ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
16. ABRAHAM INTERCEDE POR LAS CIUDADES PECADORAS
Abraham, después de acompañar un buen trecho a sus huéspedes, se volvía para la tienda. Pero el Señor se dijo:
-¿Puedo ocultarle a Abraham lo que pienso hacer con Sodoma y Gomorra? No, a un amigo, no se le puede tener a oscuras de proyectos que le tocan de cerca (Am 3,7; Jn 15,15). Yo le he dado todo este país y por tanto le pertenecen también estas cinco ciudades. Además sé que Abraham ama a todos y todos le aman. Cuando se entere que he destruido esas ciudades se entristecerá ciertamente. No se lo puedo ocultar. Le explicaré cómo el grito desgarrador de la muchacha, tratada con tanta crueldad, ha colmado ya toda medida y no puedo retardar más mi decisión.
Por ello, el Señor se volvió hacia Abraham, le llamó y dijo:
-Mira, la acusación contra Sodoma y Gomorra es grande y su pecado es gravísimo; voy a bajar a ver si realmente sus acciones corresponden a la acusación que me llega de ellas; y si no, lo sabré.
El dolor de Abraham, al oírlo, fue mayor que el de la circuncisión. Pero pensó: si me informase de una sentencia firmada e irrevocable, no me quedaría nada por hacer. Pero mencionándome sólo una acusación o investigación pendiente, el Señor me está dejando un espacio para que interceda por esas ciudades y sus gentes. Sí, he de hacerlo y de inmediato. Por lo que sé de Sodoma y Gomorra, según me ha contado Eliezer, si doy lugar a la investigación, no hay remedio para ellas. Así, pues, Abraham se dirigió al Señor, suplicante:
-Oh, Señor mío, tú has creado al hombre y has puesto ante él el camino de la vida y el de la muerte. El camino de la vida, si sigue la senda de la misericordia, amando a su prójimo; el camino de la muerte, si sigue la senda de la violencia y de la corrupción, pecando contra ti y destruyendo la obra de tus manos...Pero, Señor, tú sabes muy bien que el corazón del hombre, que has creado del polvo de la tierra, se siente todos los días inclinado al mal; sus instintos lo inducen a pecar, llenando la tierra de violencia. Por esto, te suplico: cambia el corazón del hombre, dándole un corazón que ame la vida y no conciba planes de muerte. Si no cambias su corazón, Señor, y lo hieres en tu ira, acabarás con cuanto existe y que tú mismo has creado. Aumenta tu misericordia, oh Señor mío, y reprende a los hombres, como hace un padre con sus hijos, pero no los aniquiles, tratándolos según sus culpas.
Le respondió el Señor, conmovido por su oración:
-Lo sé, lo sé que tu corazón rezuma misericordia. Pero, hoy no puedo escuchar tu oración. El grito de dolor de los oprimidos es demasiado grande, tan grande como el grito de tus descendientes, que te he hecho oír en sueños, aunque aún no hayan nacido. El grito de los no nacidos te conmovió tanto como a mí. Así es el grito que me llega de estas ciudades.
Los ángeles se volvieron a poner en camino hacia Sodoma, pero Abraham corrió y se acercó al Señor y, puesto en pie, ante él, exclamó en un arranque de indignación por la posible injusticia de que quizás se aniquilara a justos con pecadores:
-¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta justos en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos te ti hacer tal cosa! ¡mejor perdonar al culpable que matar al inocente! ¡lejos de ti hacer tal cosa! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?
El Señor, que escuchaba con pena a su amigo, respondió:
-Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta justos, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos.
Al contar con esta concesión inicial, situada a nivel de cincuenta, Abraham, en una especie de negociación beduina, con audacia y respeto, exagerando el respeto para disimular la audacia, comenzó a regatear con el Señor, bajando cinco:
-Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Y si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?
Restando, al instante respondió el Señor:
-No la destruiré, si es que encuentro allí los cuarenta y cinco.
Animado, Abraham insistió:
-Supongamos que se encuentran cuarenta.
-En atención a los cuarenta no la destruiré.
-Que no se enfade mi Señor si insisto. Supongamos que se encuentran treinta.
-No lo haré si encuentro treinta.
-Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran veinte?
-No la destruiré en atención a los veinte.
Abraham insistió, ya desconfiado, pero llevado del impulso de su corazón:
-Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?
-En atención a los diez no la destruiré.
Una, dos, siete veces rebajando el número y el Señor cediendo terreno, confirmando el papel salvador de los justos en el mundo. Pero en su regateo de misericordia, Abraham no se atreve a bajar de diez justos. Más atrevidos serán, años después, Jeremías (5,1) y Ezequiel (22,30), proclamando que Dios perdonaría a Jerusalén aun cuando no hallara en ella más que un justo. Y, luego, Isaías (53) anunciará que el sufrimiento del único Siervo salvará a todo el pueblo, cargando él con el pecado de todos. En la descendencia de Abraham, en Jesús, se cumplirá la profecía. Pero Abraham se detuvo en diez, comprendiendo que ni los yernos de su sobrino estaban libres de la maldad de la ciudad.
El Señor, viendo triste y cabizbajo a Abraham, le confesó su misma tristeza:
-Mira, Abraham, la situación de Sodoma y Gomorra y de las otras ciudades vecinas, por desgracia ha llegado al límite y no hay remedio para ellas. Estaría dispuesto a perdonar sus pecados, si los reconocieran como pecados, pero no me es posible admitir un sistema de vida tan inmoral como el establecido en sus leyes, que llama bien al mal y mal al bien.
Partió Yahveh así que terminó de conversar con Abraham, y éste se volvió a su tienda, aunque al día siguiente volverá al mismo lugar, para mirar y ver lo que había ocurrido.
Los Maestros, bendita sea su memoria, observan que Abraham se mostró más grande que su maestro Noé. De Noé se dice simplemente que "fue el hombre más justo de su generación", como diciendo que, dados los tiempos que corrían, se le podía considerar justo en comparación con los demás. Pero, cuando el Señor ordenó a Noé construir el arca porque "había llegado la hora de acabar con todo viviente, porque la tierra estaba llena de violencias por culpa de los hombres" (Gn 6,13), Noé se limitó a obedecer, sin hacer nada por salvar a los demás, ni siquiera invocó la misericordia del Señor en favor de ellos. Abraham, en cambio, apenas oyó al Señor decir: "bajaré a ver", se le acercó, le increpó, le suplicó, insistió. Y se volvió a casa triste, no por su fracaso en la intercesión, sino pensando en la maldad de las ciudades, que le hacia repetirse a sí mismo:
-El Señor es justo. La depravación de los habitantes de Sodoma corresponde realmente a las acusaciones que subían al cielo ante El.