ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
25. ÚLTIMOS DÍAS DE ABRAHAM
Al dar esposa a su hijo Isaac, Abraham ha concluido su misión. Eliezer, aunque fue enviado por Abraham, a quien narra las peripecias de su viaje es a Isaac. Abraham se retira, una vez transmitida su fe y su misión de propagar la herencia del Señor a Isaac. Isaac se encargará de engendrar la descendencia numerosa como las estrellas del cielo, según la promesa del Señor.
Pero aún le queda un tiempo de vida a Abraham, sus últimos días. "Y Abraham tomó otra mujer, llamada Queturá" (Gn 25,1). Si uno ha tomado mujer y esta muere, comentan los sabios, bendita sea su memoria, que tome otra y trate de tener hijos, pero sólo después de que los hijos de la anterior se hayan casado como hizo Abraham.
La nueva esposa de Abraham era Agar, aunque se la llamara Queturá, porque sus obras eran ketòreth, es decir, como el incienso: como incienso, Agar hacía subir sus buenas obras al cielo. Queturá dio seis hijos a Abraham, que no fueron ni como el padre ni como la madre. Estos hijos no honraban a sus padres; eran idólatras. Abraham, entonces, se preocupó de alejarlos de Isaac y les mandó hacia levante, al país de Oriente.
Isaac, en cambio, no tenía hijos. Había tomado a Rebeca por esposa cuando tenía cuarenta años, y a sus cincuenta y nueve años seguía sin hijos, porque Rebeca era estéril. Rebeca sufría viendo sus entrañas estériles. Un día se decidió a desahogar su pena con Isaac. Le dijo:
-Como sabes, también tu madre Sara era estéril y Abraham, mi señor, tu padre, oró por ella y el Señor escuchó su súplica y Sara quedó encinta de ti. Ora también tú por mí y el Señor acogerá tu súplica.
-Sí, es verdad, mi padre rogó para que mi descendencia fuera numerosa, pero ahora tu esterilidad depende de ti y no de mí.
-Pero, aunque dependa de mí, ora también tú y verás cómo el Señor te escucha y te da un hijo.
Isaac aceptó la petición de Rebeca y partió con ella al monte Moria, al monte que Yahveh había indicado para su sacrificio. Isaac, dirigiéndose al Señor, le suplicó:
-Señor del cielo y de la tierra, cuya misericordia llena el mundo, Tú, un día, tomaste a mi padre de la tierra en que habitaba y lo condujiste a este país, asegurándole que se lo darías a sus descendientes. Le dijiste que serían tan numerosos como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa del mar. Que se cumplan ahora tus palabras. Danos también a nosotros una descendencia, que confirme cuanto prometiste a mi padre.
Rebeca también unió su súplica a la de Isaac:
-Dame, oh Señor, una descendencia que, conforme a tu palabra, sea una bendición para este país.
El Señor escuchó su oración. Rebeca quedó encinta. En su seno se agitaban dos gemelos. Al séptimo mes de embarazo, los dos gemelos comenzaron a pelearse en el seno de la madre. Cuando Rebeca pasaba ante un templo pagano, sentía un fuerte dolor en un lado de su vientre. En cambio, cuando pasaba ante un Beth ha-Midràsh (escuela de la Palabra), sentía el mismo dolor pero en el lado opuesto del vientre. Preocupada, preguntó a sus vecinas si ellas, en sus embarazos, habían sentido algo semejante. Todas le dijeron que no. Entonces fue a consultar a la Beth ha-Midràsh de Sem, que le respondió:
-Eso sucede por voluntad de Dios.
Y Dios fue quien le dio la explicación verdadera, cuando respondió a su lamento: "Si tengo que vivir con esta lucha interior, ¿para qué seguir viviendo?:
-Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos se pelean en tus entrañas. Un pueblo vencerá al otro, el mayor servirá al menor. Uno, que desea salir de tu vientre para ir tras los ídolos, buscará los placeres del mundo; el otro, que desea ya salir para estudiar mi Palabra, buscará las delicias del mundo futuro.
Cuando llegó el momento de dar a luz, salió primero uno, todo rojo, peludo como un manto. Lo llamaron Esaú. Salió después su hermano, asiendo con la mano el talón de Esaú. Lo llamaron Jacob. Isaac tenía sesenta años cuando le nacieron sus dos hijos.
Crecieron los hijos. Esaú se hizo un experto cazador, hombre de campo, mientras que Jacob era un honrado hombre amante de la tienda. Isaac prefería a Esaú, porque le gustaba comer la caza. Pero Rebeca prefería a Jacob.
La gente en seguida se dio cuenta de la diferencia que había entre los dos hermanos. Se decían:
-El primero es hirsuto como las espinas que produce la zarza; el segundo es como una flor que perfuma; el primero es astuto, se dedica a la caza, vive siempre al acecho de la presa; el otro es simple, recto, entregado al estudio, amante de la paz.
Abraham tenía 175 años. Presintiendo el final de sus días llamó a Isaac y le dio sus últimas recomendaciones. Sentados a la puerta de la tienda, bajo el cielo estrellado, le dijo:
-Tú sabes que Yahveh es el Señor del cielo y de la tierra y que no hay otro Dios fuera de El. El me sacó de la casa de mi padre y de la tierra donde nací y me trajo a esta tierra, salvándome de las manos de Nimrod y de sus impíos consejeros. He caminado en su presencia, esperando siempre en El. Por ello, hoy, te exhorto a servir al Señor, amándolo con todo tu corazón, con todo tu ser y con todas tus fuerzas. Sigue sus caminos, ten misericordia de todos los hombres, viste al desnudo, da de comer al hambriento y de beber al sediento, acoge con solicitud a los viajeros que pasen por tu tienda y ora al Señor por todos. Así caerán sobre ti las bendiciones de los pobres y en ti serán bendecidos los pueblos de la tierra. Y no olvides transmitir esto a tus hijos.
Al terminar sus palabras, Abraham hubiera querido dar su bendición a Isaac, pero no lo hizo para no sembrar rivalidades con los otros hijos. Abraham dio a Isaac cuanto poseía, pero no le dio la bendición.
El caso es semejante al de un rey que tenía un jardín, que había encomendado a un aparcero. En el jardín había dos árboles, muy cerca el uno del otro. Uno de los árboles daba frutos de vida y el otro, un veneno mortal. El aparcero se dijo: "si riego el árbol que da frutos de vida, también el otro quedará regado; pero si no riego el árbol que produce el veneno, ¿cómo podrá vivir el árbol que da frutos de vida? Lo pensó y lo pensó, dando vueltas en su cabeza al problema, que le parecía insoluble. Al final concluyó: "Yo soy el aparcero y no tengo que hacer más que lo que se me ha encomendado. Que el patrón haga lo que él desee". Así pensó Abraham: "Si bendigo a Isaac, en esta bendición estarán incluidos también los hijos de Queturá. Yo no soy más que un mortal, hoy estoy aquí y mañana estaré en la tumba. Cumpliré con mi tarea y que el Santo, bendito sea su Nombre, haga lo que El considere conveniente". Por eso dio a Isaac todo lo que poseía y dejó que, después de su muerte, el Señor hiciera lo que El quisiera.
Así fue. "Después de la muerte de Abraham, el Señor bendijo a Isaac, su hijo" (Gn 25,11).