Domingo 21 del Tiempo Ordinario C - Entrad por la puerta estrecha - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: Alois Stöger La salvación ofrecida a todos
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - El cielo y el
infierno
Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Salvación
Santos Padres: San Agustín - El pequeño número de los elegidos (Lc 13,
21-24)
Santos
Padres: San Juan Crisóstomo I - La puerta estrecha
Santos Padres: San Juan Crisóstomo II - No basta decir: "Señor, Señor"
Aplicación P. Alfredo Sáenz, S. J. - El amor a la cruz
Aplicación: San Juan Pablo II - Todos estamos llamados a la salvación
Aplicación: Padre Raniero Cantalamessa OFMCap - Entrar por la puerta
estrecha
Aplicación: Benedicto XVI - La puerta estrecha
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La salvación eterna (Lc 13,22-30)
Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Alois Stöger La salvación ofrecida a todos
La vida itinerante de Jesús es renuncia. Así debe ser por disposición
divina. Como tal, ha de ser modelo para losque le sigan, y muy en particular
para sus discípulos. La primera sección del relato del viaje comenzó con
el llamamiento a seguir a Jesús en su marcha hacia Jerusalén (9,51-62), la
segunda muestra claramente adónde se va: a Jerusalén, a la ciudad de la
glorificación de Jesús, pero también a la ciudad de su muerte. Quien quiera
ser glorificado con él, debe estar también resuelto a tomar en serio su
seguimiento como discípulo y a elegir. La tercera sección del relato del
viaje conducirá cerca de Jerusalén: el reino de Dios está ya presente, el
Hijo del hombre ha de venir. ¿Cuáles son las condiciones para que la venida
no acabe en condenación, sino en salvación(17,11-19,27)? Lo que tiene lugar
durante la marcha de Jesús hacia Jerusalén servirá de enseñanza a la
Iglesia, que entra en la gloria mediante una labor itinerante de misión y
pasando por persecuciones y sufrimientos. (…) a) La ciudad de la
glorificación (Lc/13/22-30).
22 Y atravesaba ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino a
Jerusalén. Jesús está en camino.
Su viaje es viaje de misión, su caminar es
acción, su acción es enseñar (Cf.4,15.31; 5,3.17;6,6; 13,10; 19,47; 20,1.21;
21,37; 23,5).
Enseña que las promesas divinas de salvación, contenidas en la Escritura,se
están cumpliendo ahora por medio de él (4,21); enseña el camino de Dios
(20,21), la forma de vida que aguarda Dios de los hombres; enseña los caminos
de salvación (Hec_16:17), lo que es necesario para alcanzar la salvación
eterna (cf. 13,23). Expone su doctrina en ciudades y aldeas; a todos se
ofrece la salvación que él anuncia. Todos son llamados a tomar una decisión,
a optar por la voluntad de Dios o contra ella en este tiempo de salvación,
que se inaugura. Los dos escritos de Lucas están llenos de una dinámica
apostólica sin reposo, impuesta por la necesidad de la misión divina (13,33),
la voluntad salvadora de Dios. Jesús, que camina de un lugar a otro, es
modelo de los apóstoles itinerantes, su camino prepara el testimonio
apostólico. De los apóstoles se dice: «Después de dar pleno testimonio y de
predicar la palabra del Señor... iban evangelizando muchas aldeas de
samaritanos» (Hec_8:25). «Felipe se encontró en Azoto y de paso iba
evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hec_8:40). Sobre
todo Pablo es, según los Hechos de los apóstoles, el viajero infatigable.
La aparición de Jesús en Israel indica la futura misión de la Iglesia y es su
presupuesto histórico. La meta de la marcha de Jesús es Jerusalén (Lc_9:51).
Allí le aguarda la «elevación»: pasión y glorificación, muerte y ascensión al
cielo. El término de su peregrinación es el cielo; los apóstoles le miraban
mientras «se iba» al cielo (Hec_1:10). Lo que Jesús experimenta y enseña en
su marcha indica a los discípulos el camino de la resurrección personal y de
la salvación. Los apóstoles son «siervos del Dios Altísimo, que anuncian el
camino de salvación» (Hec_16:17).«Confirman los ánimos de los discípulos,
exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que por
muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino de Dios»
(Hec_14:22).
23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
¿Quién se salva? ¿Quién va al cielo? ¿Quién entra en el reino de Dios? Estas
son preguntas candentes que sepresentan en el camino de la vida. ¿A quién no
le escuece en el alma la cuestión de la salvación y de la salud? Uno le
pregunta por el número de los que se salvan. ¿Son pocos? Aquel hombre se
dirige a Jesús como al Señor. Para él es Jesús una autoridad destacada en
cuestiones de la salvación al final de los tiempos. Le hacían
estas preguntas: «¿Qué haría yo para heredar la vida eterna?» (Lc_18:18),
«¿Cuándo vendrá el reino de Dios?»(Lc_17:20), «Señor, ¿es ahora cuando vas a
restaurar el reino a Israel?» (Hec_1:6). Como Señor que es, dispone del
reino, porque el Padre se lo ha confiado (Lc_22:29). La doctrina de los
fariseos dominante en la época de Jesús decía: «Todo Israel tiene
participación en el mundo venidero» (Mishna, Sanhedrín 10,1)
En otros círculos se pensaba en forma más pesimista: «Sólo a pocos traerá
alivio el mundo venidero, a muchísimos, en cambio, fatiga» (4 Esd_5:47). ¿Qué
decir? Jesús no zanja la cuestión, no quiere zanjarla. ¿Por qué pregunta el
hombre por el número? ¿No busca ocultamente seguridad en el número? Si todo
Israel se ha de salvar, entonces está uno seguro. Si el número es pequeño,
¿para qué, pues,molestarse? Los números son un impedimento para lo que
quiere Jesús con su predicación. Jesús llama a tomar partido por el actual
ofrecimiento de Dios. Esto es lo que importa, no saber el número...
23b él les contestó: 24 Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; que
muchos -os lo digo yo- intentarán entrar, pero no lo conseguirán.
La salvación al final de los tiempos se asemeja a un banquete que se celebra
en una sala cuya puerta es estrecha. Hay que imaginársela muy estrecha. Con
una imagen un tanto atrevida dice Jesús en una ocasión que es más fácil a un
camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios (Lc_18:25).
Delante de la puerta se produce gran aglomeración. Todos quieren entrar y
participar en el banquete. Sólo el que emplea la fuerza puede abrirse paso
entre la multitud apiñada. Sólo el que se impone las fatigas de
una competición puede lograr entrar. El deportista pone en juego en los
últimos minutos todas las fuerzas que han de decidir la victoria. Para
salvarse es necesario emplear todas las fuerzas. Jesús invita: Esforzaos.
Los escritos apocalípticos, que por los días de Jesús hablaban mucho del
tiempo final y de la gloria, contaban entre las mayores satisfacciones de
los que iban por los caminos del Altísimo, «el haber combatido en dura pelea
para sofocar la malicia ingénita, de modo que ésta no los lleve de la vida a
la muerte» (4Esd_7:92). Jesús mismo combatió de esta manera en el huerto de
los Olivos y poniendo en tensión todas sus fuerzas tomó en su mano el cáliz
de la pasión y la muerte que le estaba reservada (Lc_22:44). Para llegar a su
elevación al cielo tiene que pasar por esta tensión y por este forcejeo.
El camino de la salvación es el seguimiento de Jesús por el camino de
Getsemaní y del Calvario, por la aceptación de la muerte y por la muerte
misma (Lc_9:57-62). De estos esfuerzos y de este combate escribe
Pablo: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, para la
que fuiste llamado y cuya profesión hiciste en una hermosa confesión ante
muchos testigos» (1Ti_6:12). Y otra vez: «He combatido el buen combate,
he realizado plenamente la carrera, he guardado la fe. Y ahora está ya
preparada para mí la corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel
día el Señor, el juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que
hayan mirado con amor su aparición» (/2Tm/04/07s). La puerta estrecha sólo
está abierta por cierto tiempo. Desde que Jesús anunció el tiempo de
salvación, está abierta la puerta (Lc_4:21).
El plazo vencerá cuando venga el Señor a juzgar. ¿Cuándo será esta hora?
¿Cuándose cerrará la puerta? Nadie lo sabe. Aun cuando el tiempo se
«extienda» hasta el fin, permanece incierto el momento en que se ha de cerrar
la puerta. Se ha inaugurado el tiempo de salvación, ahora es el tiempo
final. El llamamiento de Jesús impele a tomar una decisión, que no se puede
diferir. Muchos... no lo conseguirán. Los discípulos, a quienes el Padre ha
tenido a bien dar el reino, son sólo un pequeño rebaño (Lc_12:32). «Es
estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los
quedan con ella» (/Mt/07/14). Así pues, Jesús, con estas palabras, ¿indica,
con todo, un número y resuelve lacuestión de aquel hombre innominado con el
pesimismo del libro cuarto de Esdras? Jesús no quiere indicar ningún número;
lo que sí quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las
fuerzas, llamar a una decisión.
25 Después que el amo de casa se haya levantado a cerrar la puerta, vosotros
os quedaréis fuera ycomenzaréis a llamar a la puerta, diciendo: Señor,
ábrenos. Pero él os responderá: No sé de dónde sois vosotros.
La situación ha cambiado. El amo de casa se ha levantado, el banquete
comienza, se cierra la puerta. El que no haya entrado todavía tendrá que
quedarse fuera. Los que están fuera llaman. Por un agujero de la puerta
hablan con el amo de casa. Él había enseñado por sus calles. Ellos eran sus
contemporáneos. El amo de casa es Jesús. Todo llamar y todo rogar (Lc_11:9 s)
resulta inútil. No se utilizó la puerta que estaba abierta. Se ha
perdido definitivamente el «ahora» para entrar. La llamada de Jesús no
consiente dilaciones; es la llamada del profetaq ue prepara para el tiempo
final, es la llamada de última hora. Una vez que ha pasado el tiempo de
salvación,sólo queda el juicio. El que no aceptó la salvación ofrecida,
queda excluido y no es reconocido por Jesús, amo de la casa (cf. 12,9).
26 Entonces os pondréis a decir: Hemos comido y bebido en tu presencia, y en
nuestras plazas enseñaste. 27 Pero él os repetirá: No sé de dónde sois;
alejaos de mí todos los ejecutores de injusticia.
Los que quedan excluidos recuerdan al amo de la casa sus pasadas relaciones
con él. Le recuerdan la comunidad de mesa: Hemos comido y bebido en tu
presencia; le recuerdan la comunidad de maestro y discípulos: en nuestras
plazas enseñaste. El Señor había entrado con ellos en la comunión del dar y
recibir. Había vivido en supueblo, había ejercido su actividad en medio de
ellos. Todas las invocaciones de esta comunidad son ahora en vano. Su palabra
no fue tomada en serio, no se procedió según la voluntad de Dios por él
anunciada. Son ejecutores de injusticia. Es voluntad de Dios que se oiga y se
ponga en práctica el llamamiento de Jesús, que se siga su doctrina, que
se acepte el ofrecimiento hecho por Dios por medio de él. No aprovecha el
haber sido del mismo pueblo que Jesús, y ni siquiera el haber sido discípulo
suyo, si no se pone en práctica lo que él proclama. «No todo el que
dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple
la voluntad de mi Padre, que está en loscielos» (/Mt/07/21).
No salva la comunidad de mesa con Jesús y el bautismo, ni el haber oído su
palabra como discípulo, si todo esto no va unido con la obediencia de obra a
las palabras de Jesús, con la decisión personal en su favor. Aunque nosotros,
cristianos, tengamos comunidad de mesa con Jesús que mora entre nosotros,
aunque oigamos su palabra en la liturgia y aunque comamos su carne y bebamos
su sangre, todo esto no nos salva si no le obedecemos, si no cumplimos la
voluntad de Dios anunciada por él, si no nos decidimos por él (cf.
1Co_10:1-11).
28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis
a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios y
vosotros echados fuera. 29 En cambio, habrá quienes vengan de oriente y
de occidente, del norte y del sur, a ponerse a la mesa en el reino de Dios.
30 Porque mirad que hay últimos queserán primeros, y hay primeros que serán
últimos. Allí, delante de la puerta cerrada, habrá llanto y rechinar de
dientes. Es el conocido dolor de la desesperación,tantas veces expresado
(Mat_8:12; Mat_13:42.50 ; Mat_22:13; Mat_24:51; Mat_25:30).
Los que se han quedado fuera, los que han sido excluidos, descubren que
rechazaron a la ligera la gracia de Dios y que ahora están irremisiblemente
perdidos. Lloran. El remordimiento desesperado sacude todo su ser, su alma y
su cuerpo, les rechinan los dientes. Ellos mismos se atormentan pensando que
no aprovecharon el momento oportuno ni pusieron en juego todas sus fuerzas
para alcanzar la salvación ofrecida. Su dolor y los reproches que se hacen
son tanto mayores, por cuanto ven en los patriarcas y profetas la espléndida
salvación que también para ellos estaba preparada, que les estaba destinada
especialmente, porque Abraham, Isaac y Jacob eran sus patriarcas e
intercesores, porque ellos tenían la enseñanza de los profetas, que conduce a
la salvación. «Lanzan gritos los pecadores cuando ven cómo resplandecen
aquéllos (los justos)» (Henoc 108,15).
Les es especialmente doloroso ver la recompensa que está reservada a los que
creyeron en lost estimonios del Altísimo (4Esd_7:83). Jesús habla de las
suertes escatológicas en el estilo de la apocalíptica de la época, pero lo
nuevo de su predicación está en que la decisión sobre salvación o perdición
se pronuncia en razón del cumplimiento de su palabra, del seguimiento de
Jesús, de la decisión personal en su favor. Nadie puede culpar a Dios si no
logra salvarse, pues hasta los gentiles pueden entrar en el reino de Dios.
Ahora se cumple la predicción profética de la peregrinación escatológica a la
montaña de Dios: «Yahveh Sebaot preparará a todos los pueblos, sobre este
monte, un festín de vinos generosos, de manjares grasos y tiernos, de vinos
selectos y clarificados… Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el
Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo,
lejos de toda la tierra» (Isa_25:6-8).
Los que se hayan salvado cantarán el cántico de acción de gracias a que
aluden las palabras del texto: De oriente y de occidente, del norte y del
sur: «Alabad a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
Digan así los rescatados deYahveh, los que él redimió de mano del enemigo, y
los que reunió de entre las tierras de oriente y de occidente, del aquilón y
del austro» (Sal_106:1-3). Los últimos tiempos invierten las condiciones
presentes: Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos.
Hay paganos que entrarán en el reino de Dios, y judíos que serán excluidos
de él. Los judíos habían sido privilegiados en la historia de la salvación.
Por sus antepasados habían recibido las promesas llenas de bendiciones de
Dios, y por los profetas la palabra y la guía de Dios; pero esta posición
privilegiada no bastapara salvarlos. Los gentiles estaban privados de los
privilegios del pueblo de Dios, pero son admitidos en la celebración del
banquete que es imagen del reino de Dios. Se salva el que acepta el mensaje
de Jesús, se decide por él y le sigue. En el tiempo de salvación, que se ha
inaugurado con Jesús, ofrece Dios a los judíos como a los gentiles
la salvación, de la que se decide según la posición adoptada frente a Jesús.
Su palabra exige esfuerzo y lucha,seguimiento en el camino de Jerusalén,
donde le aguarda la muerte y la ascensión al cielo. ¿Serán sólo pocos los que
se salven? Nadie puede hacer valer derecho alguno a la salvación, pero en
Jesús ha ofrecido Dios las alvación a todos.
(Stöger, Alois,El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder,Madrid, 1969)
Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - El cielo y
el infierno
EL CIELO 1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están
perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre
semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf.
1 Co 13, 12;Ap 22, 4): Definimos con la autoridad apostólica: que, según la
disposición general de Dios, las almas de todos los santos... y de todos los
demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no
había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o
tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte
... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de
la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron,
están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial
con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte
y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una
visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto
XII: DS 1000; cf. LG 49).
1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y
de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los
bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la
realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y
definitivo de dicha.
1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts
4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran
allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): Pues la vida
es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el
reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo.
La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de
la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a
aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El
cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente
incorporados a El.
1027 Estes misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que
están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La
Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas,
vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó
para los que le aman" (1 Co 2, 9).
1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más
que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre
y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria
celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica": ¡Cuál no será tu
gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar
en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el
Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos encompañía de los justos y
de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San
Cipriano, ep.56,10,1).
1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con
alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación
entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos delos
siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
El Infierno
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar
unidos con Dios. Pero no podemos amar a Diossi pecamos gravemente contra El,
contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en
la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que
ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro
Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las
necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf.
Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor
misericordioso de Dios, significa permanecer separadosd e El para siempre por
nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de
la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la
palabra "infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se
apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc9,43-48) reservado a los que, hasta el
fin de su vida rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez
el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que
"enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y
los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la
condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su
eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden
a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas
del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351;
1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación
eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y
la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del infierno son un llamamientoa la responsabilidad con la que el
hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella;mas
¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y
pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) : Como no sabemos ni el día ni
la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en
vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra,
mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos
mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las
tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que
eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y
persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias
diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que
"quiere que nadie perezca, sino quetodos lleguen a la conversión" (2 P 3,
9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu
familia santa, ordena en tu paz nuestrosdías, líbranos de la condenación
eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88).
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1023 – 1029; 1033 – 1037)
Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Salvación
La idea de salvación (fig. sozo y derivados) se expresa en hebreo con toda
una serie de raíces que se refieren a la misma experiencia fundamental:
salvarse uno es verse sustraído a un peligro en que estaba expuesto a
perecer. Según la naturaleza del peligro, el acto de salvar tiene afinidad
con la protección, la liberación, el rescate, la curación, y la salvación la
tiene con la victoria, la vida, la paz... A partir de tal experiencia humana
y utilizando los términos mismos que la expresaban, explicó la revelación
los aspectos más esenciales de la acción de Dios en la tierra : Dios salva a
los hombres, Cristo es nuestro salvador (Lc 2,11), el Evangelio aporta la
salvación a todo creyente (Rom 1,16). Hay, pues, aquí un término clave en el
lenguaje bíblico; pero sus resonancias finales no nos deben hacer olvidar el
lento proceso de elaboración.
(…)
NT. I. LA REVELACIÓN DE LA SALVACIÓN.
1. Jesús, salvador de los hombres.
a) En primer lugar se revela Jesús salvador mediante actos significativos.
Salva a los *enfermos curándolos (Mt 9,21 p; Me 3,4; 5.23; 6,56); salva a
Pedro caminando sobre las aguas y los dos discípulos sorprendidos por la
tempestad (Mt 8,25; 14,30). Lo esencial es creer en él: la *fe es la que
salva a los enfermos (Lc 8,48; 17,19; 18,42), y los discípulos se ven
reprochar el haber dudado (Mt 8,26; 14,31). Estos hechos muestran ya cuál es
la economía de la salvación. Sin embargo, no hay que limitarse a la salud
corporal.
Jesucristo aporta a los hombres una salvación mucho más importan-te: la
pecadora se salva porque le perdona sus pecados (Le 7,48ss), y la salvación
entra en casa de Zaqueo penitente (Lc 19,9). Para ser salvo es necesario,
pues, acoger con fe el Evangelio del Reino (cf. Lc 8,12). En cuanto a Jesús,
la salvación es el objetivo de su vida; vino acá abajo para salvar lo que se
había perdido (Lc 9,56; 19,10), para salvar al mundo y no para condenarlo
(Jn 3,17; 12,47). Si habla, es para salvar a los hombres (Jn 5,34). Él es la
*puerta: quien entre por ella será salvo (Jn 10,9).
b) Estas palabras dan a entender que el gran asunto es la salvación de los
hombres. El pecado los pone en peligro de perdición. *Satán está ahí, pronto
a intentarlo todo para perderlos y para impedir que se salven (Le 8,12). Son
ovejas perdidas (Le 15,4.7); pero Jesús ha sido enviado precisamente por
ellas (Mt 15, 24): ya no se volverán a perder si entran en su rebaño (Jn
10,28; cf. 6,39; 17,12; 18,9). Sin embargo, la salvación que ofrece tiene
una contrapartida: para quien no aproveche la oportunidad, es inminente e
irreparable el riesgo de perdición. Hay que hacer *penitencia a tiempo, si
no quiere uno perderse (Le 13,3.5). Hay que entrar por la puerta estrecha si
se quiere pertenecer al número de los salvados (Le 13,23s). Hay que
perseverar por este camino hasta el fin (Mt 24,13). La obligación de
desasimiento es tal que los discípulos se preguntan : "Entonces ¿quién podrá
salvarse?" Efectivamente, para los hombres es imposible, precisa un acto de
la omnipotencia (*poder) de Dios (Mt 19,25s p). Finalmente, la salvación que
ofrece Jesús se presenta bajo la forma de una paradoja: Quien quiera
salvarse se perderá, quien consienta en perderse, se salvará para la vida
eterna (Mt 10, 39; Le 9,24; Jn 12,25). Tal es la ley, y Jesús mismo se
somete a ella: él, que ha salvado a los otros, no se salva a sí mismo a la
hora de la *cruz (Mc 15,30s). Cierto que el Padre podría salvarle de la
muerte (Heb 5,7); pero precisamente por razón de esta *hora vino acá abajo
(Jn 12,27). Así pues, quien busque la salvación en la fe en él, deberá
*seguirle hasta este punto.
2. El Evangelio de la salvación.
a) Después de la resurrección y pentecostés, el mensaje de la comu-nidad
apostólica tiene por objeto la salvación realizada conforme a las
Escrituras. Por su *resurrección fue Jesús establecido por Dios "cabeza y,
salvador" (Act 5,31; cf. 13,23). Los *milagros operados por los apóstoles
confirman el mensaje: si se salvan enfermos por la virtud del *nombre de
Jesús, es que no hay otro nombre por el que hayamos de ser salvos (Act
4,9-12; cf. 14,3). Así el *Evangelio se define como la "pa-labra de la
salvación" (Act 13,26; cf. 11,14), dirigida primero a los judíos (Act
13,26), luego a las otras naciones (Act 13,47; 28,28). A cambio, se invita a
los hombres a creer "para salvarse de esta *generación extraviada" (Act
2,40). La condición de la salvación es la *fe en el Se-ñor Jesús (Act
16,30s; cf. Mc 16, 16), la invocación de su nombre (Act 2,21; cf. Jl 3,5).
Judíos y paganos se hallan en este sentido en posición idéntica. No se
salvan ellos mismos: la *gracia del Señor es la que los salva (Act 15,11).
Los apóstoles aportan, pues,. a los hombres la única "vía de salvación" (Act
(6,17). Los convertidos tienen tal conciencia de ello que se consideran a sí
mismos como el *resto que se ha de salvar (Act 2,47).
b) Esta importancia del tema de la salvación en la predicación primitiva
explica que los evangelistas Mateo y Lucas quisieran subrayar des-de la
infancia de Jesús su futuro papel de salvador. Mateo pone este papel en
relación con su nombre, que significa "Yahveh salva" (Mt 1, 21). Lucas le da
el título de Salvador (Lc 2,11). Hace saludar por boca de Zacarías el
próximo alborear de la salvación prometida por los profetas (1,69.71.77), y
por Simeón su aparición en la tierra en una perspectiva de universalismo
total (2,30). Finalmente, la predicación de Juan Bautista, según las
Escrituras, prepara las vías del Señor para que "toda carne vea la Salvación
de Dios" (3,2-6; cf. Is 40,3ss; 52,10). Los recuerdos conservados en la
sucesión de los evangelios presentan en forma concreta esta manifestación de
la salvación que culminará en la cruz y en la resurrección.
II. TEOLOGÍA CRISTIANA DE LA SALVACIÓN. Aunque los escritos apostólicos
recurren a un vocabulario variado para describir la obra *redentora de
Jesús, se puede intentar construir una síntesis de la doctrina cristiana en
torno a la idea de la salvación.
1. Sentido de la vida de Cristo. "Dios quiere la salvación de todos los
hombres" (lTim 2,4; cf. 4,10). Por eso envió a su Hijo como salvador del
*mundo (Un 4,14). Cuando apareció acá en la tierra "nuestro Dios y salvador"
(Tit 2,13), que venía para salvar a los pecadores (iTim 1.15), entonces se
manifestaron la gracia y el amor de Dios nuestro salvador (Tit 2,11; 3,4);
porque por su muerte y su resurrección vino a ser Cristo para nosotros
"principio de salvación eterna" (Heb 5,9), salvador del *cuerpo que es la
*Iglesia (Ef 5,23). El título de salvador conviene lo mismo al Padre (iTim
1,1; 2,3; 4, 10; Tit 1,3; 2,10) que a Jesús (Tit 1,4; 2,13; $3,6; 2Pe 1,11;
2,20; 3, 2.18). Por esto el Evangelio, que refiere todos estos hechos, es
"una *fuerza de Dios para la salvación de todo creyente" (Rom 1,16). Al
anunciarlo un *apóstol no tiene otro fin que la salvación de los hombres
(lCor 9,22; 10,33; lTim 1,15), ya se trate de paganos (Rom 11,11) o de
judíos, de los cuales por lo menos un *resto se salvó (Rom 9,27; 11,14)
antes de que finalmente se salve todo Israel (Rom 11,26).
2. Sentido de la vida cristiana. Una vez que se ha propuesto a los hombres
el Evangelio por la palabra apostólica, éstos tienen que hacer una elección
que determinará su suerte: la salvación o la pérdida (2Tes 2,10; 2Cor 2,15),
la *vida o la *muerte. Los que creen y *confiesan su fe se salvan (Rom
10,9s.13), siendo, por lo demás, sellada su *fe por la recepción del
*bautismo, que es una verdadera experiencia de la salvación (lPe 3,21). Dios
los salva por pura *misericordia, sin considerar sus obras (2Tim 1,9; Tit
3,5), por *gracia (Ef 2,5.8), dándoles el Espíritu Santo (2Tes 2,13; Ef
1,13; Tit 3,5s). A partir de este momento debe el cristiano guardar con
fidelidad la *palabra que puede salvar su *alma (Sant 1,21); debe alimentar
su fe con el conocimiento de las Escrituras (2Tim 3,15) y hacerla
fructificar en buenas *obras (Sant 2,14); debe trabajar con *temor y temblor
para "realizar su salvación" (Flp 2,12). Esto supone un ejercicio constante
de las virtudes saludables (1Tes 5,8), gracias a las cuales *crecerá con
vistas a la salvación (IPe 2,2). No está permitida la menor negligencia; la
salvación se ofrece a cada instante de la vida (Heb 2,3); "ahora es el *día
de la salvación" (2Cor 6,2).
3. La espera de la salvación final. Si somos así herederos de la salvación
(Heb 1,14) y estamos plenamente *justificados (Rom 5,1), sin embargo,
todavía no estamos salvados más que en *esperanza (Rom 8,24). Dios nos tiene
reservados para la salvación (1 Tes 5,9), pero se trata de una *herencia que
sólo se revelará al final del *tiempo (IPe 1,5). El esfuerzo de la vida
cristiana se impone porque cada día que pasa aproxima este final (Rom
13,11). La salvación, en el sentido fuerte de la palabra, se debe, pues,
considerar en la perspectiva escatológica del *día del Señor (lCor 3,lss;
5,5). *Reconciliados ya con Dios por la muerte de su Hijo y *justificados
por su *sangre, seremos entonces salvados por él de la *ira (Rom 5,9ss).
Cristo aparecerá para darnos la salvación (Heb 9,28). Por eso aguardamos
esta manifestación final del salvador, que acabará su obra transformando
nuestro *cuerpo (F1p 3,20s); en esto es nuestra salvación objeto de
esperanza (Rom 8,23ss). Entonces seremos salvados de la *enfermedad, del
*sufrimiento, de la *muerte; todos los males de que pedían ser librados los
salmistas y de los que Jesús, durante su vida, triunfaba por el milagro,
serán abolidos definitivamente. El cumplimiento de tal obra será la
*victoria por excelencia de Dios y de Cristo. En este sentido testimonian
las aclamaciones litúrgicas del Apocalipsis: "La salvación es de nuestro
Dios y del cordero" (Ap 7,10; 12,10; 19,1).
-> Gracia - Justicia - Liberación Enfermedad - Curación - Paz - Redención -
Victoria.
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Santos Padres: San Agustín - El pequeño número de los elegidos (Lc
13, 21-24)
3. Ciertamente son pocos los que se salvan. Aún recordáis la cuestión que
hace poco nos propuso el Evangelio. Se preguntó al Señor: ¿Son pocos los que
se salvan? ¿Qué respondió a esto el Señor? No dijo: «No son pocos, sino
muchos los que se salvarán». No dijo eso. ¿Qué dijo, pues, al oír son pocos
los que se salvarán? Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Habiendo
oído el Señor la pregunta: ¿Son pocos los que se salvan?, confirmó lo oído.
Por una puerta estrecha entran pocos. El mismo Señor dijo en otro lugar:
Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida, y pocos entran por él.
Ancho y espacioso es el que conduce a la perdición, y son muchos los que
caminan por él: ¿Por qué sentimos alegría frente a las multitudes? Oídme
vosotros los pocos.
Sé que sois muchos, pero obedecéis pocos. Veo la era, pero busco el grano.
Cuando se trilla en la era, el grano apenas se ve; pero llegará el tiempo de
la bielda. Pocos son, pues, los que se salvan en comparación de los muchos
que se pierden. Pero estos pocos han de constituir una gran masa. Cuando
venga el aventador trayendo en su mano el bieldo, limpiará su era,
recogiendo el trigo en el granero, y la paja la quemará en fuego
inextinguible. No se burle la paja del trigo. Esto es hablar la verdad y no
engañar a nadie. Sed muchos entre los muchos, pero sabiendo que en
comparación de cierta clase de muchos sois pocos. Porque de esta era ha de
salir tanto grano que llene los graneros del cielo. Pero no puede
contradecirse quien dijo que son pocos los que entran por la puerta estrecha
y muchos los que perecen por el camino ancho. ¿Puede contradecirse quien en
otra ocasión dijo: Muchos vendrán de oriente y de occidente? Vendrán muchos
pero en otro sentido pocos.
Pocos y muchos. ¿Unos serán los pocos y otros los muchos? No, sino que los
mismos pocos que son muchos, son pocos en comparación con los condenados y
muchos en la compañía de los ángeles. Oíd, amadísimos, lo que está escrito:
después de estas cosas, vi una multitud que nadie podía contar, de toda
lengua y nación y pueblo, que venían con estolas blancas y palmas en sus
manos. Esta es la multitud de los santos. Cuando haya sido aventada la era,
cuando haya sido separada la turba de los impuros y de los malos y falsos
cristianos y, separada la paja, enviados al fuego eterno estos que oprimen y
no tocan —cierta mujer tocaba la orla de Cristo, mientras que la turba le
oprimía—; en fin, cuando se haya consumado la separación de todos los
réprobos, ¡cuán clara no será la voz con que diga esta multitud de pie a la
derecha, purificada, sin temor a que se mezcle algún malo y sin miedo a que
se pierda alguno bueno, reinando ya con Cristo; con cuánta confianza ha de
decir: Yo conocí que el Señor es grande!
4. Hermanos míos, si hablo a granos, si los predestinados a la vida eterna
comprenden lo que digo, hablen con los hechos, no con las bocas. Me veo
obligado a hablaros lo que no debía. Pues debía encontrar en vosotros algo
que alabar y no preocuparme de qué amonestaros. Con todo, os lo diré en
pocas palabras; no me demoraré. Reconoced la hospitalidad; por ella alguien
llegó a Dios. Recibes al peregrino de quien también tú eres compañero de
viaje, puesto que todos somos peregrinos. Pues cristiano es el que en su
propia casa y en su propia patria se reconoce peregrino.
Nuestra patria se halla arriba; allí no seremos huéspedes, mientras que aquí
todos, incluso en su casa, son huéspedes. Si no es huésped, que no salga de
ella; y si ha de salir, entonces es huésped. No se engañe, es huésped.
Quiera o no, es huésped. Y si deja la casa a sus hijos, se trata de un
huésped que la deja a otros huéspedes. Si te encontrases en una posada, ¿no
marcharías al llegar otro a ella? Esto lo haces hasta en tu casa. Tu padre
te cedió el sitio; tú lo has de ceder a tus hijos. Ni tú has de permanecer
siempre en tu casa, ni tampoco aquellos a quienes se la dejas. Por tanto, si
todos pasamos, realicemos algo que no puede pasar, a fin de que, cuando
hayamos pasado y llegado al lugar de donde no hemos de pasar, encontremos
nuestras buenas obras. Cristo es el guardián; ¿por qué temes, entonces,
perder lo que das? Vueltos al Señor...
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
111, 3-4, BAC Madrid 1983, 791-4)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo I - La puerta estrecha
Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero
estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los
que la encuentran. La verdad es que más adelante dice el Señor: Mi yugo es
suave y mi carga ligera [1] .
Y en lo que poco antes nos ha dicho, nos dio a entender lo mismo. ¿Cómo
habla, pues, aquí de puerta estrecha yde camino angosto? Más aquí
particularmente, si bien lo miramos, nos hace ver el Señor que su doctrina
es ligera, fácil y hacedera. —Y ¿cómo —me dirás— puede ser fácil una puerta
estrecha y un camino angosto? —Pues justamente porque son camino y puerta.
Uno y otra, lo mismo si son anchos que estrechos, puerta son y camino. En
definitiva, nada de esto es permanente; todo son cosas, lo mismo lo triste
que lo alegre de la vida, por donde hay que pasar de largo. Y ya por esta
sola consideración es fácil la virtud, y más fácil aún si se mira al fin a
que conduce. No es el solo consuelo —y fuera suficiente consuelo— de los que
luchamos el pasar de largo por los trabajos y sudores, sino el término feliz
a que nos llevan, pues ese término es la vida eterna. Por una parte, pues, lo
pasajero de los trabajos y, por otra, la eternidad de la corona, no menos
que la consideración de que aquéllos son los primeros y ésta la que les
sigue, puede ser el mayor aliento en nuestros sufrimientos.
De ahí es que Pablo mismo llamó ligera a la tribulación, no porque lo sea en
sí misma, sino por la generosa voluntad de los que luchan y por la esperanza
de los bienes futuros. Porque una ligera tribulación —dice— nos produce
un peso eterno de gloria sobre toda ponderación, como no miremos nosotros a
lo visible, sino a lo invisible [2] .Porque, si a los marineros se les hacen
ligeros y soportables las olas y el alta mar, a los soldados las matanzas
y heridas, a los labradores los inviernos con sus hielos y a los púgiles los
ásperos golpes por la esperanza de las recompensas, perecederas al fin y
deleznables, ¿cuánta más razón hay para que no sintamos nosotros
trabajo alguno, cuando se nos propone por premio el cielo, los bienes
inefables y las recompensas inmortales? La estrechez del camino, motivo para
andarlo con fervor. Más si todavía hay quienes siguen creyendo que el camino
es trabajoso, ello es sólo invención de su tibieza. Mirad, si no, cómo nos lo
hace fácil por otro lado, al mandarnos que no nos mezclemos con los perros,
ni nos entreguemos a los cerdos, ni nos fiemos de los falsos profetas. Por
todas partes nos arma para el combate.
Y hasta el hecho mismo de llamarlo estrecho, contribuye de modo
especialísimo a hacerlo fácil, pues nos dispone a estar alerta. También Pablo
nos dice que nuestra lucha no es contra la carne y la sangre [3] .Mas no
habla así porque quiera desanimar a sus soldados, sino justamente para
levantar sus pensamientos. Así aquí el Señor llamó áspero al camino
justamente para sacudir la soñolencia de los caminantes. Y no sólo de
ese modo nos dispuso a estar alerta, sino añadiendo también que son muchos
los que tratan de echarnos la zancadilla. Y lo peor es que no atacan
abiertamente, sino con disimulo. Tal es la casta de los falsos profetas.
Sin embargo —dice el Señor—, no miréis que el camino es áspero y estrecho,
sino adónde va a parar; ni que el camino contrario es ancho y dilatado, sino
adónde os despeña. Todo esto lo dice para despertar nuestro fervor, al modo
que en otra ocasión dijo: Los violentos arrebatan el reino de los cielos [4]
. Porque, cuando el atleta ve que el presidente de los juegos admira lo
trabajoso de los combates, cobra nuevo ánimo en la lucha. No
nos desalentemos, pues, cuando de ahí nos resulten muchas molestias. Porque,
si es estrecha la puerta y angosto el camino por donde vamos, pero no así la
ciudad adónde vamos. No hemos de esperar aquí descanso; pero tampoco hay que
temer allí tristeza. Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo
encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a par que enseñó a
sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los
menos. Porque los más —nos dice— no sólo no caminan por ese camino, sino que
no quieren caminar. Lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni
hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos
y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la
marcha. Porque, aparte ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos
la zancadilla para que no entremos por él.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23,
5-6, BAC Madrid 1955, pág.482-85)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo II - No basta decir: "Señor,
Señor"
1. ¿Por qué no dijo Cristo: ¿El que haga mi voluntad? —Porque por entonces
bastaba que aceptaran lo que les dice, pues esotro hubiera sido demasiado
fuerte para la debilidad de sus oyentes. Por lo demás, por lo uno dio a
entender lo otro, como quiera que el Hijo no tiene otra voluntad que la del
Padre. Más aquí paréceme a mí que trata el Señor de herir particularmente a
los judíos, que todo lo hacían consistir en sus doctrinas y no se preocupaban
para nada de la vida. Por la misma razón los recrimina Pablo, diciéndoles:
Sí, tú te llamas judío, y descansas en la ley, y te glorías en Dios, y
conoces su voluntad... [5] Más ningún provecho sacas de ahí, cuando tu vida y
obras de virtud no se ven por ninguna parte. ni siquiera hacer milagros en
su nombre.
Más el Señor no se paró ahí, sino que dijo algo mucho más grande:
Porque muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en
tu nombre?" Como si dijera: "No sólo es arrojado de los cielos el que tiene
fe, pero ha descuidado su vida, sino hasta el que hubiere obrado con su fe
muchos milagros, pero no hubiere practicado bien alguno, quedará también
excluido de aquellas sagradas puertas. Porque muchos me dirán en aquel día:
"Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" ¿Veis cómo ya ahora, que
ha terminado todo su discurso, se introduce el Señor veladamente a sí mismo y
les da a entender que Él es el juez? Pues que a los pecadores les espera
castigo, ya lo había hecho ver anteriormente; más quién ha de
castigarlos, sólo ahora lo revela. Y no dijo abiertamente: "Yo soy el juez",
sino: Muchos me dirán...; con lo que aquí nuevamente viene a conseguir lo
mismo. Porque, si no hubiera de ser El el juez, ¿cómo les hubiera podido
decir: Y entonces yo les contestaré: "Apartaos de mí: Jamás os he conocido".
Como si dijera: "No sólo no os conozco ahora en el momento del juicio, más ni
siquiera entonces os conocí, cuando hacíais milagros". Por eso les
decía también a sus discípulos: No tanto os alegréis de que se os sometan los
demonios cuanto de que vuestros nombres estén escritos en los cielos [6] .
Y en todas partes nos exhorta el Señor a que tengamos mucha cuenta con
nuestra vida. Porque no es posible que un hombre que vive rectamente y se ha
librado de todas sus pasiones, se vea jamás abandonado; y, si acaso alguna
vez se extraviare del buen camino, pronto le volverá Dios mismo a la verdad.
Hay quienes piensan que éstos que así hablaban lo decían mintiendo y que por
eso justamente no se salvaron. Más en este caso el Señor prueba lo contrario
de lo que intenta. Porque lo que aquí nos quiere hacer ver es que la fe sin
las obras no vale para nada. Luego, encareciéndolo más, añadió los milagros,
declarándonos que no sólo la fe, más ni el hacer milagros aprovecha nada a
quien los hace si no le acompaña la virtud. Más, si aquéllos no los habían
hecho, ¿cómo podía el Señor juntar aquí ambas cosas? Por otra parte, ni
ellos mismos se hubieran atrevido a hablar así, mintiendo, en pleno juicio.
En fin, la respuesta misma y antes la pregunta prueban que efectivamente
habían hecho milagros. Y es que, como veían que el desenlace era tan
contrario a lo que ellos esperaban —aquí habían sido objeto de la admiración
de todo el mundo por sus milagros y ahora se veían ya con la pena encima—,
preguntan espantados y maravillados: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en
tu nombre? ¿Cómo nos rechazas tú ahora? ¿Qué significa estedesenlace tan
extraño y sorprendente?" Más, si ellos se maravillaron de verse condenados
después de haber obrado milagros, tú no tienes por qué maravillarte. Porque
esta gracia pertenece toda al que la da y ellos no añadieron cosa de su
parte; y con toda justicia se los castiga, pues fueron desconocidos e
ingratos para quien de tal manera los honró, que, aun siendo indignos de
ella, les hizo gracia de obrar milagros. —¿Pues qué me dirás—, siendo unos
inicuos, hicieron esos milagros? —A esto responden algunos que no fueron
inicuos al tiempo de hacer los milagros, sino que cambiaron luego y entonces
fue su iniquidad. Más en este caso, tampoco establece aquí el Señor lo que
pretende. Porque lo que el Señor nos quiere hacer ver es que, sin la vida
buena, ni la fe ni losmilagros valen para nada. Exactamente lo que decía
Pablo: Si tuviere una fe capaz de trasladar las montañas y conociere todos
los misterios y poseyere toda la ciencia; pero no tuviere la caridad, nada
soy [7] .—¿Quiénes son, pues, éstos?—me preguntarás—. Muchos de los que
habían creído en el Señor recibieron carismas, por ejemplo, aquel que
expulsaba los demonios y no estaba con Él [8] .
Ejemplo también Judas. Porque Judas también, con toda su maldad, había
recibido el carisma de milagros. Y en el Antiguo Testamento puede también
verse cómo la gracia obra muchas veces en los indignos para beneficio de los
otros. Y es que no todos eran aptos para todo. Unos eran de vida pura, pero
no tenían tanta fe; otros, al contrario. De ahí que el Señor exhorta a los
unos por los otros: a los de vida pura, a que tengan más fe; a los que hacen
milagros, a que por esta misma gracia inefable se vuelvan mejores en su
vida. Dios da sus carismas hasta a indignos2. Por eso repartía sus carismas
con gran abundancia: Hemos hecho—le dicen—muchos milagros. Pero yo
les contestaré entonces: No os conozco. Ahora creen que son amigos míos; pero
entonces verán que no les hice esa gracia como amigos. Y no te maravilles de
que concediera sus carismas a hombres que, creyendo en Él, no vivían de
manera conforme a su fe, pues vemos que obra también maravillas en quienes
no tenían ni lo uno ni lootro.
Así, Balaán ni tenía fe ni llevaba vida buena; y, sin embargo, en él obró la
gracia para dispensación de otros. Y por el estilo era un Faraón; y, sin
embargo, también a éste le mostró Dios lo por venir. Nadie más malvado que
Nabucodonosor, y también a él le reveló Dios lo que había de suceder después
de muchas generaciones; y a su hijo, que sobrepujaba en maldad a su padre, le
mostró también lo futuro, dispensando grandes y maravillosas cosas. Como
quiera, pues, que estaba entonces la predicación del Evangelio en
sus comienzos y era menester que Dios hiciera un grande alarde de su poder,
muchos, aun de los indignos,recibieron don de milagros. Sin embargo, ningún
provecho sacaron de ellos, antes bien, merecieron mayor castigo. De ahí la
terrible palabra que el Señor les dirige: Jamás os he conocido. Y es así que
a muchos los aborrece el Señor ya desde esta vida y antes del juicio ya son
condenados. Temamos, pues, carísimos, y pongamos todo cuidado en nuestra
vida. No pensemos que perdemos nada porque ahora no hagamos milagros.
Como ahora no perdemos nada de no hacerlos, tampoco en el juicio llevaríamos
ventaja alguna por haberlos hecho.
Lo que importa es que nos demos
enteramente a la virtud. De los milagros, seríamos nosotros deudores a Dios;
pero de la vida y obras buenas, Dios es deudor nuestro. La virtud es el mayor
bien aun en esta vida. Ya ha terminado, pues, el Señor, todo su discurso: Con
toda puntualidad nos ha hablado de la virtud; nos hapuesto delante los
varios linajes de gentes que la fingen, es decir, a los que ayunan y oran
por sola ostentación, y los que se nos presentan vestidos de piel de oveja; y
también a los que la destruyen, que son los que Él llamó perros y cerdos.
Ahora, para mostrarnos cuán grande ganancia sea la virtud, aun en esta vida,
y cuán grande pérdida la maldad, nos dice: Así, pues, todo el que oye estas
palabras mías y las practica, se asemeja a un hombre prudente... Los que no
las practican, aun cuando hicieren milagros, ya habéis oído lo que han de
sufrir; ahora es menester que sepáis qué ventajas tendrán aquellos que
obedezcan a todo lo que yo mando, y eso no sólo en la vida venidera, sino ya
en la presente: Porque todo el que oye estas mis palabras y las practica,
se asemeja a un hombre prudente. Notad cómo matiza el Señor su discurso.
Primero ha dicho: No todo el que me diga: "Señor, Señor", en lo que se revela
a sí mismo. Otra vez: El que haga la voluntad de mi padre. Y otra
vez, presentándose a sí mismo como juez: Muchos me dirán en aquel día:
"Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" Y yo les contestaré: No
os conozco. Y aquí, finalmente, nuevamente se nos descubre a sí mismo como
quien tiene poder sobre todas las cosas. Por eso dijo: Todo el que oye estas
palabras mías...
Todo lo hasta ahora dicho por el Señor, lo había referido a lo por venir: el
reino de los cielos, la recompensa inexplicable, el consuelo a los que lloran
y todo lo demás; mas ahora nos quiere dar los frutos que aun acábemos de
cosechar, nos quiere mostrar cuán grande sea, aun para la presente vida, la
fuerza de la virtud.
—¿Cuál es, pues, la fuerza de la virtud? —El vivir con seguridad, el no ser
presa fácil de ninguna desgracia, el estar por encima de cuanto pudiera
dañarnos. ¿Puede haber bien comparable con ése? Ni el mismo que se ciñe
la diadema puede adquirirlo para sí mismo. Ese es privilegio del que practica
la virtud. Sólo éste lo posee con creces; sólo él goza de calma en medio del
Euripo y mar revuelto de las cosas humanas, Porque eso es justamente lo
maravilloso, que no habiendo bonanza en el mar, sino tormenta deshecha y
grande agitación y tentaciones sin cuento, nada puede turbar lo más mínimo al
hombre virtuoso. Porque cayeron las lluvias—dice el Señor—, vinieron los
ríos, soplaron los vientos y dieron contra la casa; pero no se derrumbó,
porque está asentada sobre la roca. Llama aquí el Señor figuradamente
lluvias, ríos y vientos a las desgracias y calamidades humanas, como
calumnias, insidias, tristezas, muertes, pérdidas en lo propio, daños de los
extraños y todo, en fin, cuanto puede llamarse males de la vida presente. Más
un alma así—nos dice el Señor—a ninguno de estos males se abate; y la razón
es porque está cimentada sobre la roca viva. Y roca viva llama a la firmeza
de su doctrina. A la verdad, más firmes que una roca son estos preceptos de
Cristo, que nos levantan por encima de todos los oleajes humanos. El que con
perfección los guardare, no sólo saldrá triunfador de los hombres
que pretenden ofenderle, sino de los mismos demonios que le tiendan
asechanzas.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 24,
1-2, BAC Madrid 1955, pág.498-504)
[1] Mt 11, 30 [2] 2 Co 4, 17-18 [3] Ef 6, 12 [4]
Mt 11, 12 [5] Rm 2, 17-18 [6] Lc 10, 20 [7] 1 Co 13, 2
Aplicación P. Alfredo Sáenz, S. J. - El amor a la cruz
Mientras iba Jesucristo predicando por campos y aldeas, bien sea porque su
doctrina parecía dura a sus oyentes o bien por la referencia a las cosas
últimas del cielo y del infierno, que acababa de hacer, le proponen
la delicadísima cuestión del número de los que se salvan. La pregunta
puramente teórica era ociosa y de simple curiosidad.
Jesús hubiera preferido, sin duda, que le preguntaran: "Maestro bueno, ¿qué
debo hacer para salvarme?", como lo hizo el joven rico. Sin responder
directamente, para no satisfacer la solicitud indiscreta de sus oyentes, lo
hace de una manera verdadera pero práctica, indicando el camino que debemos
seguir para llegar al cielo. De esta manera, a partir de una cuestión
abstracta e inútil, hace entrar a los oyentes dentro de sí mismos, para
excitar en ellos un vivo interés por la propia salvación y dejarles un
mensaje bien provechoso: el camino del cielo es arduo y difícil. Para evocar
esta dificultad se nos habla hoy de la "puerta estrecha", como otras veces
habló del "camino angosto", del "ojo de la aguja" o de la necesidad de tomar
la cruz y llevarla detrás suyo. En uno y otro caso está presente la
dificultad que supone ante todo un auténtico espíritu de mortificación para
domar nuestras inclinaciones desordenadas y sujetar nuestra voluntad a la de
Dios. Aceptar la puerta estrecha significa tambiénrecibir los sinsabores que
nos ofrece la vida como regalos del amor de Dios que quiere conducimos como
buen Padre al destino feliz de la gloria: "Si tenéis que sufrir es para
vuestra corrección, porque Dios os trata como ahijos, y ¿hay algún hijo que
no sea corregido por su padre?", hemos oído en la segunda lectura. La
dificultad que nos recuerda el evangelio de hoy supone finalmente una
convicción firme, profundamente arraigada en nuestra alma, de que no
llegaremos al cielo si no es sobre las huellas sangrantes de Jesucristo,
llevando detrás suyo la cruz de cada día. Esta puerta estrecha se abre ante
nosotros cotidianamente. En alguna ocasión la encontramos en
alguna dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un revés económico,
en la muerte de alguien que queremos.
Más frecuentemente consistirá en pequeñas contrariedades que se atraviesan
en el trabajo, en la convivencia diaria, en un acontecimiento imprevisto con
el que no contábamos y que arruina nuestros planes. De un modo u otro la
cruz siempre estará presente en nuestra vida. Aceptarla, o mejor todavía,
abrazarla ansiosamente en unión a Jesús, es el secreto del acceso al reino
que nos espera. Al igual que Él, llegaremos a la gloria de la resurrección si
antes pasamos por los misterios de su pasión y muerte llevando la "cruz de
cada día". ¡Qué enseñanza tan contradictoria para el mundo de hoy! El hombre
del siglo XXI, que es el fruto de un paulatino alejamiento de su condición de
creatura, de hijo de Dios, y que se ha endiosado cada vez más, no sólo vive
en su persona la caricatura del Padre Eterno, creyéndose igual a Él, sino
que también ha inventado un remedo del cielo reemplazando la gloria
sobrenatural por un presunto paraíso en la tierra. La sed insaciable
de gozar, el hedonismo, el materialismo, el confort, son las metas supremas
de la vida humana, metas que se deberán lograr aquí, en este mundo de la vida
terrenal.
Aceptada esta cosmovisión, es absurdo siquiera pensar en la posibilidad de
que la cruz tenga un lugar en la vida del hombre. Esta felicidad inmanente
necesita desalojar del todo la idea del dolor y del sacrificio, que vendrían
a arruinar el proyecto de gozar sin límites en que el hombre ha puesto hoy su
esperanza, y por eso vemos en nuestra época el reemplazo del amor a la cruz
por un verdadero horror al sufrimiento. Esta aversión al dolor corre pareja
con la secularización del mundo contemporáneo. A medida que la persona pierde
la fe y se aleja de Dios, más incomprensible se torna el plan divino que nos
conduce por la cruz a la luz inaccesible del cielo. Y no pensemos que esto
se da sólo entre aquellos que no tienen fe. También dentro de la Iglesia
encontraremos esta aversión a la cruz que incapacita para la vida eterna. La
encontramos en los cristianos que están convencidos de que es fácil llegar al
cielo, que podremos alcanzarlo cómodamente al precio de una vaga adhesión a
Dios: "hemos comido y bebido contigo".
Con frecuencia escuchamos: "Soy amigo del padre tal o de Monseñor cual,
pertenezco a esta o aquella asociación y he leído las lecturas en la misa de
los domingos, soy ministro de la comunión". Pero si todo esto no va
acompañado de una entrega total, hasta la abnegación y la cruz, no impedirá
que también hoy escuchemos la sentencia terrible de Jesús: "No sé de dónde
sois". Hay personas que se plantean la vida cristiana como un excelente
negocio, donde no hay nada que perder: a cambiod e rezar un poco, de ir a
misa los domingos y de evitar los pecados más graves, Dios me tiene que
conceder todo lo mejor en esta vida, salud, bienestar económico, eximición de
todo disgusto o dolor y, después, la vida eterna. Evidentemente un plan muy
conveniente para el espíritu mundano, pero que nada tiene que ver con
el Evangelio, donde se reitera una y otra vez que no iremos al cielo si no
aceptamos la cruz. Dentro de un momento se actualizará en nuestro altar el
sacrificio del Calvario, en que el mismo Jesucristo murió crucificado por
nosotros. Adorándole presente en la Eucaristía, obtendremos la fortaleza
necesaria para abrazarnos al sagrado leño. A ello nos ayudará el presente
soneto del poeta Rafael Sánchez Mazas:
Delante de la cruz, los ojos míos
Quédense, Señor, así mirando,
Y sin ellos quererlo,
estén llorando,
Porque pecaron mucho
y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
Quédenseme, Señor, así cantando,
Y sin ellos quererlo estén rezando,
Porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en Vos prendida,
Y así con la palabra prisionera,
Como la carne a vuestra Cruz asida
Quédeseme, Señor, el alma entera;
Y así clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
(ALFREDO SÁEnZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo
C, Ed.Gladius, 1994, pp. 248-251).
Aplicación: Beato Juan Pablo II - Todos estamos llamados a la
salvación
Carísimos hermanos e hijos: 1. Consideremos, en primer lugar, la oración
inicial de esta Santa Misa. Esa oración, a la vez que nos enlaza con las
profundas aspiraciones expresadas en la del pasado domingo, nos abre la
puerta a la aceptación, sin vanos temores, de la palabra del Evangelio que,
siendo divina, es fuente de infalible certeza, aunque, a primera vista, su
lectura puede aparecer turbadora. Mientras la pasada semana pedimos al Señor
"la dulzura de su amor para poderle amar en todo y sobre todas las cosas", a
fin de obtener "las promesas que superan todo deseo", hoy, con el mismo
espíritu de humilde súplica, pedimos a Dios "amar lo que manda y desear lo
que promete", a fin de que "nuestros corazones estén firmes en la verdadera
alegría".
En las dos oraciones hay una idéntica orientación fundamental del cristiano
hacia los bienes que sobrepasan toda previsión y experiencia, que ningún ojo
puede ver y ninguna mente imaginar; hay la misma ansia del don de Dios, único
que puede transformar el corazón de sus fieles, haciéndolo sensible a sus
promesas y dispuesto a afrontar, por amor, la lucha requerida contra el
espíritu del mundo, superando así "la puerta estrecha". Al pedir a Dios hoy,
en especial, que nos haga "amar lo que Él manda", pedimos entrar en el
secreto de la libertad cristiana, la cual induce a una decisión irrenunciable
y fiel de elegir el bien, aunque vaya acompañada, como muchas veces sucede,
por el cansancio, la lucha y el sufrimiento. El cristiano, efectivamente, no
obedece a un imperativo externo, sino que, afrontando la "puerta
estrecha", sigue la atracción que le pone en su corazón el Espíritu Santo.
He ahí por qué todos cuantos se comprometen a obedecer al Señor con la más profunda y leal generosidad, ponen en esa obediencia una espontaneidad y un amor que los profanos no saben explicarse. Preparados así por la oración a acoger en el corazón "lo que Dios manda", nos sentimos dispuestos a no rebelarnos, a no desanimarnos, a no rechazar, antes bien a comprender y amar la palabra evangélica que Jesús hoy nos dirige.
2. En el Evangelio Jesús
recuerda que todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios,
porque frente a la salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar
por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos. La
lectura profética expone con vivas imágenes el designio que Dios tiene de
recoger en la unidad a todos los hombres para hacerles partícipes de su
gloria. La extraída del Nuevo Testamento exhorta a soportar las pruebas como
purificación procedente de las manos de Dios, "porque el Señor, a quien ama,
le reprende" (Hb 12, 6; Prov 3, 12).
Pero los motivos de esas dos lecturas puede decirse que se hallan
concentrados en el pasaje del Evangelio. La interrogación en torno al problema
fundamental de la existencia: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (Lc 13,
23), no nos puede dejar indiferentes. A esa pregunta, Jesús no responde
directamente, sino que exhorta a la seriedad de los propósitos y de las
decisiones: "Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo
que muchos serán los que busquen entrar y no podrán" (Lc 13, 24).
El grave
problema adquiere en los labios de Jesús una perspectiva personal, moral,
ascética. Jesús afirma con vigor que el conseguir la salvación
requiere sufrimiento y lucha. Para entrar por esa puerta estrecha, es
necesario, como dice literalmente el texto griego, "agonizar", es decir,
luchar vigorosamente con todas las fuerzas, sin pausa y con firmeza de
orientación. El texto paralelo de Mateo parece todavía más categórico.
"Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la
senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. ¡Qué
estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos
los que dan con ella!" (Mt 7, 13-14). La puerta estrecha es, ante todo, la
aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra
de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, sobre el mundo y sobre
la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la
voluntad de Dios, en vista de un bien superior la que realiza nuestra
verdadera felicidad; es la aceptación del sufrimiento como medio de expiación
y de redención, para sí y para los demás, y como expresión suprema de amor;
la puerta estrecha es, en una palabra, la aceptación de la
mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura
explicación. Es necesario, en fin de cuentas, recorrer el camino trazado por
Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: "Yo soy la puerta; el que por
Mí entrare, se salvará" (Jn 10, 9).
Para salvarse, hay que tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos
en las aspiraciones contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino:
"Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su
cruz y sígame" (Lc 9, 23). Queridos hijos y hermanos: Es el amor lo que
salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para quien se
olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la
mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el
llanto. ¿Puede el camino parecer áspero y difícil, puede la puerta
aparecer demasiado estrecha? Como dije ya al principio, semejante perspectiva
supera las fuerzas humanas, pero la oración perseverante, la confiada
súplica, el íntimo deseo de cumplir la voluntad de Dios, conseguirán
de nosotros que amemos lo que Él manda. Y esto es lo que pido para todos
vosotros. Y sobre vuestros propósitos, sobre vuestras personas, sobre
vuestras familias descienda mi afectuosa bendición apostólica.
(Homilía del beato Juan Pablo II el día 24 de agosto de 1980 en
Castelgandolfo)
Aplicación: Padre Raniero Cantalamessa OFMCap - Entrar por la puerta
estrecha
Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos
o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan
agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio
de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema:
«Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que
se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos
se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de
atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la
puerta estrecha».
Es la misma actitud que observamos respecto al retorno final de Cristo. Los
discípulos preguntan cuándo sucederá el regreso del Hijo del hombre, y Jesús
responde indicando cómo prepararse para esa venida, qué hacer en la espera
(Mt 24, 3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña o descortés.
Sencillamente es la manera de obrar de alguien que quiere educar a sus
discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera
sabiduría; de las cuestiones ociosas que apasionan a la gente a los
verdaderos problemas que importan en la vida.
En este punto ya podemos entender lo absurdo de aquellos que, como los
Testigos de Jehová, creen saber hasta el número preciso de los salvados:
ciento cuarenta y cuatro mil. Este número, que recurre en el Apocalipsis,
tiene un valor puramente simbólico (12 al cuadrado, el número de las tribus
de Israel, multiplicado por mil) y se explica inmediatamente con la
expresión que le sigue: «una muchedumbre inmensa que nadie podría contar»
(Ap 7, 4.9).
Además, si ese fuera de verdad el número de los salvados, entonces ya
podemos cerrar la tienda, nosotros y ellos. En la puerta del paraíso debe
estar colgado, desde hace tiempo, como en la entrada de los aparcamientos,
el cartel de «Completo».
Por lo tanto, si a Jesús no le interesa tanto revelarnos el número de los
salvados como el modo de salvarse, veamos qué nos dice al respecto. Dos
cosas sustancialmente: una negativa, una positiva; primero, lo que no es
necesario, después lo que sí lo es para salvarse. No es necesario, o en
cualquier caso no basta, el hecho de pertenecer a un determinado pueblo, a
una determinada raza, tradición o institución, aunque fuera el pueblo
elegido del que proviene el Salvador. Lo que sitúa en el camino de la
salvación no es un cierto título de propiedad («Hemos comido y bebido en tu
presencia...»), sino una decisión personal seguida de una coherente conducta
de vida. Esto está más claro aún en el texto de Mateo, que contrapone dos
caminos y dos entradas, una estrecha y otra ancha (Mateo 7, 13-14).
¿Por qué a estos dos caminos se les llama respectivamente el camino «ancho»
y el «estrecho»? ¿Es tal vez el camino del mal siempre fácil y agradable de
recorrer y el camino del bien siempre duro y fatigoso? Aquí hay que estar
atentos para no caer en la frecuente tentación de creer que todo les va
magníficamente bien, aquí abajo, a los malvados, y sin embargo todo les va
siempre mal a los buenos. El camino de los impíos es ancho, sí, pero sólo al
principio; a medida que se adentran en él, se hace estrecho y amargo. Y en
todo caso es estrechísimo al final, porque se llega a un callejón sin
salida. El disfrute que en este camino se experimenta tiene como
característica que disminuye a medida que se prueba, hasta generar náusea y
tristeza. Ello se ve en ciertos tipos de ebriedades, como la droga, el
alcohol, el sexo. Se necesita una dosis o un estímulo cada vez mayor para
lograr un placer de la misma intensidad. Hasta que el organismo ya no
responde y llega la ruina, frecuentemente también física. El camino de los
justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después
se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza,
alegría y paz en el corazón.
Aplicación:
Benedicto XVI - La puerta estrecha
Queridos hermanos y hermanas:
También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras
y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno
le pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Y Jesús le responde:
"Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán
entrar y no podrán" (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta "puerta estrecha"?
¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso
reservado sólo a algunos elegidos?
Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es
siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la
práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el
mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden
entrar en la vida, pero para todos la puerta es "estrecha". No hay
privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es
"estrecho" porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación
del propio egoísmo.
Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a
considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante
nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su
muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a
todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual
para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como
hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así
pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.
En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos
juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los
"obradores de iniquidad" serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos
los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios.
Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos
méritos: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras
plazas" (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo
de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la
mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con
el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación.
Podríamos decir que este es el "carné de identidad" que nos distingue como
sus "amigos" auténticos; es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la
vida eterna.
Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la
puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de
corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera
que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la
gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la
invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras
opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la "puerta del
cielo".
(Ángelus, Domingo 26 de agosto de 2007)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aceptar la corrección de
Dios Lc 13, 22-30 y Heb 12,5-7.11-13
El Evangelio habla del rechazo de los judíos infieles al plan de Dios
manifestado en Jesús y por otra parte la aceptación de la enseñanza de Jesús
por parte de los gentiles. De la misma doctrina nos habla Isaías y el Salmo.
¿Cuál es la situación de los judíos hoy? La Iglesia, que está formada hoy en
su mayor parte por los gentiles, produce celo en los judíos porque las
bendiciones de los padres han pasado a ella. Este celo es motivado en el
fondo por el dolor del rechazo por parte de Dios y es, en cierto modo, un
castigo de Dios. Dios está motivando la conversión de los judíos por una
gran ironía: el traspaso de la herencia del pueblo judío a la Iglesia de los
gentiles. Y este castigo permitido por Dios a su pueblo elegido busca su
conversión y salvación.
Dios quiere que todos los hombres se salven y para eso ha enviado a Jesús al
mundo, para traer la salvación a todos. La condición para salvarse es
aceptar a Jesús.
Y el plan de salvación de Dios tiene una pedagogía. Jesús es el Sembrador
que viene a sembrar la semilla de la palabra de Dios y la siembra suavemente
en todos los terrenos posibles. Algunos dan fruto, otros no. Pero la
pedagogía divina no se detiene allí en su celo por la salvación de los
hombres sino que manda que el Sembrador en ciertas ocasiones se conviertan
en Arador y are el terreno para sembrar la semilla. Este último aspecto de
la pedagogía divina lo tenemos un tanto ignorado.
De este aspecto de la pedagogía divina nos habla la Carta a los Hebreos.
Dice que no despreciemos la corrección de Dios porque procede de su amor que
quiere el bien para sus hijos. En un primer momento la corrección es
desagradable y muchas veces la tomamos como algo negativo. La gente dice:
“Dios castiga”. Lo dice en un sentido negativo: castiga porque hemos obrado
mal y para reivindicar su justicia. Esto es cierto. Pero hay un aspecto
positivo. Dios corrige por amor y para que seamos fieles, para que nos
convirtamos y en definitiva para llevarnos al cielo.
Es fácil ver la mano de Dios en la bendición, es decir, cuando todo anda
bien. Quizá con más dificultad vemos la mano de Dios providente en las
pruebas que tenemos que pasar sin culpa nuestra, por ejemplo, en las
enfermedades corporales o en los sufrimientos morales que Dios permite,
difamaciones, humillaciones, calumnias, persecuciones, marginaciones, etc.
Pero se nos hace muy difícil y a veces no vemos la mano de Dios en las
correcciones que Dios nos hace por causa de nuestras malas obras.
En la historia sagrada se nos relata esta constante: el pueblo cuando es
fiel recibe la bendición de Dios y cuando se aparta de Dios Él lo corrige
por la mano de sus enemigos o por catástrofes como el hambre, la peste, la
sequía, etc. Ellos a causa del sufrimiento se vuelven nuevamente a Dios.
En nuestra vida espiritual sucede algo semejante. Cuando pecamos contra Dios
Él permite que suframos las consecuencias de nuestros pecados y nos manda
humillaciones y dolores buscando nuestra corrección. Si vemos en estas
situaciones la mano de Dios el resultado es saludable. Si no la vemos
probablemente nos endurezcamos en nuestra situación de pecado y el final
puede ser muy triste.
Decía San Francisco de Sales que hay dos maneras de practicar los
abatimientos: la una es pasiva y se refiere al beneplácito divino, y
constituye uno de los objetos del abandono; la otra activa, y entra en la
voluntad de Dios significada. La mayor parte de las personas no quieren sino
ésta, llevando muy a mal la otra; consienten en humillarse, y no aceptan el
ser humilladas.
Debemos tener claro que también la Providencia de Dios permite nuestros
pecados y nuestras caídas y corrigiéndonos con el sufrimiento nos va
purificando y llevando por el camino de la salvación. Dios no quiere el
pecado pero lo permite. También el respeto a nuestra libertad está incluido
en la pedagogía divina. Dios permite que nos desviemos de la senda recta
respetando nuestra libertad y teniendo paciencia con nosotros. Pero también
la pedagogía divina quiere castigarnos para que nos corrijamos y volvamos a
retomar el camino de salvación porque quiere que lleguemos al cielo.
¿Cómo tomar la corrección de Dios? Con humildad, sin excusas, en un completo
abandono a su pedagogía.
También es parte de su plan el corregirnos y sus correcciones a lo largo de
nuestra vida son parte de nuestra historia como también nuestros pecados y
nuestras desviaciones del camino recto y es necesario que las aceptemos.
Las correcciones implican una humillación. Humillación vivida en nuestra
intimidad pero a veces también acompañada de una sanción social. Si
aceptamos las correcciones de Dios con humildad nos serán saludables pero si
orgullosamente las rechazamos puede que nos conduzcan a la desesperación y
al desatino. Porque al rechazar la corrección de Dios nos salimos en cierta
forma de los planes de Dios y en definitiva no queremos entrar por la puerta
estrecha.
En nuestra vida religiosa vamos a tener muchos tropiezos y Dios nos va a
corregir con sus castigos. Amorosos castigos, los llamaría yo. Pero si no
advertimos en ellos su mano podemos, desesperados, hasta dejar la religión.
Muchos hombres religiosos, quizá la mayoría o todos, han pasado por esta
situación de apartarse de Dios. La diferencia está en la resolución del
problema: los que aceptaron la corrección de Dios volvieron al camino recto
no sin dolores y sufrimientos. Los que no aceptaron la corrección de Dios
por la humillación que conllevaba lamentablemente no retomaron la senda del
Señor o quizá la retomaron pero saliéndose, en cierta forma, de los planes
de Dios, por ejemplo, abandonando su vocación.
Dice Dom Vital Lehodey que existe, en efecto, el arte de utilizar nuestras
faltas, y consiste el gran secreto en soportar con sincera humildad, no la
falta misma, ni la injuria hecha a Dios, sino la humillación interior, la
confusión impuesta a nuestro amor propio; de suerte que nos abismemos en la
humildad confiada y tranquila. La humillación bien recibida produce la
humildad, y la humildad a su vez, recordándonos sin cesar ya sea el tiempo
que hemos de recuperar, ya las faltas cuyo perdón necesitamos implorar,
alimenta la compunción de corazón, estimula la actividad espiritual y nos
torna misericordiosos para con los demás.
El hombre ético del que habla Kierkegaard es el hombre sin tacha que nunca
se salió del camino de Dios en forma considerable. Su fin es mantenerse fiel
a Dios considerando un honor no tener ninguna mancha en su prontuario. Y
este es su orgullo. No está mal. Pero no es lo más profundo de la relación
con Dios. Sólo trascenderá el hombre ético al hombre religioso cuando
encuentre que la búsqueda del honor no es el máximo valor porque tiene mucho
de humano y poco de divino. Quizá el salto lo dé cuando la mancha visite su
historia, cuando reciba la corrección de Dios, porque comenzará a buscar el
fundamento último de su vida espiritual en Dios y en Él sólo buscará el
apoyo. Quizá será al que más le cueste ver la mano de Dios en la corrección
porque su santidad es para él más de elaboración propia que para el hombre
que ha anclado su fortaleza sólo en Dios.
El hombre religioso vive abandonado en Dios y muchas veces sufrirá el embate
de sus miserias, pero sabrá salir a flote confiado en Dios. Conocerá en la
corrección la mano de Dios y bendecirá su sabia pedagogía que por amor actúa
de manera tan singular. La vida de los santos ha sido así. Los santos han
sido pecadores pero supieron ver la misericordia de Dios en todo. También en
sus correcciones. La aceptaron y se abandonaron más en Dios.
En muchas etapas de la vida estaremos protegidos y como en invernadero y
nuestro mayor orgullo será la impecabilidad pero en otras en los que estemos
en la lucha abierta nuestro mayor orgullo será bendecir la misericordia de
Dios que nos corrige. La clave está en abandonarse en las manos de Dios.
Dios nos corrige humillándonos pero también con suavidad nos ayuda a
sobrellevar las humillaciones y aún más las hace cortas y livianas.
Somos nosotros los que imaginamos muchas veces insuperable la corrección de
Dios. Primero imaginamos que será tan pesado el sufrir la humillación y será
tan largo el regreso a la senda de Dios que a veces la imaginación nos deja
aferrados en el pantano de nuestros pecados. A esto se suma un aspecto que
puede ser real pero que la mayoría de las veces es una fantasía nuestra y es
la sanción social. El pensar que nos critican, que nos marginan, que ya no
nos quieren como antes.
En el Evangelio hay un pasaje en que Jesús va a comer en casa de un fariseo
y se presenta una mujer que unge los pies de Jesús. Esta mujer era la
adúltera. Jesús la había perdonado en privado y aquí lo hace en público
liberándola de la sanción social.
No siempre Dios permite que seamos liberados de la sanción social. Muchas
veces perdemos la fama delante de los hombres al margen de haber sido
perdonados por Jesús. La liberación de la sanción social es importante y es
una ayuda para superar con prontitud la humillación de haber perdido la fama
que teníamos delante de los hombres, pero no siempre se da. En realidad, lo
importante es que volvamos a estar en paz con Dios y retornemos a la senda
de la salvación.
El alma (que se abandona en Dios), despojándose de su reputación, se eleva
por encima de la opinión de los hombres hasta Dios para servirle con
absoluta pureza de intención. La humildad toma fuerza y se arraiga
profundamente, cuando acepta esta dura prueba; entonces es cuando el justo
se desprecia realmente y acepta ser despreciado por los demás.
Respecto de la sanción social no siempre es real. Muchas veces fantaseamos
que la hemos perdido. Nos sentimos juzgados por todos y en todas partes y
eso dificulta superar nuestros fracasos y volver a integrarnos sin reparos a
la vida social. En definitiva, esto denota poca confianza en Dios, falta de
abandono en Él. Para Jesús toda nuestra vida pasada con sus pecados y faltas
queda totalmente olvidada. Es una hoja que cae en una gran hoguera.
(El alma santa es) indiferente a las alabanzas y a los desprecios, se
abandona en manos de la Providencia, dispuesta a cumplir su obligación con
buena o mala fama, y no deseando otra reputación, sino la que Dios juzgara
conveniente que disfrutara para los intereses de su servicio.
Somos nosotros los que no acabamos de liberarnos de nuestras faltas aunque
hayan sido perdonadas y es porque no comprendemos la densidad del perdón de
Dios, de su misericordia. Nuestra vida tiene un solo Juez que nos debe
importar y es Jesús, juez infinitamente justo pero también infinitamente
misericordioso. Nuestras obras debemos realizarlas delante de sus ojos y
convencidos de que sólo a Él debemos agradar.
En cuanto a las consecuencias penales del pecado, dice Dom Vital Lehodel, si
Dios permite que no las podamos evitar, hemos de recibirlas con humilde
aquiescencia al divino beneplácito. Dios no ha querido el pecado, pero
quiere sus consecuencias; nos hace sufrir para curarnos, y nos hiere aquí
abajo, a fin de no verse precisado a castigarnos en el otro mundo.
Con esta misma filial tranquilidad aceptaremos las consecuencias penales de
nuestras imprudencias. Una sencilla imprudencia que lleva consigo
consecuencias desagradables, patentes a la vista de todos, he aquí sin
género de duda la más humillante de las humillaciones, y ved ahí, por
consiguiente, una excelente ocasión para herir de muerte al amor propio, y
que jamás habremos de desperdiciar. Una sola prueba así aceptada hace
progresar a un alma más que numerosos actos de virtud.
Sepamos ver por tanto también en las correcciones que Dios nos haga, por el
medio que a Él le parezca, su amor misericordioso que quiere salvarnos y sin
titubeos abandonémonos absolutamente en sus manos.
Notas
Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén a Lc 13, 22
66, 18-21
116, 1-2
12, 5-7.11-13
Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3, 5, 2
Cf. Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c.3, 8,
4
Cf. Castellani, Las Parábolas de Cristo, Jauja
Mendoza 1999, Parábola de los dos deudores
Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3, 5, 1
Idem
Cf. Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3,
8, 4
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La salvación eterna
(Lc 13,22-30)
Introducción
El evangelio de San Lucas tiene una característica muy particular: a partir
de fines del capítulo 9 hasta el capítulo 22 todo está narrado como un
camino que Jesús hace subiendo a Jerusalén. A partir de 9,51 Jesús comienza
a subir con mucha decisión a Jerusalén para sufrir la cruz. A partir de ese
momento hasta el capítulo 22 se presenta toda la vida de Jesús como un solo
camino hacia Jerusalén. Y cada tanto S. Lucas va recordando esta subida
hacia la cruz: el evangelio de hoy es una de esas veces. En efecto, en el
texto de hoy, que es del capítulo 13,22-30, dice: “Jesús iba enseñando por
las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén”. Con esta pincelada
S. Lucas nos recuerda que Cristo no olvida ni un instante su deseo de morir
en cruz por nosotros. Y unos pocos versículos más adelante, en el v. 33 de
este capítulo, vuelve a recordar su muerte en Jerusalén: “No es posible que
un profeta muera fuera de Jerusalén”.
Jesús no deja que nada lo aparte de su objetivo de morir en Jerusalén. Ni
siquiera las amenazas de Herodes. Precisamente, la frase recién mencionada,
la dice a los amigos que vienen a decirle que Herodes lo busca para matarlo.
Él responde con mucha firmeza: “Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios
y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero
conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un
profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,32-33).
En este contexto, una persona le hace una pregunta a Jesús: “¿Señor, es
verdad que son pocos los que se salvan?”. La persona que pregunta está
llevada más que nada de curiosidad por un lado, y de una cuestión teórica
por otro. Jesús no da pábulo a la curiosidad del que pregunta, pero responde
a una cuestión mucho más necesaria y mucho más concreta que saber el número
de los que se salvan: lo que cada uno debe hacer para salvarse.
Al responder de esta manera es como si dijera: “No te preocupes de cosas que
no son útiles; no te preocupes de cosas que sacian solamente tu curiosidad;
no te preocupes de cosas que dependen de otros (la salvación de los otros
depende de los otros y de Dios). Preocúpate de algo que te toca muy de
cerca: tu propia salvación. En vez de andar preguntando cuántos son los que
se salvan, preocúpate de trabajar por tu propia salvación.” Y a partir de
aquí le empezará a explicar cosas que tienen que ver con su salvación.
La pregunta es abstracta y teórica, impersonal y muy poco útil. Jesús,
ejercitando la caridad y sin rechazar de plano la pregunta, da una respuesta
concreta, personal y muy útil. Con su respuesta Jesús le está diciendo al
que preguntó: “Tu pregunta debiera ser más bien la siguiente: ‘Señor, ¿yo me
puedo condenar?’”. De hecho la pregunta que responde Jesús es esa: ¿yo me
puedo condenar?
1. La primera respuesta: sí, tú te puedes condenar
La respuesta que da Jesús suena así: “Estate atento porque eres tú el que se
puede condenar”. Flota hoy en el ambiente, aún en ambientes católicos, la
idea de que no existe la condenación eterna, de que no existe el infierno.
Un profesor de teología en la Universidad Católica de Chile, en el año 2010,
les dijo a los alumnos que la teología de antes hablaba del infierno; ahora
se habla de un solo camino que lleva a la salvación a todos.
Dicen que si uno hace la opción fundamental por Dios y luego peca por
debilidad, aun cuando se trate de pecados graves, no se condena. Otros
directamente niegan la existencia del infierno. Santa Faustina Kowalska fue
llevada al infierno que hubiera merecido y vio que la mayoría de los
condenados eran los que no creían en la existencia del infierno. También a
Santa Teresa de Jesús Dios le mostró el lugar del infierno que le
correspondía.
Sin embargo, Jesucristo, muchas veces habla en el evangelio acerca de la
existencia del infierno. Una de ellas es el evangelio de hoy. Dice que
aquellos que han obrado el mal serán echados afuera de la sala del banquete
y será el llanto y el rechinar de dientes. El rechinar de dientes es la
acción propia del desesperado.
Otra vez, en el capítulo 25 de San Mateo, Jesús dice a los que no tuvieron
caridad con su prójimo: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno,
preparado para el diablo y sus ángeles”.
El infierno existe y es una posibilidad para cada uno de nosotros. ¿Y qué es
el infierno? El infierno es principalmente la privación de la visión de
Dios; es estar eternamente separado de Dios. Eso es lo que se conoce como la
pena de daño.
Pero después de nuestra resurrección, aquel que se ha condenado, sufrirá en
el infierno también penas corporales. También el cuerpo será sometido al
fuego que no se apaga. En el infierno cada condenado sufrirá el mal
correspondiente a su pecado.
¿Qué hace falta para irse al infierno? Morir con un pecado mortal. Un solo
pecado mortal es suficiente para condenarse.
2. La segunda respuesta: salvarse es muy difícil
Jesús compara la salvación eterna con un banquete nupcial. Entrar al
banquete y gozar de la fiesta significa salvarse. Pero la puerta del salón
donde se realiza la fiesta es sumamente pequeña y estrecha. Es incómodo
entrar por esa puerta al banquete. San Mateo, completa la frase de
Jesucristo con una imagen todavía más gráfica: “Entrad por la puerta
estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la
perdición, y son muchos los que entran por ella; mas, ¡qué estrecha la
entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo
encuentran” (Mt 7,13-14).
Por lo tanto, la imagen es la siguiente: en lo alto de un monte hay un salón
donde se da un gran banquete; para ir allí hay que hacer un camino que es
estrecho y escarpado, muy incómodo y esforzado; al llegar al salón la puerta
es pequeña y estrecha, para entrar hay que agacharse muchísimo y entrar casi
en cuclillas. Adentro está el Novio y todos los invitados festejando una
gran fiesta de casamiento.
En el otro extremo, abajo, en la llanura, hay un camino con suave pendiente
en bajada, ancho, liso, sombreado, muy cómodo. Este camino termina en una
gran puerta donde se puede entrar sin ninguna dificultad. Pero
inmediatamente después de la puerta está el abismo y la muerte.
Por lo tanto, los dos caminos son muy diferentes y los dos puntos de llegada
son muy diferentes. El camino al cielo es muy difícil y esforzado.
¿Por qué el camino al cielo es muy difícil y esforzado? En primer lugar,
porque debemos cumplir los diez mandamientos. Sin cumplir los diez
mandamientos nadie se puede salvar. Por eso es que hoy Jesucristo dice: “No
sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”. Los
que hacen el mal son los que no cumplen los diez mandamientos.
En segundo lugar, el camino al cielo es muy estrecho porque es necesario
cumplir las obras de misericordia: ocuparse de los pobres, de los enfermos,
de los necesitados, de los presos. Sin cumplir la obra fundamental del amor
al prójimo no nos podemos salvar.
En tercer lugar, el camino al cielo es muy estrecho porque dentro nuestro
conviven las tres concupiscencias que nos inclinan más al mal que al bien.
Estas tres concupiscencias son tres deseos que nos dejó el pecado original:
el deseo de los placeres carnales, el deseo de poseer cosas materiales y el
deseo de prevalecer sobre los demás. Por lo tanto nuestra vida es una
continua lucha contra esos tres deseos. El que no quiera luchar contra esos
malos deseos que viven en nosotros no podrá salvarse.
En cuarto lugar, el camino al cielo es muy estrecho y difícil porque tenemos
un enemigo externo, que es el diablo, que odia nuestra salvación eterna y
que busca de mil maneras hacernos pecar para que nos condenemos.
Aquel que lucha con valentía y al momento de su muerte está en gracia de
Dios, entra al cielo.
3. El cielo
Jesús compara el cielo con un banquete de bodas. Entrar al banquete de
bodas, gozar de la presencia del Esposo (que es Dios), gozar de la presencia
de los invitados, alegrarse continuamente, significa salvarse, significa
entrar al cielo. Podríamos decir, en una sola palabra, que el Reino de los
Cielos es fiesta permanente. Así como en una fiesta nos sentamos alrededor
de una mesa para compartir los alimentos en un clima de gozo y alegría, así
también el cielo es comunión con Dios y con los hombres en una plenitud de
gozo, alegría y fiesta. La esencia del cielo es esta comunión gozosa con
Dios por toda la eternidad.
La eternidad del cielo es lo que hace que el gozo sea perfecto. Siendo Santa
Teresa de Jesús una niña supo que los que mueren mártires se van
directamente al cielo. En la España de su tiempo había todavía varias
regiones que pertenecían a los musulmanes. Para poder morir mártir decidió
irse de su casa en busca de musulmanes que la matasen. En su ansiedad
arrastró también a su hermano. Y mientras se alejaban de la casa repetía:
“para siempre, para siempre, para siempre con Dios”.
Conclusión
El salón del banquete tiene una puerta muy estrecha. Y pasado el tiempo
oportuno, el Señor cierra la puerta. Sin embargo, este salón tiene una
ventana al costado que, cuando la puerta está cerrada, puede abrirse para
dejar entrar al que todavía tiene fuerzas para entrar. Esa ventana del
costado es la Virgen María.
Se cuenta la siguiente anécdota. En tiempos del Cura de Ars, en Francia,
había un hombre que vivía alejado de los sacramentos pero que tenía una gran
devoción a la Virgen María. Todos los años, para una de sus fiestas, él se
encargaba de prepararle el arreglo floral. Un día, este hombre, llevado de
una gran angustia, decidió suicidarse arrojándose desde un puente altísimo
hacia las aguas del río. La esposa de este hombre fue desesperada a ver al
Cura de Ars, para contarle su desgracia, que su marido se había suicidado y
así merecido la condenación eterna. El Cura de Ars la consoló diciéndole:
“Tu marido no se condenó; alcanzó la salvación eterna, porque entre el
puente y el río estaba la Virgen María, quien hizo que se arrepintiera y
pidiera perdón antes de morir”. En este caso, María fue la ventana del
costado para una puerta que ya estaba prácticamente cerrada.
Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario
CEC 543-546: todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios
CEC 774-776: la Iglesia, sacramento universal de la salvación
CEC 2825-2827: seguir la voluntad del Padre para entrar en el Reino de los
cielos
CEC 853, 1036, 1344, 1889, 2656: el camino estrecho
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en
primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico
está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11;
28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que
escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la
siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo
acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena
Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados
porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a
quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los
sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz
comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt
21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más:
se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia
ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a
llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a
la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra
de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos
(cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio
de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico
de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del
Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para
alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras
no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un
espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena
tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25,
14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en
el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir,
hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los
cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de
las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
La Iglesia, sacramento universal de la salvación
774 La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos
términos: "mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el
término "sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta
de la salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido,
Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud Dei
mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo")
(San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y
santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en
los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también
"los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los
instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de
Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia
contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En
este sentido analógico ella es llamada "sacramento".
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser
el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de
la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la
Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad
ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo
y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de
la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida
por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento
universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y
realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1).
Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI,
discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único
Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un
único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).
2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia"
(Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros,
criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él!
Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para
cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo.
Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con
el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y
decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al
Padre (cf Jn 8, 29):
Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así
cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en
el cielo (Orígenes, or. 26).
Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que
nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de
Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la
tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino
en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad
reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a
florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan
Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).
2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12,
2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos
enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino
"haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).
2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf
1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su
Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la
Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han
sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:
Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como
en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en
el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2,
6, 24).
853Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto
distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de
aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el
camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho
sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de
Cristo (cf RM 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la
redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el
mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG
8).
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a
propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el
hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.
Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión:
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el
camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas
¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y
pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del
Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es
nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser
contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y
perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto
y rechinar de dientes' (LG 48).
1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de
Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina
por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde
todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.
1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el
sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia
que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25). Es el camino de
la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa
el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la
práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira
una vida de entrega de sí mismo: "Quien intente guardar su vida la perderá;
y quien la pierda la conservará" (Lc 17,33)
Las virtudes teologales
2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta
estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del
Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y
guardar.
San Bernardo de Claraval.
De joven convenció a quince hermanos, primos y amigos para entrar con él al
convento y para hacerse monje. Ya en su última vejez el padre de San
Bernardo se presentó a la puerta del convento y pidió admisión. Quiso entrar
de monje. San Bernardo lo recibió, sin embargo, le reprochó: "Ahora que eres
viejo quieres entregar a Dios un costal de huesos gastados". Aunque parezca
ilógico también si te conviertas sólo en el último momento Dios recibe tu
vida aunque sean puras cáscaras.
Te saludo,
mensajera de eternidad
Se dice que un día un hombre justo encontró a la muerte y le dijo:- ¡Te
saludo, mensajera de eternidad!- ¿Cómo? –respondió ella-; ¿tú, hijo del
polvo, no tiemblas en mi presencia? ¿no te espantan ni el cortejo de dolores
que me acompañan ni la guadaña que llevo?- No –contestó el hombre-; ¡no
temo! Los dolores me anuncian tu presencia; ¡soy cristiano! La muerte airada
tocó al hombre en el corazón. Y el hombre cayó, los suyos le lloraron, pero
de pronto, alzando los ojos, vieron su alma, rodeada por los ángeles,
coronada por Cristo. A sus pies no había más que los despojos de un pobre
cuerpo sobre el que triunfaba la muerte.
(Romero, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial
Sal Terrae, Santander, 1959, p. 409)
(Cortesía: iveargentina.org et alii)