Domingo 13 del Tiempo Ordinario C - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - Parte tercera del Evangelio de San Lucas. Camino a
Jerusalén (Lc.9,51-10,27)
Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Un rostro marcado por
la decisión de morir en cruz (Lc.9, 51-62)
Santos Padres: San Ambrosio - El candidato descartado. Las villas de Samaría
Santos
Padres: San Agustín - La renuncia (Lc 9,57-62)
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El rechazo de los samaritanos
Aplicación: Benedicto XVI (I) - Libertad y seguimiento de Cristo
Aplicación: Benedicto XVI (II) - La llamada de Cristo y sus exigencias
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El rostro firme de Jesús
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. II - Tres conductas para seguir a Cristo
Aplicación: Directorio Homilético - Decimotercer domingo del Tiempo
Ordinario
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Parte tercera del Evangelio de San Lucas.
Camino a Jerusalén (Lc.9,51-10,27)
Introducción
Jesús abandona Galilea y se pone en marcha hacia Jerusalén, donde sufrirá y
será glorificado. En este camino se muestra Jesús como maestro profético,
que a la vista de su muerte proclama su mensaje, que será confirmado por
Dios mediante la resurrección. En tres pasajes se menciona principalmente el
viaje a Jerusalén. Jesús toma la decisión irrevocable de ir a Jerusalén
(9,51). Iba de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, enseñando y
encaminándose hacia Jerusalén (13,22). Mientras caminaba hacia Jerusalén,
pasó por Galilea y Samaria (17,11). En Jerusalén se desarrolla la fase
decisiva del hecho salvífico; la pasión y la resurrección están ligadas
inseparablemente. Para expresar esta asociación usa Lucas el término
«elevación» (9,51). Con los relatos del viaje (9,51-10,42; 13,22-35;
17,11-l9) van asociadas enseñanzas de Jesús (11,1-13,21; 14,1-17,10;
17,20-19,27), que por tener un marco general sin determinación de lugar ni
de tiempo, poseen un significado permanente. En el camino hacia su meta
muestra Jesús a sus discípulos «caminos de vida» (Hec_2:28).
1. El Maestro en marcha, y sus discípulos (9,51-62)
a) Recusación de alojamiento (Lc/09/51-56)
51 Y sucedió que, al cumplirse el tiempo de su elevación, tomó la decisión
irrevocable de ir hacia Jerusalén.
Dios asignó a Jesús una medida determinada de días en la tierra. Esta medida
se va cumpliendo con el flujo del tiempo. La vida de Jesús termina con su
elevación.1 La palabra significa ascensión y muerte; precisamente esta
ambigüedad es apropiada para expresar lo que aguarda a Jesús en Jerusalén:
la pasión y la glorificación, sufrimientos y muerte, resurrección y
ascensión. Jerusalén prepara a Jesús la muerte, pero, por designio de Dios,
también la gloria.
Jesús tomó la decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén. Nada puede
apartarle de este camino de la muerte. «El Señor, Yahveh, me ha socorrido, y
por eso no cedí ante la ignominia e hice mi rostro como de pedernal,
sabiendo que no sería confundido» (Isa_50:7). Jesús va hacia Jerusalén
fortalecido con la fuerza de Dios, como fue fortalecido el profeta cuando le
encargó Dios anunciar sus amenazas contra Jerusalén: «Tú, hijo de hombre, no
los temas ni tengas miedo a sus palabras, aunque te sean cardos y zarzas y
habites en medio de escorpiones. No temas sus palabras, no tengas miedo de
su cara, porque son gente rebelde» (Eze_2:6). Jesús sabe también la
glorificación que allí le aguarda. Sigue su camino con confianza.
52 Y envió por delante unos mensajeros. Fueron éstos y entraron en una aldea
de samaritanos, con el fin de prepararle alojamiento. 53 Pero no lo
quisieron recibir, porque su aspecto era como de ir hacia Jerusalén.
Jesús va hacia Jerusalén como profeta y Mesías por medio del cual Dios
visita misericordiosamente a su pueblo. Por eso se dice en estilo solemne:
Envió por delante unos mensajeros, detrás de los cuales va él. Su expedición
es camino hacia la gloria, el camino real de la cruz.
El camino más corto de Galilea a Jerusalén pasa por Samaría. Jesús escoge
este camino y pone la mira en Jerusalén.
Los mensajeros tienen que prepararle alojamiento. Jesús va acompañado de un
grupo bastante grande: con él iban los doce, muchas mujeres, cierto número
de discípulos, entre los cuales elige los setenta.
Entre los samaritanos y los judíos existían tensiones religiosas y
nacionales. Los samaritanos son descendientes de tribus asiáticas, que se
asentaron allí cuando el reino del norte, Israel, fue conquistado por los
asirios (722 a.C.), y de la población autóctona que se había quedado en el
país. Habían adoptado la religión israelita de Yahveh, pero edificaron un
templo propio sobre el monte Garizim y se distinguen de los judíos también
en otras muchas cosas (cf. 2Re_17:24-41). Los judíos despreciaban a los
samaritanos como pueblo semipagano y evitaban el trato con ellos (Jua_4:9).
Entre ambos pueblos hubo repetidas veces fricciones. Cuando oyeron los
samaritanos que Jesús se dirigía hacia Jerusalén, despertó la oposición y
rehusaron el alojamiento a Jesús.
Al comienzo de su camino en este mundo, al comienzo de la actividad galilea
en Nazaret, al comienzo del camino hacia Jerusalén «no había lugar para él
en la posada». Los caminos de Jerusalén en este mundo terminarán cuando
tenga que salir de la ciudad de Jerusalén para ser crucificado, pero esta
salida será a la vez el comienzo de su gloria.
54 Cuando vieron esto los discípulos Santiago y Juan, le dijeron: Señor,
¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que los consuma? 55 Pero
Jesús, volviéndose hacia ellos, los reprendió. 56 Y se fueron a otra aldea.
A Santiago y Juan exaspera la negativa dada a Jesús. Se acuerdan de que
Elías pidió que bajara fuego del cielo sobre los que lo despreciaban y el
fuego cayó del cielo y los consumió (2Re_1:10-14). Jesús es más que Elías
(Lc.9:19.30). ¿No se debía castigar este desprecio de Jesús por la aldea
samaritana? Están convencidos de que su maldición será escuchada
inmediatamente por Dios, puesto que Jesús les ha conferido poder (Lc.9:5).
¿Puede Dios tolerar que el Mesías, el Santo de Dios, se vea expuesto al
repudio y a la arbitrariedad de los hombres? Los discípulos muestran cuánto
trabajo les cuesta entender al Mesías sufriente. De todos modos, preguntan a
Jesús si han de formular la maldición. La oposición humana contra los
sufrimientos del Mesías es vencida por la palabra de Jesús. Sólo ésta puede
esclarecer y hacer soportable el misterio del repudio del Santo de Dios por
los hombres.
Jesús reprende a los discípulos. El reproche se explica en algunos
manuscritos con estas palabras añadidas: ¿No sabéis de qué espíritu sois?
Los discípulos debían tener los sentimientos de Jesús. Él ha sido ungido
para traer a los pobres la buena nueva, a los ciegos la vista... (Lc.4:18).
El Hijo del hombre no ha venido para perder, sino para salvar (Lc.19:10).
Los apóstoles son enviados para que salven, no para que destruyan; para que
perdonen, no para que castiguen, para que rueguen por los enemigos en el
espíritu de Jesús, no para que los maldigan (Lc.23:34).
Se fueron a otra aldea. No se dice si era una aldea samaritana o galilea. Lo
decisivo no es el camino, sino la meta, no el repudio por parte de los
hombres, sino la acogida por Dios, no el alojamiento en este mundo, sino la
patria en Dios.
b) Llamamientos de discípulos (Lc/09/57-62)
57 Mientras ellos iban siguiendo adelante, uno le dijo por el camino: Te
seguiré a dondequiera que vayas. 58 Y Jesús le contestó: Las zorras tienen
madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza.
Este desconocido elige por su cuenta su maestro, al igual que los discípulos
de los rabinos. Su decisión de hacerse discípulo de Jesús en el momento en
que éste se ve repudiado en su camino hacia Jerusalén, es incondicional y
magnánima. Te seguiré a dondequiera que vayas. Ha entrevisto el elemento
fundamental del seguimiento exigido por Jesús: la absoluta disponibilidad.
Jesús se encamina hacia su «elevación», hacia su muerte violenta. Es un
repudiado, descartado por los hombres, sin hogar, un caminante que actúa sin
reposo. El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. La condición
de discípulo significa comunión de suertes con Jesús. Esto merece
consideración. Para el hombre es duro carecer de patria y de hogar, no tener
un albergue donde reposar tranquilo. Hasta los animales más inquietos, las
zorras y las aves, tienen donde acogerse y lo buscan. «Ninguna zorra acaba
al borde de su guarida», reza un proverbio judío.
El discípulo de Jesús debe estar dispuesto a peregrinar, a ser expulsado, a
renunciar al abrigo del hogar.
59 A otro le dijo: Sígueme. éste respondió: Permíteme que vaya primero a
enterrar a mi padre. 60 Pero Jesús le replicó: Deja que los muertos
entierren a sus muertos; pero tú, vete a anunciar el reino de Dios.
El llamamiento para ser discípulo viene de Jesús mismo. Esto es lo
corriente. «Llamaba a los que quería» (Mar_3:14). «No me habéis elegido
vosotros, sino que yo os elegí» (Jua_15:16). El que aquí es llamado está
pronto, pero no inmediatamente. Quiere tan sólo acabar todavía lo que tiene
entre manos: enterrar a su padre. Enterrar a los muertos es en Israel un
deber riguroso. Hasta a los sacerdotes y levitas se les impone en el caso de
sus parientes, aunque les estaba severamente prohibido contaminarse con un
cadáver. Este deber dispensa de todos los preceptos que imponía la ley.
Parece por tanto plenamente justificado el permiso que pide este hombre.
Sin embargo, Jesús no permite la dilación. Quiere que se le siga
incondicionalmente. La respuesta parece falta de piedad, completamente ajena
a los sentimientos, poco menos que impía para la religiosidad de los judíos.
Jesús explica su negativa con una frase áspera y penetrante: Deja que los
muertos entierren a sus muertos. El llamamiento a seguir a Jesús como
discípulo lleva de la muerte a la vida. El que no es discípulo de Jesús, que
no ha aceptado su mensaje del reino y de la vida eterna, está en la muerte.
El que se ha adherido a Jesús ha pasado a la vida por su palabra del reino
de Dios. Dos mundos que no tienen ya nada que ver entre sí.
El discípulo sólo tiene una cosa que hacer: Anunciar el reino de Dios. Esto
está por encima de todo. La proclamación del reino precede a todo lo demás y
no consiente dilación. Jesús está en camino; su misión de proclamar el reino
de Dios no sufre verse postergada. Él tiene puesta la mira firmemente en la
«elevación». La gloria que le espera lo dispensa de todas las obligaciones
de la piedad. Más importante es anunciar la vida y resucitar a los muertos
en el espíritu que enterrar a los muertos corporalmente.
61 También dijo otro: Te seguiré, Señor; pero permíteme que vaya primero a
despedirme de los míos. 62 Pero Jesús le respondió: Ninguno que ha echado la
mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.
También este tercero, como el primero, se ofrece espontáneamente como
discípulo. Llama Señor a Jesús y se muestra dispuesto a reconocer el pleno
derecho de Jesús a disponer de él; está pronto a seguirle
incondicionalmente. El primer discípulo quiere seguir a Jesús a dondequiera
que vaya, el segundo oye el llamamiento de la fuerza que resucita y reanima,
el tercero reconoce a Jesús como Señor. El que quiera ser discípulo de Jesús
debe ir tras él, debe estar poseído por el llamamiento creador de Dios y
ponerse plenamente a disposición de Jesús.
También este tercero que está dispuesto a seguir a Jesús pide que se le haga
una concesión. Quiere despedirse de los suyos. Pide lo que también Eliseo
pidió a Elías: «Déjame ir a abrazar a mi padre y a mi madre, y te seguiré.
Elías respondió: Vuélvete, pues ya ves lo que he hecho contigo. Alejóse de
Elías, y cuando volvió cogió el par de bueyes y los ofreció en sacrificio;
con el yugo y el arado de los bueyes coció la carne e invitó a comer al
pueblo, y levantándose, siguió a Elías y se puso a su servicio» (lRe
19,20s). Jesús no exige más que lo que el profeta exigía a su discípulo. No
le permite que vaya a despedirse. La proclamación de Dios no sufre «si» ni
«pero», reclama desprendimiento de los familiares, despego hasta de lo que
exige el corazón.
Al discípulo no sólo se le muestra de qué debe separarse, sino también
adónde debe dirigirse. El discípulo debe entregarse completamente a la obra
de Jesús, sin reservarse nada para sí. Con un proverbio se muestra
gráficamente esta plena disponibilidad sin la menor restricción. El arado
palestino es difícil de guiar, y todavía más en la tierra laborable en los
alrededores del lago de Genesaret. La faena de arar exige plena entrega a la
tarea. La proclamación del reino de Dios sólo puede ser confiada a aquel que
por razón de la comunión de vida con Jesús se separa de la propia familia,
se desprende de todo aquello a que antes estaba apegado su corazón y vive
enteramente, sin dividirse, la obra de que se ha encargado. El reino de Dios
plantea al hombre la exigencia de la entrega total del pensar y del querer,
sin divisiones.
La plena sumisión al Señor es sumisión a la palabra del reino de Dios. A
esta palabra sirve el Señor, a la misma sirve el discípulo del Señor. La
palabra del reino encierra también la muerte y la gloria de Jesús. Quien
vive para esta palabra, debe representarla en su vida y con ésta dar
testimonio de la misma. En las tres sentencias de Jesús se exige una y otra
vez que se renuncie a tener hogar en este mundo. El hogar ofrece dónde
reclinar la cabeza, el hogar está marcado por la piedad con el padre y la
madre, el hogar implica abrigo y protección de los que están en su casa. El
discípulo de Cristo debe, como Jesús, despedirse, caminar, sin dilación ni
interrupción, pues Jesús tiene puesta la mira en Jerusalén, donde le aguarda
la muerte, pero también la gloria de Dios, donde uno se halla verdaderamente
en su casa.
La docilidad y disponibilidad incondicional es la base del seguimiento
exigido por Jesús. Ya no se entiende en función de la relación entre maestro
y discípulo vigente entre los doctores de la ley. Aquí llama el Señor con
omnímoda autoridad, autoridad que no tiene igual, autoridad que no poseyó
ninguno de los profetas, sino únicamente aquel a quien Dios ha dado todo
poder. En los discípulos ha de hacerse visible este Señor; con su
seguimiento, su obediencia incondicional y su entrega total dan los
discípulos testimonio de que Jesús es el anunciador del reino de Dios en los
últimos tiempos. Porque el reino de Dios viene con Jesús, y Jesús con el
reino de Dios. Lo que exige en concreto esta docilidad y disponibilidad
incondicional, lo fija en los tres llamamientos la situación particular y el
llamamiento de Dios.
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
(1) El término del original griego significa «elevación al cielo», conforme
al verbo transitivo «elevar» (Hec_1:2.11.22; Mar_16:19; 1Ti_3:16; Eco_48:9;
Eco_49:14) y también la muerte (Salmos de Salomón 4,18); el término es
equívoco a la manera de «glorificación» en Jn (cf., por ejemplo, 13,31).
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Comentario Teológico: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Un rostro
marcado por la decisión de morir en cruz (Lc.9, 51-62)
Introducción
San Lucas divide claramente la vida pública de Jesús en tres etapas: I.
Preparación del Ministerio de Jesús (Lc.3,1 – 4,13). II. Ministerio de Jesús
en Galilea (Lc.4,14 – 9,50). III. La subida a Jerusalén (Lc.9,51 – 19,27).1
Por lo tanto, podemos notar que con el evangelio de hoy comienza la tercera
etapa de la vida pública de Jesús. Es una etapa que durará siete meses y que
culminará con el Misterio Pascual: Pasión, Muerte, Resurreción y Ascensión a
los Cielos.
1. ‘Endureció su rostro’
El v. 51 dice textualmente: “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de
su ascensión, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén”. La frase ‘se
afirmó en su voluntad’ de ir a Jerusalén es una buena traducción de una
frase que en griego dice textualmente: “Jesús endureció el rostro” para
encaminarse a Jerusalén (en griego: autos tòprósoponestérisen). Ese
endurecer el rostro indica la firmísima voluntad de Jesucristo de querer ser
clavado en la cruz.
En efecto, el querer ser clavado en la cruz está significado en las primeras
palabras de la frase: “cuando se iban cumpliendo los días de su ascensión”.
‘Ascensión’ aquí se entiende en un doble sentido: en sentido local y en
sentido teológico. En sentido local, ‘ascensión’ significa el inicio de un
camino material que va desde Galilea hasta Jerusalén subiendo las montañas
de la zona de Judea. En sentido teológico, significa el Misterio Pascual,
que implica, ante todo, una ‘subida’ a la cruz y luego, después de la
resurrección, una ‘subida’ a la diestra del Padre. San Juan también usa un
término semejante con una significación semejante: el término ‘exaltación’
para expresar la subida a la cruz y la ascensión a la derecha del Padre,
previa resurrección (cf. Jn.3,14-15; 8,28; 12,32).
Resumiendo entonces: Cristo tiene una firme voluntad de ser clavado en la
cruz para cumplir la voluntad de Dios y salvar a los hombres. Y por eso se
encamina con decisión irretractable hacia Jerusalén. El que quiera ser su
discípulo debe ir detrás de él con la misma actitud del rostro, es decir,
con la misma actitud de la voluntad de ser clavado en la cruz, y con la
misma dirección: el Monte Calvario que está en Jerusalén.
A partir de aquí todo lo que narre San Lucas acaecerá ‘en camino a
Jerusalén’, y el evangelista irá marcando como jalones que recuerdan este
versículo 9,51 y que vuelven a repetir que Jesús caminaba hacia Jerusalén.
En 9,53 se recuerda que no los recibieron ‘porque tenían intención de ir a
Jerusalén’. En 9,57 se narran los tres episodios de vocación ‘mientras iban
caminando’. Y así de forma parecida en 10,1; 13,22; 13,33 y 17,11. Todo
culminará con la entrada triunfal en Jerusalén (Lc.19,28ss). Aunque Mateo y
Marcos también narran este camino de una forma muchos más resumida (Mt.19,1
– 20,34; Mc.10,1-52), por ser propio de Lucas se lo llama el ‘iterlucanum’,
es decir, el camino propio de Lucas.
2. ‘Envió mensajeros delante de sí’
Inmediatamente después de describir la firmeza de los gestos del rostro de
Jesús en su decisión de ir a morir a Jerusalén, San Lucas nos dice que
‘envió mensajeros delante de sí’. Nos sorprende que Jesús envíe mensajeros
delante de sí cuando muy pocos versículo antes había dicho que para ser su
discípulo había que marchar detrás de Él: “Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día, y sígame” (Lc.9,23). ¿Qué
significa este nuevo matiz que Jesús agrega para sus discípulos? ¿Por qué
Jesús pide primero que sus discípulos vayan detrás de sí y luego los envía
delante de Él? Para responder a estas preguntas analicemos un poquito qué
significa ‘enviar mensajeros delante de sí’ en relación con esa fuerte
decisión de dirigirse a la crucifixión.
En primer lugar vamos a hacer notar un pequeño dato del texto que nos aclara
qué tipo de mensajeros son los que envía. El texto griego dice textualmente:
“Envió mensajeros delante de su rostro” (en griego:
apésteilenangélouspròprosópouautoû). Quiere decir que los mensajeros que
envía están en relación directa con la actitud de su rostro, es decir, con
la decisión de su voluntad. Es decir, envía mensajeros que ya habían
aprendido a tener en su rostro el mismo gesto recio de quien ama y busca la
cruz. No se puede ser mensajeros delante de un rostro si antes no se ha
reproducido en los propios gestos faciales la actitud del rostro que es la
causa del anuncio. Envía mensajeros que ya habían aprendido a tener la misma
firme voluntad de Cristo de caminar hacia el Calvario para ser clavados en
la cruz. Es decir, se trata de enviados, mensajeros que ya habían recorrido
con Jesús buena parte de su camino y conocían cuál era el querer de Jesús,
cuál era la meta hacia la cual se dirigía y cuál era el camino para llegar a
ella. Eran, podríamos decir, discípulos adelantados llamados no sólo ya a
llevar la cruz detrás de Jesús sino incluso a anunciar la cruz de Jesús.
Todo esto ciertamente de una manera muy imperfecta porque los deseos de ser
fieles a su Maestro estaban todavía asediados por las debilidades propias y
los contra-deseos de grandeza humana (cf. Mc.10,35-41). De hecho, San
Marcos, hablando de esta misma subida a Jerusalén y con una frase que se
ajusta perfectamente a la letra y al espíritu del ‘iterlucanum’, hace notar
cómo el gesto adusto y serio de Jesucristo que marcha con decisión a la cruz
causaba miedo en los discípulos: “Iban de camino subiendo a Jerusalén, y
Jesús marchaba delante de ellos; ellos estaban sorprendidos y los que le
seguían tenían miedo” (Mc.10,32). Pero esto no impedía que fueran mensajeros
idóneos de la cruz que ya se dibujaba en el rostro de Cristo.
Y esta es la segunda característica de este envío: los discípulos que Jesús
envía delante de sí los envía para que busquen a otras personas que quieran
abrazar el mismo ideal: caminar atrás, junto y delante de Jesús con un solo
objetivo: ser clavados en la cruz. La palabra que usa el texto griego para
decir ‘mensajeros’ es la palabra ‘ángelos’. El verbo angélo, en griego,
significa anunciar. Y de ahí viene la palabra ‘evangelio’, es decir,
‘eu-angelion’, que significa ‘el buen mensaje’, ‘la buena noticia’, ‘el buen
anuncio’. Estos mensajeros que Jesús envía delante de su rostro son enviados
a anunciar el evangelio de la cruz, la buena noticia de que Jesús está
decidido a morir por la salvación eterna de los hombres.
Por lo tanto, el enviar mensajeros delante de sí, es decir, el enviar
anunciadores delante de su rostro, significa enviar discípulos preparados no
sólo para llevar la cruz detrás de Jesús, sino preparados también para
anunciar la cruz delante de Jesús.
Y esta acción de anunciar la cruz delante de Jesús implica una dificultad y
una aventura mayor que llevar la cruz detrás de Jesús. El que va detrás de
Jesús tiene dos grandes ayudas: en primer lugar tiene a las huellas de
Jesús; y en segundo lugar tiene al mismo Jesús, que, aunque vaya un poco
adelante, nunca se pierde de vista. En cambio el que va delante de Jesús
anunciando la cruz de Jesús, debe seguir llevando su cruz, pero ya no tiene
puntos de referencia. Jesús los ha enviado por un lugar por donde Él todavía
no ha andado. Los manda por un lugar sin caminos. Los mismos mensajeros
tienen que hacer camino, como dice el poeta: “Caminante no hay camino, se
hace camino al andar”. Es como lanzarse a alta mar donde no hay ningún
camino hecho, sólo las estrellas sirven de guía. Por eso, el enviar
anunciadores delante de sí, se parece mucho a la misión a la que Cristo
envía cuando les dice a los discípulos: “Naveguen mar adentro” (Lc.5,4). De
alguna manera esos anunciadores tienen que alejarse de Cristo, ya no lo ven,
ya no lo tienen cerca, deben guiarse por la fe pura.
Por todo esto que acabamos de describir, podemos decir que aquellos llamados
a llevar la cruz detrás de Jesús, aquellos llamados a ser sus discípulos
llevando la cruz de su día a día, la cruz cotidiana de su vida son los
discípulos llamados consagrar el mundo a través de su consagración
bautismal. Son los fieles laicos, que están llamados a vivir los
mandamientos y a consagrar el mundo viviendo dentro de él.
En cambio aquellos que han sido especialmente preparados no sólo para llevar
la cruz sino para ser anunciadores de la cruz y del Crucificado, para andar
por caminos que nadie ha caminado, para abrir brechas en el agua salada del
mar, para guiarse sólo por las estrellas, para caminar lejos de la presencia
visible de Cristo son los llamados a la vida consagrada: los sacerdotes, los
religiosos y las religiosas. Sobre todo los misioneros. Son enviados delante
del rostro de Jesús aquellos que se internan en un país pagano para anunciar
la salvación por la cruz. Son enviadas delante del rostro de Jesús las
hermanas religiosas que atienden un leprosario o un hospital en medio de una
cultura totalmente diferente a la propia y, en cuanto a religión, pagana.
Hay un nexo textual entre los embajadores que van delante del rostro de
Jesús, marcado por la decisión de morir en cruz, y el llamado a una misión
de especial consagración. En efecto, la Iglesia ve en la lectura de hoy un
fuerte matiz vocacional y por eso es que pone como primera lectura el
llamado a la vida de consagración a Dios de Eliseo por parte del profeta
Elías. De esta manera la Iglesia da su interpretación acerca del texto del
evangelio: debemos ver en él un trozo orientado a mostrar la vocación de
total consagración a Dios.
Se trata de tres llamadas diferentes. Una sola de ellas, la segunda, se hace
por boca de Jesús. Las otras dos es el Maestro Interior, el Espíritu Santo
quien las sugirió. Pero las respuestas de Jesús confirman que se trata de
llamadas efectivas a seguirlo. Y con sus respuestas Jesús está explicitando
qué características deben tener los que serán enviados delante de su rostro
para anunciar su muerte en cruz.
En el primer caso Jesús le indica que para tomar la decisión de ir con Él a
Jerusalén a morir en cruz es necesario vivir en una pobreza absoluta, al
punto de no tener donde descansar. A los otros dos les hace ver que el
seguimiento de Jesús requiere un corte neto, y las relaciones vividas hasta
ahora no pueden continuar en el mismo modo, incluso las familiares.
Conclusión
Debemos interpretar todo el trozo de hoy, e incluso todo el resto de esta
sección de Lc.9,51 – 19,27, bajo la llave maestro del rostro de Jesús
marcado por la firme decisión de morir en cruz. O dicho de otro modo: esta
subida de Jesús a Jerusalén, que implica su subida a la cruz, es la clave de
interpretación del trozo de hoy y de toda la sección. Los que son enviados
delante de Él deben tener una decisión parecida y deben anunciar que Jesús
es el salvador por la muerte en cruz. El rechazo de los samaritanos es una
confirmación de la decisión de Jesús: a pesar de que no le quieren dar
alojamiento, Él no renuncia a su subida a Jerusalén. Los tres hombres que
han sido llamados deben tener ya una firme decisión de morir a sí mismos
para poder formar parte del grupo que junto con Jesús se encamina a
Jerusalén para el acontecimiento Pascual: pasión, muerte, resurrección y
ascensión al cielo.
(1) Así por ejemplo, la Biblia de Jerusalén.
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Santos Padres: San Ambrosio - El candidato descartado. Las villas de
Samaría
22. Las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. No pareceestar muy de acuerdo con
la razón el considerar como un hombre sencillo y fiel a aquel que fue
rechazado por la dignidad del Señor cuando le prometió su obediencia y su
servicio;en verdad, el Señor no busca la apariencia de la entrega, sino la
pureza del corazón. También había dicho El más arriba: El que recibe a un
niño como éste en mi nombre... (9,10).
23. En este pasaje, el Señor nos enseña que la simplicidad debe estar libre
de arrogancia, la caridad de envidia y la entrega de todo engreimiento.
Porque, en realidad, aun al hombre adulto se le aconseja tener un espíritu
infantil, ya que el niño, al no atribuirse nada a sí mismo, se adapta
perfectamente a la virtud, y, no teniendo todavía razón, desconoce también
la culpa. Sin embargo, puesto que muchos sostienen que la simplicidad sin la
razón no es una virtud, sino un defecto, tienes que estar bien atento para
que puedas adquirir lo que es verdadero, es decir, conseguir este don
natural por medio de tu trabajo.
24. Y por eso dijo: Quien recibe a un niño en mi nombre a Míme recibe. Yel
que me recibe a Mí, recibe a Aquel que me ha enviado. En efecto, quien
recibe a un imitador de Cristo, recibe al mismo Cristo, y el que recibe la
imagen de Dios, recibe a Dios. Pero precisamente porque no podíamos ver la
imagen de Dios, Él se nos ha hecho presente por medio de la encarnación de
su Verbo, y asíacercarnos la divinidad, realidad que está tan por encima de
nosotros.
25. Y si por un celo de una caridad más acrisolada, Juan, que fue muy amado
por haber amado él mucho, cree que hay que excluir del beneficio a aquel que
no se sintió con fuerzaspara seguir al Señor, me parece que debe ser
adoctrinado más que reprendido; y no debe ser reprendido porque le guiaba el
amor, pero debe ser enseñado para que pueda conocer la diferencia que existe
entre los enfermos y los sanos. Y por eso el Señor, aunque recompensa a los
esforzados, no, por lo mismo, descarta a los débiles.
26. Dejadles venir y no les impidáis; pues quien no está contra vosotros
está a vuestro favor. Esto es verdad, Señor; pues José y Nicodemo,
discípulos tuyos, aunque se escondieron por miedo, con todo, cuando los
necesitaste, no te negaron su ayuda. Y puesto que en otro lugar dijiste: el
que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama
(Lc 9,23), debes explicárnoslo Tú, para que no parezca que existe una
paradoja. Creo que cualquiera que trate de comprender un poco a Aquel que
escruta las inteligencias, no puede dudar de que toda actuación de los
hombres está presente a su entendimiento. Y a uno le dice: Sígueme; a otro:
las raposas tienen cuevas. El primero es aceptado, el segundo rechazado, y,
con este ejemplo, verás que el que verdaderamente se entrega es recibido, y
al que no lo es se le excluye.
27. Y si El increpó a sus discípulos porque querían que descendiera fuego
sobre aquellos que no recibieron a Cristo, nos quiere enseñar con ello que
no siempre hay que vengarse de los que pecan, porque a veces la clemencia
tiene grandes ventajas para adquirir más paciencia, y lograr así la
corrección del culpable. Además, los samaritanos creyeron más pronto en
aquellos que apartaron el fuego de aquel lugar. Al mismo tiempo aprende que
El no quiso ser recibido por aquellos de quienes sabíaque no se convertían
con una mente sincera; pues, de haberlo querido, habría hecho hombres
entregados aun de esos mismos que estaban dominados por el egoísmo. La razón
de por qué no le recibieron, la dejó consignada el mismo evangelista al
decir: porque tenía la apariencia de uno que se dirigía a Jerusalén. Los
discípulos hacían gestiones para que se les recibiera en Samaria, pues Dios
llama a los que quiere y hace religiosos a los que le place. Es cierto que
los discípulos que siguen a la Ley no pecan; y así sabían que Finees fue
tenido por justo cuando mató a los sacrílegos (Nm 15,7ss; Sal 105,30ss) y
que, a ruegos de Elías, había bajado fuego del cielo para vengar la injuria
inferida al profeta (1 R 18,38). Sólo el que tiene miedo consiente en
vengarse, pero el que no teme nada no lo busca. Este mismo pasaje también
nos enseña que los apóstoles tuvieron la prerrogativa de los profetas, dado
que se apropian, por vía de plegaria, una potestad igual a la del mayor
profeta. Efectivamente, habían presumido con cierta razón, que, puesto que
eran "Hijos de Trueno", a su palabra habría descendido el fuego del cielo.
28. Pero el Señor hace admirablemente todas las cosas. El no recibe a nadie
que se entrega con presunción ni se enfada para castigar a quienes,
egoístamente, rechazan a su propio Señor, y actúa así con el fin de
enseñarnos que la virtud perfecta no guarda ningún deseo de venganza y que,
donde está presente la verdadera caridad, no tiene lugar la ira y, en fin,
que la debilidad no debe ser tratada con dureza, sino que debe ser ayudada.
La indignación está lejos de las almas piadosas, como lo está el deseo de
venganza de las almas magnánimas y la amistad irreflexiva y la necia
simplicidad, de las prudentes. De ahí que se le dijera a ése: Las raposas
tienen madrigueras, y no se le admitiera su entrega, y la razón es que no
parecía bueno su deseo. En verdad, la hospitalidad de la fe debe ser
plenamente consciente, para que, al temer la posibilidad de dar la intimidad
de nuestro interior a los infieles, no caigamos, por una credulidad
inconsiderada, en las redes de la maldad ajena.
29. Mas, para que no parezca que queremos desviarnos de la razón por la que
en este pasaje el Señor no deja actuar libremente a aquellos que pueden
imperar a los espíritus por la imposición de las manos en el nombre de
Jesús, y a los que, según Mateo, dijo : Nunca os conocí, apartaos de mí,
obradores de iniquidad (Mt 7,23), debemos advertir que no se da, en
realidad, esa diferencia de sentidos ni esa disonancia en las palabras, sino
que, por el contrario, en el clérigo se debe tener en cuenta una doble
realidad, es decir, la del ministerio y la de sus propios actos de virtud,
pues el nombre de Cristo, aunque tan grande, poco ayudaría, aun a los
santos, si no fuese una especie de socorro para que ellos pudieran conseguir
la gracia. Por eso nadie se debe ensoberbecer ni atribuirse la gloria de la
conversión de otro, puesto que en éste es la virtud de Dios la que ha obrado
el cambio y no poder alguno de la debilidad humana; porque el demonio no es
vencido por tus méritos, pero sí por el odio tuyo hacia él.
30. Todo lo que el hombre puede hacer es dar prueba de una fe sincera y
guardar los mandamientos con un corazón piadoso, con el fin de que no se le
diga a él también eso de las raposas tienen cuevas. En efecto, este animal,
astuto y siempremaquinando insidias, comete sus robos fraudulentamente. No
puede ver el orden, la tranquilidad y la seguridad, ya que él lo que busca
es la presa por los rincones de las casas de los hombres.
31. La raposa se compara a los herejes. El Señor llama a los gentiles, pero
aparta de sí a los herejes; a la verdad, la raposa es un animal lleno de
engaño y que prepara su morada allí donde ve que puede vivir oculto. Así son
los herejes, que no quieren construirse una casa propia donde vivir, sino
que se esfuerzan en engañar a los otros con sus embustes. Jacob habita en
una casa (Gn 25,27); el hereje, por el contrario, vive en una cueva, es como
una raposa astuta que siempre está meditando el engaño con el que atrapará a
esa gallina del Evangelio, de la que está escrito: ¡Cuántas veces quise
congregar a tus hijos como la gallina a sus polluelos y no quisiste! Por eso
vuestra mansión va a quedar desierta (Mt 23,27ss). Y con toda justicia deben
tener madrigueras, ya que perdieron la casa que poseían. Este animal jamás
se domestica, por eso dice el Apóstol: Evita la compañía del hereje que ha
sido ya corregido (Tt 3,10); no sirve de ninguna utilidad ni de alimento
para nadie; y es que sobre la cuestión del alimento Cristo había dicho: Mi
alimento es hacer la voluntad de mi Padre, que está en el cielo (Jn 4,34).
También al decir: Cazad las raposillas que nos destrozan las viñas (Ct
2,15), refiriéndose a las viñas pequeñas, no a las grandes, nos enseña que
El aparta de sí y de sus frutos a esos animales. Y del mismo modo que Sansón
ató teas encendidas a las calda de las zorras y las soltó por las mieses de
los filisteos (Jc15,4), así los herejes intentan incendiar los frutos
ajenos, usando más de gritos estentóreos, que de una manera de hablar
moderada —en realidad, los que reniegan del Verbo no pueden tener este
lenguaje—; en la actualidad, tienen su lengua completamente suelta, pero,
cuando venga el fin, la tendrán esclavizada, y las teas de sus colas serán
el anuncio de su incendio final.
32. De la misma manera, las aves del cielo, que frecuentemente son el
símbolo de los malos espíritus, construyen una especie de nidos en los
corazones de los malvados; por eso el Hijo del hombre no tiene dónde
reclinar la cabeza en medio de tanta abundancia de maldad. Y, puesto que, a
la verdad, en el reino del engaño no puede encontrar sitio la simplicidad
para habitar, la divinidad no puede tomar posesión del corazón de muchos
hombres. Es cierto que la cabeza de Cristo es Dios (1 Co 11,3), y El, cuando
ha encontrado un alma pura, deja reclinar, por así decir, la acción de
sumajestad; lo cual parece indicar que derrama una gracia más abundante en
los corazones de los buenos.
Lc 9, 59-62. Otro llamamiento
33. Después y para que veas que Dios no desprecia los homenajes, sino el
engaño, una vez descartado ese hombre doble, escoge para que le siga a otro,
en el que no encontró engaño, y así le dice: Sígueme. Este llamamiento se lo
dirige a uno de quien tenía noticia que acababa de morir su padre, pero este
padre es, ciertamente, ese del que está escrito: Olvídate de la casa de tu
padre (Sal 44,11). Observa cómo el Señor llama a aquellos que, aunque son
poco prudentes, le mueven a piedad, y al que le pidió permiso para sepultar
a su padre le responde: Deja que los muertos entierren a sus muertos, y tú
vete y anuncia el reino de Dios.
34. Y si sabemos que el enterrar a los muertos es uno delos actos de la
religión, ¿por qué se le prohíbe, en este pasaje, dar sepultura a los restos
de su padre, si no es para que comprendas que las cosas de los hombres deben
ser pospuestas a las de Dios? El cuidado es, ciertamente, bueno, pero los
inconvenientes son, en este caso, mayores que aquél; ya que, al dividir ese
cuidado, se distrae el afecto, y el que reparte su diligencia entre muchas
cosas, retrasa su aprovechamiento. Por lo cual, es necesario vencer antes
los obstáculos mayores; y así los apóstoles, para no entorpecer su quehacer
de predicar, ordenaron a otros que cuidaran de los pobres.
35. Y cuando el Señor les envió a enseñar, les prescribió que no saludaran a
nadie en el camino, y no porque viese que el deber de la cortesía era algo
condenable, sino porque la entrega a llevar a cabo su deber les era de mayor
consuelo. Pero ¿cómo pueden los muertos sepultar a los muertos? ¿No será que
tal vez con esto se te quiera indicar que hay una doble muerte, la de la
naturaleza y la del pecado? Sin embargo, se da también una tercera muerte,
en la cual morimos al pecado y vivimos para Dios, como Cristo, que murió al
pecado; en efecto: porque muriendo, murió al pecado una vez para siempre;
pero viviendo, vive para Dios (Rm 6,10).
36. Existe una muerte que separa la unión del cuerpo y del alma, muerte que
no se debe temer ni debe ser algo agobiante, sino que es preciso ver en ella
un punto de partida y no un castigo; ningún hombre valeroso debe temerla, y
el verdaderamente inteligente debe desearla, y el que lleve una vida
miserable puede desearla. De ella se ha escrito: Los hombres buscarán la
muerte y no la hallarán (Ap 9,6).
37. Hay otra clase de muerte que pone fin a los placeresterrenales, en la
cual no muere la naturaleza, sino los vicios. De esta manera hemos muerto
cuantos hemos sido sepultados en el bautismo, y, sepultados con Cristo, nos
hemos hecho extraños a las cosas de este mundo (Rm 6,4; Col 2,12), olvidando
con gusto las realidades pasadas. Esta es la muerte que Balaam quiso recibir
cuando, con el fin de vivir para Dios, profetizó diciendo: ¡Muera yo la
muerte de los justos, y sea mi descendencia semejante a la suya! (Nm 23,10).
38. Y existe también la muerte que consiste en no conocer a Cristo, que es
nuestra vida; ya que este conocimiento de Cristo es el elemento constitutivo
de la vida eterna (Jn 17,3), la cual, ahora para los justos, permanece en la
sombra, pero, al fin de la existencia, será vista cara a cara, pues Cristo,
el Señor, es el Espíritu que se presentará ante nuestro rostro; de Él se ha
dicho : a su sombra viviremos entre las naciones (Lm 4,20). Bajo la sombra
de sus alas esperó David (Sal 56,2). Y la Iglesia ha deseado sentarse en su
sombra (Ct 2,3).
39. Si sólo tu sombra, Señor Jesús, es tan agradable, ¿qué será, en
realidad, tu verdad? ¿Cómo viviremos cuando ya no estemos en sombras, sino
en la misma vida? Porque ya nuestra vida está escondida con Cristo en Dios;
pero cuando se manifieste Cristo, que es nuestra vida, entonces también nos
manifestaremos nosotros gloriosos con El (Col 3,3ss). Y ¡qué dulce es la
vida que no conoce la muerte!; por una ley de la naturaleza, esta vida del
cuerpo está sujeta a la muerte, que muchas veces hasta se desea. También,
frecuentemente, el alma conoce la muerte por la mancha del pecado —pues el
alma que pecare perecerá(Ez 18,4)—; pero cuando, robustecida por la fuerza
de la belleza, se encuentre lejos del pecado, ya no gustará más la muerte,
sino que tomará posesión de la vida.
40. Tendamos, hermanos, hacia esa vida, aunque estemos tristes en este
mundo, ya que no nos encontramos cerca de Dios (2 Co 5,6); pues el que no ha
salido de su cuerpo, está todavía lejos de Dios. Y es mucho mejor morir y
unirse a Dios (Flp 2, 23), con el fin de que seamos uno al lado de Dios
todopoderoso, y podamos ver a su Hijo unigénito, una vez admitidos a la
claridad de su naturaleza por la gloria de la resurrección, imitando la
unidad de la paz eterna en una concordia irrompible de almas y en una
alianza sin fin; y todo esto para que se cumpla lo que nos prometió el Hijo
de Dios cuando elevó a su Padre esta oración : Que todos sean uno, como
nosotros lo somos (Jn 17,21).
41. Y no es que se proscriba dar sepultura a los restos paternos, sino que
es necesario anteponer la piedad de la religión divina a los derechos de la
familia; esto es dejar a aquellos que tienen nuestra misma naturaleza,
mientras que lo otro es un mandato que se da a los elegidos. Y precisamente
porque la garganta de los impíos es un sepulcro abierto (Sal 5,10), se manda
que hay que hacer desaparecer la memoria de aquellos cuyo valor deja de
existir con el cuerpo; y no es que el hijo sea apartado del deber que tiene
para con su padre, sino que esto es un modo de hacernos entender que el
creyente debe ser separado del infiel.
42. Los justos tienen una especie de sepultura propia, parecida a aquella de
la que está escrito: Al derramar este ungüento sobre mi cuerpo, me ha ungido
para mi sepultura (Mt 26,12), y, por eso, todo aquel que sepulta en su
interior a Cristo, por medio de la verdadera fe, no debe enterrar en su
persona la pérfida fe del diablo.
43. Existe otra clase de sepultura tomada en sentido profético, que consiste
en depositar sobre la tumba de nuestros antepasados lo que tú, lector, ya
sabes y que no debe saber un incrédulo; es decir, lo que manda dejar sobre
ella, no es algo de comida o de bebida, sino la revelación de la venerable
participación en la ofrenda. En otras palabras, hemos de decir que aquí no
se prohíben los dones, sino que se trata de un misterio por el que se nos
hace imposible unirnos a los gentiles que están muertos a la gracia; y,
puesto que los muertos no tienen vida, los sacramentos no pueden ser algo
propio de ellos.
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 22-43, BAC,
Madrid, 1966, pp. 356-366)
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Santos Padres: San Agustín - La renuncia (Lc 9,57-62)
1. Escuchad lo que Dios me ha inspirado sobre este capítulo del Evangelio.
En él se lee cómo el Señor se comportó distintamente con tres hombres. A uno
que se ofreció a seguirlo lo rechazó; a otro que no se atrevía lo animó a
ello; por fin, a un tercero que lo difería lo censuró.
¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan
excelente como es seguir al Señor a donde quiera que vaya que aquel que
dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas? Lleno de admiración,
preguntas: ¿Cómo es esto; cómo desagradó al Maestro bueno, nuestro Señor
Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de los
cielos, hombre tan bien dispuesto? Como se trataba de un maestro que preveía
el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a
Cristo, hubiera buscado su propio interés y no el de Jesucristo. Pues el
mismo Señor dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino
de los cielos. Este era uno de ellos; no se conocía a sí mismo como lo
conocía el médico que lo examinaba. Porque si ya se veía mentiroso, si ya se
conocía falaz y doble, no conocía a quien hablaba.
Pues él es de quien dice el evangelista: No necesitaba que nadie le
informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. ¿Y qué
le respondió? has zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero
el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no tiene?
En tu fe. Las zorras tienen escondites en tu corazón; eres falaz. Las aves
del cielo tienen nidos en tu corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y
soberbio no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
2. En cambio, a otro que está siempre callado, que no dice nada y nada
promete, le dice: Sígueme. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era
el bien que veía en éste. Al que no quiere le dice Sígueme. Tienes un hombre
dispuesto—Te seguiré adondequiera que vayas—y dices Sígueme a quien no
quiere seguirte. «A éste, dice, le excluyo porque veo en él madrigueras, veo
en él nidos». Pero ¿por qué molestas a este que invitas y se excusa? Mira
que le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue, pues ¿qué dice? Iré
primero a enterrar a mi padre.
Mostraba al Señor la fe de su corazón, pero le retenía la piedad. Cuando
nuestro Señor Jesucristo destina los hombres al Evangelio, no quiere que se
interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal. Ciertamente, la ley
ordena esta acción piadosa, y el mismo Señor acusó a los judíos de echar
abajo este mandato de Dios.
También San Pablo dice en su carta: Este es el primer mandamiento de la
promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre. No hay duda de que es mandato
de Dios. Este joven quería, pues, obedecer a Dios dando sepultura a su
padre. Pero hay lugares, tiempos y asuntos apropiados a este asunto y a este
lugar. Ha de honrarse al padre, pero ha de obedecerse a Dios; ha de amarse
al progenitor, pero ha de anteponerse al Creador. Yo, dice Jesús, te llamo
al Evangelio; te llamo para otra obra más importante que la que tú quieres
hacer. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tu padre ha muerto.
Hay otros muertos que pueden enterrar a los muertos. ¿Quiénes son los
muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros
muertos? ¿Cómo le amortajarán si están muertos? ¿Cómo transportarán el
cadáver si están muertos? ¿Cómo le llorarán si están muertos? Le amortajan,
le llevan a enterrar y le lloran a pesar de estar muertos, porque aquí se
trata de los infieles.
Aquí nos ordenó el Señor lo que está escrito en el Cantar de los Cantares al
decir la Iglesia: Ordenad en mí la caridad. ¿Qué significa Ordenad en mí la
caridad? Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le
debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero
anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos: Hijos, no sé cómo
aparecisteis en mi seno. Pude concebiros y daros a luz, pero no pude
formaros. Luego oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede
sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que la madre enseñó a los
hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: Sígueme.
3. Ahora entra en escena otro que quiere ser discípulo, que sin nadie
haberle dicho nada confiesa: Te seguiré, Señor, pero antes voy a
comunicárselo a los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las palabras es
el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer, me
busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y
mira atrás es apto para el reino de los cielos. Te llama el oriente y tú
miras al occidente. Esto nos enseña el presente capítulo: que el Señor
eligió a los que quiso. Eligió, pues, como dice el Apóstol, según su gracia
y conforme a la justicia de ellos.
Las palabras del Apóstol suenan así: Atended, pues, a lo que dice Elías:
Señor, mataron a tus profetas, destruyeron tus altares y he quedado yo sólo
y aún buscan mi alma. Pero ¿qué respondió el oráculo divino? Me reservé
siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal. Piensas que eres el
único siervo que trabajas bien; pero hay más, y no pocos, que me temen, pues
tengo siete mil. Y añadió el Apóstol: Así acontece también en este tiempo.
Aunque algunos judíos creyeron, muchos fueron reprobados al estilo del que
llevaba en el corazón madrigueras de raposas.
Así, pues, en este tiempo, dice, el resto se salvó por elección gratuita. Es
decir, ahora existe el mismo Cristo que entonces, el que decía a Elías: Me
reservé. ¿Qué significa me reservé? Yo los elegí, porque vi que sus
pensamientos se apoyaban en mí, no en sí mismos ni en Baal. Son como yo los
hice, no han cambiado. Y tú que hablas, ¿dónde te hallarías si no tuvieses
mi apoyo? Si no estuvieses lleno de mi gracia, ¿no doblarías también tu
rodilla ante Baal? Estás lleno de mi gracia, porque no confiaste en tu
propia virtud, sino por entero en mi gracia. No te gloríes, pues, juzgando
que en tu servicio no tienes compañeros o consiervos. Los hay elegidos por
mí, como tú; también ellos presumen de mí, como lo asegura el Apóstol:
También ahora se salvó el resto por elección gratuita.
4. Guárdate, ¡oh cristiano!, guárdate de la soberbia. Aunque imites a los
santos, atribuye siempre todo a la gracia, porque el que formes parte de ese
resto se debe a la gracia de Dios, no a tu propio mérito. Ya dijo el profeta
Isaías recordando a ese resto: Si el Señor Sabaot no nos hubiese dejado un
resto de nuestro linaje, seríamos como Sodoma y nos hubiéramos asemejado a
Gomorra.
Y así dice el Apóstol: Igualmente en este tiempo se salvó un resto por
elección gratuita; y si es por gracia, ya no es por las obras. Es decir, no
te vanaglories ya de ningún mérito tuyo, pues de otro modo la gracia ya no
es gracia. Si presumes de tus obras, se te da la recompensa y ya no es
gratuito lo que se te concede. Si, pues, es gracia, se da gratuitamente. Y
ahora te pregunto: «¿Crees, ¡oh pecador!, en Cristo?» «Creo», dices. ¿Qué
crees? ¿Que por él se te pueden perdonar gratuitamente todos los pecados?
Posees lo que creíste. ¡Oh gracia, otorgada gratuitamente! Y tú, ¡oh
justo!, ¿por qué crees que sin Dios no puedes mantener la justicia? Atribuye
entonces de forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador
atribúyelo a tu maldad. Sé tú el acusador y él será tu indultar. Todo
crimen, todo delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda
virtud, toda santidad, a la divina clemencia. Vueltos al Señor...
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
100, 1-4, BAC Madrid 1983, 677-82)
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - El rechazo de los samaritanos
El texto evangélico que se lee en este domingo contiene dos momentos que
vamos a tratar de comentar. En primer lugar advertimos cómo los samaritanos
rechazan a Jesús y luego se nos señala cuáles son las exigencias de la
vocación de Cristo. Parecerían dos cosas totalmente independientes y hasta
contradictorias: por un lado los samaritanos dan las espaldas al Señor, y
por otro Jesucristo invita a seguirlo al tiempo que pone las condiciones
para hacerlo como corresponde.
Cristo se encuentra en el último año de su vida pública y se dirige
animosamente hacia Jerusalén. Es esta la ciudad predileccionada por Dios, la
sede del Templo, el lugar de la presencia divina. Allí será donde el Señor
llevará a cabo su anhelo de salvar a los hombres. Por eso marcha con
decisión y coraje, con absoluta firmeza. Nadie le quitará la vida, la dará
libremente.
A lo largo de su vida, Jesús afrontó las más diversas y variadas
humillaciones. Éstas no fueron sino preparación para la máxima de ellas, la
de la Cruz. En el texto evangélico que hoy nos ocupa, lo vemos soportando el
rechazo público de los samaritanos. Otra vez le cierran las puertas al
Salvador. ¿No había sido acaso rechazado en la posada, antes de nacer?
Los samaritanos estaban malquistados con los judíos por cuestiones
religiosas. Se habían apartado de la Verdad creyendo tener ellos "la verdad"
o "su verdad". Pretendían que el Dios verdadero se manifestaba en su ciudad
y no en Jerusalén.
Fue su apartamiento de la Verdad revelada lo que los llevó a distanciarse de
los miembros del pueblo que Dios había elegido para engendrar de su seno al
Mesías. Tal actitud se prolonga en la historia misma de la Iglesia, a lo
largo de los siglos, principalmente a través de las herejías que, al negar
toda la Verdad o parte de ella, introducen divisiones y polémicas
desgastantes dentro de la Iglesia. Aun hoy no son pocos los que niegan la
Verdad o parte de ella. Advertimos asimismo divisiones y enfrentamientos en
las familias, en las parroquias, en la patria.
Nos relata el evangelio que al ver la actitud de los samaritanos, dos de los
discípulos, Santiago y Juan, llamados "los hijos del trueno”, le sugirieron
a Cristo que les permitiese destruir a los que así lo estaban repudiando.
Tal reacción no era sino el fruto de su amor por el Maestro. No podían
mantenerse indiferentes, "no les daba lo mismo" que aquéllos recibiesen o no
al Señor. Reaccionaban con ardor, pero desmedido, no tolerando el agravio.
Por eso quisieron hacer caer fuego del cielo, como antaño lo había hecho
Elías con los emisarios del rey Ocozías.
Cristo los reprendió, no porque hubiesen reaccionado, sino por el modo como
lo hicieron. Quería que entendiesen que había llegado la hora de morir por
la Verdad, no de matar por ella. Él mismo sería el primer mártir de la
Verdad.
También el rechazo a Cristo y a la verdad por Él revelada se prolonga en el
curso de la historia. Y ello tanto en el nivel personal como en el social.
Muchas personas individuales y muchos Estados nacionales se niegan a cobijar
al Señor. Para muchos individuos, Dios no es más que un objeto a quien se
recurre en casos de necesidad apremiante. Para muchos Estados, Dios es
alguien que se puede rechazar o se lo puede sustituir por cualquier ídolo
del momento. Juan Pablo II ha dicho que el gran mal del mundo moderno es el
"secularismo", que cierra las puertas al Redentor, un mundo sin Dios.
Frente al rechazo de los samaritanos, Cristo se confirmó en su propósito de
seguir a Jerusalén y morir allí por todos, aun por aquellos que le negaban
alojamiento. Si ellos lo rechazan, Él no los rechazaría. Y así se sigue
comportando también ahora con nosotros, a pesar de nuestras miserias y
pecados, a pesar de que a veces lo expulsamos de nuestras vidas,
entregándose cada día en los altares por nosotros, para curar nuestras
enfermedades.
Tras haber sido rechazado por los samaritanos, señala el evangelio que
Cristo siguió su camino, durante el cual invitó a varios a seguirlo, al
tiempo que les declaraba las exigencias requeridas para ello.
El primero de ellos se le ofreció espontáneamente. "Te seguiré adonde
vayas", le dijo. Según el texto paralelo de San Mateo se trataba de un
escriba. La respuesta de Jesús fue absolutamente franca, para que aquél no
se hiciera ilusiones: "Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus
nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza". El
seguimiento de Cristo supone el "desprendimiento" de todas las cosas. No
sólo de las materiales, que no es lo más difícil, sino sobre todo de las
espirituales: el amor propio, la búsqueda de honores, de fama, de poder; es
decir, la renuncia a la codicia, la vanidad, la ambición, el anhelo de ser
reconocido y premiado por los demás. Dejar los propios criterios: he ahí el
gran acto de pobreza, que nos llevará a seguir con humildad y obediencia al
Señor adonde quiera que vaya.
Al segundo, Cristo le dice simplemente: "Sígueme". Aquí la iniciativa no
proviene del llamado sino del Señor. Su invitación es personal, clara y
concreta. El joven le responde: "Permíteme que vaya primero a enterrara mi
padre" . Manifestaba, por cierto, rectitud de corazón. Y el motivo que aduce
para demorar el seguimiento parece muy razonable. Pero Cristo le replica de
manera tajante, como sólo Él tiene derecho a hacerlo: "Deja que los muertos
entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios". El seguimiento
de Cristo supone una renuncia total, que incluye el abandono de cosas buenas
y santas, en aras de un ideal trascendente. Dios se ocupará de todo. Lo que
implica de parte del convocado la entrega incondicional en sus designios
providentes.
El llamado de Cristo comporta siempre un gran sacrificio. Invita el Señor a
dejarlo todo y en cambio de ello entrega una cruz. No acepta excusas que
dilaten la respuesta, ni razones humanas que rechacen o pospongan el
seguimiento. "Tú ve a anunciar el reino de Dios". Quiere personas generosas,
dispuestas a dejarlo "todo" para ganar "todo" para Dios.
El tercero le dijo: "Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de
los míos". Algo semejante encontramos en la primera lectura, cuando Eliseo,
a quien Dios había elegido para que fuese ungido como profeta, le pidió a
Elías que le permitiera primero despedirse de sus padres y que luego lo
seguiría. Elías accedió. Pero Cristo no. Es que estamos en el Nuevo
Testamento, infinitamente más exigente que el Antiguo. La entrega debe ser
más radical. El enamoramiento de Cristo implica la renuncia de los afectos
más santos.
La respuesta de Jesús es también categórica: "El que ha puesto la mano en el
arado y mira hacia atrás no sirve para el Reino de Dios". Cuando el Señor
llama, quiere que se mire para adelante. Mirar para atrás es quedarse en el
pasado, instalarse en él. Muchos son los que lloran por el pasado y nada
hacen para repararlo. El futuro es lo que está a nuestro alcance. El pasado
ya es historia irrepetible, que nunca más volveremos a vivir. Cristo nos
llama desde nuestras miserias, como lo hizo con Santa María Magdalena, San
Pablo, San Agustín, y tantos otros. Y quiere que le respondamos pronta y
generosamente, sin reservamos nada, quiere que pongamos nuestras manos en el
arado, juntamente con Él, y así abramos el surco del Evangelio y de la
propia santidad.
Pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo del Señor. Pidámosle entonces que
nos contagie algo del celo que mostraron los apóstoles Santiago y Juan, pero
purificado por la caridad, que sepamos reaccionar de manera condigna cuando
la gloria de Dios es conculcada, pero amando al que se comporta mal y
deseándole su conversión. Que no seamos indiferentes a los llamados del
Señor, dispuestos a renunciar a lo que sea, con tal de seguirlo como Él nos
lo pida.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed. Gladius, 1994, pp. 209-213)
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Aplicación: Benedicto XVI I - Libertad y seguimiento de Cristo
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de la misa de este domingo nos invitan a meditar en un
tema fascinante, que se puede resumir así: libertad y seguimiento de Cristo.
El evangelista san Lucas relata que Jesús, «cuando se iba cumpliendo el
tiempo de ser llevado al cielo, se dirigió decididamente a Jerusalén» (Lc 9,
51). En la palabra «decididamente» podemos vislumbrar la libertad de Cristo,
pues sabe que en Jerusalén lo espera la muerte de cruz, pero en obediencia a
la voluntad del Padre se entrega a sí mismo por amor. En su obediencia al
Padre Jesús realiza su libertad como elección consciente motivada por el
amor. ¿Quién es más libre que él, que es el Todopoderoso? Pero no vivió su
libertad como arbitrio o dominio. La vivió como servicio. De este modo
«llenó» de contenido la libertad, que de lo contrario sería sólo la
posibilidad "vacía" de hacer o no hacer algo. La libertad, como la vida
misma del hombre, cobra sentido por el amor. En efecto, ¿quién es más libre?
¿Quien se reserva todas las posibilidades por temor a perderlas, o quien se
dedica «decididamente» a servir y así se encuentra lleno de vida por el amor
que ha dado y recibido? El apóstol san Pablo, escribiendo a los cristianos
de Galacia, en la actual Turquía, dice: «Hermanos, habéis sido llamados a la
libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para vivir según la
carne; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros» (Ga 5,
13). Vivir según la carne significa seguir la tendencia egoísta de la
naturaleza humana. En cambio, vivir según el Espíritu significa dejarse
guiar en las intenciones y en las obras por el amor de Dios, que Cristo nos
ha dado. Por tanto, la libertad cristiana no es en absoluto arbitrariedad;
es seguimiento de Cristo en la entrega de sí hasta el sacrificio de la cruz.
Puede parecer una paradoja, pero el Señor vivió el culmen de su libertad en
la cruz, como cumbre del amor. Cuando en el Calvario le gritaban:«Si eres
Hijo de Dios, baja de la cruz», demostró su libertad de Hijo precisamente
permaneciendo en aquel patíbulo para cumplir afondo la voluntad
misericordiosa del Padre. Muchos otros testigos de la verdad han compartido
esta experiencia: hombres y mujeres que demostraron que seguían siendo
libres incluso en la celda de una cárcel, a pesar de las amenazas de
tortura. «La verdad os hará libres». Quien pertenece a la verdad, jamás será
esclavo de algún poder, sino que siempre sabrá servir libremente a los
hermanos.
Contemplemos a María santísima. La Virgen, humilde esclava del Señor, es
modelo de persona espiritual, plenamente libre por ser inmaculada, inmune de
pecado y toda santa, dedicada al servicio de Dios y del prójimo. Que ella,
con su solicitud materna, nos ayude a seguir a Jesús, para conocer la verdad
y vivir la libertad en el amor.
(BENEDICTO XVI, Ángelus Plaza de San Pedro Domingo 1 de julio de 2007)
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Aplicación: Benedicto XVI II - La llamada de Cristo y sus
exigencias
Queridos hermanos y hermanas:
Las lecturas bíblicas de la santa misa de este domingo me brindan la
oportunidad de retomar el tema de la llamada de Cristo y de sus exigencias,
tema que traté también hace una semana con ocasión de las ordenaciones de
los nuevos presbíteros de la diócesis de Roma. En efecto, quien tiene la
suerte de conocer a un joven o una chica que deja su familia de origen, los
estudios o el trabajo para consagrarse a Dios, sabe bien de lo que se trata,
porque tiene delante un ejemplo vivo de respuesta radical a la vocación
divina.
Esta es una de las experiencias más bellas que se hacen en la Iglesia: ver, palpar la acción del Señor en la vida de las personas; experimentar que Dios no es una entidad abstracta, sino una Realidad tan grande y fuerte que llena de modo sobreabundante el corazón del hombre, una Persona viva y cercana, que nos ama y pide ser amada. El evangelista san Lucas nos presenta a Jesús que, mientras va de camino a Jerusalén, se encuentra con algunos hombres, probablemente jóvenes, que prometen seguirlo dondequiera que vaya. Con ellos se muestra muy exigente, advirtiéndoles que «el Hijo del hombre —es decir él, el Mesías— no tiene donde reclinar su cabeza», es decir, no tiene una morada estable, y que quien elige trabajar con él en el campo de Dios ya no puede dar marcha atrás (cf. Lc 9, 57- 58.61-62).
A otro en cambio Cristo mismo le dice: «Sígueme», pidiéndole un corte radical con los vínculos familiares (cf.Lc 9, 59-60). Estas exigencias pueden parecer demasiado duras, pero en realidad expresan la novedad y la prioridad absoluta del reino de Dios, que se hace presente en la Persona misma de Jesucristo. En última instancia, se trata de la radicalidad debida al Amor de Dios, al cual Jesús mismo es el primero en obedecer. Quien renuncia a todo, incluso a sí mismo, para seguir a Jesús, entra en una nueva dimensión de la libertad, que san Pablo define como «caminar según el Espíritu» (cf. Ga 5, 16). «Para ser libres nos libertó Cristo» — escribe el Apóstol— y explica que esta nueva forma de libertad que Cristo nos consiguió consiste en estar «los unos al servicio de los otros» (Ga5, 1.13). Libertad y amor coinciden. Por el contrario, obedecer al propio egoísmo conduce a rivalidades y conflictos.
Queridos amigos, está llegando a su fin el mes de
junio, caracterizado por la devoción al Sagrado Corazón de Cristo.
Precisamente en la fiesta del Sagrado Corazón renovamos con los sacerdotes
del mundo entero nuestro compromiso de santificación. Hoy quiero invitar a
todos a contemplar el misterio del Corazón divino-humano del Señor Jesús,
para beber de la fuente misma del Amor de Dios. Quien fija su mirada en ese
Corazón atravesado y siempre abierto por amor a nosotros, siente la verdad
de esta invocación: «Sé tú, Señor, mi único bien» (Salmo responsorial), y
está dispuesto a dejarlo todo para seguir al Señor.
¡Oh María, que correspondiste sin reservas a la llamada divina, ruega por
nosotros!
(BENEDICTO XVI, Ángelus Plaza de San Pedro Domingo 27 de junio de 2010)
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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El rostro firme de Jesús
Él se afirmó en su voluntad1 de ir a Jerusalén.
Este versículo es exclusivo de Lucas.
¿A qué iba decidido Jesús? A cumplir el misterio pascual.
El evangelista nota la cercanía del momento, aunque van a pasar varios meses
para su última pascua, para resaltar la entrega voluntaria del Señor. Acaso,
¿aquí comienza la decisión del Señor? Claro que no, pues, esta voluntad es
eterna y comienza en el tiempo en la Encarnación según su querer humano: ¡He
aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh
Dios, tu voluntad!2
Clara conciencia de Jesús sobre su misión. Voluntad firme. La traducción
literal del griego: poner rostro firme parece derivarse de dos expresiones
hebreas que significan orientar el rostro en una dirección y endurecerlo en
aquella dirección con disposición a afrontar lo que viniere3. Jesús está
dispuesto a cumplir la voluntad del Padre hasta lo último y de hecho lo
hizo. Dijo antes de morir, “todo está cumplido”4.
Jesús cara dura5 va hacia Jerusalén.
Debemos imitar a Jesús en el seguimiento de la voluntad del Padre. Pero para
tener una voluntad firme tenemos que conocer su voluntad. Su primera
voluntad es que seamos santos. Que seamos santos en tal familia. Que seamos
santos en tal familia con tal vocación particular y que lo seamos en tal
comunidad desempeñando tal cargo u oficio. Siendo fieles a nuestros
propósitos y a nuestro plan de vida concretado en el plan diario y
finalmente que estemos atentos a su voluntad significada cuando se nos
muestre, buscándola permanentemente y pidiéndole que la conozcamos, en
especial por la oración.
Una vez conocida su voluntad, lo cual, es fundamental para no obrar
improvisadamente o según nuestro querer hay que ser caradura en seguirlo.
Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin -que es
llegar a beber de esta agua de vida- cómo han de comenzar, digo que importa
mucho y el todo una grande y muy determinada determinación de no parar hasta
llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo
que se trabajare, mormure quien mormurare, siquiera llegue allá, siquiera se
muera en el camino u no tenga corazón para los trabajos que hay en él,
siquiera se hunda el mundo6.
Teniendo claro el fin principal que es la búsqueda de Dios y con disposición
a padecer lo que viniere en la empresa.
Lo que dijo Jesús se refiere a su voluntad firme. Nosotros debemos poner
caradura como Jesús, es decir, tener voluntad firme para hacer su voluntad.
Nosotros somos caraduras en el sentido peyorativo7, pues esa voluntad firme,
sólo la podemos alcanzar por una gracia de Dios y tendemos a un fin que no
merecemos sino que es también gracia.
Debemos tener caradura para alcanzar el cielo. Que no nos importen las
críticas y murmuraciones de los que recriminan nuestra incapacidad, ni las
acusaciones que nos señalan como pecadores, etc. mantengamos la caradura y
adelante… ¿Qué no estamos vestidos de fiesta? Recurramos al que nos puede
vestir. ¡Qué no somos de esa clase social! Recurramos al que nos puede hacer
de un “linaje elegido”8.
En nuestro caso la caradurez, el rostro firme como el de Jesús la alcanzamos
por la caradurez peyorativa, abandonándonos en Jesús, pues, Él nos dará con
su gracia la voluntad firme para seguir y alcanzar la Jerusalén del cielo.
Para seguir a Jesús hay que tener una gran decisión y una voluntad firme.
Después de considerar cual sea la voluntad necesaria para seguir a Jesús el
Evangelio nos relata un tipo de voluntad incompatible con el seguimiento de
Jesús. En apariencia esta voluntad no es tan mala, considerando las excusas
que los tres seguidores manifiestan a Cristo, pero en realidad, es una
voluntad veleidosa que se busca a sí misma y no se entrega totalmente para
seguir a Cristo.
El primer hombre que se acerca a Jesús quiere seguirlo pero Jesús lo
desengaña diciéndole que para seguirlo es necesario un desprendimiento
absoluto, pobreza de espíritu. No dice nada el Evangelio sobre los
impedimentos de este hombre para seguir a Cristo. Sí los conoce el Señor,
pues, ve el corazón de los hombres.Podemos suponer, por lo que dice Cristo,
que había cierto doblez en su corazón. No era un seguimiento simple sino un
seguimiento con interés. Probablemente pensaba obtener ventajas temporales
siguiéndolo. Jesús lo desengaña y le dice que la vida de sus seguidores como
la suya es de pobreza y confianza absoluta en la Divina Providencia.
El segundo hombre es llamado por Jesús y él le pide un tiempo para enterrar
a su padre, argumento en apariencia comprensible, pero Jesús le responde con
cierta aspereza instándolo al seguimiento urgente. La permanencia en el
mundo es fatal para el llamado, fatal literalmente, pues mata la vocación.
Lo de los muertos que entierren a sus muertos son los hombres instalados en
el mundo. Los vivos para el mundo y muertos para el Reino. Si el hombre que
es llamado se tarda en el mundo, es probable, que muera para ser servidor
del Reino y seguidor de Jesús.
¡Cuántas veces le hemos dicho a Jesús ya te seguiré cuando se dé tal
circunstancia, tal situación! Y en definitiva se debe a que nos falta morir
al mundo y a sus pompas. Se debe a no decidirnos firmemente a dejar todo
para seguirlo.
El tercero quiere seguirlo pero pone una condición: despedirse de los suyos,
lo cual hizo Eliseo al ser llamado por Elías y Elías se lo concedió. Jesús
no se lo concedió y le dio la razón: no hay que volver atrás una vez que se
ha decidido seguirlo.
(1) El texto griego se dice literalmente poner
rostro firme
(2) Hb 10, 7
(3) Leal J., Sinopsis de los cuatro evangelios…,
154
(4) Jn 19, 30
(5) Sin ningún respeto humano, sin mirar la
opinión de los demás (Cf. Lc 20, 21)
(6) Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección,
21, 2 (Códice de Valladolid), O.C., BAC Madrid 19827, 261
(7) Descarados, sinvergüenzas, en el sentido que
no merecemos esa voluntad firme.
(8) 1 P 2, 9
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Tres conductas para seguir
a Cristo
+ San Ignacio, al estudiar la correspondencia a la vocación y los obstáculos
que nuestro propio gusto pude presentar divide a los hombres en tres.
El primero “querría” quitar el afecto al impedimento para seguir a Cristo y
así hallar la paz en el Señor y salvar su alma. No pone los medios hasta la
hora de la muerte.
El segundo “quiere” quitar el afecto pero quiere quedarse con la cosa,
quiere que Dios venga donde él quiere y no se determina a dejar la cosa para
ir a Dios, aunque fuese lo mejor para él.
El tercero “quiere” quitar el afecto y renuncia a las cosas. Quiere
únicamente lo que Dios quiere.
Cumplir la voluntad de Dios y sólo eso.
Servir al Señor teniendo la cosa o dejándola según lo quiera Dios.
+ El primer modo de seguir al Señor (Mt 8, 13; Lc 9, 57; Mt 19, 16; Lc 18,
18; Mc 10, 17)
Un escriba se acerca a Jesús y quiere seguirle. Ha oído la llamada de la
vocación. El Señor le expone cuál ha de ser su vida: “Las zorras tienen
guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza”.
Un joven que ha cumplido todos los mandamientos y que merece que el Señor le
mire con agrado, oye la invitación tan clara: “si quieres ser perfecto,
vende todo lo que tienes dalo a los pobres y sígueme”
El escriba se queda atónito. El joven se marcha triste.
Uno y otro sintieron la llamada, y ambos quisieran. Pero con tal de que no
se opusiera a sus gustos.
La comunidad ató al escriba, las riquezas al joven y pensando en seguir a
Cristo en la hora de su muerte o en seguirle sólo de lejos, se volvieron a
sus casas.
Quisieron escoger el medio más seguro para su salvación pero no pusieron los
medios. ¿El resultado?
Presumiblemente triste, porque el Señor comentó la dificultad que tienen los
ricos para salvarse.
La lección
Comodidades y riquezas, ¿no son estos los impedimentos comunes en el
seguimiento de Cristo?
La comodidad sensual, las riquezas con su cortejo de vanidades, ambiciones,
etc., son incompatibles con la perfección y muchas veces con la salvación.
¿Verdad que no somos más perfectos sola y exclusivamente porque no hemos
querido romper con estas ataduras? ¿Mis bienes son escasos? No importa. Tan
atado está un pájaro por un cabello mientras no lo rompa como por una
cadena, dice San Juan de la Cruz.
+ Segundo modo de oír el llamamiento (Lc 9, 59; Mt 8, 21)
Otros dos se acercan al Señor y son admitidos o llamados. ¡Cuántos apóstoles
hubiese tenido Jesús si le hubieran escuchado todos los llamados! ¡Si doce
obraron tales maravillas! No precede la voluntad buena a la vocación, sino
la vocación a la buena voluntad, atribúyese rectamente a Dios el que
queramos; es Dios quien llama, y a nosotros no se nos puede atribuir el que
seamos llamados (San Agustín).
Pero uno contesta: “permitidme que antes vaya a enterrar a mi padre”, esto
es, que viva con él sus últimos años. Y el otro “déjame que vaya a disponer
los negocios de mi casa”.
“Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino
de Dios”.
Estos son dos ejemplos de la segunda clase de hombres de San Ignacio.
Querían seguir al Señor pero no querían abandonar sus cariños o negocios.
Querían dejar el afecto a las cosas pero no las cosas.
¿No es este un medio de engañarse?
¿Qué dejar el afecto es ese, si no está dispuesto a dejar la cosa si Dios lo
ordenase?
+ Tercera manera de oír el llamamiento del Señor
Nuestro fin es Dios. Las cosas son medio para llegar a Dios.
El apegarse a ellas con el afecto es alterar el orden de nuestros fines.
Pero, si Dios determina que lo abandonemos, entonces ellas mismas, y no sólo
su afecto, es un estorbo.
Por lo tanto cuando Cristo llama hay que escuchar con atención, dispuestos
de antemano a dejar en el acto cuanto nos pida.
¿Qué hemos hecho? ¿Verdad que hemos querido contemporizar con Dios y el
mundo, mintiéndonos a nosotros mismos con pretextos especiosos, cuando en
realidad era el afecto a lo creado, a nuestras pasiones, más o menos
larvadas, lo que nos detenía?
Los apóstoles lo dejaron todo. Sin regateos. Poco o mucho. El corazón
también se apega a unas redes. Los lazos familiares son tan fuertes o más en
el pobre que deja los suyos confiados a la Providencia.
La verdadera vocación más que un sentimiento del corazón o una sensible
atracción se revela en la rectitud de intención del aspirante.
Quien aspira a seguir a Cristo por el noble fin de consagrarse al servicio
de Dios y salvación de las almas, y juntamente tiene, o a menos procura
seriamente conseguir, una sólida piedad y santidad de vida, este tal da
pruebas de haber sido llamado por Dios.
Lo dejaron todo inmediatamente, en cuanto entendieron que era la voluntad
del Señor. Su premio fue el apostolado, el ciento por uno, el ser jueces de
las naciones. Es fácil aplicarme la generosidad de los apóstoles. ¿La tengo?
Notas
San Ignacio de Loyola, Libro de los Ejercicios
Espirituales nº 153-155
Cf. Pío XI, Ad catholici sacerdotii nº 55
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Aplicación: Directorio Homilético - Decimotercer domingo del Tiempo
Ordinario
CEC 557: la subida de Jesús a Jerusalén para su Muerte y Resurrección
CEC 2052-2055: “Maestro, ¿qué tengo que hacer…?
CEC 1036, 1816: la necesidad del discipulado
La subida de Jesús a Jerusalén
557 "Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su
voluntad de ir a Jerusalén" (Lc 9, 51; cf. Jn 13, 1). Por esta decisión,
manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había
repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección (cf. Mc 8, 31-33; 9,
31-32; 10, 32-34). Al dirigirse a Jerusalén dice: "No cabe que un profeta
perezca fuera de Jerusalén" (Lc 13, 33).
“Maestro, ¿qué he de hacer...?”
2052 "Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?"
Al joven que le hace esta pregunta, Jesús responde primero invocando la
necesidad de reconocer a Dios como "el único Bueno", como el Bien por
excelencia y como la fuente de todo bien. Luego Jesús le declara: "Si
quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos". Y cita a su
interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: "No matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a
tu padre y a tu madre". Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una
manera positiva: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 19,16-19).
2053 A esta primera respuesta se añade una segunda: "Si quieres ser
perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un
tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme" (Mt 19,21). Esta respuesta no
anula la primera. El seguimiento de Jesucristo comprende el cumplir los
mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5,17), sino que el hombre es
invitado a encontrarla en la Persona de su Maestro, que es quien le da la
plenitud perfecta. En los tres evangelios sinópticos la llamada de Jesús,
dirigida al joven rico, de seguirle en la obediencia del discípulo, y en la
observancia de los preceptos, es relacionada con el llamamiento a la pobreza
y a la castidad (cf Mt 19,6-12. 21. 23-29). Los consejos evangélicos son
inseparables de los mandamientos.
2054 Jesús recogió los diez mandamientos, pero manifestó la fuerza del
Espíritu operante ya en su letra. Predicó la "justicia que sobrepasa la de
los escribas y fariseos" (Mt 5,20), así como la de los paganos (cf Mt
5,46-47). Desarrolló todas las exigencias de los mandamientos: "habéis oído
que se dijo a los antepasados: No matarás...Pues yo os digo: Todo aquel que
se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal" (Mt 5,21-22).
2055 Cuando le hacen la pregunta "¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?"
(Mt 22,36), Jesús responde: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón,
con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer
mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt
22,37-40; cf Dt 6,5; Lv 19,18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz
de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley:
En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y
todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo
como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por
tanto, la ley en su plenitud (Rm 13,9-10).
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el
hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas
¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y
pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del
Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es
nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser
contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y
perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto
y rechinar de dientes' (LG 48).
1816 El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivir de ella, sino
también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla: "Todos vivan
preparados para confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el
camino de la cruz en medio de las persecuciones que nunca faltan a la
Iglesia" (LG 42; cf DH 14). El servicio y el testimonio de la fe son
requeridos para la salvación: "Por todo aquél que se declare por mí ante los
hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los
cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante
mi Padre que está en los cielos" (Mt 10,32-33).
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Ejemplos
Cristóforo
Comprometerse con la
vocación es un riesgo
El Señor nos ha pedido todo el amor, toda la vida, todo el corazón, toda la
inteligencia. Ése es el primer mandamiento, que expresa la orientación más
profunda, el sentido más fundamental de toda vida humana. Por eso, cuando el
Señor se mete en nuestra vida mostrándonos más claramente sus planes, es
preciso responder personalmente sabiendo jugarse todo a una sola carta: la
carta del amor de Dios.
Entrar en ese juego supone un riesgo. Pero este riesgo no es un desafío
temerario a la fortuna, no es lanzarse ciegamente al peligro por amor al
peligro. Arriesgar, en este caso, es afrontar ese algo de inseguro, de
desconocido, que hay en comprometer nuestro futuro en los planes que Dios
nos propone sin saber de antemano si va a ser difícil, si sabremos superar
las dificultades, si nos cansaremos o no, si seremos capaces, si seremos
fieles, si seremos felices.
No se puede hacer en este mundo nada que valga la pena sin exponerse. En
toda vocación, en toda empresa hay un componente de riesgo, y el que no es
capaz de arriesgarse por aquello que ama, acaba haciéndose incapaz de amar.
Todas las grandes metas y aspiraciones son indecisas: se vislumbran pero
entre tinieblas, hay que avanzar hacia ellas por terreno desconocido: por
eso toda vocación, toda empresa valiosa, tiene algo de aventura, de apuesta
e implica audacia y confianza.
Hubo una vez dos hermanos que tomaban parte en una batalla de la guerra
mundial en Francia. En pleno combate, uno de ellos cayó gravemente herido.
El hermano ileso pidió permiso para ir a recogerlo. El oficial le hizo ver
que esa salida era muy arriesgada: se jugaba la vida, pero él insistió y
recibió finalmente el permiso. Llegó a tiempo, su hermano estaba vivo,
aunque muy mal herido: “sabría que vendrías”, fueron sus últimas palabras;
inmediatamente murió. Su hermano cargó con el cadáver y volvió con él a sus
líneas. Cuando llegó a retaguardia, el oficial le comentó que no había
merecido la pena arriesgar la propia vida por un cadáver, pero el buen
hermano respondió: “hice lo que él esperaba de mí”.
En realidad, para valorar la calidad de nuestra vida, para saber si la
vivimos de un modo que valga la pena, basta hacerse la pregunta: ¿hacemos lo
que Dios espera de cada uno de nosotros? ¿Lo hacemos dispuestos a jugarnos
la vida?
(ROCA, JUAN MANUEL, Cómo acertar en mi vida, EUNSA, Pamplona, 2003. pp.
139-141)
(Cortesía:
iveargentina.org et alii)