ABRAHÁN EL CREYENTE SEGÚN LA ESCRITURA Y EL MIDRASH (José Pons.-Emiliano Jiménez)
26. MUERTE DE ABRAHAM
Cuando se acercaba el día de la muerte de Abraham, Dios llamó al ángel Miguel y le dijo:
-Anda ve a anunciar a Abraham que está próxima su partida, para que pueda dejar en orden su casa antes de dejar su vida terrena.
Miguel, fiel cumplidor de las órdenes del Señor, partió al instante. Descendió y encontró a Abraham en el campo en medio de uno de sus rebaños. Abraham, al ver a Miguel, pero sin reconocerlo, pensando que era un viajero más de los muchos que pasaban por aquellas partes, le saludó y le dijo:
-Siéntate un poco y mandaré que nos traigan una cabalgadura y nos vamos a casa para que puedas descansar. Me parece que estás un poco cansado del viaje y ya está atardeciendo. Pasarás la noche en mi tienda y, a la mañana, descansado, podrás continuar tu camino. Pero Miguel se negó a sentarse y esperar la cabalgadura. Dijo que prefería ir a pie:
-No me gusta sentarme sobre una bestia de cuatro patas.
De camino hacia la casa, pasaron ante un árbol gigantesco y Abraham oyó una voz que salía de entre sus ramas:
-Gloria a ti, que has sido fiel a la misión para la que fuiste enviado.
Abraham guardó el misterio en su corazón, sin hacer ningún comentario, pensado que el extranjero no habría oído nada.
Llegados a casa, Abraham mandó que prepararan la comida. Mientras tanto, Abraham llamó a Isaac y le dijo:
-Anda y prepara agua en una vasija para que podamos lavar los pies a nuestro huésped.
Al volver Isaac con el agua, a Abraham se le escapó entre los labios:
-Presiento que en esta vasija nunca más volveré a lavar los pies de ningún otro huésped de esta casa.
Al oír estas palabras de su padre, Isaac rompió a llorar. Y Abraham, viendo la conmoción de su hijo, comenzó a llorar también él. Incluso Miguel, contemplando tal escena, no pudo contenerse y se le saltaron las lágrimas, que cayeron en la jofaina y se transformaron en piedras preciosas.
Antes de sentarse a la mesa, Miguel se levantó y pidió permiso para ausentarse un momento. Salió de la tienda y en un abrir y cerrar de ojos subió al cielo, se presentó ante el Señor y le dijo:
-Señor, yo siempre he sido un fiel mensajero tuyo, pero ahora no soy capaz de anunciar a este hombre el momento de su muerte, porque nunca vi sobre la tierra un hombre como él, compasivo, hospitalario, justo, lleno de verdad, sin maldad y tan devoto tuyo.
Le respondió el Señor:
-Vuelve con mi amigo Abraham y haz todo lo que te diga. Come lo que el coma, bebe lo que él beba y haz lo que él haga. Yo mismo me encargaré de infundir en el corazón de Isaac, mediante un sueño, lo que está por suceder. Isaac contará el sueño, tú lo interpretarás y así Abraham comprenderá por sí mismo como están las cosas.
Miguel aún añadió:
-Señor, como muy bien sabes, los espíritus celestes no tienen cuerpo y, por tanto, no comen ni beben. Y ese hombre está preparando todo un banquete, ¿qué voy a hacer?
-Baja donde él y no pienses en eso. Cuando estés sentado junto a Abraham, yo mandaré un espíritu devorador, que consumirá todo el alimento que tengas en tus manos y en tu boca, pero dejando a Abraham la sensación de que tú estas gustando sus alimentos.
En un momento, lo mismo que había subido, Miguel descendió, entró en la casa de Abraham y se sentó a la mesa ya preparada. Comió y bebió, aparentemente como todos los demás, y pasaron una dichosa velada. Terminada la cena, Abraham recitó, según su costumbre, la birkàth ha-mazòn (la bendición para después de la comida), y el ángel rezó con él. Luego, cada uno se echó a dormir sobre su estera, mientras que Isaac se retiró a su tienda para dormir en ella.
Isaac durmió toda la noche. Pero, poco antes del amanecer, se despertó sobresaltado. Corrió a la tienda de Abraham y llamó, gritando:
-Abra, padre mío, que yo pueda tocarte y abrazarte antes de que te lleven lejos de mí.
Abraham, al abrir a su hijo, comprendió que se trataba de algo que confirmaba los presentimientos que había tenido al lavar los pies de su huésped; su corazón entonces le había hecho sospechar que eran los mismos pies que mucho antes había lavado bajo la encina de Mambré. Abraham abrazó a su hijo, se conmovió con él y ambos volvieron a llorar, como lo habían hecho un día sobre el Moria.
Abraham mandó a Isaac que contara su sueño, pidiendo al ángel, -él ya no dudaba que era un ángel del Señor-, que lo interpretara. Miguel, que no esperaba otra cosa, dijo:
-Lo que tu hijo Isaac ha dicho es la verdad. Tú serás llevado al cielo, pero tu cuerpo quedará en la tierra hasta que se cumplan siete mil años. Entonces todos los cuerpos resucitarán. Pon en orden, pues, tu casa. Ya has oído lo que se ha decretado respecto a ti.
Abraham respondió:
-Ahora sé que eres un ángel del Señor y que has sido enviado para tomar mi alma. Tú haz lo que se te ha mandado, pero yo no iré contigo.
Miguel voló, de nuevo, al cielo para referir al Señor que Abraham se negaba a cumplir las disposiciones que le había dado. El Señor dio ánimos a su ángel para que volviera donde Abraham y le exhortara a no rebelarse contra el Señor que siempre le había bendecido, haciéndole presente que ningún descendiente de Adán y Eva podía rehuir la muerte. Y añadió aún el Señor:
-Anda y dile que, como gracia especial para él, no he permitido a la guadaña de la muerte poner fin a su vida, sino que he mandado a recoger su alma al Capitán en Jefe de mis ángeles.
Miguel obedeció y voló a cumplir las órdenes del Señor. Cuando Abraham escuchó cuanto le refería Miguel, comprendió que ya era inútil oponerse a la voluntad del Señor y aceptó morir. Pero aún manifestó al ángel su último deseo: "antes de dejar esta vida, mientras aún estoy con este cuerpo deseo ver las criaturas que el Señor ha creado en el cielo y en la tierra". El Señor dijo al ángel:
-Toma contigo a Abraham, con su cuerpo, y llévalo a lo alto y muéstrale todas las cosas que quiere ver. Haz lo que te pida, que es mi amigo.
El arcángel Miguel sentó a Abraham sobre una carroza de querubines y le elevó hasta el cielo. Luego sobre una nube, conducida por sesenta ángeles, Abraham pudo contemplar desde lo alto toda la tierra, las cosas buenas y también las malas. Mirando hacia la tierra, vio a un hombre adulterando con una mujer casada. Volviéndose, entonces, hacia Miguel, le dijo: "Envía fuego del cielo que les consuma". Inmediatamente bajó fuego del cielo y los consumió, porque Dios había mandado a Miguel que hiciera todo lo que Abraham le pidiera. Siguiendo su exploración del mundo, Abraham descubrió a unos ladrones, que intentaban entrar a robar en una casa, abriendo un boquete en el muro. Abraham volvió a decir al ángel: "Haz que las fieras del bosque salgan de sus guaridas y les hagan pedazos". Las fieras aparecieron en un momento y devoraron a los ladrones. Siguiendo su gira, descubrió a unos que se disponían a cometer un asesinato. Dijo al ángel: "que se abra la tierra y los trague vivos". Y, apenas lo había dicho, se abrió el suelo ante los pies de los asesinos, tragándolos vivos.
A este punto, intervino el Señor, llamando a Miguel:
-Devuelve a Abraham a casa. No le permitas seguir dando vueltas por la tierra, que me está causando un montón de problemas. No tiene compasión de los pecadores y no se da cuenta de que, dejándoles con vida, se pueden convertir y salvarse.
Miguel, pues, dio la vuelta a la carroza para conducir a casa a Abraham. Yendo de vuelta, pasaron por el sitio donde son juzgadas todas las almas. Allí, Abraham vio dos puertas: una amplia y otra estrecha. La angosta es la puerta de los justos; lleva a la vida; quienes la atraviesan entran en el paraíso. La puerta espaciosa, en cambio, es la puerta de los pecadores; lleva a la perdición eterna. Al ver las dos puertas, Abraham se miró a sí mismo y prorrumpió en un amargo llanto, exclamando:
-¡Ay de mí!, ¿cómo voy a poder entrar por la puerta estrecha, siendo un hombre con un cuerpo tan grueso?
El ángel le respondió:
-No temas, que tú y todos los que son como tú entran por ella.
Abraham, en aquel momento, vio cómo un alma era juzgada y condenada a estar entre las dos puertas. Preguntó al ángel qué significaba eso y Miguel le respondió:
-El juez ha encontrado que sus pecados y sus obras de justicia tienen el mismo peso. No ha podido condenarlo, ni tampoco salvarlo.
Abraham, sintiendo compasión, dijo:
-Oremos por ese hombre y el Señor escuchará nuestra intercesión.
Apenas Abraham y Miguel terminaron la oración, el ángel informó a Abraham que aquella alma se había salvado gracias a su súplica y que un ángel ya le había introducido en el paraíso. Abraham, entonces, dijo a Miguel:
-Invoquemos, te ruego, para que el Señor, con su infinita misericordia, perdone a todos aquellos que, antes, en mi cólera, he maldecido y destruido. Ahora me doy cuenta de que también yo me he convertido en pecador ante el Señor, nuestro Dios.
Terminada la oración común de Abraham y el ángel, se oyó una voz potente, que bajaba del cielo:
-Abraham, Abraham, he escuchado tu voz y tu plegaria y perdono tu pecado. Y a aquellos que tú piensas que se han perdido por tu culpa, les he llamado y devuelto de nuevo a la vida a ver si se arrepienten y, entonces, les podré salvar. Anda y, al menos tú, no cometas más acciones malvadas.
Miguel devolvió a Abraham a su casa. Aunque había apagado su deseo, mostrándole toda la tierra, el juicio y la recompensa, sin embargo Abraham se negó aún a entregar su alma. Miguel subió de nuevo al Señor y le dijo:
-Así me ha dicho Abraham: "no quiero ir contigo". Y yo no me he atrevido a poner las manos sobre él, porque él desde el principio ha sido siempre tu amigo y se ha comportado en todo según tu agrado. En realidad no hay hombre en la tierra como Abraham; ni siquiera Job se puede comparar con él.
Sin embargo, el día de la muerte de Abraham se iba ya acercando. Los días de su vida se acercaban a su fin. El Señor mandó, por tanto, a Miguel que adornara la Muerte con gran belleza y que la mandara a Abraham para que pudiera contemplarla con sus ojos así, bien engalanada.
Abraham estaba sentado bajo la encina de Mambré y, de pronto, vio un rayo de luz, percibiendo al mismo tiempo un dulcísimo aroma. Abraham se volvió y vio a la Muerte, que se acercaba a él con gran gloria y belleza. La muerte dijo a Abraham:
-No pienses, Abraham, que esta belleza sea mía o que me presento así a todos los hombres. No, sólo cuando tengo que presentarme a hombres como tú, me ciño con esta corona de gloria. Pero cuando se trata de los pecadores, mi aspecto es bien diverso; entonces me visto de corrupción, me presento a ellos y les sacudo con violencia hasta hacerles estremecer.
Abraham le preguntó:
-¿Y tú eres esa que llaman Muerte?
-Ese es mi amargo nombre.
-De todos modos no iré contigo, aunque te presentes así como estás.
La Muerte, al oír el rechazo de Abraham, se mostró en todo su aspecto de corrupción; apareció con dos cabezas: una con aspecto de serpiente y otra en forma de espada. Todos los siervos de Abraham, al ver la faz atroz de aquella fiera quedaron horrorizados y cayeron muertos, como fulminados por un rayo. Pero Abraham intercedió por ellos y recobraron la vida.
En vista de que aquella horripilante visión no había conmovido a Abraham y, al no ser capaz la Muerte de apoderarse de su alma, el Señor mismo bajó y tomó, como en un sueño, el alma de Abraham y el arcángel Miguel la llevó al cielo.
Se reunieron los 63875 días de la vida de Abraham sobre esta tierra, volaron al cielo, se pararon ante el Señor y proclamaron:
-Señor de mundo, aquí estamos para testimoniar ante ti que Abraham se ha comportado siempre, en cada uno de sus días, con bondad y justicia, ha engrandecido tu Nombre y aumentado la paz y la verdad en tu Mundo.
Con este testimonio, Abraham se sintió llevar sobre las alas del Espíritu hacia lo alto, de cielo en cielo, y cuanto más subía, más aumentaba su gozo, porque crecía la luz y la gloria de su alma. Subiendo, oyó una voz que le decía:
-Mira atentamente cuanto te será mostrado. Tú sabes que tu descendencia será numerosa como las estrellas del cielo. La historia de tus descendientes se proyecta en el tiempo, rica de alegrías y también de dolores: es la historia de un pueblo sacerdotal, separado de entre todas las gentes y consagrado al Señor para la misión que El les encomienda.
Abraham contempló con gozo y sobresalto cómo nacían sus hijos y se multiplicaban, las doce tribus de Israel, con sus alegrías, con sus intrigas y pecados, con sus reconciliación en Egipto, al reencontrase con José, la esclavitud en el mismo Egipto, su liberación, las aguas del mar que se abren, la marcha impresionante por el desierto y la alegría de la Torá, recibida en el Sinaí, la entrada y posesión de la Tierra a él prometida, a David, que le hizo exultar, pensando que ya era el Mesías, su descendencia, pero no, aún estaba el exilio y la vuelta a la Tierra..., así hasta que vio el día, el día esperado del Mesías, su descendencia (Ga 3,16), que nace como Isaac, por obra del Señor, no en un seno estéril, pero sí en el seno virgen de la hija de Sión, que crece y sube al monte y, sí, muere realmente, pero no queda en el sepulcro, resucita vencedor de la muerte, abriendo las puertas cerradas del Paraíso. Exultante de alegría, exclamó Abraham:
-Ahora, sí, toma mi alma y llévala contigo. Tú eres fiel y ninguna palabra tuya queda sin cumplirse.
El Señor tomó el alma de Abraham y la llevó consigo a lo más alto de los cielos, sentándolo en el banquete de su Reino (Lc 13,28-29).
Los años de la vida de Abraham fueron ciento sesenta y cinco. Abraham expiró y murió en buena ancianidad, viejo y colmado de años fue a reunirse con los suyos, como el Señor le había anunciado, profetizándole que su padre Téraj se convertiría antes de su muerte: "Tú te reunirás en paz con tus padres, serás sepultado en buena ancianidad" (Gn 15,15). Se reunieron Isaac e Ismael y le sepultaron en la cueva de Makpelá, en el campo de Efrón, el hitita, frente a Mambré.
INDICE DEL LIBRO
Presentación 4
1. La torre de Babel 7
2. Nacimiento de Abraham 11
3. Nimrod confiesa a Dios 15
4. Sigue la lucha contra los ídolos 17
5. Sara de Ur 23
6. Abraham en el horno de fuego 25
7. Abraham emigra a Jarán 29
8. Lekh Lekhà 33
9. Abraham baja a Egipto 37
10. Abraham y Lot: Disputas y amor 43
11. El pacto de Dios con Abraham 47
12. Nacimiento de Ismael 51
13. El sello de la alianza 55
14. La teofanía de Mambré 59
15. Las ciudades del pecado 63
16. Abraham intercede por las ciudades del pecado 67
17. Destrucción de Sodoma y Gomorra 69
18. Abraham entre los filisteos 73
19. Nacimiento de Isaac 77
20. Expulsión de Agar e Ismael 81
21. En el pozo de Berseba 85
22. El sacrificio de Isaac 91
a) Las diez pruebas de Abraham 91
b) Satán acusa a Abraham ante Dios 93
c) Satán acusa a Dios ante Abraham 95
d) Satán tienta a Isaac 98
e) Aquedá 100
f) Isaac figura de Cristo 103
23. Muerte y entierro de Sara 107
24. La misión de Eliezer 113
25. Ultimos días de Abraham 121
26. Muerte de Abraham 123