Domingo 14 del Tiempo Ordinario C Envío de los 72 Discípulos - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
A su diposición
Exégesis: Alois Stöger - Misión de los setenta (Lc.10, 1-24).
Comentario Bíblico: Fray Miguel de Burgos, O.P. - La alegría de la misión
evangelizadora
Comentario Teológico: P. Antonio Izquierdo - Nexo entre las lecturas
Comentario Teológico: Directorio de Misiones Populares del Instituto del
Verbo Encarnado
Santos Padres: San Ambrosio - Misión de los 72 discípulos Lc 10,1-24)
Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Los envió de dos en dos
Aplicación: Concilio Vaticano II – Decreto Apostolicam Actuositatem Capítulo
I Vocación de los laicos al apostolado
Aplicación: San Juan Pablo II - Los laicos convocados a una nueva
evangelización en íntima unión con Cristo
Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Ser operadores de paz Lc 10,
1-11.17-20)
Ejemplos
Recursos adicionales para la preparación
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger - Misión de los setenta (Lc.10, 1-24).
a) Designación y misión (Lc 10, 1-16)
1 Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió por
delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde él tenía que
ir. 2 Y les decía. Mucha es la mies, pero pocos los obreros; rogad, pues, al
dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
La misión de los Doce va dirigida a Israel. Jesús designó además
públicamente a otros setenta,1 que fueron enviados también. Para la antigua
Iglesia tenía la mayor importancia saber que además de los Doce había otro
grupo que tenía encargo misionero. Además de los Doce tienen también otros
el nombre de apóstoles y llevan a cabo la misión de Jesús. La elección del
número setenta hace referencia a los setenta pueblos de que se compone la
humanidad según la tabla etnográfica de la Biblia (Gén 10). Jesús y su
mensaje llaman a la humanidad. Los doctores de la ley estaban convencidos de
que la ley se había ofrecido primeramente a todos los pueblos, pero sólo
Israel la había aceptado. El tiempo final realiza y lleva a término el plan
primigenio de Dios. El Señor designó e invistió a los mensajeros, con lo
cual les dio encargo oficial y dio a su misión carácter jurídico. Son
enviados de dos en dos, pues tienen que actuar como testigos.
Si dos testigos están de acuerdo sobre una cosa, entonces su testimonio
tiene plena fuerza y validez jurídica (Deu_19:15; Mat_18:16). Los discípulos
van delante del Señor; son sus pregoneros y tienen que preparar su llegada.
Van por delante de él a todas las ciudades y lugares. Se traspasan los
límites de Galilea, pero la acción está todavía restringida a Palestina. Sin
embargo, estos límites se borrarán cuando el Señor haya subido al cielo. La
cosecha es mucha. Los hombres son comparados con una cosecha que ha de
recogerse en el reino de Dios. El campo de misión que tiene delante Jesús en
Palestina, es el comienzo de un campo de recolección mucho más vasto, que se
extiende al mundo entero. Jesús conoce a los muchos que tienen buena
voluntad. Para el grande y apremiante trabajo hay sólo pocos obreros. Los
llamamientos de discípulos han mostrado que hasta en hombres llenos de
fervor y de buena voluntad se echa de menos la entrega total.
Dios es el dueño de la cosecha. Dispone de todo lo relativo a la cosecha. La
acogida en el reino de Dios es obra y gracia suya. Él da también las
vocaciones de los discípulos. Por eso invita Jesús a orar para que despierte
Dios en el hombre el espíritu de los discípulos que con entrega total e
indivisa ayuden a introducir a los hombres en el reino de Dios. La oración
por los obreros de la mies mantiene constantemente despierta en los
apóstoles y discípulos la conciencia de haber sido llamados y enviados por
la gracia de Dios. «Por la gracia de Dios soy lo que soy» (1Co_15:10). «Lo
que cuenta no es el que planta ni el que riega, sino el que produce el
crecimiento, Dios... Porque somos colaboradores con Dios; y vosotros sois
labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha
dado... puse yo los cimientos» ( 1Co_3:7-10).
3 Id. Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4 No llevéis
bolsa, ni alforja, ni sandalias; ni saludéis a nadie por el camino.
Id. Con esto se expresa la misión. Es misión, encargo de partir, caminar y
obrar. El aprovisionamiento es sorprendente. Sencillamente: Id. Lo primero y
principal de este aprovisionamiento es el hecho de ser enviados por Jesús
mismo, lo cual implica que el poder de Dios también los acompañará y armará.
Se retira a los discípulos todo aprovisionamiento y toda defensa humana. Son
enviados indefensos, como corderos en medio de lobos. Israel se conoce como
«oveja entre setenta lobos», pero confía también en que su gran pastor lo
salva y lo custodia. Los setenta enviados por Jesús son el núcleo del nuevo
Israel. A los sufridos e inermes se promete el reino de Dios (Mat_5:3ss).
Jesús envía a los discípulos como pobres. Cuando no se tiene bolsa, alforja
ni sandalias, es uno totalmente pobre. La pobreza es condición para entrar
en el reino de Dios (Mat_6:20) y distintivo de los que lo anuncian. Los
discípulos deben tener constantemente ante los ojos su misión y no dejarse
distraer por nada. No saludéis a nadie por el camino. La entrega total a la
misión no consiente las complicadas y largas fórmulas de cortesía de
Oriente. En Lucas todos los mensajeros tienen prisa: María, los pastores,
Felipe (Hec_8:30).
Jesús mismo y los tres llamamientos de discípulos al comienzo del relato del
viaje han mostrado ya lo que caracteriza a los discípulos: desvalimiento y
mansedumbre frente a la hostilidad, falta de hogar y pobreza, entrega total
a la misión de anunciar el reino de Dios. Las figuras primigenias de este
anuncio son Jesús, los doce, los setenta discípulos.
5 Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta casa, 6 y si
allí hay alguien que merece la paz, se posará sobre él vuestra paz; pero de
lo contrario, retornará a vosotros. 7 Permaneced, pues, en aquella casa,
comiendo y bebiendo de lo que tengan; porque el obrero merece su salario. Y
no os mudéis de una casa a otra.
El método de misionar es natural y sencillo. Los misioneros van de casa en
casa. La misión cristiana se extiende de la casa a la ciudad. Paz a esta
casa: esto es saludo y don. El anuncio y la proclamación comienza con
deferencia y cortesía. Un consejo rabínico reza: «Adelántate en saludar a
todos.» La paz que aporta el misionero de la salvación no da sólo salud y
bienestar, que es lo que se sobrentiende en el saludo cotidiano «paz», sino
el don de la salvación de los últimos tiempos. Los enviados cumplen la
misión de Jesús, de la que se dice: «Tal es el mensaje que ha enviado (Dios)
a los hijos de Israel anunciando el Evangelio de paz por medio de
Jesucristo» (Hec_10:36).
Las palabras de saludo producen lo que expresan, si topan con alguien que ha
sido elegido por Dios para la salvación, alguien que «merece la paz». El
nacimiento de Jesús trae la paz a los hombres, objeto del amor de Dios. La
paz se posa sobre aquel que la recibe, como el espíritu sobre los setenta
ancianos, a los que lo había comunicado Moisés: Descendió Yahveh en la nube
y habló a Moisés: tomando del espíritu que residía en él, lo puso sobre los
setenta ancianos, y cuando sobre ellos se posó el espíritu, pusiéronse a
profetizar y no cesaban» (Num_11:26). «Los hijos de los profetas, habiéndole
visto (a Eliseo), dijeron: El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo»
(2Re_2:15). La paz y el espíritu son los dos grandes dones saludables de los
últimos tiempos. Aun cuando no se encuentre nadie que se abra a la salvación
y se muestre digno de ella, no por eso carece de eficacia la palabra de
saludo; la paz retorna a los mensajeros. «Por mí lo juro: sale la verdad de
mi boca y es irrevocable mi palabra» (Isa_45:23). El saludo de paz no es una
fórmula vana. Al don que aportan los predicadores corresponden los hijos de
la paz con hospitalidad. La primera casa en que sean acogidos los
discípulos, debe ser para éstos como su propia casa. Permaneced, pues, en
aquella casa. No os mudéis de una casa a otra. El gran objetivo de los
misioneros es el mensaje del reino de Dios. Lo decisivo no debe ser el
bienestar personal, el buen trato y los cuidados de la hospitalidad. El que
cambia de alojamiento muestra que el valor supremo no es para él la palabra
de Dios, sino su propia persona. Perjudica y se perjudica. Desacredita a su
huésped y se desacredita él mismo. No debe violarse la ley sagrada de la
hospitalidad.
Los discípulos deben comer y beber de lo que se les ofrezca. No deben
preocuparse pensando que molestan indebidamente a quien les da hospitalidad.
El quehacer de los enviados no debe verse entorpecido por preocupaciones de
la tierra. Lo que reciben es justa compensación por lo que ellos aportan: su
don es mayor. «El obrero merece su salario» (1Ti_5:18). «Si nosotros hemos
sembrado para vosotros lo espiritual, ¿qué de extraño tiene que recojamos
nosotros vuestros bienes materiales?» (1Co_9:11). Pero los discípulos deben
también contentarse con lo que se les dé.
8 En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os presenten,
9 curad los enfermos que haya en ella, y decidles: Está cerca de vosotros el
reino de Dios. 10 Pero, en cualquier ciudad donde entréis y no quieran
recibiros, salid a la plaza y decid: 11 Hasta el polvo de vuestra ciudad que
se nos pegó a los pies, lo sacudimos sobre vosotros. Sin embargo, sabedlo
bien: ¡el reino de Dios está cerca! 12 Os aseguro que habrá menos rigor para
Sodoma en aquel día que para esa ciudad.
La actividad de los discípulos es misión en las casas y en las ciudades. Una
ciudad que los acoge muestra buena disposición. Los discípulos deben
realizar aquello para que han sido enviados. Comed lo que os presenten. Los
discípulos no deben preocuparse de si los alimentos son cultualmente puros o
impuros. (…). Para la misión entre los gentiles era de gran importancia esta
libertad de conciencia (Cf.1Co_10:27; Act 15). La curación de los enfermos
que se encargaba a los discípulos debe preparar para la hora de la historia
de la salvación que ellos anuncian, debe demostrar en la práctica su
poderoso alborear. Deben proclamar con la palabra eso a que preparan las
obras: Está cerca el reino de Dios. El acercarse Jesús es acercarse el reino
de Dios. Por eso dice Jesús: «Si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios,
es que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (1Co_11:20). «El reino de
Dios está en medio de vosotros» (1Co_17:21). Jesús mismo es el reino de
Dios.
¿Y si una ciudad no acoge a los discípulos? Entonces han de expresar
públicamente (por las calles) y solemnemente su separación y su anatema. Los
judíos sacuden el polvo de sus pies cuando vienen de tierra de gentiles y
ponen los pies en la tierra santa de Palestina. Con esto se quiere
significar que no existe vínculo alguno entre Israel y los gentiles. Una
ciudad que no acoge a los enviados de Cristo rompe los vínculos que la unen
con el pueblo de Dios, desconoce la gran hora que ha sonado: Habéis de saber
que el reino de Dios está cerca y que con él se acerca el juicio. Los
mensajeros no anuncian que el reino de Dios está presente, sino que se
acerca. Todavía es posible dar marcha atrás, pero ésta es ya la última
posibilidad.
El que rechaza el anuncio del reino de Dios y así se cierra a Jesús, se
atrae la sentencia de condenación. El desenlace de este juicio es más
terrible que la condenación que se pronunció contra Sodoma. El juicio sobre
esta ciudad nefanda ha venido a ser proverbial. La culpa de quien rechaza a
Jesús y los bienes del reino de Dios es mayor que la culpa de Sodoma. La
proclamación de los mensajeros de Jesús ofrece la gracia más grande y sitúa
ante una decisión de conciencia cuya última consecuencia es la salvación o
la sentencia condenatoria.
(…)
b) Regreso (Lc 10, 17-20)
17 Volvieron, pues, los setenta llenos de alegría diciendo: ¡Señor, hasta
los demonios se nos someten en tu nombre! 18 él les dijo: Yo estaba viendo a
Satán caer del cielo como un rayo.
De todo lo que experimentaron los setenta en su viaje de misión, sólo
destacan una cosa: el poder sobre los poderes demoníacos. Hasta los demonios
nos obedecen. No sólo las enfermedades se les sometían, no sólo los hombres
obedecían la palabra de Dios; el colmo era la sumisión de las fuerzas
satánicas. Volvieron llenos de alegría, porque habían experimentado el reino
de Dios, que se había iniciado con Jesús. Los discípulos interpelan a Jesús
con el nombre de Señor; al pronunciar su nombre habían recibido señorío
sobre los demonios. Gracias al Señor alcanza el poder de los enviados hasta
el mismo reino de los poderes y potestades que ejercen invisiblemente su
influjo pernicioso sobre este mundo. El poder de Jesús y de sus discípulos
domina no sólo sobre lo terreno, sino también sobre la esfera que influye en
la determinación del curso de lo terreno.
En las expulsiones de demonios practicadas por los discípulos se hace
visible el triunfo del reino de Dios sobre los poderes satánicos. Yo estaba
viendo a Satán caer del cielo como un rayo. En las expulsiones de demonios
veía constantemente Jesús que había quebrantado el poder de Satán. ¿Cuándo
sucedió esto? De esto no dice nada la palabra. Pero sí da a entender que es
imponente el triunfo sobre Satán. La exposición recuerda las palabras de
Isaías sobre la imponente caída de Nabucodonosor, rey de Babilonia. «Tú...
dominador de las naciones... al sepulcro has bajado, a las profundidades del
abismo» (Isa_14:12.15). Esta victoria sobre Satán es fruto de la muerte de
cruz de Cristo y de su glorificación: «Este es el momento de la condenación
de este mundo; ahora el jefe de este mundo será arrojado fuera» (Jua_12:31).
Es posible que Lucas pensara en las tentaciones en que fue derrotado el
demonio. Con esta victoria de Jesús quedó sacudido para siempre el poder de
Satán, aunque todavía no definitivamente. Definitivamente quedará despojado
de su poder en el tiempo final, pero ya ha comenzado lo que era la gran
esperanza del tiempo final: «Entonces aparecerá su reino en toda su
creación, y entonces se acabará con Satán y se quitará la tristeza».
19 Mirad que os he dado poder para caminar sobre serpientes y escorpiones, y
contra toda la fuerza del enemigo, sin que nada pueda haceros daño. 20 Sin
embargo, no os alegréis de eso: de que los espíritus se os sometan; sino
alegraos más bien de que vuestros nombres están ya inscritos en los cielos.
También los Doce toman parte en el triunfo de Jesús sobre Satán; lo que se
aplica a los Doce quiere extenderlo Lucas también a los setenta, a todos los
que colaboran en la obra de Jesús. Tienen poder sobre serpientes y
escorpiones. Precisamente estos animales taimados, que constituyen una
amenaza para la vida, se consideran en la Biblia y en el lenguaje influido
por la Biblia, como instrumentos de Satán. El Salvador que se espera salvará
de serpientes y de escorpiones, y de malos espíritus. El Mesías, protegido
por el ángel de Dios, camina sobre víboras y áspides y huella al león y al
dragón (Sal_91:13). Cuando envió Jesús a los Doce les dio también
participación en este poder; de esta investidura les queda como resultado
permanente el no estar ya a merced del poder de Satán, sino bajo la
soberanía de Dios.
Lo que se dice sobre el poder de caminar sobre serpientes y escorpiones se
amplía con la explicación que sigue: Los Doce tienen poder contra toda
fuerza del enemigo. Satán utiliza su fuerza para dañar a los hombres; su
hostilidad no puede ya dañar, una vez que asoma el reino de Dios. Hay aquí
un poder más grande y más fuerte. ¿Qué puede, pues, ya dañar? El canto
triunfal de san Pablo tiene aquí su explicación: «Sin embargo, en todas
estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel que nos amó. Pues estoy
firmemente convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados,
ni lo presente ni lo futuro, ni potestades, ni altura ni profundidad, ni
ninguna otra cosa podrá separarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo
Jesús, Señor nuestro» (Rom_8:37-39). La inauguración del reino de Dios es un
motivo de gozo todavía más profundo que el poder sobre los malos espíritus y
el quebrantamiento del señorío de Satán. Para los discípulos, la suprema
razón de alegrarse es su elección y predestinación a la vida eterna. Las
ciudades de la antigüedad tienen listas de ciudadanos. El que está inscrito
en la lista goza de todas las ventajas que ofrece la ciudad. También en el
cielo, donde se representa la morada de Dios, se imaginan tales listas de
ciudadanos, en las que están inscritos los elegidos de Dios; seguramente se
identifican con lo que se llama el libro de la vida.2 El motivo de alegría
que está por encima de todo es el hecho de poder participar en el reino de
Dios, de alcanzar la vida eterna y de estar en comunión con Dios.
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
(1) La tradición textual vacila entre 70 y 72; en
todo caso es exacta la referencia a la tabla etnográfica (de que se habla a
continuación), pues también en Gén 10 existe la misma inseguridad: el texto
hebreo dice 70 pueblos, los Setenta leen 72.
(2) Sal_69:29 : «Sean borrados del libro de la
vida, no sean inscritos entre los justos»; cf. Ex 32.52s; Isa_4:3; Isa_56:5;
Dan_12:1; Rev_3:5; 13.8, etc.
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Comentario Bíblico: Fray Miguel de Burgos, O.P. - La alegría de la
misión evangelizadora
Iª Lectura: Isaías (66,10-14): Una Jerusalén nueva
I.1. La primera lectura del libro de Isaías nos habla de una restauración de
Jerusalén, después del luto que implica un designio de catástrofe y de
muerte. Dios mismo, bajo la fuerza de Jerusalén como madre que da a luz un
pueblo nuevo, se compromete a traer la paz, la justicia y, especialmente el
amor, como la forma de engendrar ese pueblo nuevo. Toda la alegría de un
parto se encadena en una serie de afirmaciones teológicas sobre la ciudad de
Jerusalén. Desde ella hablará Dios, desde ella se podrá experimentar la
misma “maternidad de Dios” con sus hijos. Porque Dios, lo que quiere, lo que
busca, es la felicidad de sus hijos.
I.2. Pero esa Jerusalén no existe, hay que crearla en todas partes, allí
donde cada comunidad sea capaz de sentir la acción liberadora del proyecto
divino. El profeta desconocido para nosotros (la lectura de hoy pertenece al
tercer Isaías, alguien de la escuela que dejó el gran profeta y maestro del
siglos VIII), siente lo más íntimo de Dios y así quiere animar a la
comunidad post-exílica para crear una Jerusalén nueva.
IIª Lectura: Gálatas (6,14-18): La fuerza de la cruz
II.1. La segunda lectura viene a ser el colofón a la carta más polémica de
San Pablo. Una polémica que se hace en nombre de la cruz de Cristo, por la
que hemos ganado la libertad cristiana, como se ponía de manifiesto el
domingo pasado. Pablo se despacha ahora, con su propia mano, para firmar la
carta con una verdadera “periautología”, una confidencia personal de su
vida, de su amor por Cristo y por lo que le ha llevado a ser apóstol de los
paganos. La cruz, aquello que antes de su conversión era una vergüenza, como
para cualquier judío, se convierte en el signo de identidad del verdadero
mensaje cristiano. Los cristianos debemos “gloriarnos” en esa cruz, que no
es la cruz del “sacrificio” sin sentido, sino el patíbulo del amor
consumado. Allí es donde los hombres de este mundo han condenado al Señor, y
allí se revela más que en ninguna otra cosa ese amor de Dios y de Jesús.
II.2. Por eso Pablo no puede permitir que se oculte o se disimule la cruz
del evangelio. Es más, la cruz se hace evangelio, se hace buena noticia, se
hace agradable noticia, porque en ella triunfa el amor sobre el odio, la
libertad sobre las esclavitudes de la Ley y de los intereses del este mundo;
en ella reina la armonía del amor que todo lo entrega, que todo lo tolera,
que todo lo excusa, que todo lo pasa. Pablo, pues, habla desde lo que
significa la cruz como fuerza de amor y de perdón. Aquí se marca el punto
álgido que acredita la verdadera identidad cristiana. El que vive de la Ley,
en el fondo, se encuentra solo consigo mismo; el que vive en el ámbito del
evangelio, deja de estar solo para vivir "con Cristo" o "Cristo en mí". Y
¿quién es Cristo? Pablo lo revela al principio de la carta: "el que se
entregó a sí mismo por nosotros, por nuestros pecados" para darnos la gracia
de la salvación.
Evangelio: Lucas ( 10, 1-12.17-20): La alegría de anunciar el evangelio
III.1. El evangelio (Lucas 10,1ss) es todo un programa simbólico de aquello
que les espera a los seguidores de Jesús: ir por pueblos, aldeas y ciudades
para anunciar el evangelio. Lucas ha querido adelantar aquí lo que será la
misión de la Iglesia. El “viaje” a Jerusalén es el marco adecuado para
iniciar a algunos seguidores en esta tarea que Él no podrá llevar a cabo
cuando llegue a Jerusalén. El evangelista lo ha interpretado muy bien,
recogiendo varias tradiciones sobre la misión que en los otros evangelistas
están dispersas. El número de enviados (70 ó 72) es toda una magnitud
incontable, un número que expresa plenitud, porque todos los cristianos
están llamados a evangelizar. Se recurre a Num 11,24-30, los setenta
ancianos de Israel que ayudan a Moisés con el don del Espíritu; o también a
la lista de Gn 10 sobre los pueblos de la tierra. No se debe olvidar que
Jesús está atravesando el territorio de los samaritanos, un pueblo que, tan
religioso como el judío, no podía ver con buenos ojos a los seguidores de un
judío galileo, como era Jesús.
III.2. El conjunto de Lc 19,2-12 es de la fuente Q; sus expresiones, además,
lo delatan. Eso significa que las palabras de Jesús sobre los discípulos que
han de ir a anunciar el evangelio fueron vividas con radicalidad por
profetas itinerantes judeocristianos, antes que Lucas lo enseñase y aplicase
a su comunidad helenista. Las dificultades, en todo caso, son las mismas
para unos que para otros. El evangelio, buena noticia, no es percibido de la
misma manera por todos los hombres, porque es una provocación para los
intereses de este mundo. El sentido de estas palabras, con su radicalidad
pertinente, se muestra a los mensajeros con el saludo de la paz (Shalom). Y
además debe ser desinteresado. No se puede pagar un precio por el anuncio
del Reino: ¡sería un escándalo!, aunque los mensajeros deban vivir y
subsistir. Y, además, se obligan a arrostrar el rechazo… sin por ello
sembrar discordias u odio.
III.3. Advirtamos que no se trata de la misión de los Doce, sino de otros
muchos (72). Lo que se describe en Lc 10,1 es propio de su redacción; la
intencionalidad es poner de manifiesto que toda la comunidad, todos los
cristianos deben ser evangelizadores. No puede ser de otra manera, debemos
insistir mucho en ese aspecto del texto de hoy. El evangelio nos libera, nos
salva personalmente; por eso nos obligamos a anunciarlo a nuestros hermanos,
como clave de solidaridad. Resaltemos un matiz, sobre cualquier otro, en
este envío de discípulos desconocidos: volvieron llenos de alegría (v. 20),
“porque se le sometían los demonios”. Esta expresión quiere decir
sencillamente que el mal del mundo se vence con la bondad radical del
evangelio. Es uno de los temas claves del evangelio de Lucas, y nos lo hace
ver con precisión en momentos bien determinados de su obra. Los discípulos
de Jesús no solamente están llamados a seguirle a Él, sino a ser
anunciadores del mensaje a otros. Cuando se anuncia el evangelio liberador
del Señor siempre se percibe un cierto éxito, porque son muchos los hombres
y mujeres que quieren ser liberados de sus angustias y de sus soledades.
¡Debemos confiar en la fuerza del evangelio!
Conclusión: Las paradojas de la misión
La liturgia de hoy nos presenta rasgos de la misión que encarga Jesús a sus
discípulos y que pueden sorprendernos, tanto por la misma referencia a Dios,
como por los enviados, el contenido del anuncio, las dificultades que
encontrarán o los resultados de ella.
La necesidad de anunciar la salvación es muy grande, por la abundancia de
mies y escasez de operarios. Dios se manifiesta cercano, acogedor,
misericordioso y envía a los suyos a proclamar ese mensaje con muy pocos
medios materiales pero confiados en su intercesión. El Señor Dios es
infinito (en amor y misericordia) y ha querido salvar al mundo a través de
la “ignominia de la cruz” y “la necedad de la predicación”.
¿Cuál es la misión del discípulo de Jesús en el mundo? Los 72 discípulos, de
alguna manera parecen tener una categoría inferior que otros enviados, pero
no una misión evangelizadora distinta. Se trata de un grupo de laicos que
formaron, con las mujeres y los Doce, la primera comunidad. San Lucas ofrece
una especie de manual breve de instrucciones para sus tareas apostólicas.
Hoy nos gusta hablar de un laicado comprometido; estaríamos ante aquellos
seglares que interpretaron su vocación cristiana como un servicio al Reino
de Dios.
Son elegidos directamente por Cristo, reciben unas instrucciones para
verificar la misión fundamental que ha de llevar a cabo toda comunidad,
laical o religiosa, sin que las diferencias de estructura o formas de vida
sean motivo para establecer distintas formas de cristianismo.
El marco en que se encuadra el relato es la cercanía del Reino de Dios. Es
la hora de ofrecer a la humanidad entera un camino de salvación, válido para
todos y diferente a lo ofrecido por otros profetismos. Aparece la
posibilidad de ahondar en los contenidos de la predicación, y a la vez el
horizonte claro para descubrir la acción de la iglesia en el mundo y la
misión concreta de los cristianos.
El mundo es el destinatario del anuncio del Reino de Dios. Jesús es
consciente de la necesidad de incorporar nuevos obreros para trabajar en el
campo. Todos los colaboradores en la empresa evangelizadora tendrán
conciencia clara de que trabajan para el Reino de Dios, un reino que está
cerca, incluso dentro de cada uno. Han de buscar primero el Reino y su
justicia (su salvación) y todo lo demás vendrá por añadidura.
Lo que hoy nos interesa resaltar es que todos los cristianos hemos sido
llamados para trabajar en la consecución del mismo Reino de Dios, y la
salvación (justicia y paz) es el objetivo último. En las primitivas
comunidades dominó la creencia de la Parusía inminente, realidad que poco a
poco cambió para mantenerla en perspectiva aunque no fuera de aparición
próxima.
Comentario Teológico: P. Antonio Izquierdo - Nexo entre las
lecturas
Buscar en todo el fin: esta frase puede sintetizar los textos litúrgicos. El
fin de la misión de los setenta y dos no es el éxito, sino el que "sus
nombres estén escritos en el cielo" (Evangelio). El Isaías post-exílico ve
anticipadamente el fin de todos sus sueños: la ciudad de Jerusalén que reúne
a todos sus hijos, como una madre (primera lectura). La existencia cristiana
no tiene otro fin sino apropiarse la vida de Cristo en toda su realidad
histórica, especialmente en el misterio de la cruz. Es lo que nos enseña san
Pablo con su palabra y con su vida (segunda lectura).
Mensaje doctrinal
1. Inscritos en el libro de la vida. Los 72 discípulos de Jesús, símbolo de
los cristianos esparcidos por el mundo en cuanto que 72 son todos los
pueblos de la tierra (cf Gén 10), están contentos de la misión cumplida y se
llegan a Jesús para contarle sus proezas misioneras. Jesús les escucha, pero
a la vez les hace caer en la cuenta de algo importante: las hazañas
misioneras no tienen valor en sí mismas, lo que realmente vale y nos debe
alegrar profundamente es nuestro destino eterno con el Dios de la vida. Esta
búsqueda gozosa del verdadero fin de la existencia explica y da sentido a la
alegría, en sí legítima y razonable, por los éxitos apostólicos, al igual
que a las penalidades y adversidades connaturales a la misión cristiana. El
discípulo de Jesús, en efecto, no predica realidades sensiblemente captables
y atractivas. Predica que el Reino de Dios ya ha llegado, predica la paz
mesiánica, predica en medio de un mundo no pocas veces hostil y reacio a los
valores del Reino, predica valiéndose y poniendo su confianza más que en los
medios humanos en la fuerza misteriosa de Dios. Indudablemente, el éxito no
es un elemento esencial en el bagaje del misionero.
2. Madre de consolación y de paz. Cuando el Isaías post-exílico escribe este
bellísimo texto, la diáspora judía es una grandeza extendida por todo el
imperio persa y por el mediterráneo. El profeta, bajo la acción del Espíritu
divino, sueña con un pueblo unido y unificado en la ciudad mística de
Jerusalén. Con ojo avizor mira hacia el futuro y prevé poéticamente el
momento gozoso de la reunficación. Lo hace recurriendo a la imagen de una
madre de familia que reúne en torno a sí a todos sus hijos, tiene
tiernamente en sus brazos al más pequeño y le alimenta de su propio pecho.
Todos, al reunirse de nuevo con la madre, se llenan de consuelo y se sienten
como inundados por una grande paz. Esta Jerusalén, madre de consolación y de
paz, simboliza al Dios del consuelo, simboliza a Cristo, que es nuestra paz,
simboliza a la Iglesia en cuyo seno todos somos hermanos y de cuyo amor
brota la paz de Cristo que dura para siempre. La Iglesia, la de hoy como la
de siempre, es en su esencia, aunque no siempre en sus hombres, madre de
consolación y de paz para todos los pueblos.
3. Llevo en mi cuerpo el tatuaje de Jesús. Para un cristiano, nos dice san
Pablo, carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva
creatura. Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San
Pablo es consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el
tatuaje de Jesús. Es decir, lleva en todo su ser una señal de pertenecer a
Jesús, como el esclavo llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o, como
en las religiones mistéricas, el iniciado llevaba en sí una señal de
pertenencia a su dios. Como Pablo, así deben ser todos los cristianos, por
eso puede decirles: "Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo". Este
es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que el hombre se apropie la
redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a manifestar a los
demás que es pertenencia de Dios. Después de veinte siglos de cristianismo,
¿cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo?
Sugerencias pastorales
1. Cristiano, o sea, misionero. La imagen del cristiano que va a misa, cree
en los dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo
anticuada. No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y
realizarla con celo y ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima
gama de tareas eclesiales hoy existentes. Más aún, el sentido de misión es
el estímulo más fuerte para creer y vivir la fe, para cumplir con los
mandamientos de Dios y de la Iglesia. Si alguno no está convencido de que
ser cristiano equivale a vivir en clave de misión, le recomiendo que lea los
documentos del Concilio Vaticano II y el catecismo de la Iglesia católica.
En este último se lee: "Toda la Iglesia es apostólica en cuanto que ella es
enviada al mundo entero; todos los miembros de la Iglesia, aunque de
diferentes maneras, tienen parte en este envío. La vocación cristiana, por
su misma naturaleza, es también vocación al apostolado" (CIC 863). Si amamos
filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor manera de expresarle
nuestro amor es mediante nuestro espíritu misionero. Y misionero significa
conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al vecino de
casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada del
autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio.
Hoy día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe
y el estilo de vida de Cristo, es también una tarea que se lleva a cabo en
el propio barrio, en las plazas de la ciudad e incluso entre las paredes del
propio hogar.
2. La misión puede más que el miedo. Parafraseando a Juan Pablo II podríamos
decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas
veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el
qué dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar
nuestros temores. El futbolista no tiene miedo de hablar de fútbol ni el
médico o el maestro de hablar de su profesión. ¿Hemos de tener miedo los
cristianos de hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su
misterio? La fe y la misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han
de terminar en los hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier
muestra de miedo. Los adultos, para no llamar al miedo prudencia. Los
jóvenes, para no creerse seres de otro planeta entre sus coetáneos. Sobre
todo, vosotros jóvenes (laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes), que
sois enviados por Cristo como apóstoles de los jóvenes. ¡Es vuestra hora!
¿La dejaréis pasar? También vosotros, maestros y educadores cristianos, que
tenéis en vuestras manos la niñez y la adolescencia, ¡sed misioneros en la
escuela! ¿Podremos permitir que el miedo prevalezca sobre nuestra misión
cristiana? Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra gloria.
(catholic.net)
Comentario Teológico: Directorio de Misiones Populares del Instituto
del Verbo Encarnado
Artículo 5: El modelo de toda Misión popular
14. A nuestro modo de ver el paradigma de toda misión está en la primera
misión de los discípulos narrada en San Lucas, capítulo 10.
15. ...designó el Señor a otros 72... (v 1). Dios es el que designa y elige
a sus misioneros. Como hizo antes con los 72 discípulos, lo sigue haciendo
ahora por medio de su Iglesia. Los obispos y superiores religiosos eligen en
su nombre y con su autoridad a los misioneros.
16. ...y los envió...(v 1). No elige solamente el Señor sino que, también,
envía. Envío que es a semejanza del envío del Hijo hecho por el Padre: Como
el Padre me envió, también yo os envío (Jn 20,21). Envío que constituye
formalmente la misión1.
17. ... de dos en dos... (v 1). Sus razones tendría nuestro Señor para obrar
así y, de hecho, muchos siguen procediendo de la misma manera. Decía San
Gregorio Magno: "Los mandó así, porque dos son los preceptos de la caridad:
el amor de Dios y del prójimo; y menos que entre dos no puede haber caridad:
esto nos indica que quien no tiene caridad con sus hermanos, no debe tomar
el cargo de predicador"2. Se dice en nuestras Constituciones: "es también
muy cierto que en matemáticas uno más uno son dos, pero un hombre más otro
hombre son dos mil. Un hombre junto con otro en valor y en fuerza crece, el
temor desaparece, y escapa de cualquier trampa."3
18. ...delante de sí... (v 1). Cristo envía a sus misioneros a que preparen
el camino por donde Él mismo venga a las almas. Esta es la gran consolación
del auténtico misionero, la certeza de ser enviado por Aquel y para Aquel
que es el que debe llegar a los hombres. El misionero es un precursor, como
San Juan Bautista, que proclama con sus palabras y sus obras: "...detrás de
mí viene un hombre" (Jn 1,30). De allí la confianza inquebrantable en el
poder inexhausto de la misión para la conversión de los hombres. Jesucristo
mismo es el que quiere venir a ellos.
19. …a todas las ciudades y sitios... (v 1). No hay lugar donde haya un alma
que le esté vedado al misionero. A las chozas más humildes, a las alturas
más altas, a las quebradas más escabrosas, a donde hay menos gente, en donde
se espera menos frutos, donde la gente es más díscola, a donde hay más
dificultades...allí el misionero debe ir tomado de su bordón, en su
automóvil, en avión, a pie o a caballo, en sulky o en barco... porque esa es
su vocación y a eso lo envía la obediencia.
20. ...a donde él había de ir (v 1). Somos sus embajadores: Somos, pues,
embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros (2 Co
5,20). Nuestra misión es llevar a Cristo: "No hay evangelización verdadera,
mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el
reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios"4.
21. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al
Dueño de la mies que envíe obreros a su mies»(v 2). El trabajo apostólico es
enorme, hay que taparse los oídos cuando alguno, contradiciendo las palabras
del Señor, diga que hay muchas vocaciones. Los obreros siempre serán pocos y
la mies siempre será mucha. Sólo los "ladrones y salteadores"5, sólo el
pastor "mercenario"6, puede ser tan criminal que desvíe, desaliente, no
trabaje por, o se oponga a las vocaciones, porque hace trabajo de ladrón que
viene "para robar, matar y destruir... que deja las ovejas y huye"7. Siempre
hay que rezar pidiendo a Dios que envíe obreros a su mies; y uno de los
grandes frutos de las Misiones populares son las vocaciones a la vida
consagrada.
22. Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos (v 3). Insiste
nuestro Señor: Id..., advirtiéndonos de los peligros que tendremos. Somos
profetas inermes, desarmados, sólo tenemos armas espirituales: Revestíos de
las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque
nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los
Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo
tenebroso, contra los Espíritus del Mal que est��n en las alturas. Por eso,
tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después
de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra
cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los
pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de
la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del
Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda
ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por
todos los santos... (Ef 6,11-18). La pastoral es cruz, dificultades,
peligros, sufrimientos: no es aprovecharse de la leche, de la carne, ni de
la lana de las ovejas, hay que ser como San Pablo: no busco vuestras cosas
sino a vosotros (2 Cor 12,14). Los que evacuan la cruz, evacuan la pastoral.
De ahí tantos estridentes y clamorosos fracasos pastorales. Las ovejas no
seguirán el extraño; antes huirán de él, porque no conocen la voz de los
extraños (Jn 10,5).
23. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias (v 4). No quiere decir que
nuestro Señor quiera que se prescinda de todo eso, sino que se enseña el
espíritu de pobreza que debe tener el misionero. No deben estar apegados a
lo innecesario. No hay que poner la plena solicitud más que en la finalidad
misional. Hay que confiar ilimitadamente en la Providencia, poniendo los
medios.
24. Y no saludéis a nadie en el camino (v 4). La tarea es urgente, no hay
que perder tiempo, ni tampoco ocasiones de hacer el bien: "la ocasión es
como el fierro, hay que machacar caliente". La caridad de Cristo nos urge (2
Cor 5,14).
25. En la casa en que entréis, decid primero: «Paz a esta casa» (v 5). Hay
que ir a donde vive la gente, a sus ambientes, a sus lugares de trabajo. Hoy
día no alcanza con sólo llamarlos a que vengan al Templo. ¡Hay que salir al
encuentro de las personas! Por identificarse la paz de Cristo con el fin de
la misión popular, el primer sermón de la Misión suele ser sobre la paz8. La
gran obra de la Misión popular es la pacificación de las almas por
reconciliarlas con Dios.
26. Y si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él (v 6).
La paz es el saludo, el programa y el fruto de las Misiones populares. Por
eso es tan importante la visita personal para tratar de que todos se pongan
en gracia de Dios, que eso es llevar la paz. De allí que hay que guiar la
conversación con la gente, sin dejarse envolver por sus temas, sino
apuntando a la conversión. Si no, (la paz) se volverá a vosotros (v 6), la
paz que viene de Dios no puede quedar sin efecto, sino descansa sobre los
visitados, volverá a los misioneros, que se benefician con ella. Por desear
la paz para los demás, los misioneros ganan méritos para sí.
27. Permaneced en la misma casa... (v 7). No debe ser la visita apostólica
una "visita de médico". Hay que tomarse todo el tiempo necesario como para
poder detectar las necesidades espirituales de la familia, sus dificultades,
poder evacuar sus consultas, responder sus dudas, desbaratar los sofismas
contra la fe, etc.
Es desaconsejable aceptar, en tiempo de Misión, invitaciones a comer en las
casas de familia, por razón de que los almuerzos suelen prolongarse
demasiado, y eso va en detrimento de la Misión ya que se pierde alguna hora
de descanso necesario y el contacto con los demás misioneros. Es preferible
que las familias, organizadamente, lleven la comida a donde se reúnen todos
los misioneros. De forma más bien excepcional se podría aceptar comer con
las familias, pero evitando, tempestivamente, las sobremesas. Debemos estar
dispuestos a todo, a acomodarse a las costumbres como el Verbo, que se
anonadó9; y, sin embargo, no condescender con el pecado.
28. ...porque el obrero merece su salario... En la ciudad en que entréis y
os reciban, comed lo que os pongan (v 7). No hay que rechazar la limosna que
libremente ofrezcan, además de permitirles hacer una obra de caridad, ayuda
a sufragar los gastos de la misión. Según nuestra experiencia cada misión se
paga a sí misma. Rechazar la limosna se podría tomar como un desprecio y hay
que educar para la limosna.10
29. No vayáis de casa en casa (v 7). Es decir, con apuro, como haciendo un
censo, sino dándole más importancia a los frutos espirituales de cada visita
que a la cantidad de casas que hay que visitar.
30. ...curad los enfermos que haya en ella (v 9). Es conveniente la
asistencia física y material de los enfermos, además del bien espiritual;
pero no se debe perder de vista el fin de la visita, transformándola en
visita social.
31. ...Y decid: «El Reino de Dios ha llegado a vosotros» (v 9). La expresión
"Reino de Dios" aparece 50 veces en los Evangelios; "Reino de los cielos" 39
veces. Tiene tres sentidos:
a) Se ha preparado con la obra de los patriarcas y profetas en el Antiguo
Testamento y se hizo presente en la Persona y obra de Cristo11.
b) Venidero en Pentecostés gracias al Espíritu Santo, del que nacerá la
Iglesia Católica. Es la fase terrestre del Reino, que es universal,
espiritual, interno y externo (es decir, social con sus sacramentos y su
jerarquía), que no excluye a los malos y su mezcla con los buenos, que hay
que descubrir, conquistar y expandir.
c) Venidero en el día del Juicio Final, tiempo sólo conocido por Dios y que
sobrevendrá por sorpresa (Mc 13,32). Es la fase celeste del Reino.
En la Misión se habla del Reino de Dios en el segundo sentido: la Iglesia,
cuya Cabeza es Cristo, como Reino Universal externo (miembros, templos), e
interno (la Gracia). Este Reino hay que extenderlo. Hay que conquistar almas
para este Reino, y así expandirlo.
La Misión popular es una misión neta y típicamente misionera, o sea, en
orden a la salvación de las almas. Apunta a la metanoia, aque se arrepientan
(Mc 6,12), a la renovación, al cambio del "modo de pensar".
32. En la ciudad en que entréis y no os reciban, salid a sus plazas y decid:
«Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos ha pegado a los pies, os lo
sacudimos. Pero sabed, con todo, que el Reino de Dios está cerca» (v 10-11).
El hecho de volcar el polvo al lugar, ciudad o casa de donde procede,
manifiesta que es tierra profana de la que no se quiere participar, y con
eso se da: testimonio contra ellos (Mc 6,11). Se nos enseña, también, que
aún en caso de rechazo hay que saber anunciar, en lo que sea posible, el
Evangelio.
33. Os digo que en aquel día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella
ciudad. ¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en
Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha
que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el
Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú,
Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Infierno te
hundirás! (v 12-15). El mismo Sumo y Eterno Misionero conocióel aparente,
fracaso misionero. Si Él lo conoció, también, lo podremos conocer nosotros:
No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su
amo (Mt 10,24). Lejos de amilanarnos cualquier aparente fracaso misionero,
debe enardecernos aún más en el trabajo apostólico.
34. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os
rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha
enviado (v 16). Por eso hay que tener mucha delicadeza para no ser uno la
causa del rechazo. Hay que tener suma bondad de corazón y clara conciencia
de que nuestras palabras deben ser las de Cristo. El que rechaza al
misionero, rechaza a Cristo y rechaza al Padre. El buen misionero debe poner
en práctica el consejo que diera San Juan María Vianney a un sacerdote que
se quejaba con él de la esterilidad de sus esfuerzos apostólicos: "Elevaste
tus preces a Dios, lloraste, gemiste, suspiraste; pero ¿añadiste también el
ayuno, sobrellevaste vigilias, dormiste en el suelo y te azotaste? Mientras
a eso no llegues, no creas haberlo intentado todo"12.
35. Regresaron los 72 alegres... (v 17). Siempre, inevitablemente, el
misionero vuelve de la Misión con una inmensa alegría. Tal vez no haya
hombre más alegre que el auténtico misionero, porque es ¡Bendito el que
viene en el nombre del Señor! (Sal 118,26). Siempre se cumplirá lo prometido
por el Señor: Bienaventurados los que trabajan por la paz... (Mt 5,9).
36. ...diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre» El
les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (v 17-18). Tal es
el efecto de una misión bien hecha: la caída del demonio al no poder
cautivar las almas bajo el pecado. Y ese es el motivo de la alegría
misionera, aunque hay motivos aún más elevados.
37. Mirad, os he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones, y
sobre todo poder del enemigo, y nada os podrá hacer daño... (v 19). Por eso
ni aunque vengan todas las fuerzas del infierno juntas, tendrán poder sobre
el misionero, ya que a éste los poderes les vienen de Cristo. Nada puede
dañar al verdadero discípulo del Señor: no temáis a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma (Mt 10, 28).
38. ...pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de
que vuestros nombres estén escritos en los cielos (v 20). El motivo más
grande de la alegría del misionero es haber sido elegido por el Señor para
predicar su Evangelio; elección y misión que no quedarán sin recompensa: Si
alguno de vosotros, hermanos míos, se desvía de la verdad y otro le
convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado,
salvará su alma de la muerte y cubrirá la multitud de sus pecados. (St 5,
19-20).
39. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo:
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado
estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi
Padre, y nadie conoce quiénes el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre
sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (v 21-22). Jesús
se mostró inundado de gozo, como se siente el misionero que termina la
Misión, porque el que principalmente obra en la misión es Jesús. Él es
siempre el primer Misionero y el primero en alegrarse. Jesús se llena de
gozo con nuestro gozo, y nosotros debemos dejarnos inundar con el de Él. Son
cosas ocultas a los que se creen sabios e inteligentes, pero que en realidad
son soberbios. Ese es el beneplácito del Padre. Toda Misión se origina en la
Trinidad y termina en la Trinidad, en beneficio de aquellos a quien el Hijo
se lo quiera revelar.
40. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: « ¡Dichosos los ojos que
ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo
que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo
oyeron»(v 23-24). Dichosos por experimentar la realidad del Reino de Dios
que se instaura gracias al Mesías, Jesucristo, a través de quien obra el
Padre, cosa que no pudieron ver los profetas que lo anunciaron —Isaías,
Jeremías, Ezequiel, Daniel...—, ni los reyes de quienes descendería el
Mesías: —David, Salomón...—, pero lo ven los misioneros.
41. Termina el texto del Evangelio según San Lucas con dos hechos que, para
nosotros, manifiestan los dos grandes fundamentos de la Misiones populares:
uno, es la caridad y misericordia que debe tener el misionero. Maestro, ¿que
he de hacer para tener en herencia vida eterna?...«Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente; y a tu prójimo como a ti mismo». ...Y, «¿quién es mi prójimo?»...El
dijo: «El que practicó la misericordia con él» (v 25.27.37).
42. Otro, es la oración. Cuando no hay oración falta la caridad; cuando
falta la caridad no hay oración, y por razón de estas carencias no hay
muchos auténticos misioneros...te preocupas y te agitas por muchas cosas; y
hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte
buena, que no le será quitada (v 41-42).
(INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO, Directorio de Misiones Populares, nn. 14-42)
(1) Misión: del vocablo latino meo, as, are (a su
vez del griego me,nw = a;ucmenw = pasar), de donde mitto, is, missi, missum,
ere, a (frec. de meo) = pasar de un lugar a otro, de ahí la palabra española
misión que, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa:
"1-La acción de enviar. 2-El poder, la facultad que se da a una persona de
ir a desempeñar algún cometido. 3-Cometido. 4-Salida o peregrinación que
hacen los religiosos y varones apostólicos de pueblo en pueblo...predicando
el Evangelio. 5-Serie o conjunto de sermones fervorosos que predican los
misioneros y varones apostólicos en las peregrinaciones evangélicas. 6-Casa
o iglesia de los misioneros... 8-Tierra, provincia o lugar en que predican
los misioneros. Diccionario de la Lengua Española, 21ª edición, Madrid,
1992, p.977.
(2) San Gregorio Magno,Homilía 17, in Evang.
(3) Const. [90].
(4) PABLO VI, exhortación apostólica
“EvangeliNunciandi”22.
(5) Cf. Jn 10,1.8.
(6) Cf. Jn 10,12.
(7) Cf. Jn 10, 10.12.
(8) Cf. J. Saturnino S.J., La Santa Misión,
(Santander 1953) 359.
(9) Cf. Fil 2,6
(10) Cf. 2 Cor 8,7.
(11) Cf. Mt 12, 28.
(12) Archivo Secreto Vaticano, S.C. de Ritos,
Proceso de Canonización, tomo 227, p.53; cit. por Juan XXIII,
Sacerdotiinostriprimordia, (01/08/1959), nº 42, Colec. Enc. Pont, Ed.
Guadalupe, Bs.As., tomo II, p. 2339.
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Santos Padres: San Ambrosio - Misión de los 72 discípulos Lc
10,1-24)
44. He aquí que yo os envío como corderos en medio de lobos. Esto es lo que
les dice a esos 72 discípulos a quienes designó y envió de dos en dos
delante de Él. ¿Por qué razón los envió de dos en dos? Porque de dos en dos,
es decir, macho y hembra, habían sido introducidos los animales en el arca;
y aunque este número era inmundo por naturaleza, no obstante, había sido
purificado por el misterio de la Iglesia. Esto fue completado por aquellas
palabras que San Pedro escuchó cuando le dijo el Espíritu Santo: lo que Dios
ha purificado no lo llames impuro (Hch 10,15). Y advierte que esto se
refería a los gentiles, ya que ellos atienden más a una sucesión de
filiación corporal que a la espiritual. Pero también a éstos los purificó el
Señor y les hizo herederos de su pasión.
45. Por eso, una vez que hubo enviado a sus discípulos a su mies, que,
aunque había sido sembrada por la palabra de Dios, sin embargo, necesitaba
el trabajo del cultivo y el cuidado de un operario, con el fin de que las
aves del cielo no acabaran con la semilla sembrada, dijo: He aquí que yo os
envío como corderos en medio de lobos.
46. En verdad, estas dos clases de animales son tan enemigos, que una de
ellas devora a la otra. Pero el Buen Pastor hace que su grey no tema a los
lobos, y por eso sus discípulos son enviados, no como presas, sino como
distribuidores de gracia; pues la solicitud del Buen Pastor consigue que los
lobos no puedan atreverse a dañar a los corderos. Y así envió a los corderos
entre los lobos para que se cumpliera aquello de: Entonces pacerán juntos
los lobos y los corderos (Is 64,25).
47. Y puesto que ya he terminado de hablar de ese tema, interesante para
nosotros, de las raposas, al ver que cuento con vuestro crédito en lo que se
refiere al simbolismo que de este pequeño animal he dado, espero poder
descubrir, ayudado por vuestro interés, los profundos misterios que se
ocultan en la imagen de los lobos. Ya hemos dicho más arriba que las zorras
simbolizaban a los herejes, que, aunque son seguidores de Cristo de nombre,
sin embargo, reniegan de El por su afición a la mentira. El Señor no recibe
a estos tales, sino que los aparta y arroja de su compañía. Ahora vamos a
considerar qué pueden significar los lobos.
48. Estos son, ciertamente, unos animales que atacan a los rebaños, merodean
las cabañas de los pastores, sin atreverse a entrar en lugares habitados,
acechan el sueño de los perros y la ausencia o negligencia del pastor para
lanzarse al cuello de las ovejas y matarlas con rapidez. Ahora bien, tanto
las fieras salvajes como los animales rapaces tienen una gran rigidez en el
cuerpo, de tal manera que no pueden fácilmente volver hacia atrás; y
dejándose llevar de un gran impulso que las domina, no raras veces resultan
engañadas. Además, dicen que, si son ellas quienes primero ven al hombre,
pueden, por un don de su naturaleza, quitarle la voz; pero si las ve primero
el hombre, huyen rápidamente. Y por eso he de precaverme, para que, si en
este discurso de hoy no aparece con un fulgor especial la gracia de los
misterios del espíritu, es que los lobos me vieron a mí antes y que me han
privado del recurso habitual de la palabra.
49. ¿Acaso no es exacto comparar los herejes a esos lobos, que andan
acechando a las ovejas de Cristo y rugen en torno a los apriscos prefiriendo
la oscuridad a la luz? Y es que, en realidad, siempre existe esa oscuridad
para los malvados, que se esfuerzan con todo su ser en tapar y ofuscar la
ley de Cristo con las sombras de una interpretación errónea. Por eso, aunque
cercan los apriscos, con todo, nunca se atreven a entrar en los sitios donde
está Cristo. Y permanecen siempre en esa situación porque Él no los quiere
dejar entrar en esa mansión, que es enteramente suya, y en la que fue curado
aquel hombre que bajaba de Jerusalén y cayó en manos de los ladrones, es
decir, aquel a quien el samaritano, después de vendarle las heridas y
haberle puesto sobre ellas aceite y vino, lo colocó sobre su cabalgadura y
lo llevó al mesón, dejando al dueño de la fonda el encargo de que lo curara.
A la verdad, el que no quiere buscar al médico, no recibe esa medicina, que
tendría si lo buscara.
50. Ellos estudian el momento en que no esté el pastor; y por eso tienen
tanto interés en matar o desterrar a los pastores de la Iglesia, puesto que,
si están éstos presentes, no pueden atacar a las ovejas de Cristo. Estos
tercos y altaneros, que jamás suelen reconocer su error, a causa de una
manera de pensar demasiado material, se esfuerzan en disminuir la grey del
Señor. Y por eso dice el Apóstol que se debe evitar la compañía del hereje
que ya ha sido corregido (Tt 3,10), sabiendo que tales hombres están
perdidos. Y Cristo, el verdadero intérprete de la Escritura, les desbarata
el juego, con el fin de que sus esfuerzos resulten vanos y no puedan hacer
mal.
51. Si ellos logran engañar a alguno con la mentira astuta de su discurso,
le hacen callar; pues en esto consiste el ser mudo: en no confesar la gloria
del Verbo, tal cual es. Ten cuidado, pues, para que ningún hereje te prive
de voz, al no ser tú el primero que le descubras a él. Pues se va metiendo
poco a poco, mientras permanece oculta su perfidia; pero, si conoces las
argucias de su maldad, no tienes motivo para temer la pérdida de tu voz
piadosa. Cuídate, por tanto, del veneno de una discusión astuta; ellos se
esfuerzan en buscar las almas, atacar las lenguas y dominar las partes
vitales. Los impactos de los herejes son graves; ellos, más crueles y
rapaces que las mismas bestias, están dominados por una avidez e impiedad
que no conoce límites.
52. Y no os debe sorprender el hecho de que parecen tener una manera muy
humana de actuar, pues, aunque aparecen por fuera como hombres, dentro brama
la bestia. Y por eso, sin duda, es a estos lobos a quienes va dirigido el
dicho de Jesús, el Señor, cuando dice: Guardaos de los falsos profetas, que
vienen a vosotros con vestidura de oveja, pero que por dentro son lobos
rapaces; por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 15). Y por eso, si alguien
acostumbra a dejarse llevar de las apariencias, que mire el fruto. Si oyes
llamar sacerdote a uno del que tú conoces sus rapiñas, ese tal tiene piel de
oveja, pero sus obras son propias de un ladrón. El que es por fuera una
oveja y un lobo por dentro, no conoce la medida en el robo; ese tal tiene
endurecidos sus miembros como por el hielo en una noche de Escitia y va de
un lado para otro, ensangrentando su boca y buscando a quien devorar (1 P
5,8). ¿No te parece que es verdaderamente un lobo aquel que, a través de la
crueldad que supone la muerte de un hombre ya sin remedio, desea saciar su
rabia matando a los pueblos creyentes?
53. Ladra, no dialoga, quien reniega del Autor de la palabra y entremezcla
en su sacrílega conversación ruidos de bestia, no confesando a Jesús como el
único Señor que nos conduce ala vida eterna. Cuando la lucha apareció sobre
el mundo es cuando hemos oído sus ladridos. El enseñaba sus dientes feroces,
sus labios hinchados y creía haber quitado a todos aquella voz que sólo él
había perdido.
54. Y así, para que podamos vencer a estos lobos, el Señor nos enseña cómo
nos debemos conducir, diciendo :No llevéis bolsa, alforja ni sandalias, El
significado de que no hay que llevar bolsa ya lo expresó claramente en otro
pasaje; en efecto, Mateo lo dejó escrito al recoger la sentencia que dirigió
el Señor a los discípulos: ¡No tengáis oro ni plata! (Mt 10,9). Si se nos
prohíbe tener oro, ¿cómo hallar una explicación al robo y a la injusticia?
Si se te manda dar lo que tienes, ¿cómo explicar el coger lo que no es tuyo?
Tú que predicas que no se debe robar, ¿robas? Tú que dices que no hay que
adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿te apropias de los
despojos de los templos? Tú que te glorías en la Ley, ¿ofendes a Dios
transgrediendo la Ley? Por causa vuestra se blasfema del nombre de Dios (Rm
2,21-23).
55. El apóstol Pedro no era de ésos; él fue el primero en practicar el
consejo divino para demostrar que el precepto del Señor no había caído en el
vacío, y así, cuando aquel pobre le pidió que le diera una limosna, le
respondió: No tengo oro ni plata (Hch 3,6). Él se gloriaba de no tener oro
ni plata, y en cambio, ¿va a ser una gloria para vosotros el desear más de
lo que tenéis? Existe, en verdad, una pobreza gloriosa, ya que esta pobreza
nos comunica felicidad, como está escrito: Bienaventurados los pobres de
espíritu (Mt 5,3); sin embargo, no se gloriaba tanto de no tener oro ni
plata como de cumplir el mandato del Señor, que le ordenó que no tuviera oro
(Mt 10,9), que es lo mismo que decir: Date cuenta que soy discípulo de
Cristo, ¿cómo me pides oro? Él nos ha dado otras realidades más preciosas
que el oro; el poder actuar en su nombre. Y así no tengo lo que Él no me ha
dado, pero poseo lo que me concedió: En el nombre del Señor Jesús, levántate
y anda.
56. Por tanto, de la misma manera que la autoridad de la sentencia del Señor
prohíbe construir graneros al que quiere amontonar trigo (Lc 12,16), así,
aquel que se esfuerza en hacerse con una bolsa para guardar oro, se hace reo
de culpa y reprensión.
57. No llevéis alforja ni sandalias. Ambas cosas suelen elaborarse con cuero
de animales muertos; y Jesús, nuestro Señor, no quiere que haya en nosotros
nada que sea mortal. Y por eso dijo a Moisés: Quita las sandalias de tus
pies; que el lugar en que estás es tierra santa (Ex 3,5). Y en el momento de
recibir el encargo de salvar al pueblo, se le prescribe que se quite el
calzado mortal y terreno; pues aquel al que se encarga tal función, no debe
temer nada ni debe cumplir con tardanza el oficio que le han encomendado,
por miedo a la muerte. En efecto, cuando espontáneamente Moisés tomó el
encargo de defender a sus hermanos, es decir, a los judíos, él abandonó la
empresa por temor a ser denunciado y huyó de Egipto. Pero el Señor,
conociendo su disposición y teniendo en cuenta sobre todo su debilidad,
creyó oportuno quitar de su alma todo rastro de temor a la muerte.
58. Por eso, si alguno se deja llevar por la razón de que en Egipto se manda
comer el cordero teniendo los pies calzados, mientras que los apóstoles
fueron enviados a predicar el Evangelio sin calzado, ese tal debe considerar
que el que come en Egipto todavía está expuesto a las mordeduras de las
serpientes —y, a la verdad, en Egipto hay una gran abundancia de venenos—, y
el que celebra la Pascua como un símbolo, puede recibir alguna herida,
mientras que solamente el servidor de la verdad es el que es capaz de
neutralizar el veneno, y nada teme. Y así, cuando una víbora mordió a Pablo
en la isla de Malta (Hch28, 3ss) y los habitantes del lugar la vieron
suspendida de su mano, creyeron que le iba a causar la muerte, no obstante,
al darse cuenta que estaba completamente sano, le tomaron por un dios, a
quien ningún daño podía causar el veneno. Y para que veas que todo esto
responde a la realidad, lo confirmó el Señor diciendo:
He aquí que os he dado la potestad de andar sobre serpientes y escorpiones y
sobre toda potencia enemiga, y nada os dañará (Lc10, 19).
59. Los discípulos no recibieron la orden de llevar en sus manos bastones;
eso es lo que Mateo creyó que debía escribir (Mt 10,10). Y ¿qué otra cosa es
la vara, sino un emblema del poder y un instrumento para vengar el dolor? Me
parece que el mandato de un Señor humilde —en realidad, en la humillación es
donde fue exaltado su juicio (Is 53,8)—, debe ser cumplido por los
discípulos practicando la humildad; en efecto, les envió para predicar la
fe, pero no obligando, sino enseñando; no implantándola por la fuerza, sino
predicándola con la doctrina de la humildad. Y juzgó que a esa humildad
había que unir la paciencia, ya que también El, como nos lo atestigua Pedro,
cuando era ultrajado, no respondía con injurias, y cuando era atormentado,
no amenazaba (1 P 2,23). Queriéndonos decir contestó: Imitadme; deponed los
deseos de venganza, contestad a los golpes de los que os castigan sin
devolver injurias, antes dad muestras de una paciencia magnánima. Nadie debe
imitar aquello que censura en otro; y, en verdad, la mansedumbre es la peor
injuria que se puede devolver a los insolentes. Con esta clase de venganza
quiere el Señor que respondamos al que nos golpea, y así nos dice: Al que te
pegue en una mejilla, ofrécele la otra (Mt 5,39). Porque así acontece que
ese tal se condena a sí mismo y su corazón es como punzado por un aguijón,
cuando se da cuenta que es objeto de atenciones como respuesta a su injuria.
60. Con todo, también tiene el poder de enviar a algunos apóstoles con la
vara, como lo atestigua Pablo cuando dice: ¿Qué preferís? ¿Que vaya a
vosotros con la vara o con amor y espíritu de mansedumbre? (1 Co 4,21). Y el
propio Apóstol entregó esta misma vara a Timoteo diciéndole: Arguye, enseña,
increpa (2 Tm 4,2). Es posible que antes de la pasión del Señor, que fue
quien robusteció los corazones vacilantes de los pueblos, solamente fuese
necesaria la mansedumbre, y que ya después fuese también imprescindible la
corrección. Ciertamente el Señor logra ablandar esa increpación de Pablo, y
le entrega la persuasión como el medio más eficaz para convertir los
corazones más duros, y le da también la potestad de argüir por si no puede
conseguirlo todo con la persuasión. En efecto, Pablo había tomado la vara de
la Ley, pues él conocía, por haberlo leído, que el que no usa la vara, odia
a su hijo (Pr 13,24). También conocía el hecho de que a los que comían el
cordero se les prescribía, por una ordenación profética, que tuviesen un
báculo en sus manos (Ex 12,11). Y por eso el Señor en el Antiguo Testamento
dijo: Castigaré con vara sus rebeliones (Sal 88,33); mientras que en el
Nuevo se ofreció a sí mismo para reparar por todos: Si me buscáis a Mí,
dejad ir a éstos(Jn 18, 8); y en otra parte has visto que, cuando los
apóstoles querían pedir que bajara fuego del cielo para consumir a los
samaritanos, que no se habían dignado recibir al Señor Jesús en su ciudad,
volviéndose a ellos los increpó diciendo: No sabéis de qué espíritu sois;
pues el Hijo del hombre no vino a perder a los hombres, sino a salvarlos (Lc
9,54ss).
61. Los más perfectos son fácilmente gobernados sin necesitar castigo,
aunque los más débiles precisen de él. Pero aun el mismo Pablo, que amenaza
con la vara, visita con mansedumbre a los pecadores. Y con objeto de hacerte
ver que es un doctor manso, él toma consejo de la voluntad de aquellos
mismos a los que debe corregir: ¿Qué preferís —les dice—, que vaya a
vosotros con la vara, o con amor y espíritu de mansedumbre? (1 Co 4,21).
Sólo habla una vez de la vara, sin embargo, las otras realidades más
agradables las cita por duplicado, uniendo la caridad a la mansedumbre. Y
aunque la amenaza está en primer lugar, sin embargo, lo hace con paciencia,
ya que, en la segunda epístola a los Corintios, les escribe: Pongo a Dios
por testigo sobre mi alma de que, por amor vuestro, no he ido todavía a
Corinto (2 Co 1,23); escucha ahora la razón por la que ha obrado así: Para
no ir a vosotros —les dice— en espíritu de tristeza (ibíd., 2,2). Así, pues,
abandona la vara y toma en su lugar una disposición amorosa.
62. Y no saludéis a nadie en el camino. Quizás a alguno esta actitud le
parezca dura y altanera y que no está muy de acuerdo con el precepto de un
Señor manso y humilde; puesto que Él fue quien aconsejó que se debía ceder
el puesto en los banquetes (Lc 14,7ss) y ahora manda a sus discípulos que no
saluden a nadie en el camino, cuando precisamente el saludo es una costumbre
general. Y así como los inferiores acostumbran a ganarse el favor de sus
superiores, así también los gentiles tienen para con los cristianos esas
muestras de educación. Pues, ¿cómo va el Señor a abolir esta buena costumbre
de los hombres?
63. Pero date cuenta que no dice sólo: No saludéis a nadie, sino que añade,
y no en vano: en el camino. También Eliseo, cuando envió a su siervo a
imponer su báculo sobre el cuerpo del niño difunto, le ordenó que no
saludase a nadie en el camino (2 R 4,29), ya que le mandaba ir con rapidez
para que llevase a cabo la resurrección que le había encargado, y no se
apartase de ese quehacer por quedarse a hablar con cualquiera que pudiese
salirle al encuentro. En realidad, en este pasaje no se pretende proscribir
la prontitud en el saludo, sino que se quiere quitar el obstáculo de una
obligación que se debe cumplir, con el fin de enseñarnos que, cuando existe
un precepto divino, se debe considerar el humano como secundario. El saludo
es, ciertamente, una hermosa costumbre, pero el cumplir prontamente las
órdenes de Dios es algo todavía más hermoso, y su demora lleva consigo,
muchas veces, una ofensa. Y aun la buena educación se ha de condenar, a
veces, para que la gracia divina no sufra detrimento, o aquélla sea un
impedimento para cumplir un deber, ya que con esa tardanza se cometería una
falta.
64. Hay otra virtud que se desprende de este pasaje, y es la de no pasar de
una casa a otra llevado de un sentir vagabundo, y esto con el fin de que
guardemos la constancia en el amor a la hospitalidad y no rompamos con
facilidad la unión de una amistad sincera, antes bien llevemos ante nosotros
el anuncio de la paz, de suerte que nuestro arribo sea saludado con una
bendición de paz, contentándonos con comer y beber lo que nos presentaren,
no dando lugar a que se menosprecie el símbolo de la fe, y predicando el
Evangelio del reino de los cielos, sacudiendo el polvo de los pies si
alguien nos juzgase indignos de ser hospedados en su ciudad.
65. También nos enseña que los que no quieran aceptar el Evangelio, se harán
reos de penas más graves que los que creyeron que la Ley se podía violar a
la manera de Tiro y Sidón, que no hubieran dejado de remediar su mal con la
penitencia si hubieran visto tantas maravillas y gracias del cielo. Pero, en
verdad, ni se debe comparar esta prosperidad y vanidad del mundo a los dones
celestiales, ni se debe abandonar al hombre sin remedio, ya que cada uno
tiene la posibilidad de arrepentirse. Y cuando llegó el tiempo, descorrió el
velo del misterio celestial, es decir, se complació en revelar su gracia a
los pequeños con preferencia a los sabios de este mundo (Mt 11,25), que es
lo mismo que expone el apóstol Pablo con más detalle cuando dice: ¿No ha
hecho Dios necedad la sabiduría de este mundo? Porque el mundo no conoció a
Dios por medio de la sabiduría de Dios, plugo al mismo Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación (1 Co 1,20ss).
66. Por "pequeño" debemos entender a aquel que no sabe envanecerse ni
elogiar su prudencia con palabras engañosas, como hacen los filósofos.
Pequeño era ciertamente aquel que dijo: No se ensoberbece, Señor, mi
corazón, ni son altaneros mis ojos; no corro detrás de grandezas ni tras de
cosas demasiado altas para mí (Sal 130,1). Y para que entiendas que este tal
no era pequeño de edad o corto de inteligencia, sino que se hacía pequeño
por la humildad y por una depuesta jactancia, añadió: Pero he levantado mi
alma. ¿No ves qué grande era este pequeño y sobre qué cima de virtudes se
encontraba? Y así es como nos quiere el Apóstol, y por eso nos dice: Si
alguno entre vosotros cree que es sabio, según este siglo, hágase necio para
llegar a ser sabio; porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios
(1 Co3,18ss).
67. Y cuando Él dice que todo se lo ha entregado el Padre, nos muestra la
lógica de este hermosísimo pasaje de la fe. Así, al leer todo, debes
reconocer que es omnipotente, que no es distinto, ni tiene una naturaleza
diversa de la del Padre; y cuando lees "se le ha entregado", confiesas que
Él es el Hijo de quien todo es propio por naturaleza y por derecho de la
unidad de la sustancia, y no que sea algo que se le haya dado como por
gracia. Y por eso añadió: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo, o aquel a quien el Hijo quiera revelárselo.
68. Ahora recuerdo que he expuesto este punto en los libros en que he
tratado acerca de la fe. Y para que veas que, como el Hijo revela a su Padre
a los que quiere, así también el Padre revela a su Hijo a los que le place,
escucha al mismo Señor, que, alabando a Pedro porque le confesó Hijo de
Dios, le dice: Bienaventurado eres, Simón Bar-Jona, porque no es la carne y
sangre quien te ha revelado eso, sino mi Padre que está en los cielos (Mt
16,17).
69. Este texto pone al descubierto a aquellos que se creen peritos en la Ley
y que conocen la letra, pero ignoran su espíritu, y precisamente a ellos es
a quienes va dirigido. Y ya desde el primer capítulo de esa Ley nos
demuestran que no la conocen, puesto que dicha Ley, desde su comienzo, no
hace más que predicar al Padre y al Hijo, anunciando también el misterio de
la Encarnación del Señor, con estas palabras: Amarás al Señor tu Dios y
amarás al prójimo como a ti mismo.
70. Por eso el Señor dijo al legisperito: Haz esto y vivirás. Pero él, que
no sabía quién era su prójimo porque no conocía a Cristo, respondió: ¿Quién
es mi prójimo? De aquí concluimos que quien no conoce a Cristo, tampoco
conoce la Ley. Porque, ¿cómo es posible que conozca la Ley quien desconoce
la verdad, cuando la Ley es precisamente la que anuncia esta verdad?
(SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.7, 44-69, BAC,
Madrid, 1966, pp. 366-379)
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Aplicación: R.P. Alfredo Sáenz, S.J. - Los envió de dos en dos
El evangelio que acabamos de escuchar nos presenta a Jesucristo enviando
delante suyo a setenta y dos discípulos para anunciar la salvación por los
pueblos y campos de Palestina. Ya había elegido a los doce, que serían sus
apóstoles, y hoy vemos que a ese grupo original quiso agregar este nuevo,
más numeroso.
Con este gesto el Señor va anunciando su intención de establecer una
categoría de hombres que colaborará más estrechamente en la obra de la
redención, actuando por delegación suya y en su nombre, "para que lo
precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir". Es clara su
voluntad de que esta institución se extienda, para que la obra de la
salvación cuente con la ayuda inestimable del sacerdocio. Estos hombres
debían preparar la llegada de Jesucristo, ocupar su lugar, hacerse
instrumentos de la redención que Él vino a traer al mundo, ser como "otros
Cristos", para decirlo al modo como lo enseñan los teólogos.
Si el sacerdote actúa en el nombre y en el lugar de Cristo, será conveniente
recordar, aunque sea someramente, cuál es la misión del Redentor, para poder
entender y explicar mejor la función de sus enviados. El ha bajado desde el
cielo para salvar al mundo mediante el misterio de su muerte y resurrección,
o lo que llamamos el misterio pascual. Al ser hombre verdadero, representa
auténticamente a toda la humanidad, y el hecho de ser Dios verdadero, otorga
a su acto redentor el mérito infinito de la persona que lo lleva a cabo. Por
eso su sacrificio nos aprovecha a todos, ese sacrificio aceptado por Dios
Padre como ofrenda agradable para la salvación del mundo. La redención
obrada por Cristo está marcada por la exuberancia, por el exceso, podríamos
decir, tan propio de las obras de Dios. Por eso hoy el Señor nos habla de
una "cosecha abundante", así como en otro lugar nos dice que vino a la
tierra "para que tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia". El amor
redentor del Verbo Encarnado no se derrama sobre el mundo con cuentagotas
sino a raudales, en consonancia con la generosidad divina. Pero esta siembra
copiosa de dones salvíficos que debe producir esta abundante recolección,
necesita llegar a cada uno de los hombres, de todos los sitios y de todos
los tiempos.
De ahí entonces la necesidad proclamada hoy de que existan muchos
“trabajadores”, para que el fruto maduro pueda ser recogido. Si bien la
redención está viva y operante desde que Jesucristo -murió en el Calvario,
es necesario que se concrete en cada ser humano, es menester que se
"aplique" a cada hombre, y para eso el Señor dispuso la intervención
mediadora de los sacerdotes que llevan por todas partes la palabra divina,
la gracia y el perdón. El sacerdocio es un misterio que sólo tiene razón de
ser en el amor insondable de Dios que quiere expandirse por todo el mundo,
actuar por todas partes y llegar a cada alma. El sacerdote hace presente a
Jesucristo a lo largo de la historia, para prolongar su acción redentora
siempre y en todas partes, para que los hombres puedan experimentar sin
interrupción la fuerza bienhechora de Aquel que pasó curando enfermos,
perdonando los pecados y enseñando las verdades arcanas de la vida misma de
Dios.
Ya sabemos qué es el sacerdocio y con qué finalidad ha sido instituido.
Veamos ahora cómo quiere Jesucristo a sus sacerdotes, según el evangelio de
este domingo.
Nos dice hoy, ante todo, que los envía como a "ovejas en medio de lobos",
dando a entender de este modo el peligro y lucha constantes que son
inherentes a la vida apostólica del sacerdote. Así como el Señor quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al cielo, el demonio trabaja
incesantemente para hacer estéril la redención y lograr, oponiéndose a la
voluntad salvífica de Dios, que muchas almas se pierdan para siempre. Esto
engendra una lucha permanente y sin tregua, que comenzó con la rebelión de
los ángeles malos, y culminará con el triunfo definitivo de Jesucristo en la
Parusía. Mientras llega ese momento, la lucha entre el bien y el mal, entre
la luz y las tinieblas, no se detiene, es algo que va acompañando siempre la
vida de la Iglesia y el apostolado de los sacerdotes.
"Como ovejas en medio de lobos". Encargo singular, comenta San Agustín,
contrario a lo que normalmente haría un general que busca la victoria. En
lugar de ofrecer todos los medios para el triunfo, el Señor envía a su
ejército inerme y débil, frente a la fuerza y ferocidad del enemigo. Los
vasallos de Jesucristo están llamados a participar de una obra grandiosa,
cual no hay otra en toda la historia: el rescate del género humano de su
destino de condenación. Sin embargo, esta gran obra se realiza con medios
humanamente pobres, porque la fuerza de la redención reside en el poder
oculto del amor de Dios. Toda su eficacia proviene de la cruz de Cristo, que
en términos puramente humanos puede considerarse un verdadero fracaso. Del
mismo modo que el Señor triunfó desde la ignominia, el anonadamiento y el
despojo, quiere que sus sacerdotes lleven adelante su obra desde la
precariedad y la desproporción de fuerzas naturales, para que así brille
solamente el poder de Dios, a quien es igual "dar la victoria, sea con
muchos o con pocos" (1 Sam14,6).
Esta confianza en la potestad divina está en consonancia con otra
característica de los enviados de Cristo, según nos lo presenta el
evangelio: su total abandono en las manos de la Providencia. Los sacerdotes
deberán marchar por el mundo, libres de excesivos cuidados temporales: "No
llevéis dinero, ni alforja... donde entréis, comed lo que os sirvan". Como
parte de esta pobreza de espíritu, el Señor quiere que renuncien también al
gozo legítimo de ver los frutos de su apostolado. Si ellos se hacen
visibles, el sacerdote deberá dar gracias a Dios y referir a su bondad y
gracia el éxito en las almas, pero si no se advierten dichos frutos no habrá
por ello de caer en el desánimo o en la tristeza. El mismo Jesucristo les
previene hoy que a veces su predicación caerá en saco roto: "Cuando no os
reciban... sacudid hasta el polvo de vuestros pies". Quiere advertirles que
a veces podrán experimentar "fracasos apostólicos", pero ello no habrá de
sumergirlos en el abatimiento. No necesariamente se deberán a deficiencias
de su acción. La palabra de Dios siempre necesita de la aceptación del
hombre que es evangelizado, y este hombre es libre, y puede rehusar su
respuesta al amor divino. La predicación más elocuente, y el ejemplo incluso
de una vida de gran santidad, pueden chocar con un alma endurecida que
rechaza la conversión, y en eso no hay culpa alguna del apóstol.
El Señor pide la lucha, el esfuerzo generoso, pero no exige la victoria. Él
la da cuando quiere y como quiere.
La distinción entre la acción evangelizadora y los frutos de la misma
resplandece con la mayor claridad en el evangelio de hoy. Allí les dice a
sus discípulos que si en alguna ciudad se los rechaza, no por ello deben
desesperarse; eso sí, en el día de la rendición de cuentas, "Sodoma será
tratada menos rigurosamente que esa ciudad". Supuesta la diligencia del
apóstol, Dios hace fructificar la predicación según su voluntad, sin mengua
para el mérito del enviado. No perdáis la paz, les dice a sus enviados,
porque "vuestros nombres están escritos en el cielo".
Todos nosotros, sacerdotes y laicos, si bien cada uno en su grado, hemos
sido llamados al apostolado. Aquella cierta indiferencia respecto a los
resultados, no debe hacemos perder el estado habitual de confianza y la
alegría consiguiente. La esperanza, particularmente del sacerdote, se funda
en el poder recibido de Jesucristo, que no es algo puramente humano sino que
brota del mismo Dios. Los discípulos enviados de nuestro evangelio se
asombraron por la eficacia que pudieron experimentar -"hasta los demonios se
nos someten en tu nombre"-, y el Señor, al tiempo que los confirma en su
seguridad, les anuncia mayor pujanza todavía, ya que les daría poder "para
vencer todas las fuerzas del enemigo". En el Calvario se ha logrado la
victoria sustancial. Las alternativas que vendrán luego, a lo largo de los
siglos, no son más que escaramuzas de una batalla que ya está ganada. Poco
importa que algún soldado aislado muera o sea hecho prisionero, cuando la
vanguardia ya ha coronado la posición. Nosotros pertenecemos a la Iglesia
fundada por Jesucristo, cuya cabeza ha vencido definitivamente al demonio,
al pecado y a la muerte con la fuerza del misterio pascual. Es indiferente
que nosotros, individualmente, seamos escuchados o desoídos, perseguidos o
no. Unidos al Señor por la gracia y la caridad, ya participamos de su
triunfo que legítimamente es también el nuestro.
Vamos ahora a continuar el Santo Sacrificio de la Misa, que actualiza el
misterio soberana y definitivamente eficaz de la Cruz. Ella es la fuente
inexhausta de la fecundidad espiritual de los sacerdotes y el firme
fundamento de nuestra esperanza. Que Jesucristo, Sumo y Eterno sacerdote,
conceda una y otra a su Iglesia, con la abundancia propia de su generoso
amor.
(ALFREDO SÁENZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed. Gladius, 1994, pp. 214-218)
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Aplicación: Concilio Vaticano II – Decreto Apostolicam Actuositatem
Capítulo I Vocación de los laicos al apostolado
Participación de los laicos en la misión de la Iglesia
2. La Iglesia ha nacido con el fin de que, por la propagación del Reino de
Cristo en toda la tierra, para gloria de Dios Padre, todos los hombres sean
partícipes de la redención salvadora, y por su medio se ordene realmente
todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a
este fin, se llama apostolado, que ejerce la Iglesia por todos sus miembros
y de diversas maneras; porque la vocación cristiana, por su misma
naturaleza, es también vocación al apostolado. Como en la complexión de un
cuerpo vivo ningún miembro se comporta de una forma meramente pasiva, sino
que participa también en la actividad y en la vida del cuerpo, así en el
Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, “todo el cuerpo crece según la
operación propia, de cada uno de sus miembros” (Ef., 4,16).Y por cierto, es
tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo (Cf. Ef., 4,16),
que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del
cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo.
En la Iglesia hay variedad de ministerios, pero unidad de misión. A los
Apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de
santificar y de regir en su mismo nombre y autoridad. Mas también los laicos
hechos partícipes del ministerio sacerdotal, profético y real de Cristo,
cumplen su cometido en la misión de todo el pueblo de Dios en la Iglesia y
en el mundo.
En realidad, ejercen el apostolado con su trabajo para la evangelización y
santificación de los hombres, y para la función y el desempeño de los
negocios temporales, llevado a cabo con espíritu evangélico de forma que su
laboriosidad en este aspecto sea un claro testimonio de Cristo y sirva para
la salvación de los hombres. Pero siendo propio del estado de los laicos el
vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, ellos son llamados
por Dios para que, fervientes en el espíritu cristiano, ejerzan su
apostolado en el mundo a manera de fermento.
Fundamento del apostolado seglar
3. Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del
apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en
el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la
fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo
Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 Pe.,
2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y
para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que
es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los
Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía.
El apostolado se ejerce en la fe, en la esperanza y en la caridad, que
derrama el Espíritu Santo en los corazones de todos los miembros de la
Iglesia. Más aún, el precepto de la caridad, que es el máximo mandamiento
del Señor, urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el
advenimiento de su reino, y la vida eterna para todos los hombres: que
conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Cf. Jn., 17,3).
Por consiguiente, se impone a todos los fieles cristianos la noble
obligación de trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea
conocido y aceptado por todos los hombres de cualquier lugar de la tierra.
Para ejercer este apostolado, el Espíritu Santo, que produce la
santificación del pueblo de Dios por el ministerio y por los Sacramentos,
concede también dones peculiares a los fieles (Cf. 1 Cor., 12,7)
“distribuyéndolos a cada uno según quiere” (1 Cor., 12,11), para que “cada
uno, según la gracia recibida, poniéndola al servicio de los otros”, sean
también ellos “administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe.,
4,10), para edificación de todo el cuerpo en la caridad (Cf. Ef., 4,16).
De la recepción de estos carismas, incluso de los más sencillos, procede a
cada uno de los creyentes el derecho y la obligación de ejercitarlos para
bien de los hombres y edificación de la Iglesia, ya en la Iglesia misma., ya
en el mundo, en la libertad del Espíritu Santo, que “sopla donde quiere”
(Jn., 3,8), y, al mismo tiempo, en unión con los hermanos en Cristo, sobre
todo con sus pastores, a quienes pertenece el juzgar su genuina naturaleza y
su debida aplicación, no por cierto para que apaguen el Espíritu, sino con
el fin de que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (Cf. 1 Tes., 5,12;
19,21).
La espiritualidad seglar en orden al apostolado
4. Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo el
apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado
seglar depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “El que
permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí nada podéis
hacer” (Jn. 15,4-5). Esta vida de unión íntima con Cristo en la Iglesia se
nutre de auxilios espirituales, que son comunes a todos los fieles, sobre
todo por la participación activa en la Sagrada Liturgia, de tal forma los
han de utilizar los fieles que, mientras cumplen debidamente las
obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la vida, no
separen la unión con Cristo de las actividades de su vida, sino que han de
crecer en ella cumpliendo su deber según la voluntad de Dios.
Es preciso que los seglares avancen en la santidad decididos y animosos por
este camino, esforzándose en superar las dificultades con prudencia y
paciencia. Nada en su vida debe ser ajeno a la orientación espiritual, ni
las preocupaciones familiares, ni otros negocios temporales, según las
palabras del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El” (Col.,
3,17).
Pero una vida así exige un ejercicio continuo de fe, esperanza y caridad.
Solamente con la luz de la fe y la meditación de su palabra divina puede uno
conocer siempre y en todo lugar a Dios, “en quien vivimos, nos movemos y
existimos” (Act., 17,28), buscar su voluntad en todos los acontecimientos,
contemplar a Cristo en todos los hombres, sean deudos o extraños, y juzgar
rectamente sobre el sentido y el valor de las cosas materiales en sí mismas
y en consideración al fin del hombre.
Los que poseen esta fe viven en la esperanza de la revelación de los hijos
de Dios, acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor.
Escondidos con Cristo en Dios, durante la peregrinación de esta vida, y
libres de la servidumbre de las riquezas, mientras se dirigen a los bienes
imperecederos, se entregan gustosamente y por entero a la expansión del
reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales
con el espíritu cristiano. En medio de las adversidades de este vida hallan
la fortaleza de la esperanza, pensando que “los padecimientos del tiempo
presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en
nosotros” (Rom., 8,18).
Impulsados por la caridad que procede de Dios hacen el bien a todos, pero
especialmente a los hermanos en la fe (Cf. Gál., 6,10), despojándose “de
toda maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias” (1
Pe., 2,1), atrayendo de esta forma los hombres a Cristo. Mas la caridad de
Dios que “se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu
Santo, que nos ha sido dado” (Rom., 5,5) hace a los seglares capaces de
expresar realmente en su vida el espíritu de las Bienaventuranzas. Siguiendo
a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbece por la
abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no
ambicionan la gloria vana (Cf. Gál., 5,26) sino que procuran agradar a Dios
antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (Cf.
Lc., 14,26), a padecer persecución por la justicia (Cf. Mt., 5,10),
recordando las palabras del Señor: “Si alguien quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt., 16,24). Cultivando entre
sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad.
La espiritualidad de los laicos debe tomar su nota característica del estado
de matrimonio y de familia, de soltería o de viudez, de la condición de
enfermedad, de la actividad profesional y social. No descuiden, pues, el
cultivo asiduo de las cualidades y dotes convenientes para ello que se les
ha dado y el uso de los propios dones recibidos del Espíritu Santo.
Además, los laicos que, siguiendo su vocación, se han inscrito en alguna de
las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, han de esforzarse al
mismo tiempo en asimilar fielmente la característica peculiar de la vida
espiritual que les es propia. Aprecien también como es debido la pericia
profesional, el sentimiento familiar y cívico y esas virtudes que exigen las
costumbres sociales, como la honradez, el espíritu de justicia, la
sinceridad, la delicadeza, la fortaleza de alma, sin las que no puede darse
verdadera vida cristiana.
El modelo perfecto de esa vida espiritual y apostólica es la Santísima
Virgen María, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras llevaba en este
mundo una vida igual que la de los demás, llena de preocupaciones familiares
y de trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo, cooperó de un modo
singularísimo a la obra del Salvador; más ahora, asunta el cielo, “cuida con
amor maternal de los hermanos de su Hijo, que peregrinan todavía y se
debaten entre peligros y angustias, hasta que sean conducidos a la patria
feliz”. Hónrenla todos devotísimamente y encomienden su vida y apostolado a
su solicitud de Madre.
(CONCILIO VATICANO II, Decreto Apostolicam Actuositatem, Sobre el apostolado
de los seglares, nn. 2- 4)
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Aplicación: San Juan Pablo II - Los laicos convocados a una
nueva evangelización en íntima unión con Cristo
1. Los laicos convocados a una nueva evangelización
"La gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de Nuestro
Señor Jesucristo" (Gal 1,3).
En la narración del evangelista San Lucas que acabamos de oír, el Señor
designa y envía setenta y dos discípulos a todos los pueblos y lugares donde
Él pensaba ir. Además de los Apóstoles y siguiendo su testimonio, muchos
otros son llamados y enviados por el Señor para que, a lo largo de los
siglos y hasta nuestros días, fueran precursores, mensajeros y testigos que
anuncien la presencia y llegada de Cristo y proclamen el advenimiento del
Reino de Dios.
Vosotros formáis parte de esa multitud ininterrumpida de discípulos que, de
generación en generación, y en todos los pueblos y ciudades, en todas las
culturas, ambientes y naciones, son testigos y pregoneros de la cercanía de
ese reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de
justicia, de amor y de paz (cfr. Lumen Gentium, 36).
"La mies es mucha y los obreros pocos" (Lc 10,2). El campo de labor que se
abre hoy ante los ojos del Apóstol es inmenso. No faltan las ciudades que,
ayer como hoy, no escuchan y rechazan a los discípulos del Señor, enviados
"como corderos en medio de lobos" (Lc 10,3). El materialismo, el consumismo,
el secularismo han obnubilado y endurecido el corazón de muchos hombres.
Pero hay muchas casas y ciudades que viven en la ley del Señor, que reciben
"como río de paz", según las palabras del profeta Isaías (Is 66,12). ¡La
mies es abundante! ¡Se necesitan muchos brazos que trabajen en la
construcción del reino de Dios!
Por eso el Concilio Vaticano II destacó con claridad y fuerza particulares,
que toda vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al
apostolado (cfr. Apostolicam actuositatem,3), invitando a todos los laicos a
redescubrir su dignidad bautismal de discípulos del Señor, de obreros de la
mies, y a reavivar su responsabilidad apostólica ante la magnitud de la
tarea.
2. En íntima unión con Cristo
Por el bautismo y la confirmación, por la participación en el sacerdocio de
Cristo, como miembros vivos de su Cuerpo, los laicos participan en la
comunión y en la misión de la Iglesia. La Iglesia quiere y necesita laicos
santos que sean discípulos y testigos de Cristo, constructores de
comunidades cristianas, transformadores del mundo según los valores del
Evangelio.
La formación cristiana de los laicos requiere una pedagogía pastoral que
ilumine y oriente con la luz y la fuerza de la fe. La fe profesada tiene que
convertirse en vida cristiana. "Desead la paz a Jerusalén" (Sal 122,6)
rezábamos en el Salmo responsorial; que la nueva Jerusalén, que es la
iglesia, sea "como una ciudad bien unida y compacta" (Sal 122,3) en la
fraternidad y el amor.
(Homilía de San JUAN PABLO II en Bucaramanga, Colombia el 6 de julio de
1986)
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Aplicación: R.P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Ser operadores de paz Lc
10, 1-11.17-20)
“En la casa en que entréis, decid primero: paz a esta casa”.
El Señor envía a sus discípulos haciéndolos mensajeros de su paz1.
El profeta Isaías2 nos habla de Jerusalén3 como la ciudad alimentada
abundantemente por la paz de Dios.
San Pablo4 se gloría en la cruz de Cristo que produce los hombres nuevos a
imagen de Cristo, hombres de paz y misericordia.
La paz que todos anhelamos sólo la da Jesús, “Él es nuestra paz”5. Donde
está Jesús hay paz.
La Jerusalén celestial es la ciudad de paz por antonomasia porque en ella
mora Cristo y todos los hombres cristificados. La Jerusalén terrena que es
la Iglesia tiene una paz imperfecta porque sus miembros crecen
permanentemente en la imitación de Cristo y en ella también hay miembros que
han perdido la paz por haberse alejado de Cristo y no tener su gracia.
Cada uno de nosotros tiene que hacer de su alma una Jerusalén cada vez más
semejante a la Jerusalén celestial. Nuestra alma es Jerusalén cuando tiene
paz, cuando está en gracia, cuando tiene una conciencia limpia.
Si nosotros queremos ser mensajeros de paz como lo quiere Cristo, y todo
cristiano debe ser mensajero de paz porque es portador de Cristo, debemos
pacificarnos primero nosotros mismos y nuestra paz redundará alrededor
nuestro.
La paz es la tranquilidad en el orden, dice San Agustín6. Conseguimos el
orden cuando todo nuestro ser se orienta a Dios, imita a Cristo. Por eso la
paz es algo que nunca se termina de alcanzar. Es un anhelo indeleble de
todos los hombres pero que no tiene término en esta vida porque siempre se
puede ordenar más el alma, porque nunca se termina de imitar perfectamente a
Cristo, porque podemos crecer indefinidamente en la gracia de Dios. Por
tanto en esta vida la paz siempre será imperfecta.
Tenemos que buscar esta paz en nuestro interior y paradójicamente la paz se
consigue en la guerra a nuestros desórdenes internos. La paz es fruto de la
cruz. Cuando crucifiquemos el hombre viejo y nazca el hombre nuevo en
nuestra alma allí recién alcanzaremos la paz porque habremos derrotado a
todos nuestros enemigos: el demonio, el mundo y la carne7.
Después de alcanzar la paz en nuestro interior podremos poner paz a nuestro
alrededor. La paz entre los hombres se da en la concordia, es decir, cuando
los corazones de los hombres buscan un mismo fin. En definitiva habrá paz en
lo social cuando los hombres tengan a Cristo en sus almas, cuando todos
aspiren a cumplir sólo la voluntad de Dios.
Cristo en todas las almas y en el mundo la paz. Esa es la verdadera paz que
vino a traernos Cristo y es fruto de su cruz. No es la paz simple ausencia
de guerras o equilibrio entre fuerzas bélicas, esa es una paz inestable y
fundada no en un verdadero orden sino en un orden impuesto por la violencia.
Cuando alcanzamos la paz interior también podemos reaccionar ante la
violencia de los demás hombres con mansedumbre y esto es lo que vence la
discordia, el odio y la venganza. Pero si no tenemos paz en nuestra alma la
reacción ante la violencia es la violencia y la ira y esto aumenta la
discordia a nuestro alrededor y desasosiega aún más nuestra alma.
La falta de paz viene por el pecado. Cuando nuestra conciencia está sucia
nos falta la paz. La sociedad en que reina el pecado es una sociedad de odio
y violencia donde los hombres buscan sus propios intereses sin importarles
los de los demás.
Nuestra misión como la de los setenta y dos discípulos es llevar la paz a
todas las almas. La paz que trae el Reino de Cristo anticipo de la futura
Jerusalén celeste, la verdadera ciudad de paz.
Busquemos cada día pacificarnos más a nosotros mismos. Ordenar lo
desordenado en orden a Dios y así conseguiremos la paz. Es un trabajo arduo
de cada día. Siempre hay algo que podemos mejorar en la imitación de Jesús,
“príncipe de Paz”8.
Pidamos a María reina de la paz que nos conceda la gracia de tener paz en
nuestras almas para ser portadores de la paz en el mundo: “Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”9.
(1) Cf. Is 52, 7
(2) 66, 10-14c
(3) El nombre de Jerusalén procede de las
palabras: shalem o shalom (???'), que significa paz en hebreo antiguo, y
yeru (???), casa (ciudad), por lo que Jerusalén significa por tanto casa de
la paz.
(4) Cf. Ga 6, 14-18
(5) Ef 2, 14
(6) San Agustín, La Ciudad de Dios, XIX, 13,
O.C., t.XVII…, 588
(7) Cf. San Juan de la Cruz, Cautelas, O.C., BAC
Madrid 198211, 57 s
(8) Is 9, 5
(9) Mt 5, 9
No basta con ser buenos cristianos
Tal vez ustedes tengan algún empleado. Es un hombre modelo. No es ladrón, ni
bebedor. Al contrario, es fiel, cumplidor de sus deberes, sin vicios. ¡Qué
modelo de empleado!, decís, ¡Pero esperad! Ese criado está sentado todo el
día. No se preocupa para nada de la casa. No cuida vuestros bienes y vuestra
hacienda. ¿Qué pensarían de él?
Ustedes tal vez conozcan a un labrador. Hombre de bien a carta cabal, serio,
simpático. ¡Qué modelo de labrador!, diréis. ¡Pero esperad! Ese labrador no
hace nada, se pasa el día con las manos cruzadas, no cultiva las tierras, no
ara, no siembra. ¿Para qué sirve?
Pues bien, así tiene Dios muchos criados formidables. Formales, virtuosos,
cristianos. Pero no se preocupan de su gloria; no mueven un dedo por el
esplendor de su casa; no trabajan por la salvación de los demás. ¿En qué
estima los tendrá Dios?
Así tiene Dios muchos labradores. Hombres de bien, religiosos, llenos acaso
de virtud. Pero no hacen nada por la heredad del Señor, no siembran su
palabra, no labran las conciencias ajenas. No propagan el Reino de Cristo,
no evangelizan a los pobres. ¿Para qué sirven?
No basta ser buenos cristianos. Hay que ser apóstoles.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander,
1959, p. 81)
(Cortesía: iveargentina.org et alii)