SAN BRUNO - MELODIA DEL
SILENCIO: 2. MAESTRO BRUNO
Emiliano Jiménez Hernández
2. MAESTRO BRUNO
a) Maestro de la Iglesia de
Reims
b) Canónigo de la catedral
c) El comentario de los salmos
a) Maestro de la
Iglesia de Reims
Bruno, como hemos visto, siendo muy joven es enviado desde Colonia a
estudiar en la famosa escuela catedralicia de Reims. Allí estudia con
entusiasmo artes y teología. Vuelto a Colonia se ordena de presbítero y es
nombrado canónigo de la colegiata de san Cuniberto. Pero su estancia en
Colonia no debió prolongarse por mucho tiempo. Hacia el año 1056 Bruno está
de nuevo en Reims, como gran canciller de las escuelas. El buen recuerdo
dejado en Reims hace que el arzobispo Gervasio lo llame para ponerle como
director-"summus didascalus"- de las escuelas de Reims . Pasa unos veinte
años al frente de la escuela. Según los recuerdos que dejó en sus alumnos,
fue un maestro apreciado, que ejerció un profundo influjo en ellos por su
ciencia y por sus dotes humanas.
La elección para este cargo era honrosísima para Bruno. El hecho de que se
le designe tan joven para ocupar un puesto tan delicado, significa que
Herimann, su antecesor en el cargo, ha descubierto en él excepcionales dotes
para la enseñanza y, sobre todo, cualidades de trato y de gobierno. Reims
era entonces uno de los focos intelectuales más célebres de Europa. Para
mantener esa reputación, el arzobispo Gervasio elige a Bruno cuando no tiene
ni treinta años. Este hecho demuestra que Bruno es un hombre extraordinario,
pero no revela los caminos que Dios le tiene reservados para convertirse en
lumbrera de la Iglesia. Bruno se ocupa de enseñar "a los clérigos más
avanzados y versados en las ciencias, no a los principiantes". Su principal
empeño consistía en llevar a sus discípulos a Dios y en enseñarles a
respetar y amar la ley divina. Muchos de ellos llegaron a ser eminentes
filósofos y teólogos, honraron a su maestro con su talento y habilidades y
extendieron su fama hasta los más apartados rincones.
Durante unos veinte años Bruno fue un brillante director de la enseñanza. El
legado del Papa Gregorio VII, Hugo de Die, le dio el título de "Maestro de
la Iglesia de Reims". Bajo la dirección de Bruno pasaron muchos alumnos que
más tarde alcanzaron altos cargos en la Iglesia, como Eudes de Châtillon,
primero canónigo como Bruno, luego entró en Cluny, llegando a Prior; muy
pronto fue nombrado Cardenal-Arzobispo de Ostia y, finalmente, Papa con el
nombre de Urbano II. Se podrían citar otros muchos prelados y abades, como
Rangier, obispo de Lucca; Roberto, obispo de Langres; Lamberto, abad de
Pouthières; Maynard, abad de Corméry; Pedro, abad de los canónigos de San
Juan de las Viñas.... Todos estos reconocieron más tarde, en los Títulos
Fúnebres, que debían a Maestro Bruno lo mejor de su formación:
Yo, Rangier, antiguo discípulo del venerado Bruno, deseo ofrecer mis
oraciones a Dios todopoderoso para que le dé la corona que merece su fe en
aquél que le preparó con tantos dones de gracia y piedad; le recordaré
siempre de manera especial por lo mucho que le debo y por el gran afecto que
le tuve.
Yo, Lamberto, abad de Pouthières, desde los albores de mi vocación religiosa
fui discípulo de Maestro Bruno, gran letrado; siempre conservaré el recuerdo
de tan buen padre, a quien debo mi formación.
Al conocer la muerte de vuestro santo padre Bruno, maestro mío, de cuyos
labios aprendí la santa doctrina -dice Pedro, abad de San Juan de las Viñas,
de Soissons-, me llené de tristeza; pero al mismo tiempo me alegré también,
pues ha obtenido ya su descanso y ahora vive con Dios, como se puede
conjeturar por la pureza y perfección de su vida, que tan bien conocí.
El testimonio de Maynard, prior de Corméry, es realmente conmovedor, ya que
le sorprendió la noticia cuando estaba preparando un viaje a Calabria.
Quería ver de nuevo a Bruno y "abrirle su alma":
El año 1102 de la Encarnación del Señor, en las calendas de noviembre,
recibí este rollo, y leí en él que el alma, bienaventurada según espero, de
mi carísimo maestro Bruno, había abandonado esta vida pasajera, perseverando
en la verdadera caridad y alcanzando el cielo en alas de sus virtudes. Me
alegro ciertamente del glorioso fin de tan gran hombre. Como tenía decidida
intención de ir a visitarlo dentro de poco, para verle y escucharle, para
confiarle todos los movimientos de mi alma y consagrarme a la Santísima
Trinidad con vosotros bajo su dirección, me ha impresionado indeciblemente
la noticia de su inesperada muerte y no he podido menos de derramar
abundantes lágrimas. Yo, Maynard, indigno prior de numerosos monjes en este
monasterio de Corméry, soy natural de Reims. Seguí los cursos de este
maestro Bruno durante varios años, obteniendo con la gracia de Dios gran
fruto. Por ello le estoy muy agradecido, y ya que no pude mostrárselo
mientras vivía, quiero hacerlo ahora orando por su alma. Conservaré su
recuerdo, con todos los que le han amado en Cristo, mientras viva.
Espigando entre los muchos Títulos Fúnebres de sus antiguos discípulos, nos
damos cuenta de la influencia que ejerció sobre ellos: "Superaba a los
doctores y era maestro de ellos". "Filósofo incomparable, lumbrera en todas
las ciencias". "Espíritu enérgico, de convincente palabra, superior a los
demás maestros; era un portento de sabiduría; no sólo lo digo yo a ciencia
cierta, sino toda Francia conmigo". "Maestro de gran penetración, luz y guía
en el camino que conduce a las cumbres de la sabiduría". "Sus lecciones se
hicieron famosas en el mundo". "Honor y gloria de nuestro tiempo".
Aunque reconozcamos la retórica de los Títulos Fúnebres, sin embargo en los
elogios de Bruno aparece evidente la huella innegable que dejó en la Iglesia
de su tiempo. Los Títulos insisten en el valor de su doctrina: "Doctor de
doctores", "fuente de doctrina", "manantial profundo de sabiduría". Pero nos
hablan también de su irradiación espiritual, de su "sabiduría", "perla de
sabiduría", "ejemplo de bondad", "modelo de verdadera justicia, ciencia y
filosofía". Otro de los rasgos señalados es el de su profundo conocimiento
de la Sagrada Escritura, sobre todo de los Salmos: "Gran conocedor del
Salterio y admirable filósofo"; "dominaba a fondo el Salterio y, como
doctor, enseñó a muchos alumnos"; "antiguo Director general de las Escuelas
de Reims, muy versado en el Salterio y en las demás ciencias, fue durante
mucho tiempo columna de la archidiócesis".
Bruno no es sólo un doctor eminente. Es realmente un maestro, que ejerce una
influencia espiritual sobre sus alumnos, dejando una huella profunda en su
espíritu y en su sensibilidad. Bruno hace de sus alumnos verdaderos
discípulos. Los Títulos le presentan como "doctor eminente" y, sin embargo,
bueno, prudente, sencillo, honrado. Su palabra llegaba más al corazón que a
la mente; tenía brillantez en su hablar, "esplendor de sermón", "se complace
en ser amado". A la bondad se añade la prudencia; prudencia en las palabras,
a las que confiere un acento que llena de admiración: "Floreció en el mundo
como varón prudente de palabra profunda". Prudencia en su conducta y en sus
consejos, creando en torno suyo una especie de clima espiritual, pues siendo
"el mayor en la ciudad", era "un hombre sencillo", "sencillo como una
paloma".
Este equilibrio entre su celebridad de doctor y su vida sencilla y recta es
indudablemente fruto de su fe viva, que le llena de amor a Dios y de piedad
entrañable. Con los títulos que recibe Bruno de quienes le han tratado, se
comprende el influjo espiritual que ejercía sobre sus discípulos. No era
sólo la erudición o la profundidad de su pensamiento lo que atraía a la
juventud a su cátedra, sino su vida y su persona. Lo que buscaban en Bruno
era esa "ciencia que se convierte en amor". Con las palabras de Hugo de Die,
tan parco en elogios: "Bruno es maestro en todo lo que honra al hombre en el
hombre".
Bruno, como profesor durante veinte años en la escuela de Reims, mantuvo en
ella un alto nivel en los estudios. Cerca de la ciudad estaban las abadías
de Saint-Thierry y de San Remigio. Bruno las conocía y visitaba
frecuentemente. Cuando, más tarde, fue madurando su plan de vida monástica,
se informó de sus Reglas y costumbres. Al partir de Reims llevaba en el
corazón dos sentimientos: la estima y amistad hacia los monjes negros de San
Benito y la convicción de que el Señor no le llamaba a esa vida. Pero, de
momento, Bruno no piensa en encerrarse en un claustro solitario. Está
entregado a las tareas que le ha confiado el arzobispo Gervasio, al
nombrarlo maestrescuela de Reims, como sucesor del Herimann.
b) Canónigo de la catedral
Muy pronto, sin dejar de enseñar, es elevado a la dignidad de canónigo de la
catedral de Reims, que superaba en dignidad a todas las Iglesias de Francia.
El cabildo de la catedral, con sus 72 canónigos, era célebre y potente. Se
regía por la Regla que el Concilio de Aix-la-Chapelle, había elaborado en el
año 816 para los canónigos. Era una Regla que buscaba el equilibrio entre la
vida monástica y la libertad del clero secular. El canónigo, según esta
Regla, seguía siendo secular, conservaba sus bienes, tenía casa propia,
gozaba de rentas, pero se le imponía un cierto grado de vida de comunidad,
con determinados días de ayuno. No obstante esta moderación, que llevó a
algunos cabildos a la mediocridad, los canónigos de Reims, hacia el año 980,
eran propuestos como modelo "en castidad, ciencia, disciplina, corrección y
ejemplo de buenas obras". De este cabildo entró a formar parte Bruno.
Los arzobispos de Reims, y otros bienhechores, habían dotado de grandes
riquezas al Cabildo de su catedral. El mismo San Remigio, muerto hacia el
533, había legado a los clérigos de su catedral bienes considerables, aldeas
enteras, grandes terrenos con sus siervos correspondientes. Este legado
tenía como fin el favorecer entre los clérigos cierta forma de vida
comunitaria. A San Remigio le imitaron otros arzobispos. El Cabildo de Reims
poseía, pues, grandes bienes. Sus dominios se extendían muy lejos. Tenía
propiedades al Sur del Loire y hasta en Turingia en Alemania. Todos los años
se repartían entre los canónigos las rentas de estas propiedades. Bruno,
como los demás miembros del Cabildo, percibió su parte de esas riquezas.
Estas rentas fueron engrosando su fortuna personal que no era despreciable.
Dos de los Títulos fúnebres de la Catedral de Reims dicen que, al partir de
Reims, gozaba de abundantes bienes.
Por lo que se sabe del Cabildo de Reims en esta época, podemos imaginar que
Bruno vivía fuera del claustro de la Catedral en una casa de su propiedad;
gozaba de rentas que le permitían llevar una vida confortable y acomodada;
tenía criados y podía invitar a sus amigos a comer en su casa. Su principal
deber era participar regularmente en el oficio canónico de la Catedral.
Fuera de las horas canónicas, cada miembro del Cabildo podía organizar su
vida a su gusto.
Finalmente, fue nombrado canciller de la diócesis por el arzobispo Manasés,
personaje absolutamente indigno de su alto cargo. Bruno tuvo pronto ocasión
de conocer la mala vida de su protector.
c) El comentario de los
salmos
Bruno aparece a los ojos de sus contemporáneos como un gran teólogo,
enamorado particularmente del Salterio. El, ciertamente, se siente inclinado
a consagrar su vida al estudio y a la enseñanza de la fe. La cosas de Dios
han cautivado su corazón y le bastan para llenar su vida. Pero esta
inclinación a escrutar la Escritura, siguiendo el impulso del Espíritu, le
lleva a entrar cada vez más dentro en los insondables misterios de Dios.
Pero aún no sabe hasta donde le llevará el amor a Cristo
De esta época de profesor se conservan dos obras atribuidas a Bruno: el
Comentario a los Salmos y el Comentario a las Epístolas de San Pablo. Muy
probablemente estos dos escritos no son más que los apuntes de clase de
Bruno como profesor de teología. En la vida posterior de la Cartuja los
Salmos seguirán teniendo una gran importancia. Tanto en Chartreuse como en
Calabria, Bruno orientó a sus "sabios" ermitaños al estudio de la Biblia. A
los mismos hermanos conversos de la Gran Cartuja, al final de su vida, les
escribe:
Me lleno de gozo al ver que, aun sin ser letrados, Dios todopoderoso graba
con su dedo en vuestros corazones, no sólo el amor, sino también el
conocimiento de su santa ley.
También los conversos, practicando la obediencia, la humildad, la paciencia,
"el casto amor del Señor" y la "auténtica caridad", "recogen con sabiduría
el fruto suavísimo y vivificador de las Divinas Escrituras".
El canto de los salmos es confesión de fe y exultación en el Señor. La
exultación es la plenitud de la alegría hasta hacer saltar de gozo al
cuerpo. En los salmos, Bruno escruta los hechos y las palabras, pero busca
sobre todo las revelaciones o profecías, que el Espíritu hace de Cristo y de
la Iglesia. Los salmos son el diálogo o canto del Esposo y la Esposa, de
Cristo y la Iglesia.Cristo se hace realmente esposo de la carne humana al
unirse a ella en el seno de la Virgen María. De él, como del tálamo nupcial,
sale gozoso a recorrer su camino, la vía de la obediencia al Padre (Sal 18).
"Salmo de David, es decir, de Cristo", repite Bruno al comienzo de tantos
salmos. "La oración del pobre que, en su angustia, derrama su llanto ante
Dios" (Sal 101,1) es la oración de Cristo, "que, siendo rico, se hizo pobre
para enriquecernos a nosotros con su pobreza" (2Cor 7,9). Otras veces ve en
David a los fieles, ungidos por el Señor con su mismo Espíritu. A estos
fieles el Señor les apacienta con su Palabra en los verdes prados de la
Escritura, les conduce hacia las aguas de descanso del bautismo, les guía
por los senderos de la conversión, no por sus méritos, sino en gracia de su
nombre. Bajo el cuidado de su vara y de su callado, los fieles atraviesan el
valle oscuro de este mundo sin ningún temor. Les prepara una mesa en la que
se da a sí mismo en alimento. Y, cumplida su misión, les unge la cabeza con
el óleo del Espíritu Santo para conducirlos a la casa eterna del Padre (Sal
22).
"Dichoso el hombre", comienza el Salterio y Bruno ve en él no al Adán
primero, que dio como fruto de su pecado la muerte, sino al Adán futuro,
quien con su obediencia hasta la muerte nos dio el fruto de la vida eterna.
Cristo es el hombre que nunca siguió el camino de los impíos, ni se detuvo
en la senda de los pecadores ni se sentó en el banco de los malvados, si no
que siempre puso su complacencia en la voluntad del Padre. Día y noche
meditó la palabra del Padre. De este modo fue para nosotros el árbol de la
vida, plantado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen María y
arraigado junto a las aguas del paraíso, para devolvernos el fruto del amor
del Padre, que Adán perdió junto al otro árbol, el de la ciencia del bien y
del mal. A su tiempo, en la hora de abrazar el árbol de la cruz, aparecieron
los frutos de vida sobre la tierra.
Bruno funda toda su espiritualidad y la santificación del alma en la
Escritura. Su comentario del Salterio es luminoso y claro; en él se puede
encontrar ya su inclinación a la contemplación del amor de Dios. Como María
"eligió la parte mejor, que nadie le quitará", Bruno elige únicamente al
Señor como su herencia y su cáliz. Con el cáliz del Señor desea embriagarse
hasta rebosar de alegría. Por ello bendice con todo su ser al Señor. El
corazón salta de alegría y la lengua exulta de gozo (Sal 15):
Dichosos quienes escrutan sus testimonios (Sal 118); en lo íntimo de su
corazón encontrarán a Dios. Buscan a Dios, entregándose a la contemplación
con toda su alma aquellos, que dejando tras de sí toda preocupación por los
bienes de este mundo, no tienen otra aspiración que contemplar a Dios,
buscarle, amarlo con todo el afecto de su corazón, penetrando en los arcanos
divinos.
Bendeciré tu nombre eternamente (Sal 144). Te alabaré contemplando tu
nombre, Señor; te bendeciré eternamente con esa alabanza de la vida
contemplativa que durará el tiempo de este siglo y seguirá en el mundo
futuro, según la frase del Evangelio: "María ha escogido la parte mejor, que
no le será quitada". La vida activa, en cambio, sólo permanecerá el tiempo
de este mundo.
En mi meditación se acrecienta el fuego (Sal 38). En mi meditación, el amor
que yo ya tenía, ha comenzado a crecer más y más, como una llama que se
enciende.
Oh justos, llenaos de alegría cantando a Dios, alabándolo en la
contemplación. Dedicaos a la vida contemplativa que consiste en vacar a la
oración y en la meditación de los misterios divinos, olvidando todo lo
terreno (Sal 67).
Jubilad en Dios (Sal 65). Alabad a Dios con júbilo interior del alma, que ni
la lengua ni la pluma son capaces de explicar plenamente, es decir, alabadle
con intensa devoción.
Bruno siempre sintió predilección por el Salterio. Aunque algunos
comentarios sean del tiempo que vivió en Chartreuse o en Calabria, ya desde
su estancia en Reims tuvo entre sus alumnos fama de especialista en el
Salterio. Esta predilección se basa, según dice él mismo en el prólogo del
Comentario, en el hecho de que el Salterio es el libro por excelencia de la
alabanza divina:
El Salterio vibra todo él en ideas de arriba, es decir, en alabanzas de
Dios. Los temas de la obra son muchos, pero en todos se trata de alabar a
Dios. Con razón lo llamaron los hebreos el libro de los Himnos, es decir, de
las alabanzas a Dios.
Para Bruno el gran artífice de la alabanza divina es Cristo, con su
encarnación, vida, muerte y resurrección:
Título del Salmo 54: In finem, in carnibus, intellectus ipsi David. Que
puede explicarse así: el sentido de este salmo se ha de aplicar al mismo
David, es decir, a Cristo que persevera in carminibus, en las alabanzas
divinas. Cristo alaba a Dios con la intención, con las palabras y con las
obras, sin cesar en esta alabanza, ni siquiera durante la Pasión, porque
entonces Dios debe ser alabado de modo especial. In carminibus: persevera en
la alabanza hasta la consumación de la eternidad, es decir, permanece
alabando a Dios, tanto en la prosperidad como en la adversidad, hasta que le
devuelva a la inmortalidad perfecta y consumada.
Esta alabanza de Cristo, la prolonga en este mundo la Iglesia. La entraña
del Comentario de los Salmos la forman Cristo y los miembros de su Cuerpo,
Jesucristo y la Iglesia. Comentando el Salmo 147, Lauda Jerusalem Dominum,
Bruno escribe:
Tú, Iglesia, alaba al Padre, considerándolo tu Señor; alaba y serás
verdaderamente Jerusalén, es decir, la pacificada; esta paz constituye la
mayor alabanza del Señor. Alábale como a tu Dios y Creador; alabándolo serás
verdaderamente Sión, es decir, contemplativa de las cosas celestiales. Esta
alabanza es sumamente agradable al Señor. Alaba, repito, al Señor.