ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
21. EN EL POZO DE BERSEBA
Los pozos son siempre una bendición, pero son también un gran problema. Los rebaños necesitan pastos y agua donde abrevarse y, donde apenas llueve, el agua la suministran los pozos. Cuando Abraham dejó Guerar, acogió la oferta de Abimélek, de elegir su nuevo lugar de residencia. Después de algún tiempo plantó sus tiendas unas millas al sur de Guerar. Los pastores de Abraham cavaron un pozo, a poca distancia de las tiendas. Pero, cuando se enteraron de ello los pastores de Abimélek, se presentaron con sus rebaños y discutieron con los de Abraham a causa de las aguas. Los pastores de Abraham decían:
-El pozo es nuestro porque le hemos cavado nosotros.
Los pastores de Abimélek replicaron:
-Es nuestro, porque está en nuestro territorio.
Como ninguno de los dos grupos estaba dispuesto a ceder, los pastores de Abraham propusieron con parsimonia:
-Hagamos así: que se acerque a beber primero un rebaño vuestro y luego uno nuestro. Si, al acercarse el vuestro, las aguas suben hasta el borde, de modo que las ovejas no deban inclinarse para beber, entonces el pozo será vuestro para siempre. Y, si no, se acercará nuestro rebaño y, sólo si las aguas suben hasta el borde de modo que nuestras ovejas no deban inclinarse para beber, sólo entonces, el pozo será nuestro para siempre.
Llegó el primer rebaño y las aguas no se movieron. Pero, apenas las aguas del pozo vieron acercarse el rebaño de Abraham, comenzaron a subir, hasta casi desbordarse. Dijo el Santo, bendito sea su nombre, a Abraham:
-Tú eres un signo para tus descendientes. Como las aguas del pozo, apenas vieron tu rebaño, subieron hasta el borde, así sucederá con tus descendientes, apenas les vea el pozo, sus aguas subirán del fondo del desierto. Ya lo tengo escrito: "Surge, oh pozo. Saludadle con cantos" (Nm 21,17).
Informado de lo sucedido con el pozo, Abimélek se presentó ante Abraham junto con Pikol, capitán de su tropa, para aclarar las cosas. Abraham presentó su protesta a Abimélek por la actuación de sus pastores.
La corrección lleva al amor, según el dicho: "reprende al sabio y te amará" (Pr 9,8). Un amor, sin corrección, no es amor. La corrección engendra además la paz y, por ello, una paz sin corrección no es verdadera paz. Escuchada, pues, la corrección de Abraham, Abimélek pidió excusas, diciendo:
-No sé quién ha hecho eso. Ni tú me lo habías notificado, ni yo había oído nada hasta hoy.
Abraham aceptó las excusas de Abimélek, que le dijo:
-Dios está contigo en todo lo que haces. Ahora, pues, júrame por Dios aquí mismo que no me engañarás ni a mí ni a mis hijos ni a mis nietos; júrame que tendrás conmigo y con el país donde te hemos recibido como huésped la misma benevolencia que yo he tenido contigo.
"Dios está contigo" es el saludo de Abimélek a Abraham y lo repetirán las naciones. Pero sólo lo dirán después que Dios disipe sus dudas. Se preguntaban las gentes: si Abraham fuera justo, ¿no tendría hijos? Cuando tuvo el hijo confesaron: "Dios está contigo". Se decían, igualmente, al ver cómo expulsaba a Ismael: si fuera justo no escucharía la voz de su esposa. Pero cuando le fue dicho: "escucha en todo la voz de Sara", dijeron: "El Señor está contigo". Y cuando vieron las acciones de Ismael, repitieron: "Dios está contigo en todo lo que haces". Que Dios estaba con Abraham lo comprobaron también después de la destrucción de Sodoma y Gomorra; aunque había cesado el paso de viajeros y mercancías, las riquezas de Abraham no disminuyeron; viéndolo, hasta los paganos exclamaban: "Dios está siempre contigo en todo lo que haces".
Por ello, Abimélek quiere hacer las paces con Abraham y congraciarse con él, al enterarse de los altercados de sus pastores y pide la benevolencia de Abraham para él, sus hijos y sus nietos. Por tres generaciones se extiende el amor del padre y para tres generaciones hace alianza Abimélek con Abraham, que ante la petición responde sin más:
-Lo juro.
Y para sellar el pacto con Abimélek, Abraham apartó siete corderas de su rebaño, correspondientes a las siete leyes de Noé, que obligan a todos los hombres sin distinción. Abimélek le preguntó:
-¿Qué significan estas siete corderas que has separado?
Le respondió Abraham:
-Estas siete corderas las vas a aceptar de mi mano, para que me sirvan de testimonio de que yo he excavado este pozo, que, por ello, desde hoy se llamará Berseba, Pozo del juramento y Pozo de las siete corderas.
Abimélek aceptó las siete corderas que Abraham le ofrecía y así concluyeron el pacto entre ellos. Pero, luego, Yahveh dijo a Abraham:
-Tú has dado a Abimélek siete corderas sin contar conmigo. Pues bien, yo haré esperar a tus descendientes siete generaciones para gozar de la liberación de la esclavitud egipcia. Has dado a Abimélek siete corderas sin consultarme. Pues bien, sus descendientes matarán a siete justos: Sansón, Choní, Pinjás y Saúl con tres de sus hijos. Has dado a Abimélek siete corderas sin mi consentimiento. Pues bien, sus descendientes destruirán siete santuarios: la Tienda de la Reunión y los santuarios de Guilgal, Nov, Guión, Silo y los dos Templos. Le has dado siete corderas, sin que yo te dijera nada. Por ello, mi Arca Santa permanecerá durante siete meses en el país de los filisteos. Así queda escrito: "Y el arca del Señor permaneció en el país de los filisteos siete meses" (1S 6,1).
Abraham se quedó un tanto sorprendido al oír los oráculos del Señor, aunque comprendía que el Señor tenía razón, pues en el pacto con Abimélek actúo por propia iniciativa y para su provecho personal. Quiso apropiarse para siempre de un pozo, como si aquel lugar fuera su residencia definitiva para el resto de su vida. Cuando Abimélek le dijo:
-Júrame ahora mismo en el nombre de Dios.
Abraham, sin nombrar el nombre de Dios, se limita a decir:
-Lo juro.
Abimélek y su séquito se volvieron a su casa y Abraham permaneció en Berseba por largo tiempo. En torno al pozo plantó una gran arboleda, en las cuatro direcciones: hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. Y en medio de la arboleda plantó una viña, árboles frutales y un hermoso tamarisco.
Si un viajero pasaba por aquel lugar, entraba por la arboleda que daba al lugar por donde llegaba; se sentaba en la arboleda y comía y bebía hasta saciarse. Pues Abraham tenía siempre preparados los alimentos y la bebida. Pero no sólo iban los viajeros de paso; como no tenía puertas, la arboleda y la viña quedaban abiertas para todos. Es lo mismo que había hecho siempre Job, como está escrito: "mis puertas estaban siempre abiertas al viajero" (Jb 31,32). Si uno estaba hambriento, iba allí, comía y bebía y, luego, Abraham le daba lo que quería para comer y para vestir, dejando al mismo necesitado que eligiese él los vestidos que necesitaba o que más le agradasen.
Y en esto Abraham superó a Job, que también había abierto cuatro puertas en su casa, para que los viajeros, cansados del camino, no se fatigasen más dando vueltas en torno a la casa en busca de la puerta. En casa de Job, en verdad, los pobres se sentían como en su casa, comían y bebían lo mismo que en su casa, es decir, cosas de pobres. Job les ofrecía lo que ellos le pedían y los pobres le pedían lo que conocían, lo mismo que tenían en sus casas. Por ello cuando, al sobrevenirle la gran desgracia, se lamente ante el Señor, sólo podrá decir:
-Señor del universo, ¿no he dado yo acaso de comer a los hambrientos y de beber a los sedientos? ¿Comí solo mi pedazo de pan y de él no comió el huérfano? ¿No he vestido al desnudo? ¿Y del vellón de mis corderos no se calentó? ¿Acaso he negado a los pobres lo que me pedían?" (Jb 31,17-20). ¿Qué hizo Abraham, nuestro padre, que yo no haya hecho? "No abría yo mis puertas al viajero?" (Jb 31,32).
Entonces el Señor le dirá a Job:
-Job, ¿hasta dónde vas a llegar en tu alabanza? Si el pobre no hubiera llegado a tu casa no te habrías compadecido de él. Sin embargo, Abraham no actuó así. Ya al tercer día después de la circuncisión, cuando más fuertes son los dolores, Abraham salió y se sentó a la puerta, en la hora de mayor calor del día. Job, aún no has alcanzado ni la mitad de la medida de Abraham. Sí, es verdad que en tu casa los pobres que llegaban, comían, pero sólo lo que ellos estaban acostumbrados a comer. Abraham, por su parte, no se quedaba sentado dentro de casa, esperando a que llegaran los necesitados, sino que iba en busca de ellos, salía de casa y rondaba por todas partes para invitarlos. Tú, al que tiene costumbre de comer pan de trigo, le das pan de trigo; al que acostumbra comer carne, le das carne; al que está habituado a beber vino, le das vino. Pero Abraham no actuaba así. A quien no había comido nunca pan de trigo, le daba pan de trigo; al que nunca había podido comer carne, lo invitaba hasta con insistencia a comer carne y ofrecía vino a quienes hasta entonces no se lo habían podido permitir nunca. Y no sólo eso. Se puso, además, a construir grandes mansiones junto a los caminos y dejaba allí comida y bebida de modo que todo el que llegaba y entraba podía comer y beber y bendecía a los cielos. Y todo cuanto uno podía desear se encontraba en casa de Abraham, según puedes leer: "Y plantó un tamarisco en Berseba" (Gn 21,33).
Los pobres, en casa de Abraham, se consideraban como de la familia. No que fueran miembros de la familia, sino que los pobres hablaban de lo que habían comido o bebido en su casa. Cuando dos pobres se encontraban, se decían uno a otro:
-¿De dónde vienes?
-De casa de Abraham.
-Y tú, ¿a dónde vas?
-A casa de Abraham.
Abraham, a veces, dejaba solos, en libertad total, a los que llegaban a comer a su viña. Otras se sentaba con ellos a la sombra de la arboleda. Pero, incluso los que habían comido a solas, cuando habían saciado su hambre, buscaban a Abraham para darle las gracias. Y Abraham respondía a todos:
-¿Qué? ¿Me das las gracias a mí? Da gracias más bien al Señor que te ha acogido como su huésped. El es el único que provee comida y bebida para todas las criaturas.
Y las gentes le preguntaban:
-¿Y dónde está El?
-El es quien gobierna los cielos y la tierra. El es quien hiere y cura; el que forma el embrión en el seno de la madre y el que lo trae al mundo; El es quien hace crecer las plantas y los árboles; el que mata y hace vivir de nuevo, el que hace bajar al Seol y subir de él.
-¿Y cómo podremos darle las gracias?
-Decid con vuestros labios y en vuestro corazón: "¡Bendito sea el Señor que es Bendito! ¡Bendito el que da pan y alimento a todos los seres!".
De este modo Abraham, como había aprendido en la yeshivah de Noé y Sem, enseñaba a los que habían gozado de su hospitalidad a alabar y dar gracias al Señor. La casa de Abraham se convirtió, no sólo en el lugar de acogida para hambrientos y sedientos, sino también en lugar de instrucción, donde se enseñaba el conocimiento de Dios y sus caminos.
Pero no siempre le fue fácil a Abraham convencer a sus huéspedes de la bondad de Dios y de la vanidad de los ídolos. En una ocasión, al atardecer, Abraham estaba sentado delante de su tienda. De pronto vio a un viejo que, cansado, se afanaba por llegar hasta él. Como solía hacer, le salió al encuentro para ayudarle e invitarlo a pasar la noche en la tienda, después de haber saciado su hambre y sed. Pero el viejo dijo que prefería pasar la noche bajo un árbol. Abraham, vistas las condiciones en que se encontraba, insistió con él y le convenció a entrar en la tienda. Abraham le preparó con solicitud la cena. Cuando el viejo terminó de comer, Abraham le dijo:
-Ahora da gracias al Señor del cielo y de la tierra, que da pan a toda criatura.
-No sé de que Dios me hablas y no hallo ningún motivo para darle gracias. Daré gracias a mis dioses, que me han encaminado bien esta tarde.
Abraham no se dio por vencido, le habló al corazón de la bondad, fuerza, protección del Señor, subrayando al mismo tiempo la vanidad e inutilidad de los ídolos, que no son nada...
Pero el viejo, ofendido, le interrumpió:
-¿Qué tengo yo que ver contigo? Me hablas mal de mis dioses. Y ya te he dicho que a tu Dios no lo conozco, no sé quién es; déjame en paz y no me importunes más; no tengo intención de seguir escuchando tu palabrería.
Abraham se irritó, perdió la paciencia y le gritó:
-¡Sal inmediatamente de esta casa!
El viejo recogió su bastón, salió de la casa y, en plena noche, se dirigió hacia el desierto.
Pero al Señor, que todo lo ve, no le agradó el comportamiento de Abraham. Se le apareció y le dijo:
-¿Sabes decirme dónde está ahora el viejo que esta noche mandé a tu casa?
-No sé qué decir, no es fácil hablarte de ese viejo; como siempre, le acogí, le di de cenar, le hablé con afecto, invitándolo a bendecirte, traté de llevarle a creer en ti, por su bien, le hablé al corazón...; pero no quiso escucharme y hasta se me rebeló y...
-¡Le echaste de casa! ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Conozco a ese viejo desde hace muchos años y he soportado por todos esos años sus pecados, proveyendo a su vida de todo, sin permitir que nunca le faltase de nada, aunque siguiera sin reconocerme ni querer escuchar mi palabra. ¿Y tú, para un vez que viene a tu casa, por una sola vez que no te escucha, ya le echas sin misericordia ni paciencia con él?
-He pecado, Señor, perdóname.
-Te perdonaré cuando hayas encontrado, de nuevo, al viejo y, postrándote ante él, le hayas pedido perdón.
Abraham salió corriendo hacia el desierto y no se detuvo hasta que lo encontró. Se postró ante él y, llorando, le suplicó que le perdonara. Y una vez que el viejo le dio el perdón, Abraham insistió hasta que el viejo aceptó volver a la tienda, donde Abraham le acogió con todos los honores. Entonces el Señor dirigió, de nuevo, su palabra a Abraham:
-Por lo que has hecho con este viejo, hoy te prometo que yo mantendré mi alianza con tus descendientes, incluso cuando, por culpa de sus pecados, estén bajo el dominio de sus enemigos. Mi pacto será válido para siempre.
La fama de la hospitalidad de Abraham se difundió por toda la región. A Abraham se unía Sara, fiel en todo a su marido. En la tienda de Sara la luz de la candela se mantenía encendida desde la salida del Sábado hasta la vigilia del Sábado siguiente. El Señor bendecía las obras del corazón y de las manos de Abraham y de Sara. Sus nombres eran bendecidos y honrados por todos. Sobre su casa, abierta a los cuatro puntos cardinales, se posaba una gran nube de esplendor.