CANTAR DE LOS CANTARES -RESONANCIAS BIBLICAS: 1. BESOS DE SU BOCA: 1,2-4
Emiliano Jiménez Hernández
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BESOS DE SU BOCA: 1,2-4
a) Lenguaje esponsal del cuerpo
b) Besos de la palabra
c) Cristo Palabra de Dios
d) Los dos Testamentos
e) El buen olor de Cristo
f) Tu Nombre es ungüento derramado
g) Cámara nupcial
a) Lenguaje esponsal del cuerpo
El Cantar comienza con el suspiro interior, que brota del corazón de la
amada: "Que me bese con besos de su boca" (1,2). Es el deseo de
toda la persona, en cuanto espíritu encarnado. La palabra de la amada,
con la mención del beso, del vino, de la fragancia de los perfumes, del
bálsamo y de las caricias, implica todos los sentidos: oído, tacto,
olfato, gusto y vista. Como comenta Juan Pablo II: "Ya los primeros
versículos del Cantar nos introducen inmediatamente en la atmósfera de
todo el poema, en el que parecen moverse el esposo y la esposa dentro
del círculo trazado por la irradiación del amor. Las palabras de los
esposos, sus movimientos, sus gestos corresponden al movimiento
interior de los corazones. Sólo a través del prisma de ese movimiento es
posible comprender el lenguaje del cuerpo".
El cuerpo tiene un significado sacramental. La realidad personal,
interior, se expresa visiblemente en el cuerpo, a través del cuerpo. El
cuerpo es palabra en sí mismo. Palabra, gestos y silencio son el
lenguaje del cuerpo, con el que la persona se comunica. Los ojos que se
miran, las bocas que se hablan o besan, la risa y el llanto, la
admiración, extrañeza, dolor, paz, alegría... se expresan en el lenguaje
del rostro. La cara es el espejo del alma, es la persona misma. El
rostro es un mensaje. En él sorprendemos a la persona, la descubrimos,
la hallamos. En el rostro, los ojos se abren con la mirada al otro y
abren la persona a la mirada del otro. Los ojos son una invitación a la
comunicación mutua de los amantes. Luego la boca traduce en palabras esa
invitación y realiza la comunicación en el beso, donación de intimidad
y amor. El beso es la palabra oblativa del alma del amado a la amada.
A Juan Pablo II le gusta repetir que el cuerpo tiene un significado
esponsal: "expresión del sincero don de sí mismo" (Mulieris
dignitaten 10). El cuerpo humano es ante todo presencia de la persona
para los demás. La presencia de persona a persona se hace cercanía,
comunicación y palabra a través del cuerpo. Toda respuesta personal a la
llamada del otro pasa a través del lenguaje oblativo del cuerpo. El
Verbo de Dios, Palabra de vida, tomando cuerpo humano, se deja oír, ver
y tocar para hacer que el hombre entre en comunión con él (1Jn 1,1ss).
En Cristo, el Padre vuelve su rostro hacia nosotros con toda su gloria y
amor: "Y la Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria, gloria
que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn
1,14).
La liturgia no se celebra nunca en la interioridad, sino en el ámbito de lo sensible, incorporando a todos los sentidos en la celebración. Los gestos de mirar, oler, oír y tocar son fundamentales y necesarios en toda liturgia sacramental: en ella se escucha la palabra, pero la proclamación del Evangelio se acompaña de una procesión, del incienso, los cirios encendidos, el beso, el estar en pie. Los gestos llenan toda celebración: inmersión en el agua, imposición de manos, signación, unción, beso de paz, comer y beber... El Cantar, liturgia de amor, habla desde el principio el lenguaje esponsal del cuerpo.
El beso, primera palabra del Cantar, transmite con su hálito la vida:
"Dios formó al hombre con polvo del suelo e insufló en sus narices
aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo" (Gén 2,7). La
amada añora los días del Edén, cuando gustaba las delicias del
amor de Dios, más sabroso que el vino, que alegra el corazón del hombre
(Sal 104,15): "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 34,9). ¡Cómo no
amarle! El amor de Dios es el "vino bueno" guardado en sus bodegas (Jn
2,10). Y con el vino, la amada añora los perfumes del paraíso con su
fragancia original. Toda enamorada sabe reconocer y amar el aroma
personal de su amado. El olfato se adelanta a la vista. La presencia,
aún invisible del amado, se deja sentir ya en el perfume que difunde a
su alrededor. Es la fragancia de Dios, "paseándose entre los árboles del
jardín a la hora de la brisa de la tarde" (Gén 3,9), lo que la amada
anhela sentir. La amada, embriagada por el "perfume de fiesta con su
olor a mirra, áloe y acacia" (Sal 45,8s), con que es ungido el amado
para las bodas, suspira: "¡Ah, llévame contigo al tálamo nupcial para
celebrar nuestra fiesta!". "Atráeme a ti con lazos de amor, con cuerdas
de cariño" (Os 11,4); introdúceme en "la sala alta, en la sala interior"
(He 1,13), en el Santo de los Santos del templo (1Cro 28,11), donde
reside el Arca de tu presencia (Ex 30,6). Los patriarcas, profetas y
justos (Mt 13,17) unen su ardiente deseo en este suspiro: "¡Que me
bese con besos de su boca!."
El término hebreo
Dabar significa palabra y hecho. La comunidad
de Israel, amada de Dios, recibe en el Sinaí su palabra. Entonces ve,
oye, besa, palpa y gusta la palabra. La Torá, que el Señor le da, es
alegría que recrea más que las riquezas, deleite del corazón, cantar en
tierra extranjera, más valiosa que miles de monedas de oro y plata,
antorcha para los pies, luz para el sendero, refugio y escudo...
Maravillosas son tus palabras, al abrirse iluminan a los sencillos ¡Son
dulces al paladar, más que miel en la boca! Mi alma languidece esperando
tu palabra; mira, languidecen mis ojos, ¿cuándo vas a consolarme? (Cfr
Sal 119).
El Cantar de los Cantares fue escrito, dicen los rabinos, en el Sinaí;
por eso comienza: "Que me bese con besos de su boca". La Palabra
decía: ¿Aceptáis como Dios al Santo? Ellos respondían: Sí, sí. Al punto
la Palabra les besaba en la boca, grabándose en ellos: "para no
olvidarte de las cosas que tus ojos han visto" (Dt 4,9), es decir, cómo
la Palabra hablaba contigo. El pueblo ve, oye y besa cada una de las diez palabras de la misma boca de Dios, sin intermediario alguno,
por eso dice: "que me bese con los besos de su boca". Según el Midrás,
cuando Dios hablaba, salían de su boca truenos y llamas de fuego. Así
vieron su gloria. La voz iba y venía a sus oídos. La voz se apartaba de
sus oídos y la besaban en la boca, y de nuevo se apartaba de su boca y
volvía al oído.
Mejores son tus amores que el vino.
Las palabras de la Torá, besos de la boca de Dios, son mejores que el
vino. Se parecen una a otra como los pechos de una mujer; son compañeras
una de otra; están entrelazadas una con otra y se esclarecen mutuamente.
La Torá es comparada con el agua, con el vino, con el ungüento, con la
miel y con la leche. Como el agua es
vida del mundo, "la fuente del jardín es pozo de agua viva" (Cant
4,15), "pues sus palabras son vida para quienes las encuentran" (Pr
4,22). Agua y palabra descienden del cielo, como don de Dios: "Al sonar
de su voz se forma un tropel de aguas en los cielos" (Jr 10,13), "pues
desde el cielo he hablado con vosotros" (Ex 20,19). Es la voz potente
del Señor, envuelta en truenos y relámpagos: "la voz de Yahveh sobre las
aguas", pues "al tercer día, de mañana, hubo truenos y relámpagos" (Ex
19,16). Agua y palabra purifican al hombre de su impureza, "rociaré
sobre vosotros agua pura y os purificaréis" (Ez 36,25). Y, como el agua
no apetece si no se tiene sed,
tampoco se encuentra gusto en la Torá si no se tiene sed. Como el
agua abandona los lugares altos y fluye hacia las profundidades, así la
Torá abandona a los orgullosos y se une a los humildes. Y como el agua
se conserva, no en recipientes de oro ni de plata, sino en recipientes
más baratos, así la Torá no
se mantiene más que en quien se considera como un recipiente de barro.
¿Acaso se puede decir que, así como el agua se corrompe en una vasija,
lo mismo sucede con la Torá? No, porque dice la Escritura que "la Torá
es como el vino"; y así como el vino mientras madura en el tonel
mejora su calidad, así también las palabras de la Torá, mientras reposan
en el hombre acrecientan su grandeza. ¿Acaso se puede decir que, así
como el agua no alegra el corazón, lo mismo sucede con la Torá? No,
porque dice la Escritura que "la Torá es como el vino"; y así como "el
vino alegra el corazón del hombre" (Sal 104,5), así también las palabras
de la Torá "alegran el corazón" (Sal 19,9).
La amada que, a lo largo de la historia de Israel, ha conocido a Dios a
través de mediadores, que velaban su presencia, al llegar la plenitud de
los tiempos exclama: "Que me bese con besos de su boca". ¿Hasta cuando
mi esposo me seguirá enviando sus besos por medio de Moisés? ¿Hasta
cuando me los enviará por medio de los profetas? Son los labios mismos
del esposo los que yo deseo besar; ¡que venga él mismo!¡que me bese con
los besos de su boca! Estos son los besos que Cristo ofreció a la
Iglesia cuando, en su venida en la carne, le anunció palabras de fe, de
amor y de paz, según había prometido, cuando Isaías fue enviado por
delante a la esposa: no un embajador ni un ángel, sino "el Señor mismo
nos salvará" (Is 33,22).
El Cantar expresa el deseo de la Iglesia y se convierte en la palabra de
los últimos tiempos: "Después de haber hablado en muchas ocasiones y de
muchas maneras a los padres por medio de los profetas, en estos últimos
tiempos nos ha hablado por su Hijo, a quien ha establecido heredero de
todas las cosas, por el cual hizo también los mundos" (Heb 1,1). Después
de escuchar tantas veces y de tantos modos a Dios, la esposa quiere oír
directamente la voz del Esposo que le han anunciado. Le han dicho de él
que viene de Edom todo vestido de esplendor (Is 63,1); le han anunciado
como el más hermoso de los hijos de Adán (Sal 44,3), como el amigo fiel,
tesoro sin precio para quien le encuentra (Eclo 6,14ss). Más aún, le han
dicho: "Escucha, hija, y mira, olvida tu pueblo y la casa de padre y el
rey se prendará de tu belleza, porque él es tu Señor" (Sal 44,11-12).
Ella ha escuchado y se ha creído su declaración de amor: "Como se casa
un joven con una doncella, se casará contigo tu Creador, y con gozo del
esposo por su novia se gozará por ti tu Dios" (Is 62,5). Con tales
promesas la esposa le dice: "No quieras enviarme de hoy ya más
mensajeros, que no saben decirme lo que quiero y déjame muriendo un no
se qué que quedan balbuciendo" (Juan de la Cruz).
Así, pues, una vez que la esposa ha recibido del esposo, además de la
dote, los regalos esponsales, ahora se ve atormentada por el deseo de su
amor; se consume, abatida, lejos de su esposo y anhela verlo y disfrutar
de sus besos. Y como el esposo se demora, recurre a la oración a Dios,
sabiendo que El es el Padre del esposo. Levanta sus manos puras, sin ira
ni contienda, vestida con decencia y modestia (1Tim 2,8s) y, abrasada
por el deseo y atormentada por una herida interna de amor, lanza su
oración a Dios y le pide: ¡Que me bese con los besos de su boca!
Es la oración de la Iglesia. Y lo mismo se puede decir de cada alma que
busca la unión con Cristo, su esposo. Los dones recibidos no pueden
satisfacer plenamente su deseo, por ello implora: ¡que me bese con los
besos de su boca! "Señor mío, no os pido otra cosa en esta vida que me
beséis con beso de vuestra boca y que, de esta manera está siempre mi
voluntad dispuesta a no salir de la vuestra" (Santa Teresa de Jesús).
Imagen de este beso que el esposo, el Verbo de Dios, da a su esposa, es
el beso que mutuamente nos damos en la Iglesia cuando celebramos los
misterios.
Le sucede a la esposa lo mismo que a Moisés; después de haber hablado
con Dios boca a boca (Ex 33,11), se sintió con deseos mayores de los
besos de su boca, hasta pedir al Señor que le mostrara su rostro (Ex
33,12-18). Cuanto más se muestra el Señor mayor es el deseo de
contemplarle. Su presencia no apaga la sed de él, sino que suscita el
grito: Maranatha. Su amor suscita amor cada vez más ardiente.
Gracias a las primicias del Espíritu (Rom 8,23) que ha recibido, la
esposa siente el deseo de penetrar en las profundidades de Dios, que sólo conoce el Espíritu de
Dios (1Cor 2,10ss). Desea ser arrebatada, como Pablo, hasta el tercer
cielo y escuchar las palabras inefables, que el hombre no puede
pronunciar (2Cor 12,2s).
Como sus palabras son espíritu y vida (Jn 6,63), quien se une a él, pasa
de la muerte a la vida (Jn 5,24) y, con ello, se la enciende el deseo de
llegar a la fuente de la vida (Jn 4,14), que es la boca del esposo, de
la que brotan palabras de vida eterna (Jn 6,68). Pero para beber de esta
agua es necesario acercar la boca a la boca del Señor: "Si alguno tiene
sed venga a mí y beba" (Jn 7,37). El Señor, quiere que todos se salven
(1Tim 2,4) y no deja a quienes lo desean sin el beso de su boca. Por
ello reprocha a Simón el leproso: "Tú no me has besado" (Lc 7,45). Si lo
hubieras hecho habrías quedado limpio de tu enfermedad. Pero como él no
sentía amor, quedó insensible al deseo de Dios. La pecadora, en cambio,
"porque amaba mucho", "desde que entré no ha dejado de besarme" (Lc
7,45.47).
Comenta Filón de Carpasia: Los dos pechos son los dos Testamentos, con
los que son amamantados los hijos de la Iglesia. Esta bebida, palabra de
la boca de Dios, que se derrama como lluvia, que cae como rocío sobre la
hierba verde (Dt 32,1-2), es mejor que el vino. ¿Qué mayor alegría que
escuchar en el primer Testamento: "Yo mismo cancelo tus pecados y no los
volveré a recordar" (Is 43,25;Jr 31,34)? ¿Qué mayor gozo que volverse al
Nuevo Testamento y oír: "Al que venga a mí no lo echaré fuera" (Jn
6,37)? Como ambos pechos están adheridos al corazón, así los dos
Testamentos proceden del mismo Espíritu, del corazón de Dios, que
difunde su amor inagotable. Realmente puede decir la esposa: "Rebosante
está tu copa, con la que me embriagas" (Sal 22,5). Y con Jeremías puede
repetir: "Se me estremeció el corazón en mis adentros, me quedé como un
borracho por causa de Yahveh y de sus santas palabras" (Jr 23,9). Ante
la sublimidad de esta embriaguez del conocimiento de Cristo todo lo
demás es nada (Flp 3,7-8). Con esta embriaguez los mártires iban
cantando a la muerte. Sí, amaremos tus pechos más que el vino. "En este
gozo el alma queda embebida con una manera de borrachez divina,
suspedida de los pechos de su costado" (Santa Teresa de Jesús).
Los perfumes del esposo, con su fragancia, deleitan a la esposa, que exclama: "¡El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas!". Es el olor del óleo con que eran ungidos los reyes y los sacerdotes. Pero Cristo no fue ungido con un óleo cualquiera, sino con el mismo Espíritu Santo. La esposa ya había conocido algunos aromas, es decir, las palabras de la ley y de los profetas, con las cuales, antes de venir el esposo, se había instruido, aunque vivía todavía como niña, bajo tutores y pedagogos: "Pues la ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo" (Gál 4,1ss; 3,24s). Con estos perfumes la esposa se preparaba para su esposo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos, ella creció y el Padre le envió a su Unigénito. La esposa aspiró su fragancia divina y exclamó: "El olor de tus perfumes, superior a todos los aromas". El perfume del Espíritu Santo, con el que fue ungido Cristo y cuyo olor percibe la esposa, se llama óleo de alegría (Sal 44,8), pues el gozo es fruto del Espíritu (Gál 5,22). Con este óleo ungió Dios al que amó la justicia y odió la impiedad (Sal 44,8). Por eso mismo se dice que el Señor su Dios le ha ungido con óleo de alegría más que a sus compañeros.
En las
Catequesis mistagógicas de S. Cirilo de Jerusalén se dice
a los neófitos: Bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo,
adquiriendo una condición semejante a la del Hijo de Dios. Pues Dios,
que nos predestinó a la adopción de hijos suyos, nos hizo conformes al
cuerpo glorioso de Cristo. Por esto, hechos partícipes de Cristo, que
significa Ungido, no sin razón sois llamados ungidos. Fuisteis hechos
cristos (o ungidos) cuando recibisteis el signo del Espíritu Santo; todo
se realizó en vosotros en imagen, ya que sois imagen de Cristo. El, en
efecto, al ser bautizado en el río Jordán, salió del agua, después de
haberle comunicado a ella el efluvio fragante de su divinidad, y
entonces bajó sobre El el Espíritu Santo en persona y se posó sobre El.
De manera similar vosotros, después que subisteis de la piscina
bautismal, recibisteis el crisma, símbolo del Espíritu Santo con que fue
ungido Cristo.
Cristo no fue ungido por los hombres con aceite o ungüento material,
sino que el Padre, al señalarlo como salvador del mundo, lo ungió con el
Espíritu Santo. Como dice Pedro: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con
poder del Espíritu Santo"; en los salmos hallamos estas palabras: "el
Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus
compañeros". El Señor fue ungido con una aceite de júbilo espiritual,
esto es, con el Espíritu Santo, llamado aceite de júbilo, porque es el
autor del júbilo espiritual; pero vosotros, al ser ungidos
materialmente, habéis sido hecho partícipes de la naturaleza de Cristo.
Por lo demás, no pienses que es éste un ungüento común y corriente.
Pues, del mismo modo que el pan eucarístico, después de la invocación
del Espíritu Santo, no es pan corriente, sino el cuerpo de Cristo, así
también este santo ungüento, después de la invocación, ya no es un
ungüento simple o común, sino don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que
realiza, por la presencia de la divinidad, aquello que significa. Tu
frente y los sentidos de tu cuerpo son ungidos simbólicamente y, por
esta unción visible de tu cuerpo, el alma es santificada por el Espíritu
Santo, dador de vida.
Ni Salomón en todo el esplendor de su reino vistió como uno de los
pequeños del reino de Cristo (Mt 6,28-29). Pues el nombre de Cristo, Ungido, es perfume derramado sobre nosotros, transformándonos en "el
buen olor de Cristo" (2Cor 2,15). El nombre de Cristo es perfume
derramado, cuyo olor se difunde allí donde es anunciado el Evangelio por
la Iglesia (Mt 26,13). Por ello le aman las doncellas y corren tras él,
como la hemorroísa, que se acercó a él por detrás y tocó la orla de su
manto (Mt 9,20-22) y la cananea, que corría gritando detrás de él y fue
escuchada (Mt 15,23). Ambas corrieron con su fe, como doncellas, detrás
del Señor. También Pablo ha corrido su carrera en la fe hasta llegar a
la meta y recibir la corona de la gloria (2Tim 4,6ss). Este amor
exultante entre el amado y la amada se irradia y envuelve a las
doncellas que también se enamoran del amado. En torno a la amada se
forma un círculo de compañeras, que se sienten atraídas por ella hacia
el amado. Invitadas por la amada -"¡Corramos!"- emprenden el camino, o
mejor, la carrera en busca del amado.
f) Tu Nombre es ungüento derramado
"Por eso te aman las doncellas". Israel dijo al Señor: Si aportas luz al
mundo, tu nombre será enaltecido por todo el mundo: "Cuando vean a mis
siervos, obra de mis manos en medio de ellos, santificarán mi nombre"
(Is 29,23). Todos te bendecirán cantando a coro: "¡Se han visto, oh Dios
tus procesiones: delante los cantores, los músicos detrás y en medio las
doncellas tocando adufes" (Sal 68,26). A la voz de tus prodigios con la
casa de Israel, todas las naciones oyeron tu fama. Tu nombre, que es más
puro que el ungüento de la consagración de reyes y sacerdotes (Ex
30,22-33), se ha difundido por toda la tierra. La hija de Sión desea que
todas las naciones conozcan el Nombre del único Señor y proclamen su
gloria.
"Perfume derramado es tu
nombre, por eso te aman las doncellas y corren al olor de tus perfumes".
Estas palabras, dice Orígenes, encierran una profecía. Con la venida de
nuestro Señor y Salvador, su nombre se difundió por toda la tierra:
"Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se
salvan" (2Cor 2,15), es decir, las doncellas, que están creciendo en
edad y en belleza, que cambian constantemente, de día en día se
renuevan y se revisten del hombre nuevo, creado según Dios (2Cor 4,16;
Ef 4,23). Por estas doncellas se anonadó (Flp 2,7) aquel que tenía la
condición de Dios, a fin de que su nombre se convirtiera en perfume
derramado, de modo que no siguiera habitando en una luz inaccesible
(1Tim 6,16;Flp 2,7), sino que se hiciera carne (Jn 1,14), para que estas
doncellas pudieran atraerlo hacia sí. Ellas le atraen mediante la fe en
su nombre, porque Cristo, al ver a dos o tres reunidos en su nombre, va
en medio de ellos (Mt 18,20), atraído por su fe y comunión. Cuando
lleguen a la unión plena con Cristo se harán un solo espíritu con él
(1Cor 6,17), según su deseo: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
también éstos sean uno en nosotros" (Jn 17,21).
Y si la esposa, prisionera de un solo sentido, el olfato, corre al olor
de los perfumes del esposo, ¿qué hará cuando el Verbo haya ocupado
también su oído, su vista, su tacto y su gusto? El ojo, cuando logre ver
su "gloria como de Unigénito del Padre" (Jn 1,14), ya no querrá en
adelante ver ninguna otra cosa; ni el oído querrá oír a nadie, sino al
Verbo de vida y salvación (1Jn 1,1). Ni la mano, que haya tocado al
Verbo de la vida (1Jn 1,1), querrá ya tocar nada material, frágil o
caduco; ni el gusto, cuando haya gustado la bondad del Verbo de Dios, su
carne y el pan que baja del cielo (Hb 6,5; Jn 6,52ss; 6,33), soportará
ya el gustar otra cosa. En comparación con la dulzura y suavidad del
Verbo, cualquier otro sabor le parecerá áspero y amargo, y por ello se
alimentará sólo de él. El que sea hallado fiel en lo poco, será puesto
al frente de lo mucho (Mt 25,21), gustará y penetrará en el goce del
Señor (Sal 26,4), conducido a un lugar que, por su abundancia y
variedad, recibe el nombre de lugar de delicias (Sal 33,9; Ez 28,13s).
Allí se le dice: Deléitate en el Señor (Sal 36,4). Pero no se
deleitará con un solo sentido, el de comer y gustar, sino también con el
oído, con la vista, con el tacto y con el olfato, pues correrá al olor
de sus perfumes. Así se deleitará con todos sus sentidos en el Verbo de
Dios.
¡Arrástrame, correremos tras de ti!
Cuando la casa de Israel salió de Egipto, la Shekinah del Señor los
guiaba, yendo delante de ellos en forma de columna de humo de día y de
columna de fuego de noche (Ex 13,21). Los justos de aquella generación
decían: Señor, arrástranos tras de ti y correremos detrás de tu Ley;
haznos llegar a los pies del Sinaí y danos tu Ley y exultaremos y nos
gozaremos con ella; nos acordaremos de ella y te amaremos. El recuerdo
de tus palabras engendrará y custodiará el amor hacia Ti, alejando de
nosotros la infidelidad y la idolatría de las naciones. Y cuando la
comunidad de Israel entró en la tierra dijo: Por habernos introducido en
una tierra buena y espaciosa "correremos tras de ti". Porque has hecho
posarse tu Shekiná en medio de nosotros "correremos tras de ti".
Y si la alejas de en medio de nosotros también "correremos tras de ti",
en busca de ella.
Dios cumple la súplica
¡Arrastrame! incitando contra Israel a sus
enemigos vecinos. Se asemeja a un rey que se enojó con la reina e incitó
contra ella a sus malvados vecinos y ella comenzó a exclamar: "¡Oh rey,
mi señor, sálvame!". Así hizo Dios con su esposa, la comunidad de
Israel: "cuando los sidonitas, amalequitas y ammonitas os oprimieron,
clamasteis a Mí y yo os libré de su mano" (Ju 10,11). Se asemeja a un
rey que tenía una hija única y estaba ansioso por conversar con ella.
¿Qué hizo? Hizo una proclama: "¡Que todo el pueblo vaya al campo de
juego!". Cuando todos estaban en el campo de juego, hizo una señal a sus
siervos y éstos se echaron sobre ella de repente como si fueran
salteadores. Ella, entonces, comenzó a gritar: "¡Padre, padre,
sálvame!". El le dijo: "Si no te hubieran hecho esto, no habrías
gritado: ¡Padre, padre, sálvame!".
Así también, cuando los israelitas estaban en Egipto, los egipcios los
oprimían, y ellos comenzaron a gritar y a alzar sus ojos hacia el Señor:
"acaeció, al cabo de aquellos largos días, que falleció el rey de Egipto y
los hijos de Israel gemían bajo la servidumbre y clamaron" (Ex 2,23), y al
punto él "escuchó su lamento" (Ex 2,24) y los sacó con mano fuerte y brazo
extendido. El Señor estaba ansioso por oír su voz, pero ellos no querían.
Hizo que el Faraón cambiara de opinión y los persiguiera: "endureció Yahveh
el corazón del Faraón, rey de Egipto, y los persiguió" (Ex 14,8). Cuando los
israelitas vieron a los egipcios a sus espaldas, alzaron los ojos el Señor y
gritaron en su presencia: "Los israelitas alzaron sus ojos y allí estaban
los egipcios" y "gritaron los israelitas a Yahveh" (Ex 14,10) con el mismo
grito que habían dado en Egipto. Cuando él les oyó, les dijo: "Si no os
hubiera hecho esto, no habría oído vuestra voz". Y al punto "les salvó
Yahveh en aquel día" (Ex 14,30).
La súplica ¡Arrástrame! significa, por tanto: ponnos en peligro o
haznos pobres y "correremos tras de ti". Cuando Israel se ve obligado a
comer algarrobas, entonces hace penitencia. Por ello dice R. Aqiba: "La
pobreza le cuadra a la hija de Jacob como cinta roja en el cuello de un
caballo blanco". La pequeña hija de Sión desea correr hacia el amado, pero
siente su debilidad. Sus piernas no son capaces de llevarla donde su corazón
anhela. Su única fuerza es el deseo. Por ello implora al amado que la
transporte con él; que el carro de fuego de su amor la arrebate hasta su
morada, como hizo con Elías.
Después que la esposa ha indicado al esposo que las doncellas, prendidas de
su olor, corrían en pos de él, dice que el rey la ha introducido en su
cámara del tesoro, mostrándola todas las riquezas reales, y ella se alegra
contemplando los secretos y misterios del rey. La cámara del tesoro de
Cristo, el depósito de Dios en
que Cristo introduce a la Iglesia o al alma que está unida a él es lo que
Pablo dice: "Pero nosotros poseemos el sentido de Cristo, para conocer lo
que Dios nos ha dado" (1Cor 2,16.12) Es "lo que ni el ojo vio ni el oído oyó
ni subió al corazón del hombre, y que Dios preparó para los que le aman"
(1Cor 2,9). Allí, en la cámara de los tesoros del rey, "están ocultos los
tesoros de su sabiduría y de su ciencia" (Col 2,3). Es lo que había
prometido por el profeta: "Te daré los tesoros ocultos, escondidos,
invisibles. Te los abriré, para que sepas que yo soy el Señor tu Dios, el
que te llamó por tu nombre, el Dios de Israel" (Is 45,3).
Arrastrada por el esposo, la esposa dice con satisfacción: "Me ha
introducido el rey en sus habitaciones. Exultaremos y nos alegraremos por
ti". Israel es arrastrado por Dios a la alegría y al júbilo: "Alégrate sin
freno, hija de Sión" (Za 9,9). "Mucho me alegraré en Yahveh" (Is 61,10).
"Alegraos con Jerusalén" (Is 66,10). "Regocíjate y alégrate, hija de Sión"
(Za 2,14). "Prorrumpe en gritos de júbilo y exulta" (Is 54,1). "Exulta y
grita de júbilo" (Is 12,6). "Mi corazón ha exultado en Yahveh" (1Sam 2,1).
"Exulta mi corazón, y con mi canto le alabo" (Sal 28,7). "Aclama a Yahveh,
tierra toda" (Sal 98,4). "Aclamad a Dios con voz de júbilo" (Sal 47,2).
Al ser introducida en la cámara del tesoro del rey, se convierte en reina.
De ella se dice: "Está la reina a tu derecha, con vestido dorado, envuelta
en bordado" (Sal 44,10). Y con ella "serán llevadas al rey las vírgenes; sus
compañeras te serán traídas a ti entre alegría y algazara; serán
introducidas en el palacio real" (Sal 44,15). Y como el rey tiene una
cámara del tesoro en la que introduce a la reina, su esposa, así también
ella tiene su propia cámara del tesoro, donde el Verbo de Dios la invita a
entrar, a cerrar la puerta y a orar al que ve en lo secreto (Mt 6,6).