2. NACIMIENTO DE DAVID EN BELEN: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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David, el elegido de Dios, desciende de una familia de elegidos de Israel.
Entre los elegidos de Israel se encuentran Abraham y Jacob, Leví y Judá,
Moisés y Salomón. Pero, entre todos, sobresalen Moisés y David: Moisés, el
gran profeta, es el elegido entre los profetas; y David, el gran rey, es el
elegido entre los reyes.
En la genealogía de David, los sabios, bendita su memoria, han llegado hasta
Miriam, la hermana de Moisés. También entre sus antepasados se cuenta
Naason, "el príncipe de la tribu de Judá", el primero en atravesar el mar
Rojo después de la salida de Egipto... Pero ya cercanos a su nacimiento,
están, como elegidos de Dios, su abuelo y su padre. La vida de su abuelo
Obed no tuvo otro objetivo que el servicio a Yahveh, como indica su mismo
nombre: "el siervo". Y Jesé, el padre, fue uno de los más grandes sabios de
su tiempo y uno de los cuatro que murieron sin contaminarse con el pecado.
Si el Santo, bendito sea, no hubiese decretado, a raíz del pecado de Adán,
la muerte para todos los hombres, ciertamente Jesé hubiera vivido para
siempre. Por ello, Jesé no murió de muerte natural, sino que, al cumplir
cuatrocientos años, murió de muerte violenta a mano del rey de Moab, a cuyo
cuidado dejó David su familia cuando huía de Saúl.
A pesar de su piedad Jesé no se libró de ser tentado en su vida. Una de sus
esclavas se encaprichó con él y trató de acostarse con él. Pero Dios le
salvó de ello, inspirando a su esposa, Nazbat, que se disfrazara de esclava.
Y así, gracias a esta treta, Jesé se encontró con su propia esposa en lugar
de tener relaciones ilícitas con la esclava.
El niño que nació a Nazbat fue entregado como hijo a la esclava, ya
liberada, para que el padre no descubriera el engaño de que había sido
objeto. Este niño, de cabellos rojos, despreciado por sus hermanos, era
David.
En realidad, el nacimiento de David participa del misterio de todo elegido
de Dios. Su vida se la debió a Adán. Cuando el Santo, bendito sea, hizo
pasar ante Adán a todas las futuras generaciones, viendo que a David sólo se
le concedían tres horas de vida, Adán rogó al Señor que concediera a David
setenta de los mil años que le habían sido destinados a él. El Señor accedió
y el hecho fue escrito con letras de oro y rubricado por Dios y por el ángel
Metatrón. Setenta años de Adán fueron cedidos a David y, de acuerdo con los
deseos de Adán, belleza, dominio y un don poético acompañaron a estos años.
Metatrón se encargaría de hacer cumplir este decreto en el futuro, cuando
llegara el tiempo del nacimiento de David en Belén de Judá. Al ver los
cabellos rojos, sus hermanos sospecharon que era fruto de un adulterio de su
madre y estuvieron a punto de matar a madre e hijo ya a las tres horas del
parto. David más tarde comparará su suerte con la de Abel a quien mató su
hermano: "Esto no me sucedió a mí porque Dios me ha guardado y ha mandado a
sus ángeles que me protegieran; pero también yo fui víctima de la envidia de
mis hermanos y mi padre y mi madre no me tuvieron en cuenta".
Protegido por los ángeles del Señor, David salva su vida, pero sólo a
condición de ser considerado como siervo y así, durante veintiocho años, se
dedicó a pastorear el rebaño de su padre Jesé en los campos de Belén.
Belén, la aldea de casas blancas como palomas, anida en la falda de las
montañas de Judá. En ella nace David. En la aldea de Belén, al aire y
libremente, goza David de una paz larga y tendida, fruto de la bendición del
Señor, que le infunde una alegría que supera a la alegría que produce la
abundancia del trigo y el vino. Con razón puede cantar, al caer la tarde:
"En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú, Señor, me haces vivir
tranquilo".
Es el recuerdo de sus años de pastor lo que David evocará cuando, más tarde,
se sienta inmerso en las intrigas de la corte del rey Saúl, acusado y
acosado por sus enemigos que, amantes de la falsedad y el engaño, ultrajan
su honor, hasta hacer dudar a sus fieles compañeros, que le susurran:
"¿Quién podrá darnos la dicha si la luz del rostro del Señor ha huido de
nosotros?".
Pero esto será más tarde. Ahora es el momento de acumular la experiencia de
la paz de Dios, que con sus favores le ensancha el corazón, le da holgura
cada vez mayor, según le va colmando de alegría. Es la anchura de la tierra,
dilatada en el Valle del Terebinto, con su asombro de oro en sus latitudes.
Tras sus rebaños de ovejas, David recorre los valles y las colinas, sube a
la cumbre de las montañas, desde donde sus ojos hacen la ronda en torno
hacia Hebrón, Engadí, Nob... Y en la noche, el sueño le dilata el horizonte
hacia atrás y hacia adelante. Revive la historia de su bisabuela Rut, que le
ha contado su abuelo Obed, a la sombra de los arbustos a mediodía:
En el tiempo de los jueces, cuando aún no había rey en Israel y cada uno
hacía lo que mejor le parecía, hubo una carestía en el país, carestía de pan
y pobreza de alma y corazón. Entonces Elimélek (mi Dios es rey),
descendiente del patriarca José, vivía en Belén en los montes de Judea, en
el corazón de la Tierra Santa.
(Y los sabios, bendita su memoria, aprovechan la ocasión para intercalar su
enseñanza: Has de saber que fueron diez las recias carestías que se
decretaron desde los cielos para que aconteciesen en el mundo, desde el día
en que fue creado el mundo hasta el tiempo en que venga el rey Mesías.
Carestía primera: en los días de Adán. Carestía segunda: en los días de
Lamek. Carestía tercera: en los días de Abraham. Carestía cuarta: en los
días de Isaac. Carestía quinta: en los días de Jacob. Carestía sexta: en los
días de Booz, que era de Belén. Carestía séptima: en los días de David, rey
de Israel. Carestía octava: en los días del profeta Elías. Carestía novena:
en los días de Eliseo, en Samaría. Carestía décima: ha de ser no hambre de
pan, y no será sed de agua, sino de oír la palabra de Yahveh).
En los tiempos del hambre de Belén nuestro antepasado Elimélek, con su mujer
Noemí (mi gracia y alegría) y sus dos hijos, Majlón y Kilyón abandonaron la
alta tierra de la promesa de Dios para descender a las bajas llanuras de
Moab, más allá del Jordán, instalándose junto a los paganos cananeos,
descendientes de Moab. Triste historia, pues si abandonan la tierra
prometida a nuestros padres es, sobre todo, porque han perdido la esperanza
en Israel y en el Dios de Israel. No han dejado la tierra de Israel
transitoriamente, mientras pasa la carestía, sino que "llegados a los campos
de Moab, se establecieron allí". El glorioso Elimélek ha decidido dejar tras
de sí, en el pasado, la patria de Israel. ¡Qué bien expresan los nombres de
los hijos la situación a que ha llegado esta familia: Majlón, el enfermizo,
y Kilyón, el anonadado! Esta era la situación de Israel al final de la época
de los jueces. El pueblo elegido se estaba arruinando, enfermo y anonadado.
De aquí la necesidad de instaurar un rey, que salvara a Israel.
Moab, junto con Ammón, al este del Jordán, son dos pueblos que viven sin
espíritu, en la más cruda exterioridad materialista. Allí espera Elimélek
encontrar la solución para su familia. Pero, al poco tiempo, Elimélek murió
y Noemí quedó viuda. Sus dos hijos, violando la ley de Moisés, se casaron
con Orpá y Rut, dos muchachas moabitas no convertidas, de las que no
tuvieron hijos. El dedo de Dios, que conduce la historia, les cerró el seno,
haciéndoles estériles. Y, a los diez años, murieron también los dos esposos,
los hijos de Noemí. La descendencia de Elimélek y Noemí se ha terminado en
Moab; parece cancelada para siempre su existencia.
Noemí, entonces, sin esposo y sin hijos, decidió regresar a Belén, pues
Yahveh había visitado nuestra tierra, dándola de nuevo pan. Lo que ella
esperaba encontrar en el exilio, lo descubre en medio de sus hermanos, los
israelitas. Pero Noemí retorna a Israel sin marido, sin hijos ni
descendencia alguna: una viuda envejecida y pobre, sin ninguna posibilidad
de futuro. Partió de Israel con hambre de pan y regresa "con las manos
vacías". Se presentará diciendo a sus conciudadanos: "No me llaméis ya
Noemí, sino Mara, amargada, porque el Omnipotente me ha amargado tanto".
Noemí, pues, se puso en camino hacia Judá. Sus dos nueras la acompañaban.
Pero Noemí, besándolas, les dijo:
-Volveos cada una a casa de vuestra madre. Aún sois jóvenes y Yahveh tendrá
piedad de vosotras como vosotras la habéis tenido conmigo, alimentándome, y
con mis hijos, pues os habéis negado a tomar marido después de su muerte.
Yahveh os hará encontrar un esposo con quien vivir una vida apacible.
Al oírla, las dos nueras rompieron a llorar y le dijeron:
-No volveremos a nuestro pueblo ni a nuestro dios. Iremos contigo a tu
pueblo y aceptaremos a tu Dios.
Noemí, conmovida, se tragó las lágrimas y respondió:
-Volveos, hijas mías. ¿Qué sacaríais con venir conmigo? ¿Acaso tengo yo
hijos en mi seno que puedan ser esposos vuestros? Yo soy ya una vieja para
casarme otra vez. Y, aun cuando me quedara alguna esperanza y decidiera hoy
mismo casarme de nuevo y me nacieran hijos, ¿esperaríais, sin casaros, hasta
que ellos fueran mayores? No, hijas mías, aunque se me rompe el corazón, es
mejor que os volváis a casa de vuestra madre, ya que la mano de Yahveh ha
caído sobre vosotras, privándoos del esposo en vuestra juventud. Os lo
suplico, hijas mías, no amarguéis más mi alma, haciendo que viva angustiada
por mí y por vosotras.
Las dos nueras se echaron a su cuello entre sollozos. Finalmente, Orpá besó
a su suegra y se volvió atrás, "a su pueblo y a su dios", permaneciendo para
siempre en la idolatría del dios Moloch. Pero Rut no quiso separarse de
ella. Noemí le dijo:
-Mira, Orpá, tu cuñada, ha regresado a su pueblo y a sus dioses. Vete
también tú en pos de ella a tu pueblo y a tus dioses.
Pero Rut le respondió:
-No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque donde tú vayas, yo
iré, donde tú habites, habitaré yo. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será
mi Dios. Donde tú mueras allí seré enterrada también yo.
Noemí le dijo:
-Nosotros hemos recibido la orden de observar los sábados y los días
festivos, sin caminar más de dos mil codos.
Rut replicó:
-Donde tu vayas iré yo.
Noemí añadió:
-Hemos recibido la orden de no habitar en compañía de las naciones.
Rut replicó:
-Donde tú habites, habitaré yo.
Siguió aún Noemí:
-Hemos recibido la orden de no dar culto a dioses extraños.
Respondió Rut:
-Te lo he dicho y repito, no insistas, tu Dios será mi Dios. ¡Que esto me
haga Yahveh y esto otro añada sobre mí, si me separa de ti otra cosa que no
sea la muerte!
Al ver lo decidida que estaba, Noemí no insistió más. Así es como Noemí y
Rut marcharon juntas y llegaron juntas a Belén, al comienzo de la siega de
la cebada. Al verlas llegar, las mujeres de Belén, conmovidas, se
comunicaban la noticia unas a otras, diciendo:
-¿No es ésta Noemí?
Pero ella repetía una y otra vez:
-No me llaméis ya Noemí -"mi dulzura"-, sino Mara, porque Sadday me ha
llenado de amargura. Marché satisfecha con mi marido y mis hijos, pero
Yahveh me ha hecho volver vacía sin ellos. ¿Por qué, pues, me llamáis Noemí?
Ante Yahveh ha sido testificada mi culpa contra mí y El me ha llenado de
amargura.
Y contaba a todas la historia de su peregrinación en los campos de Moab,
donde dejó enterrados a su esposo y a sus dos hijos.
Así es como Rut, la moabita, mi madre y bisabuela tuya, llegó a Belén
acompañando a su suegra Noemí.
Con esto el abuelo Obed, siervo de Dios, daba por terminada la historia.
Pero David quería conocer la continuación y suplicaba a su abuelo que
siguiera contándole de su familia. Obed entonces se remontaba en la
genealogía hasta Miriam, la hermana de Moisés, como su ascendiente; otras
veces llegaba hasta los patriarcas Jacob, Isaac y Abraham o hasta Adán,
formado por las mismas manos de Dios. A David, en estas narraciones, siempre
le llamaba la atención el papel de las tres mujeres, que se incluían en el
árbol genealógico de su familia: Tamar, que se disfrazó de prostituta para
tener descendencia de Judá, Rajab, la madre de Booz, y Rut la moabita...
David amaba a su abuelo, que le había enseñado el arte de apacentar los
rebaños, a distinguir las hierbas tiernas para los corderos y las duras para
las cabras. También le había enseñado a tocar la flauta, la cítara y el arpa
y a mirar las estrellas, el río y los árboles, y a cantar al Señor, Creador
del cielo y de la tierra. Nadie como David conocía la piedad de su abuelo y,
por ello, le molestaba que algunos pastores le llamaran el nieto de Obed,
aludiendo a la madre de su abuelo que vivió sus primeros días entre los
siervos de Booz, el padre. No se avergonzaba David de esa parte de su
historia, más bien le conmovía la ternura y sencillez de Rut. Aunque su
abuelo se resistiera a contarla, él la conocía y se enternecía con ella:
Booz era pariente de Noemí. Pero Noemí había vuelto a Belén en la más
completa miseria y Booz, absorbido por su riqueza, o no se enteró de la
vuelta de su pariente o no quiso darse por enterado. Pero el amor de Rut a
su suegra Noemí la llevó a las tierras y a los brazos de Booz.
Era la época de la siega de la cebada. Rut dijo a Noemí:
-Déjame ir al campo a espigar detrás de aquel a cuyos ojos halle gracia.
Con pena y un tanto humillada, Noemí le respondió apenas:
-Vete, hija mía.
Rut salió al campo y se puso a espigar detrás de los primeros segadores que
encontró. Quiso la suerte -¡Bendito sea el Señor de la suerte!- que Rut
fuera a dar en una parcela de Booz, de la familia de Elimélek, el esposo de
Noemí. A media mañana llegó Booz, despierto y campechano, saludando a los
segadores:
-¡Yahveh con vosotros!
-¡Yahveh te bendiga!, respondieron ellos a coro.
Booz, entonces, descubre a Rut y pregunta:
-¿De qué nación es esa muchacha?
Le respondió el criado que Booz había constituido como jefe de los
segadores:
-Es la joven moabita que ha venido con Noemí de los campos de Moab.
Ella, con los ojos bajos, pero con el coraje del amor, se acercó y le dijo:
-Permitidme espigar detrás de los segadores. Aquí estoy en pie detrás de
ellos desde la madrugada.
Algo tocó el corazón de Booz al escuchar la súplica de la mujer. Con
solicitud inusitada le dijo:
-Alza tu frente, hija mía, y escúchame. Que tú recibas una recompensa plena
de parte de Yahveh, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte;
que El te recompense lo que has hecho, dejando tu madre, tu pueblo y tu dios
para seguir a Noemí. No vayas a espigar a otros campos, quédate aquí junto a
mis siervos. Cuando terminen esta parcela vete con ellos a la siguiente.
Espiga tras ellos, que no te molestarán. Y si tienes sed bebe del agua de
sus vasijas.
Conmovida, Rut cayó a sus pies y exclamó:
-¿Cómo es que he hallado gracia a tus ojos para que te fijes en mí no siendo
más que una extranjera, perteneciente a las hijas de Moab, que no hemos
obtenido la gracia de participar en la asamblea de Yahveh?
Y Booz le respondió:
-Hija mía, nuestros sabios, bendita su memoria, me han ilustrado que el
decreto de Yahveh sobre tu pueblo sólo se refiere a los varones. También se
me ha comunicado proféticamente que de ti han de salir reyes y profetas,
pues has dejado a tu dios y a tu pueblo, la casa de tu padre y la tierra de
tu nacimiento y has venido a un pueblo que antes no conocías. ¡Que Yahveh te
colme de sus bendiciones pues has venido a cobijarte bajo las alas de la
Shekinah de su gloria! ¡Que tu porción esté con Sara, Rebeca, Raquel y Lía!
Le replicó ella:
-Encuentre yo gracia ante ti, señor mío, porque tú me has confortado
considerándome digna de ser aceptada en la asamblea de Yahveh.
Y a la hora de la comida le dijo Booz:
-Ven aquí y moja tu rebanada en el caldo de los segadores.
Ella se sentó al lado de los segadores y Booz le ofreció trigo tostado y
comió y se sació, y guardó lo que le sobró. Luego estuvo espigando en el
campo hasta la tarde. Vareó las espigas que había recogido. Se cargó la
cebada y volvió a casa, mostrando satisfecha a su suegra el fruto de su
trabajo. Luego le dio también el alimento que le había sobrado después de
que ella se había saciado.
Le preguntó su suegra:
-¿Dónde has espigado hoy, que te fue tan bien? ¡Que sea bendito quien se ha
interesado por ti!
Le respondió:
-La suerte me llevó a los campos de un varón llamado Booz.
Y Noemí dijo a su nuera
-¡Que le bendiga Yahveh, pues su bondad no ha abandonado a los vivos ni a
los muertos! Ese hombre es pariente nuestro; es uno de nuestros go'el.
Y Rut le dijo:
-El me ha dicho: Continúa con mis muchachos hasta el tiempo en que se
concluya toda mi cosecha.
Y Noemí, conmovida, dijo a su nuera:
-Bueno es, hija mía, que vayas con ellos y que no te encuentren en otros
campos.
Sin marido, sin fortuna, extranjera, Rut no es más que una huérfana
espigadora. Pero, aunque sea hija de idólatras, se ha refugiado en Belén
bajo las alas del Santo de Israel. Aconsejada por su suegra, en la noche
cálida y casta de junio, Rut descenderá a la era donde duerme Booz, después
de haber aventado la parva de cebada, haber comido y bebido con la alegría
de la cosecha. Con el pasmo en el corazón descubrirá los pies de Booz y se
acostará junto a él. Y aquí entra en acción el Santo, bendito sea, que desde
la creación se encarga de combinar los matrimonios, haciendo que se
encuentren el hombre y la mujer creados el uno para el otro según sus
designios. En los montes de Judea, coronados de estrellas, Booz se despertó
sobresaltado de su profundo sueño y se encontró, como en los orígenes Adán,
con una mujer acostada a sus pies. En la semioscuridad de la noche de
verano, con voz ronca pregunta:
-¿Quién eres?
Rut le responde con las palabras de bienvenida que él mismo Booz le ha
dirigido la víspera:
-Soy Rut, tu sierva, extiende las alas de tu manto sobre tu sierva y tómame
como esposa, porque tú eres mi go'el.
-Sí, yo te rescataré, como es verdad que el Eterno vive.
Es la respuesta solemne de Booz, que siente la presencia del Dios vivo,
bendiciendo el amor que El mismo ha suscitado entre él, avanzado en edad, y
la joven Rut, que "no ha ido a buscar esposo entre los jóvenes". Gracias al
Santo, bendito sea, los dos pueden empezar a vivir y a esperar que, en un
día futuro, de su descendencia nazca el Esperado de Israel.
Así Rut es rescatada por Booz, su go'el que, según la ley del levirato, la
esposa y la hace madre en Israel. De este modo, a través de Rut, entra en la
historia de la salvación el pueblo de Moab, condenado a las tinieblas desde
sus orígenes incestuosos. Lot, el ascendiente de Rut, se une finalmente a
Abraham, ascendiente de Booz. Lot, el ambicioso sobrino de Abraham, se
separó del tío descendiendo a las llanuras fértiles de Sodoma para
establecerse en ellas. Rut, en cambio, siguiendo la fe de Abraham, decide
emigrar "lejos de la casa de su padre, de su ciudad", para seguir a Noemí a
Belén, al encuentro de su redentor (su go'el). De esta unión inesperada de
un descendiente de Abraham y de una moabita, más tarde, nacerá el Mesías de
Israel.
El Santo, bendito sea, bendijo a Rut y a Booz con un hijo, a quien llamaron
Obed, y que Noemí, la abuela, adoptó como hijo. Así la felicitaron en Belén:
-¡Un hijo le ha nacido a Noemí!
Pero a Booz, todo el pueblo de Belén, junto con los ancianos reunidos a la
puerta de la ciudad, le felicitan con el curioso augurio:
-Que tu casa sea como la casa de Peres, el hijo que Tamar dio a Judá,
gracias al semen (a la posteridad) que Yahveh te dará a través de esta
mujer.
Son los designios misteriosos del Santo, que salva y lleva adelante la
historia por vías insondables, por encima de los pecados del hombre. Si Rut
es Moabita, hija del incesto de la hija mayor de Lot, también Booz es
descendiente de Peres, el hijo de la unión medio incestuosa de Tamar con su
suegro, el inocente Judá, hijo del patriarca Jacob. Así es la genealogía del
rey David, que va desde Peres a Booz, que engendró a Obed, padre de Jesé,
del que nació David.
La voz de la sangre o el Dios de la historia arranca la confesión del
corazón de Booz. Abuelo y nieto, en la paz de Belén, entonan a coro el
cántico:
Oh Dios, tú mereces un himno en Sión,
porque tú escuchas las súplicas.
Los habitantes del extremo del orbe
se sobrecogen ante tus signos,
y a las puertas de la aurora y del ocaso
las llenas de júbilo.
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida;
la acequia de Dios va llena de agua;
preparas sus trigales.
Así la preparas: riegas los surcos,
igualas los terrones,
tu llovizna los deja mullidos,
bendices sus brotes;
coronas el año con tus bienes,
tus carriles rezuman abundancia;
rezuman los pastos del páramo
y las colinas se orlan de alegría;
las praderas se cubren de rebaños
y los valles se visten de mieses
que aclaman y cantan.