CANTAR DE LOS CANTARES -RESONANCIAS BIBLICAS: 2. NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
Emiliano Jiménez
Hernández
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NEGRA, PERO HERMOSA: 1,5-8
a) Geografía e historia del Cantar
b) Negra, pero hermosa
c) Casta meretriz
d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!
e) Tras las huellas
a) Geografía e historia del Cantar
La amada, iluminada con la presencia del amado, ve su tez morena. Esto
la lleva a evocar toda su historia pasada. Y, como vive su amor en
comunidad, con las hijas de Jerusalén, les hace partícipes de su
historia: la hostilidad de sus "hermanos de madre" es causa del color
oscuro de su semblante. Esa historia iluminada, se hace canto,
testimonio del amor del esposo, que no la ha rechazado por el color de
su rostro, sino que la ha amado y hecho hermosa a sus ojos.
La amada está en plena tierra de Israel. Evoca los pasos de su vida
desde Engadí, el oasis fecundo y espléndido a orillas del desierto de
Judá, donde se canta la canción de amor del amigo por su viña: "Una viña
tenía mi amigo en fértil otero. La cavó, despedregó y plantó cepas
exquisitas. Edificó una torre en medio de ella y excavó un lagar. Y
esperó que diese uvas, pero dio agraces. ¿Qué más cabía hacer por mi
viña que yo no lo haya hecho? Voy a quitar su valla para que sirva de
pasto, voy a derruir su cerca para que la pisoteen; en ella crecerán
zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella. La viña
del Señor es la casa de Israel, son los hombres de Judá su plantel
preferido. Esperaba de ellos justicia, y hay iniquidad" (Is 5,1ss). Es
la historia pasada de la amada, de la que lleva en su cara morena el
recuerdo permanente. Pero ahora sabe que Dios, aunque por un momento
oculte su rostro, vela siempre con amor por su viña deliciosa: "Yo,
Yahveh, soy su guardián. A su tiempo la regaré, y de noche y de día la
guardaré. No me enfadaré más; si brotan zarzas y cardos saldré a
quemarlos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo" (Is
27,2ss).
Es la paz que vive ahora la amada. El desierto de su vida se ha
transformado en un vergel de delicias, donde florecen árboles cargados
de frutas y flores, símbolos para cantar la belleza del amado y de la
amada. El o ella, en un intercambio de requiebros, aparecen como
"manzano del bosque", "flor de nardo", "ramo florido de ciprés", "lirio
de los valles", "rosa entre los cardos". El cedro y el ciprés, con que
Salomón levantó el Templo, recubren la casa y el lecho de sus amores. Y
con los árboles aparecen aves y animales. Se convoca a tórtolas y
palomas, gacelas y ciervas del campo, que vuelan y retozan en torno al
amado y la amada, ovejas y cabras. Todo evoca una vuelta a los orígenes
del Edén antes del pecado (Gén 2), aunque abierto a una perspectiva
escatológica, según la descripción de Oseas, en la que Dios, esposo
fiel, anuncia: "Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente, pues
mi cólera se ha apartado de él. Seré como rocío para Israel; él
florecerá como el lirio, echará raíces como el álamo del Líbano; se
extenderán sus vástagos, tendrá el esplendor del olivo y el aroma del
Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra, harán crecer el trigo, harán
florecer la viña, que tendrá la fama del vino del Líbano. ¿Qué tiene que
ver Efraím con los ídolos? Yo lo escucho y lo miro. Yo soy como un
ciprés siempre verde; de mí proceden sus frutos" (Os 14,6-9).
Los nombres propios, que aparecen en el Cantar, están cargados de
historia. Sólo nombrarlos es hacerlos presentes, vivos, memoriales del
amor salvador de Dios. El Cantar se puebla de ciudades, que señalan
puntos claves de la amplia geografía, pero tan concreta y cercana, donde
Dios ha dejado sus huellas salvadoras. Por eso sus nombres son
evocadores, rebosantes de simbolismo. La figura esbelta del amado es
como el Líbano; su cabeza es como el Carmelo, corona del valle de
Esdrelón y gloria de todo el país; el aroma inconfundible del amado se
refleja en el racimo de las viñas de Engadí. La amada es narciso del
Sarón, la fértil llanura entre Jafa y el Carmelo, que se tapiza de
flores durante la primavera; sus cabellos tienen la gracia de la montaña
de Galaad con sus cabras negras extendidas por sus colinas; sus ojos son
como las albercas de Jesbón, capital del reino de Moab. Es hermosa como
la deseable Tirsa; graciosa como Jerusalén, la ciudad gloriosa y santa.
La creación, contemplada con ojos de fe, se convierte en canto al
Creador. Los montes y los valles abiertos, los huertos cercados, los
minerales y sus metales preciosos, los vegetales y sus árboles, plantas
y flores, los animales salvajes y domésticos, los manjares y bebidas...
todo concurre para exaltar el gozo del encuentro del amado y la amada.
Todos los seres se mueven libres y gozosos en montes perfumados, en
huertos fértiles, en jardines deleitables. Es el paraíso recreado, donde
Dios desciende a la hora de la brisa de la tarde a pasear con la amada.
Ya no hay árbol prohibido. El amado es manzano, que ofrece manzanas a la
amada. Todo invita a celebrar el amor en la fiesta de los sentidos. El
gozo que se disfruta no produce inquietud, es inocente y hermoso. Todo
es luz, flores y cantos. El agua corre alegre, portadora de vida; el
viento airea el perfume de las flores. Es el salto del invierno a la
primavera, cuando el sol da luz y calor y los árboles echan sus brotes,
presagio de sus frutos. La vida se renueva en cada cosa.
Negra soy se refiere a lo sucedido en Horeb, cuando "se hicieron un
becerro en Horeb" (Sal 106,19), pero hermosa por haber dicho "todo lo
que Yahveh nos diga haremos y obedeceremos" (Ex 24,7). Negra soy se
refiere al paso por el desierto, donde "¡cuántas veces se rebelaron en
el desierto!" (Sal 78,40), pero hermosa, porque en el desierto se
levantó el Tabernáculo y "el día que se erigió, lo cubrió la Nube" (Nú
9,15). Negra soy se refiere a los exploradores, porque "difamaron ante
los hijos de Israel la tierra que habían explorado" (Nú 13,32), pero
hermosa por Caleb y Josué, de quienes se dice "excepto Caleb y Josué"
(Nú 32,12). Negra soy se refiere a lo sucedido en Sittim, donde "se
estableció Israel y el pueblo comenzó a prostituirse" (Nú 25,1), pero
hermosa, porque "surgió Pinjás e hizo justicia" (Sal 106,30).[1]
También dice la asamblea de Israel: "Negra soy" todos los días de la
semana, "pero hermosa" el Sábado; o bien "negra soy" todos los días del
año, "pero hermosa" el Yom kippur. "Negra soy" por haber hecho el
becerro; "pero hermosa" por el arrepentimiento. Tengo la iniquidad
del becerro, pero también el mérito de haber acogido la Torá y haber
hecho el Tabernáculo, sobre el que se posó la Shekinah. Soy "como
las tiendas de Quedar", que se ven feas por fuera, pero por dentro están
decoradas con piedras preciosas y gemas. A pesar de que a los ojos del
mundo aparezca sin relevancia, sin embargo en mi interior llevo la
riqueza de la Torá. Soy "como las cortinas de Salmá": Así como las
cortinas se ensucian una y otra vez, y una y otra vez se lavan, así
también Israel, a pesar de que se ensucia con las maldades que comete
todos los días del año, cuando llega el Yom Kippur les sirve de
expiación (Lv 16,30), de modo que "aunque fueran vuestros pecados como
la grana, quedarán blancos como nieve" (Is 1,18).
"No os fijéis en que soy morena, pues me ha quemado el sol. Los hijos
de mi madre se airaron contra mí, me pusieron a guardar viñas; ¡mi
propia viña no he podido guardar!". Dijo Israel a las naciones:
Vosotras no me despreciéis porque soy negra como vosotras, puesto que he
adorado lo que vosotras adoráis, y me he postrado ante el sol y la luna
(Dt 4,19;17,3). Profetas de mentira han provocado contra mí la ira del
Señor, enseñándome a servir a vuestras iniquidades y a caminar según
vuestras leyes (Dt 13,2ss). Por ello no he servido a mi Dios y no he
caminado según sus leyes y no he guardado sus preceptos y enseñanzas.
También dice a los profetas: No os fijéis en mi tez morena, pues Moisés
no entró en la tierra prometida por decir: "¡Escuchad, rebeldes!" (Nú
20,10). También Isaías dijo "habito en medio de un pueblo impuro de
labios impuros" y Dios le reprendió: ¡Isaías!, que digas de ti mismo
"soy un hombre de labios impuros", puede pasar, pero no que insultes a
mi pueblo. Por ello un Serafín voló hacia él con un carbón encendido (Is
6,6) y quemó la boca del que había calumniado a los hijos de Dios. Lo
mismo le sucedió a Elías, que dijo: "ardo en celo por Yahveh, pues los
hijos de Israel han abandonado tu alianza" (1Re 19,14). El Señor le
replicó: Es la alianza hecha conmigo, no contigo; "derruido tus
altares": Se trata de mis altares, no de los tuyos; "y asesinado a
espada a tus profetas": Se trata de mis profetas, ¡y a ti qué te
importa! No le quedó más salida que decir: "Es que quedo yo solo y
buscan mi vida para arrebatármela". Y Dios le replicó: ¡Elías, antes de
acusar a estos, ve y acusa a esos otros: "anda, vuelve tu camino por el
desierto hacia Damasco" (1Re 19,15).
Y las pieles de Salomón, con que me comparáis, ¿no son acaso las pieles
de la tienda de Dios (Ex 25,2;26,7)? La belleza visible del Tabernáculo
del testimonio, comenta Gregorio de Nisa, no era nada en comparación de
la belleza escondida en su interior. Tapices de lino fino y cortinas de
pieles de cabra, recubiertos de púrpura violeta, constituían el aspecto
externo del Tabernáculo. Pero en su interior
brillaba el oro, la plata y las perlas preciosas en las columnas,
las basas, los capiteles, el turíbulo, el altar para el sacrificio, el
arca, el candelabro, el propiciatorio, los varales... (Ex 26). Su
belleza brillaba como el centelleo del arco iris. Es la belleza del
"Tabernáculo verdadero, erigido por el Señor", que refulge en su
interior por la belleza de los misterios escondidos tras el velo de las
imágenes de la Escritura, que nos invitan a superar la letra y a
penetrar en su espíritu. La amada es la morada del Señor; en su interior
se halla el Santo de los Santos. Todo creyente lleva velado, ¡en vaso de
barro!, este tesoro del Evangelio de la gloria de Dios (2Cor 4,1ss).
¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en
cara mi color oscuro! ¿Cómo no recordáis lo que padeció María por
criticar a Moisés cuando éste tomó por esposa a una etíope negra (Nm
12,1ss)? Yo soy aquella etíope,
negra ciertamente por mi linaje, pero hermosa por la penitencia y
por la fe, pues he acogido en mí al Hijo de Dios, he recibido al Verbo
hecho carne (Jn 1,14). Me he revestido del que es imagen de Dios,
primogénito de toda criatura (Col 1,15) y resplandor de su gloria (Heb
1,3); así me he vuelto hermosa. Canta San Juan de la Cruz: "No quieras
despreciarme, que, si color moreno en mí hallaste, ya bien puedes
mirarme después que me miraste, que gracia y hermosura en mí dejaste".
Esto puede decirlo cada alma que, después de sus muchos pecados, se
convierte y hace penitencia. Negra por los pecados, hermosa por los
frutos de la penitencia. De ella se dice con admiración: "¿Quién es ésa
que sube toda blanca, recostada sobre su amado?" (Cant 8,5). Se hizo
negra porque bajó al pecado; cuando comience a subir, recostada sobre el
amado, adherida a él, se irá emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca
y entonces, eliminada toda negrura, resplandecerá envuelta por el
resplandor de la verdadera luz del sol de justicia (Ml 3,20; Jn 1,9s).
Entonces ella misma será llamada luz del mundo (Mt 5,14). Aquel día se
cumplirá el salmo: "De día el sol no te quemará ni la luna de noche"
(Sal 120,6). El sol tiene doble poder: ilumina a los justos y quema a
los pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz (Jn 3,19-20). El
Señor es luz para los justos y fuego para los pecadores. Comenta san
Gregorio: "No os extrañéis de que, a pesar de estar negra por mi pecado
y emparentada con las tinieblas por mis obras, me haya amado mi esposo.
Porque, con su amor, me ha hecho bella, cambiando su belleza por mi
deformidad; tomando él la suciedad de mis pecados, me ha comunicado su
propia pureza, me ha hecho partícipe de su propia hermosura".
Cristo mismo dice que no vino a llamar a conversión a los justos, sino a
los pecadores (Lc 5,32), haciéndoles "brillar como antorchas en el
mundo" (Flp 2,15), mediante el bautismo de regeneración. Es lo que ya
contempló David en la ciudad celeste, fundada sobre los montes santos
(Sal 86). En ella nacen a la vida, como ciudadanos de Jerusalén, los
paganos y pecadores, Rahab la prostituta, los habitantes de Babilonia,
de Tiro y de Etiopía. La prostituta se vuelve virgen casta y los negros
de Etiopía luminosos. Pues, cuando el esposo toma a uno, aunque sea
negro como las tiendas de Quedar, lo hace hermoso, haciéndole partícipe
de su gracia y hermosura. Lo hace Templo de Salomón, es decir, del rey
de la paz, que viene a habitar en él. Así lo entiende San Bernardo en un
discurso de navidad: "Animada la Iglesia del sentimiento y del espíritu
del Esposo, su Dios, acoge en su seno a su amado para que repose en él,
mientras que ella misma posee y conserva para siempre el primer lugar en
su corazón. Es ella la que ha herido el corazón de su esposo; es ella la
que ha hundido el ojo de la contemplación hasta el abismo profundo de
los secretos divinos. El y ella han hecho su eterna morada en el corazón
uno del otro". La encarnación de Cristo es un misterio nupcial.
La Iglesia, amada de Cristo, no es una realidad espiritual ideal, lejos
de nuestra experiencia. La esposa amada está formada de bautizados, es
decir, de pecadores llamados por Dios de las tinieblas a la luz. La
Iglesia es a la vez santa y pecadora: casta meretriz, como la
llaman los Padres. El esposo la ama a pesar de su pecado. Es amada con
un amor destinado a cambiar su fealdad en belleza. "Soy negra, pero
hermosa, hijas de Jerusalén". Con esta declaración, la esposa, que ha
gustado el amor del Esposo, da testimonio a los demás de las maravillas
que él ha hecho en ella, invitándolas a gozar de sus amores. No os
admiréis, les dice, si me ha amado a mí, pues no soy distinta de
vosotros. El me ha embellecido con su amor, mientras era negra por el
pecado. El ha cambiado mi fealdad, revistiéndome de su belleza, tomando
sobre sí mis pecados. Es lo que dice Pablo a Timoteo: "Doy gracias a
Cristo Jesús que me consideró digno de colocarme en el ministerio a mí,
que antes fui blasfemo, un perseguidor y un insolente... Es cierta y
digna se ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al
mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. Y si
encontré misericordia fue para que en mí primeramente manifestase
Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de
creer en él para obtener vida eterna" (1Tim 1,12-17). "Sed, pues, como
yo, pues yo soy como vosotros" (Gál 4,12).
Dios se complace en la simplicidad, abaja de sus tronos a los soberbios y exalta a los humildes. El Señor prefiere lo que el mundo desprecia. La verdadera belleza, que enamora al Amado, no es la que el mundo busca y aprecia: "Ha escogido Dios lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Ha escogido Dios lo despreciable, lo que no es, para reducir a nada lo que es. Para que nadie se gloríe en la presencia de Dios. De él os viene el que estéis en Cristo Jesús, a fin de que el que se gloríe, se gloríe en el Señor" (1Cor 1,27ss)
El creyente no olvida nunca su origen. Vive siempre en la simplicidad de
su alma nómada, como extranjero, peregrino por este mundo, sin
instalarse en los palacios de la tierra. Canta siempre a su amado: "¡Qué
deseables son tus moradas. Mi alma se consume y anhela los atrios del
Señor, mi corazón y mi carne se alegran por el Dios vivo. Dichosos los
que viven en tu casa alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en
ti su fuerza al preparar su peregrinación: cuando atraviesan áridos
valles, los convierten en oasis; caminan de altura en altura hasta ver a
Dios en Sión. Un solo día en tu casa vale más que mil fuera; prefiero el
umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque el Señor es
sol y escudo, él da la gracia y la gloria" (Sal 84). Ligera y libre, la
amada marcha por el mundo, sin sentirse del mundo. Su patria no es la
tierra; su verdadera patria es el corazón del Amado, por el que suspira
continuamente. Sabe que es bella solamente porque es amada. Sólo el
amor da belleza a su rostro. El amor es siempre creador de belleza. De
lo vil saca lo bello (Jr 15,19). También los habitantes de Quedar están
invitados a entonar el cántico nuevo: "Cantad a Yahveh un cántico nuevo,
llegue su alabanza hasta el confín de la tierra, alégrese el desierto
con sus tiendas, las explanadas en que habita Quedar" (Is 42,10s).
En el interior de su simplicidad lleva el tesoro del amor de Dios, como
esperanza del mundo. Su aparente esterilidad es fecunda de vida. Por eso
se la invita a saltar de alegría: "Grita de júbilo, estéril que no dabas
a luz, rompe a cantar de alegría, porque la abandonada tendrá más hijos
que la casada. Ensancha el espacio de tu tienda, despliega tus lonas,
alarga tus cuerdas, clava bien tus estacas, porque te expandirás a
derecha e izquierda. Tu estirpe heredará las naciones y poblará ciudades
desiertas. No temas, que no te avergonzarás; ni te sonrojes, que no te
afrentarán; olvidarás la vergüenza de tu juventud y la afrenta de tu
viudez. El que te creó te tomará por esposa: Yahveh Sebaot es su nombre,
el Santo de Israel" (Is 54,1ss).
d) ¡Mi propia viña no he sabido guardar!
La esposa sabe que el Creador no la hizo negra. Al principio no era así.
Plasmada por las manos luminosas de Dios, se ennegreció por el pecado.
El sol la quemó. En la parábola del sembrador, la semilla no cae sólo en
el buen corazón. La generosidad del sembrador le lleva a sembrar su
palabra sobre todos, también en el corazón de piedra, en el corazón con
espinas y sobre el camino, donde es pisada (Mt 13,3-7). Al explicar la
parábola, refiriéndose a la que cae sobre la piedra, se dice que brota
en seguida por no tener hondura de tierra, "pero al salir el sol se
agostó y, por no tener raíz, se secó" (Mc 4,5-6). Se trata del sol de la
tentación (Lc 8,13). La semilla era buena, pero apenas germinada, ante
la prueba se agostó y no dio fruto. El sol, vez de alumbrarla y hacerla
luminosa, la quema y la vuelve negra. Sólo a quien levanta los ojos al
Señor, que hizo el cielo y la tierra, confiando en él, "de día el sol no
le hará daño ni la luna de noche" (Sal 120). En cambio, el sol hace daño
si su calor no es reparado por la nube del Espíritu, que es la nube que
el Señor extiende como protección de sus rayos abrasadores.
En el principio el hombre, puesto en el paraíso, disfrutaba de todos los
dones que el Señor le otorgaba, sin necesidad de procurárselos por sí
mismo. Pero, "los hijos de mi madre se airaron contra mí, me pusieron a
guardar viñas y ¡mi propia viña no he podido guardar!". La insidia de
mis enemigos me despojaron de todos mis bienes, haciéndome perder la
herencia, la propia viña, que Dios me había dado. Así me convertí en
guardiana de las viñas ajenas, yendo tras los bienes terrenales, fuera
del paraíso. Seducida por mis instintos, hermanos míos de madre, me
perdí a mí misma, guardando viñas engañosas. Es lo que enseña Pablo:
"Sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy de carne. Realmente mi
proceder no lo entiendo, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo
que aborrezco. Queriendo hacer el bien, es el mal lo que hago. Me
complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra
ley en mis miembros, que me esclaviza a la ley del pecado, que está en
mis miembros" (Rom 7,14ss). La esposa confiesa: Esta lucha interior es
obra de mis hermanos, hijos de mi madre, pero enemigos de mi salvación.
Vencida por ellos, no he guardado mi viña, he perdido el paraíso, y "mi
piel se ha ennegrecido sobre mí" (Job 30,30). "¡Ay, cómo se ha deslucido
el oro más puro! Los hijos de Sión eran más blancos que la nieve, más
blancos que la leche; eran más rojos que corales, con venas como
zafiros, ahora están más negros que hollín, no se les reconoce en la
calle, pues la culpa de la hija de Sión supera al pecado de Sodoma" (Lam
4,1ss).
Con la luz del amado, recobrado de nuevo, a la amada se le ilumina la
raíz de sus desgracias: Todo esto me ha sucedido porque no he
guardado mi viña. En exilio, extranjera entre los míos, me he hecho
infiel y no he custodiado mi viña, por ello me he visto privada de sus
frutos. Despojada de todo, he tenido que cubrir mi desnudez "con una
túnica de pieles" (Gén 3,21). ¡Ay!, ¿quién me librará de este cuerpo que
me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro
Señor! (Rom 7,24). Gracias al amor de mi vida, que se ha vuelto hacia
mí, soy de nuevo hermosa y radiante de luz. Se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador porque ha puesto sus ojos en la pequeñez de su sierva
(Lc 1,46).
Sin embargo,
la esposa ha
aprendido a no fiarse de sí misma. Por eso, eleva al Esposo su oración:
"Dime tú, amor de mi vida, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a
sestear a mediodía, para que no ande
tras los rebaños de tus compañeros". ¿Dónde apacientas el
rebaño, tú, que eres el buen pastor y cargas sobre tus espaldas a la
oveja descarriada y la devuelves al redil? (Lc 15,5ss). El amor gratuito
despierta en ella el amor y el deseo de estar con el amado a la luz
plena del mediodía.
Cuando le llegó a Moisés el tiempo de partir de este mundo, dijo ante el
Señor: Se me ha revelado que este pueblo pecará contra ti e irá al exilio
(Dt 31,27.29). Dime cómo les proveerá, pues habitarán entre naciones de
leyes duras como la canícula y el ardor del sol a mediodía. ¿Por qué deberán
vagar con los rebaños de los hijos de Esaú y de Ismael, que te asocian como
compañero de sus ídolos? El amado responde a la amada: "Si no lo sabes, oh
la más bella de las mujeres, sigue las huellas de las ovejas y lleva a pacer
tus cabras al jacal de los pastores". Así dijo el Señor: "Yo iré en su busca
para poner fin a su exilio" (Ez 34,13.16). Yo les haré salir de en medio de
los pueblos y los reuniré de las regiones; iré en busca de la oveja perdida.
La Asamblea de Israel, que es como una niña hermosa a la que ama mi alma,
caminará por la vía de los justos, aceptando la guía de sus pastores y
enseñando a sus hijos, que son como cabritas, a ir a la sinagoga y a la casa
de estudio. En recompensa se les proveerá en el destierro, hasta que mande
al rey Mesías. El les guiará (Ez 34,23) con dulzura a su jacal, que es el
santuario que para ellos construyeron David y Salomón, pastores de Israel
(Sal 78,70-72).
Moisés, pastor fiel del Señor, se lo transmite a Josué: Te entrego este
pueblo, que yo he guiado hasta aquí. No te entrego un rebaño de carneros
sino de corderos, pues aún no han practicado suficientemente la Torá; aún no
han llegado a ser cabras o carneros, según se dice: "Si no lo sabes, ¡oh la
más bella de las mujeres!, sigue las huellas del rebaño y pastorea tus
cabrillas junto al jacal de los pastores" (Cant 1,8). La morada de los
pastores fieles es la morada del Señor.
Según Gregorio de Nisa, la Iglesia dice a su esposo: Muéstrame los prados de
fresca hierba, condúceme a las aguas de reposo (Sal 22,2), sácame y
condúceme a la hierba que nutre, llámame por mi nombre, para que oiga tu voz
(Jn 10,16). Yo soy oveja tuya, dame con tu voz la vida eterna. Dime, dónde
pastoreas, para que yo encuentre el pasto de la salvación y me nutra con el
alimento celestial, sin el que no se puede tener vida (Jn 3,5). Yo correré
hacia ti, que eres la fuente de la vida, y beberé la bebida, con la que tú
sacias a los sedientos, el agua que brota de tu costado (Jn 19,34), con la
esperanza de que en mí surja la fuente que salta hasta la vida eterna (Jn
4,14). Con esta comida y bebida me harás reposar al mediodía contigo en la
paz y luz sin sombra. Hazme, pues, hijo de la luz y del día, tú que eres el
sol de justicia (Mal 3,20), para que no pierda el camino, siguiendo las
sendas de otros rebaños, no de ovejas, sino de cabras, cuyo redil ha sido
rechazado a la izquierda (Mt 25,32ss).
Al mediodía el sol golpea implacable y "nada escapa de su calor" (Sal 19,7).
"El sol a mediodía abrasa la tierra, ¿quién puede resistir su ardor? Un
horno encendido calienta al fundidor, un rayo de sol abrasa a los montes,
una lengua del astro calcina la tierra habitada y su brillo ciega los ojos"
(Si 43,3-4). La amada no quiere correr en esta hora de un aprisco a otro.
Por ello suplica al amado: Muéstrame dónde llevas a sestear el rebaño a
mediodía, es decir, en la hora de la pasión, cuando se extienden las sombras
sobre toda la tierra (Mt 27,45). Que no me suceda como a los apóstoles, que
en aquella hora se dispersaron, escandalizados de la cruz. Es la hora de
la tentación, ya que al "herir al pastor se dispersan las ovejas" (Mc
14,16ss). El mediodía, cuando los pastores reúnen sus rebaños en torno a un
pozo, es la hora de las discusiones y peleas (Gén 13,7; 21,25s; 36,7). Es la
hora en que la amada necesita estar con el amado, su salvador (Ex 2,16; Gén
29,1ss). Es la hora de hallar al esposo sentado junto al pozo para recibir
de él agua viva, el agua que apaga toda sed, para no tener que ir vagabunda
detrás de tantos maridos (Jn 4,1ss).
Al grito anhelante de la esposa responden las "hijas de Jerusalén", la
Iglesia madre: "Si no lo sabes, tú, la más bella de las mujeres, sigue las
huellas de las ovejas, y lleva a pastar tus cabritas junto al jacal de los
pastores". Sigue las huellas de los pastores que yo elegí para conducir a
mis ovejas al monte de Sión, morada de los verdaderos pastores. Allí
encontrarás "al Dios en cuya presencia anduvieron Abraham e Isaac, al Dios
que ha sido mi pastor desde que existo hasta el día de hoy" (Gén 48,15).
Pues en Belén, la menor de las familias de Judá, cuando dé a luz la que ha
de dar a luz, "El se alzará y pastoreará con el poder de Yahveh" (Miq
5,1ss).