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Domingo 21 del Tiempo Ordinario C - Entrad por la puerta estrecha - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical

Recursos adicionales para la preparación

 

A su servicio
Exégesis: Alois Stöger La salvación ofrecida a todos

Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - El cielo y el infierno

Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Salvación

Santos Padres: San Agustín - El pequeño número de los elegidos (Lc 13, 21-24)

Santos Padres: San Juan Crisóstomo I - La puerta estrecha

Santos Padres: San Juan Crisóstomo II - No basta decir: "Señor, Señor"

Aplicación P. Alfredo Sáenz, S. J. - El amor a la cruz

Aplicación: San Juan Pablo II - Todos estamos llamados a la salvación

Aplicación: Padre Raniero Cantalamessa OFMCap - Entrar por la puerta estrecha

Aplicación: Benedicto XVI - La puerta estrecha

Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aceptar la corrección de Dios Lc 13, 22-30 y Heb 12,5-7.11-13

Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La salvación eterna (Lc 13,22-30)

Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario

Ejemplos

 

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

comentarios a Las Lecturas del Domingo

Exégesis: Alois Stöger La salvación ofrecida a todos

La vida itinerante de Jesús es renuncia. Así debe ser por disposición divina. Como tal, ha de ser modelo para losque le sigan, y muy en particular para sus discípulos. La primera sección del relato del viaje comenzó con el llamamiento a seguir a Jesús en su marcha hacia Jerusalén (9,51-62), la segunda muestra claramente adónde se va: a Jerusalén, a la ciudad de la glorificación de Jesús, pero también a la ciudad de su muerte. Quien quiera ser glorificado con él, debe estar también resuelto a tomar en serio su seguimiento como discípulo y a elegir. La tercera sección del relato del viaje conducirá cerca de Jerusalén: el reino de Dios está ya presente, el Hijo del hombre ha de venir. ¿Cuáles son las condiciones para que la venida no acabe en condenación, sino en salvación(17,11-19,27)? Lo que tiene lugar durante la marcha de Jesús hacia Jerusalén servirá de enseñanza a la Iglesia, que entra en la gloria mediante una labor itinerante de misión y pasando por persecuciones y sufrimientos. (…) a) La ciudad de la glorificación (Lc/13/22-30).

22 Y atravesaba ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino a Jerusalén. Jesús está en camino.

Su viaje es viaje de misión, su caminar es acción, su acción es enseñar (Cf.4,15.31; 5,3.17;6,6; 13,10; 19,47; 20,1.21; 21,37; 23,5).  Enseña que las promesas divinas de salvación, contenidas en la Escritura,se están cumpliendo ahora por medio de él (4,21); enseña el camino de Dios (20,21), la forma de vida que aguarda Dios de los hombres; enseña los caminos de salvación (Hec_16:17), lo que es necesario para alcanzar la salvación eterna (cf. 13,23). Expone su doctrina en ciudades y aldeas; a todos se ofrece la salvación que él anuncia. Todos son llamados a tomar una decisión, a optar por la voluntad de Dios o contra ella en este tiempo de salvación, que se inaugura. Los dos escritos de Lucas están llenos de una dinámica apostólica sin reposo, impuesta por la necesidad de la misión divina (13,33), la voluntad salvadora de Dios. Jesús, que camina de un lugar a otro, es modelo de los apóstoles itinerantes, su camino prepara el testimonio apostólico. De los apóstoles se dice: «Después de dar pleno testimonio y de predicar la palabra del Señor... iban evangelizando muchas aldeas de samaritanos» (Hec_8:25). «Felipe se encontró en Azoto y de paso iba evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Hec_8:40). Sobre todo Pablo es, según los Hechos de los apóstoles, el viajero infatigable. La aparición de Jesús en Israel indica la futura misión de la Iglesia y es su presupuesto histórico. La meta de la marcha de Jesús es Jerusalén (Lc_9:51). Allí le aguarda la «elevación»: pasión y glorificación, muerte y ascensión al cielo. El término de su peregrinación es el cielo; los apóstoles le miraban mientras «se iba» al cielo (Hec_1:10). Lo que Jesús experimenta y enseña en su marcha indica a los discípulos el camino de la resurrección personal y de la salvación. Los apóstoles son «siervos del Dios Altísimo, que anuncian el camino de salvación» (Hec_16:17).«Confirman los ánimos de los discípulos, exhortándolos a permanecer en la fe y diciéndoles que por muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino de Dios» (Hec_14:22).

23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
¿Quién se salva? ¿Quién va al cielo? ¿Quién entra en el reino de Dios? Estas son preguntas candentes que sepresentan en el camino de la vida. ¿A quién no le escuece en el alma la cuestión de la salvación y de la salud? Uno le pregunta por el número de los que se salvan. ¿Son pocos? Aquel hombre se dirige a Jesús como al Señor. Para él es Jesús una autoridad destacada en cuestiones de la salvación al final de los tiempos. Le hacían estas preguntas: «¿Qué haría yo para heredar la vida eterna?» (Lc_18:18), «¿Cuándo vendrá el reino de Dios?»(Lc_17:20), «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?» (Hec_1:6). Como Señor que es, dispone del reino, porque el Padre se lo ha confiado (Lc_22:29). La doctrina de los fariseos dominante en la época de Jesús decía: «Todo Israel tiene participación en el mundo venidero» (Mishna, Sanhedrín 10,1)

En otros círculos se pensaba en forma más pesimista: «Sólo a pocos traerá alivio el mundo venidero, a muchísimos, en cambio, fatiga» (4 Esd_5:47). ¿Qué decir? Jesús no zanja la cuestión, no quiere zanjarla. ¿Por qué pregunta el hombre por el número? ¿No busca ocultamente seguridad en el número? Si todo Israel se ha de salvar, entonces está uno seguro. Si el número es pequeño, ¿para qué, pues,molestarse? Los números son un impedimento para lo que quiere Jesús con su predicación. Jesús llama a tomar partido por el actual ofrecimiento de Dios. Esto es lo que importa, no saber el número...

23b él les contestó: 24 Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; que muchos -os lo digo yo- intentarán entrar, pero no lo conseguirán.
La salvación al final de los tiempos se asemeja a un banquete que se celebra en una sala cuya puerta es estrecha. Hay que imaginársela muy estrecha. Con una imagen un tanto atrevida dice Jesús en una ocasión que es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios (Lc_18:25).

Delante de la puerta se produce gran aglomeración. Todos quieren entrar y participar en el banquete. Sólo el que emplea la fuerza puede abrirse paso entre la multitud apiñada. Sólo el que se impone las fatigas de una competición puede lograr entrar. El deportista pone en juego en los últimos minutos todas las fuerzas que han de decidir la victoria. Para salvarse es necesario emplear todas las fuerzas. Jesús invita: Esforzaos. Los escritos apocalípticos, que por los días de Jesús hablaban mucho del tiempo final y de la gloria, contaban entre las mayores satisfacciones de los que iban por los caminos del Altísimo, «el haber combatido en dura pelea para sofocar la malicia ingénita, de modo que ésta no los lleve de la vida a la muerte» (4Esd_7:92). Jesús mismo combatió de esta manera en el huerto de los Olivos y poniendo en tensión todas sus fuerzas tomó en su mano el cáliz de la pasión y la muerte que le estaba reservada (Lc_22:44). Para llegar a su elevación al cielo tiene que pasar por esta tensión y por este forcejeo. El camino de la salvación es el seguimiento de Jesús por el camino de Getsemaní y del Calvario, por la aceptación de la muerte y por la muerte misma (Lc_9:57-62). De estos esfuerzos y de este combate escribe Pablo: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, para la que fuiste llamado y cuya profesión hiciste en una hermosa confesión ante muchos testigos» (1Ti_6:12). Y otra vez: «He combatido el buen combate, he realizado plenamente la carrera, he guardado la fe. Y ahora está ya preparada para mí la corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel día el Señor, el juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que hayan mirado con amor su aparición» (/2Tm/04/07s). La puerta estrecha sólo está abierta por cierto tiempo. Desde que Jesús anunció el tiempo de salvación, está abierta la puerta (Lc_4:21).

El plazo vencerá cuando venga el Señor a juzgar. ¿Cuándo será esta hora? ¿Cuándose cerrará la puerta? Nadie lo sabe. Aun cuando el tiempo se «extienda» hasta el fin, permanece incierto el momento en que se ha de cerrar la puerta. Se ha inaugurado el tiempo de salvación, ahora es el tiempo final. El llamamiento de Jesús impele a tomar una decisión, que no se puede diferir. Muchos... no lo conseguirán. Los discípulos, a quienes el Padre ha tenido a bien dar el reino, son sólo un pequeño rebaño (Lc_12:32). «Es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los quedan con ella» (/Mt/07/14). Así pues, Jesús, con estas palabras, ¿indica, con todo, un número y resuelve lacuestión de aquel hombre innominado con el pesimismo del libro cuarto de Esdras? Jesús no quiere indicar ningún número; lo que sí quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las fuerzas, llamar a una decisión.

25 Después que el amo de casa se haya levantado a cerrar la puerta, vosotros os quedaréis fuera ycomenzaréis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Pero él os responderá: No sé de dónde sois vosotros.
La situación ha cambiado. El amo de casa se ha levantado, el banquete comienza, se cierra la puerta. El que no haya entrado todavía tendrá que quedarse fuera. Los que están fuera llaman. Por un agujero de la puerta hablan con el amo de casa. Él había enseñado por sus calles. Ellos eran sus contemporáneos. El amo de casa es Jesús. Todo llamar y todo rogar (Lc_11:9 s) resulta inútil. No se utilizó la puerta que estaba abierta. Se ha perdido definitivamente el «ahora» para entrar. La llamada de Jesús no consiente dilaciones; es la llamada del profetaq ue prepara para el tiempo final, es la llamada de última hora. Una vez que ha pasado el tiempo de salvación,sólo queda el juicio. El que no aceptó la salvación ofrecida, queda excluido y no es reconocido por Jesús, amo de la casa (cf. 12,9).

26 Entonces os pondréis a decir: Hemos comido y bebido en tu presencia, y en nuestras plazas enseñaste. 27 Pero él os repetirá: No sé de dónde sois; alejaos de mí todos los ejecutores de injusticia.
Los que quedan excluidos recuerdan al amo de la casa sus pasadas relaciones con él. Le recuerdan la comunidad de mesa: Hemos comido y bebido en tu presencia; le recuerdan la comunidad de maestro y discípulos: en nuestras plazas enseñaste. El Señor había entrado con ellos en la comunión del dar y recibir. Había vivido en supueblo, había ejercido su actividad en medio de ellos. Todas las invocaciones de esta comunidad son ahora en vano. Su palabra no fue tomada en serio, no se procedió según la voluntad de Dios por él anunciada. Son ejecutores de injusticia. Es voluntad de Dios que se oiga y se ponga en práctica el llamamiento de Jesús, que se siga su doctrina, que se acepte el ofrecimiento hecho por Dios por medio de él. No aprovecha el haber sido del mismo pueblo que Jesús, y ni siquiera el haber sido discípulo suyo, si no se pone en práctica lo que él proclama. «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en loscielos» (/Mt/07/21).

No salva la comunidad de mesa con Jesús y el bautismo, ni el haber oído su palabra como discípulo, si todo esto no va unido con la obediencia de obra a las palabras de Jesús, con la decisión personal en su favor. Aunque nosotros, cristianos, tengamos comunidad de mesa con Jesús que mora entre nosotros, aunque oigamos su palabra en la liturgia y aunque comamos su carne y bebamos su sangre, todo esto no nos salva si no le obedecemos, si no cumplimos la voluntad de Dios anunciada por él, si no nos decidimos por él (cf. 1Co_10:1-11).

28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios y vosotros echados fuera. 29 En cambio, habrá quienes vengan de oriente y de occidente, del norte y del sur, a ponerse a la mesa en el reino de Dios. 30 Porque mirad que hay últimos queserán primeros, y hay primeros que serán últimos. Allí, delante de la puerta cerrada, habrá llanto y rechinar de dientes. Es el conocido dolor de la desesperación,tantas veces expresado (Mat_8:12; Mat_13:42.50 ; Mat_22:13; Mat_24:51; Mat_25:30).

Los que se han quedado fuera, los que han sido excluidos, descubren que rechazaron a la ligera la gracia de Dios y que ahora están irremisiblemente perdidos. Lloran. El remordimiento desesperado sacude todo su ser, su alma y su cuerpo, les rechinan los dientes. Ellos mismos se atormentan pensando que no aprovecharon el momento oportuno ni pusieron en juego todas sus fuerzas para alcanzar la salvación ofrecida. Su dolor y los reproches que se hacen son tanto mayores, por cuanto ven en los patriarcas y profetas la espléndida salvación que también para ellos estaba preparada, que les estaba destinada especialmente, porque Abraham, Isaac y Jacob eran sus patriarcas e intercesores, porque ellos tenían la enseñanza de los profetas, que conduce a la salvación. «Lanzan gritos los pecadores cuando ven cómo resplandecen aquéllos (los justos)» (Henoc 108,15).

Les es especialmente doloroso ver la recompensa que está reservada a los que creyeron en lost estimonios del Altísimo (4Esd_7:83). Jesús habla de las suertes escatológicas en el estilo de la apocalíptica de la época, pero lo nuevo de su predicación está en que la decisión sobre salvación o perdición se pronuncia en razón del cumplimiento de su palabra, del seguimiento de Jesús, de la decisión personal en su favor. Nadie puede culpar a Dios si no logra salvarse, pues hasta los gentiles pueden entrar en el reino de Dios. Ahora se cumple la predicción profética de la peregrinación escatológica a la montaña de Dios: «Yahveh Sebaot preparará a todos los pueblos, sobre este monte, un festín de vinos generosos, de manjares grasos y tiernos, de vinos selectos y clarificados… Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra» (Isa_25:6-8).

Los que se hayan salvado cantarán el cántico de acción de gracias a que aluden las palabras del texto: De oriente y de occidente, del norte y del sur: «Alabad a Yahveh, porque es bueno, porque es eterna su misericordia. Digan así los rescatados deYahveh, los que él redimió de mano del enemigo, y los que reunió de entre las tierras de oriente y de occidente, del aquilón y del austro» (Sal_106:1-3). Los últimos tiempos invierten las condiciones presentes: Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos. Hay paganos que entrarán en el reino de Dios, y judíos que serán excluidos de él. Los judíos habían sido privilegiados en la historia de la salvación. Por sus antepasados habían recibido las promesas llenas de bendiciones de Dios, y por los profetas la palabra y la guía de Dios; pero esta posición privilegiada no bastapara salvarlos. Los gentiles estaban privados de los privilegios del pueblo de Dios, pero son admitidos en la celebración del banquete que es imagen del reino de Dios. Se salva el que acepta el mensaje de Jesús, se decide por él y le sigue. En el tiempo de salvación, que se ha inaugurado con Jesús, ofrece Dios a los judíos como a los gentiles la salvación, de la que se decide según la posición adoptada frente a Jesús. Su palabra exige esfuerzo y lucha,seguimiento en el camino de Jerusalén, donde le aguarda la muerte y la ascensión al cielo. ¿Serán sólo pocos los que se salven? Nadie puede hacer valer derecho alguno a la salvación, pero en Jesús ha ofrecido Dios las alvación a todos.
(Stöger, Alois,El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su Mensaje, Editorial Herder,Madrid, 1969)



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Comentario Teológico: Catecismo de la Iglesia Católica - El cielo y el infierno

EL CIELO 1023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12;Ap 22, 4): Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos... y de todos los demás fieles muertos después de recibir el bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron;... o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte ... aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura (Benedicto XII: DS 1000; cf. LG 49).

1024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

1025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).

1026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a El.

1027 Estes misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

1028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando El mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica": ¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios, ...gozar en el Reino de los cielos encompañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada (San Cipriano, ep.56,10,1).

1029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con El "ellos reinarán por los siglos delos siglos' (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).

El Infierno
1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Diossi pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separadosd e El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehusan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de Mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamientoa la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella;mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) : Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino quetodos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9): Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestrosdías, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (MR Canon Romano 88).
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 1023 – 1029; 1033 – 1037)

 

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Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Salvación

La idea de salvación (fig. sozo y derivados) se expresa en hebreo con toda una serie de raíces que se refieren a la misma experiencia fundamental: salvarse uno es verse sustraído a un peligro en que estaba expuesto a perecer. Según la naturaleza del peligro, el acto de salvar tiene afinidad con la protección, la liberación, el rescate, la curación, y la salvación la tiene con la victoria, la vida, la paz... A partir de tal experiencia humana y utilizando los términos mismos que la expresaban, explicó la revelación los aspectos más esenciales de la acción de Dios en la tierra : Dios salva a los hombres, Cristo es nuestro salvador (Lc 2,11), el Evangelio aporta la salvación a todo creyente (Rom 1,16). Hay, pues, aquí un término clave en el lenguaje bíblico; pero sus resonancias finales no nos deben hacer olvidar el lento proceso de elaboración.

(…)

NT. I. LA REVELACIÓN DE LA SALVACIÓN.

1. Jesús, salvador de los hombres.

a) En primer lugar se revela Jesús salvador mediante actos significativos. Salva a los *enfermos curándolos (Mt 9,21 p; Me 3,4; 5.23; 6,56); salva a Pedro caminando sobre las aguas y los dos discípulos sorprendidos por la tempestad (Mt 8,25; 14,30). Lo esencial es creer en él: la *fe es la que salva a los enfermos (Lc 8,48; 17,19; 18,42), y los discípulos se ven reprochar el haber dudado (Mt 8,26; 14,31). Estos hechos muestran ya cuál es la economía de la salvación. Sin embargo, no hay que limitarse a la salud corporal.

Jesucristo aporta a los hombres una salvación mucho más importan-te: la pecadora se salva porque le perdona sus pecados (Le 7,48ss), y la salvación entra en casa de Zaqueo penitente (Lc 19,9). Para ser salvo es necesario, pues, acoger con fe el Evangelio del Reino (cf. Lc 8,12). En cuanto a Jesús, la salvación es el objetivo de su vida; vino acá abajo para salvar lo que se había perdido (Lc 9,56; 19,10), para salvar al mundo y no para condenarlo (Jn 3,17; 12,47). Si habla, es para salvar a los hombres (Jn 5,34). Él es la *puerta: quien entre por ella será salvo (Jn 10,9).

b) Estas palabras dan a entender que el gran asunto es la salvación de los hombres. El pecado los pone en peligro de perdición. *Satán está ahí, pronto a intentarlo todo para perderlos y para impedir que se salven (Le 8,12). Son ovejas perdidas (Le 15,4.7); pero Jesús ha sido enviado precisamente por ellas (Mt 15, 24): ya no se volverán a perder si entran en su rebaño (Jn 10,28; cf. 6,39; 17,12; 18,9). Sin embargo, la salvación que ofrece tiene una contrapartida: para quien no aproveche la oportunidad, es inminente e irreparable el riesgo de perdición. Hay que hacer *penitencia a tiempo, si no quiere uno perderse (Le 13,3.5). Hay que entrar por la puerta estrecha si se quiere pertenecer al número de los salvados (Le 13,23s). Hay que perseverar por este camino hasta el fin (Mt 24,13). La obligación de desasimiento es tal que los discípulos se preguntan : "Entonces ¿quién podrá salvarse?" Efectivamente, para los hombres es imposible, precisa un acto de la omnipotencia (*poder) de Dios (Mt 19,25s p). Finalmente, la salvación que ofrece Jesús se presenta bajo la forma de una paradoja: Quien quiera salvarse se perderá, quien consienta en perderse, se salvará para la vida eterna (Mt 10, 39; Le 9,24; Jn 12,25). Tal es la ley, y Jesús mismo se somete a ella: él, que ha salvado a los otros, no se salva a sí mismo a la hora de la *cruz (Mc 15,30s). Cierto que el Padre podría salvarle de la muerte (Heb 5,7); pero precisamente por razón de esta *hora vino acá abajo (Jn 12,27). Así pues, quien busque la salvación en la fe en él, deberá *seguirle hasta este punto.

2. El Evangelio de la salvación.

a) Después de la resurrección y pentecostés, el mensaje de la comu-nidad apostólica tiene por objeto la salvación realizada conforme a las Escrituras. Por su *resurrección fue Jesús establecido por Dios "cabeza y, salvador" (Act 5,31; cf. 13,23). Los *milagros operados por los apóstoles confirman el mensaje: si se salvan enfermos por la virtud del *nombre de Jesús, es que no hay otro nombre por el que hayamos de ser salvos (Act 4,9-12; cf. 14,3). Así el *Evangelio se define como la "pa-labra de la salvación" (Act 13,26; cf. 11,14), dirigida primero a los judíos (Act 13,26), luego a las otras naciones (Act 13,47; 28,28). A cambio, se invita a los hombres a creer "para salvarse de esta *generación extraviada" (Act 2,40). La condición de la salvación es la *fe en el Se-ñor Jesús (Act 16,30s; cf. Mc 16, 16), la invocación de su nombre (Act 2,21; cf. Jl 3,5). Judíos y paganos se hallan en este sentido en posición idéntica. No se salvan ellos mismos: la *gracia del Señor es la que los salva (Act 15,11). Los apóstoles aportan, pues,. a los hombres la única "vía de salvación" (Act (6,17). Los convertidos tienen tal conciencia de ello que se consideran a sí mismos como el *resto que se ha de salvar (Act 2,47).

b) Esta importancia del tema de la salvación en la predicación primitiva explica que los evangelistas Mateo y Lucas quisieran subrayar des-de la infancia de Jesús su futuro papel de salvador. Mateo pone este papel en relación con su nombre, que significa "Yahveh salva" (Mt 1, 21). Lucas le da el título de Salvador (Lc 2,11). Hace saludar por boca de Zacarías el próximo alborear de la salvación prometida por los profetas (1,69.71.77), y por Simeón su aparición en la tierra en una perspectiva de universalismo total (2,30). Finalmente, la predicación de Juan Bautista, según las Escrituras, prepara las vías del Señor para que "toda carne vea la Salvación de Dios" (3,2-6; cf. Is 40,3ss; 52,10). Los recuerdos conservados en la sucesión de los evangelios presentan en forma concreta esta manifestación de la salvación que culminará en la cruz y en la resurrección.

II. TEOLOGÍA CRISTIANA DE LA SALVACIÓN. Aunque los escritos apostólicos recurren a un vocabulario variado para describir la obra *redentora de Jesús, se puede intentar construir una síntesis de la doctrina cristiana en torno a la idea de la salvación.

1. Sentido de la vida de Cristo. "Dios quiere la salvación de todos los hombres" (lTim 2,4; cf. 4,10). Por eso envió a su Hijo como salvador del *mundo (Un 4,14). Cuando apareció acá en la tierra "nuestro Dios y salvador" (Tit 2,13), que venía para salvar a los pecadores (iTim 1.15), entonces se manifestaron la gracia y el amor de Dios nuestro salvador (Tit 2,11; 3,4); porque por su muerte y su resurrección vino a ser Cristo para nosotros "principio de salvación eterna" (Heb 5,9), salvador del *cuerpo que es la *Iglesia (Ef 5,23). El título de salvador conviene lo mismo al Padre (iTim 1,1; 2,3; 4, 10; Tit 1,3; 2,10) que a Jesús (Tit 1,4; 2,13; $3,6; 2Pe 1,11; 2,20; 3, 2.18). Por esto el Evangelio, que refiere todos estos hechos, es "una *fuerza de Dios para la salvación de todo creyente" (Rom 1,16). Al anunciarlo un *apóstol no tiene otro fin que la salvación de los hombres (lCor 9,22; 10,33; lTim 1,15), ya se trate de paganos (Rom 11,11) o de judíos, de los cuales por lo menos un *resto se salvó (Rom 9,27; 11,14) antes de que finalmente se salve todo Israel (Rom 11,26).


2. Sentido de la vida cristiana. Una vez que se ha propuesto a los hombres el Evangelio por la palabra apostólica, éstos tienen que hacer una elección que determinará su suerte: la salvación o la pérdida (2Tes 2,10; 2Cor 2,15), la *vida o la *muerte. Los que creen y *confiesan su fe se salvan (Rom 10,9s.13), siendo, por lo demás, sellada su *fe por la recepción del *bautismo, que es una verdadera experiencia de la salvación (lPe 3,21). Dios los salva por pura *misericordia, sin considerar sus obras (2Tim 1,9; Tit 3,5), por *gracia (Ef 2,5.8), dándoles el Espíritu Santo (2Tes 2,13; Ef 1,13; Tit 3,5s). A partir de este momento debe el cristiano guardar con fidelidad la *palabra que puede salvar su *alma (Sant 1,21); debe alimentar su fe con el conocimiento de las Escrituras (2Tim 3,15) y hacerla fructificar en buenas *obras (Sant 2,14); debe trabajar con *temor y temblor para "realizar su salvación" (Flp 2,12). Esto supone un ejercicio constante de las virtudes saludables (1Tes 5,8), gracias a las cuales *crecerá con vistas a la salvación (IPe 2,2). No está permitida la menor negligencia; la salvación se ofrece a cada instante de la vida (Heb 2,3); "ahora es el *día de la salvación" (2Cor 6,2).

3. La espera de la salvación final. Si somos así herederos de la salvación (Heb 1,14) y estamos plenamente *justificados (Rom 5,1), sin embargo, todavía no estamos salvados más que en *esperanza (Rom 8,24). Dios nos tiene reservados para la salvación (1 Tes 5,9), pero se trata de una *herencia que sólo se revelará al final del *tiempo (IPe 1,5). El esfuerzo de la vida cristiana se impone porque cada día que pasa aproxima este final (Rom 13,11). La salvación, en el sentido fuerte de la palabra, se debe, pues, considerar en la perspectiva escatológica del *día del Señor (lCor 3,lss; 5,5). *Reconciliados ya con Dios por la muerte de su Hijo y *justificados por su *sangre, seremos entonces salvados por él de la *ira (Rom 5,9ss). Cristo aparecerá para darnos la salvación (Heb 9,28). Por eso aguardamos esta manifestación final del salvador, que acabará su obra transformando nuestro *cuerpo (F1p 3,20s); en esto es nuestra salvación objeto de esperanza (Rom 8,23ss). Entonces seremos salvados de la *enfermedad, del *sufrimiento, de la *muerte; todos los males de que pedían ser librados los salmistas y de los que Jesús, durante su vida, triunfaba por el milagro, serán abolidos definitivamente. El cumplimiento de tal obra será la *victoria por excelencia de Dios y de Cristo. En este sentido testimonian las aclamaciones litúrgicas del Apocalipsis: "La salvación es de nuestro Dios y del cordero" (Ap 7,10; 12,10; 19,1).
-> Gracia - Justicia - Liberación Enfermedad - Curación - Paz - Redención - Victoria.

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Santos Padres: San Agustín - El pequeño número de los elegidos (Lc 13, 21-24)

3. Ciertamente son pocos los que se salvan. Aún recordáis la cuestión que hace poco nos propuso el Evangelio. Se preguntó al Señor: ¿Son pocos los que se salvan? ¿Qué respondió a esto el Señor? No dijo: «No son pocos, sino muchos los que se salvarán». No dijo eso. ¿Qué dijo, pues, al oír son pocos los que se salvarán? Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Habiendo oído el Señor la pregunta: ¿Son pocos los que se salvan?, confirmó lo oído. Por una puerta estrecha entran pocos. El mismo Señor dijo en otro lugar: Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida, y pocos entran por él. Ancho y espacioso es el que conduce a la perdición, y son muchos los que caminan por él: ¿Por qué sentimos alegría frente a las multitudes? Oídme vosotros los pocos.

Sé que sois muchos, pero obedecéis pocos. Veo la era, pero busco el grano. Cuando se trilla en la era, el grano apenas se ve; pero llegará el tiempo de la bielda. Pocos son, pues, los que se salvan en comparación de los muchos que se pierden. Pero estos pocos han de constituir una gran masa. Cuando venga el aventador trayendo en su mano el bieldo, limpiará su era, recogiendo el trigo en el granero, y la paja la quemará en fuego inextinguible. No se burle la paja del trigo. Esto es hablar la verdad y no engañar a nadie. Sed muchos entre los muchos, pero sabiendo que en comparación de cierta clase de muchos sois pocos. Porque de esta era ha de salir tanto grano que llene los graneros del cielo. Pero no puede contradecirse quien dijo que son pocos los que entran por la puerta estrecha y muchos los que perecen por el camino ancho. ¿Puede contradecirse quien en otra ocasión dijo: Muchos vendrán de oriente y de occidente? Vendrán muchos pero en otro sentido pocos.

Pocos y muchos. ¿Unos serán los pocos y otros los muchos? No, sino que los mismos pocos que son muchos, son pocos en comparación con los condenados y muchos en la compañía de los ángeles. Oíd, amadísimos, lo que está escrito: después de estas cosas, vi una multitud que nadie podía contar, de toda lengua y nación y pueblo, que venían con estolas blancas y palmas en sus manos. Esta es la multitud de los santos. Cuando haya sido aventada la era, cuando haya sido separada la turba de los impuros y de los malos y falsos cristianos y, separada la paja, enviados al fuego eterno estos que oprimen y no tocan —cierta mujer tocaba la orla de Cristo, mientras que la turba le oprimía—; en fin, cuando se haya consumado la separación de todos los réprobos, ¡cuán clara no será la voz con que diga esta multitud de pie a la derecha, purificada, sin temor a que se mezcle algún malo y sin miedo a que se pierda alguno bueno, reinando ya con Cristo; con cuánta confianza ha de decir: Yo conocí que el Señor es grande!

4. Hermanos míos, si hablo a granos, si los predestinados a la vida eterna comprenden lo que digo, hablen con los hechos, no con las bocas. Me veo obligado a hablaros lo que no debía. Pues debía encontrar en vosotros algo que alabar y no preocuparme de qué amonestaros. Con todo, os lo diré en pocas palabras; no me demoraré. Reconoced la hospitalidad; por ella alguien llegó a Dios. Recibes al peregrino de quien también tú eres compañero de viaje, puesto que todos somos peregrinos. Pues cristiano es el que en su propia casa y en su propia patria se reconoce peregrino.

Nuestra patria se halla arriba; allí no seremos huéspedes, mientras que aquí todos, incluso en su casa, son huéspedes. Si no es huésped, que no salga de ella; y si ha de salir, entonces es huésped. No se engañe, es huésped. Quiera o no, es huésped. Y si deja la casa a sus hijos, se trata de un huésped que la deja a otros huéspedes. Si te encontrases en una posada, ¿no marcharías al llegar otro a ella? Esto lo haces hasta en tu casa. Tu padre te cedió el sitio; tú lo has de ceder a tus hijos. Ni tú has de permanecer siempre en tu casa, ni tampoco aquellos a quienes se la dejas. Por tanto, si todos pasamos, realicemos algo que no puede pasar, a fin de que, cuando hayamos pasado y llegado al lugar de donde no hemos de pasar, encontremos nuestras buenas obras. Cristo es el guardián; ¿por qué temes, entonces, perder lo que das? Vueltos al Señor...
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 111, 3-4, BAC Madrid 1983, 791-4)

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo I - La puerta estrecha

Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la encuentran. La verdad es que más adelante dice el Señor: Mi yugo es suave y mi carga ligera [1] .

Y en lo que poco antes nos ha dicho, nos dio a entender lo mismo. ¿Cómo habla, pues, aquí de puerta estrecha yde camino angosto? Más aquí particularmente, si bien lo miramos, nos hace ver el Señor que su doctrina es ligera, fácil y hacedera. —Y ¿cómo —me dirás— puede ser fácil una puerta estrecha y un camino angosto? —Pues justamente porque son camino y puerta. Uno y otra, lo mismo si son anchos que estrechos, puerta son y camino. En definitiva, nada de esto es permanente; todo son cosas, lo mismo lo triste que lo alegre de la vida, por donde hay que pasar de largo. Y ya por esta sola consideración es fácil la virtud, y más fácil aún si se mira al fin a que conduce. No es el solo consuelo —y fuera suficiente consuelo— de los que luchamos el pasar de largo por los trabajos y sudores, sino el término feliz a que nos llevan, pues ese término es la vida eterna. Por una parte, pues, lo pasajero de los trabajos y, por otra, la eternidad de la corona, no menos que la consideración de que aquéllos son los primeros y ésta la que les sigue, puede ser el mayor aliento en nuestros sufrimientos.

De ahí es que Pablo mismo llamó ligera a la tribulación, no porque lo sea en sí misma, sino por la generosa voluntad de los que luchan y por la esperanza de los bienes futuros. Porque una ligera tribulación —dice— nos produce un peso eterno de gloria sobre toda ponderación, como no miremos nosotros a lo visible, sino a lo invisible [2] .Porque, si a los marineros se les hacen ligeros y soportables las olas y el alta mar, a los soldados las matanzas y heridas, a los labradores los inviernos con sus hielos y a los púgiles los ásperos golpes por la esperanza de las recompensas, perecederas al fin y deleznables, ¿cuánta más razón hay para que no sintamos nosotros trabajo alguno, cuando se nos propone por premio el cielo, los bienes inefables y las recompensas inmortales? La estrechez del camino, motivo para andarlo con fervor. Más si todavía hay quienes siguen creyendo que el camino es trabajoso, ello es sólo invención de su tibieza. Mirad, si no, cómo nos lo hace fácil por otro lado, al mandarnos que no nos mezclemos con los perros, ni nos entreguemos a los cerdos, ni nos fiemos de los falsos profetas. Por todas partes nos arma para el combate.

Y hasta el hecho mismo de llamarlo estrecho, contribuye de modo especialísimo a hacerlo fácil, pues nos dispone a estar alerta. También Pablo nos dice que nuestra lucha no es contra la carne y la sangre [3] .Mas no habla así porque quiera desanimar a sus soldados, sino justamente para levantar sus pensamientos. Así aquí el Señor llamó áspero al camino justamente para sacudir la soñolencia de los caminantes. Y no sólo de ese modo nos dispuso a estar alerta, sino añadiendo también que son muchos los que tratan de echarnos la zancadilla. Y lo peor es que no atacan abiertamente, sino con disimulo. Tal es la casta de los falsos profetas. Sin embargo —dice el Señor—, no miréis que el camino es áspero y estrecho, sino adónde va a parar; ni que el camino contrario es ancho y dilatado, sino adónde os despeña. Todo esto lo dice para despertar nuestro fervor, al modo que en otra ocasión dijo: Los violentos arrebatan el reino de los cielos [4] . Porque, cuando el atleta ve que el presidente de los juegos admira lo trabajoso de los combates, cobra nuevo ánimo en la lucha. No nos desalentemos, pues, cuando de ahí nos resulten muchas molestias. Porque, si es estrecha la puerta y angosto el camino por donde vamos, pero no así la ciudad adónde vamos. No hemos de esperar aquí descanso; pero tampoco hay que temer allí tristeza. Por lo demás, al decir el Señor que pocos son los que lo encuentran, una vez más puso patente la desidia del vulgo, a par que enseñó a sus oyentes a seguir no las comodidades de los más, sino los trabajos de los menos. Porque los más —nos dice— no sólo no caminan por ese camino, sino que no quieren caminar. Lo que es locura suma. Pero no hay que mirar a los más ni hay que dejarse impresionar por su número, sino imitar a los menos y, pertrechándonos bien por todas partes, emprender así decididamente la marcha. Porque, aparte ser camino estrecho, hay muchos que quieren echarnos la zancadilla para que no entremos por él.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23, 5-6, BAC Madrid 1955, pág.482-85)

 

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Santos Padres: San Juan Crisóstomo II - No basta decir: "Señor, Señor"

1. ¿Por qué no dijo Cristo: ¿El que haga mi voluntad? —Porque por entonces bastaba que aceptaran lo que les dice, pues esotro hubiera sido demasiado fuerte para la debilidad de sus oyentes. Por lo demás, por lo uno dio a entender lo otro, como quiera que el Hijo no tiene otra voluntad que la del Padre. Más aquí paréceme a mí que trata el Señor de herir particularmente a los judíos, que todo lo hacían consistir en sus doctrinas y no se preocupaban para nada de la vida. Por la misma razón los recrimina Pablo, diciéndoles: Sí, tú te llamas judío, y descansas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad... [5] Más ningún provecho sacas de ahí, cuando tu vida y obras de virtud no se ven por ninguna parte. ni siquiera hacer milagros en su nombre.

Más el Señor no se paró ahí, sino que dijo algo mucho más grande: Porque muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" Como si dijera: "No sólo es arrojado de los cielos el que tiene fe, pero ha descuidado su vida, sino hasta el que hubiere obrado con su fe muchos milagros, pero no hubiere practicado bien alguno, quedará también excluido de aquellas sagradas puertas. Porque muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" ¿Veis cómo ya ahora, que ha terminado todo su discurso, se introduce el Señor veladamente a sí mismo y les da a entender que Él es el juez? Pues que a los pecadores les espera castigo, ya lo había hecho ver anteriormente; más quién ha de castigarlos, sólo ahora lo revela. Y no dijo abiertamente: "Yo soy el juez", sino: Muchos me dirán...; con lo que aquí nuevamente viene a conseguir lo mismo. Porque, si no hubiera de ser El el juez, ¿cómo les hubiera podido decir: Y entonces yo les contestaré: "Apartaos de mí: Jamás os he conocido". Como si dijera: "No sólo no os conozco ahora en el momento del juicio, más ni siquiera entonces os conocí, cuando hacíais milagros". Por eso les decía también a sus discípulos: No tanto os alegréis de que se os sometan los demonios cuanto de que vuestros nombres estén escritos en los cielos [6] .

Y en todas partes nos exhorta el Señor a que tengamos mucha cuenta con nuestra vida. Porque no es posible que un hombre que vive rectamente y se ha librado de todas sus pasiones, se vea jamás abandonado; y, si acaso alguna vez se extraviare del buen camino, pronto le volverá Dios mismo a la verdad. Hay quienes piensan que éstos que así hablaban lo decían mintiendo y que por eso justamente no se salvaron. Más en este caso el Señor prueba lo contrario de lo que intenta. Porque lo que aquí nos quiere hacer ver es que la fe sin las obras no vale para nada. Luego, encareciéndolo más, añadió los milagros, declarándonos que no sólo la fe, más ni el hacer milagros aprovecha nada a quien los hace si no le acompaña la virtud. Más, si aquéllos no los habían hecho, ¿cómo podía el Señor juntar aquí ambas cosas? Por otra parte, ni ellos mismos se hubieran atrevido a hablar así, mintiendo, en pleno juicio.

En fin, la respuesta misma y antes la pregunta prueban que efectivamente habían hecho milagros. Y es que, como veían que el desenlace era tan contrario a lo que ellos esperaban —aquí habían sido objeto de la admiración de todo el mundo por sus milagros y ahora se veían ya con la pena encima—, preguntan espantados y maravillados: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre? ¿Cómo nos rechazas tú ahora? ¿Qué significa estedesenlace tan extraño y sorprendente?" Más, si ellos se maravillaron de verse condenados después de haber obrado milagros, tú no tienes por qué maravillarte. Porque esta gracia pertenece toda al que la da y ellos no añadieron cosa de su parte; y con toda justicia se los castiga, pues fueron desconocidos e ingratos para quien de tal manera los honró, que, aun siendo indignos de ella, les hizo gracia de obrar milagros. —¿Pues qué me dirás—, siendo unos inicuos, hicieron esos milagros? —A esto responden algunos que no fueron inicuos al tiempo de hacer los milagros, sino que cambiaron luego y entonces fue su iniquidad. Más en este caso, tampoco establece aquí el Señor lo que pretende. Porque lo que el Señor nos quiere hacer ver es que, sin la vida buena, ni la fe ni losmilagros valen para nada. Exactamente lo que decía Pablo: Si tuviere una fe capaz de trasladar las montañas y conociere todos los misterios y poseyere toda la ciencia; pero no tuviere la caridad, nada soy [7] .—¿Quiénes son, pues, éstos?—me preguntarás—. Muchos de los que habían creído en el Señor recibieron carismas, por ejemplo, aquel que expulsaba los demonios y no estaba con Él [8] .

Ejemplo también Judas. Porque Judas también, con toda su maldad, había recibido el carisma de milagros. Y en el Antiguo Testamento puede también verse cómo la gracia obra muchas veces en los indignos para beneficio de los otros. Y es que no todos eran aptos para todo. Unos eran de vida pura, pero no tenían tanta fe; otros, al contrario. De ahí que el Señor exhorta a los unos por los otros: a los de vida pura, a que tengan más fe; a los que hacen milagros, a que por esta misma gracia inefable se vuelvan mejores en su vida. Dios da sus carismas hasta a indignos2. Por eso repartía sus carismas con gran abundancia: Hemos hecho—le dicen—muchos milagros. Pero yo les contestaré entonces: No os conozco. Ahora creen que son amigos míos; pero entonces verán que no les hice esa gracia como amigos. Y no te maravilles de que concediera sus carismas a hombres que, creyendo en Él, no vivían de manera conforme a su fe, pues vemos que obra también maravillas en quienes no tenían ni lo uno ni lootro.

Así, Balaán ni tenía fe ni llevaba vida buena; y, sin embargo, en él obró la gracia para dispensación de otros. Y por el estilo era un Faraón; y, sin embargo, también a éste le mostró Dios lo por venir. Nadie más malvado que Nabucodonosor, y también a él le reveló Dios lo que había de suceder después de muchas generaciones; y a su hijo, que sobrepujaba en maldad a su padre, le mostró también lo futuro, dispensando grandes y maravillosas cosas. Como quiera, pues, que estaba entonces la predicación del Evangelio en sus comienzos y era menester que Dios hiciera un grande alarde de su poder, muchos, aun de los indignos,recibieron don de milagros. Sin embargo, ningún provecho sacaron de ellos, antes bien, merecieron mayor castigo. De ahí la terrible palabra que el Señor les dirige: Jamás os he conocido. Y es así que a muchos los aborrece el Señor ya desde esta vida y antes del juicio ya son condenados. Temamos, pues, carísimos, y pongamos todo cuidado en nuestra vida. No pensemos que perdemos nada porque ahora no hagamos milagros.  Como ahora no perdemos nada de no hacerlos, tampoco en el juicio llevaríamos ventaja alguna por haberlos hecho.

Lo que importa es que nos demos enteramente a la virtud. De los milagros, seríamos nosotros deudores a Dios; pero de la vida y obras buenas, Dios es deudor nuestro. La virtud es el mayor bien aun en esta vida. Ya ha terminado, pues, el Señor, todo su discurso: Con toda puntualidad nos ha hablado de la virtud; nos hapuesto delante los varios linajes de gentes que la fingen, es decir, a los que ayunan y oran por sola ostentación, y los que se nos presentan vestidos de piel de oveja; y también a los que la destruyen, que son los que Él llamó perros y cerdos. Ahora, para mostrarnos cuán grande ganancia sea la virtud, aun en esta vida, y cuán grande pérdida la maldad, nos dice: Así, pues, todo el que oye estas palabras mías y las practica, se asemeja a un hombre prudente... Los que no las practican, aun cuando hicieren milagros, ya habéis oído lo que han de sufrir; ahora es menester que sepáis qué ventajas tendrán aquellos que obedezcan a todo lo que yo mando, y eso no sólo en la vida venidera, sino ya en la presente: Porque todo el que oye estas mis palabras y las practica, se asemeja a un hombre prudente. Notad cómo matiza el Señor su discurso. Primero ha dicho: No todo el que me diga: "Señor, Señor", en lo que se revela a sí mismo. Otra vez: El que haga la voluntad de mi padre. Y otra vez, presentándose a sí mismo como juez: Muchos me dirán en aquel día: "Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre?" Y yo les contestaré: No os conozco. Y aquí, finalmente, nuevamente se nos descubre a sí mismo como quien tiene poder sobre todas las cosas. Por eso dijo: Todo el que oye estas palabras mías...

Todo lo hasta ahora dicho por el Señor, lo había referido a lo por venir: el reino de los cielos, la recompensa inexplicable, el consuelo a los que lloran y todo lo demás; mas ahora nos quiere dar los frutos que aun acábemos de cosechar, nos quiere mostrar cuán grande sea, aun para la presente vida, la fuerza de la virtud.

—¿Cuál es, pues, la fuerza de la virtud? —El vivir con seguridad, el no ser presa fácil de ninguna desgracia, el estar por encima de cuanto pudiera dañarnos. ¿Puede haber bien comparable con ése? Ni el mismo que se ciñe la diadema puede adquirirlo para sí mismo. Ese es privilegio del que practica la virtud. Sólo éste lo posee con creces; sólo él goza de calma en medio del Euripo y mar revuelto de las cosas humanas, Porque eso es justamente lo maravilloso, que no habiendo bonanza en el mar, sino tormenta deshecha y grande agitación y tentaciones sin cuento, nada puede turbar lo más mínimo al hombre virtuoso. Porque cayeron las lluvias—dice el Señor—, vinieron los ríos, soplaron los vientos y dieron contra la casa; pero no se derrumbó, porque está asentada sobre la roca. Llama aquí el Señor figuradamente lluvias, ríos y vientos a las desgracias y calamidades humanas, como calumnias, insidias, tristezas, muertes, pérdidas en lo propio, daños de los extraños y todo, en fin, cuanto puede llamarse males de la vida presente. Más un alma así—nos dice el Señor—a ninguno de estos males se abate; y la razón es porque está cimentada sobre la roca viva. Y roca viva llama a la firmeza de su doctrina. A la verdad, más firmes que una roca son estos preceptos de Cristo, que nos levantan por encima de todos los oleajes humanos. El que con perfección los guardare, no sólo saldrá triunfador de los hombres que pretenden ofenderle, sino de los mismos demonios que le tiendan asechanzas.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 24, 1-2, BAC Madrid 1955, pág.498-504)

[1] Mt 11, 30 [2] 2 Co 4, 17-18 [3] Ef 6, 12 [4] Mt 11, 12 [5] Rm 2, 17-18 [6] Lc 10, 20 [7] 1 Co 13, 2

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Aplicación P. Alfredo Sáenz, S. J. - El amor a la cruz

Mientras iba Jesucristo predicando por campos y aldeas, bien sea porque su doctrina parecía dura a sus oyentes o bien por la referencia a las cosas últimas del cielo y del infierno, que acababa de hacer, le proponen la delicadísima cuestión del número de los que se salvan. La pregunta puramente teórica era ociosa y de simple curiosidad.

Jesús hubiera preferido, sin duda, que le preguntaran: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para salvarme?", como lo hizo el joven rico. Sin responder directamente, para no satisfacer la solicitud indiscreta de sus oyentes, lo hace de una manera verdadera pero práctica, indicando el camino que debemos seguir para llegar al cielo. De esta manera, a partir de una cuestión abstracta e inútil, hace entrar a los oyentes dentro de sí mismos, para excitar en ellos un vivo interés por la propia salvación y dejarles un mensaje bien provechoso: el camino del cielo es arduo y difícil. Para evocar esta dificultad se nos habla hoy de la "puerta estrecha", como otras veces habló del "camino angosto", del "ojo de la aguja" o de la necesidad de tomar la cruz y llevarla detrás suyo. En uno y otro caso está presente la dificultad que supone ante todo un auténtico espíritu de mortificación para domar nuestras inclinaciones desordenadas y sujetar nuestra voluntad a la de Dios. Aceptar la puerta estrecha significa tambiénrecibir los sinsabores que nos ofrece la vida como regalos del amor de Dios que quiere conducimos como buen Padre al destino feliz de la gloria: "Si tenéis que sufrir es para vuestra corrección, porque Dios os trata como ahijos, y ¿hay algún hijo que no sea corregido por su padre?", hemos oído en la segunda lectura. La dificultad que nos recuerda el evangelio de hoy supone finalmente una convicción firme, profundamente arraigada en nuestra alma, de que no llegaremos al cielo si no es sobre las huellas sangrantes de Jesucristo, llevando detrás suyo la cruz de cada día. Esta puerta estrecha se abre ante nosotros cotidianamente. En alguna ocasión la encontramos en alguna dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un revés económico, en la muerte de alguien que queremos.

Más frecuentemente consistirá en pequeñas contrariedades que se atraviesan en el trabajo, en la convivencia diaria, en un acontecimiento imprevisto con el que no contábamos y que arruina nuestros planes. De un modo u otro la cruz siempre estará presente en nuestra vida. Aceptarla, o mejor todavía, abrazarla ansiosamente en unión a Jesús, es el secreto del acceso al reino que nos espera. Al igual que Él, llegaremos a la gloria de la resurrección si antes pasamos por los misterios de su pasión y muerte llevando la "cruz de cada día". ¡Qué enseñanza tan contradictoria para el mundo de hoy! El hombre del siglo XXI, que es el fruto de un paulatino alejamiento de su condición de creatura, de hijo de Dios, y que se ha endiosado cada vez más, no sólo vive en su persona la caricatura del Padre Eterno, creyéndose igual a Él, sino que también ha inventado un remedo del cielo reemplazando la gloria sobrenatural por un presunto paraíso en la tierra. La sed insaciable de gozar, el hedonismo, el materialismo, el confort, son las metas supremas de la vida humana, metas que se deberán lograr aquí, en este mundo de la vida terrenal.

Aceptada esta cosmovisión, es absurdo siquiera pensar en la posibilidad de que la cruz tenga un lugar en la vida del hombre. Esta felicidad inmanente necesita desalojar del todo la idea del dolor y del sacrificio, que vendrían a arruinar el proyecto de gozar sin límites en que el hombre ha puesto hoy su esperanza, y por eso vemos en nuestra época el reemplazo del amor a la cruz por un verdadero horror al sufrimiento. Esta aversión al dolor corre pareja con la secularización del mundo contemporáneo. A medida que la persona pierde la fe y se aleja de Dios, más incomprensible se torna el plan divino que nos conduce por la cruz a la luz inaccesible del cielo. Y no pensemos que esto se da sólo entre aquellos que no tienen fe. También dentro de la Iglesia encontraremos esta aversión a la cruz que incapacita para la vida eterna. La encontramos en los cristianos que están convencidos de que es fácil llegar al cielo, que podremos alcanzarlo cómodamente al precio de una vaga adhesión a Dios: "hemos comido y bebido contigo".

Con frecuencia escuchamos: "Soy amigo del padre tal o de Monseñor cual, pertenezco a esta o aquella asociación y he leído las lecturas en la misa de los domingos, soy ministro de la comunión". Pero si todo esto no va acompañado de una entrega total, hasta la abnegación y la cruz, no impedirá que también hoy escuchemos la sentencia terrible de Jesús: "No sé de dónde sois". Hay personas que se plantean la vida cristiana como un excelente negocio, donde no hay nada que perder: a cambiod e rezar un poco, de ir a misa los domingos y de evitar los pecados más graves, Dios me tiene que conceder todo lo mejor en esta vida, salud, bienestar económico, eximición de todo disgusto o dolor y, después, la vida eterna. Evidentemente un plan muy conveniente para el espíritu mundano, pero que nada tiene que ver con el Evangelio, donde se reitera una y otra vez que no iremos al cielo si no aceptamos la cruz. Dentro de un momento se actualizará en nuestro altar el sacrificio del Calvario, en que el mismo Jesucristo murió crucificado por nosotros. Adorándole presente en la Eucaristía, obtendremos la fortaleza necesaria para abrazarnos al sagrado leño. A ello nos ayudará el presente soneto del poeta Rafael Sánchez Mazas:

Delante de la cruz, los ojos míos
Quédense, Señor, así mirando,
Y sin ellos quererlo,
estén llorando,
Porque pecaron mucho
y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
Quédenseme, Señor, así cantando,
Y sin ellos quererlo estén rezando,
Porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en Vos prendida,
Y así con la palabra prisionera,
Como la carne a vuestra Cruz asida
Quédeseme, Señor, el alma entera;
Y así clavada en vuestra Cruz mi vida,
Señor, así, cuando queráis me muera.
(ALFREDO SÁEnZ, S.J., Palabra y Vida - Homilías Dominicales y festivas ciclo C, Ed.Gladius, 1994, pp. 248-251).

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Aplicación: Beato Juan Pablo II - Todos estamos llamados a la salvación

Carísimos hermanos e hijos: 1. Consideremos, en primer lugar, la oración inicial de esta Santa Misa. Esa oración, a la vez que nos enlaza con las profundas aspiraciones expresadas en la del pasado domingo, nos abre la puerta a la aceptación, sin vanos temores, de la palabra del Evangelio que, siendo divina, es fuente de infalible certeza, aunque, a primera vista, su lectura puede aparecer turbadora. Mientras la pasada semana pedimos al Señor "la dulzura de su amor para poderle amar en todo y sobre todas las cosas", a fin de obtener "las promesas que superan todo deseo", hoy, con el mismo espíritu de humilde súplica, pedimos a Dios "amar lo que manda y desear lo que promete", a fin de que "nuestros corazones estén firmes en la verdadera alegría".

En las dos oraciones hay una idéntica orientación fundamental del cristiano hacia los bienes que sobrepasan toda previsión y experiencia, que ningún ojo puede ver y ninguna mente imaginar; hay la misma ansia del don de Dios, único que puede transformar el corazón de sus fieles, haciéndolo sensible a sus promesas y dispuesto a afrontar, por amor, la lucha requerida contra el espíritu del mundo, superando así "la puerta estrecha". Al pedir a Dios hoy, en especial, que nos haga "amar lo que Él manda", pedimos entrar en el secreto de la libertad cristiana, la cual induce a una decisión irrenunciable y fiel de elegir el bien, aunque vaya acompañada, como muchas veces sucede, por el cansancio, la lucha y el sufrimiento. El cristiano, efectivamente, no obedece a un imperativo externo, sino que, afrontando la "puerta estrecha", sigue la atracción que le pone en su corazón el Espíritu Santo.

He ahí por qué todos cuantos se comprometen a obedecer al Señor con la más profunda y leal generosidad, ponen en esa obediencia una espontaneidad y un amor que los profanos no saben explicarse. Preparados así por la oración a acoger en el corazón "lo que Dios manda", nos sentimos dispuestos a no rebelarnos, a no desanimarnos, a no rechazar, antes bien a comprender y amar la palabra evangélica que Jesús hoy nos dirige.

2. En el Evangelio Jesús recuerda que todos estamos llamados a la salvación y a vivir con Dios, porque frente a la salvación no hay personas privilegiadas. Todos deben pasar por la puerta estrecha de la renuncia y de la donación de sí mismos. La lectura profética expone con vivas imágenes el designio que Dios tiene de recoger en la unidad a todos los hombres para hacerles partícipes de su gloria. La extraída del Nuevo Testamento exhorta a soportar las pruebas como purificación procedente de las manos de Dios, "porque el Señor, a quien ama, le reprende" (Hb 12, 6; Prov 3, 12).

Pero los motivos de esas dos lecturas puede decirse que se hallan concentrados en el pasaje del Evangelio. La interrogación en torno al problema fundamental de la existencia: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" (Lc 13, 23), no nos puede dejar indiferentes. A esa pregunta, Jesús no responde directamente, sino que exhorta a la seriedad de los propósitos y de las decisiones: "Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán" (Lc 13, 24).

El grave problema adquiere en los labios de Jesús una perspectiva personal, moral, ascética. Jesús afirma con vigor que el conseguir la salvación requiere sufrimiento y lucha. Para entrar por esa puerta estrecha, es necesario, como dice literalmente el texto griego, "agonizar", es decir, luchar vigorosamente con todas las fuerzas, sin pausa y con firmeza de orientación. El texto paralelo de Mateo parece todavía más categórico. "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos los que dan con ella!" (Mt 7, 13-14). La puerta estrecha es, ante todo, la aceptación humilde, en la fe pura y en la confianza serena, de la Palabra de Dios, de sus perspectivas sobre nuestras personas, sobre el mundo y sobre la historia; es la observancia de la ley moral, como manifestación de la voluntad de Dios, en vista de un bien superior la que realiza nuestra verdadera felicidad; es la aceptación del sufrimiento como medio de expiación y de redención, para sí y para los demás, y como expresión suprema de amor; la puerta estrecha es, en una palabra, la aceptación de la mentalidad evangélica, que encuentra en el sermón de la montaña su más pura explicación. Es necesario, en fin de cuentas, recorrer el camino trazado por Jesús y pasar por esa puerta, que es Él mismo: "Yo soy la puerta; el que por Mí entrare, se salvará" (Jn 10, 9).

Para salvarse, hay que tomar como Él nuestra cruz, negarnos a nosotros mismos en las aspiraciones contrarias al ideal evangélico y seguirle en su camino: "Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame" (Lc 9, 23). Queridos hijos y hermanos: Es el amor lo que salva, el amor que, ya en la tierra, es felicidad interior para quien se olvida de sí mismo y se entrega en los más diferentes modos: en la mansedumbre, en la paciencia, en la justicia, en el sufrimiento y en el llanto. ¿Puede el camino parecer áspero y difícil, puede la puerta aparecer demasiado estrecha? Como dije ya al principio, semejante perspectiva supera las fuerzas humanas, pero la oración perseverante, la confiada súplica, el íntimo deseo de cumplir la voluntad de Dios, conseguirán de nosotros que amemos lo que Él manda. Y esto es lo que pido para todos vosotros. Y sobre vuestros propósitos, sobre vuestras personas, sobre vuestras familias descienda mi afectuosa bendición apostólica.
(Homilía del beato Juan Pablo II el día 24 de agosto de 1980 en Castelgandolfo)

 

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Aplicación: Padre Raniero Cantalamessa OFMCap - Entrar por la puerta estrecha

Existe un interrogante que siempre ha agobiado a los creyentes: ¿son muchos o pocos los que se salvan? En ciertas épocas, este problema se hizo tan agudo que sumergió a algunas personas en una angustia terrible. El Evangelio de este domingo nos informa de que un día se planteó a Jesús este problema: «Mientras caminaba hacia Jerusalén, uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?"». La pregunta, como se ve, trata sobre el número, sobre cuántos se salvan: ¿muchos o pocos? Jesús, en su respuesta, traslada el centro de atención de cuántos se salvan a cómo salvarse, esto es, entrando «por la puerta estrecha».

Es la misma actitud que observamos respecto al retorno final de Cristo. Los discípulos preguntan cuándo sucederá el regreso del Hijo del hombre, y Jesús responde indicando cómo prepararse para esa venida, qué hacer en la espera (Mt 24, 3-4). Esta forma de actuar de Jesús no es extraña o descortés. Sencillamente es la manera de obrar de alguien que quiere educar a sus discípulos para que pasen del plano de la curiosidad al de la verdadera sabiduría; de las cuestiones ociosas que apasionan a la gente a los verdaderos problemas que importan en la vida.

En este punto ya podemos entender lo absurdo de aquellos que, como los Testigos de Jehová, creen saber hasta el número preciso de los salvados: ciento cuarenta y cuatro mil. Este número, que recurre en el Apocalipsis, tiene un valor puramente simbólico (12 al cuadrado, el número de las tribus de Israel, multiplicado por mil) y se explica inmediatamente con la expresión que le sigue: «una muchedumbre inmensa que nadie podría contar» (Ap 7, 4.9).

Además, si ese fuera de verdad el número de los salvados, entonces ya podemos cerrar la tienda, nosotros y ellos. En la puerta del paraíso debe estar colgado, desde hace tiempo, como en la entrada de los aparcamientos, el cartel de «Completo».

Por lo tanto, si a Jesús no le interesa tanto revelarnos el número de los salvados como el modo de salvarse, veamos qué nos dice al respecto. Dos cosas sustancialmente: una negativa, una positiva; primero, lo que no es necesario, después lo que sí lo es para salvarse. No es necesario, o en cualquier caso no basta, el hecho de pertenecer a un determinado pueblo, a una determinada raza, tradición o institución, aunque fuera el pueblo elegido del que proviene el Salvador. Lo que sitúa en el camino de la salvación no es un cierto título de propiedad («Hemos comido y bebido en tu presencia...»), sino una decisión personal seguida de una coherente conducta de vida. Esto está más claro aún en el texto de Mateo, que contrapone dos caminos y dos entradas, una estrecha y otra ancha (Mateo 7, 13-14).

¿Por qué a estos dos caminos se les llama respectivamente el camino «ancho» y el «estrecho»? ¿Es tal vez el camino del mal siempre fácil y agradable de recorrer y el camino del bien siempre duro y fatigoso? Aquí hay que estar atentos para no caer en la frecuente tentación de creer que todo les va magníficamente bien, aquí abajo, a los malvados, y sin embargo todo les va siempre mal a los buenos. El camino de los impíos es ancho, sí, pero sólo al principio; a medida que se adentran en él, se hace estrecho y amargo. Y en todo caso es estrechísimo al final, porque se llega a un callejón sin salida. El disfrute que en este camino se experimenta tiene como característica que disminuye a medida que se prueba, hasta generar náusea y tristeza. Ello se ve en ciertos tipos de ebriedades, como la droga, el alcohol, el sexo. Se necesita una dosis o un estímulo cada vez mayor para lograr un placer de la misma intensidad. Hasta que el organismo ya no responde y llega la ruina, frecuentemente también física. El camino de los justos en cambio es estrecho al comienzo, cuando se emprende, pero después se transforma en una vía espaciosa, porque en ella se encuentra esperanza, alegría y paz en el corazón.

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 Aplicación: Benedicto XVI - La puerta estrecha


Queridos hermanos y hermanas:

También la liturgia de hoy nos propone unas palabras de Cristo iluminadoras y al mismo tiempo desconcertantes. Durante su última subida a Jerusalén, uno le pregunta: "Señor, ¿serán pocos los que se salven?". Y Jesús le responde: "Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán" (Lc 13, 23-24). ¿Qué significa esta "puerta estrecha"? ¿Por qué muchos no logran entrar por ella? ¿Acaso se trata de un paso reservado sólo a algunos elegidos?

Si se observa bien, este modo de razonar de los interlocutores de Jesús es siempre actual: nos acecha continuamente la tentación de interpretar la práctica religiosa como fuente de privilegios o seguridades. En realidad, el mensaje de Cristo va precisamente en la dirección opuesta: todos pueden entrar en la vida, pero para todos la puerta es "estrecha". No hay privilegiados. El paso a la vida eterna está abierto para todos, pero es "estrecho" porque es exigente, requiere esfuerzo, abnegación, mortificación del propio egoísmo.

Una vez más, como en los domingos pasados, el evangelio nos invita a considerar el futuro que nos espera y al que nos debemos preparar durante nuestra peregrinación en la tierra. La salvación, que Jesús realizó con su muerte y resurrección, es universal. Él es el único Redentor, e invita a todos al banquete de la vida inmortal. Pero con una sola condición, igual para todos: la de esforzarse por seguirlo e imitarlo, tomando sobre sí, como hizo él, la propia cruz y dedicando la vida al servicio de los hermanos. Así pues, esta condición para entrar en la vida celestial es única y universal.

En el último día —recuerda también Jesús en el evangelio— no seremos juzgados según presuntos privilegios, sino según nuestras obras. Los "obradores de iniquidad" serán excluidos y, en cambio, serán acogidos todos los que hayan obrado el bien y buscado la justicia, a costa de sacrificios. Por tanto, no bastará declararse "amigos" de Cristo, jactándose de falsos méritos: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas" (Lc 13, 26). La verdadera amistad con Jesús se manifiesta en el modo de vivir: se expresa con la bondad del corazón, con la humildad, con la mansedumbre y la misericordia, con el amor por la justicia y la verdad, con el compromiso sincero y honrado en favor de la paz y la reconciliación. Podríamos decir que este es el "carné de identidad" que nos distingue como sus "amigos" auténticos; es el "pasaporte" que nos permitirá entrar en la vida eterna.

Queridos hermanos y hermanas, si también nosotros queremos pasar por la puerta estrecha, debemos esforzarnos por ser pequeños, es decir, humildes de corazón como Jesús, como María, Madre suya y nuestra. Ella fue la primera que, siguiendo a su Hijo, recorrió el camino de la cruz y fue elevada a la gloria del cielo, como recordamos hace algunos días. El pueblo cristiano la invoca como Ianua caeli, Puerta del cielo. Pidámosle que, en nuestras opciones diarias, nos guíe por el camino que conduce a la "puerta del cielo".

(Ángelus, Domingo 26 de agosto de 2007)

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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Aceptar la corrección de Dios Lc 13, 22-30 y Heb 12,5-7.11-13

El Evangelio habla del rechazo de los judíos infieles al plan de Dios manifestado en Jesús y por otra parte la aceptación de la enseñanza de Jesús por parte de los gentiles. De la misma doctrina nos habla Isaías y el Salmo.

¿Cuál es la situación de los judíos hoy? La Iglesia, que está formada hoy en su mayor parte por los gentiles, produce celo en los judíos porque las bendiciones de los padres han pasado a ella. Este celo es motivado en el fondo por el dolor del rechazo por parte de Dios y es, en cierto modo, un castigo de Dios. Dios está motivando la conversión de los judíos por una gran ironía: el traspaso de la herencia del pueblo judío a la Iglesia de los gentiles. Y este castigo permitido por Dios a su pueblo elegido busca su conversión y salvación.

Dios quiere que todos los hombres se salven y para eso ha enviado a Jesús al mundo, para traer la salvación a todos. La condición para salvarse es aceptar a Jesús.

Y el plan de salvación de Dios tiene una pedagogía. Jesús es el Sembrador que viene a sembrar la semilla de la palabra de Dios y la siembra suavemente en todos los terrenos posibles. Algunos dan fruto, otros no. Pero la pedagogía divina no se detiene allí en su celo por la salvación de los hombres sino que manda que el Sembrador en ciertas ocasiones se conviertan en Arador y are el terreno para sembrar la semilla. Este último aspecto de la pedagogía divina lo tenemos un tanto ignorado.
De este aspecto de la pedagogía divina nos habla la Carta a los Hebreos.

Dice que no despreciemos la corrección de Dios porque procede de su amor que quiere el bien para sus hijos. En un primer momento la corrección es desagradable y muchas veces la tomamos como algo negativo. La gente dice: “Dios castiga”. Lo dice en un sentido negativo: castiga porque hemos obrado mal y para reivindicar su justicia. Esto es cierto. Pero hay un aspecto positivo. Dios corrige por amor y para que seamos fieles, para que nos convirtamos y en definitiva para llevarnos al cielo.

Es fácil ver la mano de Dios en la bendición, es decir, cuando todo anda bien. Quizá con más dificultad vemos la mano de Dios providente en las pruebas que tenemos que pasar sin culpa nuestra, por ejemplo, en las enfermedades corporales o en los sufrimientos morales que Dios permite, difamaciones, humillaciones, calumnias, persecuciones, marginaciones, etc. Pero se nos hace muy difícil y a veces no vemos la mano de Dios en las correcciones que Dios nos hace por causa de nuestras malas obras.

En la historia sagrada se nos relata esta constante: el pueblo cuando es fiel recibe la bendición de Dios y cuando se aparta de Dios Él lo corrige por la mano de sus enemigos o por catástrofes como el hambre, la peste, la sequía, etc. Ellos a causa del sufrimiento se vuelven nuevamente a Dios.

En nuestra vida espiritual sucede algo semejante. Cuando pecamos contra Dios Él permite que suframos las consecuencias de nuestros pecados y nos manda humillaciones y dolores buscando nuestra corrección. Si vemos en estas situaciones la mano de Dios el resultado es saludable. Si no la vemos probablemente nos endurezcamos en nuestra situación de pecado y el final puede ser muy triste.
Decía San Francisco de Sales que hay dos maneras de practicar los abatimientos: la una es pasiva y se refiere al beneplácito divino, y constituye uno de los objetos del abandono; la otra activa, y entra en la voluntad de Dios significada. La mayor parte de las personas no quieren sino ésta, llevando muy a mal la otra; consienten en humillarse, y no aceptan el ser humilladas.

Debemos tener claro que también la Providencia de Dios permite nuestros pecados y nuestras caídas y corrigiéndonos con el sufrimiento nos va purificando y llevando por el camino de la salvación. Dios no quiere el pecado pero lo permite. También el respeto a nuestra libertad está incluido en la pedagogía divina. Dios permite que nos desviemos de la senda recta respetando nuestra libertad y teniendo paciencia con nosotros. Pero también la pedagogía divina quiere castigarnos para que nos corrijamos y volvamos a retomar el camino de salvación porque quiere que lleguemos al cielo.
¿Cómo tomar la corrección de Dios? Con humildad, sin excusas, en un completo abandono a su pedagogía.

También es parte de su plan el corregirnos y sus correcciones a lo largo de nuestra vida son parte de nuestra historia como también nuestros pecados y nuestras desviaciones del camino recto y es necesario que las aceptemos.
Las correcciones implican una humillación. Humillación vivida en nuestra intimidad pero a veces también acompañada de una sanción social. Si aceptamos las correcciones de Dios con humildad nos serán saludables pero si orgullosamente las rechazamos puede que nos conduzcan a la desesperación y al desatino. Porque al rechazar la corrección de Dios nos salimos en cierta forma de los planes de Dios y en definitiva no queremos entrar por la puerta estrecha.

En nuestra vida religiosa vamos a tener muchos tropiezos y Dios nos va a corregir con sus castigos. Amorosos castigos, los llamaría yo. Pero si no advertimos en ellos su mano podemos, desesperados, hasta dejar la religión. Muchos hombres religiosos, quizá la mayoría o todos, han pasado por esta situación de apartarse de Dios. La diferencia está en la resolución del problema: los que aceptaron la corrección de Dios volvieron al camino recto no sin dolores y sufrimientos. Los que no aceptaron la corrección de Dios por la humillación que conllevaba lamentablemente no retomaron la senda del Señor o quizá la retomaron pero saliéndose, en cierta forma, de los planes de Dios, por ejemplo, abandonando su vocación.
Dice Dom Vital Lehodey que existe, en efecto, el arte de utilizar nuestras faltas, y consiste el gran secreto en soportar con sincera humildad, no la falta misma, ni la injuria hecha a Dios, sino la humillación interior, la confusión impuesta a nuestro amor propio; de suerte que nos abismemos en la humildad confiada y tranquila. La humillación bien recibida produce la humildad, y la humildad a su vez, recordándonos sin cesar ya sea el tiempo que hemos de recuperar, ya las faltas cuyo perdón necesitamos implorar, alimenta la compunción de corazón, estimula la actividad espiritual y nos torna misericordiosos para con los demás.

El hombre ético del que habla Kierkegaard es el hombre sin tacha que nunca se salió del camino de Dios en forma considerable. Su fin es mantenerse fiel a Dios considerando un honor no tener ninguna mancha en su prontuario. Y este es su orgullo. No está mal. Pero no es lo más profundo de la relación con Dios. Sólo trascenderá el hombre ético al hombre religioso cuando encuentre que la búsqueda del honor no es el máximo valor porque tiene mucho de humano y poco de divino. Quizá el salto lo dé cuando la mancha visite su historia, cuando reciba la corrección de Dios, porque comenzará a buscar el fundamento último de su vida espiritual en Dios y en Él sólo buscará el apoyo. Quizá será al que más le cueste ver la mano de Dios en la corrección porque su santidad es para él más de elaboración propia que para el hombre que ha anclado su fortaleza sólo en Dios.

El hombre religioso vive abandonado en Dios y muchas veces sufrirá el embate de sus miserias, pero sabrá salir a flote confiado en Dios. Conocerá en la corrección la mano de Dios y bendecirá su sabia pedagogía que por amor actúa de manera tan singular. La vida de los santos ha sido así. Los santos han sido pecadores pero supieron ver la misericordia de Dios en todo. También en sus correcciones. La aceptaron y se abandonaron más en Dios.
En muchas etapas de la vida estaremos protegidos y como en invernadero y nuestro mayor orgullo será la impecabilidad pero en otras en los que estemos en la lucha abierta nuestro mayor orgullo será bendecir la misericordia de Dios que nos corrige. La clave está en abandonarse en las manos de Dios.

Dios nos corrige humillándonos pero también con suavidad nos ayuda a sobrellevar las humillaciones y aún más las hace cortas y livianas.
Somos nosotros los que imaginamos muchas veces insuperable la corrección de Dios. Primero imaginamos que será tan pesado el sufrir la humillación y será tan largo el regreso a la senda de Dios que a veces la imaginación nos deja aferrados en el pantano de nuestros pecados. A esto se suma un aspecto que puede ser real pero que la mayoría de las veces es una fantasía nuestra y es la sanción social. El pensar que nos critican, que nos marginan, que ya no nos quieren como antes.

En el Evangelio hay un pasaje en que Jesús va a comer en casa de un fariseo y se presenta una mujer que unge los pies de Jesús. Esta mujer era la adúltera. Jesús la había perdonado en privado y aquí lo hace en público liberándola de la sanción social.
No siempre Dios permite que seamos liberados de la sanción social. Muchas veces perdemos la fama delante de los hombres al margen de haber sido perdonados por Jesús. La liberación de la sanción social es importante y es una ayuda para superar con prontitud la humillación de haber perdido la fama que teníamos delante de los hombres, pero no siempre se da. En realidad, lo importante es que volvamos a estar en paz con Dios y retornemos a la senda de la salvación.
El alma (que se abandona en Dios), despojándose de su reputación, se eleva por encima de la opinión de los hombres hasta Dios para servirle con absoluta pureza de intención. La humildad toma fuerza y se arraiga profundamente, cuando acepta esta dura prueba; entonces es cuando el justo se desprecia realmente y acepta ser despreciado por los demás.

Respecto de la sanción social no siempre es real. Muchas veces fantaseamos que la hemos perdido. Nos sentimos juzgados por todos y en todas partes y eso dificulta superar nuestros fracasos y volver a integrarnos sin reparos a la vida social. En definitiva, esto denota poca confianza en Dios, falta de abandono en Él. Para Jesús toda nuestra vida pasada con sus pecados y faltas queda totalmente olvidada. Es una hoja que cae en una gran hoguera.
(El alma santa es) indiferente a las alabanzas y a los desprecios, se abandona en manos de la Providencia, dispuesta a cumplir su obligación con buena o mala fama, y no deseando otra reputación, sino la que Dios juzgara conveniente que disfrutara para los intereses de su servicio.

Somos nosotros los que no acabamos de liberarnos de nuestras faltas aunque hayan sido perdonadas y es porque no comprendemos la densidad del perdón de Dios, de su misericordia. Nuestra vida tiene un solo Juez que nos debe importar y es Jesús, juez infinitamente justo pero también infinitamente misericordioso. Nuestras obras debemos realizarlas delante de sus ojos y convencidos de que sólo a Él debemos agradar.
En cuanto a las consecuencias penales del pecado, dice Dom Vital Lehodel, si Dios permite que no las podamos evitar, hemos de recibirlas con humilde aquiescencia al divino beneplácito. Dios no ha querido el pecado, pero quiere sus consecuencias; nos hace sufrir para curarnos, y nos hiere aquí abajo, a fin de no verse precisado a castigarnos en el otro mundo.
Con esta misma filial tranquilidad aceptaremos las consecuencias penales de nuestras imprudencias. Una sencilla imprudencia que lleva consigo consecuencias desagradables, patentes a la vista de todos, he aquí sin género de duda la más humillante de las humillaciones, y ved ahí, por consiguiente, una excelente ocasión para herir de muerte al amor propio, y que jamás habremos de desperdiciar. Una sola prueba así aceptada hace progresar a un alma más que numerosos actos de virtud.
Sepamos ver por tanto también en las correcciones que Dios nos haga, por el medio que a Él le parezca, su amor misericordioso que quiere salvarnos y sin titubeos abandonémonos absolutamente en sus manos.

Notas
Cf. Nota de la Biblia de Jerusalén a Lc 13, 22
66, 18-21
116, 1-2
12, 5-7.11-13
Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3, 5, 2
Cf. Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c.3, 8, 4
Cf. Castellani, Las Parábolas de Cristo, Jauja Mendoza 1999, Parábola de los dos deudores
Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3, 5, 1
Idem
Cf. Dom Vital Lehodey, El Santo Abandono, c. 3, 8, 4

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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La salvación eterna (Lc 13,22-30)

Introducción

El evangelio de San Lucas tiene una característica muy particular: a partir de fines del capítulo 9 hasta el capítulo 22 todo está narrado como un camino que Jesús hace subiendo a Jerusalén. A partir de 9,51 Jesús comienza a subir con mucha decisión a Jerusalén para sufrir la cruz. A partir de ese momento hasta el capítulo 22 se presenta toda la vida de Jesús como un solo camino hacia Jerusalén. Y cada tanto S. Lucas va recordando esta subida hacia la cruz: el evangelio de hoy es una de esas veces. En efecto, en el texto de hoy, que es del capítulo 13,22-30, dice: “Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén”. Con esta pincelada S. Lucas nos recuerda que Cristo no olvida ni un instante su deseo de morir en cruz por nosotros. Y unos pocos versículos más adelante, en el v. 33 de este capítulo, vuelve a recordar su muerte en Jerusalén: “No es posible que un profeta muera fuera de Jerusalén”.

Jesús no deja que nada lo aparte de su objetivo de morir en Jerusalén. Ni siquiera las amenazas de Herodes. Precisamente, la frase recién mencionada, la dice a los amigos que vienen a decirle que Herodes lo busca para matarlo. Él responde con mucha firmeza: “Id a decir a ese zorro: Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén” (Lc 13,32-33).

En este contexto, una persona le hace una pregunta a Jesús: “¿Señor, es verdad que son pocos los que se salvan?”. La persona que pregunta está llevada más que nada de curiosidad por un lado, y de una cuestión teórica por otro. Jesús no da pábulo a la curiosidad del que pregunta, pero responde a una cuestión mucho más necesaria y mucho más concreta que saber el número de los que se salvan: lo que cada uno debe hacer para salvarse.

Al responder de esta manera es como si dijera: “No te preocupes de cosas que no son útiles; no te preocupes de cosas que sacian solamente tu curiosidad; no te preocupes de cosas que dependen de otros (la salvación de los otros depende de los otros y de Dios). Preocúpate de algo que te toca muy de cerca: tu propia salvación. En vez de andar preguntando cuántos son los que se salvan, preocúpate de trabajar por tu propia salvación.” Y a partir de aquí le empezará a explicar cosas que tienen que ver con su salvación.

La pregunta es abstracta y teórica, impersonal y muy poco útil. Jesús, ejercitando la caridad y sin rechazar de plano la pregunta, da una respuesta concreta, personal y muy útil. Con su respuesta Jesús le está diciendo al que preguntó: “Tu pregunta debiera ser más bien la siguiente: ‘Señor, ¿yo me puedo condenar?’”. De hecho la pregunta que responde Jesús es esa: ¿yo me puedo condenar?

1. La primera respuesta: sí, tú te puedes condenar

La respuesta que da Jesús suena así: “Estate atento porque eres tú el que se puede condenar”. Flota hoy en el ambiente, aún en ambientes católicos, la idea de que no existe la condenación eterna, de que no existe el infierno. Un profesor de teología en la Universidad Católica de Chile, en el año 2010, les dijo a los alumnos que la teología de antes hablaba del infierno; ahora se habla de un solo camino que lleva a la salvación a todos.

Dicen que si uno hace la opción fundamental por Dios y luego peca por debilidad, aun cuando se trate de pecados graves, no se condena. Otros directamente niegan la existencia del infierno. Santa Faustina Kowalska fue llevada al infierno que hubiera merecido y vio que la mayoría de los condenados eran los que no creían en la existencia del infierno. También a Santa Teresa de Jesús Dios le mostró el lugar del infierno que le correspondía.

Sin embargo, Jesucristo, muchas veces habla en el evangelio acerca de la existencia del infierno. Una de ellas es el evangelio de hoy. Dice que aquellos que han obrado el mal serán echados afuera de la sala del banquete y será el llanto y el rechinar de dientes. El rechinar de dientes es la acción propia del desesperado.

Otra vez, en el capítulo 25 de San Mateo, Jesús dice a los que no tuvieron caridad con su prójimo: “Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”.

El infierno existe y es una posibilidad para cada uno de nosotros. ¿Y qué es el infierno? El infierno es principalmente la privación de la visión de Dios; es estar eternamente separado de Dios. Eso es lo que se conoce como la pena de daño.

Pero después de nuestra resurrección, aquel que se ha condenado, sufrirá en el infierno también penas corporales. También el cuerpo será sometido al fuego que no se apaga. En el infierno cada condenado sufrirá el mal correspondiente a su pecado.

¿Qué hace falta para irse al infierno? Morir con un pecado mortal. Un solo pecado mortal es suficiente para condenarse.

2. La segunda respuesta: salvarse es muy difícil

Jesús compara la salvación eterna con un banquete nupcial. Entrar al banquete y gozar de la fiesta significa salvarse. Pero la puerta del salón donde se realiza la fiesta es sumamente pequeña y estrecha. Es incómodo entrar por esa puerta al banquete. San Mateo, completa la frase de Jesucristo con una imagen todavía más gráfica: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas, ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran” (Mt 7,13-14).

Por lo tanto, la imagen es la siguiente: en lo alto de un monte hay un salón donde se da un gran banquete; para ir allí hay que hacer un camino que es estrecho y escarpado, muy incómodo y esforzado; al llegar al salón la puerta es pequeña y estrecha, para entrar hay que agacharse muchísimo y entrar casi en cuclillas. Adentro está el Novio y todos los invitados festejando una gran fiesta de casamiento.

En el otro extremo, abajo, en la llanura, hay un camino con suave pendiente en bajada, ancho, liso, sombreado, muy cómodo. Este camino termina en una gran puerta donde se puede entrar sin ninguna dificultad. Pero inmediatamente después de la puerta está el abismo y la muerte.

Por lo tanto, los dos caminos son muy diferentes y los dos puntos de llegada son muy diferentes. El camino al cielo es muy difícil y esforzado.

¿Por qué el camino al cielo es muy difícil y esforzado? En primer lugar, porque debemos cumplir los diez mandamientos. Sin cumplir los diez mandamientos nadie se puede salvar. Por eso es que hoy Jesucristo dice: “No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal!”. Los que hacen el mal son los que no cumplen los diez mandamientos.

En segundo lugar, el camino al cielo es muy estrecho porque es necesario cumplir las obras de misericordia: ocuparse de los pobres, de los enfermos, de los necesitados, de los presos. Sin cumplir la obra fundamental del amor al prójimo no nos podemos salvar.

En tercer lugar, el camino al cielo es muy estrecho porque dentro nuestro conviven las tres concupiscencias que nos inclinan más al mal que al bien. Estas tres concupiscencias son tres deseos que nos dejó el pecado original: el deseo de los placeres carnales, el deseo de poseer cosas materiales y el deseo de prevalecer sobre los demás. Por lo tanto nuestra vida es una continua lucha contra esos tres deseos. El que no quiera luchar contra esos malos deseos que viven en nosotros no podrá salvarse.

En cuarto lugar, el camino al cielo es muy estrecho y difícil porque tenemos un enemigo externo, que es el diablo, que odia nuestra salvación eterna y que busca de mil maneras hacernos pecar para que nos condenemos.

Aquel que lucha con valentía y al momento de su muerte está en gracia de Dios, entra al cielo.

3. El cielo

Jesús compara el cielo con un banquete de bodas. Entrar al banquete de bodas, gozar de la presencia del Esposo (que es Dios), gozar de la presencia de los invitados, alegrarse continuamente, significa salvarse, significa entrar al cielo. Podríamos decir, en una sola palabra, que el Reino de los Cielos es fiesta permanente. Así como en una fiesta nos sentamos alrededor de una mesa para compartir los alimentos en un clima de gozo y alegría, así también el cielo es comunión con Dios y con los hombres en una plenitud de gozo, alegría y fiesta. La esencia del cielo es esta comunión gozosa con Dios por toda la eternidad.

La eternidad del cielo es lo que hace que el gozo sea perfecto. Siendo Santa Teresa de Jesús una niña supo que los que mueren mártires se van directamente al cielo. En la España de su tiempo había todavía varias regiones que pertenecían a los musulmanes. Para poder morir mártir decidió irse de su casa en busca de musulmanes que la matasen. En su ansiedad arrastró también a su hermano. Y mientras se alejaban de la casa repetía: “para siempre, para siempre, para siempre con Dios”.

Conclusión

El salón del banquete tiene una puerta muy estrecha. Y pasado el tiempo oportuno, el Señor cierra la puerta. Sin embargo, este salón tiene una ventana al costado que, cuando la puerta está cerrada, puede abrirse para dejar entrar al que todavía tiene fuerzas para entrar. Esa ventana del costado es la Virgen María.

Se cuenta la siguiente anécdota. En tiempos del Cura de Ars, en Francia, había un hombre que vivía alejado de los sacramentos pero que tenía una gran devoción a la Virgen María. Todos los años, para una de sus fiestas, él se encargaba de prepararle el arreglo floral. Un día, este hombre, llevado de una gran angustia, decidió suicidarse arrojándose desde un puente altísimo hacia las aguas del río. La esposa de este hombre fue desesperada a ver al Cura de Ars, para contarle su desgracia, que su marido se había suicidado y así merecido la condenación eterna. El Cura de Ars la consoló diciéndole: “Tu marido no se condenó; alcanzó la salvación eterna, porque entre el puente y el río estaba la Virgen María, quien hizo que se arrepintiera y pidiera perdón antes de morir”. En este caso, María fue la ventana del costado para una puerta que ya estaba prácticamente cerrada.

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Directorio Homilético: Vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario


CEC 543-546: todos los hombres estamos llamados a entrar en el Reino de Dios
CEC 774-776: la Iglesia, sacramento universal de la salvación
CEC 2825-2827: seguir la voluntad del Padre para entrar en el Reino de los cielos
CEC 853, 1036, 1344, 1889, 2656: el camino estrecho

El anuncio del Reino de Dios

543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él, es necesario acoger la palabra de Jesús:

La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino; después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).

544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).

545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).

546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22, 1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir, hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt 13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo enigmático (cf. Mt 13, 10-15).

La Iglesia, sacramento universal de la salvación

774 La palabra griega "mysterion" ha sido traducida en latín por dos términos: "mysterium" y "sacramentum". En la interpretación posterior, el término "sacramentum" expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término "mysterium". En este sentido, Cristo es El mismo el Misterio de la salvación: "Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus" ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo") (San Agustín, ep. 187, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene por tanto y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".

775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.

776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, discurso 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).

2825 Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hb 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29):

Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo (Orígenes, or. 26).

Considerad cómo Jesucristo nos enseña a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo sino de la gracia de Dios. El ordena a cada fiel que ora, que lo haga universalmente por toda la tierra. Porque no dice 'Que tu voluntad se haga' en mí o en vosotros 'sino en toda la tierra': para que el error sea desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva a florecer en ella y que la tierra ya no sea diferente del cielo (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt 19, 5).

2826 Por la oración, podemos "discernir cuál es la voluntad de Dios" (Rm 12, 2; Ef 5, 17) y obtener "constancia para cumplirla" (Hb 10, 36). Jesús nos enseña que se entra en el Reino de los cielos, no mediante palabras, sino "haciendo la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7, 21).

2827 "Si alguno cumple la voluntad de Dios, a ese le escucha" (Jn 9, 31; cf 1 Jn 5, 14). Tal es el poder de la oración de la Iglesia en el Nombre de su Señor, sobre todo en la Eucaristía; es comunión de intercesión con la Santísima Madre de Dios (cf Lc 1, 38. 49) y con todos los santos que han sido "agradables" al Señor por no haber querido más que su Voluntad:

Incluso podemos, sin herir la verdad, cambiar estas palabras: 'Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo' por estas otras: en la Iglesia como en nuestro Señor Jesucristo; en la Esposa que le ha sido desposada, como en el Esposo que ha cumplido la voluntad del Padre (San Agustín, serm. Dom. 2, 6, 24).


853Pero en su peregrinación, la Iglesia experimenta también "hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio" (GS 43, 6). Sólo avanzando por el camino "de la conversión y la renovación" (LG 8; cf 15) y "por el estrecho sendero de Dios" (AG 1) es como el Pueblo de Dios puede extender el reino de Cristo (cf RM 12-20). En efecto, "como Cristo realizó la obra de la redención en la persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación" (LG 8).

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14) :

Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde `habrá llanto y rechinar de dientes' (LG 48).

1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz" (AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.

1889 Sin la ayuda de la gracia, los hombres no sabrían "acertar con el sendero a veces estrecho entre la mezquindad que cede al mal y la violencia que, creyendo ilusoriamente combatirlo, lo agrava" (CA 25). Es el camino de la caridad, es decir, del amor de Dios y del prójimo. La caridad representa el mayor mandamiento social. Respeta al otro y sus derechos. Exige la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de ésta. Inspira una vida de entrega de sí mismo: "Quien intente guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará" (Lc 17,33)

Las virtudes teologales

2656 Se entra en oración como se entra en la liturgia: por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra lo que queremos escuchar y guardar.


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EJEMPLOS

San Bernardo de Claraval.
De joven convenció a quince hermanos, primos y amigos para entrar con él al convento y para hacerse monje. Ya en su última vejez el padre de San Bernardo se presentó a la puerta del convento y pidió admisión. Quiso entrar de monje. San Bernardo lo recibió, sin embargo, le reprochó: "Ahora que eres viejo quieres entregar a Dios un costal de huesos gastados". Aunque parezca ilógico también si te conviertas sólo en el último momento Dios recibe tu vida aunque sean puras cáscaras.

Te saludo, mensajera de eternidad
Se dice que un día un hombre justo encontró a la muerte y le dijo:- ¡Te saludo, mensajera de eternidad!- ¿Cómo? –respondió ella-; ¿tú, hijo del polvo, no tiemblas en mi presencia? ¿no te espantan ni el cortejo de dolores que me acompañan ni la guadaña que llevo?- No –contestó el hombre-; ¡no temo! Los dolores me anuncian tu presencia; ¡soy cristiano! La muerte airada tocó al hombre en el corazón. Y el hombre cayó, los suyos le lloraron, pero de pronto, alzando los ojos, vieron su alma, rodeada por los ángeles, coronada por Cristo. A sus pies no había más que los despojos de un pobre cuerpo sobre el que triunfaba la muerte.
(Romero, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 409)

(Cortesía: iveargentina.org et alii)



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