CANTAR DE LOS CANTARES
-RESONANCIAS
BIBLICAS:
EPILOGO
Emiliano Jiménez Hernández
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EPILOGO
a) Nuestra hermana pequeña
b) Mi viña está ante mí
c) Huye, amado mío
Al final del Cantar, después del largo camino, terminado el
catecumenado: Tenemos una hermana pequeña. Los recién bautizados
son como recién nacidos que desean la leche espiritual pura, a fin de
crecer con ella para la salvación (1Pe 2,2). Los hermanos mayores la
contemplan y dicen: No tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra
hermana, el día que vengan a pedirla? Los hermanos mayores la ven
sin gracia, incapaz, en su pequeñez, de defenderse, de atraer la mirada
de nadie hacia ella, incapaz de alimentar con la leche de su doctrina a
los demás. Según ellos no sirve para nada, pues no ven en su debilidad
la fuerza del Señor (2Cor 12,10; 1Cor 1,17ss). Desean proteger a su
hermana pequeña como se defiende a una ciudad: Si es una muralla,
edificaremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos
contra ella como defensa planchas de cedro. Desean revestirla de lo
que ella se ha despojado.
Ella protesta: Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Por
ser pequeña y humilde, sabe defenderse a sí misma de los asaltos del
enemigo, pues no pone la confianza en sí misma, sino en "el que derriba
a los potentes de sus tronos y exalta a los humildes" (Lc 1,52). Sus
senos, ocultos, son como torres; pequeña en inocencia, es adulta en la
fe, "niña en malicia, adulta en el juicio" (1Cor 14,20), "ingeniosa para
el bien e inocente para el mal. Así el Dios de la paz aplastará a
Satanás bajo vuestros pies" (Rom 16,19s). Después de su largo itinerario
se ha hecho pequeña, pero "no es como los niños llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia
humana y de la astucia que conduce engañosamente al error, antes bien,
siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es
La esposa se sabe fuerte porque ya ha aprendido a "combatir no con la
carne. ¡No!, las armas de nuestro combate no son humanas; es Dios quien
da el poder de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería
que se levanta contra el conocimiento de Dios" (2Cor 10,3ss). Con la
confianza en Dios el pequeño David puede enfrentarse al gigante Goliat:
"Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en
el nombre de Yahveh Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que
tú has desafiado. Hoy mismo te entrega Yahveh en mis manos" (1Sam
17,45). Los hermanos mayores, como Saúl, pretenden revestirla "de sus
propios vestidos, con un casco de bronce en la cabeza, una coraza en
torno al pecho y una espada ceñida sobre el vestido" (1Sam 17,38). Ella
ya no se deja engañar, se ha despojado de las obras de las tinieblas y
se ha revestido de las armas de la luz (Rom 13,12). Conocida su
debilidad, su fuerza es el Señor: "Revestíos de las armas de Dios para
poder resistir a las asechanzas del Diablo. Por eso, tomad las armas de
Dios para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido
en todo, manteneos firmes, ceñida vuestra cintura con
Así soy a sus ojos como quien ha hallado paz.
No necesita otra defensa quien vive bajo la protección del esposo. Ha
hallado paz y es mensajera de paz. La amada, la nueva Jerusalén, con su
fe renovada es constituida esposa y madre, a cuyos pechos abundantes
serán alimentados sus innumerables hijos. El amado le ha llevado, a
través de la humildad, a la sencillez de la paloma; ahora vive "para
alabanza de la gloria de la gracia con la que le agració el amado" (Ef
1,6).
Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas, y
cada uno le traía sus frutos: mil siclos de plata. Mi viña es sólo para
mí; para ti los mil siclos, Salomón; y doscientos para los que guardan
sus frutos.
Salomón "hizo obras magníficas: se construyó palacios, plantó viñedos,
se hizo huertos y parques y plantó toda clase de árboles frutales, hizo
albercas para regar la frondosa plantación" (Qo 2,4-6). Salomón confió
esta espléndida plantación
a los guardianes para que la guardaran y cultivaran. El amado o la amada
se dicen mutuamente: No me interesa una viña rica como la de Salomón;
ellos están contentos con la viña que les ha tocado en suerte: "Para mí,
dice la esposa, mi bien es estar junto a Dios, he puesto mi cobijo en el
Señor, para publicar todas sus obras" (Sal 73,28). El Señor elige a
Israel como su heredad, le arranca de Egipto, le lleva "sobre alas de
águila" (Ex 19,3) y le planta en el monte de su herencia, en el lugar
que se había preparado como su sede (Ex 15,17). Por ello le dice: "Tú
eres un pueblo consagrado a Yahveh tu Dios; él te ha elegido a ti para
que seas el pueblo de su propiedad personal entre todos los pueblo de la
tierra" (Dt 7,6). "Tú no tendrás heredad; no habrá para ti porción entre
ellos; Yo soy tu porción y tu heredad" (Nm 18,20). La esposa, que se
siente llamada a cantar las alabanzas del Señor (43,21), acoge
agradecida su don y canta: "El Señor es mi heredad y mi copa; mi suerte
está en su mano; me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad"
(Sal 16,5). No desea otra cosa; se siente feliz "morando en la casa de
Dios todos los días de su vida, gustando de su dulzura" (Sal 27,4).
"!Feliz la nación cuyo Dios es Yahveh, el pueblo que se escogió por
heredad!" (Sal 33,12;144,15). Sí, "vale más un día en tus atrios que mil
en los palacios de los potentes; mejor es estar en el umbral de la casa
de mi Dios que habitar en las tiendas de los malvados" (Sal 84,11).
La viña del Señor es más preciosa que la que produce al rey frutos
cuantiosos. Dios mismo la cuida y protege. Cuando Israel era un niño,
Dios manifestó con él su solicitud y ternura (Os 11,1-4). A Dios le
gusta rodearse de los niños, de cuya boca recibe la alabanza perfecta
(Sal 8,3; Mt 21,16). En el regazo de Dios el niño se siente seguro (Sal
131,2). Con un niño, Dios restablecerá su reino, se hará Emmanuel, "Dios
con nosotros" (Is 7,14ss; 9,5ss). Niño pequeño apareció entre nosotros
el Hijo de Dios (Lc 2). El bendice a los niños (Mc 10,16), les revela
los misterios del Padre (Mt 11,25ss), "pues de ellos es el reino de los
cielos" (Mt 19,14). Sólo "como niño pequeño se puede acoger el reino"
(Mc 10,15). Todo el itinerario en pos de Jesús es para "volver a la
condición de niño" (Mt 18,3), "renacer de lo alto" (Jn 3,5) para tener
acceso al reino. "Hacerse pequeño" (Mt 18,4) como un niño es el camino
para ser hijo del Padre celestial. Pequeño y discípulo son equivalentes
(Mt 10,42; Mc 9,41). ¡Bienaventurado quien acoja a uno de estos
pequeños! (Mt 185;25,40), pero ¡ay del que los escandalice o desprecie!
(Mt 18,6.10), pues "ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir
lo fuerte" (1Cor 1,27).
Mi viña, la mía, está ante mí.
¡Qué largo camino ha recorrido la amada! Ella que empezó confesado "mi
propia viña no la he guardado" (1,6), ocupada en las viñas ajenas, ahora
está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede decir: "He
competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la
fe" (2Tim 4,7).
Tú que habitas en los jardines, donde tus compañeros te escuchan, déjame
oír tu voz.
El Señor dice: ¡Oh Asamblea de Israel, tú que estás entre las naciones
como un pequeño jardín, hazme oír la voz de tus cantos, la alabanza de
tus labios. Levanta tu voz y que la oigan todos los que te rodean. Los
compañeros, los amigos fieles, que han seguido el itinerario de la
esposa hasta el final, escuchan su voz, eco de la voz del Señor, que
dice: "Escuchad al amado" (Mt 17,5). La esposa repite: "Haced lo que él
os diga" (Jn 2,5).
Se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los
encerró en el calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y
fue a escuchar qué himno cantaban. Entonces oyó que entonaban: "Nuestro
señor, el rey, es nuestra alabanza, él es nuestra vida". Entonces el rey
exclamó: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo escuchen.
Así mismo, aunque los israelitas tengan que dedicarse durante seis días
a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado madrugan y van a la
sinagoga y recitan el Shemá, danzan ante el armario que guarda
los rollos y leen la Torá. Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad
vuestras voces para que todos lo escuchen.
¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta el
monte de las balsameras!
Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de Israel: ¡Huye, Amado mío, de
esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah en los cielos excelsos! Y
en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como la gacela que,
cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un cervatillo
que, cuando huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de nosotros
y, desde los cielos excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción (Sal
11,4) hasta que te dignes redimirnos y nos hagas subir al monte de
Jerusalén: allí te ofreceremos el incienso de aromas (Sal 51,20s).
Simón el justo, uno de las últimos miembros de la Gran Asamblea de Israel,
solía decir: "El mundo se sostiene sobre un trípode: la Torá, el Culto y la
Misericordia". La amada escucha la palabra del amado; el amado se complace
en oír la voz de la amada en el canto de la asamblea; y de la palabra oída y
cantada brota la misericordia que salva al mundo.
Se parece a un rey que organizó un banquete y convocó a los invitados.
Después de comer y beber, algunos de los invitados se mostraron agradecidos
con el rey; pero otros le criticaron. El rey lo notó y se enojó. Pero la
reina abogó por ellos, diciendo: ¡Majestad!, en vez de fijarte en los que
después de comer y beber te han criticado, fíjate más bien en los que se han
mostrado agradecidos y te han alabado. Así mismo, cuando los fieles del
Señor, después de comer y beber, se muestran agradecidos y alaban al Señor,
El presta atención a su voz y se complace: en cambio, cuando las naciones
extranjeras, después de comer y beber, blasfeman y le insultan con las
obscenidades que dicen, entonces él piensa incluso en destruir el mundo.
Pero la Torá entra y aboga en su favor, diciendo: ¡Señor del universo!, en
vez de fijarte en éstos que blasfeman y te provocan, mira más bien a tu
pueblo, que se muestra agradecido, te ensalza y alaba tu Nombre excelso con
himnos y alabanzas. Y en atención a ellos el Señor no destruye el mundo.
El Cantar no termina instalando a los esposos; la esposa guarda en su
memoria la imagen del esposo como gacela o cervatillo saltando por los
montes. Siendo así es como ella se ha enamorado de él y eso quiere que siga
siendo: ¡Sé como gacela o el joven cervatillo por los montes de las
balsameras! Día a día le seguirá esperando, anhelando que él llegue y la
sorprenda. El amor no es rutina, siempre es nuevo, esperado, deseado,
recreado.
Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una
muchedumbre inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos,
cantará: "¡Aleluya! Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han
llegado las bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado con vestidos de
lino deslumbrante de blancura" (Ap 19,7).