11. ABIGAIL: David un hombre según el Corazón de Dios según la Escritura y el Midrash
Emiliano Jiménez Hernández
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David se enamora fácilmente. Muchas mujeres sabrán ablandarle el corazón.
Una de ellas es Abigaíl, en quien se unían la belleza, la sabiduría y dones
proféticos. Era tal su encanto que excitaba la pasión de los hombres con su
sola mirada. Es una mujer ya casada. Su marido, no por casualidad, se llama
Nabal, que quiere decir "necio", "uno a quien no se le puede decir nada".
Nabal se opone a David. Tendrá un triste final. Nabal tenía su hacienda en
Carmelo. Era un hombre muy rico; poseía tres mil ovejas y mil cabras. David
se encuentra en el desierto. Allí le llegó la noticia de que Nabal estaba
esquilando su rebaño. El esquileo es siempre fiesta y alegría; durante él un
propietario rico se muestra normalmente generoso, invitando a amigos y
vecinos a participar de la abundancia de sus bienes. David, que ha alejado a
los merodeadores, protegiendo los ganados de Nabal, envía a diez muchachos,
esperando que Nabal les acoja con hospitalidad y les dé algo para sus
hombres. Estos se presentaron a Nabal y, en nombre de David, le saludaron:
-Paz para ti, para tu casa y para todo lo tuyo. He sabido que estás de
esquileo. Pregunta a tus pastores y te dirán cómo nosotros nunca les hemos
molestado ni les ha faltado nada desde que hemos estado con ellos en
Carmelo. Que estos muchachos encuentren gracia a tus ojos, ya que hemos
venido en un día de fiesta. Dales lo que tengas a mano para tus siervos y tu
hijo David.
El saludo, con el triple deseo de paz, expresaba las buenas intenciones de
David y era un augurio de prosperidad. Pero, al oírlo, Nabal hizo gala de su
nombre y, con toda su insensatez, les respondió:
-¿Quién es David? Abundan hoy los siervos que andan huidos de sus señores.
¿Acaso voy a tomar mi pan, mi vino y mis reses, que he sacrificado para mis
esquiladores, para dárselas a unos hombres que no sé de dónde son?
Con esta respuesta, los muchachos se dieron media vuelta y volvieron por su
camino a comunicársela a David. Y uno de los servidores de Nabal corrió,
igualmente, a avisar a Abigaíl:
-Mira, David ha enviado mensajeros desde el desierto para saludar a nuestro
amo, y él los ha despreciado. Sin embargo, esos hombres han sido muy buenos
con nosotros, y nada nos ha faltado mientras anduvimos con ellos, cuando
estábamos en el campo. Fueron nuestra defensa noche y día. Mira qué debes
hacer, pues está decretada la ruina de nuestro amo y de toda su casa. Y él
es tan necio, que no se le puede decir nada.
Abigaíl, con la sensatez que le faltaba a su marido, a toda prisa tomó
doscientos panes y dos odres de vino, cinco carneros, cinco arrobas de trigo
tostado, cien racimos de uvas pasas y doscientos pasteles de higos secos,
cargó todo sobre unos asnos y se lo mandó a David.
Detrás del suntuoso presente iba ella montada en otro asno. En la espesura
del monte se topó con David y sus hombres, que bajaban en dirección
contraria. David se iba desahogando con sus soldados:
-En vano hemos guardado en el desierto lo de este hombre, que ahora nos
devuelve mal por bien. Para el alba no quedará con vida ni un solo varón de
los de Nabal.
Pero ante él estaba ya Abigaíl que, apenas vio a David, bajó del asno, se
postró en tierra ante él y le dijo:
-Deja que tu sierva hable a tus oídos y escúchame. El Señor ciertamente hará
una casa permanente a mi señor, pues mi señor combate las batallas del
Señor. Ningún mal vendrá sobre ti en toda tu vida. Aunque ahora te
encuentres perseguido, la vida de mi señor está a salvo en la bolsa de la
vida junto al Señor, tu Dios. Cuando el Señor haga a mi señor cuanto le ha
prometido y te haya establecido como rey de Israel que no haya turbación ni
remordimiento en el corazón de mi señor por haber derramado sangre inocente
y haberse tomado la justicia por su mano. Cuando el Señor haya cumplido sus
promesas, acuérdate de tu sierva.
Abigaíl no estaba libre de la debilidad femenina de la coquetería. Las
palabras "recuerda a tu sierva" nunca debería haberlas pronunciado,
atrayendo la atención hacia ella, ya que era una mujer casada. Y lo cierto
es que a David, escuchando a Abigaíl, algo le ha tocado el corazón, borrando
su deseo de venganza. Como si Dios mismo le hubiera hablado por boca de
Abigaíl, a él le brotó la exultación:
-¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi
encuentro. Bendita sea tu prudencia y bendita tú misma, que me has impedido
derramar sangre y tomar la justicia por mi mano!
David aceptó de mano de Abigaíl cuanto ella le traía y le dijo:
-Sube en paz a tu casa. Mira, he escuchado tu voz y he accedido a tu
petición.
En las palabras de Abigaíl, David ha recordado toda su vida como una
historia conducida por la mano de Dios. Y, si Dios la ha guiado hasta ahora,
El la llevará a su plenitud. David puede dejar en manos de Dios su justicia.
Abigaíl se volvió a casa. Allí estaba Nabal celebrando un banquete de rey.
Tenía el corazón alegre y estaba completamente ebrio. Ella no le dijo nada
hasta la mañana siguiente. Pero, al alba, cuando se le había pasado la
borrachera, Abigaíl le contó todo lo sucedido. Entonces el corazón se le
murió en el pecho y Nabal se quedó como una piedra. La obsesión de las
riquezas seca el alma, embrutece al hombre.
La noticia de la muerte de Nabal le llegó a David, que exclamó:
-Bendito sea el Señor que ha defendido mi causa contra la injuria de Nabal y
me ha preservado de hacer el mal. El Señor ha hecho caer la maldad de Nabal
sobre su cabeza.
Abigaíl ha quedado libre. David, que no ha podido olvidarla desde que la
vio, manda unos mensajeros a proponerla que sea su mujer. Abigaíl ni lo
piensa; también ella ha quedado cautivada con el héroe David. Se montó en su
asno y, seguida de cinco siervas, se fue detrás de los enviados de David y
fue su esposa.
Cuando David se encuentre en su trono, Abigaíl susurrará a oídos del rey el
salmo que ha aprendido de él:
Yahveh, en tu fuerza se regocija el rey;
¡oh, cómo le colma de júbilo tu salvación!
Tú le has otorgado el deseo de su corazón,
no le has negado lo que pedían sus labios.
Te adelantaste a bendecirlo con el éxito,
has puesto en su cabeza una corona de oro.
Tu gloria le confiere esplendor y majestad.
Le concedes bendiciones incesantes
y lo colmas de alegría en tu presencia.
Que tu mano alcance a todos sus enemigos
y aniquile a todos sus adversarios.
Aunque tramen tu ruina y urdan intrigas,
nada podrán, pues tu arco les pondrá en fuga.
¡Levántate, Yahveh, con tu fuerza
y al son del arpa salmodiaremos para ti!