ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
15. LAS CIUDADES DEL PECADO
En aquel tiempo las ciudades de Sodoma y Gomorra habían colmado la medida de sus pecados, indignando al Señor con sus abominaciones. Pecaban, cometiendo toda clase de perversiones y abusos. Bueno, no es que se dieran pecados originales. El pecado nunca es ingenioso; repite monótonamente las mismas maldades. Basta ver cualquier telediario de hoy, en el siglo XX, para descubrir que son las mismas cosas del siglo XX antes de nuestra era. La perversión entenebrece la mente y mata toda creatividad. El hombre, sin Dios, se hace irracional:
En efecto, la cólera de Dios, se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que aprisionan la verdad en la injusticia...Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció; jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles.
Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos; cambiaron la verdad de Dios por la mentira; adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es bendito por los siglos.
Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos de los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío.
Y como no juzgaron bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, Dios les entregó a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, fornicación, henchidos de envidia, de homicidios, de contiendas, de engaños, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, implacables, despiadados..., los cuales, aunque conocedores del veredicto de Dios que declara dignos de muerte a los que tales cosas practican, no solamente las practican, sino que aprueban a los que las cometen (Rm 1,18-32).
Pablo, ¿nos hace la crónica de su época, de la actual o es la crónica de Sodoma, al tiempo de Abraham?
El valle de Sodoma era amplio y espacioso; en él se perdía la mirada, sin alcanzar a ver sus límites. Era una vega rica en agua y verdes prados. Cuatro veces al año, sus habitantes se desplazaban con sus mujeres e hijos, en romería por los campos. En tales ocasiones, entre cantos y bailes, se intercambiaban la esposas y las muchachas yacían con los muchachos. Todo se hacía a la luz del sol y nadie decía nada. Terminada la orgía, las familias se recomponían y volvían a casa como si nada hubiera pasado.
Y cuando un comerciante extranjero, -siguen las crónicas-, caía por aquellos lugares con intención de vender sus productos, en seguida se veía rodeado de gentes, que le expoliaban de cuanto poseía. Si se atrevía a protestar, era imprevisible lo que podía ocurrirle. Y no digamos si era un pobre mendigo el que se aventuraba a acercarse a la ciudad; no sólo nadie le daba un trozo de pan, pero es que ni se lo vendían siquiera. Y si moría de hambre o por los maltratos recibidos, le despojaban hasta de su míseros vestidos y le arrojaban al primer agujero del desierto.
Había en Sodoma, -se cuenta en sus anales-, una muchacha, hija de padres ricos, que tuvo un fin lamentable. Al atardecer de un día cualquiera llegó a la ciudad un viajero, que decidió pasar la noche en la ciudad y proseguir su viaje al día siguiente apenas amaneciera. Al no conseguir hospedaje en casa alguna, se decidió a pasar la noche en la calle y, por pura coincidencia, se echó a dormir delante de la casa de la muchacha. Cuando ésta iba ya a dormir, se asomó, como todas las noches, a la ventana, para contemplar las estrellas. Pero esa noche, antes de levantar al cielo la mirada, vio al hombre que dormía por tierra, frente a su ventana. Le preguntó quién era; el viajero, le respondió que estaba de paso, que no le gustaba viajar de noche, pues le daban miedo los caminos desiertos, que había buscado dónde hospedarse y no había encontrado hospedaje y que se había resignado a pasar la noche en la calle, esperando que llegase el alba para proseguir su camino.
Viendo que la muchacha le escuchaba con interés, se animó a pedirle un poco de agua. La muchacha miró a la derecha y a la izquierda y, no viendo a nadie, salió a ofrecerle agua y pan. Pero, sin saber cómo, la cosa se supo inmediatamente de un extremo al otro de la ciudad. La muchacha fue arrestada y llevada ante el juez: había violado las leyes de la ciudad y había que condenarla a muerte. La sacaron fuera de la ciudad, la desnudaron y untaron todo su cuerpo de miel, echándola luego al estercolero en medio de un enjambre de avispas. La pobre muchacha gritaba de dolor hasta herir los tímpanos, pero ni sus padres se compadecieron de ella. Con el cuerpo hinchado por las mil picaduras, siguió gritando hasta que murió. Este grito de dolor (Gn 18,20) subió hasta el cielo y el Señor se sintió muy dolido por tanta crueldad.
No era distinta la situación de Gomorra. Tanto Sodoma como Gomorra eran ciudades ricas; a sus habitantes no les faltaba de nada. La tierra era fértil; había plata, oro y piedras preciosas en abundancia. Con frecuencia ocurría que, yendo al huerto en busca de hortalizas, al cavar un poco, encontrasen metales preciosos. Eran tan ricos que se habían olvidado del Señor, que les había dado tanta riqueza. En vez de adorar al Señor, daban culto al sol y a la luna.
En medio de la riqueza de unos, reinaba también la pobreza más miserable, pues la riqueza abonaba el egoísmo y no la generosidad. Los pobres eran echados a patadas o a mordiscos de los perros, aunque sólo pidieran un pedazo de pan para no morir de hambre. Habían llegado incluso, en algunos lugares, a cortar los árboles frutales, cuando no podían recoger toda su fruta, para que los pájaros no se la comieran.
Los jueces eran corruptos al extremo, como perversas eran las leyes. No tenían temor de Dios. Ni aunque el Señor les hubiese mandado grandes tormentas se habían arrepentido de sus maldades. Si por casualidad pasaba un extranjero rico por aquellos lugares, le hacían recostarse contra un muro que estuviera a punto de derrumbarse, al que hacían caer para que aplastara al infeliz y, así, poder despojarlo de todo.
Merece la pena transcribir algunas de sus leyes:
a) Quien atraviese un río en barca, pagará al barquero cuatro monedas; y si atraviesa el río a nado, pagará al dueño de la barca ocho monedas.
b) Cuando uno corte una oreja a un asno no suyo, el dueño del asno deberá llevar inmediatamente el asno a casa de quien cortó la oreja y dejarle allí hasta que le crezca de nuevo.
c) A quien hiere a una persona, si le hace brotar sangre, el herido debe pagarle una cantidad, por haberle sacado sangre.
d) Si, para festejar una boda, se da un banquete y el padre de uno de los esposos invita a un pasajero y éste participa en el banquete, éste debe ser despojado de sus vestidos y arrojado de la ciudad y lo mismo se hará con quien lo invitó...
Los casos resueltos con estas leyes y que registran los anales del tribunal son innumerables. Un día, por ejemplo, llegó un curtidor de pieles a la ciudad. Los sodomitas le rodearon y le exigieron que pagara cuatro monedas por haber cruzado el río en barca. El declaró que no había pasado el río en barca, sino que había cruzado a pie por el vado. Entonces le pidieron ocho monedas. Como se negó, le golpearon hasta hacerle sangrar. El infeliz corrió en busca de los jueces, quienes, después de escucharlo, sentenciaron: "Busca al barquero y págale ocho monedas y después pagas también al que te hirió hasta hacerte derramar sangre. Esta es la ley".
Sucedió también que un día Abraham mandó a su siervo Eliezer a Sodoma para tener noticias de su sobrino Lot. Al llegar a la ciudad, Eliezer se vio envuelto en una riña, en la que recibió una pedrada, haciéndole sangrar. El caso fue llevado al juez, quien sentenció según la ley: "paga a quien te dio la pedrada". Eliezer, entonces, cogió una piedra y golpeó con ella al juez hasta hacerle derramar sangre. Cuando Eliezer vio correr la sangre por la cara del juez, le dijo: "Ahora puedes ajustar las cuentas directamente con tu conciudadano, págale lo que me debes y así estamos todos en paz". Eliezer se lavó la herida y se fue en busca de un lugar donde poder comer algo. Pero nadie le vendía ni un trozo de pan. Atraído por el alboroto de una fiesta entró en un lugar donde se daba un banquete de bodas y se sentó entre los invitados. En seguida le preguntaron:
-¿Quién te ha invitado?
-Este que está aquí sentado a mi lado.
El invitado, a quien señalaba Eliezer, se levantó a toda prisa y salió huyendo de la casa. Eliezer se levantó y fue a sentarse junto a otro invitado, diciéndole en voz alta:
-¡Gracias por haberme invitado!
Aterrorizado, también éste huyó. Eliezer fue repitiendo lo mismo con los demás invitados hasta que se quedó solo y pudo comer y beber cuanto quiso, dando gracias al Señor...
Estos y otros muchos hechos nos hacen comprender que Yahveh se dijera:
-El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si los hechos responden en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, lo averiguaré (Gn 18,20).