ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
20. EXPULSIÓN DE AGAR E ISMAEL
Creció Isaac y a los tres años fue destetado. Abraham dio un gran banquete ese día porque el niño había superado los peligros de la infancia. A partir de aquel día comenzaba para él una nueva etapa de su vida.
Pero ya, desde que el pequeño Isaac comenzó a andar a gatas, se había hecho inseparable de Ismael; y, luego, a medida que fue creciendo, se fue apegando más y más a él. E Ismael le amaba. Cortaba juncos y cañas para él, cazaba para él pájaros y le montaba en los asnos de su padre. Eran inseparables. Pero, luego, Ismael llegó a la edad adolescente y comenzó a sentirse molesto con la presencia de Isaac, que le seguía a todas partes, como su sombra.
Sara, que cuidaba con solicitud materna a su hijo, veía con aprensión el afecto que Isaac sentía por Ismael. Cada día le preocupaba más ver a los dos hermanos en la misma tienda. No la agradaba nada el comportamiento de Ismael, temiendo que la influencia de Ismael desviara a su hijo de las sendas del Señor, que le había bendecido al abrir su seno ya gastado. Cada mañana, cuando veía a los dos marchar al campo, repetía a Ismael:
-Hijo mío, pórtate bien y cuida de Isaac; así hallarás gracia a los ojos del Señor y ante los hombres.
Pero, apenas desaparecía Sara de su vista, Ismael olvidaba sus palabras y seguía los impulsos de su corazón. Sara, preocupada, comenzó a espiar los juegos que Ismael enseñaba a Isaac. Un día le sorprendió construyendo pequeños altares, dedicados a los dioses de Egipto, de donde procedía su madre; sobre los altares ofrecía grillos, que cazaba junto con Isaac. Ese día su inquietud le hizo exclamar:
-Atento, Ismael, si vuelvo a verte hacer eso, te echo de casa.
Pero el corazón de Ismael, en la rebeldía de su juventud, inventaba una travesura cada día. Pero algo que Sara no estaba dispuesta a aceptar era la inmoralidad, que comenzaba a manifestarse en Ismael; con la pretensión de ser hijo de Abraham comenzó a enamorar y a jugar con las esclavas y hasta pretendió enamorar a alguna mujer casada.
Ismael era experto en el uso del arco y las flechas. Un día, molesto por la presencia de Isaac y cansado de los reproches de Sara, Ismael invitó a Isaac a dar un paseo por el campo. Una vez perdidos entre los matorrales, Ismael comenzó a lanzar sus flechas hacia Isaac. Isaac, asustado, le preguntó:
-Hermano, ¿qué estás haciendo?
-¿No lo ves que estoy jugando? Estoy imitando a los cazadores.
La verdad es que Ismael tenía otras intenciones. Llevaba ya algún tiempo pensando que si moría Isaac, él sería el heredero de todos los bienes de Abraham. Cuando Isaac contó el hecho a su madre, Sara se asustó y fue a contárselo a Abraham, que parecía no enterarse de nada. Abraham intentó calmarla, diciendo que eran juegos de muchachos. Sara llamó a Ismael y, una vez más, trató de inculcar a Ismael los buenos sentimientos de hermandad, diciéndole afectuosamente:
-Mira, escúchame, Ismael, yo te considero como a un hijo, atiende a mis palabras y no sigas comportándote así; si tú te portas bien con Isaac, los dos podréis vivir juntos en paz y yo te daré el afecto que una madre sabe dar a su hijo.
Pero Ismael no escuchó tampoco esta vez las palabras de Sara. Seguía estudiando planes para eliminar a Isaac. A este punto, Sara no pudo contenerse y se fue en busca de Abraham, le contó de nuevo todos los incidentes y le pidió que echara de casa a Ismael y a su madre Agar. Olvidándose de sus modales, le dijo a Abraham:
-Despide a esa criada y a su hijo, pues no va a heredar el hijo de esa criada juntamente con mi hijo, con Isaac.
Y viendo que Abraham se callaba, Sara le dijo que preparara el acta de divorcio para Agar, es decir, que había llegado la hora de romper del todo con la esclava y con su hijo. Abraham se había quedado sin palabra, pues, la verdad es que amaba con ternura a Ismael. De los muchos sufrimientos por los que pasó Abraham, ninguno le dolió tanto como el tener que separarse de su hijo Ismael. Dios mismo tuvo que pedírselo para que se decidiera a ello:
-Escucha la palabra de Sara. Ella te fue destinada como esposa desde el seno de su madre. Sara es tu compañera y la esposa de tu juventud. En cambio, Agar, yo no te la he dado como esposa.
Y como Abraham seguía triste y disgustado, pensando en su hijo Ismael, el Señor añadió:
-No te aflijas por el muchacho ni por la criada; haz todo lo que dice Sara, pues Isaac es quien continúa tu descendencia. Pero también al hijo de la criada lo convertiré en un gran pueblo por ser descendiente tuyo.
Al día siguiente, Abraham madrugó, tomó pan y un odre de agua, se lo cargó a hombros de Agar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Por amor de Abraham, Dios hizo que no se agotara el agua del odre. Pero, cuando Agar llegó al desierto, comenzó a errar tras los ídolos de la casa de su padre e inmediatamente se quedó sin agua el odre. Entonces Agar colocó a Ismael debajo de unas matas, se apartó de él y se sentó a solas, a la distancia de un tiro de arco. Pues se decía: "No puedo ver morir a mi hijo".
En aquel lugar, en su primera huida, el ángel de Yahveh se le había aparecido a Agar y le había hecho saber que tendría un hijo, padre de una descendencia incontable (Gn 16,10). Sentada, pues, enfrente de su hijo, Agar se puso a llorar a gritos, desahogando su amargura ante Dios:
-Ayer tú me dijiste: multiplicaré grandemente tu descendencia, y hoy mi hijo muere de sed.
También Ismael, desfallecido por la sed, llorando, elevó su grito de dolor al cielo:
-Dame de beber, Señor, y no moriré de sed, que es la muerte más atroz. ¡Dios de mi padre Abraham, en tu presencia están las fuentes de las aguas, ten piedad y que no muera yo de sed!
Oyó Dios la voz de Ismael y el dolor de su siervo Abraham y el ángel de Dios, que anteriormente había hablado con Agar, la llamó desde el cielo y le dijo:
-¿Qué te pasa Agar? No temas; Dios ha oído la voz del muchacho. Levántate, tómalo fuerte de la mano y camina, porque no morirá, sino que vivirá y Dios hará que sea un gran pueblo.
Dios le abrió los ojos y divisó un pozo de agua, que Yahveh hizo brotar ante ella. Era el pozo de Miriam, creado entre las dos luces del sexto día de la creación. Pero los ángeles se presentaron ante el Señor y le dijeron:
-¿Y por qué quieres usar de misericordia con Ismael? ¿Acaso Tú, Señor, no sabes que sus descendientes harán morir de sed a tus hijos cuando sean conducidos al exilio?
Les respondió el Santo, bendito sea su nombre:
-Decidme, en este momento ¿qué es Ismael: justo o malvado?
-En este momento, que está en oración ante ti, es justo.
-Pues yo trato a cada hombre según lo que se merece en cada momento.
Todos están de acuerdo en que en aquel momento Ismael era justo, pues, en su angustia, elevó su súplica al Señor, Dios de su padre Abraham. Pero algunos dudan de la justicia de Agar. Dicen que, en su angustia, se acordó de los dioses de Egipto, y dirigió su súplica a los ídolos de su infancia. E, incluso después del milagro, la fe de Agar no fue más firme que antes. Se dirigió al pozo, bebió y dio de beber a Ismael y, luego, llenó el odre de agua, pues temió que se le acabara y que no surgiera ningún otro pozo. Y quiso dirigirse a Egipto con su hijo, pues, como dice el refrán: "lanza el palo al aire como tú quieras que siempre volverá al lugar de origen". Agar había salido de Egipto y a Egipto volvía, para escoger una egipcia como esposa de su hijo (Gn 21,21).
Ismael y su familia vivieron en tiendas, vagando de desierto en desierto. Dios le favoreció, sin olvidar nunca que era hijo de Abraham; le colmó de rebaños, con los que iba trashumando siempre en busca de pastos.
Ismael era además un experto arquero. Lejos de Abraham y de Isaac, que tantas veces fue blanco de sus flechas, se dedicó a la caza de animales salvajes. Doce caudillos de otros tantos pueblos le dio a Ismael su esposa egipcia. Vivió ciento treinta años, ocupando desde Javilá hasta Sur, que cae enfrente de Egipto, según se va a Asur. Según la palabra del ángel del Señor, se estableció, pues, enfrente de todos sus hermanos (Gn 25,12-18), aliándose con tantos otros pueblos para conspirar contra el pueblo nacido a Abraham del seno de Sara (Sal 83).
En verdad, todo el que no se mantiene en la palabra, comete pecado y se hace un esclavo. Y el esclavo no se queda en casa para siempre; mientras el hijo se queda para siempre (Jn 8,31ss). Pues, de los dos hijos de Abraham, uno nació de la esclava y el otro de la libre; el de la esclava nació según la naturaleza; el de la libre, en cambio, nació en virtud de la promesa. A la madre del hijo de la promesa le dice la Escritura:
-Regocíjate, estéril, que no das hijos; rompe en gritos de júbilo, tú que no conoces los dolores del parto, pues más son los hijos de la abandonada que los de la casada (Ga 4,21-31).