1. MARCO HISTORICO: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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No es el marco lo importante, sino el cuadro. Pero el marco da realce al
cuadro. Esto pretenden estas notas: enmarcar la vida de David en el marco
histórico, para realzar la historia del rey según el corazón de Dios.
La historia de David la encontramos en los libros de Samuel, que nos narran
el advenimiento de la monarquía y de los dos primeros reyes: Saúl y David.
Samuel es el último Juez, por ello es como el anillo de la cadena que une la
etapa de los jueces y la de la monarquía. Los jueces eran figuras dispersas,
locales, sin dinastía que les prolongara. Con Samuel se acaba la era de los
jueces. Y él mismo, más que juez-jefe, es un profeta. No empuña nunca la
espada ni el bastón de mando. En realidad es el confidente del Señor; recibe
sus oráculos y los transmite a Israel.
Con la entrada en la Tierra prometida Israel comenzó un proceso lento, que
le lleva a establecerse en Canaan, configurándose como "pueblo de Dios" en
medio de otros pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto,
bajo la guía directa de Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta
soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y Señor. Durante todo el
período de los jueces no entra en discusión esta presencia y señoría divina.
Pero, a medida que se van estableciendo, pasando de nómadas a sedentarios,
poseyendo campos y ciudades, su vida y fe va cambiando. Las tiendas se
sustituyen por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en
Dios, que cada día manda su alimento, en confianza en el trabajo de los
propios campos. Israel, establecido en medio de otros pueblos, contempla a
esos pueblos y le nace el deseo de organizarse como ellos. Quiere cambiar
sus estatutos políticos, sin darse apenas cuenta que con ello algo está
cambiando en su alma. Pidiendo un rey, "como tienen los otros pueblos",
Israel está cambiando sus relaciones con Dios.
Samuel, el viejo juez, llamado por Dios en tiempos de Elí (1Sam 3), debe
retirarse para dejar lugar al rey, que el pueblo reclama en un deseo
incomprensible de autonomía respecto al mismo Señor. "Samuel había adquirido
autoridad porque el Señor estaba con él y no dejó caer en vacío ni una sola
de sus palabras. Por eso, todo Israel, desde Dan a Bersabea, sabía que
Samuel había sido constituido profeta por el Señor" (1Sam 3,19-20). Pero
ahora el pueblo le pide que se retire y les dé un rey. Samuel, persuadido
por el Señor, cederá ante las pretensiones del pueblo. Pero, antes de
desaparecer, se mostrará como verdadero profeta del Señor, manifestando al
pueblo el verdadero significado de lo que está aconteciendo. Con ojos
iluminados penetrará en el presente más allá de las apariencias, descifrando
el designio divino de salvación incluso en medio del pecado del pueblo: 1Sam
12,6-11.
Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de
gritos de angustia, a los que Dios responde fielmente con el perdón y la
salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae
continuamente en la opresión; grita de nuevo, confesando su pecado, y el
Señor, incansable en el perdón, les salva de nuevo. El pecado de Israel hace
vana la salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos.
Entonces experimenta su pequeñez y queda a merced de los otros pueblos más
fuertes que él. Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo,
se repite constantemente... hasta el momento presente:
Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra
vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un rey sobre nosotros, siendo así
que vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os
habéis elegido. Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a
Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra las órdenes
de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh,
vuestro Dios, está bien. Pero si no escucháis la voz de Yahveh, si os
rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la mano de Yahveh pesará
sobre vosotros y sobre vuestro rey.
Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina poco después
que los israelitas, han convivido codo con codo junto a Israel unos
doscientos años, en intermitentes pero crecientes fricciones durante la
época de los Jueces. Pero hacia el año mil, los filisteos, no muy numerosos
pero formidables guerreros, pretendieron la hegemonía sobre Palestina,
hostilizando constantemente a los israelitas. De aquí que fueran una amenaza
permanente para Israel. Su monopolio del hierro les daba una preeminencia
militar sobre los israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del
hierro, los filisteos prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria
de los metales, dependiendo, para todos los servicios, de los artesanos
filisteos (1Sam 13,19-22). Además los tiranos filisteos actuaban
concertadamente entre ellos. Los israelitas, divididos en tribus,
difícilmente podían hacerles frente.
Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre sí, con
fuertes tensiones entre ellas. En las últimas páginas del libro de los
Jueces se narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan grave que
las otras tribus deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará refugiándose
en los bosques. Estas tensiones internas debilitaban su fuerza frente a los
enemigos externos.
Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050 cerca de Afeq
(1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance filisteo, llevaron a la
batalla desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza de que la
presencia de Yahveh les diera la victoria. Pero el ejército fue desbaratado;
Jofní y Pinjás, los sacerdotes que llevaban el arca, fueron matados, y el
Arca misma fue capturada por los filisteos. Aunque los filisteos devolvieron
pronto el Arca a los israelitas, a causa del terror que les inspiró una
plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron dominando sobre Israel.
En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de Israel, una
vez vencida la resistencia a la monarquía que opuso el vidente Samuel, que
finalmente fue quien le ungió, primero en privado en Ramá y, luego,
públicamente en Mispá (1Sam 9,1-10.16;10,17-27). La expansión de los
filisteos ponía en peligro la existencia misma de Israel e impuso la
monarquía. Saúl es, en un principio, como un continuador de los Jueces, pero
su reconocimiento por todas las tribus le convierte en una autoridad
universal y permanente, naciendo así la realeza.
La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia de
intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la amenaza olvida su historia
y se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la memoria, sólo
queda el peligro presente y la búsqueda angustiosa de una solución
inmediata.
Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El primer rey,
Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor, rompió con Saúl y se
convirtió en su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha por
designación profética y por aclamación popular (1Sam 10,1ss; 11,14ss). Las
primeras empresas de Saúl contra los filisteos fueron tales que justificaron
la confianza depositada en él. Israel respiró de nuevo y cobró nuevas
esperanzas. Los filisteos son arrojados hasta su territorio, quedando
liberada la tierra de Israel. En los confines israelitas tendrán lugar los
posteriores encuentros, en el valle del Terebinto y en Gelboé. Pero el
respiro fue sólo temporal. Saúl acabó con un triste fracaso, que dejó a
Israel peor que antes. El combate de Gelboé acabó en desastre.
Saúl, con su inestabilidad emocional, cayó en depresiones al borde de la
locura. Oscilando como un péndulo entre momentos de lucidez y disposiciones
de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo lograba
indisponerse con todos. Sus compromisos le enemistaron con Dios, y Samuel
rompió con él. Saúl llega a usurpar la función de sacerdote (1Sam 13,4-15) y
viola el anatema (1Sam 15). El "espíritu malo" de Yahveh le invadió
hundiéndolo en la depresión, de la que sólo se libraba con los acordes de la
música del joven David, el último de los ocho hijos de Jesé.
La popularidad de David acrecentó la ruina de Saúl, a quien le comían las
entrañas los celos. Pero David, a quien Saúl necesitaba y odiaba, se ganó la
amistad de Jonatán, hijo de Saúl y la mano de Mikal, hija del mismo Saúl. La
fama de David fue así eclipsando al primer rey de Israel. Obsesionado por
perseguir a David, Saúl se olvidó de los filisteos, que volvieron a someter
a Israel. En la batalla de Gelboé las tropas israelitas fueron aniquiladas,
los tres hijos de Saúl murieron y el mismo Saúl, gravemente herido, se
suicidó. Saúl lo ha perdido todo y no logra siquiera encontrar uno que lo
mate; se expone en primera fila, pero los enemigos no le matan; no le quiere
matar su escudero, pues no desea incurrir en tal sacrilegio. No le queda a
Saúl más que abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra.
Dios ha rechazado a Saúl.
En este marco se encuadra la historia del rey David.