus pies en su casa “eligió la mejor parte, la cual no le será quitada''; más la “Magdalena” que presenció al lado de la Madre la Crucifixión y fue agraciada con la primera Aparición. Cansados de discutir con argumentos librescos, los exegetas han concluido cómodamente por declararla cuestión insoluble

“Mas cualquiera que lee con un poco de intuición psicológica el Evangelio de San Juan, tiene la impresión neta de que ésa es una misma mujer: sus gestos son iguales a sí mismos; que es la impresión que ha tenido durante siglos la Iglesia. Hay un exquisito drama discretamente velado detrás de esos episodios sueltos, y su hilo psicológico es visible. Cristo se dio el lujo de salvar a una mujer, que es la hazaña por antonomasia del caballero, no sólo salvarle la vida, como San Jorge o Sir Galaad, sino restablecerla en su honor y restituirla perdonada y honorada a su casa, con un nuevo honor que solamente El pudiera dar. En la caballería occidental, los dos hechos esenciales del caballero son combatir hasta la muerte por la justicia y salvar a una mujer: “defender a las mujeres y no reñir sin motivo”, que dice Calderón –como en las cintas de convoys, reflejo pueril actual de una gran tradición perdida–. Cristo hizo los dos; y siendo El lo más alto que existe, su “dama” tuvo que ser lo más bajo que existe, porque sólo Dios puede levantar lo más bajo hasta la mayor altura; que es El mismo.

Cristo ejerció la más alta caballería. Los románticos del siglo pasado y los delicuescentes del nuestro tienen una devoción morbosa por la Magdalena; pero no precisamente por la Penitente, que el Tintoretto pintó con toda la gama de los gualdas en su hórrida cueva de solitaria, sino por la otra, por la mujer perdida, por la traviata o la dama de las camelias; de la cual han hecho un tema literario bastante estúpido. Hasta nuestro Lugones se ensució con ese tema –que a veces llega a lo blasfemo – en una de sus filosofículas. Pero todos estos filibusteros, o fili-embusteros, de la Magdalena no saben mucho, de la caballería menos, y del amor a Cristo absolutamente nada. “¡Cristo se enamoró de una mujer!” –dicen muy contentos–. “¡Qué humano!”. Sí. Cristo se enamoró perdidamente de la Humanidad perdida; y la vio como en cifra en una pobre mujer, sobre la cual vertió regiamente todas sus riquezas.2

1. María Magdalena y los pies de Jesús
Uno de los rasgos característicos del alma de María Magdalena y que precisamente nos sirve para descubrirla en los distintos relatos de los evangelios es su orientación a ir a los pies de Jesús. Desde el día de su conversión,3 desde el día en que percibió que Jesús podía perdonarla, hasta unos días antes de la Pasión, toda su actitud será la de mirar los pies de Jesús, como quien todavía no se siente capaz de mirarlo a los ojos.

El día de su conversión (Lc.7, evangelio de hoy) ella va a ir directamente a los pies de Jesús, los lava con sus lágrimas, los seca con sus cabellos, los besa y los unge con perfume de nardo (Lc.7,38). Esta es la secuencia exacta de los gestos y que Jesús va a relatar al fariseo Simón (v.44-46).

Y después, a pocos días de la muerte de Jesús, ella va a ungir con perfume los pies de Jesús y los va a secar con sus cabellos4. Allí se la nombra como María, hermana de Lázaro y Marta.

A pesar de que en Lc.7 no se dice el nombre de la mujer y que en Jn.12 se la llama simplemente María, ¿puede confundirnos un signo tan inequívoco que identifica una actitud espiritual tan singular?

Y es tan singular este hecho que María, la hermana de Lázaro, va a ser identificada como aquella que “ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos” (Jn 11,2).

María Magdalena desde el mismo momento en que percibió que Jesús era capaz de perdonarle los pecados, desde el momento en que se dio cuenta que Jesús le iba a perdonar los pecados, ella se consagra como servidora de Cristo.

En efecto, el lavar los pies es un trabajo de esclavos. El fariseo Simón no se los lava, dice el Evangelio, porque no se los hizo lavar por ningún esclavo.

Por eso Jesús, cuando quiso manifestar la kénosis de la Encarnación, el anonadamiento, lava los pies a sus Apóstoles.

El gesto de la Magdalena de lavar los pies con sus lágrimas y el hecho de recibir el perdón de los pecados fue su consagración como esclava, como servidora.

Pero el haberse humillado lavando con sus lágrimas los pies de Jesús, el haberse hecho esclava, es lo que le va a permitir a ella gozar de la Palabra de Dios. En efecto, dice San Lucas (10,39), que Magdalena, sentada a los pies del Señor escuchaba su Palabra. María Magdalena va a poder gozar de una elevada contemplación porque antes lavó los pies de Cristo con sus lágrimas, porque antes “sirvió” a los pies de Cristo, besándolos y ungiéndolos con perfume. Ahora, vuelve a estar a los pies de Jesús, pero no ya para lavarlos con las lágrimas de sus pecados, sino para usarlos como pedestal de descanso que le permite gozar de la Palabra de Dios.

Esa es la gran paradoja de la vida espiritual: abajándose y haciéndose esclava, goza de la contemplación de la verdad de Dios. Incluso más, no podía haber contemplado si antes no hizo “servicio” a los pies de Cristo, si antes no hizo trabajo de esclava.

Había una vez en una casa de monjas contemplativas una hermana que tenía fenómenos aparentemente místicos, de elevada contemplación. Las superioras estaban confundidas y no sabían qué pensar. Entonces le piden a San Felipe Neri que hiciera el discernimiento (es un santo que tiene un gran discernimiento, pero va a discernir fiel a su estilo). Fue, se sentó delante de la monja que tenía los fenómenos “místicos”, y estirando sus piernas hacia adelante, le dice: “¡Ah, hermana!, ¡qué cansado estoy! ¿No me sacaría los zapatos, por favor?”. Y la hermana se enojó, y se negó, diciendo que él no era quién para pedirle algo así. Ante esa actitud, San Felipe vio con claridad que esos fenómenos no podían ser de alta contemplación. Serían histeria u otra cosa, pero contemplación no, porque donde no hay suma humildad no puede haber alta contemplación.

María Magdalena, al final de la vida terrena de Jesús, va a conservar esa orientación permanente de su vida espiritual que es buscar siempre lo más bajo, los pies de Jesús. En efecto, en Jn.20,17 Jesús le dice a Magdalena que lo suelte. ¿Por qué? Porque Magdalena, casi instintivamente, se había arrojado y tomado sus pies, como dice Mt.28,9. Aun ante Jesús resucitado ella seguirá considerándose una esclava.

2. María Magdalena y la unción a Jesús
Hay algo que es digno de notar: en la primera unción (Lc.7, evangelio de hoy), Magdalena seca con sus cabellos los pies de Jesús que ella misma había mojado y lavado con sus lágrimas; después de eso y de besarlos, recién arroja perfume en sus pies. En la segunda unción (Jn.12,1-11; Mt.26,6-13; Mc.14,3-9), Magdalena seca con sus cabellos los pies mojados de perfume.

Hay un cambio de matiz bastante importante. 1º) En la primera unción, el acto de amor y protección, acto maternal, de secar los pies con sus propios cabellos, implica un lavado de pies, por lo tanto una referencia a su propia suciedad, a su propio pecado. Y también por eso hay un acto más claro de esclavitud, ya que el lavado de pies era una labor de esclavos.

2º) En la segunda unción se parte del último acto de la primera unción. En la primera unción, todo termina con la unción del perfume. En la segunda, el primer acto es ungir con perfume. Está indicando que al arrepentimiento sigue el embellecimiento y fragancia del alma (1ª unción) y que esa belleza, hermosura y fragancia del alma se ha mantenido con el paso del tiempo.

3º) En la 1ª unción los cabellos de María Magdalena quedan impregnados de la suciedad de los pies de Jesús mezclada con sus propias lágrimas. Recién arrepentida, recién renovada, todavía no llega a participar con toda la intensidad de toda la unción de Jesús, es decir, de su santidad, que se identifica con el Espíritu Santo. El ungüento es signo del Espíritu Santo y de la gracia santificante. Todavía no participa con toda la intensidad de la gracia de Cristo.En la 2ª unción, sus cabellos quedan impregnados del mismo perfume que baña los pies de Jesús. Ahora sí ella ya es más semejante a Jesús: la misma unción que hizo a Jesús ha quedado en sus cabellos, en su ser. Ese perfume es el Espíritu Santo y la gracia.

3. El amor de María Magdalena
María Magdalena fue perdonada porque amó mucho. En efecto, ella amó a Jesús antes de ser perdonada, cuando escuchó sus primeras predicaciones y ya se sintió dignificada. El amor fue causa del perdón. Pero María amó más aun después del perdón, porque se le perdonó mucho. El amor fue causado por el perdón. El amor fue causa y efecto del perdón. Todo ese torrente de amor en María Magdalena queda significado por su actitud de esclava ante Jesús y por las unciones de los pies de Jesús; unción con sus lágrimas y unción con perfume de nardo puro. También Jesús amaba mucho a María Magdalena (cf. Jn11,5).

San Juan de la Cruz la pone como ejemplo de amor a Jesucristo. El santo está hablando de las ansias y la inflamación de amor que el alma va adquiriendo a medida que va siendo purificada. Y entonces dice: “Cuando ya la llama ha inflamado el alma, juntamente con la estimación que ya tiene de Dios, tal fuerza y brío suele cobrar y ansia con Dios comunicándosele el calor de amor, que con grande osadía, sin mirar en cosa alguna ni tener respeto a nada en la fuerza y embriaguez en el amor y deseo, sin mirar lo que hace, haría cosas extrañas e inusitadas por cualquier modo y manera que se le ofrece, por poder encontrarse con el que ama su alma.

“Esta es la causa por que María Magdalena, con ser tan estimada en sí como antes era no le hizo al caso la turba de hombres principales y no principales del convite, ni mirar que no venía bien, ni lo parecería, ir a llorar y derramar lágrimas entre los convidados (Lc.7,37-38), a trueque de (sin dilatar una hora, esperando otro tiempo y sazón) poder llegar ante aquel de quien estaba ya su alma herida e inflamada. Y ésta es la embriaguez y osadía de amor, que –con saber que su amado estaba encerrado en el sepulcro con una gran piedra sellada, y cercado de soldados que, porque no le hurtasen sus discípulos, lo guardaban (Mt.27,60-66)- no le dio lugar para que alguna de estas cosas se le pusiese delante para que dejara de ir antes del día con los ungüentos para ungirle (Jn.20,1).

“Y, finalmente, esta embriaguez y ansia de amor la hizo preguntar al que, creyendo que era hortelano, le había hurtado del sepulcro, que le dijese, si le había él tomado, donde le había puesto, para que ella le tomase (Jn.20,15); no mirando que aquella pregunta en libre juicio y razón era disparate, pues que está claro que, si el otro le había hurtado, no se lo había de decir, ni menos se lo había de dejar tomar. Pero esto tiene la fuerza y vehemencia del amor, que todo le parece posible y todos le parece que andan en lo mismo que anda él, porque no cree que hay otra cosa en que nade se deba emplear ni buscar sino a quien ella busca y a quien ella ama; pareciéndole que no hay otra cosa que querer ni en qué emplearse sino en aquello, y que también todos andan en aquello. Que, por eso, cuando la Esposa salió a buscar a su Amado por las plazas y arrabales, creyendo que los demás andaban en lo mismo, les dijo que, si lo hallasen ellos, le hablasen diciendo de ella que penaba de su amor (Cant.5,8). Tal era la fuerza del amor de esta María, que le pareció que, si el hortelano le dijera dónde le había escondido, fuera ella y lo tomara, aunque más le fuera defendido”.5

4. Los enemigos del amor a Jesús
¿Una actitud de esclavitud y de amortan grandes puede tener enemigos? Pareciera que no: ¿quién puede molestarse ante tanta humildad, amor y ternura? Y, sin embargo, sí, porque el “misterio de iniquidad” trabaja, y no quiere que haya esclavos de Jesús, contempladores de Jesús y amadores de Jesús.

Primero, una incomprensión ingenua y hasta santa, pero verdadera incomprensión: la de su hermana Marta, Santa Marta. Y sino no hubiera sido verdadera incomprensión, Jesús no hubiera respondido de esa manera: “Marta, Marta, te afanas y te preocupas por muchas cosas, (…). María ha elegido la parte mejor, que no le será quitada. (Lc.10,41-42).

Segundo, el juicio temerario farisaico: Simón el fariseo petrificó a María Magdalena en su pecado y considera que no es capaz de conversión. No cree en el arrepentimiento de María Magdalena, y por eso la condena (los fariseos son aquellos que se tienen por santos y desprecian a los demás (Lc.18,9). Persigue farisaicamente el acto de humildad y de amor de María Magdalena, y eso lo lleva también a hacer un juicio sobre el mismo Jesús: “si este fuera profeta...” (Lc.7,39). Libro 2, capítulo 13, nº 6-7

Tercero, una persecución más fina, más diabólica, inteligente. Ya no ataca directamente a Jesús como el fariseo, al contrario, va a tratar de hacer ver que la actitud de humillación y amor de María Magdalena va contra el mismo Jesús, y, supuestamente, contra el amor que Jesús tiene a los pobres. Es la persecución de Judas: “¿Por qué no se ha vendido este perfume por 300 denarios y se ha dado a los pobres?” (Jn.12,5). Pero Jesús sabrá romper esa falsa dialéctica entre Él y los pobres: “A los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a Mí no siempre me tendréis” (v.8). El amor a Cristo está encima de todas las cosas: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”.

Pidámosle a la Virgen María, ella que es la esclava del Señor (Lc.1,38), y en quien el Señor Miró su humillación de esclava, la gracia de tener la misma actitud de esclava, de contemplación y de amor que tuvo María Magdalena.

(1) Los comentadores de la Biblia de Jerusalén, por ejemplo, piensan lo contrario.
(2) Nota Kirkegordiana: Si se mira bien, ser caballero no es ser inmensamente generoso –aunque también es eso en un sentido- sino ser simplemente justo, en el fondo. ¿Por qué no dar a una mujer lo que ella quiere, si se puede? Lo que quiere en el fondo toda mujer es ser adorada por un hombre: ser una cosa divina (madre, amada o musa) para un varón. Este sentimiento fundamental es la raíz de la máxima vanidad, y de la máxima seriedad de la mujer; según para donde agarre. Pues bien, Cristo dio a una mujer su derecho, ese derecho. Siendo Dios, y sin descender un punto, puso a una mujer allí donde ella quiere –y tiene derecho a– ser puesta, a una mujer perdida; es decir, presa de la desesperación; pues no hay desesperación concebible como la de amar mucho –según de ella atestiguó el Señor– sin tener objeto que se ame: digno de ser infinitamente amado y capaz de corresponder infinitamente. Así pues Cristo fue con María de Magdala –y con la Humanidadperdida que ella representaba– simplemente justo, hablando en ley de amor; e infinitamente generoso, dadivoso y pródigo, hasta la locura, hablando en ley de temor.”
(3) Cuenta un historiador que María Magdalena estaba casada con un fariseo sacerdote que por celos la tenía encerrada en su casa. Ella no soportó la vejación, lo abandonó y se juntó con un oficial romano, y se fue a vivir a Magdala. Allí entró en todo el ambiente pagano de lujuria y vanidad, llenándose de los siete pecados capitales (“siete demonios”, Mc.16,9). Magdala está a orillas del Lago de Genesaret. Mientras Jesús predicaba por Cafarnaúm y Naim (Lc.7,11), lo habrá visto y oído. La ciudad de la que habla Lc.7,31 podría ser Magdala.
(4) Notar que ahora con sus cabellos seca el perfume, no ya las lágrimas de Lc.7. Hay un crecimiento en la vida espiritual. Primero sus cabellos, algo muy personal y que representa su ser de mujer, sirven para secar la consecuencia de sus pecados: las lágrimas, derramadas sobre los pies de Jesús. Ahora, esos mismos cabellos, sirven para secar el fruto de su amor. Aunque esto ya está dicho en parte en el punto siguiente.
(5) San Juan de la Cruz, Noche oscura, Libro II, capítulo 13, nº 5.6-7, en Obras Completas, BAC, Madrid, 2005, p. 553-554.



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Santos Padres: San Ambrosio - La pecadora y su unción (Lc 7, 36-50; cf. Mt 26, 6)


12. Y he aquí que se presenta una mujer que era conocida en la ciudad como pecadora...

Este pasaje resulta difícil a muchos y les sugiere no pocas cuestiones: ¿es que dos evangelistas están en desacuerdo en su testimonio?;o bien, ¿han querido señalar un misterio diferente por la diversidad de expresiones? Efectivamente, en el evangelio según San Mateo se lee: Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el leproso, llegóse a él una mujer con un frasco de alabastro, lleno de perfume de subido precio, y lo derramó sobre la cabeza de Jesús, que estaba puesto a la mesa (Mt 26,6-7). Luego aquí el fariseo se dice a sí mismo: Si éste fuese profeta, sabría que ella es pecadora, y debería evitar su perfume, mientras que allí el perfume derramado hace protestar a los discípulos. Es necesario explicarlo uno y lo otro; pero lo que viene en primerlugar en los escritores, debe ser también lo primero en la interpretación.

13. El Señor Jesús vino, pues, a casa de Simón el leproso. Se ve su plan: El no huye del leproso, no evita al impuro, a fin de poder limpiar las manchas del cuerpo humano. En cuanto a la casa del leproso, está en Betania, que se interpreta y quiere decir: casa de la obediencia. Luego toda la localidad era Betania, y la casa de Simón sólo una parte de la localidad. ¿No te parece que Betania es el mundo, en el que nosotros estamos obligados a hacer un servicio de obediencia, y que la casa de Simón el leproso es la tierra, que forma parte del mundo? El príncipe de este mundo es, en cierto modo, Simón el leproso. El Señor Jesucristo ha venido de las regiones superiores a este mundo y ha descendido a la tierra. No estaba en este mundo; pero con una obediencia religiosa ha sido enviado a este mundo; El mismo lo dice: Como me envió a este mundo (Jn 6,58). Esta mujer oyó que había venido el Señor y entró en la casa de Simón: esta mujer no habría podido ser sanada si Cristo no hubiese venido a la tierra. Y si ella entró en la casa de Simón, puede ser que sea figura de un alma elevada, o la Iglesia, que ha descendido sobre a tierra para atraer a los pueblos en torno suyo por su buen olor.

14. Mateo, pues, hace entrar esta mujer que derrama perfume sobre la cabeza de Cristo, y, tal vez por esto, no haya querido llamarla pecadora; pues, según Lucas, la pecadora ha derramado el perfume sobre los pies de Cristo. Puede ser que no sea la misma, para que no parezca que se contradicen los evangelistas. La cuestión puede resolverse por una diferencia de mérito y de tiempo, de suerte que una sea pecadora y la otra más perfecta: pues si la Iglesia, o el alma, no cambia de personalidad, sí en cuanto al progreso. Suponte un alma que se acerca a Dios con fe; aquí, en lugar de pecados torpes y obscenos, sirve piadosamente al Verbo de Dios, que tiene la seguridad de una castidad sin mancha; tú verás que ella se eleva hasta la cabeza misma de Cristo —y la cabeza de Cristo es Dios (1 Co 11,3)— y derrama el perfume de sus méritos : pues nosotros somos el buen olor de Cristo por Dios (2 Co 2,15). Pues Dios es honrado por la vida de los justos, que exhala un buen olor.

15. Si entiendes esto, verás que esta mujer, verdaderamente feliz, es nombrada "por todas partes donde sea predicado este evangelio" (Mt 16,13), y que su recuerdo no se esfumará jamás, porque ella ha derramado sobre la cabeza de Cristo el aroma de las buenas costumbres, el perfume de las acciones justas. El que sube a la cabeza ignora exaltarse como el que está verdaderamente inflado en su espíritu carnal y no está adherido a la cabeza (Col 2,18). Más quien no se adhiere a la cabeza de Cristo, debe adherirse al menos a sus pies, ya que el cuerpo alimentado y trabado por medio de las coyunturas y ligamentos, crece con crecimientode Dios (ibíd., 19) ".

16. La otra —en cuanto a la persona o en cuanto al progreso— está cercana a nosotros. Pues nosotros aún no hemos renunciado a nuestros pecados. ¿Dónde están nuestras lágrimas, dónde nuestros gemidos, dónde nuestros llantos? Venid, adoremos y postrémonos ante El y lloremos ante nuestro Señor que nos ha hecho (Sal 94,6), a fin de poder llegar al menos a los pies de Jesús; pues nosotros no podemos llegar a la cabeza: el pecador a los pies, el justo a la cabeza.

17. Sin embargo, aun la que ha pecado posee un perfume. Apórtame tú también después del pecado la penitencia. En todas partes donde oigas que ha llegado el justo, ya a la casa de un indigno, ya a la casa de un fariseo, apresúrate; consigue la gracia del huésped, consigue el reino de los cielos, pues desde los días de Juan el Bautista hasta el presente, el reino de los cielos padece fuerza, y hombres esforzados se apoderan de él (Mt 11,12). En todaspartes donde oigas el nombre de Cristo, sal al encuentro; cualquiera que sea la morada interior en la que sabes que ha entradoel Señor, tú apresúrate también. Cuando hayas encontrado la sabiduría, cuando hayas encontrado la justicia en el interior de alguien, acude a sus pies, es decir, busca al menos la parte inferior de la sabiduría No te dedignes de los pies; una tocó la fimbria y fue curada (Lc 8,44). Confiesa tus pecados con las lágrimas; que la justicia celestial diga también de ti: Con sus lágrimas regó mis pies y los enjugó con sus cabellos.

18. Y tal vez Cristo no ha lavado sus pies, para que los lavemos nosotros con nuestras lágrimas. ¡Buenas lágrimas, capaces no sólo de lavar nuestros pecados, sino también de regar los pasos del Verbo celestial, para que prosperen en nosotros sus caminos! ¡Buenas lágrimas, donde no sólo se encuentra la redención de los pecados, sino el alimento de los justos! Pues unjusto es quien dijo: Mis lágrimas me sirven de pan (Sal 41,4).

19. Y si tú no puedes acercarte a la cabeza de Cristo, quecon sus pies Cristo toque tu cabeza. La fimbria de su manto sana,y sanan también sus pies. Extiende tus cabellos; prosterna anteEl todas las dignidades del cuerpo. No son mediocres los cabellosque pueden enjugar los pies de Cristo. Testifica esto aquel que,cuando tuvo cabellos, no pudo ser vencido. No conviene que unamujerore con los cabellos cortados (1 Co 11,5). Sí, que ella tenga cabellos para envolver los pies de Cristo, para enjugar con sus bucles —su belleza y su adorno— los pies de la sabiduría, a fin de que sean humedecidos por el último rocío de la virtud divina; que bese los pies de la justicia. No tiene un mérito vulgar aquella de la que la sabiduría ha podido decir: Desde que entróno ha cesado de besar mis pies.

20. No sabiendo hablar más que de la sabiduría, ni amar más que la justicia, no encontrando gusto más que en la castidad, ni sabiendo besar más que la pureza. Pues el beso es el sello del mutuo amor: el beso es la prenda de la caridad.

21. Bienaventurado el que puede ungir con óleo los pies de Cristo —Simón no lo había hecho todavía—, pero más feliz aún aquella que los ha ungido con perfume; pues, habiendo concentrado la gracia de muchas flores, expandió olores suaves y variados. Y tal vez nadie pueda ofrecer tal perfume más que la Iglesia sola, que posee innumerables flores con olores variadísimos; ella toma a propósito la apariencia de una pecadora, pues también Cristo ha tomado la figura de pecador.

22. Por lo mismo, nadie puede amar tanto como ella, pues ama en la multitud. Ni siquiera Pedro, que ha dicho: Señor, tú sabes que yo te amo (Jn 21,17); ni siquiera Pedro que se afligió cuando le fue preguntado: ¿Me amas tú? —pues era evidente que él no amaba como se busca una cosa desconocida—. Luego ni el mismo Pedro, pues la Iglesia amó en Pedro; ni tampoco Pablo, pues Pablo forma también parte suya. Tú también ama mucho, para que se te perdone mucho. Pablo ha pecado mucho: él mismo ha sido perseguidor, más él ha amado mucho, puesto que ha perseverado hasta el martirio; sus innumerables pecados le han sido perdonados porque ha amado mucho; y no perdonó derramar su sangre por el nombre de Dios.

23. Observa el buen orden: en la casa del fariseo está la pecadora, que es glorificada; en la casa de la Ley y de los Profetas no es justificado el fariseo, sino la Iglesia; pues el fariseo no creía y ella sí. Él decía: Si fuese profeta sabría quién y qué talla mujer que le toca. Luego, la casa de la Ley es la Judea: ella está escrita no sobre piedras, sino sobre las tablas del corazón (2 Co 3,3). Allí es justificada la Iglesia y en adelante superior a la Ley : pues la Ley ignora el perdón de los pecados; la Ley no tiene el sacramento donde son purificadas las faltas secretas, y por lo mismo, lo que falta a la Ley tiene su cumplimiento en el Evangelio.

24. Un acreedor, dice, tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta.

¿Quiénes son estos dos deudores? ¿No se trata de dos pueblos: uno constituido por los judíos y el otro por los gentiles, entrampados con el acreedor de los tesoros celestiales? Uno, dice, debía quinientos denarios y el otro cincuenta. No es una cosa de poca monta este denario, en el cual se dibuja la imagen del rey y tiene grabado el trofeo del emperador. El dinero que debemos a este acreedor no es material, sino el peso de los méritos, la moneda de las virtudes, cuyo valor se mide por el peso de la gravedad, el brillo de la justicia y el sonido de la alabanza. ¡Ay de mí, si no tengo lo que recibí!, o mejor, ¡qué difícil es que alguien pueda pagar íntegramente su deuda al acreedor! ¡Ay de mí, si no pido; dame lo que me debes! Pues el Señor no nos habría enseñado a pedir en la oración que sean perdonadas nuestras deudas si no supiese que difícilmente se encontrarían deudores solventes.

25. Pero ¿cuál es este pueblo que debe más, sino nosotros, a quienes se nos ha confiado también más? A los otros se les han confiado los oráculos de Dios (Rm 3,2), a nosotros se nos ha confiado el Hijo de la Virgen. Tú tienes un talento, el Hijo de la Virgen; tú tienes el céntuplo, fruto de la fe. Nos ha sido confiado el Emmanuel: Dios con nosotros; nos ha sido confiada lacruz del Señor, su muerte, su resurrección. Aunque Cristo hapadecido por todos, sin embargo, por nosotros ha padecido deun modo especial, porque Él ha padecido por la Iglesia.

De esta forma, con toda certeza, debe más bien quien más recibió, y entre los hombres más desagrada el que más debe; pero la misericordia de Dios ha cambiado la situación de tal forma, que ame más quien más debe, si consigue la gracia. Pues el que da está en gracia, y el que la posee, por el mismo hecho de poseerla, paga; pues dando se tiene, y teniendo se da.

26. Consiguientemente, puesto que nada hay que podamos dar a Dios dignamente, —¿qué le daremos por la humillación de la encarnación, por los golpes, por la cruz, por la muerte, por la sepultura? —¡ Ay de mí, si yo no amo! No temo decir: Pedro no ha pagado y él ha amado más; no ha pagado Pablo; ciertamente dio muerte por muerte, pero otras cosas no pagó, pues debía mucho. Escucha a él mismo, que dice que no pagó: ¿Quién le dio el primero y se le pagará en retorno? (Rm 11,35). Aun cuando paguemos cruz por cruz, muerte por muerte, ¿acaso le pagaremos el tener todas las cosas de Él, por El y en El? (Rm 11,36). Luego paguemos amor por nuestra deuda, caridad por el beneficio, gratitud por el precio de su sangre; pues ama más aquel a quien más se ha dado.

27. Pero volvamos a la primera, aquella de la cual aún los apóstoles no comprenden el designio que estaba escondido desde siempre en Dios (Ef 3,9); pues ¿quién ha conocido el pensamiento de Dios? (Rm 11,35). Los discípulos protestaban porque esta mujer había derramado el perfume sobre la cabeza de Jesús, y se lamentaban: ¿Por qué, decían, este despilfarro? Se hubiera podido vender a buen precio y distribuirlo a los pobres (Mt 26, 8-9). Lo que ha desagradado (a Cristo) en sus palabras, no sabrías descubrirlo si no reconoces el misterio; pues es propio del hombre lujurioso, o mejor no es de hombres oler el perfume; en todo caso, los que lo huelen tienen costumbre de frotarse con él y no derramarlo. ¿Qué es lo que ha desagradado en estas palabras: Se hubiera podido vender a buen precio y distribuirlo a los pobres? Ciertamente, lo que Él había dicho antes: Lo que hicisteis con uno de estos pequeñuelos, conmigo lo hicisteis (Mt 25,40); pero El mismo ofrecía su muerte por los pobres.

28. No se trata aquí de simples apariencias. El mismo Verbo de Dios les ha respondido: ¿Por qué molestáis a esta mujer?... Siempre tenéis a los pobres con vosotros, pero no siempre a mí (Mt 26,10-11). También tú tienes al pobre siempre contigo, y, por lo mismo, socórrelo. Ahora bien, ¿debes dejar al pobre, que siempre lo tienes contigo, cuando te dice el profeta: No digas al pobre: Mañana te daré? (Pr 3,28). Pero El habló sólo de la misericordia. Aquí se antepone la fe a la misericordia, la cual no tiene mérito si no está precedida de la fe: Que al echar ella el perfume sobre mi cuerpo, lo hizo con el fin de embalsamarme (Mt 26,12). El Señor no quería el perfume, sino el amor; acogió la fe; aprobó la humildad.

29. Tú también, si quieres lagracia, aumenta el amor; derrama sobre el cuerpo de Jesús la fe en la resurrección, el olor de la Iglesia, el perfume del amor para la comunidad; y mediante tal progreso tú darás al pobre. Este dinero te será más útil si, en lugar de dar de tu abundancia, prodigas en nombre de Cristo lo que te hubiera servido, si lo das a los pobres como una ofrenda a Cristo. No entiendas únicamente en sentido literal este perfume derramado sobre la cabeza —pues la letra mata (1 Co 3,6)—, sino según el espíritu, pues el espíritu es vida.

30. ¿Qué es, pues, el perfume de esta mujer? ¿Quién tiene tales oídos que, profiriendo Jesús la palabra que ha recibido del Padre, más aún, que El mismo es Palabra, llegue a entender la profundidad del misterio? Los mismos discípulos comprenden en parte, pero no todo. De aquí que algunos piensan que los discípulos dijeron que debía adquirirse con el precio del perfume la fe de los gentiles, lo cual se debía al precio de la sangre del Señor. Y esto parece verosímil. El evangelista Juan añade que el precio de este perfume, según Judas Iscariote, era valorado en trescientos denarios; así se lee: Se habría podido vender en trescientos denarios y darlos a los pobres (Jn 12,15); ahora bien, la cifra de trescientos significa el emblema de la cruz.Pero el Señor no pide un conocimiento superficial del misterio; El prefiere que la fe de los creyentes sea sepultada con El, en El.

31. Sin embargo, nosotros oímos también aquí las palabras de otros apóstoles; en cuanto a Judas, es condenado por avaro,ya que prefirió el dinero a la sepultura del Señor y, aunque pensó en la pasión, sin embargo, erró en la valoración tan elevada : pues Cristo quiso ser puesto a un vil precio, para que todos pudieran comprarle, a fin de que ningún pobre fuese descartado : Lo que habéis recibido gratuitamente, dice, dadlo también gratis (Mt 10,8). El "Tesoro inagotable" (cf. Rm 11,33) no pide dinero, sino gratitud. El mismo, nos ha rescatado con su preciosa sangre, no nos ha vendido. De esto hablaríamos largamente, si no recordáramos haberlo tratado en otra parte.

32. Luego, según las palabras de Jesús, en quien están encerrados los tesoros de la sabiduría (Col 2,3) y de la ciencia que nadie ha podido presentir, es necesario trabajar por su sepultura, de suerte que se crea que su carne ha descansado, pero no ha visto la corrupción (Sal 15,10), y que su muerte corporal llenó nuestra casa de su perfume, para que creamos que encomendó su espíritu en las manos de su Padre, y que su divinidad, extraña a la muerte, no sufrió los sufrimientos de su cuerpo.

33. Comprende cómo el cuerpo del Hijo exhala el perfume: su cuerpo ha sido abandonado, no perdido. Su cuerpo son las enseñanzas de las Escrituras; su cuerpo es la Iglesia. El perfume de su cuerpo somos nosotros; por lo mismo, conviene que honremos su muerte corporal: si ella no tiene necesidad de ornato, lo requieren los pobres. Honraré su cuerpo si predico su mensaje, si puedo descubrir a los gentiles el misterio de la cruz. Le ha honrado el que dijo: Mas nosotros predicamos a Cristo crucificado: para los judíos escándalo; para los gentiles, necedad;más para los mismos que han sido llamados, así judíos como griegos, un Cristo fuerza de Dios y sabiduríade Dios (1 Co 1, 23-24). La cruz es honrada cuando lo que la ignorancia considera insensato, se estima más sabiamente gracias al Evangelio: de este modo podemos enseñar cómo la fuerza del enemigo ha sido destruida por la cruz del Señor; yo he aplicado el perfume al cuerpo del Señor: lo que se creía muerto, comienza a oler.

34. Que cada uno se dedique a adquirir, con su trabajo y con el esfuerzo de la virtud, un vaso de perfume, no un perfume vulgar o vil, sino un perfume precioso en un vaso de alabastro, un perfume puro. Pues, si recoge las flores de la fey predica a Jesús crucificado, se derrama el perfume de su fe por toda la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, muerto por el mundo, que descansa en Dios; toda la casa comienza a oler la pasión del Señor; comienza a oler su muerte; comienza a oler su resurrección, de tal forma que todo el que forma parte de este pueblo santo puede decir : Esté lejos de mí gloriarme en otra cosa más que en la cruz de Cristo (Ga 6,14). El olor se expande, se exhala el perfume sobre el cuerpo, si alguien —¡ojalá también yo!— puede decir: El mundo está crucificado para mí (ibíd.). Para el que no ama las riquezas, ni los honores del mundo, ni lo que es suyo, sino lo de Cristo; para el que no ama lo que se ve, sino lo que no se ve; para el que no está apegado a la vida, sino que desea disolverse y estar con Cristo (cf. Flp 1,23), el mundo está crucificado. Esto es tomar la cruz y seguir a Cristo, a fin de que nosotros también muramos y seamos sepultados con El, afin de que podamos exhalar el perfume que esta mujer ha empleado con vistas a su sepultura. No es un perfume de bajo precio, por el cual el nombre de Cristo se ha extendido por todas partes. De aquí este dicho profético: Perfume que se expande es tu nombre (Ct 1,2): expandido, para que la fe exhale más este perfume.

35. Luego, gracias a esta mujer, entendemos lo que dijo el Apóstol: El pecado ha abundado para que sobreabunde la gracia (Rm 5,20). Pues si en esta mujer no hubiera abundado el pecado, tampoco hubiera sobreabundado la gracia; ella ha reconocido su pecado y ha conseguido la gracia. Por eso es necesaria la Ley: por la Ley reconozco mi pecado. Si no hubiese Ley, el pecado estaría oculto; reconociendo mi pecado, pido perdón. Por la Ley, pues, reconozco las clases de pecados, el crimen de mi prevaricación; corro a la penitencia y obtengo la gracia. Luego la Ley procura el bien, puesto que ella lleva a la gracia.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.6, 12-35, BAC, Madrid, 1966, pp. 294-306)



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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Cristo y la pecadora


El evangelio de hoy nos presenta a Jesús frente a la pecadora. La escena es como una concreción de la novedad del Testamento Nuevo.

Cristo vino para revelarnos las verdades del orden sobrenatural, una de las cuales, y no la menor, es la caridad. "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros". ¿Qué caracteriza al amor cristiano? ¿Qué lo distingue de las otras formas de amor, del amor humano?

1. El amor a los pobres
Los más necesitados fueron siempre los que recibieron con mayor disposición el mensaje de Cristo. Los primeros en acudir a su presencia fueron los pastores, los primeros llamados a adorar al Humilde. Jesús mismo quiso identificarse con ellos: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis".

En los últimos años, distintos sectores de la vida social y política, e incluso de la misma Iglesia, han intentado manipular el tema de los "pobres", no siempre con fines y métodos auténticamente cristianos.

El Señor nos enseñó que debemos amar a los pobres en silencio y con obras. Pobre es el "necesitado", sea de cosas materiales, sea de espirituales. Hay quienes no tienen techo, pasan hambre, o sufren diversas injusticias. Pero también existen los que viven en el error, en la ignorancia o en el pecado; los que no saben de Cristo y de su gracia. Los que carecen de paz, alegría o felicidad. ¡Son tantos los pobres que nos rodean! Su presencia constituye una exhortación implícita para que ejercitemos con ellos nuestra caridad, para que la demostremos en hechos, y no con palabras o discursos.

2. El amor a los pecadores
Amar a los pobres. Y amar también a los pecadores. Toda la obra redentora de Cristo puede resumirse en el perdón al hombre que había pecado. El Divino Redentor vino a curar nuestras enfermedades: "No son los sanos sino los enfermos los que necesitan médico". Las figuras del buen pastor, del padre del hijo pródigo o del buen samaritano; los casos concretos del buen ladrón, de san Mateo o de María Magdalena, ilustran expresivamente el amor de Dios manifestado en Cristo.

Lo que caracteriza justamente al amor de Dios es la misericordia. ¿Un Dios que ame al hombre? Podría ser... ¿Un Dios que ame al justo? Era lógico... ¡Pero un Dios que ame al pecador! He aquí la gran locura divina. Ante ello reaccionaron indignados los fariseos, cerrándose así a la gracia de Cristo.

El perdón de Cristo exige, por cierto, un previo arrepentimiento del hombre pecador, pide de él un cambio de vida. "No peques más" le dirá a la mujer prostituta. Nada alegra más a Dios que la conversión de un pecador. San Lucas nos habla de esa alegría divina en tres parábolas de su evangelio: la de la oveja perdida, la de la dracma y la del hijo pródigo. Alegría de Dios porque ha encontrado la oveja, la dracma y al hijo perdido... "Alegría por un pecador que se convierte".

La gran novedad del Evangelio es la misericordia de Dios. El fariseo del episodio de hoy representa al Antiguo Testamento. Cristo deja que la mujer se le acerque (lo mismo que el leproso), le permite que derrame el perfume, que llore sobre sus pies y los seque con sus cabellos. ¡Tamaño escándalo! Imaginemos a María Magdalena, al leproso, a Zaqueo, a san Pedro o a san Pablo buscando el perdón o la salud en Anás, en Caifás o en los escribas y fariseos. Jamás habrían alcanzado el perdón. Las puertas del cielo hubieran permanecido cerradas para ellos, y en esta vida hubiese sido menester apedrearlos...

Cristo nos exhorta a no desesperar. Desde la Cruz quiere conquistar nuestro corazón, recordándonos todo lo que hizo para perdonamos. Por graves que hayan sido nuestros pecados, recordemos siempre aquella verdad: "Antes se va a cansar el hombre de pecar que Dios de perdonar".

Lo único que el Señor espera de nosotros es nuestro sincero arrepentimiento. Anhela que nos convirtamos haciendo todo lo posible para dejar atrás nuestra vida de pecado. Pero lo que más nos pide es que tengamos misericordia con los demás. Habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó la misericordia. Quiere que perdonemos para ser "perdonados". Que no juzguemos para no ser "juzgados".

3. El amor a los enemigos
Además del amor a los pobres y a los pecadores, el Señor nos exhorta al amor de nuestros propios enemigos. He aquí lo máximo del amor cristiano. La gran locura. Lo que parece un imposible. Tal vez perdonar a los amigos que nos han ofendido pueda resultar relativamente fácil. ¡Pero amar al enemigo! ¡Amar al que me hizo mal! ¡Amar al que me odia, al que me calumnia, al que me margina, al que me quitó el trabajo! ¿Cómo se debe entender esto? ¿Cómo se logra llevar a la práctica este amor?

Ciertamente que Cristo no nos pide que amemos lo malo del enemigo. Tampoco nos pide que experimentemos un amor sensible hacia el que nos hace un mal. Pero sí que lo amemos con nuestra voluntad. Él nos enseñó, mediante su ejemplo y su palabra, que se trata de un amor arduo y difícil, pero no imposible. Nos enseñó que debemos hacer el bien al que nos aborrece, ayudarlo en sus necesidades, rezar por él para que se convierta y se salve. Pero lo más heroico, lo máximo del amor cristiano, es llegar a perdonar como lo hizo Cristo desde la Cruz: "Padre perdónalos..." Con sus palabras nos perdona y con su muerte nos redime. ¡Al fin y al cabo qué es la Redención sino el perdón de todos nuestros pecados!

La misericordia de Cristo resplandece en que nos ha perdonado con su sufrimiento y con su muerte, dando la vida por nosotros cuando todavía éramos enemigos suyos. No le bastó con hacemos el bien o ayudamos, como el buen samaritano, o interceder con plegarias por el hombre caído. Si Dios Padre quiso manifestar cuánto nos amaba "entregándonos a su Hijo único" para salvamos, el Hijo "se entregó a sí mismo", y así nos redimió.

"Obras son amores", nos enseña Santa Teresa. Practiquemos el amor a nuestros enemigos. Poniendo pequeños actos de amor, haremos posible lo que creemos un imposible a los ojos humanos.

Dentro de unos instantes nos vamos a acercar al sacramento del Amor, al sacramento del "Amor de los amores". Pidámosle a Jesús escondido en la Eucaristía que nos contagie de su caridad, de su amor. Pidámosle la gracia de amar lo que Él amó: a los necesitados, a los pecadores y a los enemigos. Pidamos también la gracia de amar como Él amó: con un amor sin límites, hasta el propio sacrificio. Tengamos por cierto que si tenemos en nuestro corazón y expresamos con nuestras obras este triple amor, podemos en verdad decir que nuestro amor es auténticamente cristiano.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed. Gladius, 1994, pp. 200-203)


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Aplicación: R.P. Leonardo Castellani - Parábola de los deudores

"Simón, te voy a decir una cosa... -Dime, Maestro. -Había dos deudores de un prestamista: uno le debía 500 denarios, el otro, 50. No teniendo con qué pagar, les perdonó todo. ¿Quién de ellos lo ama más? Respondió Simón: Me imagino que el que más fue perdonado. -Está bien... Por lo cual te digo que a "ésta" se le perdonó mucho porque amó mucho." (Le. VII, 36).

Esto está en el episodio de la Pecadora que ungió los pies de Cristo en la casa de un "fariseo" en... donde sea, Naím, Magdala, Betania o Jerusalén, no lo dice Lucas; y la especulación que hace nuestro Lugones acerca de Naím 1°, Naím 2° y Betania, es una desgracia.

La llamamos desde hace siglos María Magdalena. Es la misma María Santa de Betania que repite el gesto chocante las dos veces. Es una mujer altiva, sensual, golosa, amante del lujo y los gastos, rencorosa, vengativa y muelle; de la cual Cristo "expulsó siete demonios".

Contaré la historia de Santa Magdalena como se la contó a Santo Tomás de Aquino su madre la condesa Teodora (Cf. In Matth., XXVI,7) y mi abuela doña Magdalena de Diana de Castellani a mí, que también fue de familia condal según parece; o según me dijo a mí cuando tenía yo 9 años y hacía la Primera Comunión, solemne ella, con el fin de que fuese bueno cuando grande; o sea noble; lo cual en este país es una ruina y una especie de suicidio, pero no importa. No sé por qué no voy a honrar a la noble mujer al escribir sobre su "patrona", a la cual tuvo tanta devoción; pues al hacerlo evoco la tradición católica, prescindiendo de las erizadas disputas de los "exégetas" que son un lío; pues esa tradición es más segura.

Cristo salvó a una adúltera de ser apedreada, salvándose El al mismo tiempo de una trampa (la de ser acusado o de cruel o de laxo) por medio de otra trampa; después una mujer malfamada irrumpió en una ?comida donde Él estaba, le besó los pies, los cubrió de lágrimas, los secó con sus cabellos, los ungió con perfume de nardo, fue defendida por Él y elogiada; después una María de Magdala "de quien Cristo había echado siete demonios" se une a Nuestra Señora y las otras accióncatólica que seguían a Cristo por donde iba y "le servían con sus bienes"; después una María, hermana de Marta se sienta a los pies de Cristo de Betania, y es defendida y elogiada de nuevo "por haber elegido la mejor parte"; esa misma obtiene de Cristo con sus lágrimas la resurrección de Lázaro; ella misma vuelve a ungir a Cristo pies y cabeza en una comida de "Simón Leproso"; al pie de la cruz con María Santísima reaparece Maria Magdalena; y finalmente ella es la primera (después de la Madre de Dios) que ve a Cristo resurrecto antes que Pedro y que Juan. Añadan si quieren que después de esto durante 30 años hizo penitencia y oración en una caverna cerca de la ciudad de Marsella, la tremenda "Marsiho" pagana de aquellos tiempos, donde (según la Leyenda Aurea) su hermano san Lázaro el Resucitado, servido por su hermana Marta, fue obispo misionero entre galos y latinos, celtas y africanos, y toda clase de "crisol de razas".

Orígenes opinó que son cinco mujeres, Teofilacto que fueron cuatro; san Jerónimo tres, san Bernardo dos; y nosotros con la tradición popular, una. Si quieren leer discusiones intrincadas, ingeniosas y de poco provecho, pueden ver esta disputa en Cornelio Alápide o Maldonado. Pero el pueblo cristiano siempre, desde los poemas latinos (Sedulius) hasta las Vidas clásicas de la Magdalena, como las de Malón de Chaide y Lacordaire, pasando por los "Misterios" del Medioevo, y confirmado todo por santo Tomás, la vida de la Magdalena la ha contado de esta manera.

Todas esas mujeres son una y la misma mujer.

"Cristo siempre se hace el abogado de esta mujer" -dice santo Tomás; identificando por tanto a la Pecadora, a María de Betania y a la hermana de Lázaro, las tres defensas de Jesús; que si además fue la Adúltera del Templo, son cuatro defensas. Y el gesto de echarse a sus pies está repetido también cuatro veces. ¡Es la misma mujer, déjense de historias!

Digo "cuatro veces", porque veo a la Adúltera también a sus pies, aunque la Vulgata diga "stans in medio" y las biblias castellanas ?traduzcan el "stans" por "estar de pie". El texto griego dice: "ousa'', no dice que estaba de pie; y toda la escena trasluce que estaba postrada. Uno cree ver en el versillo 10 el movimiento de Cristo sentado que se levanta y la levanta. No se ve en cambio la otra posición, Cristo sentado, y la acusada de pie.

Bien, poco importa eso por ahora.

Aquí hemos de hablar del primer gesto indudable de la Magdalena, la primera unción, en casa de "un fariseo", probablemente el mismo Simón de la segunda vez: "padre" de los tres hermanos de Betania, como dice una leyenda, muy improbable; "pariente", casi seguro.

La primera vez este Simón, Leproso de sobrenombre, no de veras (como hoy hay gente que se llama Rubio, Calvo, Moreno, Clarita o Blanca sin serlo), aparece despreciador de la Magdalena y de Cristo; y retado severamente por Cristo. Hay que traducir todo esto:

"Un fariseo lo invitó a comer. Y entrando se reclinó en el triclinio. Y una mujer que era en la ciudad pecadora, sabiendo que comía en lo del fariseo, llevó un alabastro de ungüento, y rendida a sus pies comenzó a regarlos con lágrimas; y con sus cabellos los secaba; y besaba sus pies; y los ungía con el perfume. Viéndolo el fariseo que lo había invitado, decía entre sí: "Si éste fuera profeta, sabría quién es y qué clase de mujer es esta que lo toca, que es pecadora". Y respondiendo Jesús dijo: "Simón, te vaya decir una cosa" - "Dígame'', dijo él. "Había dos deudores de un prestamista: uno debía quinientos dólares y otro cincuenta. No teniendo con qué pagar, les perdonó todo a ambos. ¿Quién de los dos lo quiere más? Respondiendo Simón dijo: "Me figuro que quien fue más perdonado". "Muy bien", dijo Jesús. Y vuelto hacia ella dijo: "¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; y ésta me los lavó con sus lágrimas y secó con sus cabellos. No me saludaste con el beso en la mejilla; y ésta desque llegó no ha cesado de besar mispies. No perfumaste con óleo mi cabeza; y ésta ungió mis pies con perfumes. Por lo cual te anuncio: muchos pecados se le perdonan porque amó mucho. Mas a quien menos se perdona, menos ama". Díjole a ella: "Se te perdonan tus pecados". Y comenzaron los comensales a decir entre sí: "¿Quién es éste que se atreve incluso a perdonar pecados?" Más Él vuelto a la mujer le dijo: "Tu fe te ha hecho salva: vete en paz".

?La narración es clara, no hay para qué buscarle pelillos: son las costumbres palestinas, y la incómoda costumbre romana adoptada por los palestinos ricos de banquetear reclinados sobre el brazo izquierdo, con los pies al exterior del estrado mullido y redondo. Hay una escena enteramente insólita y dramática, y un reproche manso en la forma al desdeñoso fariseo que termina en una insinuación terrible; la de que él, que "tenía menos pecados" (ninguno de estos santulones, en su concepto) también amaba menos y era menos amado. Nada, quizá. Terrible palabra en boca de un Dios.

Aquí Cristo comete una falta de lógica: la conclusión lógica era de este tenor: "Por tanto a ÉSTA, a quien se ha perdonado más, amará más". ¿Y qué dice? "Le perdoné mucho porque amó mucho", al revés.

¿No había lógica? ¿Se olvidó de las reglas del "sentido ilativo" de Newman? ¿Hubo un proceso mental subconsciente que saltó un silogismo? ¿Quiere desconcertar al fariseo? ¿Quiso ser original? ¿Designó sugerir otra verdad profunda y oscura? ¿El evangelista saltó una parte? No sean sonsos, queridos comentaristas ociosos.

Si quieren leer discusiones intrincadas, ingeniosas y de poco provecho, pueden ver los autores que dije arriba -o muchos otros. Mas si la pecadora era la misma a quien Cristo salvó de la muerte en Jerusalén (o en donde fuere) la dificultad no existe. Cristo la conocía, la había perdonado allá "mucho", ella en consecuencia lo amaba mucho, como estaba a la vista en extremos de devoción y ternura. Pero entonces, ¿por qué le dice Cristo: "remitidos te son tus pecados"? Toma, pues porque ella pide perdón de nuevo, esta vez públicamente, y quizá en presencia de su hermano Lázaro. No está mal sino muy bien pedir muchas veces perdón de los pecados. Cristo la desató públicamente de la bendita "sanción social", que no diré sea mala, Dios me libre, no soy anarquista; pero está debajo de la misericordia, que es la ley del cristiano.

Esta suposición de que Cristo ya antes la había salvado, deja del todo explicables esos extremos de devoción y ternura, que del otro modo parecen desproporcionados y casi alocados, como parecieron por cierto a los presentes, incluso Pedro.

Para los que no admitan que ésta pueda ser la Adúltera de Juan VIII, 1 (por la razón muy fuerte que diré luego), daré la otra explicación del" error de lógica", la mejor entre las siete que hay. ¿Qué quiere decir ?esa inversión de términos, eso que los lógicos llaman "conversión"?

Primero diré lo que NO quiere decir. No quiere decir que el amorpasión excuse del pecado o incluso lo justifique. Esto lo inventaron los románticos del siglo pasado (los franceses, no los españoles ni los alemanes) como el pavote que dijo:

"Si el ruego de un pecador
Halla gracia en tus estrados
¡Misericordia, Señor!
Perdóname mis pecados
Que son pecados de amor... "

?Dios le perdonará, no porque sean pecados de amor, sino porque se arrepiente de ellos, si acaso; para lo cual mal camino es comenzar a excusarlos o alindarlos. Todo pecado es una gansada, no hay ningún pecado bonito. Zorrilla alinda los pecados de Don Juan Tenorio y al fin le salva el alma con un acto de contrición (?) subitáneo en tres octosílabos; porque a pesar de ser español era romántico. Salvación barata. La Magdalena los lloró 40 años; aunque dulcemente, según dicen. Salvación verdadera.

Los poetas románticos mediocres inventaron que "el amor tiene derechos absolutos"; y la novelista Jorge Sand (o sea Aurora Dupín) que cambiaba de barragán cada siete meses y arruinó Chapín y al poeta Musset que murieron tísicos ... y atontados, mientras ella andaba reventando pantalones por París (pues vestía pantalones y se ponía cada vez más gorda) escribió muchas páginas en pro de "los derechos del amor". Pero ¿qué amor entendía? La pasión. ¿Y qué es la pasión? Discúlpenme que no lo diga.

Eso no lo dijo Cristo, aunque lo crea Jorge Sand e incluso Lugones. ¿Habrá querido decir que las almas apasionadas y generosas son más ocasionadas a pecar que los apocados, que ni para pecar valen, pero aquellas sirven más para la santidad, si se convierten como interpreta Max Scheler? Eso puede tener su verdad, pero no está en la parábola.

La verdad verdadera es que el arrepentimiento vero de los pecados, la contrición, nace del amor de Dios, al menos incoado; y el ?perdón de los pecados aumenta el amor de Dios: son dos "causas recíprocas", como dicen los filósofos; y así pueden invertirse. Bien pudo pues, decir Cristo que ÉSTA amaba mucho a Dios (a Él mismo), a la vista estaba, y por eso se le perdonaba mucho. No hay más error de lógica ni misterio que éste; no es necesario hacer cabriolas dialécticas e incluso corregir el texto sacro, como hacen algunos intérpretes. El profesor Ricciotti, por ejemplo, en su Vida de Cristo traduce así el texto: "Sono rimessi i peccati di lei, i quali sano molti, perche essa amó molta" (página 402), lo cual es caer en el error romántico; aunque después el buen gringo recapacita y da la explicación correcta. Mas la acción invisible de la gracia en el alma, ésa es misterio.

Lo flojo en esta historia mía (o de la Tradición) es que María Magdalena haya sido también la Adúltera que Cristo salvó de ser lapidada; más aún, parece imposible; pues este episodio está puesto en el Evangelio DESPUÉS de la unción de la PECADORA; y todas las "Concordias" lo traen así; y así yo lo puse en la Concordia que incluí en El Evangelio de Jesucristo, conforme a Perk y Rosadini, por no innovar.

Bien, retiraré esta afirmación (de que la Adúltera pudo ser la Magdalena), después de defenderla.

La defensa es ésta: esta perícopa de la Adúltera de san Juan está fuera de su lugar.

Esa perícopa es dudosa: falta en los principales códices griegos y algunos latinos, y en otros está cambiada de lugar1; algunos autores pensaron que es de San Lucas, desplazada por error al Evangelio de San Juan; e incluso el códice Fi (Q) la pone después de Le. XXI, 38. Hoy día se admite su autencía; pero ¿su colocación?

Su colocación salta a la vista que está equivocada: el evangelista dice que Jesús entró al templo, y allí se sentó y enseñaba; y después le arrojan a sus pies a la Adúltera. Mas en el curso del dramático juicio, Jesús se pone a escribir en la tierra dos veces. No puede estar en el Templo. No hay tierra o arena en el Templo.

??Para resolver esta dificultad, los intérpretes, comenzando por Agustín, han hecho suposiciones rebuscadísimas; la más rebuscada, la de Maldonado, que dice "Cristo simulaba escribir para hacerse el distraído, y dibujaba garabatos" (sic). Pero el texto dice: "escribía'', Mas si la perícopa está fuera de lugar, toda dificultad desaparece. Por lo demás, sabemos que los Evangelistas, incluso Juan, no se sujetan mucho a la cronología, y han escrito "según y a medida que recordaban", dice Maldonado tantas veces.

Así que yo aventuro la hipótesis que el Episodio de la Adúltera Salvada va ANTES de la primera cena de Simón y ella fue María de Magdala; y esta hipótesis limpia tres dificultades y clarifica todos los textos. Refútenla si pueden. Un profesor de Escritura que anda por ahí "por los rincones" (dijo santo Tomás a uno parecido de aquel tiempo) echando venablos y aun calumnia a mis pobres Evangelios (que "son heréticos" nada menos) sin atreverse a escribirlo, como era su deber (pese a ser director de una revista "católica") que refute esta hipótesis, y le sacaremos el sombrero.

En resumen: si la perícopa Jo. VIII, 1, está fuera de lugar (como lo está), entonces la Adúltera anónima PUDO SER María Magdalena; Y SI PUDO SER, LO FUE; porque así desaparecen las dificultades, y cinco o seis fragmentos, que versan sobre una mujer apasionada, corajuda y altiva, se funden en una historia psicológicamente perfecta; y Cristo aparece haciendo la hazaña típica del caballero, que es salvar a una mujer (ver Evangelio de Jesucristo, pág. 33).

Defender a las mujeres y no pelear sin motivo.

Pero defender a una mujer es motivo principal de pelear en este mundo, según la caballería cristiana; la cual hoy día está refugiada en el "tango" argentino.

Como quiera que sea, cierto es que (dejada aparte la Adúltera) la Pecadora de San Lucas, y María Magdalena y María de Betania son una y la misma mujer; que repite después el mismo gesto en otro ambiente, seis días antes de la Pasión. Las pruebas de san Agustín, Gregario, Ambrosio y Beda se pueden dar por concluyentes contra Orígenes. Pero yo quiero hablar otra vez de este paso: quiero pedirle ?a Ducadelia que me haga un comentario DESPUÉS DE LA PARÁBOLA en que ella quede más en relieve y en vivo.

Lugones escribió en su libro Filosofículas un comentario sobre SANTA María de Betania que es un puro disparate, lleno de errores y (digamos la verdad) de ignorancia. No vale la pena ni mentarlo. Quiso hacerse el original, como yo aquí, a osadas; pero yo he estudiado más el asunto, sin tener el talento de Lugones; y sobre todo, soy consciente de mi propia ignorancia. Lugones era argentino; y por tanto, así como fue el rey de nuestros poetas, tenía que ser el rey de los macaneadores; como se ve en sus obras en prosa, que están pidiendo a gritos un crítico que las edite comentadas en antología, aprovechando las partes buenas, que son muchas, y marcando los errores y macanas, que son también no pocos. Lo que hacen en Francia o Inglaterra con sus grandes escritores: volverlos "clásicos", es decir, aptos para las clases. ¡Para las clases pobres!, que son todos los chicos de este país, tratados como perros por el famoso "Monopolio Estatal de la Enseñanza".
(CASTELLANI, L., Las parabolas de Cristo, Ediciones Jauja, Mendoza (Argentina), 1994, pp. 123-130)

(1) Todo el grupo H. de Von Soden, 8 códices mayores incluso el Sinaítico, 3 menores, de los más antiguos códices; 2 otros mayores, más tardíos, el Purpúreo y el Koridethi; y muchos menores.



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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La pecadora perdonada (Lc.7, 36-8,3)


¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?1, decían los comensales presentes en la casa de Simón. Cristo le había dicho a la mujer “tus pecados quedan perdonados” y ellos quedan sorprendidos.

La mujer era una pecadora pública2 conocida en el pequeño pueblo donde vivía Simón el fariseo, probablemente Naín3. Simón se sorprende porque Jesús deja que lo toque una mujer pecadora, lo cual, tenían los fariseos como una abominación y deduce por tanto que Jesús no es profeta. Jesús le demuestra que es un profeta a través de una parábola4. Conoce los muchos pecados de la mujer, los pecados de Simón y el amor de uno y otro. Las obras manifiestan el amor de ambos. El Maestro con suavidad advierte a Simón que la parábola es el caso de la pecadora comparada al justo que es él. La pecadora está allí esperando el perdón, y Dios sólo perdona a los que les aman. Frente a Dios, el alma no puede permanecer indiferente. El pecado es un obstáculo a la caridad, pero si ésta lo vence, el pecado desaparece. Así Jesús, siguiendo el movimiento natural de su corazón, pronuncia una frase de donde surgirá la teología del perdón: “Le han sido perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho”

Se entiende todo esto de las ofensas contra Dios y del amor que borra las ofensas. Y, sin embargo, es a Jesús a quien la pecadora da testimonio de su amor. ¡Con qué sencillez representa El a Dios, teniendo como dirigidas a Dios las seguridades de arrepentimiento dadas a su propia persona!5

Cristo se manifiesta profeta al conocer los pensamientos de Simón6 y esto lo reconoce Simón cuando el Señor le dice que quiere enseñarle algo y responde atentamente: “Maestro dí”7. Pero más que profeta pues le perdona los pecados a la mujer.

La mujer no duda en recibir el perdón. Sabe que Cristo es el médico divino, pero, sí dudan los comensales: ¿Quién es este que hasta perdona los pecados? La mujer sana por creer y los demás enferman por su incredulidad8.

Si sólo Dios conoce los corazones, es evidente que el fariseo no se debe extrañar como los otros9 de que Jesús “perdone los pecados, facultad reservada a Dios”10.

Cristo concluye “quedan perdonados sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor” cuando debería haber concluido “ha mostrado más amor porque se le perdonó más”. Parece haber una falta de lógica.

La falta de lógica que parece cometió Cristo se puede explicar de la siguiente manera. La primera explicación de la Biblia de Jerusalén11: “quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor” (v. 47a). Aquí el amor aparece como causa del perdón. Luego dice “a quien poco se le perdona, poco amor muestra” (47b) donde se muestra el amor como efecto del perdón. Esta antinomia procede que el texto de la perícopa es heterogéneo. Los gestos de la mujer12 demuestran un gran amor que le merece el perdón de sus faltas13. Pero la lección de la parábola que el Señor ha incluido14 es inversa: un perdón mayor produce un amor mayor.

La segunda, del Padre Castellani15: El arrepentimiento verdadero de los pecados, la contrición, nace del amor de Dios, al menos incoado; y el perdón de los pecados aumenta el amor de Dios: son dos causas recíprocas, como dicen los filósofos; y así pueden invertirse. Bien pudo pues, decir Cristo que esta (la mujer) amaba mucho a Dios (a El mismo), a la vista estaba, y por eso se le perdonaba mucho.

A lo cual se suma otra explicación que es la hipótesis que la mujer pecadora sea la misma que la adúltera del templo16. Cristo la conocía, la había perdonado allá mucho, ella en consecuencia lo amaba mucho, como estaba a la vista en extremos de devoción y ternura. Le dice “remitidos son tus pecados” porque ella pide perdón de nuevo, esta vez públicamente. No está mal sino muy bien pedir muchas veces perdón de los pecados. Cristo la desató públicamente de la sanción social. Esta suposición de que Cristo ya antes la había salvado deja del todo explicables esos extremos de devoción y ternura, que del otro modo parecen desproporcionados y casi alocados, como parecieron por cierto a los presentes.

Hay una escena enteramente insólita y dramática, y un reproche manso en la forma al desdeñoso fariseo que termina en una insinuación terrible; la de que él tenía menos pecados también amaba menos y era menos amado. Nada quizá. Terrible palabra en boca de un Dios.

El amor de la mujer ha producido el perdón y el arrepentimiento verdadero le ha abierto la puerta a la vida religiosa porque en adelante vivirá del amor. Hay una remisión de los pecados por la abundancia de la caridad, como dice el mismo Salvador: “Por eso te digo: Le son perdonados sus muchos pecados, porque ha amado mucho”. También dice el Apóstol: “La caridad cubre la multitud de los pecados”’ (1 P 4,8) […] Hay incluso una, aunque difícil y penosa, mediante la penitencia, cuando el pecador baña “en lágrimas su cama” (Sal 6, 7) y sus lágrimas son para él “pan de día y de noche” (Sal 42, 4)17. Si es esta la Magdalena, como opinan algunos, por amor a Jesús lo servirá junto a otras mujeres en la misión apostólica, estará junto a la Madre de Jesús al pie de la cruz, lo buscará con ansias después de muerto siendo la primera, según la narración evangélica, en verlo resucitado y terminará su vida siendo eremita en una cueva de Marsella dedicándose a la oración y penitencia. “Cristo es nuestro amor. El amor es bueno puesto que se ofreció a la muerte por nuestros pecados; el amor es bueno porque perdonó los pecados. También por eso nuestra alma debe revestirse de amor y de un amor como aquel que “es fuerte como la muerte” (Ct 8,6), para que igual que la muerte es el fin de los pecados, así también lo sea el amor, puesto que quien ama al Señor abandona el pecar”18.

Las palabras de Jesús manifestadas en la parábola de los dos deudores y en la defensa pública de la mujer han producido en ella el desapego de su vida pasada y de sí misma, porque no tuvo reparo en presentarse en público a pesar de la humillación que suponía y manifestar su amor con gestos tan desmedidos, para comenzar una vida nueva de seguimiento de Jesús, de religión.

 Notas
(1) v. 49
(2) Cf. v. 39
(3) Leal J., Sinopsis de los cuatro evangelios…, 158
(4) v. 41-42
(5) Cf. Lagrange, Vida de Jesucristo…, 145-6
(6) El conocimiento de las realidades ocultas es una de las características de los profetas, Jn 4, 16-19; Lc 7, 39. Natanael reconoce así que Jesús es el Profeta-Rey. Ver Jn 6, 14-15, del que le ha hablado Felipe, 1, 45; ver Dt 18,18. Sobre este conocimiento sobrenatural de Cristo, ver además; 2, 14s; 6, 61.64.71; 13, 1.11.27.28; 16, 19-30; 18, 4; 21, 17 (Nota de Jsalén a Jn 1, 48).
(7) Cf. Catena Áurea, Lucas (IV)…, Glosa a Lc 7, 36-50, 180
(8) Cf.Catena Áurea,Lucas (IV)…, San Gregorio a Lc 7, 36-50, 181.
(9) v. 49
(10) Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Tomo V, EUNSA Navarra 2004, comentario al pasaje.
(11) Comentario a v. 47
(12) v. 37-38.44-46
(13) v. 47a
(14) v. 40-43
(15) Cf. Castellani, Las Parábolas de Cristo…, 126-8
(16) Cf. Jn 8, 1s
(17) Orígenes, Homilías sobre el Levítico, 2, 4. Cit. en La Biblia Comentada (3), Evangelio según San Lucas, Ciudad Nueva Madrid 2006, 195
(18) San Ambrosio, Sobre Isaac o el alma, 8, 75-76. Cit. en La Biblia Comentada (3)…, 195-6


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Aplicación: clerus.org - Mensaje de alegría

Es verdaderamente un mensaje de alegría y liberación el que nos ofrece la Palabra de Dios en este Domingo: es la alegría de sentirnos liberados del pecado, por pequeño o grande que sea, que nos oprime, que nos atormenta, nos encierra en nosotros mismos, disminuye nuestras energías, está siempre allí, demostrándonos que estamos demasidado atados a nuestras miserias, como si fuéramos un pájaro con las alas heridas.

Quisiéramos volar hacia lo alto, hacia el cielo, pero nos sentimos aplastados en la tierra... Esto provoca en el cristiano una gran tristeza.

De aquí que la Iglesia nos proponga hoy la posibilidad de celebrar y, por tanto, de tener presente en nuestra vida la misericordia de Dios: una misericordia que se difunde continuamente por todo el mundo, que alcanza a todo hombre y se agiganta en el momento en que el hombre mismo, confesando su pecado, se reconoce pecador. En este reconocerse débil se lleva a cabo un encuentro entre el amor de Dios que perdona y el gemido del hombre, que explota en un himno de alegría al sentirse aceptado nuevamente por Dios.

Esta es la enseñanza que se extrae de la primera Lectura, en la cual el autor pone en evidencia el gran pecado de David: nada menos que haber organizado la muerte de Urías para tomar como mujer a su consorte Betsabé.

En el pasaje de la Escritura, David representa todas las conductas que hoy se difunden en la sociedad: traiciones, engaños, violencias, pero al mismo tiempo es considerado como el santo del Antiguo Testamento, el predilecto de Dios, colmado de beneficios. En síntesis, podemos definirlo como “el santo-pecador”, en cuanto que alterna momentos de gran elevación espiritual, con miserias, culpas, bajezas.

David es realmente santo, porque sabe cada vez huír de la situación de pecado mediante dos fuerzas que corrigen y vencen sus pecados: la humildad y la ilimitada confianza en Dios.

Estas dos prerrogativas se condicionan mutuamente, en cuanto que nadie puede abrirse a la confianza en Dios si no es humilde, y nadie puede ser humilde si no encuentra en el mismo Dios su apoyo, su justificación, su refugio.

Por estas dos virtudes, David sabe huir de la morsa del pecado que lo atenaza, consiguiendo levantarse tenazmente de las pasiones que lo alteran, para volver a Dios, a la misericordia de Dios en la cual confía completamnte.

Este tema se retoma en el pasaje del Evangelio. En él se reafirma no sólo la alegría del perdón en una pobre criatura, sino que, más aún, se demuestra la fuerza creadora de un gesto de perdón que sólo Dios puede dar.

El relato evangélico de la pecadora, transmitidio sólo por Lucas, pone en evidencia un gesto de amor fuerte, al que le sigue un gran acto de misericordia. La pecadora se sabe objeto de desprecio público, pero no por eso siente miedo se enfrentar a la gente y de entrar a la casa del fariseo en la que se encuentra Jesús.

Es el suyo un comportamiento del que el mismo Jesús dirá que sólo puede darse por la fe grande que ella tiene. Es una fe que ha encendido en su corazón un impulso irrefrenable de amor, de reconocimiento, de devoción y de gozo. La mujer, en efecto, ha descubierto que, en Jesús, Dios ofrece, a todos los que verdaderamente se arrepienten y cambian de vida, el perdón de los pecados.

La pecadora descubrió la santidad de Jesús, por lo cual no se atreve a ungir su cabeza sino sólo los pies, para no contaminarlo. Pero el contacto le es suficiente para poder comenzar una vida nueva, completamenre renovada por el amor.

Todo ello es fruto de la fe, de la certeza de haber recibido el perdón de los propios pecados y de la conciencia de que el sincero arrepentimiento había sido acogido por el Señor, que había visto en la profundidad de su corazón un corazón penitente.

Por este motivo, Jesús cuenta la parábola de los dos deudores: para hacer entender a Simón la realidad de aquella situación y para demostrar que Él es verdaderamente profeta y mucho más que profeta, en cuanto que lee sus pensamientos y conoce bien los sentimientos de la mujer que llora a sus pies. En efecto, si el mayor reconocimiento es el de quien ha sido más beneficiado, es comprensible lo que se ha obrado en la mujer que, habiendo cometido muchos pecados, capta mucho más la grandeza de ese perdón.

En el fariseo Simón no se podía encontrar un comportamiento semejante, puesto que se reconocía justo a sí mismo. Había invitado a Jesús a su casa, pero su amor por el Maestro no iba más allá del simple respeto. Jesús le hace notar su actitud repasando todos los gestos de la mujer y subrayando el significado de todos ellos.

En pocas palabras, Jesús señala la nueva situación que se crea en el creyente por medio de la fe. En Cristo, Dios nos ofrece el perdón total de nuestros pecados. Esta es la novedad inaudita de la historia humana, el misterio conmovedor de la infinita benevolencia de Dios: todos somos pecadores y el único camino para la salvación es el de la fe, porque ella conduce al arrepentimiento y el arrepentimiento al amor.

Nos lo recuerda también San Pablo, afirmando que la fe nace del descubrimiento de que en Cristo somos amados sin medida y la prueba es que el mismo Jesús se ha ofrecido por nosotros. Así ha demostrado su amor, un amor que de tal manera nos atrae, que podemos decir con San Pablo: “ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí”.


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Aplicación: S.S. Francisco p.p. - El don de la vida

Queridos hermanos y hermanas:
A partir de la Palabra de Dios que hemos escuchado, quisiera proponeros tres puntos sencillos de meditación para nuestra fe: en primer lugar, la Biblia nos revela al Dios vivo, al Dios que es Vida y fuente de la vida; en segundo lugar, Jesucristo da vida, y el Espíritu Santo nos mantiene en la vida; tercero, seguir el camino de Dios lleva a la vida, mientras que seguir a los ídolos conduce a la muerte.

1. La primera lectura, tomada del Libro Segundo de Samuel, nos habla de la vida y de la muerte. El rey David quiere ocultar que cometió adulterio con la mujer de Urías el hitita, un soldado en su ejército y, para ello, manda poner a Urías en primera línea para que caiga en la batalla. La Biblia nos muestra el drama humano en toda su realidad, el bien y el mal, las pasiones, el pecado y sus consecuencias. Cuando el hombre quiere afirmarse a sí mismo, encerrándose en su propio egoísmo y poniéndose en el puesto de Dios, acaba sembrando la muerte. Y el adulterio del rey David es un ejemplo. Y el egoísmo conduce a la mentira, con la que trata de engañarse a sí mismo y al prójimo. Pero no se puede engañar a Dios, y hemos escuchado lo que dice el profeta a David: «Has hecho lo que está mal a los ojos de Dios» (cf. 2 S 12,9). Al rey se le pone frente a sus obras de muerte –en verdad lo que ha hecho es una obra de muerte, no de vida–, comprende y pide perdón: «He pecado contra el Señor» (v. 13), y el Dios misericordioso, que quiere la vida y siempre nos perdona, le perdona, le da de nuevo la vida; el profeta le dice: «También el Señor ha perdonado tu pecado, no morirás». ¿Qué imagen tenemos de Dios? Tal vez nos parece un juez severo, como alguien que limita nuestra libertad de vivir.

Pero toda la Escritura nos recuerda que Dios es el Viviente, el que da la vida y que indica la senda de la vida plena. Pienso en el comienzo del Libro del Génesis: Dios formó al hombre del polvo de la tierra, soplando en su nariz el aliento de vida y el hombre se convirtió en un ser vivo (cf. 2,7). Dios es la fuente de la vida; y gracias a su aliento el hombre tiene vida y su aliento es lo que sostiene el camino de su existencia terrena. Pienso igualmente en la vocación de Moisés, cuando el Señor se presenta como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, como el Dios de los vivos; y, enviando a Moisés al faraón para liberar a su pueblo, revela su nombre: «Yo soy el que soy», el Dios que se hace presente en la historia, que libera de la esclavitud, de la muerte, y que saca al pueblo porque es el Viviente. Pienso también en el don de los Diez Mandamientos: una vía que Dios nos indica para una vida verdaderamente libre, para una vida plena; no son un himno al «no», no debes hacer esto, no debes hacer esto, no debes hacer esto… No. Es un himno al «sí» a Dios, al Amor, a la Vida. Queridos amigos, nuestra vida es plena sólo en Dios, porque solo Él es el Viviente.

2. El pasaje evangélico de hoy nos hace dar un paso más. Jesús encuentra a una mujer pecadora durante una comida en casa de un fariseo, suscitando el escándalo de los presentes: Jesús deja que se acerque una pecadora, e incluso le perdona los pecados, diciendo: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (Lc 7,47). Jesús es la encarnación del Dios vivo, el que trae la vida, frente a tantas obras de muerte, frente al pecado, al egoísmo, al cerrarse en sí mismos. Jesús acoge, ama, levanta, anima, perdona y da nuevamente la fuerza para caminar, devuelve la vida. Vemos en todo el Evangelio cómo Jesús trae con gestos y palabras la vida de Dios que transforma. Es la experiencia de la mujer que unge los pies del Señor con perfume: se siente comprendida, amada, y responde con un gesto de amor, se deja tocar por la misericordia de Dios y obtiene el perdón, comienza una vida nueva. Dios, el Viviente, es misericordioso. ¿Están de acuerdo? Digamos juntos: Dios es misericordioso, de nuevo: Dios el Viviente, es misericordioso.

Esta fue también la experiencia del apóstol Pablo, como hemos escuchado en la segunda Lectura: «Mi vida ahora en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). ¿Qué es esta vida? Es la vida misma de Dios. Y ¿quién nos introduce en esta vida? El Espíritu Santo, el don de Cristo resucitado. Es él quien nos introduce en la vida divina como verdaderos hijos de Dios, como hijos en el Hijo unigénito, Jesucristo. ¿Estamos abiertos nosotros al Espíritu Santo? ¿Nos dejamos guiar por él? El cristiano es un hombre espiritual, y esto no significa que sea una persona que vive «en las nubes», fuera de la realidad como si fuera un fantasma. No. El cristiano es una persona que piensa y actúa en la vida cotidiana según Dios, una persona que deja que su vida sea animada, alimentada por el Espíritu Santo, para que sea plena, propia de verdaderos hijos. Y eso significa realismo y fecundidad. Quien se deja guiar por el Espíritu Santo es realista, sabe cómo medir y evaluar la realidad, y también es fecundo: su vida engendra vida a su alrededor.

3. Dios es el Viviente, es el Misericordioso, Jesús nos trae la vida de Dios, el Espíritu Santo nos introduce y nos mantiene en la relación vital de verdaderos hijos de Dios. Pero, con frecuencia, lo sabemos por experiencia, el hombre no elige la vida, no acoge el «Evangelio de la vida», sino que se deja guiar por ideologías y lógicas que ponen obstáculos a la vida, que no la respetan, porque vienen dictadas por el egoísmo, el propio interés, el lucro, el poder, el placer, y no son dictadas por el amor, por la búsqueda del bien del otro. Es la constante ilusión de querer construir la ciudad del hombre sin Dios, sin la vida y el amor de Dios: una nueva Torre de Babel; es pensar que el rechazo de Dios, del mensaje de Cristo, del Evangelio de la Vida, lleva a la libertad, a la plena realización del hombre.

El resultado es que el Dios vivo es sustituido por ídolos humanos y pasajeros, que ofrecen un embriagador momento de libertad, pero que al final son portadores de nuevas formas de esclavitud y de muerte. La sabiduría del salmista dice: «Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos» (Sal 19,9). Recordémoslo siempre: El Señor es el Viviente, es misericordioso. El Señor es el Viviente, es misericordioso.

Queridos hermanos y hermanas, miremos a Dios como al Dios de la vida, miremos su ley, el mensaje del Evangelio, como una senda de libertad y de vida. El Dios vivo nos hace libres. Digamos sí al amor y no al egoísmo, digamos sí a la vida y no a la muerte, digamos sí a la libertad y no a la esclavitud de tantos ídolos de nuestro tiempo; en una palabra, digamos sí a Dios, que es amor, vida y libertad, y nunca defrauda (cf. 1 Jn 4,8, Jn 11,25, Jn 8,32), a Dios que es el Viviente y el Misericordioso. Sólo la fe en el Dios vivo nos salva; en el Dios que en Jesucristo nos ha dado su vida con el don del Espíritu Santo y nos hace vivir como verdaderos hijos de Dios por su misericordia. Esta fe nos hace libres y felices. Pidamos a María, Madre de la Vida, que nos ayude a acoger y dar testimonio siempre del «Evangelio de la Vida». Así sea.
(Plaza de San Pedro, Domingo 16 de junio de 2013)


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Aplicación: P. Jorge Loring S.J. - Décimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario - Año C Lc 7: 36-50

1.- En las lecturas de hoy se nos narra el perdón a David y a la Magdalena. Dios perdona, pero exige arrepentimiento.

2.- Esto es de sentido común. ¿Qué diríamos de este caso? Un administrador le dice al propietario: «Este año le he robado un millón de pesetas, pero le ruego me lo perdone porque no puedo pagarle. Lo he gastado todo jugando a la ruleta». El propietario se lo perdona. Pero antes de salir del despacho, el administrador se vuelve y dice: «Pero sepa Vd que le voy a seguir robando». ¡Esto es una burla! Lo mínimo que se le puede pedir es que tenga propósito de no repetir.

3.- Lo mismo Dios. Para que Dios nos perdone tenemos que estar arrepentidos y tener propósito de enmienda.

4.- El propósito de enmienda supone la voluntad de evitar las ocasiones de pecado.

5.- Las ocasiones de pecar son de dos clases. Ocasión próxima y ocasión remota. La ocasión próxima es la que normalmente hace pecar. Esta ocasión hay que evitarla necesariamente. La ocasión remota es la que rara vez nos lleva al pecado. Esta es difícil evitarla, pero debemos procurar hacerlo y pedir a Dios superarla.

6.- Quien no evita la ocasión próxima es que no tiene arrepentimiento.

7.- Evitar las ocasiones es a veces duro. Pero dice el Evangelio que si mi ojo o mi mano son causa de pecado, me prive de ellos, pues más vale salvarse tuerto y manco que con los dos ojos y las dos manos condenarse al infierno eterno.

8.- En la vida hay que vencerse. El dominio propio es característico de la persona humana que debe regirse por la razón. El dejarse llevar de los instintos es propio de los animales.

9.- Pidamos a Dios que nos ayude, y podremos dominarnos.
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Aplicación: Directorio Homilético - Undécimo domingo del Tiempo Ordinario

CEC 1441-1442: solo Dios perdona el pecado
CEC 1987-1995: la justificación
CEC 2517-2519: la purificación del corazón
CEC 1481, 1736, 2538: David y Natán

Sólo Dios perdona el pecado

1441 Sólo Dios perdona los pecados (cf Mc 2,7). Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: "El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10) y ejerce ese poder divino: "Tus pecados están perdonados" (Mc 2,5; Lc 7,48). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (cf Jn 20,21-23) para que lo ejerzan en su nombre.

1442 Cristo quiso que toda su Iglesia, tanto en su oración como en su vida y su obra, fuera el signo y el instrumento del perdón y de la reconciliación que nos adquirió al precio de su sangre. Sin embargo, confió el ejercicio del poder de absolución al ministerio apostólico, que está encargado del "ministerio de la reconciliación" (2 Cor 5,18). El apóstol es enviado "en nombre de Cristo", y "es Dios mismo" quien, a través de él, exhorta y suplica: "Dejaos reconciliar con Dios" (2 Co 5,20).

Artículo 2 GRACIA Y JUSTIFICACION

I LA JUSTIFICACION

1987 La gracia del Espíritu Santo tiene el poder de santificarnos, es decir, de lavarnos de nuestros pecados y comunicarnos "la justicia de Dios por la fe en Jesucristo" (Rm 3,22) y por el Bautismo (cf Rm 6,3-4):

Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 8-11).

1988 Por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva; somos miembros de su Cuerpo que es la Iglesia (cf 1 Co 12), sarmientos unidos a la Vid que es él mismo (cf Jn 15,1-4):

Por el Espíritu Santo participamos de Dios. Por la participación del Espíritu venimos a ser partícipes de la naturaleza divina...Por eso, aquellos en quienes habita el Espíritu están divinizados (S. Atanasio, ep. Serap. 1,24).

1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del evangelio: "Convertíos porque el Reino de los Cielos está cerca" (Mt 4,17). Movido por la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo alto. "La justificación entraña, por tanto, el perdón de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior (Cc. de Trento: DS 1528).

1990 La justificación separa al hombre del pecado que contradice al amor de Dios, y purifica su corazón. La justificación sigue a la iniciativa de la misericordia de Dios que ofrece el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y cura.

1991 La justificación es al mismo tiempo la acogida de la justicia de Dios por la fe en Jesucristo. La justicia designa aquí la rectitud del amor divino. Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad, y nos es concedida la obediencia a la voluntad divina.

1992 La justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz como hostia viva, santa y agradable a Dios y cuya sangre vino a ser instrumento de propiciación por los pecados de todos los hombres. La justificación es concedida por el bautismo, sacramento de la fe. Nos conforma a la justicia de Dios que nos hace interiormente justos por el poder de su misericordia. Tiene por fin la gloria de Dios y de Cristo, y el don de la vida eterna (cf Cc. de Trento: DS 1529):

Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen -pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios- y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús (Rm 3,21-26).

1993 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre. Por parte del hombre se expresa en el asentimiento de la fe a la Palabra de Dios que lo invita a la conversión, y en la cooperación de la caridad al impulso del Espíritu Santo que lo previene y lo guarda:

Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esta inspiración, que por otra parte puede rechazar; y, sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de él (Cc. de Trento: DS 1525).

1994 La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. S. Agustín afirma que "la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra", porque "el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán" (ev. Jo. 72,3). Dice incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.

1995 El Espíritu Santo es el maestro interior. Haciendo nacer al "hombre interior" (Rm 7,22; Ef 3,16), la justificación implica la santificación de todo el ser:

Si en otros tiempos ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y al desorden hasta desordenaros, ofrecedlos igualmente ahora a la justicia para la santidad...al presente, libres del pecado y esclavos de Dios, fructificáis para la santidad; y el fin, la vida eterna (Rm 6, 19.22).

I LA PURIFICACION DEL CORAZON

2517 El corazón es la sede de la personalidad moral: "de dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones" (Mt 15,19). La lucha contra la codicia de la carne pasa por la purificación del corazón:

Mantente en la simplicidad, la inocencia y serás como los niños pequeños que ignoran el mal destructor de la vida de los hombres (Hermas, mand. 2,1).

2518 La sexta bienaventuranza proclama: "Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). Los "corazones limpios" designan a los que han ajustado su inteligencia y su voluntad a las exigencias de la santidad de Dios, principalmente en tres dominios: la caridad (cf 1 Tm 4,3-9; 2 Tm 2,22), la castidad o rectitud sexual (cf 1 Ts 4,7; Col 3,5; Ef 4,19), el amor de la verdad y la ortodoxia de la fe (cf Tt 1,15; 1 Tm 3-4; 2 Tm 2, 23-26). Existe un vínculo entre la pureza del corazón, del cuerpo y de la fe:

Los fieles deben creer los artículos del Símbolo "para que, creyendo, obedezcan a Dios; obedeciéndole, vivan bien; viviendo bien, purifiquen su corazón; y purificando su corazón, comprendan lo que creen" (S. Agustín, fid. et symb. 10,25).

2519 A los "limpios de corazón" se les promete que verán a Dios cara a cara y que serán semejantes a él (cf 1 Co 13,12; 1 Jn 3,2). La pureza de corazón es el preámbulo de la visión. Ya desde ahora esta pureza nos concede ver según Dios, recibir a otro como un "prójimo"; nos permite considerar el cuerpo humano, el nuestro y el del prójimo, como un templo del Espíritu Santo, una manifestación de la belleza divina.

David y Natán

1481 La liturgia bizantina posee expresiones diversas de absolución, en forma deprecativa, que expresan admirablemente el misterio del perdón: "Que el Dios que por el profeta Natán perdonó a David cuando confesó sus pecados, y a Pedro cuando lloró amargamente y a la pecadora cuando derramó lágrimas sobre sus pies, y al publicano, y al pródigo, que este mismo Dios, por medio de mí, pecador, os perdone en esta vida y en la otra y que os haga comparecer sin condenaros en su temible tribunal. El que es bendito por los siglos de los siglos. Amén."

1736 Todo acto directamente querido es imputable a su autor:

Así el Señor pregunta a Adán tras el pecado en el paraíso: "¿Qué has hecho?" (Gn 3,13). Igualmente a Caín (cf Gn 4,10). Así también el profeta Natán al rey David, tras el adulterio con la mujer de Urías y la muerte de éste (cf 2 S 12,7-15).

Una acción puede ser indirectamente voluntaria cuando resulta de una negligencia respecto a lo que se habría debido conocer o hacer, por ejemplo, un accidente provocado por la ignorancia del código de la circulación.

2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la cordera (cf 2 S 12,1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4,3-7; 1 R 21,1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2,24).

Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros...Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo...Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras (S. Juan Crisóstomo, hom. in 2 Co, 28,3-4).


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Ejemplos

1. Jesús perdona

2. La humildad y la mística

3. Cicatrices del alma
En un día caluroso de verano en el sur de Florida, un niño decidió ir a nadar en la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró en el agua y nadaba feliz.

Su mamá desde la casa lo miraba por la ventana, y vio con horror lo que sucedía, que se le acercaba un caimán. Enseguida corrió hacia su hijo gritándole lo más fuerte que podía.

Oyéndole el niño se alarmó y miró nadando hacia su mamá. Pero fue demasiado tarde. Desde el muelle la mamá agarró al niño por sus brazos. Justo cuando el caimán le agarraba sus piernitas. La mujer jalaba determinada, con toda la fuerza de su corazón. El cocodrilo era más fuerte, pero la mamá era mucho más apasionada y su amor no la abandonaba.

Un señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató al cocodrilo. El niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aún pudo llegar a caminar.

Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó al niño si le quería enseñar las cicatrices de sus piernas. El niño levanto la colcha y se las mostró. Pero entonces, con gran orgullo se remango las mangas y dijo: "Pero las que usted debe de ver son estas". Eran las marcas de las uñas de su mamá que habían presionado con fuerza.

"Las tengo porque mamá no me soltó y me salvó la vida".

Nosotros también tenemos cicatrices de un pasado doloroso. Algunas son causadas por nuestros pecados, pero algunas son la huella de Dios que nos ha sostenido con fuerza para que no caigamos en las garras del mal. Dios te bendiga siempre, y recuerda que si te ha dolido alguna vez el alma, es porque Dios, te ha agarrado demasiado fuerte para que no caigas.

 

(Cortesía: iveargentina.org et alii)

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