Solemnidad de San Pedro y San Pablo: Comentarios de Sabios y Santos - Ayudados por ellos preparemos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada en la Celebración Eucarística
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: W. Trilling - Profesión de fe de Pedro
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El Obispo de Roma, sucesor de Pedro
Comentario
Teológico: Xavier Leon-Dufour - Pedro
Santos Padres: San Clemente de Roma - El testimonio histórico más antiguo
del martirio de Pedro y Pablo
Santos Padres: San Agustín - La victoria de los santos Pedro y Pablo
Aplicación: Benedicto XVI (I) - "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18)
Aplicación: Benedicto XVI (II) - También ellos eran uno
Aplicación: San Juan Pablo II - La ‘Piedra’ y el ‘instrumento elegido’
Aplicación: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Dos vidas entrelazadas
Aplicación: Papa Francisco - Confirmar en la fe, en el amor y en la unidad
Aplicación: San Juan Pablo II - San Pedro y San Pablo
Directorio Homilético 29 de junio: Solemnidad de los santos Apóstoles Pedro
y Pablo
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: W. Trilling - Profesión de fe de Pedro
13 "Al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? 14 Ellos respondieron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o uno de los profetas".
Ahora llega un momento importante en la vida de Jesús. Los evangelistas pueden indicar el lugar en que ocurrió la siguiente escena, es decir, Cesarea-de-Filipo. Filipo, un hijo de Herodes, hizo construir esta Cesarea en el monte Hermón, al norte de Palestina. A esta ciudad se la llamó Cesarea de Filipo para distinguirla de la más antigua Cesarea, que estaba junto al mar. Jesús pregunta a los discípulos quién opina la gente que es él. El Hijo del hombre también se emplea en arameo como circunlocución para expresar la idea de "hombre", por tanto aquí sustituye el pronombre "yo". Naturalmente la pregunta en labios de Jesús no es una encuesta efectuada por interés. La pregunta pretende lograr que respondan los discípulos; según la intención del evangelista pretende, sobre todo, destacar de las falsas apreciaciones esta acertada comprensión de la persona de Jesús. La gente son todavía de los que están "fuera" (Mar_4:11), los discípulos deberían haber "comprendido" (Mar_16:12). Ya hemos oído de labios de Herodes que Jesús era tenido por Juan el Bautista resucitado (cf. 14,2). Elías era muy venerado en el pueblo, se esperaba su regreso como precursor del Mesías (cf. Mal_4:5 s), ya que fue arrebatado de una manera prodigiosa para ir a Dios. El profeta Jeremías también gozó de gran reputación; se formó una corona de leyendas alrededor de su figura y de su vida. O uno de los profetas. Esta enumeración muestra en qué categoría se incluía a Jesús. Casi es la categoría más excelsa que se podía tener según la manera de pensar de Israel. Sólo era posible una elevación, a saber la persona y la llegada del mismo Mesías de Dios. Todas las personas nombradas son premesiánicas y submesiánicas. Incluso Juan el Bautista, que pertenece al tiempo presente, fue considerado como profeta (cf. 14,5; 21,26). Los tres primeros evangelios no dejan reconocer que se haya tenido a Juan por el Mesías. Los discípulos sólo deben decir la opinión de la gente, no lo que piensan los enemigos
declarados de Jesús. Ya hemos oído lo que éstos pensaban: "éste no arroja los demonios sino por arte de Beelzebul, príncipe de los demonios" (12,24s). En la pregunta ya no se trata de comprender una señal, una frase o parábola. En esta pregunta sobre quién es él, recae la decisión en favor o en contra del reino de Dios. Es una pregunta decisiva de extrema gravedad.
15 "Díceles él: Y vosotros, ¿quién decís que soy? 16 Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente".
No es una novedad que Pedro actúe como portavoz. Aquí se pregunta a todos los discípulos, pero sólo uno responde. En esta contestación no debe manifestarse el conocimiento personal y la confesión propia de Pedro (a pesar de 16,17), sino la opinión de los discípulos en total. Pedro confiesa que Jesús es el Mesías. Eso es lo propio y decisivo, y es lo único que se dice en san Marcos (cf /Mc/08/29b). El Mesías es el plenipotenciario de Dios, el último enviado después de todos los profetas. Después de él no puede venir nadie más que le supere. Su palabra es la última palabra de Dios, el Mesías según la fe de los rabinos trae la válida interpretación de la torah. La presentación del Mesías determina el tiempo de empezar el último tiempo. Es la gran y concluyente señal que Dios pone en el mundo. A la confesión se añade: el Hijo del Dios viviente. Eso también lo hemos oído antes (14,33), no nos sorprende en el Evangelio de san Mateo. Lo que allí resplandeció súbitamente durante la noche y lo que se dijo a propósito de la sujeción de los elementos, ahora es de dominio público y viene a ser como una confesión oficial de los discípulos. Por esta profundidad de las relaciones con el Padre, Jesús ya había dicho: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo" (11,27). Ahora se da la respuesta desde fuera: Tú eres el Hijo del Dios viviente.
17 "Jesús le respondió: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque ni la carne ni la sangre te lo han revelado, sino mi Padre que está en los cielos. 18 Pero yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi lglesia, y las puertas del reino de la muerte no podrán contra ella".
Aunque Pedro ha hablado en nombre de los discípulos, Jesús ahora dirige la palabra a él personalmente. Su confesión podía aplicarse a todos, la siguiente distinción sólo puede aplicarse a él. Jesús empieza con una bienaventuranza. Ya hemos oído decir: "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (5,3); "bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo" (11,6); "dichosos vuestros ojos, porque ven" (13,16). Ahora Jesús llama bienaventurado a uno solo, al primero de los apóstoles, por las palabras que acaba de pronunciar. El conocimiento de la verdadera dignidad de Jesús y del misterio de su persona no procede de abajo, sino de lo alto. "La carne y la sangre", es decir la capacidad terrena del hombre débil no ha dado origen a este conocimiento1. El mismo Dios se lo ha inspirado desde lo alto. A quien tiene, aún se le añade más (d. 13,12). Pedro había dado el paso desde la audición a la fe, se había atrevido a ir sobre las aguas. Aunque su fe fuera "pequeña", estaba en el camino que lleva a la plenitud de la fe. A quien se encuentra en este camino, se le añade el pleno conocimiento y la verdadera ciencia. Es realmente bienaventurado quien anda por este sendero, porque conoce el misterio más íntimo del reino de Dios (cf. 13,11). La bienaventuranza también es una glorificación de Dios, que ha dado a conocer sus misterios a la gente sencilla, y los ha ocultado a sabios y entendidos (cf. 11,25). Así es como Dios quiso hacerlo, como se prueba en esta ocasión. Jesús llama Pedro a Simón. Petros es la traducción griega de la voz aramea Cefas y significa "piedra", "roca". En otros pasajes del Nuevo Testamento también se encuentra este nombre arameo Cefas, que hace referencia al cargo que desempeñó Pedro2. San Mateo prefiere usar el vocablo Pedro, a menudo también se encuentra la doble forma Simón Pedro, un enlace del nombre personal con la designación de su función, como el nombre "Jesucristo". D/ROCA "Tú eres Pedro" no significa en primer término que Pedro
adquiera este nombre, sino que él es o debe ser piedra; esta frase significa que la función de Pedro, el encargo que se le confió es ser piedra. Al Antiguo Testamento, especialmente al libro de los salmos3, le gusta llamar roca al mismo Dios. Dios es la roca de Israel, su castillo roquero, el apoyo seguro, el fundamento permanente, garantía de fidelidad y firmeza. Nos podemos refugiar en la roca, cuando irrumpe súbitamente la tormenta y el agua se precipita en el valle, o cuando el enemigo ha ocupado los valles y sólo queda la posibilidad de huir al castillo roquero situado en la cumbre. Roca es una expresión corriente, como "pastor y rebaño", "cosecha" y "alianza". La seguridad y consistencia de un fundamento rocoso deben ser representadas por este hombre Simón. La próxima frase dice para qué Símón debe ser una roca. Jesús quiere edificar su Iglesia sobre esta roca o sobre esta piedra. También está transmitida la metáfora de construir y edificar. En efecto, Dios promete por medio del profeta que restaurará la cabaña de David que está por tierra (Amo_9:11); el salmista confiesa que los albañiles trabajarán en vano, si el Señor no edifica la casa (Sal_126:1). Ante todo había elegido Dios una roca y un edificio para residir allí y estar cerca del pueblo: el monte de Sión y sobre éste el santo templo. Así como Dios se hizo construir en este monte una santa casa, así también Jesús quiere edificar en el tiempo futuro sobre la roca de Simón la casa de su Iglesia. No será una casa de piedras y vigas, sino de hombres vivos4. La voz Ekklesia (Iglesia) dice que se trata de hombres vivos. Ekklesia es traducción del vocablo hebreo kahal, que en primer lugar significa "asamblea", luego en particular la comunidad reunida para el culto divino y, en general, la comunidad de Dios. Jesús quiere construir esta comunidad. Las imágenes no coinciden, ya que con el verbo "edificar" hace juego otro complemento, como "casa" o "torre" o "templo". Y viceversa: con el sustantivo ekklesia
(=asamblea) enlaza mejor un verbo como "juntar", "reunir" u otros semejantes. La palabra ekklesia quiere decir que se trata de una comunidad, se trata de seres humanos, quiere decir que se debe edificar la comunidad de Dios en Israel, aunque de una forma completamente nueva5.
Este nuevo modo de edificar se expresa con el posesivo mi. No será la antigua comunidad de Yahveh, sino la nueva comunidad del Mesías. La diferencia entre la nueva y la antigua ha de consistir en que la comunidad nueva hace profesión de fe en Jesús el Mesías y mediante esta confesión está unida. En él y en su persona, en su dignidad como Hijo de Dios recaerá la decisión de quién pertenece y quién no pertenece a esta comunidad. Jesús también es y sigue siendo el Mesías de Israel y no revoca la antigua ley, sin embargo su obra mesiánica será la fundación de algo nuevo, que se diferencia claramente de la antigua comunidad. No obstante no se coloca lo nuevo al lado de lo antiguo dejando entre los dos una separación radical, sino que en la nueva fundación se perfecciona la antigua alianza de Dios. Porque en la Iglesia vive y gobierna el Dios de Israel y de todos los pueblos, que es "Dios con nosotros" (cf. 1,23). Jesús es la verdadera habitación de Dios en su pueblo, mucho más próxima y real que la que antes había tenido Dios incluso en los momentos más propicios. A esta fundación Jesús le promete una duración estable. Las puertas del reino de la muerte6 están abiertas de par en par para los que son devorados por la muerte, están cerradas con cerrojo y definitivamente para los que ya están en el reino de la muerte y no pueden salir. Por tanto las puertas son la imagen más vigorosa del poder invencible de la muerte, del que todos son víctimas. Pero el poder de la muerte no tendrá ningún dominio sobre la institución de Jesús. Así como la "muerte ya no tiene dominio sobre él" (Rom_6:9), tampoco lo tiene sobre la comunidad.
La muerte es una consecuencia del pecado (Rom_5:12), pero Jesús vencerá el pecado, dará su sangre como rescate del género humano para perdón de los pecados (cf. 20,28; 26,28). El fundamento rocoso sobrevivirá a la muerte, las energías vitales del resucitado ya no pueden ser superadas por la muerte. Son unas palabras victoriosas de Jesús. No son las únicas palabras de Jesús en el Evangelio, pero también están en él. En esta promesa la Iglesia no tienen ningún motivo para hacer ostentación de una supremacía triunfalista, pero en cambio tiene motivo para sentir una confianza ilimitada en Dios, la roca fiel y acreditada de Israel, y en su Cristo "primicias de los que están muertos" (1Co_15:20)...
19 "Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra, atado será en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, desatado será en los cielos".
La segunda parte de la promesa que Jesús hizo a Pedro, habla de las "llaves del reino de los cielos" y de "atar y desatar". Con ello acude a nuestra consideración el tema principal del mensaje de Jesús, el reino de Dios. Aquí parece que se lo compare con una ciudad, que se cierra por medio de portones, o con una casa, en la que se tiene que entrar por las puertas. Se necesita una llave para abrir o para cerrar. Un portero o mayordomo es quien se encarga de la llave. Este mayordomo debe ser Pedro. Dios o el Mesías ¿pueden desprenderse de este cargo? Y si Dios o el Mesías así lo hacen, ¡qué poder se confiere a un hombre! Empezamos a estremecernos ante estas palabras. Ha de ser un profundo misterio el que hace hablar así a Jesús, un nuevo orden de la salvación que toma al hombre todavía mucho más en serio.
Las expresiones atar y desatar provienen de la terminología rabínica (*). Con ellas se entendía que alguien tiene el poder de declarar verdadera o falsa una doctrina. Un segundo significado alude al poder de excluir a alguien de la comunidad de Israel (de excomulgar) o de acogerlo en la misma. La excomunión podría ser fulminada como medida disciplinar por algún tiempo o como exclusión total para siempre. Los dos significados guardan una relación interna entre sí, porque este poder está derivado de la Sagrada Escritura, que es proclamada con autoridad y se emplea con valor discriminatorio. Con tales palabras se abría o se cerraba a la comunidad de Israel el acceso al reino de Dios. Es de suponer que en las palabras de Jesús también tienen validez los dos significados en su relación interna. Pedro debe tener el poder de decidir qué ha de estar en vigor como verdadera doctrina y quién puede participar en la salvación del reino de Dios siendo recibido en la Iglesia de Cristo. Hay, pues, que concebir la facultad de atar y desatar como amplia facultad para comunicar la salvación en sus más distintas modalidades. Este veredicto de Pedro tiene ahora validez en el cielo, es decir, ante Dios. Esta sentencia es confirmada por Dios, más aún, está en vigor ante él desde el momento en que se dicta, exactamente igual como si él mismo la hubiese dictado. Se confía a Pedro una tarea realmente divina. Su veredicto tiene esta fuerza y validez divinas. Entonces ¿qué son las llaves del reino de los cielos? Tienen que ser una imagen de este santo poder judicial del apóstol, que se ejerce aquí en este mundo, pero que está en vigor ante Dios "en los cielos". Al juez del tiempo final está reservada la última y definitiva decisión de quién entra en este reino de Dios. Este juez ha de separar los cabritos de las ovejas (25,32). Pero durante el tiempo anterior al juicio final hay decisiones previas en virtud de un poder judicial ejercido en la Iglesia. Permanece oculto en los decretos de
Dios quién pertenece al número de los predestinados para el reino consumado de Dios. Pero se deja en manos de Pedro quién pertenece ahora o no pertenece a la comunidad de salvación que se prepara para este reino de Dios y a él se dirige. (…)
El poder de atar y desatar es transferido a todos, así como también personalmente a Pedro, como primero de los apóstoles. Si el cargo apostólico sigue ejerciéndose en la Iglesia, también tiene que seguir ejerciéndose en ella el cargo de Pedro. De lo contrario la Iglesia no hubiese permanecido fiel a la orden que Jesús dio a la Iglesia. (…)
(TRILLING, W., El Nuevo Testamento y su mensaje, Editorial Herder)
Notas
1 Es un modismo estereotipado, Cf. "la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios" (1Co_15:50). Después que san Pablo recibió la vocación de apóstol, no acudió en seguida a "la carne y la sangre", es decir "a los apóstoles, mis predecesores" (Gal_1:16 s). Se necesita la armadura de Dios, porque no es una lucha contra "carne y sangre", es decir, contra hombres, sino contra potestades celestes (Efe_6:12).
2 Especialmente importante es aquí el testimonio del apóstol san Pablo, sobre todo en sus primeras cartas: Gal_1:18; Gal_2:9.11.14; 1Co_1:12; 1Co_3:22, etc.
3 Por ejemplo Sal_18:3; Sal_31:4; Sal_71:3.
4 Cf. Amo_9:11; Sal_127:1; Sal_68:17, etc.
5 La imagen de la construcción se extiende por todo el Nuevo Testamento; cf. un "sagrado templo" (Efe_2:21). una "casa espiritual" (1Pe_2:5); en la última perfección "la ciudad santa, Jerusalén" (Rev_21:10), el templo que Jesús quiere levantar de nuevo en tres días en lugar del antiguo (Jua_2:19).
6 Las "puertas del reino de la muerte" también es una expresión corriente en la Biblia: cf. Isa_38:10; Job_38:17; Sal 9a(9) 14.
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Comentario Teológico: Beato Juan Pablo Magno - El Obispo de Roma, sucesor de Pedro
1. La intención de Jesús de hacer de Simón Pedro la 'piedra' de fundación de su Iglesia (cfr. Mt 16,18) tiene un valor que supera la vida terrena del Apóstol. En efecto, Jesús concibió y quiso que su Iglesia estuviese presente en todas las naciones y que actuase en el mundo hasta el último momento de la historia (cfr. Mt 24,14; 28,19; Mc 16,15; Lc 24,47; Hch 1,8). Por eso, como quiso que los demás Apóstoles tuvieran sucesores que continuaran su obra de evangelización en las diversas partes del mundo, de la misma manera previó y quiso que Pedro tuviera sucesores, que continuaran su misma misión pastoral y gozaran de los mismos poderes, comenzando por la misión y el poder de ser Piedra, o sea, principio visible de unidad en la fe, en la caridad, y en el ministerio de evangelización, santificación y guía, confiado a la Iglesia. Es lo que afirma el concilio Vaticano I: “Lo que Cristo Señor príncipe de los pastores y gran pastor de las ovejas, instituyó en el bienaventurado apóstol Pedro para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, menester es que dure perpetuamente por obra del mismo Señor en la Iglesia que, fundada sobre la piedra, tiene que permanecer firme hasta la consumación de los siglos” (Cons. Pastor aeternus, 2; DS 3056).
El mismo concilio definió como verdad de fe que “es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal” (ib.; DS 3058). Se trata de un elemento esencial de la estructura orgánica y jerárquica de la Iglesia, que el hombre no puede cambiar. A lo largo de la existencia de la Iglesia, habrá, por voluntad de Cristo, sucesores de Pedro.
2. El concilio Vaticano II recogió y repitió esa enseñanza del Vaticano I dando mayor relieve al vínculo existente entre el primado de los sucesores de Pedro y la colegialidad de los sucesores de los Apóstoles, sin que eso debilite la definición del primado, justificado por la tradición cristiana más antigua, en la que destacan sobre todo san Ignacio de Antioquía y san Ireneo de Lión. Apoyándose en esa tradición, el concilio Vaticano I definió también que “el Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado” (DS 3058). Esta definición vincula el primado de Pedro y de sus sucesores a la sede romana, que no puede ser sustituida por ninguna otra sede, aunque puede suceder que, por las condiciones de los tiempos o por razones especiales, los obispos de Roma establezcan provisionalmente su morada en lugares diversos de la ciudad eterna. Desde luego, las condiciones políticas de una ciudad pueden cambiar amplia y profundamente a lo largo de los siglos: pero permanece como ha permanecido en el caso de Roma un espacio determinado en el que se puede considerar establecida una institución, como una sede episcopal; en el caso de Roma, la sede de Pedro. A decir verdad, Jesús no especificó el papel de Roma en la sucesión de Pedro. Sin duda, quiso que Pedro tuviese sucesores, pero el Nuevo Testamento no da a entender que desease explícitamente la elección de Roma como sede del primado. Prefirió confiar a los acontecimientos históricos, en los que se manifiesta el plan divino sobre la Iglesia, la determinación de las condiciones concretas de la sucesión a Pedro. El acontecimiento histórico decisivo es que el pescador de Betsaida vino a Roma y sufrió el martirio en esta ciudad. Es un hecho de gran valor teológico, porque manifiesta el misterio del plan divino que dispone el curso de los acontecimientos humanos al servicio de los orígenes y del desarrollo de la Iglesia.
3. La venida y el martirio de Pedro en Roma forman parte de la tradición más antigua, expresada en documentos históricos fundamentales y en los descubrimientos arqueológicos sobre la devoción a Pedro en el lugar de su tumba, que se convirtió rápidamente en lugar de culto. Entre los documentos escritos debemos recordar, ante todo, la carta a los Corintios del Papa Clemente (entre los años 89-97), donde la Iglesia de Roma es considerada como la Iglesia de los bienaventurados Pedro y Pablo, cuyo martirio durante la persecución de Nerón recuerda el Papa (5, 1.7). Es importante subrayar, al respecto, que la tradición se refiere a ambos Apóstoles, asociados a esta Iglesia en su martirio. El obispo de Roma es el sucesor de Pedro, pero se puede decir que es también el heredero de Pablo, el mejor ejemplo del impulso misionero de la Iglesia primitiva y de la riqueza de sus carismas. Los obispos de Roma, por lo general, han hablado, enseñado, defendido la verdad de Cristo, realizado los ritos pontificales, y bendecido a los fieles, en el nombre de Pedro y Pablo, los 'príncipes de los Apóstoles', 'olivae binae pietatis unicae', como canta el himno de su fiesta, el 29 de junio. Los Padres, la liturgia y la iconografía presentan a menudo esta unión en el martirio y en la gloria.
Queda claro, con todo, que los Romanos Pontífices han ejercido su autoridad en Roma y, según las condiciones y las posibilidades de los tiempos, en áreas más vastas e incluso universales, en virtud de la sucesión a Pedro. Cómo tuvo lugar esa sucesión en el primer anillo de unión entre Pedro y la serie de los obispos de Roma, no se encuentra explicado en documentos escritos. Ahora bien se puede deducir considerando lo que dice el Papa Clemente en esa carta a propósito del nombramiento de los primeros obispos y sus sucesores. Después de haber recordado que los Apóstoles “predicando por los pueblos y las ciudades, probaban en el Espíritu Santo a sus primeros discípulos y los constituían obispos y diáconos de los futuros creyentes” (42,4), san Clemente precisa que, con el fin de evitar futuras disputas acerca de la dignidad episcopal, los Apóstoles “instituyeron a los que hemos citado y a continuación ordenaron que, cuando éstos hubieran muerto, otros hombres probados les sucedieran en su ministerio” (44,2). Los modos históricos y canónicos mediante los que se transmitió esa herencia pueden cambiar, y de hecho han cambiado a lo largo de los siglos, pero nunca se ha interrumpido la cadena de anillos que se remontan a ese paso de Pedro a su primer sucesor en la sede romana.
4. Este camino, que podríamos afirmar que da origen a la investigación histórica sobre la sucesión petrina en la Iglesia de Roma, queda afianzado por otras dos consideraciones: una negativa, que, partiendo de la necesidad de una sucesión a Pedro en virtud de la misma institución de Cristo (y, por tanto, iure divino, como se suele decir en el lenguaje teológico-canónico), constata que no existen señales de una sucesión similar en ninguna otra Iglesia. A esa consideración se añade otra, que podríamos calificar como positiva: consiste en destacar la convergencia de las señales que en todos los siglos dan a entender que la sede de Roma es la sede del sucesor de Pedro.
5. Sobre el vínculo entre el primado del Papa y la sede romana es significativo el testimonio de Ignacio de Antioquía que pone de relieve la excelencia de la Iglesia de Roma. Este testigo autorizado del desarrollo organizativo y jerárquico de la Iglesia, que vivió en la primera mitad del siglo II, en su carta a los Romanos se dirige a la Iglesia “que preside en el lugar de la región de los Romanos, digna de Dios, digna de honor, con razón llamada bienaventurada, digna de éxito, dignamente casta, que preside la caridad” (proemio). Caridad (ágape) se refiere, según el lenguaje de san Ignacio, a la comunidad eclesial. Presidir la caridad expresa el primado en la comunión de la caridad, que es la Iglesia, e incluye necesariamente el servicio de la autoridad, el “ministerium petrinum”. De hecho, Ignacio reconoce que la Iglesia de Roma posee autoridad para enseñar: “Vosotros no habéis envidiado nunca a nadie; habéis enseñado a los demás. Yo quiero que se consoliden también esas enseñanzas que, con vuestra palabra, dais y ordenáis” (3,1 )
El origen de esta posición privilegiada se señala con aquellas palabras que aluden al valor de su autoridad de obispo de Antioquía, también venerable por su antigüedad y su parentesco con los Apóstoles: “Yo no os lo mando como Pedro y Pablo” (4,3). Más aún, Ignacio encomienda la Iglesia de Siria a la Iglesia de Roma: “Recordad en vuestra oración a la Iglesia de Siria que, a través de mí, tiene a Dios por pastor. Sólo Jesucristo la gobernará como obispo, y vuestra caridad” (9,1).
6. San Ireneo de Lión a su vez, queriendo establecer la sucesión apostólica de las Iglesias, se refiere a la Iglesia de Roma como ejemplo y criterio, por excelencia, de dicha sucesión. Escribe: “Dado que en esta obra sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, tomaremos la Iglesia grandiosa y antiquísima, y por todos conocida, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosos apóstoles Pedro y Pablo. Mostrando la tradición recibida de los Apóstoles y la fe anunciad los hombres, que llega a nosotros a través de las sucesiones de los obispos, confundimos a todos los que, de alguna manera, por engreimiento o vanagloria, o por ceguera y error de pensamiento, se reúnen más allá de lo que es justo. En efecto, con esta Iglesia, en virtud de su origen más excelente, debe ponerse de acuerdo toda Iglesia, es decir, los fieles que vienen de todas partes: en esa Iglesia, para el bien de todos los hombres, se ha conservado siempre la tradición que viene de los Apóstoles” (Adv. haereses, 3, 2). A la Iglesia de Roma se le reconoce un 'origen más excelente' pues proviene de Pedro y Pablo, los máximos representantes de la autoridad y del carisma de los Apóstoles: el Claviger Ecclesiae y el Doctor Gentium. Las demás Iglesias no pueden menos de vivir y obrar de acuerdo con ella: ese acuerdo implica unidad de fe, de enseñanza y de disciplina, precisamente lo que se contiene en la tradición apostólica. La sede de Roma es, pues, el criterio y la medida de la autenticidad apostólica de las diversas Iglesias, la garantía y el principio de su comunión en la 'caridad' universal, el cimiento (kefas) del organismo visible de la Iglesia fundada y gobernada por Cristo resucitado como 'Pastor eterno' de todo el redil de los creyentes.
(JUAN PABLO II, Audiencia General del día miércoles 27 de enero de 1993)
NOTA:
El Beato Juan Pablo II desarrolló el tema del ministerio petrino en diez catequesis, desde el 25 de noviembre de 1992 hasta el 24 de marzo de 1993, según la secuencia expuesta a continuación. En esta Homilética publicamos el número 7. El predicador puede acceder fácilmente en la página www.vatican.va a las otras catequesis.
1. Pedro y sus sucesores, cimiento de la Iglesia de Cristo (Audiencia General 25.XI.92)
2. Misión de Pedro: confirmar a sus hermanos (AG 2.XII.92)
3. Misión pastoral de Pedro (AG 9.XII.92)
4. La autoridad de Pedro en los inicios de la Iglesia (AG 16.XII.92)
5. La autoridad de Pedro en la apertura de la Iglesia a los paganos (AG 13.I.93)
6. El obispo de Roma sucesor de Pedro (AG 27.I.93)
7. El “munus petrinum” del Obispo de Roma como pastor universal (AG 24.II.93)
8. La misión doctrinal del sucesor de Pedro (AG 10.III.93)
9. La asistencia divina en el magisterio del sucesor de Pedro (I) (AG 17.III.93)
10. La asistencia divina en el magisterio del sucesor de Pedro (II) (AG 24.III.93)
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Comentario Teológico: Xavier Leon-Dufour - Pedro
1. Vocación. El nombre de Cefas impuesto por Cristo a Simón (Mt 16, 18; Jn
1,42; cf. lCor 1,12; 15,5; Gál 1,18), a pesar de su traducción clásica,
significa "roca" más bien que "piedra". Por la gracia de este nuevo nombre
Simón Pedro participa de la solidez duradera y de la fidelidad
inquebrantable de Yahveh y de su Mesías. Esto explica su situación
excepcional.
Si Pedro fue escogido, no pudo ser por causa de su personalidad, todo lo
simpática que se quiera, o de mérito alguno (¿no negó a su Maestro?). Esta
elección gratuita le confirió una grandeza, grandeza que estriba en la
misión que Cristo le confió y que él debía desempeñar en la fidelidad del
amor (Jn 21,15ss).
2. Primado. Simón fue llamado por Jesús a seguirle, si no el primero, por lo
menos uno de los primeros (Jn 1,35-42). Los Sinópticos tienen incluso
tendencia a trasponer en el tiempo el primado de Pedro y a ver en él el
primer discípulo llamado (Mt 4,18-22 p). Sea de ello lo que fuere, Pedro
tiene un puesto preeminente entre los discípulos, a la cabeza de las listas
de los apóstoles (Mt 10,2) o del grupo de los tres privilegiados (p.e. Mt
17,1 p); en Cafarnaúm se alojó Jesús ordinariamente en casa de Pedro (p.e.
Mc 1,29); en los momentos más solemnes responde él en nombre de todos (Mt
16,16 p; Jn 6,68); el mensaje confiado por los ángeles de la resurrección a
las .santas mujeres (Mc 16,7) comporta una mención especial de Pedro; Juan
le hace entrar el primero en el sepulcro (Jn 20,1-10); finalmente, y sobre
todo, Cristo resucitado aparece a Cefas antes de manifestarse a los Doce (Lc
24,34; leer 15,5). En todas partes en el NT se pone de relieve esta
preeminencia de Pedro. Hasta Pablo, recordando el incidente de Antioquía
(Gál 2,11-14), en que Pedro, pusilánime, vaciló sobre la conducta que se
había de observar en un caso práctico, que se prestaba a arreglos (cf. Act
16,3), no piensa ni un solo momento en poner en duda su autoridad (cf. Gál
1,18).
3. Misión. Este primado de Pedro está fundado en su misión, expresada en
diferentes textos evangélicos.
a) Mt 16,13-23. Contra las fuerzas del mal, que son poderes de muerte, se
asegura la victoria a la Iglesia construida sobre Pedro. Por eso, a Pedro,
que reconoció en Jesús al Hijo de Dios vivo, se le confía la misión suprema
de reunir a los hombres en una comunidad en la que reciben la vida
bienaventurada y eterna. Así como en un cuerpo no puede cesar una función
vital, así también en la Iglesia, organismo vivo y vivificante, es preciso
que Pedro, de una manera o de otra, esté personalmente presente para
comunicar sin interrupción a los fieles la vida de Cristo.
b) Lc 22,31s y Hechos. Jesús, haciendo sin duda alusión al nombre de Pedro,
le anuncia que deberá "confirmar" a sus hermanos y le da a entender que
impedirá que desfallezca su fe. Tal es ciertamente la misión de Pedro
descrita por Lucas en los Hechos: se halla a la cabeza del grupo reunido en
el Cenáculo (Act 1,13); preside la elección de Matías (1,15); juzga a
Ananías y Safira (5,1-11); en nombre de los otros Apóstoles que están con
él, proclama ante las multitudes la glorificación mesiánica de Cristo
resucitado y anuncia el don del Espíritu (2,14-36); invita a todos los
hombres al bautismo (2,37-41), comprendidos los "paganos" (10,1-11,18) y
visita todas las Iglesias (9,32). Como signos de su poder sobre la vida, en
nombre de Jesús cura a los enfermos (3,1-10) y resucita a un muerto
(9,36-42).
Por otra parte, el hecho de que Pedro se vea obligado a justificar su
conducta en el bautismo 'e Cornelio (11,1-18), el modo de desarrollarse el
concilio de Jerusalén (15, 1-35), así como las alusiones de Pablo en su
epístola a los Gálatas (Gál 1,18-2,14), revelan que en la dirección, en gran
parte colegial, de la Iglesia de Jerusalén tiene Santiago una posición
importante y que su conformidad era capital. Pero estos hechos y su
relación, en lugar de representar un obstáculo para el primado y la misión
de Pedro, ponen en claro su sentido profundo. En efecto, la autoridad de
Santiago no tiene las mismas raíces ni la misma expresión que la de Pedro:
con un título particular recibió éste la misión - con todo lo que ella
comporta - de transmitir una regla de fe sin quiebra (cf. Gál 1,18), y es el
depositario de las promesas de vida (Mt 16,18s).
c) Jn 21. Por tres veces, en forma solemne y quizá jurídica, Cristo
resucitado confía a Pedro el cuidado de la grey entera, corderos y ovejas. A
la luz de la parábola del buen pastor (Jn 10,1-28) debe comprenderse esta
misión. El buen pastor salva a sus ovejas, reunidas en un solo rebaño
(10,16; 11,52), y éstas tienen la vida en abundancia; da incluso su propia
vida por sus ovejas (10, 11); así Cristo, anunciando a Pedro su martirio
futuro, añade: "Sígueme." Si ha de seguir las huellas de su maestro, no es
solamente dando su vida, sino comunicando la vida eterna a sus ovejas, a fin
de que nunca perezcan (10,28).
Como Cristo, roca, piedra viva (IPe 2,4), pastor que tiene el poder de
admitir en la Iglesia, es decir, de salvar de la muerte a los fieles y de
comunicarles 'la vida divina, Pedro, inaugurando una función esencial en la
Iglesia, es verdaderamente el "vicario" de Cristo. En esto consiste su
misión y su grandeza.
(LEON-DUFOUR, XAVIER, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona,
2001)
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Santos Padres: San Clemente de Roma - El testimonio histórico más
antiguo del martirio de Pedro y Pablo
Dejemos estos ejemplos de [persecución en el Antiguo Testamento] y vengamos
a considerar los luchadores más cercanos a nosotros; expongamos los ejemplos
de magnanimidad que han tenido lugar en nuestros tiempos. Aquellos que eran
las máximas y más legítimas columnas de la Iglesia sufrieron persecución por
emulación y por envidia y lucharon hasta la muerte. Pongamos ante nuestros
ojos a los santos apóstoles: a Pedro que, por una hostil emulación, tuvo que
soportar no una o dos, sino innumerables dificultades, hasta sufrir el
martirio y llegar así a la posesión de la gloria merecida. Esta misma
envidia y rivalidad dio a Pablo ocasión de alcanzar el premio debido a la
paciencia: en repetidas ocasiones fue encarcelado, obligado a huir,
apedreado y, habiéndose convertido en mensajero de la palabra en el Oriente
y en el Occidente, su fe se hizo patente a todos, ya que, después de haber
enseñado a todo el mundo el camino de la justicia, habiendo llegado hasta el
extremo Occidente, sufrió el martirio de parte de las autoridades y, de este
modo, partió de este mundo hacia el lugar santo, dejándonos un ejemplo
perfecto de paciencia. A estos hombres, maestros de una vida santa, vino a
agregarse una gran multitud de elegidos que, habiendo sufrido muchos
suplicios y tormentos también por emulación, se han convertido para nosotros
en un magnífico ejemplo…
Todo esto, carísimos, os lo escribimos no sólo para recordaros vuestra
obligación, sino también para recordarnos la nuestra, ya que todos nos
hallamos en la misma palestra y tenemos que luchar el mismo combate.
Dejemos, pues, las preocupaciones inútiles y vanas y pongamos toda nuestra
atención en la gloriosa y venerable regla de nuestra tradición. Tengamos los
ojos fijos en lo que es bueno y agradable a los ojos de nuestro Hacedor, lo
que nos acerca a él. Fijemos nuestra mirada en la sangre de Cristo y démonos
cuenta de cuán valiosa es a los ojos del Dios y Padre suyo, ya que,
derramada por nuestra salvación, ha traído al mundo entero la gracia de la
conversión.
(San Clemente de Roma, papa del año 90 a 100 aproximadamente, Carta a los
Corintios, 5-7)
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Santos Padres: San Agustín - La victoria de los santos Pedro y Pablo
1. La celebración de la fiesta de tan grandes mártires, es decir, de los santos apóstoles Pedro y Pablo, requería una mayor afluencia de gente. En efecto, si es tan grande la asistencia para la celebración del nacimiento de los corderos, ¡cuál no debe ser para la de los carneros! De los fieles que los apóstoles ganaron con su predicación se ha dicho: Presentad al Señor los hijos de los carneros. Para que luego pudieran pasar los fieles, los apóstoles se convirtieron en guías en las estrecheces de la pasión, en el camino cubierto de zarzas y en la tribulación de las persecuciones. Los bienaventurados Pedro y Pablo, primero y último de los apóstoles, quienes adoraron como era debido a Dios, que dijo: Yo soy el primero y el último, se encontraron en el mismo día de su pasión. Pedro fue quien ordenó a San Esteban. Cuando el mártir Esteban fue ordenado diácono, entre otros apóstoles estaba también el apóstol Pedro. Pedro fue su ordenador, Pablo su perseguidor. Mas no nos detengamos en los primeros hechos de Pablo; deleitémonos con los últimos de quien fue el último; pues, si buscamos los primeros, ni siquiera los de Pedro nos agradarán lo suficiente. He dicho que Pablo fue el perseguidor de Esteban; veamos en Pedro al negador del Señor. Pedro lavó con sus lágrimas el haber negado al Señor; Pablo expió con la ceguera el haber perseguido a Esteban. Lloró Pedro antes del castigo; Pablo sufrió también el castigo. Ambos fueron buenos, santos, piadosísimos; todos los días se leen sus cartas a los pueblos. ¿A qué pueblos? ¿A cuántos? Escuchad el salmo: Su sonido se extendió por toda la tierra, y sus palabras hasta el confín del orbe de la tierra. También nosotros somos prueba de ello. También hasta nosotros llegaron sus palabras, nos despertaron del sueño y de la locura de la incredulidad y nos hicieron pasar a la salvación de la fe.
2. Os digo esto, amadísimos, porque en el día de hoy me encuentro alegre por la gran festividad, pero un tanto triste, porque veo que no ha acudido tanta gente como debía para celebrar el nacimiento de los santos apóstoles. Si no lo supiéramos, no se nos podría echar en cara; pero, si todos lo saben, ¿a qué se debe tanta pereza? ¿No amáis a Pedro y a Pablo? Hablándoos a vosotros, me estoy dirigiendo a aquellas personas que no están presentes, pues a vosotros os agradezco el que hayáis venido. ¿Y puede el alma de un cristiano, sea quien sea, no amar a Pedro y a Pablo? Si aún se siente frío frente a ellos, léalos y ámelos; si aún no los ama, reciba en el corazón la saeta de su palabra. De los mismos apóstoles, en efecto, se dijo: Tus saetas son agudas y muy poderosas. Gracias a ellas se realizó lo que dice a continuación: Los pueblos caerán bajo ti. Buenas son tales heridas. La herida del amor es saludable. La esposa de Cristo canta en el Cantar de los Cantares: Estoy herida de amor. ¿Cuándo sana esta herida? Cuando se sacie nuestro deseo de bienes. Se habla de herida cuando deseamos algo y no lo tenemos todavía. Así es el amor: no está sin dolor. Cuando lleguemos, cuando nos adueñemos de él, pasará el dolor, pero no desfallecerá el amor.
3. Escuchasteis la palabra de la carta de Pablo a su discípulo Timoteo: Yo estoy ya a punto de ser inmolado. Veía la inminencia de su pasión; la veía, pero no la temía. ¿Por qué no la temía? Porque antes había dicho: Deseando ser desatado y estar con Cristo. Yo, dijo, estoy ya a punto de ser inmolado. Nadie dice que va a comer, que va a disfrutar de un gran banquete, con tanto gozo como él dice que va a padecer. Yo estoy ya a punto de ser inmolado. —¿Qué significa que estás a punto de ser inmolado? —Que seré un sacrificio. —¿Sacrificio para quién? —Para Dios, puesto que es preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus santos.—Yo, dijo, estoy a punto de ser inmolado. Me encuentro seguro: arriba tengo al sacerdote que me ofrecerá a Dios. Tengo como sacerdote al mismo que antes fue víctima por mí. Estoy ya a punto de ser inmolado y está cerca el tiempo de mi partida. Se refiere a la partida del cuerpo. El cuerpo es como un dulce lazo con el que está atado el hombre, y no quiere ser desatado. El que decía: Deseando ser desatado y estar con Cristo, se alegraba de que alguna vez hubiesen de desatarse estos lazos, los lazos de los miembros carnales, para recibir la vestimenta y los adornos de las virtudes eternas. Tranquilo se despojaba de su carne el que iba a recibir la corona. ¡Trueque dichoso! ¡Viaje feliz! ¡Dichosa morada! Es la fe quien la ve, no aún el ojo, puesto que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni subió al corazón del hombre lo que Dios ha preparado para quienes le aman. ¿Dónde pensamos que están estos santos? Allí donde se está bien. ¿Qué más quieres saber? No conoces tal lugar, pero piensa en sus méritos. Dondequiera que estén, están con Dios. Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los tocará ningún tormento. Fue pasando por tormentos como llegaron al lugar sin tormento; pasando estrecheces llegaron al lugar espacioso. Quien desee tal patria no tema el camino fatigoso. El tiempo de mi partida, dijo, está cercano. He combatido el buen
combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe; por lo demás, ahora me aguarda la corona de justicia. Con razón tienes prisa; con razón te gozas de ser inmolado: te está reservada la corona de justicia. Aún queda la amargura de la pasión, pero el pensamiento de quien ha de sufrirla pasa por ella pensando en lo que hay detrás de ella; no le preocupa el por dónde, sino el adonde se va. Y como es grande el amor con que se piensa en el lugar adonde se va, se pisotea con gran fortaleza el camino por donde se va.
4. Después de haber dicho: Me aguarda la corona de justicia, añadió: que en aquel día me dará el Señor, juez justo. Siendo justo, la dará como retribución, cosa que no hizo antes. Pues, ¡oh Pablo!, antes Saulo, si, cuando perseguías a los santos de Cristo, cuando guardabas los vestidos de los lapidadores de Esteban, hubiera ejercitado sobre ti su justo juicio el Señor, ¿dónde estarías? ¿Qué lugar podría encontrarse en lo más hondo del infierno proporcionado a la magnitud de tu pecado? Pero entonces no te retribuyó como merecías para hacerlo ahora. En tu carta hemos leído lo que dices sobre tus primeras acciones; gracias a ti las conocemos. Tú dijiste: Pues yo soy el último de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol. No eres digno, pero él te hizo. No te retribuyó como merecías, puesto que concedió un honor a quien era indigno de él, merecedor más bien del suplicio. No soy digno, dice, de ser llamado apóstol. ¿Por qué? Porque perseguí a la Iglesia de Dios. Si perseguiste a la Iglesia de Dios, ¿cómo es que eres apóstol? Por la gracia de Dios soy lo que soy. Yo no soy nada. Lo que soy, lo soy por la gracia de Dios. Lo que soy ahora: apóstol, pues lo que era antes lo era yo: Por la gracia de Dios soy lo que soy, y la gracia de Dios no fue estéril en mí, sino que trabajé más que todos ellos. ¿Qué es esto, apóstol Pablo? Da la impresión de haberte envanecido; parece que lo dicho procede de la presunción: Trabajé más que todos ellos. Reconócelo, pues. «Lo reconozco, dijo; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.» No se le olvidaba, sino que reservaba para los últimos lo que les iba a agradar en él, el último: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
5. Entonces no se le retribuyó en justicia; ahora, ¿qué? He concluido la carrera, he mantenido la je. Por lo demás, me aguarda la corona de justicia que me dará en aquel día el Señor, juez justo. Combatiste el buen combate. Pero ¿a quién se debió que lo ganaras? Te leo a ti, que dices: Doy gracias a Dios, que nos otorga la victoria por Jesucristo nuestro Señor. ¿De qué hubiera servido el haber luchado si no hubieras podido vencer? Así, pues, en tu haber está el haber combatido, pero fue Cristo quien te dio la victoria. Sigue adelante: He concluido la carrera. Y esto, ¿quién lo hizo en ti? ¿No habías dicho tú: No es ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios que se compadece? Sigue adelante: He mantenido la fe. ¿De dónde te ha llegado esto? Escucha tus propias palabras: He alcanzado misericordia, dijo, para creer. Así, pues, mantuviste la fe por misericordia de Dios, no por fortaleza tuya. Por lo demás, te aguarda la corona de justicia que en aquel día te dará el Señor, juez justo. Te la dará en atención a tus méritos; por eso es juez justo. Pero no por esto has de levantar tu cerviz, porque tus méritos son dones suyos. Lo que he dicho a Pablo, de él lo he aprendido, y conmigo también vosotros, asistentes a esta escuela. Estamos sentados delante y en un lugar más elevado para enseñar, pero en esta única escuela tenemos un maestro común que está en el cielo.
(SAN AGUSTÍN, Sermón 298, t. XXV, BAC Madrid 1984, pp. 295-300)
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Aplicación: Benedicto XVI (I) - “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18)
Queridos hermanos y hermanas:
"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). ¿Qué es lo que dice propiamente el Señor a Pedro con estas palabras? ¿Qué promesa le hace con ellas y qué tarea le encomienda? Y ¿qué nos dice a nosotros, al Obispo de Roma, que ocupa la cátedra de Pedro, y a la Iglesia de hoy?
Si queremos comprender el significado de las palabras de Jesús, debemos recordar que los evangelios nos relatan tres situaciones diversas en las que el Señor, cada vez de un modo particular, encomienda a Pedro la tarea que deberá realizar. Se trata siempre de la misma tarea, pero las diversas situaciones e imágenes que usa nos ilustran claramente qué es lo que quería y quiere el Señor.
En el evangelio de san Mateo, que acabamos de escuchar, Pedro confiesa su fe en Jesús, reconociéndolo como Mesías e Hijo de Dios. Por ello el Señor le encarga su tarea particular mediante tres imágenes: la de la roca, que se convierte en cimiento o piedra angular, la de las llaves y la de atar y desatar. En este momento no quiero volver a interpretar estas tres imágenes que la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha explicado siempre de nuevo; más bien, quisiera llamar la atención sobre el lugar geográfico y sobre el contexto cronológico de estas palabras.
La promesa tiene lugar junto a las fuentes del Jordán, en la frontera de Judea, en el confín con el mundo pagano. El momento de la promesa marca un viraje decisivo en el camino de Jesús: ahora el Señor se encamina hacia Jerusalén y, por primera vez, dice a los discípulos que este camino hacia la ciudad santa es el camino que lleva a la cruz: "Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21).
Ambas cosas van juntas y determinan el lugar interior del Primado, más aún, de la Iglesia en general: el Señor está continuamente en camino hacia la cruz, hacia la humillación del siervo de Dios que sufre y muere, pero al mismo tiempo siempre está también en camino hacia la amplitud del mundo, en la que él nos precede como Resucitado, para que en el mundo resplandezca la luz de su palabra y la presencia de su amor; está en camino para que mediante él, Cristo crucificado y resucitado, llegue al mundo Dios mismo.
En este sentido, Pedro, en su primera Carta, asumiendo esos dos aspectos, se define "testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse" (1 P 5, 1). Para la Iglesia el Viernes santo y la Pascua están siempre unidos; la Iglesia es siempre el grano de mostaza y el árbol en cuyas ramas anidan las aves del cielo. La Iglesia, y en ella Cristo, sufre también hoy.
En ella Cristo sigue siendo escarnecido y golpeado siempre de nuevo; siempre de nuevo se sigue intentando arrojarlo fuera del mundo. Siempre de nuevo la pequeña barca de la Iglesia es sacudida por el viento de las ideologías, que con sus aguas penetran en ella y parecen condenarla a hundirse.
Sin embargo, precisamente en la Iglesia que sufre, Cristo sale victorioso. A pesar de todo, la fe en él se fortalece siempre de nuevo. También hoy el Señor manda a las aguas y actúa como Señor de los elementos. Permanece en su barca, en la navecilla de la Iglesia. De igual modo, también en el ministerio de Pedro se manifiesta, por una parte, la debilidad propia del hombre, pero a la vez también la fuerza de Dios: el Señor manifiesta su fuerza precisamente en la debilidad de los hombres, demostrando que él es quien construye su Iglesia mediante hombres débiles.
Veamos ahora el evangelio según san Lucas, que nos narra cómo el Señor, durante la última Cena, encomienda nuevamente una tarea especial a Pedro (cf. Lc 22, 31-33). Esta vez las palabras que Jesús dirige a Simón se encuentran inmediatamente después de la institución de la santísima Eucaristía. El Señor acaba de entregarse a los suyos, bajo las especies del pan y el vino. Podemos ver en la institución de la Eucaristía el auténtico acto de fundación de la Iglesia. A través de la Eucaristía el Señor no sólo se entrega a sí mismo a los suyos, sino que también les da la realidad de una nueva comunión entre sí que se prolonga a lo largo de los tiempos "hasta que vuelva" (cf. 1 Co 11, 26).
Mediante la Eucaristía los discípulos se transformarán en su casa viva que, a lo largo de la historia, crece como el nuevo templo vivo de Dios en este mundo. Así, Jesús, inmediatamente después de la institución del Sacramento, habla de lo que significa ser discípulos, el "ministerio", en la nueva comunidad: dice que es un compromiso de servicio, del mismo modo que él está en medio de ellos como quien sirve.
Y entonces se dirige a Pedro. Dice que Satanás ha pedido cribar a los discípulos como trigo. Esto alude al pasaje del libro de Job, en el que Satanás pide a Dios permiso para golpear a Job. De esta forma, el diablo, el calumniador de Dios y de los hombres, quiere probar que no existe una religiosidad auténtica, sino que en el hombre todo mira siempre y sólo a la utilidad.
En el caso de Job Dios concede a Satanás la libertad que había solicitado, precisamente para poder defender de este modo a su criatura, el hombre, y a sí mismo. Lo mismo sucede con los discípulos de Jesús, en todos los tiempos. Dios da a Satanás cierta libertad. A nosotros muchas veces nos parece que Dios deja demasiada libertad a Satanás; que le concede la facultad de golpearnos de un modo demasiado terrible; y que esto supera nuestras fuerzas y nos oprime demasiado. Siempre de nuevo gritaremos a Dios: ¡Mira la miseria de tus discípulos! ¡Protégenos! Por eso Jesús añade: "Yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca" (Lc 22, 32).
La oración de Jesús es el límite puesto al poder del maligno. La oración de Jesús es la protección de la Iglesia. Podemos recurrir a esta protección, acogernos a ella y estar seguros de ella. Pero, como dice el evangelio, Jesús ora de un modo particular por Pedro: "para que tu fe no desfallezca". Esta oración de Jesús es a la vez promesa y tarea. La oración de Jesús salvaguarda la fe de Pedro, la fe que confesó en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).
La tarea de Pedro consiste precisamente en no dejar que esa fe enmudezca nunca, en fortalecerla siempre de nuevo, ante la cruz y ante todas las contradicciones del mundo, hasta que el Señor vuelva. Por eso el Señor no ruega sólo por la fe personal de Pedro, sino también por su fe como servicio a los demás. Y esto es exactamente lo que quiere decir con las palabras: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).
"Tú, una vez convertido": estas palabras constituyen a la vez una profecía y una promesa. Profetizan la debilidad de Simón que, ante una sierva y un siervo, negará conocer a Jesús. A través de esta caída, Pedro, y con él la Iglesia de todos los tiempos, debe aprender que la propia fuerza no basta por sí misma para edificar y guiar a la Iglesia del Señor. Nadie puede lograrlo con sus solas fuerzas.
Aunque Pedro parece capaz y valiente, fracasa ya en el primer momento de la prueba. "Tú, una vez convertido". El Señor le predice su caída, pero le promete también la conversión: "el Señor se volvió y miró a Pedro..." (Lc 22, 61). La mirada de Jesús obra la transformación y es la salvación de Pedro. Él, "saliendo, rompió a llorar amargamente" (Lc 22, 62).
Queremos implorar siempre de nuevo esta mirada salvadora de Jesús: por todos los que desempeñan una responsabilidad en la Iglesia; por todos los que sufren las confusiones de este tiempo; por los grandes y los pequeños: Señor, míranos siempre de nuevo y así levántanos de todas nuestras caídas y tómanos en tus manos amorosas.
El Señor encomienda a Pedro la tarea de confirmar a sus hermanos con la promesa de su oración. El encargo de Pedro se apoya en la oración de Jesús. Esto es lo que le da la seguridad de perseverar a través de todas las miserias humanas. Y el Señor le encomienda esta tarea en el contexto de la Cena, en conexión con el don de la santísima Eucaristía. En su realidad íntima, la Iglesia, fundada en el sacramento de la Eucaristía, es comunidad eucarística y así comunión en el Cuerpo del Señor. La tarea de Pedro consiste en presidir esta comunión universal, en mantenerla presente en el mundo como unidad también visible. Como dice san Ignacio de Antioquía, él, juntamente con toda la Iglesia de Roma, debe presidir la caridad, la comunidad del amor que proviene de Cristo y que supera siempre de nuevo los límites de lo privado para llevar el amor de Cristo hasta los confines de la tierra.
La tercera referencia al Primado se encuentra en el evangelio de san Juan (Jn 21, 15-19). El Señor ha resucitado y, como Resucitado, encomienda a Pedro su rebaño. También aquí se compenetran mutuamente la cruz y la resurrección. Jesús predice a Pedro que su camino se dirigirá hacia la cruz. En esta basílica, erigida sobre la tumba de Pedro, una tumba de pobres, vemos que el Señor precisamente así, a través de la cruz, vence siempre. No ejerce su poder como suele hacerse en este mundo. Es el poder del bien, de la verdad y del amor, que es más fuerte que la muerte. Sí, como vemos, su promesa es verdadera: los poderes de la muerte, las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia que él ha edificado sobre Pedro (cf. Mt 16, 18) y que él, precisamente de este modo, sigue edificando personalmente.
En esta solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, me dirijo de modo especial a vosotros, queridos arzobispos metropolitanos, que habéis venido de numerosos países del mundo para recibir el palio de manos del Sucesor de Pedro. Os saludo cordialmente a vosotros y a las personas que os acompañan.
Saludo, asimismo, con particular alegría a la delegación del Patriarcado ecuménico presidida por su eminencia Ioannis Zizioulas, metropolita de Pérgamo, presidente de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre católicos y ortodoxos. Expreso mi agradecimiento al Patriarca Bartolomé I y al Santo Sínodo por este signo de fraternidad, que pone de manifiesto el deseo y el compromiso de progresar con más rapidez por el camino de la unidad plena que Cristo imploró para todos sus discípulos.
Compartimos el ardiente deseo expresado un día por el Patriarca Atenágoras y el Papa Pablo VI: beber juntos del mismo cáliz y comer juntos el mismo Pan, que es el Señor mismo. En esta ocasión imploramos de nuevo que nos sea concedido pronto este don. Y damos gracias al Señor por encontrarnos unidos en la confesión que Pedro hizo en Cesarea de Filipo por todos los discípulos: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Esta confesión queremos llevarla juntos al mundo de hoy.
Que nos ayude el Señor a ser, precisamente en este momento de nuestra historia, auténticos testigos de sus sufrimientos y partícipes de la gloria que está para manifestarse (cf. 1 P 5, 1). Amén.
(BENDICTO XVI, Homilía durante la concelebración eucarística en la Solemnidad de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, Basílica Vaticana, Jueves 29 de junio de 2006)
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Aplicación: Benedicto XVI (II) - También ellos eran uno
En estas primeras Vísperas de la solemnidad de San Pedro y San Pablo recordamos con gratitud a estos dos Apóstoles, cuya sangre, junto con la de tantos otros testigos del Evangelio, ha fecundado la Iglesia de Roma. En su recuerdo, me alegra saludaros a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas: al señor cardenal arcipreste y a los demás cardenales y obispos presentes, al padre abad y a la comunidad benedictina a la que está encomendada esta basílica, a los eclesiásticos, a las religiosas, a los religiosos y a los fieles laicos aquí reunidos.
Dirijo un saludo particular a la delegación del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, que devuelve la visita de la delegación de la Santa Sede a Estambul, con ocasión de la fiesta de San Andrés. Como dije hace unos días, estos encuentros e iniciativas no constituyen sólo un intercambio de cortesía entre Iglesias, sino que quieren expresar el compromiso común de hacer todo lo posible para apresurar el tiempo de la plena comunión entre el Oriente y el Occidente cristianos.
Con estos sentimientos, saludo con deferencia a los metropolitas Emmanuel y Gennadios, enviados por el querido hermano Bartolomé I, al que dirijo un saludo agradecido y cordial. Esta basílica, donde han tenido lugar acontecimientos de profundo significado ecuménico, nos recuerda cuán importante es orar juntos para implorar el don de la unidad, la unidad por la que san Pedro y san Pablo entregaron su vida hasta el supremo sacrificio de su sangre.
Una antiquísima tradición, que se remonta a los tiempos apostólicos, narra que precisamente a poca distancia de este lugar tuvo lugar su último encuentro antes del martirio: los dos se habrían abrazado, bendiciéndose recíprocamente. Y en el portal mayor de esta basílica están representados juntos, con las escenas del martirio de ambos. Por tanto, desde el inicio, la tradición cristiana ha considerado a san Pedro y san Pablo inseparables uno del otro, aunque cada uno tuvo una misión diversa que cumplir: san Pedro fue el primero en confesar la fe en Cristo; san Pablo obtuvo el don de poder profundizar su riqueza. San Pedro fundó la primera comunidad de cristianos provenientes del pueblo elegido; san Pablo se convirtió en el apóstol de los gentiles. Con carismas diversos trabajaron por una única causa: la construcción de la Iglesia de Cristo.
En el Oficio divino, la liturgia ofrece a nuestra meditación este conocido texto de san Agustín: "En un solo día se celebra la fiesta de dos apóstoles. Pero también ellos eran uno. Aunque fueron martirizados en días diversos, eran uno. San Pedro fue el primero; lo siguió san Pablo. (...) Por eso, celebramos este día de fiesta, consagrado para nosotros por la sangre de los Apóstoles" (Disc. 295, 7. 8). Y san León Magno comenta: "Con respecto a sus méritos y sus virtudes, mayores de lo que se pueda decir, nada debemos pensar que los oponga, nada que los divida, porque la elección los hizo similares, la prueba semejantes y la muerte iguales" (In natali apostol., 69, 6-7).
En Roma, desde los primeros siglos, el vínculo que une a san Pedro y san Pablo en la misión asumió un significado muy específico. Como la mítica pareja de hermanos Rómulo y Remo, a los que se remontaba el nacimiento de Roma, así san Pedro y san Pablo fueron considerados los fundadores de la Iglesia de Roma. A este propósito, dirigiéndose a la ciudad, san León Magno dice: "Estos son tus santos padres, tus verdaderos pastores, que para hacerte digna del reino de los cielos, edificaron mucho mejor y más felizmente que los que pusieron los primeros cimientos de tus murallas" (Homilías 82, 7).
Por tanto, aunque humanamente eran diversos, y aunque la relación entre ellos no estuviera exenta de tensiones, san Pedro y san Pablo aparecen como los iniciadores de una nueva ciudad, como concreción de un modo nuevo y auténtico de ser hermanos, hecho posible por el Evangelio de Jesucristo. Por eso, se podría decir que hoy la Iglesia de Roma celebra el día de su nacimiento, ya que los dos Apóstoles pusieron sus cimientos. Y, además, Roma comprende hoy con mayor claridad cuál es su misión y su grandeza. San Juan Crisóstomo escribe: "El cielo no es tan espléndido cuando el sol difunde sus rayos como la ciudad de Roma, que irradia el esplendor de aquellas antorchas ardientes (san Pedro y san Pablo) por todo el mundo... Este es el motivo por el que amamos a esta ciudad... por estas dos columnas de la Iglesia" (Comm. a Rm 32).
Al apóstol san Pedro lo recordaremos particularmente mañana, celebrando el divino sacrificio en la basílica vaticana, edificada en el lugar donde sufrió el martirio. Esta tarde nuestra mirada se dirige a san Pablo, cuyas reliquias se custodian con gran veneración en esta basílica. Al inicio de la carta a los Romanos, como acabamos de escuchar, saluda a la comunidad de Roma presentándose como "siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación" (Rm 1, 1). Utiliza el término siervo, en griego doulos, que indica una relación de pertenencia total e incondicional a Jesús, el Señor, y que traduce el hebreo 'ebed, aludiendo así a los grandes siervos que Dios eligió y llamó para una misión importante y específica.
San Pablo tiene conciencia de que es "apóstol por vocación", es decir, no por autocandidatura ni por encargo humano, sino solamente por llamada y elección divina. En su epistolario, el Apóstol de los gentiles repite muchas veces que todo en su vida es fruto de la iniciativa gratuita y misericordiosa de Dios (cf. 1 Co 15, 9-10; 2 Co 4, 1; Ga 1, 15). Fue escogido "para anunciar el Evangelio de Dios" (Rm 1, 1), para propagar el anuncio de la gracia divina que reconcilia en Cristo al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás.
Por sus cartas sabemos que san Pablo no sabía hablar muy bien; más aún, compartía con Moisés y Jeremías la falta de talento oratorio. "Su presencia física es pobre y su palabra despreciable" (2 Co 10, 10), decían de él sus adversarios. Por tanto, los extraordinarios resultados apostólicos que pudo conseguir no se deben atribuir a una brillante retórica o a refinadas estrategias apologéticas y misioneras. El éxito de su apostolado depende, sobre todo, de su compromiso personal al anunciar el Evangelio con total entrega a Cristo; entrega que no temía peligros, dificultades ni persecuciones: "Ni la muerte ni la vida —escribió a los Romanos— ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro" (Rm 8, 38-39).
De aquí podemos sacar una lección muy importante para todos los cristianos. La acción de la Iglesia sólo es creíble y eficaz en la medida en que quienes forman parte de ella están dispuestos a pagar personalmente su fidelidad a Cristo, en cualquier circunstancia. Donde falta esta disponibilidad, falta el argumento decisivo de la verdad, del que la Iglesia misma depende.
Queridos hermanos y hermanas, como en los inicios, también hoy Cristo necesita apóstoles dispuestos a sacrificarse. Necesita testigos y mártires como san Pablo: un tiempo perseguidor violento de los cristianos, cuando en el camino de Damasco cayó en tierra, cegado por la luz divina, se pasó sin vacilaciones al Crucificado y lo siguió sin volverse atrás. Vivió y trabajó por Cristo; por él sufrió y murió. ¡Qué actual es su ejemplo!
Precisamente por eso, me alegra anunciar oficialmente que al apóstol san Pablo dedicaremos un año jubilar especial, del 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009, con ocasión del bimilenario de su nacimiento, que los historiadores sitúan entre los años 7 y 10 d.C. Este "Año paulino" podrá celebrarse de modo privilegiado en Roma, donde desde hace veinte siglos se conserva bajo el altar papal de esta basílica el sarcófago que, según el parecer concorde de los expertos y según una incontrovertible tradición, conserva los restos del apóstol san Pablo.
Por consiguiente, en la basílica papal y en la homónima abadía benedictina contigua podrán tener lugar una serie de acontecimientos litúrgicos, culturales y ecuménicos, así como varias iniciativas pastorales y sociales, todas inspiradas en la espiritualidad paulina. Además, se podrá dedicar atención especial a las peregrinaciones que, desde varias partes, quieran acudir de forma penitencial a la tumba del Apóstol para encontrar beneficio espiritual.
Asimismo, se promoverán congresos de estudio y publicaciones especiales sobre textos paulinos, para dar a conocer cada vez mejor la inmensa riqueza de la enseñanza contenida en ellos, verdadero patrimonio de la humanidad redimida por Cristo. Además, en todas las partes del mundo se podrán realizar iniciativas análogas en las diócesis, en los santuarios y en los lugares de culto, por obra de instituciones religiosas, de estudio o de ayuda que llevan el nombre de san Pablo o que se inspiran en su figura y en su enseñanza.
Por último, durante la celebración de los diversos momentos del bimilenario paulino, se deberá cuidar con singular atención otro aspecto particular: me refiero a la dimensión ecuménica. El Apóstol de los gentiles, que se dedicó particularmente a llevar la buena nueva a todos los pueblos, se comprometió con todas sus fuerzas por la unidad y la concordia de todos los cristianos. Que él nos guíe y nos proteja en esta celebración bimilenaria, ayudándonos a progresar en la búsqueda humilde y sincera de la plena unidad de todos los miembros del Cuerpo místico de Cristo. Amén.
(BENDICTO XVI, Celebración de las Primeras Vísperas de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, Basílica papal de San Pablo extramuros, Jueves 28 de junio de 2007)
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Aplicación: San Juan Pablo II - La ‘Piedra’ y el ‘instrumento
elegido’
1. En este día, en que la Iglesia celebra la memoria de los Santos Pedro y
Pablo, nos encontramos en Roma, última etapa del camino terrestre de los dos
Apóstoles. Y, contemporáneamente, nos vamos con el pensamiento y con el
corazón en peregrinación a los diversos lugares que conocemos por el
Evangelio, por los Hechos de los Apóstoles y por las Cartas. Entre todos
esos lugares (diseminados por el radio de casi todo el Mediterráneo, del
Oriente hacia el Norte) el más importante es ciertamente el de las cercanías
de Cesarea de Filipo, que se recuerda en el Evangelio de hoy. El más
importante no sólo para la historia de Pedro, sino también, en cierto
sentido, para la historia de Pablo, para la historia de la Iglesia y del
cristianismo, para la historia de la salvación.
Jesús pregunta a sus Apóstoles: ¿"Quién dicen los hombres que es el Hijo del
hombre"? (Mt 16, 13). Se recogen diversas opiniones que ciertamente
circulaban entonces entre la gente de Palestina. Y cuando Jesús pregunta por
segunda vez: "Y vosotros, ¿quién decís que soy?" (Mt 16, 15), responde
Pedro. Y precisamente su respuesta es la respuesta clave. Es la respuesta
clave por lo que respecta a su contenido y, al mismo tiempo, con mayor
motivo aún, por lo que respecta a la fuente de la que procede.
Ese contenido lo pronuncia Pedro con las palabras "Tú eres Cristo, el hijo
de Dios vivo" (Mt 16, 16). Y el mismo Cristo anuncia de qué fuente procede
esa verdad, de qué fuente ha surgido esa confesión, sobre la cual, de ahora
en adelante, se va a construir la Iglesia, Cristo dice: "No es la carne, ni
la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos"
(Mt 16, 17).
2. En la liturgia de la Misa vespertina de ayer, que es prólogo de la
solemnidad de los dos Apóstoles, Pablo dice así en la Carta a los Gálatas:
..."cuando plugo al que me segregó desde el seno de mi madre y me llamó por
su gracia, para revelar en mí a su Hijo... al instante, sin consultar a
ningún hombre... partí para Arabia y de nuevo volví a Damasco... Pasados
tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas, a cuyo lado permanecí
quince días..." (Gál 1, 15-18).
El Apóstol de los gentiles resume en estas palabras su itinerario. Se ha
encontrado con Pedro en Jerusalén, después en Antioquía y solo más tarde en
Roma, donde a ambos les esperaba la última prueba. Sin embargo, estuvo
siempre unido con Pedro, y Pedro con él, en esto: en que Dios se complació
en revelar en él a su Hijo. Por primera vez, junto a las puertas de Damasco,
cuando estaba caído en tierra y cegado por una luz del cielo, tras la
pregunta, ¿"Quién eres, Señor"?, había oído esta respuesta: "Yo soy Jesús, a
quien tú persigues" (Act9, 5). Entonces se cumplió en Pablo lo mismo que se
había cumplido en Pedro junto a Cesarea de Filipo, cuando confesó: "Tú eres
Cristo, el Hijo de Dios vivo". El Padre le reveló en Cristo al Mesías, su
Hijo. El Hijo de Dios vivo. Y Pablo aceptó interiormente las palabras del
Padre "sin consultar a ningún hombre", al igual que Pedro, el cual había
oído de boca de Cristo: "Ni la carne ni la sangre te lo han revelado".
3. Nos encontramos en el punto clave de la Economía divina. Dios da a su
Hijo y al mismo tiempo revela su Hijo ante todo a Pedro, que primero se
llamaba Simón y era hijo de Juan y hermano de Andrés, y luego —a su tiempo—
a Pablo, que primero se llamaba Saulo de Tarso. Gracias a la potencia de
esta revelación del Hijo por parte del Padre, Pedro, que ha creído y
confesado su fe, debe ser "piedra". Y yo te digo: Tú eres Pedro, "la piedra"
y "sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Gracias a la potencia de la misma
revelación del Hijo por parte del Padre, Pablo, que había creído y confesado
su fe en Cristo con el mismo fervor de ánimo con que antes había perseguido
a los confesores de Cristo, debía convertirse en el "instrumento elegido"
para llevar el nombre del Señor ante los pueblos (cf.Act9, 15).
La Iglesia de Roma celebra hoy la memoria de ambos. La "Piedra" y el
"instrumento elegido" se encontraron definitivamente aquí. Aquí realizaron
su ministerio apostólico, aquí lo sellaron definitivamente con el testimonio
de su sangre por ellos derramada, con el testimonio del sacrificio total de
la vida.
Previendo ese día, Pablo escribía a Timoteo, como leemos en la liturgia de
hoy: "A punto estoy de derramarme en libación, siendo ya inminente el tiempo
de mi partida. He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he
guardado la fe. Por lo demás, ya me está preparada la corona de la justicia,
que me otorgará aquel día el Señor, justo juez, y no sólo a mí sino a todos
los que aman su manifestación" (2 Tim 4, 6-8).
Al igual que Pablo, podría Pedro escribir de sí lo mismo. De cada uno de
ellos se puede decir que amaron de modo especial la manifestación del Señor.
Que lo acogieron con todo el corazón, que dieron testimonio de El con toda
la vida y con la muerte. Dieron testimonio no de lo que "la carne y la
sangre" pueden revelar al hombre, sino de lo que "ha revelado el Padre". La
verdad y la potencia de esta revelación permanece en la Iglesia y aumenta en
ella constantemente por la raíz de la fe de ambos Apóstoles: Pedro, que es
la "piedra" y Pablo que es el "instrumento elegido".
4. Al festejar hoy el día de su nacimiento definitivo, la Iglesia romana y,
al mismo tiempo, la Iglesia toda se mira a sí misma. Se ve a sí misma tal
cual es en el año del Señor 1980.
Y viéndose a sí misma tal cual es, pensando en Pedro a quien el Señor llamó
la "piedra", reza para tener una fuerza tal de fe en el Hijo de Dios vivo
—fe revelada por el Padre— que le permita perdurar y desarrollarse como la
Iglesia del Dios vivo y, al mismo tiempo, como la "piedra" angular del mundo
y de los hombres en el mundo contemporáneo.
Pensando después en Pablo, a quien el Señor llamó el "instrumento elegido",
la Iglesia no deja de rezar para tener una fuerza tal de fe en Cristo, que
no le permita jamás abandonar el cumplimiento y el desarrollo de su misión.
Más aún; que le "obligue" a llevar cada vez más a Cristo a todas las partes
del globo y en toda dimensión de la existencia humana, precisamente como
hacía aquel a quien el Señor llamó el "instrumento elegido".
Y, en fin, la Iglesia escucha las palabras, que por primera vez oyó Pedro
junto a Cesarea de Filipo: "Yo te daré las llaves del reino de los cielos y
todo cuanto atares en la tierra, atado será en los cielos y cuanto desatares
en la tierra, desatado será en los cielos" (Mt 16, 19). Y escuchando esas
palabras, toda la Iglesia reza para ser el siervo fiel y vigilante a cada
venida del Señor, histórico y definitivo, así como para prepararse a sí
misma y preparar a toda la familia humana, para esa venida.
Como la preparaban los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Que la Iglesia aspire a esta venida con todas las fuerzas. Igual que
aspiraban ellos.
Hoy, nuestra alegría por esta fiesta de los Santos Pedro y Pablo se ve
aumentada por la presencia de la Delegación enviada por el Patriarca
Ecuménico Dimitrios I y por su Sínodo. Saludo con estima y afecto a esa
Delegación, que se ha querido unir a nuestras oraciones. Esperamos que tal
comunión nos lleve a la plena unidad y a la celebración común de la
Eucaristía. Y aquel será un día de gozo pleno. Pero ya hoy nuestro gozo es
grande. Demos gracias a Dios. Amén.
(BEATO JUAN PABLO II, Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro
y Pablo, Domingo 29 de junio de 1980)
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Aplicación: R.P. José A. Marcone, I.V.E. - Dos vidas entrelazadas
Hoy es un día de gran alegría porque es el día del Papa. Y por ser el día
del Papa es, consecuentemente, el día de la Iglesia universal. Y está bien
elegido este día para representar a la Iglesia universal, porque San Pedro y
San Pablo, cada uno individualmente y ambos juntos representan bien a la
Iglesia universal. San Pedro es el Pastor universal, el vicario de
Jesucristo; él solo es el resumen de toda la Iglesia, él solo representa a
toda la Iglesia. Pedro y Pablo juntos representan a la Iglesia porque Pedro
representa a los judíos, y Pablo representa a los gentiles, a los paganos.
San Pablo individualmente representa también a la Iglesia universal porque
él fue el misionero que abrazó todo el mundo conocido con su predicación.
¿Cuál ha sido la relación entre dos grandes santos que representan la
Iglesia? Veámoslo en los datos de la tradición y la Sagrada Escritura. Es
hermoso contemplar cómo la Providencia divina ha entrelazado estas dos vidas
para el bien de la Iglesia.
1. La primera relación entre Pedro y Pablo fue una relación de enemigos. En
efecto, dice San Agustín: “Pedro y Pablo (…) se encontraron en el mismo día
de la pasión de San Esteban. Pedro fue quien ordenó diácono a San Esteban
(…). Pedro fue su ordenador, Pablo su perseguidor”.1 En la persona de
Esteban lapidado se encuentran Pedro y Pablo. Pablo se relaciona con Pedro
como el perseguidor con el perseguido.
2. Primera visita de Pablo a Jerusalén. En Gál.1,18-19 San Pablo narra su
conversión y dice: “Al cabo de tres años fui a Jerusalén para conocer a
Pedro, y estuve con él quince días. Y no vi a ningún otro apóstol fuera de
Santiago, el hermano del Señor”. De esta manera San Pablo demuestra la
autenticidad e independencia de su vocación a ser apóstol, que proviene
directamente de Cristo. La apostolicidad de San Pablo es tan genuina como la
de los otros once, dado que fue Jesucristo en persona que lo llamó y él
puede ser testigo de su resurrección igual que los demás.
3. Segunda visita a Jerusalén. Esta visita sucede catorce años después de la
primera. “El mismo Dios que hizo a Pedro apóstol de los judíos me ha hecho a
mí apóstol de los paganos; y Santiago, Pedro y Juan, que eran considerados
como columnas, reconocieron que Dios me ha dado este privilegio, y nos
dieron la mano a mí y a Bernabé en señal de que estaban de acuerdo en que
nosotros nos dedicáramos a los paganos” (Gál.2,8-9). Comienza a gestarse la
grandeza de la Iglesia Católica por la concordia y armonía de estos dos
gigantes.
4. El Concilio de Jerusalén. Falsos hermanos habían puesto inquietud entre
los cristianos de Antioquía, diciéndoles que había que circuncidarse y
cumplir la ley mosaica. Pablo y Bernabé van a Jerusalén y se reúnen con los
apóstoles y los presbíteros. Allí Pedro defiende ardorosamente el punto de
vista de Pablo (Hech.15,7-11), y envían una carta a los cristianos de
Antioquía (la primera encíclica de la historia) donde los declaran libres de
la ley mosaica. Sólo les piden que se abstengan de la carne inmolada a los
ídolos y de la fornicación. Otra vez la concordia entre los dos apóstoles
forja y construye la Iglesia.
5. Reprensión en Antioquía. Pedro, por “temor” a los judaizantes (los que
querían que los cristianos cumplan con la ley de Moisés), se apartó de los
cristianos que venían de la gentilidad, del paganismo. Esto fue una
“hipocresía” y una “simulación” (Gál.2,11-21). Temor, hipocresía y
simulación son palabras textuales del texto inspirado, y son las faltas que
por debilidad Pedro cometió. Otra vez Pedro cae en falta por fragilidad.
Otra vez tenemos a los dos gigantes, uno frente al otro, el uno corrigiendo
abiertamente al otro; el otro aceptando humildemente la reprensión.
6. San Pedro escribe sobre las epístolas de San Pablo: “Tened en cuenta que
la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación, como ya os lo escribió
nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le ha dado; de
hecho, así se expresa en todas las cartas cuando trata de este tema. Es
cierto que en éstas se encuentran algunos puntos difíciles, que los
ignorantes e inestables tergiversan para su propia perdición, lo mismo que
hacen con el resto de la Sagrada Escritura” (2Pe.3,15-16). Pedro, el
anteriormente corregido públicamente, ahora expresa su humildad y manifiesta
su amor hacia Pablo: ‘mi querido hermano’. Y ejerce en toda su propiedad y
especificidad su carisma petrino, pues manifestando su carisma profético le
da a los escritos de San Pablo el máximo reconocimiento que puede darse a un
escrito: el estar inspirado con Inspiración Bíblica, el que sus escritos
pertenezcan formalmente a la Sagrada Escritura.
7. El martirio. Dice San Agustín: “Ambos apóstoles fueron martirizados el
mismo día. Ambos a dos no eran sino una sola cosa, y aunque hubieran
padecido en fechas distintas, no hubieran dejado de serlo”2 Esta afirmación,
que fueron martirizados el mismo día, es la que da razón de que se festeje
su fiesta el mismo día.3 Los distintos itinerarios de estos dos grandes
terminan en una misma culminación: el martirio por Jesucristo.
Conclusión
Pidámosle a la Virgen María la gracia de amar cada vez más a estos dos
grandes apóstoles.
(1) SAN AGUSTÍN, Sermón 298, t. XXV, BAC Madrid
1984, pág. 295ss
(2) SAN AGUSTÍN, Sermón 295, t. XXV, BAC Madrid
1984.
(3) En el oficio de lectura del 29 de junio se
lee este mismo sermón 295 de San Agustín. Pero se hace una restricción: se
quita la frase “ambos apóstoles fueron martirizados el mismo día”, y la
cambian por “En un solo día celebramos el martirio de los dos apóstoles”. Y
la frase concesiva de San Agustín: “aunque hubieran padecido en fechas
distintas”, la cambian por una afirmativa: “Es que ambos eran en realidad
una sola cosa, aunque fueran martirizados en días diversos”. San Agustín
afirma que fueron martirizados el mismo día, y deja abierta la posibilidad a
que no haya sido así. Si fue así, si realmente murieron en días diferentes,
nada cambia, dice, porque eran uno. Traduttoretraditore.
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Aplicación: Papa Francisco - Confirmar en la fe, en el amor y en la
unidad
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas.
Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos
principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un tono de mayor
alegría por la presencia de obispos de todo el mundo. Es una gran riqueza
que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de pentecostés:
hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere
unir a los pueblos en una única familia.
Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del patriarcado de
Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al patriarca
ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad. Saludo a los
señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias especial al
Thomanerchor, el coro de la Thomaskirche, de Lipsia, la iglesia de Bach, que
anima la liturgia y que constituye una ulterior presencia ecuménica.
Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar».
¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma.
Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro:
«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo», una confesión que no viene de
él, sino del Padre celestial. Y, con esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». El papel, el servicio
eclesial de Pedro tiene su en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios
vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del
Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana.
Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no
se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y
la sangre: «Se puso a increparlo el Señor: "¡Lejos de ti tal cosa, Señor!"»
(16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres
para mí piedra de tropiezo». Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas,
nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir
y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe
en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la
Iglesia.
Confirmar en el amor: En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras
conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la
carrera, he conservado la fe». ¿De qué combate se trata? No el de las armas
humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate
del martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la
entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su
exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el
hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha
edificado la Iglesia. El obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar
en este amor a Cristo y a todos sin distinción, límites o barreras.
No solamente el obispo de Roma pero todos ustedes, arzobispos y obispos
tienen esta tarea de dejarse consumir por el evangelio, darse a todo y
todos, la tarea de no ahorrase, de salir de si en el servicio para el santo
pueblo fiel de Dios.
Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El
palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y
fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» . Y
vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de
la Iglesia no significa uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la
estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos
apóstoles constituyó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de
entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» .
Confirmar en la unidad, el sínodo de los obispos en armonía con el primado,
tenemos que ir por este camino de la sinodalidad, crecer en armonía con el
servicio del primado.
Y prosigue: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la
diversidad y la universalidad del Pueblo de Dios». La variedad en la
Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la
unidad, como un gran mosaico en el que las piezas se juntan para formar el
único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre todo
conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias:
No hay otra camino católico para unirse, este es el espíritu católico, el
espíritu cristiano, unirse en las diferencias. Éste es el camino de Jesús.
El palio se centra come unión con el obispo de Roma, con la Iglesia
universal, con el sínodo de los obispos y supone también para cada uno de
ustedes el compromiso de ser instrumentos de comunión.
Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de Cristo
y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Estos, queridos hermanos en
el episcopado, son las consignas que los santos apóstoles Pedro y Pablo
confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo cristiano.
Nos guíe y acompañe siempre con su intercesión la santa Madre de Dios, Reina
de los apóstoles, reza por nosotros. Amén.
(Homilía del papa Francisco en la basílica de San Pedro en la misa e
imposición del papalio a los arzobispos metropolitanos en el día de la
festividad de san Pedro y san Pablo 29 de junio de 2013)
Aplicación: San Juan Pablo II - San Pedro y San Pablo
1. "Envuélvete en tu manto y sígueme" (Hch 12, 8).
Así el ángel se dirige a Pedro, detenido en la cárcel de Jerusalén. Y Pedro,
según la narración del texto sagrado, "salió en pos de él" (Hch 12, 9).
Con esta intervención extraordinaria, Dios ayudó a su apóstol para que
pudiera proseguir su misión. Misión no fácil, que implicaba un itinerario
complejo y arduo. Misión que se concluirá con el martirio precisamente aquí,
en Roma, donde aún hoy la tumba de Pedro es meta de incesantes
peregrinaciones de todas las partes del mundo.
2. "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (...). Levántate, entra en la
ciudad y se te dirá lo que debes hacer" (Hch 9, 4-6).
Pablo fue conquistado por la gracia divina en el camino de Damasco y de
perseguidor de los cristianos se convirtió en Apóstol de los gentiles.
Después de encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la
causa del Evangelio.
También a Pablo se le reservaba como meta lejana Roma, capital del Imperio,
donde, juntamente con Pedro, predicaría a Cristo, único Señor y Salvador del
mundo. Por la fe, también él derramaría un día su sangre precisamente aquí,
uniendo para siempre su nombre al de Pedro en la historia de la Roma
cristiana.
3. Con alegría la Iglesia celebra hoy juntamente la memoria de ambos. La
"Piedra" y el "Instrumento elegido" se encontraron definitivamente aquí, en
Roma. Aquí llevaron a cabo su ministerio apostólico, sellándolo con el
derramamiento de su sangre.
El misterioso itinerario de fe y de amor, que condujo a Pedro y a Pablo de
su tierra natal a Jerusalén, luego a otras partes del mundo, y por último a
Roma, constituye en cierto sentido un modelo del recorrido que todo
cristiano está llamado a realizar para testimoniar a Cristo en el mundo.
"Yo consulté al Señor, y me respondió, me liberó de todas mis ansias" (Sal
33, 5). ¿Cómo no ver en la experiencia de ambos santos, que hoy
conmemoramos, la realización de estas palabras del salmista? La Iglesia es
puesta a prueba continuamente. El mensaje que le llega siempre de los
apóstoles san Pedro y san Pablo es claro y elocuente: por la gracia de Dios,
en toda circunstancia, el hombre puede convertirse en signo del poder
victorioso de Dios. Por eso no debe temer. Quien confía en Dios, libre de
todo miedo, experimenta la presencia consoladora del Espíritu también, y
especialmente, en los momentos de la prueba y del dolor.
4. Queridos hermanos, el ejemplo de san Pedro y san Pablo nos interpela ante
todo a nosotros. Como ellos, estamos invitados a recorrer un itinerario de
conversión y de amor a Cristo. ¿No es él quien nos ha llamado? ¿No es a él
mismo a quien debemos anunciar con coherencia y fidelidad? Al inicio del
tercer milenio, advertimos con fuerza que debemos recomenzar desde Cristo,
fundamento de nuestra fe y misión comunes. "Heri, hodie et in saecula" (Hb
13, 8), Cristo es la roca firme sobre la que está construida la Iglesia.
5. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). La profesión de fe
que Pedro hizo en Cesarea de Filipo cuando el Maestro preguntó a los
discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (Mt 16, 15), cobra un
valor y un significado del todo singulares para nosotros que formamos la
comunidad eclesial de Roma.
El testimonio de san Pedro y de san Pablo, sellado con el sacrificio extremo
de su vida, recuerda a esta Iglesia la ardua tarea de "presidir en la
caridad" (Ignacio de Antioquía,Ep. ad Rom., 1, 1). Fieles de esta amada
diócesis mía, seamos cada vez más conscientes de nuestra responsabilidad.
Perseveremos en la oración juntamente con María, Reina de los Apóstoles.
Siguiendo el ejemplo de nuestros gloriosos patronos y con su constante
apoyo, procuremos repetir en cada momento a Cristo: "Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios vivo. Tú eres nuestro único Redentor", Redentor del mundo.
(Homilía de San Juan Pablo II el sábado 29 de junio de 2002)
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Directorio Homilético 29 de junio: Solemnidad de los santos
Apóstoles Pedro y Pablo
CEC 153, 424, 440, 442, 552, 765, 880-881: San Pedro
CEC 442, 601, 639, 642, 1508, 2632-2633, 2636, 2638: San Pablo
San Pedro
La fe es una gracia
143Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo,
Jesús le declara que esta revelación no le ha venido "de la carne y de la
sangre, sino de mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17; cf. Ga 1,15; Mt
11,25). La fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por él,
"Para dar esta respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se
adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que
mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede `a
todos gusto en aceptar y creer la verdad'" (DV 5).
424 Movidos por la gracia del Espíritu Santo y atraídos por el Padre
nosotros creemos y confesamos a propósito de Jesús: "Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Sobre la roca de esta fe, confesada por San
Pedro, Cristo ha construido su Iglesia (cf. Mt 16, 18; San León Magno, serm.
4, 3;51, 1;62, 2;83, 3).
440 Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías
anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mt 16, 23). Reveló
el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad transcendente
del Hijo del Hombre "que ha bajado del cielo" (Jn 3, 13; cf. Jn 6, 62; Dn 7,
13) a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: "el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos" (Mt 20, 28; cf. Is 53, 10-12). Por esta razón el
verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto
de la Cruz (cf. Jn 19, 19-22; Lc 23, 39-43). Solamente después de su
resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el
pueblo de Dios: "Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado"
(Hch 2, 36).
441 Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles
(cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3, 19;
Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus
reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva
que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad
particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado "hijo de Dios" (cf. 1
Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal
de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en
cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54), quizá no quisieron decir nada más
(cf. Lc 23, 47).
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como "el Cristo, el Hijo
de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este le responde con solemnidad "no te ha
revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión
en el camino de Damasco: "Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi
madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que
le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en seguida se puso a
predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hch 9, 20).
Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1, 10), el centro de la fe
apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento
de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
552 En el colegio de los doce Simón Pedro ocupa el primer lugar (cf. Mc 3,
16; 9, 2; Lc 24, 34; 1 Co 15, 5). Jesús le confía una misión única. Gracias
a una revelación del Padre , Pedro había confesado: "Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo". Entonces Nuestro Señor le declaró: "Tú eres Pedro, y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18). Cristo, "Piedra viva" (1 P 2, 4),
asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro la victoria sobre los poderes de
la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca
inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante
todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (cf. Lc 22, 32).
765 El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá
hasta la plena consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce
con Pedro como su Cabeza (cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las
doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30), ellos son los cimientos de
la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc6, 7) y los otros
discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y
también en su suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos,
Cristo prepara y edifica su Iglesia.
El colegio episcopal y su cabeza, el Papa
880 Cristo, al instituir a los Doce, "formó una especie de Colegio o grupo
estable y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él" (LG 19).
"Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman
un único Colegio apostólico, por análogas razones están unidos entre sí el
Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los
Apóstoles "(LG 22; cf. CIC, can 330).
881 El Señor hizo de Simón, al que dio el nombre de Pedro, y solamente de
él, la piedra de su Iglesia. Le entregó las llaves de ella (cf. Mt 16,
18-19); lo instituyó pastor de todo el rebaño (cf. Jn 21, 15-17). "Está
claro que también el Colegio de los Apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la
función de atar y desatar dada a Pedro" (LG 22). Este oficio pastoral de
Pedro y de los demás apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia. Se
continúa por los obispos bajo el primado del Papa.
San Pablo
442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como "el Cristo, el Hijo
de Dios vivo" (Mt 16, 16) porque este le responde con solemnidad "no te ha
revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los
cielos" (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión
en el camino de Damasco: "Cuando Aquél que me separó desde el seno de mi
madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que
le anunciase entre los gentiles..." (Ga 1,15-16). "Y en seguida se puso a
predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios" (Hch 9, 20).
Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1, 10), el centro de la fe
apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento
de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).
601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el
Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura
como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a
los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). S.
Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3)
que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibidem:
cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de
Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8
y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a
la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio
esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,
25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).
639 El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que
tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo
Testamento. Ya San Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios:
"Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo
murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que
resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y
luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El Apóstol habla aquí de la tradición
viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas
de Damasco (cf. Hch 9, 3-18).
642 Todo lo que sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de
los Apóstoles - y a Pedro en particular - en la construcción de la era nueva
que comenzó en la mañana de Pascua. Como testigos del Resucitado, los
apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera
comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos,
conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos
todavía. Estos "testigos de la Resurrección de Cristo" (cf. Hch 1, 22) son
ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente
de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez,
además de Santiago y de todos los apóstoles (cf. 1 Co 15, 4-8).
1508 El Espíritu Santo da a algunos un carisma especial de curación (cf 1 Co
12,9.28.30) para manifestar la fuerza de la gracia del Resucitado. Sin
embargo, ni siquiera las oraciones más fervorosas obtienen la curación de
todas las enfermedades. Así S. Pablo aprende del Señor que "mi gracia te
basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza" (2 Co 12,9), y que
los sufrimientos que tengo que padecer, tienen como sentido lo siguiente:
"completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del
Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11,
2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a
continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida.
Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora
la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch
6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos
revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la
oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4,
3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que
toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha
asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que
ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago
(cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20; Flp
4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de
participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El Apóstol Pablo
les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf Ef 6, 18-20; Col
4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf 2 Ts 1, 11; Col 1,
3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no conoce fronteras: "por
todos los hombres, por todos los constituídos en autoridad" (1 Tm 2, 1), por
los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la salvación de los que rechazan el
Evangelio (cf Rm 10, 1).
IV LA ORACION DE ACCION DE GRACIAS
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al
celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En
efecto, en la obra de salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de
la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria.
La acción de gracias de los miembros del Cuerpo participa de la de su
Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda
necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de
San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y
el Señor Jesús siempre está presente en ella. "En todo dad gracias, pues
esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed
perseverantes en la oración, velando en ella con acción de gracias" (Col 4,
2).
Ejemplos Predicables
Siempre fiel a Cristo, el Papa y la Iglesia
Queremos presentarles el ejemplo de uno de los tantos obispos martirizados por el comunismo a causa de su fidelidad al Romano Pontífice, como los han habido tantos en nuestro tiempo, especialmente en Europa Oriental. Se trata del Beato Eugenio Bossilkov.
Eugenio Bossilkov es nombrado obispo de la diócesis de Nicópoli, Bulgaria, en 1947. Bulgaria era comunista desde 1944. En aquel momento su semblante es triste y su alma percibe que el futuro de los católicos va a ser duro. Su ejemplo será primordial como responsable y cabeza de la minúscula minoría católica búlgara. Bossilkov se convierte en el custodio de los derechos de la Iglesia, en el momento que los comunistas deciden eliminar las escuelas confesionales y los organismos sociales cristianos.
Aquí comienza el martirio del obispo Bossilkov, principalmente por su fidelidad al Papa. Tenemos el testimonio de su sobrina. "El conocía bien las intenciones de los comunistas en Bulgaria: ellos querían molestar a los sacerdotes y obispos para separar la Iglesia Católica Búlgara de Roma. Ellos le prometieron un auto, un chalet, mucho dinero. Mi tío siempre los rechazaba". Acerca del juicio que le hicieron nos sigue relatando "Hicieron cualquier cosa para que rompiera con Roma. Lo acusaron de ser un espía del Vaticano y de los países capitalistas". La última vez que lo juzgaron "lo torturaron -sigue contando- de todos los modos posibles. Intentaron hacerle firmar un documento contra el Papa" Ante el deseo de salvarlo de la pena de muerte dijo "No, yo sé que el Señor me ha dado su gracia. Estoy deseoso de morir." "Tengo el valor para seguir viviendo; espero y también tengo el valor para sufrir lo peor, siempre permaneciendo fiel a Cristo, el Papa y la iglesia" A Bossilkov se le ofrece la oportunidad de demostrar su "patriotismo" creando una Iglesia Nacional Búlgara. Sin embargo, el obispo se niega, aunque en la celda de al lado oye las torturas infringidas al P. Bakalski, superior de los capuchinos. Finalmente, se le acusa ante un Tribunal Popular de fascista, pronorteamericano y vaticanista, acusaciones que significan la muerte. En la noche del 11 de noviembre de 1952 es fusilado junto a tres sacerdotes más. Con gran gusto dio su sangre, convencido de que "Las manchas de nuestra sangre garantizarán un nuevo futuro para la Iglesia de Bulgaria", como lo había expresado varias veces a sus conocidos. El 15 de marzo de 1998, Juan Pablo II beatificó a Eugenio Bossilkov, primer búlgaro contemporáneo en entrar en los altares y el primer pilar de la Iglesia del Silencio en ser reconocido como tal.
(Eugenio Bossilkov, el mártir del Danubio, Revista ARBIL, nº 45)
¿Quo vadis - adónde vas?
Cuenta la tradición que san Pedro, aconsejado por los cristianos,
salió de Roma buscando fuera de la ciudad un refugio para librarse de la
persecución que arreciaba contra los cristianos. Al salir de Roma vio frente
a sí la figura de Cristo cargando con la cruz, el apóstol, atónito, sólo
pudo decir estas palabras: "Quo vadis?: ¿Adónde vas?" EL Señor le contestó:
"A Roma para ser crucificado de nuevo." Este encuentro con el Señor le hizo
cambiar de opinión y volvió a Roma. También cuenta la tradición que cuando
lo condenaron a ser crucificado, pidió que lo crucificaran cabeza abajo
porque no se sentía digno de ser cruficado como su Señor. Esto es lo que
intenta el Señor. Encontrarse contigo. Esto son los ejercicios espirituales:
un encontronazo con el Señor. Encontronazo con el Señor que, de ser nosotros
sinceros nos hará comprender la realidad de nuestra vida.
Surcos de lágrimas
Es una piadosa tradición y, posiblemente, una simple leyenda, pero
es interesante. Cuentan que San Pedro, todos los días, al oír cantar a un
gallo, se echaba a llorar porque se acordaba de la triple traición a Cristo,
y que las lágrimas habían grabado surcos en sus mejillas. Por cada negación
le salía del alma exclamar: "Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo"
(Jn 21,17).
Hasta aquí la leyenda. Pero es bien verosímil que para San Pedro el canto
del gallo tuviera una resonancia muy especial. Y en aquellos tiempos debía
ser muy difícil no tener cerca del propio domicilio, incluso en una urbe
como Roma, un corralito con algún gallo dispuesto a avisar a los vecinos de
la llegada del nuevo día. Cuántos actos de contrición debió hacer aquel gran
hombre.
San Pedro, el Portero
El día del Juicio Final. Había gran alboroto en la puerta del
Cielo. Salió Pedro y dijo: "De parte del Jefe, que pasen los pobres, los
presos, los enfermos, los hambrientos". Y pasaban sin trámites. Quedaban
fuera "los importantes". Pedro volvió a salir y dijo: "Completo, no cabe
más". Y se armó un griterío de protesta. Aquello era intolerable, no podía
quedar así. Entonces salió Jesús y dijo: "Pedro, no te he dicho que estaba
completo, sino 'ya están todos', que no es lo mismo. Ya están todos los que
entran por derecho propio. Ahora pasarán todos ante esta mesa. El jurado
serán los niños y los pobres. A ellos tendrán que demostrarles que ustedes
los trataron bien. Si los reconocen, ¡adentro!, y ¡suerte!, que allí los
espero, en la fiesta".
La Infalibilidad
La infalibilidad con la que el Divino Redentor ha querido dotar a
su Iglesia para definir la doctrina de fe o de costumbres se extiende tanto
cuanto se extiende el depósito de la divina Revelación, que se ha de
custodiar santamente y se ha de exponer con fidelidad. De esta infalibilidad
goza, en virtud de su cargo, el Romano Pontífice, Cabeza del Colegio de los
Obispos, cuando, como supremo pastor y doctor de todos los fieles que
confirma en la fe a sus hermanos, proclama una doctrina de fe o de
costumbres con un acto definitorio (cfr. Lc22, 32). Por eso, son llamadas
justamente sus definiciones irreformables por razón de sí mismas, y no en
virtud del consentimiento de la Iglesia, ya que se pronuncian con la
asistencia del Espíritu Santo que se le prometió en la persona de S. Pedro
y, por lo tanto, no necesitan ninguna aprobación de otros ni admiten
apelación alguna ante otro tribunal. El Romano Pontífice, en esos casos, no
expresa su sentencia como persona privada, sino que, como maestro supremo de
la Iglesia universal, en quien singularmente reside el carisma de la
infalibilidad de la propia Iglesia, expone o defiende la doctrina de la fe
católica (Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 25).
(cortesía: iveargentina.org et alii)